Portada: Por qué este mundo. Benjamin Moser
Portadilla: Por qué este mundo. Benjamin Moser

 

Edición en formato digital: octubre de 2017

 

Título original: Why this World: A Biography of Clarice Lispector

En cubierta: fotografía de Clarice Lispector

Diseño gráfico: Ediciones Siruela

© Benjamin Moser, 2009

© De la traducción, Cristina Sánchez-Andrade

De las fotografías, excepto cuando se indica,
© Heirs of Clarice Lispector

© Ediciones Siruela, S. A., 2017

 

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

 

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

28010 Madrid.

 

www.siruela.com

 

ISBN: 978-84-17151-56-0

 

Conversión a formato digital: María Belloso

Índice

Mapa del oeste Ucrania hacia 1920

Mapa de Brasil en 1922

Árbol genealógico de los Lispector

 

Por qué este mundo

 

Introducción. La Esfinge

1. Fun Vonen Is a Yid?

2. Ese algo irracional

3. El pogromo normal

4. El nombre perdido

5. La Estatua de la Libertad

6. Gringos Griener

7. Las historias mágicas

8. Melodrama nacional

9. Solo para locos

10. Volando hasta Río

11. Dios agita las aguas

12. Directa del Zoo

13. El huracán Clarice

14. Trampolín hacia la victoria

15. Principessa di Napoli

16. La sociedad de las sombras

17. Volumen en el cerebro

18. Cementerio de sensaciones

19. La estatua pública

20. La tercera experiencia

21. Sus collares vacíos

22. Mausoleo de mármol

23. El equilibrio íntimo

24. Redención a través del pecado

25. La peor tentación

26. Perteneciendo a Brasil

27. Mejor que Borges

28. La cucaracha

29. ¡Y revolución!

30. El huevo es realmente blanco

31. Un áspero cactus

32. Posibles diálogos

33. Terror cultural

34. «Me humanicé»

35. Monstre sacré

36. La historia de instantes que huyen

37. Purgada

38. Batuba jantiram lecoli?

39. Gallina en salsa negra

40. Pornografía

41. La bruja

42. La cosa misma

43. Silencio lispectoriano

44. Hablando desde la tumba

45. Nuestra Señora de la Buena Muerte

 

Epílogo

Agradecimientos

Fotografías

Notas

Obras citadas

Créditos de las ilustraciones

 

A Arthur Japin y Lex Jansen

Mapa del oeste Ucrania hacia 1920

mapa_ucrania.jpg 

Mapa del oeste Ucrania hacia 1920

mapa_brasil.jpg 

Árbol genealógico de los Lispector

arbol_genealogico.jpg 

Por qué este mundo

 

«Lava tus ropas y, si es posible, que todas tus prendas sean blancas, porque esto ayuda a encaminar tu corazón hacia el temor y amor por Dios. Si fuere de noche, enciende muchas luces hasta que todo brille. Entonces toma la pluma, la tinta y una tabla y recuerda que te dispones a servir a Dios en el júbilo de tu corazón. Ahora, empieza a combinar unas cuantas o muchas letras, para variarlas y mezclarlas hasta que tu corazón entre en calor. Pon atención a sus movimientos y a lo que puedes lograr al moverlas. Y, cuando sientas que tu corazón ya ha entrado en calor y cuando veas que por la combinación de las letras no puedes aprehender cosas nuevas que, por la tradición humana o por ti mismo, no serías capaz de conocer, y cuando estés así preparado para recibir el influjo del poder divino que te inunda, entonces concéntrate con la mayor fuerza en imaginar el Nombre y sus ángeles exaltados dentro de tu corazón, como si fueran seres humanos sentados o parados a tu alrededor».

 

ABRAHAM ABULAFIA

(1240-después de 1290)

Introducción
La Esfinge

En 1946, la joven escritora brasileña Clarice Lispector volvía de Río de Janeiro a Italia, en donde su marido era vicecónsul en Nápoles. Había viajado a casa como correo diplomático, transportando despachos para el Ministerio de Asuntos Exteriores brasileño, pero, al estar las rutas habituales entre Europa y Sudamérica interrumpidas por la guerra, el viaje para reencontrarse con su marido siguió un itinerario inusual. De Río voló hasta Natal, en el extremo nororiental de Brasil; de allí hasta la base británica de la isla de Ascensión en el Atlántico Sur, hasta la base aérea de Liberia, hasta las bases francesas de Rabat y Casablanca, y a continuación, vía El Cairo y Atenas, hasta Roma.

Antes de cada etapa del viaje tenía unas cuantas horas, o días, para ver algo de la ciudad. En El Cairo, el cónsul brasileño y su mujer la invitaron a un cabaret, en donde se quedaron maravillados al contemplar la exótica danza del vientre al ritmo del éxito del Carnaval carioca de 1937, «Mamá yo quiero» de Carmen Miranda.

El propio Egipto no logró sorprenderla; escribió a un amigo, de vuelta en Río de Janeiro: «Vi las Pirámides, la Esfinge; un musulmán me leyó la mano en el desierto y me dijo que tenía un corazón puro... Hablando de esfinges, pirámides, piastras, es todo de un gusto terrible. Es casi impúdico vivir en El Cairo. El problema consiste en intentar sentir algo que no haya sido explicado por un guía»1.

Clarice Lispector nunca volvió a Egipto. Pero muchos años después se acordó de su breve visita turística cuando, en las «arenas desérticas», le sostuvo la mirada nada menos que a la propia Esfinge. «No la descifré», escribió la orgullosa y bella Clarice. «Pero tampoco ella me descifró a mí»2.

 

 

 

Cuando murió en 1977, Clarice Lispector era una de las figuras míticas de Brasil, la Esfinge de Río de Janeiro, una mujer que fascinó a los hombres de su país casi desde desde la adolescencia. «Su visión me impactó», recordaba el poeta Ferreira Gullar de su primer encuentro. «Los ojos verdes almendrados, los pómulos marcados; parecía una loba, una loba fascinante... Pensé que si la volvía a ver, me enamoraría de ella sin remedio»3. «Había hombres que no consiguieron olvidarme en diez años», admitió ella. «Había un poeta americano que amenazó con suicidarse porque yo no le correspondía»4. El traductor Gregory Rabassa recordó haberse «quedado atónito al conocer a esa persona extraña que se parecía a Marlene Dietrich y escribía como Virginia Woolf»5.

Hoy, en Brasil, su llamativo rostro decora sellos postales. Su nombre otorga distinción a apartamentos de lujo. Sus obras, a menudo desestimadas durante su vida por herméticas o incomprensibles, se venden en máquinas expendedoras en las estaciones de metro. Internet hierve con cientos de miles de fans, y no transcurre un mes sin que aparezca un libro que examine un aspecto u otro de su vida y su obra. Su nombre de pila basta para identificarla con los brasileños cultos, quienes, según comentó una editora española, «todos la conocían, habían estado en su casa y tenían alguna anécdota que contar sobre ella, como hacen los argentinos con Borges. O, en última instancia, fueron a su funeral»6.

La escritora francesa Hélène Cixous declaró que Clarice Lispector era lo que Kafka habría sido de ser mujer, o «si Rilke hubiera sido un judío brasileño nacido en Ucrania. Si Rimbaud hubiera sido madre, si hubiera alcanzado los cincuenta. Si Heidegger hubiera podido dejar de ser alemán»7. Los intentos para describir a esta mujer indescriptible a menudo siguen esta línea, apoyándose en superlativos, aunque los que la conocían, bien en persona o por sus libros, también insisten en que el aspecto más llamativo de su personalidad, su aura de misterio, escapa a la descripción. Cuando murió, el poeta Drummond de Andrade escribió: «Clarice procedía de un misterio / y regresó a otro»8.

Su aire indescifrable fascinaba y desasosegaba a todo el que la conocía. Después de su muerte, un amigo escribió que «Clarice era una extraña sobre la tierra, atravesando el mundo como si hubiera llegado a altas horas de la noche a una ciudad desconocida entre una huelga general de transporte»9.

 

 

 

«Tal vez sus amigos más cercanos y los amigos de estos amigos sepan algo de su vida», escribió un entrevistador en 1961. «De dónde viene, en dónde nació, cuántos años tiene, cómo vive. Pero nunca habla de eso, “porque es muy personal”»10. Compartía muy poco. Una década después, otro periodista frustrado resumió las respuestas de Clarice en una entrevista: «No lo sé, no estoy familiarizada con ello, nunca he oído hablar de ello, no soy consciente, no es de mi conocimiento, es difícil de explicar, no sé, no considero, no lo he escuchado nunca, no estoy familiarizada con ello, no hay, no creo»11. Un año antes de su muerte, un periodista procedente de Argentina trató de sonsacarle información: «Dicen que es usted evasiva, difícil, que no habla. A mí no me parece que sea así». Clarice contestó: «Es obvio que tenían razón». Después de obtener respuestas monosilábicas, el periodista cubrió el silencio con la historia de otra escritora.

 

Pero no dijo nada. No sé si ni siquiera me miró. Se levantó y dijo:

—Puede que vaya a Buenos Aires este invierno. No se olvide de llevarse el libro que le di. Ahí encontrará material para su artículo.

Era muy alta, con el pelo y la piel caoba, (y) recuerdo que llevaba un traje largo y marrón de seda. Pero puedo estar equivocada. Según salíamos, me detuve ante un retrato al óleo de su rostro.

—De Chirico —dijo antes de que pudiera preguntar. Y luego, en el ascensor—: Perdón, no me gusta hablar12.

 

Ante esta falta de información, surgió toda una leyenda. Al leer relatos sobre ella en diferentes momentos de su vida, uno apenas puede creer que se refieran a la misma persona. Los puntos de desacuerdo no eran triviales. En cierto momento, se pensó que «Clarice Lispector» era un seudónimo, y que su nombre original no se sabría hasta su muerte. Tampoco estaba claro el lugar exacto de su nacimiento ni qué edad tenía. Se cuestionaba su nacionalidad, y la identidad de su lengua nativa era incierta. Una fuente afirmaría que era de derechas, y otra dejaría caer que era comunista. Una insistiría en que era una católica piadosa, aunque en realidad fuese judía. A veces corrían rumores de que era lesbiana, aunque en cierto momento también circuló el rumor de que era, de hecho, un hombre.

Lo extraño de esta maraña de contradicciones es que Clarice Lispector no es un brumoso personaje conocido a través de los fragmentos de un viejo papiro. Lleva apenas cuarenta años muerta. Todavía vive mucha gente que la conoció bien. Fue famosa casi desde la adolescencia, su vida fue documentada con detalle en la prensa, y dejó tras de sí una correspondencia extensa. Aun así, pocos artistas modernos son tan desconocidos en lo básico. ¿Cómo puede una persona que vivía en una ciudad grande de Occidente, a mediados del siglo XX, que concedía entrevistas, vivía en un bloque de apartamentos y viajaba en avión, seguir siendo tan enigmática?

Ella misma escribió una vez: «Soy tan misteriosa que ni yo misma me entiendo»13.

 

 

 

«Mi misterio», insistió en otro sitio, «es que no escondo ningún misterio»14. Clarice Lispector podía resultar parlanchina y extrovertida con la misma frecuencia con que resultaba silenciosa e incomprensible. Para más confusión, insistía en que era una simple ama de casa, y aquellos que llegaban esperando encontrarse con una Esfinge a menudo se encontraban con una madre judía que les ofrecía tarta y Coca-Cola. «Necesito dinero», le contó a un periodista. «La posición del mito no es muy cómoda»15. Más adelante, explicando por qué dejó de conceder entrevistas, dijo: «No entenderían a una Clarice Lispector que se pinta las uñas de los pies de rojo»16.

Por encima de todo, quería que se la respetara como ser humano. Se sintió avergonzada cuando la famosa cantante Maria Bethânia se lanzó a sus pies exclamando: «¡Mi diosa!»17. Una vez, uno de los protagonistas de Clarice dijo: «Dios mío, ¡pero resultaba más fácil ser un santo que una persona!»18. En una pieza melancólica llamada «Perfil de un ser escogido», describe su rebelión contra su imagen: «Entonces intentó un trabajo subterráneo de destrucción de la fotografía: hacía o decía cosas tan opuestas a la fotografía que esta se erizaba en el cajón. Su esperanza era volverse más vivo que la fotografía. Pero ¿qué ocurrió? Ocurrió que todo lo que el ser hacía en realidad solo iba a retocar el retrato, a adornarlo»19.

La leyenda era más poderosa que ella. Hacia el final de su vida se le preguntó sobre un comentario desagradable que apareció en el periódico: «Me enfadé mucho», admitió, «pero luego me sobrepuse. Si me encontrara con [su autor] lo único que le diría es: Mire usted, cuando escriba sobre mí, es Clarice con una “c”, no con dos “s”, ¿de acuerdo?»20.

En todo caso, nunca renunció a que la vieran como una persona de verdad, y sus protestas contra su propia leyenda afloran en lugares inesperados. En un artículo del periódico en el que escribía sobre —nada menos que— la nueva capital Brasilia, aparece una exclamación extraña: «El monstruo sagrado ha muerto: en su lugar nació una niña pequeña que perdió a su madre»21.

 

 

 

«Los hechos y los datos me incomodan», escribió, es presumible que incluyendo los que tenían que ver con su propio curriculum vitae. Insistió, en su vida y en su escritura, en borrarlos. Por otro lado, pocas personas se han expuesto de forma tan completa. A través de todas las facetas de su obra —novelas, relatos, correspondencia, periodismo y la espléndida narrativa que la convirtió en «la princesa del idioma portugués»—, una única personalidad es diseccionada de manera continua y revelada de manera fascinante en la que tal vez sea la mayor autobiografía espiritual del siglo XX.

«Junto con el deseo de defender mi privacidad, tengo el intenso deseo de confesar en público y no a un cura»22. Sus confesiones tenían que ver con las verdades íntimas que de forma meticulosa fue desenterrando durante una vida de meditación permanente. Esta es la razón por la que Clarice Lispector ha sido menos comparada con otros escritores que con místicos y santos. «Las novelas de Clarice Lispector a menudo nos hacen pensar en la autobiografía de santa Teresa», escribió Le Monde23. Como el lector de santa Teresa de Jesús o el de san Juan de la Cruz, el lector de Clarice Lispector llega a las tinieblas del alma.

Emergió del mundo de los judíos de la Europa del Este, un mundo de santones y de milagros que ya había experimentado las primeras señales de la fatalidad. Trasladó esa ardiente vocación religiosa en declive a un nuevo mundo, un mundo en el que Dios había muerto. Como Kafka, se desesperaba; pero al contrario de Kafka, al final y de manera dolorosa, emprendió la búsqueda de un dios que la había abandonado. Como Kafka, relataba su búsqueda prestando atención al mundo que había dejado atrás, describiendo el alma mística judía que sabe que Dios ha muerto y que, en una especie de paradoja recurrente a lo largo de su obra, está decidida a encontrarle de todas las maneras.

El alma expuesta en su obra es el alma de una sola mujer, en la que se encuentra todo el alcance de la experiencia humana. Por eso se ha descrito a Clarice Lispector simplemente como todo: mujer y hombre, nativa y extranjera, judía y cristiana, niña y adulta, animal y persona, lesbiana y ama de casa, bruja y santa. Puesto que describía su experiencia íntima con tanto detalle, podía serlo todo para todos, venerada por los que encontraban en su genio expresivo el reflejo de sus propias almas. Como ella misma dijo: «Yo soy vosotros mismos»24.

 

 

 

«Mucho no puedo contarte. No voy a ser autobiográfica. Quiero ser “bio”»25. Pero incluso una artista universal emerge de un contexto específico, y el contexto que produjo a Clarice Lispector era inimaginable para la mayoría de los brasileños, y desde luego para los lectores de la clase media. No es raro que nunca hablara de ello. Nacida a miles de kilómetros de Brasil, en medio de una guerra civil espeluznante, con la madre condenada a muerte por un acto de violencia atroz, el pasado de Clarice era pobre y violento hasta extremos inconcebibles.

Cuando llegó a la adolescencia, parecía haber vencido sus orígenes, y durante el resto de su vida evitó incluso la más vaga referencia a los mismos. A lo mejor tenía miedo de que nadie la entendiera, así que se mantuvo en silencio. Un «monumento», «un monstruo sagrado», destinada a una leyenda que sabía que la sobreviviría y que aceptó con ironía y de mala gana. Veintiocho años después de su primer encuentro con la Esfinge, escribió que estaba pensando en hacerla otra visita.

«Veremos quién devora a quién»26.

1
Fun Vonen Is a Yid?

«La línea dura de los críticos comunistas tildaba a Clarice de alienada, cerebral, “intimista” y tediosa. Solo reaccionó cuando se ofendió con la estúpida acusación de que era una extranjera»27. «Siempre se enfadaba mucho cuando la gente sugería que no era del todo brasileña», escribió su mejor amiga. «Es verdad que nació en Rusia, pero llegó aquí cuando solo tenía dos meses. Quería ser totalmente brasileña»28. «Soy brasileña», declaró, «y ya está»29.

 

Nací en Ucrania, el país de mis padres. Nací en un pueblo llamado Chechelnik, tan pequeño e insignificante que ni siquiera está en el mapa. Cuando mi madre estaba embarazada de mí, mis padres se dirigían a los Estados Unidos o a Brasil; aún no lo habían decidido. Se detuvieron en Chechelnik para que pudiera nacer y luego prosiguieron el viaje. Llegué a Brasil cuando tenía solo dos meses30.

 

Aunque llegó en su infancia más temprana, Clarice Lispector siempre fue considerada extranjera por muchos brasileños, no por su nacimiento europeo ni por los muchos años que pasó fuera, sino por la manera de hablar. Ceceaba, y sus erres ásperas y guturales le conferían un acento extraño. «No soy francesa», explicó, que es como sonaba. «Esta erre mía es un defecto de dicción: es solo que tengo frenillo en la lengua. Una vez aclarada mi brasileñidad...»31.

Afirmaba que su amigo Pedro Bloch, un terapeuta brasileño pionero del lenguaje, se había ofrecido a llevar a cabo una operación que arreglaría el problema. Pero el doctor Bloch dijo que su pronunciación era bastante normal en una niña que había imitado el lenguaje extranjero de sus padres: las «erres» guturales, por no mencionar el ceceo, eran, de hecho, normales entre los hijos de judíos inmigrantes en Brasil32. A través de ejercicios y no de cirugía, el doctor Bloch pudo corregir el problema. Pero solo de forma temporal.

A pesar de sus constantes rechazos, se negó con tozudez a cambiar esa señal evidente de su extranjería. Lucharía durante toda su vida entre la necesidad de pertenecer y la terca insistencia de mantenerse aparte.

Unos meses después de este exitoso tratamiento, el doctor Bloch se encontró con Clarice. Se dio cuenta de que volvía a utilizar su vieja «erre». Su explicación fue simple. «Le contó que no le gustaba perder sus características»33.

 

 

 

No había característica que Clarice Lispector hubiera querido perder más que su lugar de nacimiento. Por esta razón, aunque la lengua la había atado al mismo, a pesar de la terrible sinceridad de su escritura, tenía fama de ser algo mentirosa. Mentiras piadosas como los varios años que se concedió para rebajar su edad son vistas como parte de la coquetería de una mujer guapa. Sin embargo, casi todas las mentiras que contaba tenían que ver con las circunstancias de su nacimiento.

En sus textos publicados, a Clarice le preocupaba más el significado metafísico de su nacimiento que sus circunstancias topográficas concretas. No obstante, esas circunstancias la perseguían. En las entrevistas insistía en que no sabía nada del lugar del que procedía. En 1960 concedió una al escritor Renard Perez, la más larga que hizo nunca; es probable que el amable y cuidadoso Perez consiguiera que se sintiera a gusto. Antes de publicar la entrevista, se la pasó a Clarice para su aprobación. Su única objeción fue para la primera frase: «Cuando, poco después de la Revolución, los Lispector decidieron emigrar de Rusia a América...». «¡No fue poco después!», protestó. «¡Fue muchos muchos años después!». Perez hizo la corrección, y el texto publicado empezaba: «Cuando los Lispector decidieron emigrar de Rusia a América (muchos años después de la Revolución)...»834.

Y mintió acerca de la edad que tenía cuando llegó a Brasil. En el pasaje citado más arriba, pone en cursiva que tenía solo dos meses cuando su familia desembarcó. Sin embargo, tenía más de un año. Es una pequeña diferencia —Clarice era demasiado pequeña, en cualquier caso, para acordarse de otra patria—, pero su insistencia en rebajarlo a la menor cifra entera creíble resulta extraña. ¿Por qué se tomó tantas molestias en ello?

Clarice Lispector reescribía una y otra vez la historia de su nacimiento. En notas privadas de cuando estaba en la treintena y vivía en el extranjero, escribió: «Vuelvo a mi lugar de procedencia. Lo ideal sería volver al pequeño pueblo de Rusia, y nacer en otras circunstancias». El pensamiento se le ocurrió mientras se estaba quedando dormida. Entonces soñó que había sido prohibida en Rusia en un juicio público. Un hombre dijo: «Solo se aceptaba a mujeres femeninas en Rusia», «y yo no era femenina». Dos gestos la habían traicionado sin que se diera cuenta, explica el juez: «Primero, que me había encendido el cigarrillo, cuando una mujer debería esperar con él en la mano hasta que un hombre se lo encienda. Segundo, había empujado mi propia silla hacia la mesa, cuando una mujer debería haber esperado a que un hombre lo hiciera en mi lugar»35.

Así que se la prohibió volver. En su segunda novela, tal vez pensando en la finalidad de su partida, escribió: «El lugar en el que nació —se sentía algo sorprendida de que todavía existiera, como si fuera algo que también había perdido»36.

 

 

 

En una novela basada en la emigración de su familia, Elisa Lispector, la hermana mayor de Clarice, de manera repetida se hace la pregunta: Fun Vonen Is a Yid? (literalmente: «¿De dónde es un judío?»). Esa es la manera educada en que un hablante de yidis interpela sobre la procedencia de otro. A lo largo de su vida, Clarice se esforzó por contestar. «La cuestión del origen», escribió un crítico, «es tan obsesiva [en ella] que uno podría decir que todo el corpus narrativo de Clarice Lispector está construido en torno a la misma»37.

En las fotografías casi no parece que pueda ser de otro lugar que no sea Brasil. Como si estuviera en casa en la playa de Copacabana, usaba el maquillaje dramático y la escandalosa joyería de la grande dame de Río de su tiempo. No había ni rastro de la niña abandonada y hambrienta del gueto en la mujer que pasaba sus vacaciones esquiando en la montaña en Suiza, o flotando por el Gran Canal en una góndola. En una fotografía está junto a Carolina Maria de Jesus, que escribió una desgarradora biografía de la pobreza brasileña, Hija de la oscuridad, que supuso para su autora alcanzar el éxito literario, siendo una de las escasas mujeres de color en conseguirlo en aquella época. En una sociedad que aún sufría la herencia de cuatrocientos años de esclavitud, en la que el color de la piel estaba muy vinculado a la clase social, pocos conocían que la rubia Clarice, con ropa de diseño y grandes gafas de sol que le daban un aspecto de una estrella de cine, tenía orígenes aún más modestos que los de Carolina.

Sin embargo, en la vida real, Clarice a menudo daba la impresión de ser extranjera. Las memorias mencionan su extrañeza con frecuencia. Estaba esa voz rara, ese nombre raro, tan poco común en Brasil que cuando apareció su primer libro un crítico se refirió a él como «ese nombre desagradable, es probable que un seudónimo»38. Estaba su manera inusitada de vestir; después de separarse de su marido, tenía poco dinero para poner al día su ropero, así que utilizaba la ropa antigua, comprada fuera, que durante años le dio un aspecto de «extranjera, de estar pasada de moda»39.

Sus rarezas molestaban a la gente. «La acusan de estar alienada», escribió un crítico en 1969, «de tratar con motivos y temas que nada tenían que ver con su patria, con un lenguaje que recuerda a los escritores ingleses. No hay lámparas arañas en Brasil y nadie sabe dónde se encuentra esa ciudad sitiada»40.

(La lámpara es el título de su segunda novela; La ciudad sitiada, el de la tercera).

 

 

 

«Debo de parecer cabezota, a simple vista una extranjera que no habla el idioma del país», escribió41. Sin embargo, el apego hacia el país que había salvado a su familia, donde pasó la vida y cuyo idioma era el medio para expresar su arte, era natural y genuino.

Es todavía más notoria la manera en que a menudo otros insisten en su apego a Brasil. Uno nunca ve, por ejemplo, que los que escriben sobre Machado de Assis afirmen que era de verdad brasileño. Al escribir sobre Clarice Lispector, esas afirmaciones son casi inevitables. Los editores de la popular colección de bolsillo «Nuestros Clásicos» escogieron, como uno de los dos únicos extractos de las más de quinientas páginas del libro de artículos periodísticos de Clarice Lispector, unos cuantos párrafos cortos que escribió en respuesta a una pregunta sobre su nacionalidad. «Soy de Brasil», fue su respuesta42.

Un tercio completo de la solapa de su biografía está dedicado a insistir en que era brasileña: «Esta marca de su origen [es decir, su nacimiento extranjero], sin embargo, es lo contrario de lo que trató de vivir, y lo que reivindica esta biografía, basada en una vasta correspondencia y docenas de entrevistas: Brasil era más que su país adoptivo, era su verdadero hogar»43. En los años 2000, en la entonces popular página de Orkut, el grupo de Clarice Lispector, con más de 210.000 seguidores, anuncia que es una comunidad «dedicada a la mejor y más intensa escritora brasileña de todos los tiempos. He dicho: brasileña».

Pero, desde el inicio, los lectores entendieron que era una forastera. «Clarice Lispector», escribe Carlos Mendes de Sousa, «es la primera y más radical afirmación de un no lugar en la literatura brasileña»44. Es a la vez la mayor escritora brasileña moderna y, en un sentido amplio, en absoluto una escritora brasileña. El poeta Lêdo Ivo captó la paradoja: «Es probable que no haya nunca una explicación tangible y aceptable para el lenguaje y el estilo de Clarice Lispector. La extrañeza de su prosa es uno de los hechos más abrumadores de la historia de nuestra literatura e incluso de la historia de nuestro idioma. Esta prosa de la frontera, de inmigrantes y emigrantes, no tiene nada que ver con nuestros ilustres predecesores... Se podría decir que ella, una brasileña naturalizada, naturalizó en lenguaje»45.

«Mi tierra natal no dejó huella en mí, excepto a través de la herencia de sangre. Nunca puse un pie en Rusia», dijo Clarice Lispector46. En público hizo referencia a sus orígenes familiares no más de un puñado de veces. Cuando lo hizo, había cierta vaguedad —«le pregunté a mi padre que desde cuándo había habido Lispector en Ucrania y dijo: generaciones y generaciones»47— o falsedad. Las referencias públicas a su condición étnica fueron tan escasas que muchos quisieron pensar que se sentía avergonzada de la misma48.

Fun Vonen Is a Yid? No sorprende que deseara reescribir la historia de su origen, en el invierno de 1920 en la Gubernia de Podolia, que hasta poco antes había sido parte del Imperio ruso y que hoy es el suroeste de Ucrania. «Estoy convencida de que en la cuna, mi primer deseo fue el de pertenecer», escribió. «Por razones que aquí no importan, debí de sentir por algún motivo que no pertenecía a nada ni nadie»49.

 

 

 

La cursiva está añadida: nunca explicó esas razones. Pero lo menos que se puede decir acerca del tiempo y el lugar de su nacimiento es que estuvieron mal escogidos. Incluso entre la amplia variedad de asesinatos, epidemias y guerras con que cuenta la historia ucraniana, desde el saqueo mongol de Kiev en 1240 hasta la explosión nuclear de Chernóbil en 1986, 1920 destaca por ser un año en particular horrible.

Lo peor estaba aún por venir: doce años más tarde, Stalin comenzó a matar de hambre a los campesinos del país, y murió más gente que durante la Primera Guerra Mundial50. Nueve años después, la invasión de Hitler acabó con 5,3 millones de personas, un habitante de cada seis51. «Ucrania todavía no está muerta», se maravilla el himno nacional.

Con este desalentador panorama, no todas las catástrofes pueden ser conmemoradas como es debido. Pero, aunque hoy está casi olvidado, lo que aconteció a los judíos ucranianos coincidiendo con el nacimiento de Clarice Lispector fue un desastre de una escala nunca antes imaginada. En torno a 250.000 fueron asesinados (si exceptuamos el Holocausto, fue el peor episodio antisemítico de la historia).

En 1919 un escritor declaró que, durante la Primera Guerra Mundial, «la amenaza que pendía sobre los judíos de la Europa del Este no era el sufrimiento temporal y la aniquilación inevitables de la guerra, sino el total exterminio por medio de una ingeniosa y rápida tortura de toda una raza»52. Cuando esta frase fue publicada, el escritor creía que ese horror pertenecía al pasado. El verdadero drama estaba por llegar.