Primera edición digital: junio 2017
Imagen de la cubierta: Aliaksandr Kazantsau | Dreamstime.com
Diseño de la colección: Jorge Chamorro
Corrección: Alexandra Jiménez
Revisión: Laura Vera
Versión digital realizada por Libros.com
© 2017 Marian Molina
© 2017 Libros.com
editorial@libros.com
ISBN digital: 978-84-17023-65-2
Fue gracias a él, también a ella, a nosotros
y a vosotros, por quien soñé este libro.
Hubo un momento en el que me di cuenta de que nunca llegarían a acuerdo alguno. Eran demasiados años de lucha, eran excesivas discusiones sin concluir en nada común. Cada uno siempre en direcciones opuestas, por caminos diferentes.
Mi mente y mi corazón siempre en disputa. Lo que una me decía, el otro no lo aceptaba.
Un día, todo acabó en una fractura.
A modo de rastrillo, abro mi mano izquierda y la sumerjo en la fresca y clara agua del Mediterráneo. Lentamente la sumerjo una y otra vez, recreándome en ver cómo cada última gotita, de cada uno de mis dedos, se escurre hasta ahogarse en la inmensidad. Al ritmo y con el vaivén de las olas que ya empieza a marearme, en esta barquichuela desde la que no diviso el horizonte, mi corazón late cada vez más fuerte porque navego sin remos, sola, sin salvavidas, perdida. Para volver a calmarme, llevo hasta mi oído derecho la caracola que sujeto con fuerza y oigo tu voz: «Marina, Marina, Marina…».
Otra vez estoy a la deriva hasta que te vuelva a ver.
Después de tanto tiempo y tantas experiencias con ellos, pasé a estar con ellas. Para mi sorpresa, ellas no eran tan diferentes a ellos, sólo había cambiado el «nosotros» por «nosotras», el resto era igual. Así que tuve que volver al origen de toda confusión: Yo.
Cada día, durante incontables años, después de ducharse, se recoge el pelo con delicadeza, se maquilla meticulosamente, se perfuma sutilmente, desayuna con tranquilidad y se pone el mismo traje de impostora del que ya nunca conseguirá desembarazarse.
A veces paso el día llorando porque nadie me ve.
Siempre hay un momento en el que pongo mis manos sobre las suyas, temblorosas, y, en ese instante, somos la misma persona. Somos uno en la lucha y en la victoria al miedo. No entiendo su lengua, ni veo si su rostro es blanco o negro, pero su corazón angustiado me habla en silencio, palpita libertad. Nuestras almas se reconocen.
Ciega de nacimiento, llegué a este campo de refugiados para trabajar como voluntaria hace más de un año.
Decidió aguardarlo con esperanza y creyó que el tiempo lo traería a su vida. Pasó que la esperanza se acabó enamorando del tiempo.
Tan sólo en esos segundos en los que rebusco en mi bolso para encontrar el monedero, seguidos por la búsqueda de la moneda que te daré, en esos segundos y sólo en esos, me convierto en ti.