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Ernst Cassirer (1874-1945), célebre filósofo alemán, es uno de los principales representantes de la escuela neokantiana de Marburgo. Fue profesor de filosofía en Berlín y los Estados Unidos. En sus trabajos abordó la historia de la filosofía de la Antigüedad clásica, el Renacimiento y la Ilustración. De su obra el FCE también ha publicado, entre otros títulos, Kant, vida y doctrina (1948), Antropología filosófica (2ª ed., 1963) y Filosofía de la Ilustración (3ª ed., 1973).

Filosofía de las formas simbólicas

TOMO III

Traducción de

ARMANDO MORONES

Ernst Cassirer

FILOSOFÍA DE LAS FORMAS SIMBÓLICAS

III. Fenomenología del reconocimiento

 Sección de Obras de Filosofía

Primera edición en alemán, 1923-1929
Primera edición en español, 1976
Segunda edición en español, 1998
Primera edición electrónica, 2017

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PREFACIO

EL TERCER volumen de la Filosofía de las formas simbólicas se remonta a las investigaciones con las que hace dos decenios empecé mi labor filosófica sistemática. El punto central de la consideración es nuevamente el problema del conocimiento, la estructura y organización de la “imagen teorética del mundo”. Sin embargo, la pregunta por la forma fundamental del conocimiento se plantea ahora en un sentido mucho más amplio y general. Las investigaciones de mi obra Concepto de sustancia y concepto de función (1910) parten de que la integración básica del conocimiento y su ley constitutiva pueden descubrirse con mayor claridad y agudeza ahí donde el conocimiento ha alcanzado su más alto nivel de “necesidad” y “universalidad”. De ahí que dicha ley fuera buscada en el campo de la matemática y de la ciencia natural matemática, en la fundamentación de la “objetividad” físico-matemática. Por consiguiente, la forma del conocimiento, tal como ahí quedó determinada, coincidía en lo esencial con la forma de la ciencia exacta. La Filosofía de las formas simbólicas ha ido más allá de este planteamiento inicial del problema tanto en cuanto al contenido como en cuanto al método. Ella ha ampliado el propio concepto fundamental de teoría al tratar de probar que no sólo son auténticos factores y motivos formales los que imperan en la configuración de la imagen científica del mundo, sino también los que ya existen en la configuración de la “imagen natural del mundo”, la imagen de la percepción y la intuición. Finalmente, la filosofía de las formas simbólicas se vio también conducida más allá de estos límites de la imagen “natural” del mundo, de la imagen de la experiencia y la observación, al haber hallado en el mundo mitológico una relación que, aunque no es reductible a las leyes del pensamiento empírico, en modo alguno carece de ley, sino que presenta una forma estructural con un carácter peculiar e independiente. A partir de los resultados obtenidos hasta aquí, tal como fueron expuestos en el primero y segundo volúmenes de esta obra, el tercer volumen trata de extraer ahora la consecuencia sistemática, esforzándose por explicitar el nuevo concepto de objeto al que hemos llegado, en todo su alcance y en toda la riqueza de posibilidades de configuración que implica. Bajo el estrato del conocimiento conceptual, “discursivo”, se extienden y cimentan ahora esos otros estratos espirituales que nos ha revelado el análisis del lenguaje y del mito; y en constante referencia a esta infraestructura hemos tratado de determinar la peculiaridad, la organización y arquitectura de la “superestructura” de la ciencia. De este modo la Filosofía de las formas simbólicas introduce dentro de su esfera de problemas la imagen del mundo del conocimiento exacto, pero ahora lo aborda por otro camino y, en consecuencia, lo enfoca desde una perspectiva distinta. En lugar de considerarlo meramente en su estado actual, trata de aprehenderlo en sus necesarios estados intelectuales intermedios. Partiendo del “fin” relativo que el pensamiento ha alcanzado aquí, pregunta por el medio y por los comienzos, para comprender lo que es y significa este mismo fin, mediante esa ojeada retrospectiva.

En la introducción he expuesto más detalladamente los puntos de vista generales que supone este planteamiento del problema; aquí sólo falta todavía dar una breve explicación y justificación del título que elegí para las investigaciones de este volumen. Cuando hablo de una “fenomenología del conocimiento” no me uno a la terminología moderna, sino que me remonto al significado fundamental de la “fenomenología” que Hegel estableció, fundamentó sistemáticamente y justificó. Para Hegel la fenomenología se convierte en el supuesto fundamental del conocimiento filosófico, puesto que a éste le impone la exigencia de abarcar la totalidad de las formas espirituales, y porque, según Hegel, esta totalidad sólo puede manifestarse en el tránsito de una forma a la otra. La verdad es el “todo”, pero este todo no puede darse de una buena vez, sino que tiene que ser desenvuelto progresivamente por el pensamiento en su propio movimiento y siguiendo el ritmo de éste. Este desenvolvimiento es lo que constituye el ser y la esencia de la ciencia misma. Por eso el elemento del pensamiento, en el cual se encuentra y vive la ciencia, alcanza su plenitud y transparencia sólo por medio del movimiento de su devenir. “Por su parte, la ciencia pretende que la autoconciencia se eleve hasta ese éter, para vivir y poder vivir en y con aquélla. Por el contrario, el individuo tiene el derecho de exigir que la ciencia le proporcione la escalera que alcance cuando menos hasta este punto y se lo muestre en sí mismo. Su derecho se funda en su absoluta independencia, la cual él sabe que posee en cada forma de su saber; pues en cada forma, reconózcala o no la ciencia y sea cual fuere su contenido, la autoconciencia es la forma absoluta, esto es, la certeza inmediata de sí mismo y si se prefiere esta expresión, es por ello ser absoluto” (Fenomenología del espíritu, “Prefacio”, cf., t. II, p. IX). No se puede expresar más agudamente que el fin, el telos del espíritu no puede ser alcanzado y expresado si se lo toma como algo existente por sí mismo, aislado y separado de su comienzo y su medio. La reflexión filosófica no contrapone de este modo el fin al medio y al comienzo, sino que los toma como tres momentos integrantes de un movimiento conjunto unitario. En este principio fundamental de la consideración la Filosofía de las formas simbólicas coincide con la formulación hegeliana, aun cuando tenga que recorrer otros caminos tanto en la fundamentación como en el desarrollo de la misma. También ella quiere proporcionarle al individuo “la escalera” que lo conduzca de las configuraciones primigenias, tal como se encuentran éstas en el mundo de la conciencia “inmediata”, hasta el mundo del “conocimiento puro”. Sub specie de la consideración filosófica no se puede prescindir de ninguno de los peldaños de esa escalera; cada uno puede y tiene que exigir que se le considere, se le aprecie, se le “conozca”, si es que no sólo se trata de comprender al conocimiento en su resultado, en su mero producto, sino también en su carácter puro de proceso, en el tipo y forma del procedere mismo.

Por lo que toca al desarrollo del tema en particular, la tercera parte de este tomo, la cual trata de la estructura del mundo físico-matemático de los objetos, está ligada a los resultados de análisis anteriores. Se atiene completamente al principio que guió y determinó esos análisis, a saber, la idea del “primado” epistemológico del concepto de ley frente al concepto de cosa; sin embargo, ahora se necesitaba confirmar y aclarar esa idea a la luz del poderoso desarrollo intelectual que han experimentado en estos dos últimos decenios la matemática y la ciencia natural exacta. Había que mostrar cómo, a través de todos los cambios radicales que han experimentado el contenido y la forma de la ciencia exacta, la continuidad puramente metodológica no se ha interrumpido ni abandonado; antes bien, justamente esas transformaciones del contenido son las que han confirmado y esclarecido esa continuidad. Ahora bien, mientras que en la exposición de esa circunstancia pude remitirme a investigaciones anteriores y apoyarme en ellas,1 las dos primeras partes de este tomo se vieron frente a un difícil problema. No podían moverse dentro de un marco trazado y determinado de antemano sino que primero debían tratar de conquistar y delimitar su propio campo. Es cierto que también esas partes, las cuales esencialmente versan sobre la forma fundamental de la percepción de la expresión y de la percepción de las cosas, tratan de problemas conocidos: problemas que habían sido ya planteados desde mucho tiempo atrás por la psicología, la epistemología, la fenomenología y la metafísica. Sin embargo, todas estas cuestiones adquieren una nueva forma y una significación distinta en cuanto se las mira en el contexto que integran a través de la referencia a la cuestión sistemática fundamental de la Filosofía de las formas simbólicas. Aquí se produce para ellos una especie peculiar de visión de conjunto a través de la cual es variada su “orientación” intelectual. Para que pudiera destacarse claramente esa especie de “sinopsis” espiritual había que tratar de abarcar en su diversidad y en su multiplicidad concreta todo el material que ofrecen la fenomenología, la psicología y, finalmente, la patología de la percepción; sin embargo, al mismo tiempo había que descubrir en ese mismo material una nueva problemática. Nunca perdí de vista que este intento no puede ser más que un comienzo; si es que lo llevo a cabo, lo hago con la esperanza de que la investigación filosófica y la investigación científica especializada lo volverán a emprender y a proseguir.

Como en mis trabajos anteriores, también en éste he tratado de no separar la consideración sistemática de la consideración histórica, sino que he buscado la unión íntima de ambas. Sólo en semejante interrelación permanente pueden aclararse e impulsarse recíprocamente. Sin embargo, no se puede aspirar a ninguna especie de “exhaustividad” en las exposiciones puramente históricas, sin sobrepasar las marcas de esta obra. Tomé los hilos de esa exposición y los volví a abandonar siempre que fue necesario para esclarecer y subrayar materialmente determinados problemas sistemáticos fundamentales. Me comporté de la misma manera en lo relativo a la filosofía moderna. Aunque no eludí las discusiones con ella, siempre que éstas fueron convenientes para esclarecer y profundizar el propio planteamiento del problema, nunca permití que tales discusiones llegaran a convertirse en un fin en sí. En los planes originales de este libro estaba prevista una última parte en la que debía exponerse de manera detallada, fundamentarse críticamente y justificarse la relación que guarda la idea fundamental de la Filosofía de las formas simbólicas con la labor global de la filosofía del presente. Si renuncié al final a esa parte fue para ya no hacer este tomo todavía más voluminoso de lo que había resultado ya en el curso de su redacción, y para no recargarlo con discusiones que, en última instancia, quedaban fuera del camino que su propio problema le señalaba temáticamente. Sin embargo, tengo la intención de no renunciar a esa discusión en cuanto tal, pues nunca me ha parecido provechosa ni fructífera la costumbre, nuevamente tan en boga, de colocar en el espacio vacío —por así decirlo— los pensamientos propios, sin inquirir por su relación y vínculos con la labor total de la filosofía científica. Así pues, la parte crítica que inicialmente debía cerrar este tomo tiene que quedar reservada para otra publicación futura que, bajo el título de Vida y espíritu. Hacia una crítica de la filosofía del presente, espero poder ofrecer en breve.

Por lo que toca a la literatura filosófica y científica, a la cual se refiere la exposición, hago notar que el manuscrito de este tomo estaba concluido ya hacia fines del año de 1927; la publicación se retrasó sólo porque entonces todavía estaba planeada la anexión de la última parte “crítica”. En consecuencia, las obras de los dos últimos años sólo pude tomarlas en cuenta de manera suplementaria en algunos casos.

ERNST CASSIRER
Hamburgo, julio de 1929