Muñoz Ledo, Norma
El gran mago Sirasfi; ilustraciones de Mauricio Gómez Morín. – México: Ediciones SM, 2017

Formato digital
ISBN: 978-607-24-2712-9

1. Literatura mexicana 2. Aventura - Literatura infantil 3. Imaginación – Literatura infantil 4. Amistad – Literatura infantil
Dewey 863 M86

Para Sofía, Renata y Hera

Los HECHOS NARRADOS en esta historia de ficción suceden entre 1931 y 1932 en el barrio de Mixcoac, en la Ciudad de México. Desde la década de 1920, este pueblo, junto con los de Iztacalco, San Francisco Xilcaltongo, San Andrés Tetepilco y el rancho de Los Amores, formaba parte del ayuntamiento de Mixcoac. En los años en que transcurre esta historia, cuando habían desaparecido los municipios de la ciudad, Mixcoac no había dejado de ser un pueblo pintoresco pese a la reciente urbanización de la calzada de los Insurgentes, que atraviesa de norte a sur la Ciudad de México comunicándola con el entonces pueblo de San Ángel. Otro lugar cercano a Mixcoac era la villa de Tacubaya. Además del río Churubusco, había arboledas y, al lado de ladrilleras y terrenos cultivados, se construyeron parques, algunos de los cuales perduraron hasta la total integración urbana.

UN NUEVO PUENTE SOBRE EL RÍO

CORRÍA el mes de febrero y hacía frío esa mañana. Era muy temprano, los gallos cantaban y el sol apenas asomaba. Daniel se vistió rápidamente. Quería ver con sus propios ojos el enorme eucalipto que estaba frente a la casa de los Escalona y que, según les había contado su papá, el día anterior se había caído sobre el río Churubusco. ¡Era el árbol más grande de toda la ribera!

Y lo mejor: ¡era un puente nuevo! Daniel quería ser el primero en verlo. Se abrigó bien y, con paso rápido y ansioso, caminó las pocas calles que separaban su casa de la de los Escalona cuando llegó por fin y se quedó muy asombrado: ahí estaba, tirado sobre el río, un gran eucalipto. Formaba un puente perfecto, aunque conservaba todavía todas sus ramas. Daniel no perdió un instante para recorrerlo de punta a punta. Se subió al enorme tronco y llegó corriendo entre las ramas hasta la otra orilla, y luego de regreso, y después de nuevo hasta el otro lado, y así estuvo un buen rato hasta que, cansado, se sentó entre las ramas del árbol a ver cómo pasaba el agua lodosa por debajo. Ahí estaba, mirando el agua perezosamente, cuando un leve resplandor en la orilla llamó su atención. ¿Qué podía ser? Se acercó un poco y descubrió que, entre la arena, había algo que brillaba mucho. Sin pensarlo dos veces, se quitó los calcetines y los zapatos, se arremangó los pantalones y se metió al río para sacar eso que brillaba tanto. El agua estaba helada, pero a Daniel no le importó. Su solo pensamiento era sacar aquello del río. Al principio, pensó que era una moneda nueva pero luego notó que era algo de color rojo. Intentó sacarlo una y otra vez; sin embargo, cuando ya lo tenía, se le escapaba entre los dedos como si fuera un pez que quisiera huir. Varias veces lo tuvo en sus manos y pudo ver muy bien lo que era: una piedra roja y transparente. Dentro de ella se veía una especie de fuego que brillaba. Era preciosa, y no podía dejar de verla mientras la tenía entre las manos pero, cuando quería sacarla del agua, se le resbalaba. Daniel se puso los zapatos a toda prisa y corrió hasta su casa por una lata vieja. Fue y vino como rayo, pero al llegar al árbol se encontró con que Arturo Escalona y sus amigos sacaban la piedra del río con ayuda de una cubeta. Daniel se enojó mucho al darse cuenta de que Arturo lo había estado espiando mientras él intentaba sacarla.

—¡Eres un tramposo y un ladrón, Arturo! ¡Yo vi la piedra primero! —gritó Daniel.

—Y eso ¿qué? —contestó Arturo con desenfado—. La piedra está frente a mi casa, por lo tanto es mía. ¿Te molesta?

—Sí, porque yo la vi primero. Es mía.

—¿Oyeron eso, muchachos? —dijo Arturo a sus amigos.

La pandilla de Arturo dejó lo que estaba haciendo y se acercó a él. Eran cinco y Daniel sabía muy bien que tenían fama de peleoneros así que mejor decidió irse de ahí antes de que las cosas se pusieran feas. Mientras caminaba hacia su casa, se sentía muy triste y enojado. ¡La piedra era tan bonita! Le hubiera gustado que fuera suya.

Sin embargo, a partir de ese día sucedió algo extraño: aunque pasaba el tiempo, Daniel no podía olvidar la piedra, ¡al contrario!: cada vez que cerraba los ojos por las noches la veía, tan clara y brillante como si la tuviera enfrente. Y así fue hasta que...

UN ANUNCIO INESPERADO

AL año siguiente, un lunes de enero de 1932 pasó algo que estremeció la apacible y calmada vida del pueblo de Mixcoac. Los vecinos de la calle de Hidalgo, atrás del mercado, salieron de sus casas para averiguar qué pasaba. A lo lejos se oían música, voces, gritos y aplausos. Pronto lo supieron: se acercaba una banda de músicos. Venía por la calle de La Campana. ¡Era una banda muy alegre! Vestían trajes azules, verdes, rojos y gorras de colores. Había tres trompetas, un trombón, dos flautas y seis tambores de diferentes tamaños. Atrás de la banda, un elefante avanzaba cadenciosamente guiado por una mujer que iba de pie sobre su lomo, vistiendo un ajustado traje de baño con grandes plumas en las caderas. En seguida, marchaban dos caballos con elegantes penachos de plumas en las crines, dirigidos por un joven que llevaba un pie en el lomo de cada caballo. Con una mano sostenía las dos bridas y con la otra saludaba a la gente. Después de ellos, caminaban seis perritos y dos cochinos, todos con moños de colores en el cuello. Luego venía una jaula con gruesos barrotes en la que viajaba un león dormido. A continuación, dos payasos marchaban como soldados, seguidos por unos mimos vestidos de negro, con guantes blancos y la cara pintada del mismo color. Al final, un señor muy elegante, que vestía un traje negro con corbata de moño y sombrero de copa, caminaba muy alegre, repartiendo papelitos a toda la gente, mientras decía:

—¡Vengan hoy mismo! ¡Vengan al gran Circo Alegría! ¡Payasos! ¡Fieras! ¡El gran mago! ¡En la calle de Las Flores! ¡Dos funciones!...

La gente aplaudía cuando los veía pasar. Por ahí se oía ¡viva el circo! y cosas así. Daniel y su hermano Pepón estaban viendo muy a gusto el desfile con Temístocles y Pablo, cuando dijo Daniel:

—Vamos a la calle de Las Flores, a ver cómo están poniendo el circo. A lo mejor ahí tienen más fieras. Con suerte hasta tienen tigres.

Todos salieron corriendo. La calle de Las Flores estaba muy cerca y llegaron rápido. Ahí encontraron unos carritos-remolque pintados de colores, estacionados frente a la glorieta. Varios trabajadores estaban ocupados preparando una pista circular que rellenaban de arena. Después levantarían una carpa alrededor. Un señor pintaba en una lámina el programa del circo. Por ahí se paseaba un hombre con mirada de fuego que tenía un látigo en la mano. Lo que no había eran tigres. Temístocles se acercó a leer el programa del circo:

Hoy Gran Circo Alegría Hoy

Programa:

Los grandiosos perros y cerdos amaestrados

del maestro Farfalle

El soberbio Markishko, domador de fieras

Los magníficos trapecistas Vanessa, Genoveva y Plutarco

Los graciosísimos payasos Bobito y Alegría

Los increíbles mimos Gustavo y Fredo

El gran mago Sirasfi

2 Funciones 2

4 de la Tarde y 7 de la Noche

Entrada: 50 centavos adulto y 25 centavos niño

—¡Esto va a estar muy bueno! —dijo Daniel—. ¡Hay que venir hoy mismo al estreno!

Regresaron a su casa platicando muy animados. En todo Mixcoac nadie hablaba más que del circo; era la novedad más nueva.

Cuando Daniel y Pepón llegaron a su casa, entraron corriendo a la cocina, hablando los dos al mismo tiempo:

—¡Mamá! ¡Ya vimos cuánto cuesta el circo! ¡Por favor! ¡Hay que ir hoy! ¡25 centavos por niño! ¡Por favor!

—¡Calma! ¡Calma! —dijo doña Margarita.

—Solo cuesta 25 centavos por niño —explicó Pepón.

—¡Danos cincuenta centavos, ándale mamá! —dijo Daniel.

—Mejor le decimos a tu papá cuando llegue y nos vamos todos.

—¡Bueno!

Don Antonio, su papá, llegó a eso de las cinco.

Comieron y se prepararon para ir a la función de la noche, que empezaba a las siete. Se pusieron guapos: don Antonio se puso su abrigo, doña Margarita sus guantes y su sombrero y a los niños también les pusieron un sombrero. Daniel no quería, pero su mamá le dijo que si no se lo ponía, no iba al circo. En el camino vieron a mucha gente conocida, todos iban al mismo lugar. Por ahí caminaba muy serio Temístocles, con un sombrero de paja que tenía un listón azul que caía por detrás. Daniel dijo que él no se pondría jamás uno así aunque nunca lo llevaran al circo.

Llegaron a tiempo y se sentaron en la primera fila. Mientras empezaba la función, Pepón dijo:

—Oye, Daniel, ¿verdad que el señor de la corbata de moño anunció que había un mago?

—Sí —respondió Daniel.

—¿Tú lo viste en el desfile?

—No.

—¿No sería uno de los que llevaba la cara pintada de blanco? —insistió Pepón.

—¿Cómo crees? —dijo Daniel.

Se le veía un poco fastidiado por tanta pregunta. Pepón ya no quiso decir nada más. Daniel no aguantaba muchas preguntas, aunque supiera las respuestas.

EL GRAN CIRCO ALEGRÍA

DESPUÉS de un rato las luces se apagaron y solo quedó iluminada la arena, a la cual salió el señor elegante del traje negro con corbata de moño y sombrero de copa. Se detuvo en el centro de la rueda, hizo al público una gran reverencia quitándose el sombrero con la mano izquierda y llevándose la derecha al pecho. Sus enormes ojos chispeaban mientras echaba una ojeada al público, al tiempo que retorcía las puntas de sus largos bigotes. Luego dijo con un vozarrón tremendo:

—¡Tengan buenas noches, damas, caballeros y niños! ¡Mee presentooo! ¡Soy Mateo Zulcker, dueño y animador del Grraaan Ciiirrrcooo Aaaleegrrííía! ¡Bieeenvenidoooos!