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Primera edición digital: junio 2017
Imagen de la cubierta: Andrés García Martín | Dreamstime.com
Diseño de la colección: Jorge Chamorro
Corrección: Blas Cabanilles
Revisión: Sandra Soriano

Versión digital realizada por Libros.com

© 2017 Fernando Hernández Valls
© 2017 Libros.com

editorial@libros.com

ISBN digital: 978-84-17023-73-7

Fernando Hernández Valls

El año que vivimos sin Gobierno

A Rocío, a mis padres, tíos, primos y abuelos (allá donde estén).

Índice

 

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título y autor
  4. Dedicatoria
  5. 1. Trescientos catorce días sin Gobierno
  6. 2. Lo que menos se conoce de los cuatro líderes
  7. 3. El fin del bipartidismo y la entrada en tropel de los nuevos
  8. 4. Rajoy, en el alero
  9. 5. El Gobierno Frankenstein de Sánchez
  10. 6. De la vicepresidencia y el CNI a la cal viva
  11. 7. El papel del Rey Felipe VI
  12. 8. Hacia el 26J. Del pacto del botellín al «sorpasso» que no fue
  13. 9. España ingobernable de nuevo
  14. 10. El golpe en el PSOE
  15. 11. Así se puso fin a 314 días sin Gobierno
  16. Mecenas
  17. Contraportada

1. Trescientos catorce días sin Gobierno

 

«El resultado de la votación ha sido el siguiente: votos emitidos, 349; votos a favor del candidato, 170; votos en contra del candidato, 111; abstenciones, 68. Señorías, al haberse alcanzado el voto favorable de la mayoría simple de los miembros de la Cámara, queda otorgada la confianza al candidato, don Mariano Rajoy Brey, lo que le comunicaré a su majestad el Rey a los efectos de su nombramiento como presidente del Gobierno. ¡Enhorabuena, señoría!».

 

Con estas palabras, pronunciadas por la Presidenta del Congreso, Ana Pastor, exactamente a las 20:25 del sábado 29 de octubre de 2016, se puso fin a 314 días sin Gobierno. Un periodo histórico para España, el más convulso a nivel político desde la Transición a la democracia cuatro décadas antes. Diez meses sin Ejecutivo que pudiera tomar decisiones trascendentales que comprometieran los Presupuestos. Un tiempo en el que la economía nacional no sufrió en exceso, ni bajaron las cifras del paro, sino que se llegaron a crear más de 500.000 puestos de trabajo, y en el que muchos españoles llegaron a pensar que sin Gobierno se vivía incluso mejor que con él. Así, al menos, nadie podía subirnos los impuestos.

Los casi doce meses que España ha pasado en funciones hemos entrado a formar parte de un ranking de dudosa reputación. Nuestro país se ha situado en el cuarto puesto de la lista de naciones con más días sin Gobierno, sólo superados por Bélgica, que estuvo 541 días, por Moldavia, con 528, y por Camboya, con 352. Ganamos con solvencia a Irak, donde los partidos políticos lograron ponerse de acuerdo 289 días después de las elecciones en ese país.

En este año sin Gobierno, España ha vivido un periodo histórico que será recordado para siempre a nivel político y que se estudiará en un futuro en las aulas escolares. Ha pasado de todo: dos elecciones y la amenaza muy probable de unas terceras, un doble ganador de los comicios que ha estado a punto de no ser presidente, un líder del PSOE que acarició llegar a La Moncloa y luego tuvo que dimitir, la irrupción de dos nuevas formaciones que han puesto fin al bipartidismo, movimientos de los poderes fácticos para condicionar acuerdos y pactos, presión a los grandes medios de comunicación, duras acusaciones y un largo etcétera de hechos que ya forman parte de nuestra historia política.

El año que vivimos sin Gobierno, que usted tiene en sus manos, repasa, a modo de crónica periodística, todo lo sucedido en estos diez meses de incertidumbre política. A lo largo de estas páginas el lector podrá rememorar hechos que abrieron telediarios, llenaron páginas y páginas de periódico y fueron tema central en innumerables tertulias. Podrá acceder también a claves que explican muchas cosas de lo sucedido y descubrir detalles e informaciones que no habían visto la luz hasta ahora. Todos estos acontecimientos han sido conocidos de primera mano gracias al contacto permanente que ha tenido el autor de este libro con los protagonistas en el Congreso de los Diputados.

Pasen y disfruten de este relato indispensable para descubrir todo lo sucedido en la política nacional en los diez meses que España ha estado sin Gobierno y conozcan qué es lo que aconteció en las entretelas de la política nacional. Seguro que mucho de lo que sabían o habían oído tendrá sentido cuando terminen de leer estas páginas.

Cómo es el día a día con los políticos

Convivir con políticos es una profesión de riesgo. Evidentemente el corresponsal parlamentario no se juega la vida recorriendo los pasillos de las Cortes Generales, pero estar cerca del poder siempre es peligroso por las amenazas que ello conlleva. A su vez ser cronista político es un trabajo gratificante en la mayoría de las ocasiones. Acudir a una sesión de control al Gobierno o a un Pleno en el Congreso de los Diputados o en el Senado supone recibir una lección magistral de leyes, economía y oratoria. Se aprende realmente desde las gradas del hemiciclo, aunque la mayoría de los españoles piensen que los diputados que nos representan valen más bien para poco. En las tribunas de la Cámara Baja también se disfruta y se pasan buenos ratos con los ataques, los gritos y los espectáculos, a veces bochornosos, que montan algunos grupos parlamentarios. Algunas de estas escenas se relatan en este libro.

El trabajo de un periodista parlamentario es a tiempo completo. El día puede comenzar escuchando una tertulia (o participando en ella) en radio o televisión, repasando la prensa (labor imprescindible), revisando el correo electrónico y demás rutinas. En época de Plenos los lunes son días relativamente tranquilos. Los grupos parlamentarios celebran reuniones internas o se producen movimientos más encaminados a preparar la semana política. De hecho, la mayoría de los diputados ni aparecen por sus despachos el primer día de la semana con actividad congresual.

Los martes son días ajetreados en las dos cámaras. Por la tarde la noticia está en el Senado, donde hay sesión de control al Gobierno. Allí, el presidente y sus ministros responden a las preguntas que les formulan desde la oposición. El mismo día, los martes, hay Pleno en el Congreso, el epicentro de la política de alto nivel. En la legislatura que arrancó en octubre de 2016 estas sesiones son de gran importancia ya que un Gobierno sin mayoría puede ser derrotado si la oposición se pone de acuerdo, lo que deja al presidente en una debilidad difícil de sostener. Los Ejecutivos con mayorías absolutas son más aburridos para un periodista en las Cortes ya que la disciplina de voto lleva al grupo parlamentario que sustenta al Gobierno a ejercer lo que se conoce como rodillo o voto en bloque, según la indicación del jefe de turno. En el parlamentarismo español, además, son escasos los casos de indisciplina de voto. Pero, probablemente, no volvamos a ver un Gobierno con mayoría absoluta en muchos años, lo que hace más entretenido el trabajo de políticos y periodistas.

Los miércoles comienzan a las 09:00 horas con el control al Gobierno, ya en el Congreso y siguiendo el mismo procedimiento que la tarde anterior en el Senado. Lo más llamativo de estas sesiones es ver cómo el presidente del Gobierno es preguntado por los líderes de la oposición y cómo son las réplicas. Acto seguido se reanuda el Pleno con alguna toma de consideración.

La actividad de los diputados se completa con las comisiones, que son reuniones sectoriales que sirven para llevar determinados asuntos al Pleno. Es el auténtico trabajo en silencio de sus señorías, al que dedican horas y horas, y que no está suficientemente valorado. Además, en el Congreso suelen celebrarse sesiones especiales, como el debate sobre el Estado de la Nación, el de Presupuestos, la investidura o la solemne apertura de la legislatura, que cuenta con la presencia de los reyes. También hay una doble jornada de puertas abiertas, en diciembre, aunque cualquier español puede acudir el resto del año a la tribuna de invitados, previa autorización. Es una experiencia recomendable.

La convivencia del periodista parlamentario con los diputados es, en general, muy buena. Son accesibles, te dan sus teléfonos, te llaman, les llamas, te atienden, te invitan a comer o a un café… Llama la atención comprobar cómo algunos de ellos toman una pose a la hora de conceder entrevistas o de protagonizar ruedas de prensa y luego, sin cámaras ni micrófonos, son muy diferentes. En privado y en las distancias cortas no son tan radicales o fieros como aparentan algunos de los diputados más polémicos. Se sorprenderían de la cercanía de algunos ministros, por ejemplo, que en televisión siempre aparentan ser justo lo contrario. Otro de los detalles que llaman la atención cuando un periodista pasa media semana en el Congreso es la sintonía que tienen algunos diputados de diferentes colores entre sí. Representantes del Partido Popular, por ejemplo, hablan más de lo que parece con sus homólogos del PSOE, de Ciudadanos o, incluso, de Podemos. También con los independentistas, aunque también hay fobias y mala sintonía entre algunos. Muchos comparten, además, viajes o confidencias que serían noticia destacada si se hicieran públicas.

La relación que quizá más pueda sorprender al lector es la que tienen Mariano Rajoy y Pablo Iglesias. Ambos, como se va a repasar en las próximas páginas, mantienen un tú a tú más cercano de lo que pueda parecer. El presidente del Gobierno considera al líder de Unidos Podemos como una persona inteligente, en las antípodas de sus posicionamientos, pero con un predicamento que le llama la atención. Iglesias, por su parte, considera a su rival como uno de los políticos más listos del Parlamento; por algo será —ha reconocido— que lleva tantos años en la primera línea política. Como comprobará el lector, Rajoy e Iglesias tuvieron un enemigo en común: los llamados poderes fácticos.

La cafetería y el patio del Congreso, esos lugares tan especiales

El Congreso tiene dos cafeterías. Una situada en el edificio principal de la Cámara y otra ubicada en la ampliación. La más interesante es la primera. Allí acuden la mayoría de los diputados a desayunar, comer o tomar un café. Se encuentra en la tercera planta y tiene dos ambientes: una gran barra alargada y un lugar, a la derecha según se accede, con mesas y sillas bajas para poder sentarse. Es en ese lugar más tranquilo donde se puede ver a Pablo Iglesias charlar con su equipo de asesores muchos días o donde se puede conseguir una confidencia de un político relajado y en confianza.

En la gran barra sucede de todo: se puede ver a un asesor de Unidos Podemos pedir un gin tonic coincidiendo con la sesión de investidura definitiva de Rajoy (esta anécdota es real), a un grupo de escoltas de Presidencia del Gobierno tomar algo caliente en una fría mañana de invierno o a unos ujieres charlar en sus ratos libres.

La cafetería del Congreso también está rodeada de polémica. El expresidente Zapatero no sabía cuánto costaba un café, lo que viene a confirmar que los presidentes del Gobierno cuando llegan a La Moncloa se olvidan de lo que sucede en la calle. Los camareros recuerdan con humor aquella anécdota. Cabe decir que los profesionales de este servicio disponen de una amabilidad especial. Es de justicia rendirles homenaje desde estas páginas a estos guardianes en ocasiones de secretos inconfesables.

El patio del Congreso es un lugar también peculiar. Está situado entre la zona de Palacio, donde se ubica el hemiciclo y las principales estancias (del Gobierno, de la Presidenta del Parlamento, de la Mesa y del jefe de la oposición), y la ampliación, donde se sitúan los despachos de los diputados, la sala de prensa, la cafetería o diferentes lugares donde se desarrollan las comisiones.

En el patio del Congreso es donde se producen la mayoría de las conversaciones entre periodistas y políticos. Allí se puede escuchar a Rajoy decir que dará a conocer su Gobierno cuatro días más tarde o se podía abordar a Pedro Sánchez para preguntarle sencillamente cómo se encontraba. Allí salen los diputados fumadores y, entre pitillo y whatsapp, se juntan con los informadores. Y les hacen confesiones, más o menos indiscretas. Los hay también que no sueltan prenda, pero en general todos los parlamentarios son accesibles y generosos con los periodistas. Más si cabe si van a ser los protagonistas en un Pleno o están preparando una comisión, casos en los que les interesa que su mensaje se destaque en los periódicos, de ahí que se muestren más cercanos con los informadores.

En el patio del Congreso también hay corrillos donde un periodista se puede enterar de qué ha comido Mariano Rajoy ese día o por qué Albert Rivera pedía la cabeza del líder del PP de manera insistente. La mayoría de las conversaciones son off the record, pero, si se le pide, lo más normal es que el diputado acceda a conceder una entrevista. Ya dentro de los edificios hay situados varios sets de televisión. Es ahí donde los diputados lanzan sus mensajes diarios en las tertulias matinales o vespertinas, en una carrera por transmitir su eslogan lo mejor posible.

El Congreso es, en resumen, un lugar único donde un periodista puede hacer vida perfectamente. Incluso uno se puede tomar un gin tonic por un precio inferior al de la calle (las tarifas subieron antes de que Rajoy fuera investido presidente en 2011 como consecuencia de que se publicaran los irrisorios precios de las copas en sus instalaciones) o renovarse el pasaporte y el DNI a la vez en la comisaría que hay en su interior.

Mención especial merecen los ujieres, que guardan para sí los mayores secretos políticos. Seguro que habrán visto alguna vez a Paloma, la mujer que aparta a los fotógrafos del escaño del presidente del Gobierno cuando suena el timbre al inicio de una sesión de control. O los trabajadores del departamento de prensa, que hacen que el día a día en ese lugar sea un poco más fácil. Así es la pequeña gran familia de las Cortes.