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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Theresa S. Brisbin

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Prisionera de un highlander, n.º 605 - junio 2017

 

Título original: Kidnapped by the Highland Rogue

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,

total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas,

establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Internacional y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9307-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Índice

Prólogo

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Diecisiete

Dieciocho

Diecinueve

Veinte

Veintiuno

Veintidós

Veintitrés

Veinticuatro

Epílogo

 

 

He tenido el honor de trabajar con muchos editores mientras escribía mis treinta y nueve novelas y relatos cortos durante los últimos veinte años. Todos me han enseñado algo sobre la escritura y mis cualidades. Todos me han aconsejado y me han propuesto cambios para mejorar mi obra. Me gustaría dedicar esta libro a mi primera editora de novelas históricas, Melissa Endlich, y a la actual, Megan Haslam.

 

Melissa, tu humor y delicadeza me han ayudado en los momentos buenos y malos de la vida y la escritura. Megan, tus perspicaces comentarios me han ayudado a mantenerme fiel a mis historias y me alegro de que tuviésemos la ocasión de trabajar juntas, y de que la hayamos tenido otra vez. Me alegro mucho de haber tenido la oportunidad de trabajar con vosotras y os doy las gracias por los esfuerzos que habéis hecho para que mis historias salieran adelante.

Prólogo

 

Brodie Mackintosh, jefe de la poderosa confederación Chattan, sonrió con severidad a su primo. El olor acre de las cosechas quemadas y los animales muertos le irritaba los ojos mientras comprobaba los daños.

—¿Cuándo ocurrió?

—Anoche —contestó Rob, su primo y cabecilla de todos los guerreros Mackintosh.

—¿Ha habido heridos?

Brodie esperó lo peor. Últimamente, esos incidentes habían pasado de ser meros actos aislados a ser ataques premeditados. Esperó lo inevitable.

—Persiguieron a todos campesinos, pero el viejo Angus no se movió.

Brodie maldijo en voz baja y Rob asintió con la cabeza. Ese anciano era muy tozudo y se había quedado intencionadamente, no por la edad o por enfermedad.

Brodie se alejó un poco para observar unas huellas. Se agachó, miró hacia los árboles y pensó en los ataques. Ese era el cuarto en dos semanas y cada uno había sido en un sitio distinto de sus tierras. Habían destruido cosechas y matado ganado, pero nunca habían hecho nada a los lugareños. Hasta ese momento, hasta el viejo Angus.

—¿Qué piensas, Rob? —le preguntó mientras volvía con su primo—. ¿Qué o quién está detrás de todo esto?

Cuando Rob no contestó, Brodie lo miró a los ojos y vio la respuesta que ninguno de los dos quería pensar, y mucho menos decir en voz alta.

Los años, las décadas, de hostilidades entre los clanes habían cesado cuando se casó con Arabella Cameron. Bueno, la verdad era que se habían mitigado con ese matrimonio estratégico y habían cesado durante los seis años siguientes. El éxito, en parte, se había debido a las hábiles negociaciones y las compensaciones en dinero, pero el cansancio y las pérdidas habían sido la mayor y mejor motivación para muchos de los mayores.

—¿Podría ser, Brodie? —le preguntó Rob—. ¿Podrían estar violando la paz? —Rob empleó sus palabras favoritas, pero Brodie hizo una mueca de disgusto por su vehemencia—. Sin embargo, ¿quién de ellos encabezaría algo así?

—No lo sé, pero buscaré más información antes de acusar a los Cameron.

Brodie no soportaba ni siquiera la posibilidad de que los Cameron estuviesen levantándose otra vez contra ellos. Todo lo que habían logrado durante la paz entre los clanes y todo lo que habían sufrido para conseguir esa paz habría sido en vano.

—Manda a los rastreadores para que comprueben a dónde han ido.

Rob asintió con la cabeza y fue a dar las órdenes pertinentes.

Brodie volvió al límite del bosque y examinó el perímetro. Un trozo de tela colgaba de una rama en el sendero que partía del pequeño conjunto de casitas de campo. Lo tomó y lo miró detenidamente. Conocía los colores y la tela porque había visto a su querida Arabella llevándolos. En un manto sobre los hombros, en una banda a través de su corpiño, en la manta que había a los pies de su cama… Eran los colores favoritos de las tejedoras del clan de los Cameron. Sacudió la cabeza en parte con resignación y en parte con abatimiento. Hizo un gesto con la cabeza a Rob, se montó en su caballo y volvió hacia la fortaleza con el trozo de tela en la mano. Quería ser el primero en contárselo a su esposa. Si su familia estaba traicionando el tratado, y su propio honor, ella tenía que ser la primera en saberlo. Se lo debía.

Uno

 

Fia Mackintosh intentó mirar hacia otro lado, pero no lo consiguió. También sería la primera en reconocer que el esfuerzo que estaba haciendo para no mirar a la escena íntima que estaba produciéndose delante de ella no era excesivo. Reconocería que le gustaría vivir lo que estaba viendo. No con ese hombre, ¡ni mucho menos!, sino con un hombre que la mirara como su primo, el jefe, miraba a su esposa.

Brodie era mucho más alto que Arabella, y que la mayoría de los hombres del clan. Ella era menuda y era conocida en todas esas tierras como la mujer más hermosa y amable que vivía allí. Aun así, no parecía intimidada por ese hombre inmenso que tenía al lado, que se inclinaba sobre ella. Cuando Brodie besó los labios de Arabella, Fia notó un cosquilleo en los suyos, pero eso no fue lo peor. Lo peor fue que dejó escapar un suspiro tan alto que se oyó en toda la habitación. Tan alto que Brodie dejó de prestar atención a su esposa y la miró a ella. Tan alto que hasta Ailean, la prima y dama de compañía de la mujer, se rio sonoramente. Afortunadamente, su tía Devorgilla no estaba allí para presenciar su bochorno. Fia, una vez, más, había incumplido la regla que decía que los sirvientes tenían que pasar desapercibidos hasta que se dirigieran a ellos. Era un descuido lamentable que su madre había lamentado muchas veces y que, una vez más, la había metido en una situación apurada.

—Os pido que me perdonéis, milady, señor… —empezó a disculparse ella en voz baja y sin mirarlos—. No quería entrometerme en un momento íntimo.

—Fia, si mi marido hubiese querido que fuese un momento íntimo, habría ido a buscarme antes a mis aposentos —replicó Arabella entre risas.

Ella, entonces, se atrevió a levantar la mirada y vio que la mujer empujaba el pecho de su marido, aunque no lo movió ni un centímetro. Aun así, él se apartó y cruzó los brazos.

—Brodie —siguió Arabella—, estoy bien. No hace falta que me lo preguntes cada hora del día.

Fia miró a Ailean y captó lo que pasaba, la mujer estaba esperando otro hijo. Volvió a mirarlos y comprendió que el jefe estaba siendo protector, más que antes, por el estado de su esposa. Dejó escapar otro suspiro al desear que un hombre la abrazara con ese cariño. Ailean se rio otra vez y ella notó que se le acaloraban las mejillas.

—Venga déjanos —le pidió Arabella a su marido, quien no movió un músculo—. Has abochornado a Fia y necesito que se centre en sus tareas.

Fia tomó la costura que había abandonado en el regazo y fingió que estaba ocupada, no absorta en sus pensamientos. Aunque lo único que consiguió fue que el jefe se riera.

—Creo que Fia lo entiende, mi amor —Brodie se inclinó y besó a Arabella en la frente—. Sin embargo, os dejaré con vuestras cosas.

El brillo malicioso de sus ojos le indicó a Fia que no se marcharía sin más. Por eso, cuando abrazó a su esposa y la besó apasionadamente, debió haber mirado hacia otro lado, pero no pudo. Era muy romántico, muy apasionado… lo que anhelaba que le pasara a ella misma. Al menos, el suspiro que se le escapó esa vez pasó inadvertido.

—Buenos días, Arabella —se despidió Brodie—. Buenos días, Ailean, Fia…

Les hizo un gesto con la cabeza y cruzó la habitación con dos zancadas. La tres dieron un respingo al oír el portazo. La señora se alisó el vestido y se metió unos mechones en las trenzas que le colgaban hasta más abajo de la cintura. Ailean se levantó y sirvió una taza para la señora. Fia solo pudo sonreír por la noticia que ese encuentro le había dejado entrever. Arabella también sonrió cuando vio su expresión.

—Todavía no voy a contarlo —Arabella se pasó una mano por el abdomen—. Creo que esperaré unas semanas, pero si Brodie sigue comportándose así, todo el mundo se dará cuenta.

El embarazo anterior había sido muy corto y se había malogrado, por eso, a Fia no le sorprendió que esperaran para anunciarlo.

—No diré nada, milady.

Ella, al ser la doncella de la señora, veía y oía cosas que los demás no tenían por qué saber y había aprendido enseguida a guardar secretos.

 

 

El resto del día transcurrió deprisa, como solía pasar siempre entre tareas y obligaciones o acompañando a su señora por la fortaleza o fuera de ella. Fia no podía dejar de sonreír cuando el jefe aparecía de repente mientras Arabella estaba en el pueblo o se ocupaba de sus obligaciones en la fortaleza. La rabia o la desesperación se disipaban inmediatamente en cuanto veía a su esposa… y ella suspiraba cada vez que pasaba eso. Ailean y la señora se reían al oírlo, pero nunca le regañaban por su inocencia. Lo curioso era que, además, era una novedad para ella.

Ya llevaba dos años trabajando para la señora y, al principio, no se había fijado en esas situaciones románticas entre Brodie y su esposa. Hasta que hacía siete meses había empezado a oír los susurros y a ver las caricias y los besos. Su madre se había reído la primera vez que presenció su reacción y, según ella, se debía a que ya estaba acercándose el momento de que pensara en el matrimonio y ya se fijaba en esas cosas.

La verdad era que se había fijado desde niña en que había algo distinto, y muy bonito, entre Brodie Mackintosh y Arabella Cameron. Incluso cuando su clan vivió el conflicto que los dividió en dos facciones y la obligó a vivir exiliada con su familia en las montañas, ella había observado cómo trataba su primo a la mujer que había secuestrado. Aunque entonces solo tenía diez años, eso no le había impedido verlo. En los años posteriores, y sobre todo cuando Arabella mantuvo su palabra y la llevó a trabajar con ella en la fortaleza, había sido muy evidente para ella y para todo el mundo. ¿Y qué mujer en su sano juicio no querría un matrimonio así? Fia volvió a suspirar. ¿Una pasión así?

En ese momento, mientras ayudaba a la señora a terminar sus tareas antes de que pudiera ir a ver a sus hijos y a su marido, Arabella se dirigió a Ailean y a ella.

—Mañana acompañaré a Brodie a ver a mi primo en Achnacarry. No sé comunicará el viaje y tampoco os necesitaré a ninguna de las dos.

—Arabella… —empezó a decir Ailean—. Estás…

—Mi marido se ocupará de mi seguridad y de mi bienestar —le explicó Arabella.

—Pero… ¿los ataques? —preguntó Ailean sacudiendo la cabeza.

—No ha habido más ataques desde hace semanas —Arabella sonrió y les hizo un gesto con la cabeza—. ¿Quién sería tan necio de atacar a la escolta armada del poderoso Brodie Mackintosh? Estoy completamente a salvo con él a mi lado.

Fia esperó el siguiente argumento de Ailean, porque siempre había varios, y la rápida rendición le pareció inesperada.

—Muy bien —concedió Ailean mientras asentía con la cabeza y miraba hacia otro lado.

—Estoy segura de que tu madre se alegrará si te quedas con ella mientras estoy fuera —comentó la señora mientras miraba a Fia a los ojos—. Te he ocupado mucho tiempo últimamente.

Fia se dio cuenta de que la decisión estaba tomada y no replicó.

—No lo ha hecho, milady, pero agradezco vuestra consideración —allí se trataba a todos los sirvientes, incluso a los que no eran familiares, como si fuesen posesiones de Brodie—. Iré al pueblo por la mañana, después de que os hayáis marchado —Fia fue al pequeño tocador y tomó el cepillo—, pero ¿me ocupo de vuestro pelo ahora?

—Yo lo haré, Fia.

La profunda voz del jefe retumbó en toda la habitación y Fia se sonrojó.

—Muy bien, señor —Fia intentó no titubear mientras le entregaba el cepillo—. Volveré por la mañana, milady.

Abrió la puerta y dejó que Ailean saliera primero. Mientras volvía a cerrarla, Fia oyó que Arabella se reía en voz baja mientras regañaba a su marido por haberla abochornado otra vez.

Ailean recorrió el pasillo hacia sus aposentos y Fia se dirigió al cuarto que compartía con otras doncellas. Mientras se preparaba para acostarse, pensó preguntarle a Nessa si necesitaba ayuda. Nessa, la doncella de lady Eva en Durness, había dejado su servicio cuando se casó y todavía estaba aprendiendo sus obligaciones. ¿Agradecería que le ofreciera ayuda?

Mientras se metía en el camastro y se tapaba con las mantas, Fia supo lo que significaría volver a su casa. Su madre tendría todo el tiempo del mundo para insistirle en que aceptara la petición de matrimonio del hijo del molinero. Era un buen partido para una chica como ella. No se esperaba que las chicas del pueblo se casaran por encima de su posición y, sinceramente, ella tampoco lo quería. Soñaba con un hombre que hiciera que se sonrojara como hacía Brodie con Arabella, o como hacía Rob con Eva. Quería sentir la emoción de estar entre los brazos de un hombre fuerte que podía protegerla, amarla y desearla como, evidentemente, esos hombres hacían con sus esposas. Dejó escapar otro suspiro y cerró los ojos. Si se casaba con Dougal, el hijo del molinero, no encontraría lo que buscaba.

Esa noche soñó que un hombre le tendía la mano entre sombras. Ella se acercó, pero dudó al no poder ver su rostro en la oscuridad. Aunque podía ver su pelo oscuro, sus rasgos quedaban ocultos. El hombre volvió a tenderle la mano y ella la aceptó con una sonrisa. Se despertó, agitada, antes de que pudiera pasar nada más. Su madre creía en los sueños, como casi todas las personas mayores del clan. ¿Ese significaba que, después de todo, acabaría encontrando al hombre de sus sueños? ¿Tenía que rechazar la petición de Dougal y esperar a que ese hombre moreno apareciera en su vida y se diese a conocer?

 

 

Seguía despierta al alba y seguía pensando si aceptaba o no la petición de matrimonio que había recibido. Cuando despidió a lady Arabella y se dirigía hacia la casa de sus padres, no se sentía más dispuesta a aceptar que su porvenir estaba con Dougal, el hijo del molinero.

 

 

—No deberías tomarle el pelo así, Brodie —le advirtió Arabella.

En ese momento, mientras le deshacía las trenzas, le daba igual todo lo que pudiera pasar en el mundo. Arabella era su mundo y se deleitaba con la cascada de mechones sedosos que le caía por las manos y los brazos. Además, saber que pronto le acariciaría otra parte del cuerpo hacía que esa parte de su cuerpo se endureciera.

—No lo hice para tomarle el pelo, mi amor —replicó el cubriéndose la cara con el pelo e inhalando el olor a miel y brezo del jabón que usaba—. Es joven y se sonroja por cualquier cosa.

—Fia es una joven, Brodie, y está prendada de ti desde el día que la conocí —le explicó Arabella mirándolo.

—¿Tengo yo la culpa? Te aseguro que no hago nada para estimularlo.

La tomó de los hombros y la abrazó. ¿Nunca se le acabaría ese deseo? Llevaban seis años juntos, tenían dos hijos y estaban esperando otro, pero necesitaba verla, tocarla y oírla casi cada hora del día y de la noche. Bajó la cabeza y la besó en la boca. Ella la abrió, como hacía siempre, y él profundizó el beso.

—No creo que seas tú —replicó Arabella mientras se apartaba un poco.

Evidentemente, ella quería hablar más de ese asunto antes de ocuparse de los asuntos que le acuciaban a él.

—Entonces, ¿qué es?

Brodie bajó las manos y retrocedió un paso. ¿Un poco de distancia aplacaría esa necesidad de ella? Sabía que daría igual al cabo de un instante.

—Tiene la esperanza de una joven que busca el primer amor —contestó su esposa dejando escapar un suspiro muy parecido a los de Fia—. Cree que nuestro principio, como el de Rob y Eva, fueron románticos.

—Yo te secuestré y te retuve contra tu voluntad. Rob persiguió a Eva, la capturó y se casó con ella contra su voluntad. ¿Eso es romántico? —preguntó Brodie sacudiendo la cabeza—. No puedo entenderlo.

Por mucho que llevara casado, estaba claro que no conseguía entender a las mujeres, aunque él creyera que sí las entendía.

Arabella se acercó y él esperó sentir su contacto. Ella levantó una mano y le pasó un dedo desde el hombro hasta el pecho. Él deseó con toda su alma que se le cayera la ropa para que le tocara la piel.

—No sabes lo atractivo que es que te rescate un apuesto guerrero que se convierte en el jefe de su clan —él intentó mirarla a los ojos, pero fue bajando la mirada a medida que ella bajaba el dedo—. Que te persiga un hombre fuerte que te protege contra tus enemigos y reclame parte del alma que has perdido.

Él fue a rebatirlo, porque eso no era lo que había pasado entre Rob y Eva, pero se olvidó de pensar cuando el dedo de ella pasó por encima del cinturón y siguió bajando.

Otro dedo su unió al primero hasta que lo tomó con toda la mano y él se quedó sin aliento. Ella se detuvo, con esa parte del cuerpo en la mano, y lo miró a los ojos esperando a que él dijera algo. Brodie intentó acordarse del tema de la conversación. La chica, sus sueños románticos y esas cosas.

—Yo… mmm… lo intentaré. ¡Arabella, no puedo pensar cuando me acaricias así!

La risa de ella retumbó en el cuarto y le alivió el corazón.

—Se amable con ella, Brodie. Es joven y se merece soñar antes de que se encuentre con la realidad.

—¿Debería encontrar a alguien que la secuestre y que se la lleve en brazos como hice yo contigo, mi amor? —él había hecho exactamente eso, la había tomado en brazos y se la había llevado a la cama—. Entonces, podrá ver lo romántico que fue para nosotros.

Él la siguió y se puso entre sus muslos. Ella pudo notar toda la extensión de su turgencia, la que había causado con solo un beso y una caricia. Cuando le empujó el pecho, él se incorporó para no aplastarla.

—Brodie, ella encontrará su amor, la secuestre o no, pero ten un poco de delicadeza con sus sentimientos y su sensibilidad.

—Muy bien, pero ahora, mi delicada esposa, deberías ocuparte de mis sentimientos.

Él movió las caderas, la miró a la cara y observó cómo reaccionaba su cuerpo.

—Sí, mi apuesto guerrero —ella separó las piernas para que pudiera acercarse al sitio que él sabía que estaría preparado para recibirlo—. Ven, déjame que compruebe tus sentimientos.

La mañana llegó demasiado pronto para él, pero la abrazaría con fuerza todas las mañanas de sus vidas. Hablarían de los posibles matrimonios de la muchacha cuando volvieran de Achnacarry. Era posible que no organizara un secuestro, pero sí organizaría un matrimonio apropiado.

Dos

 

Unos días más tarde

 

Niall Corbett observó, con los brazos cruzados sobre el pecho, el variopinto grupo que se extendía por la zona y ocupaba sus puestos. Como ocurría siempre que encontraban un sitio donde acampar, la pelea por los mejores sitios empezó casi inmediatamente. Aunque Anndra era el guerrero más grande y fornido de todos ellos, Micheil era más pequeño, más rápido y más astuto.

Mientras seguían los gritos y las discusiones, Niall se dirigió a un sitio que estaba en el límite del claro, que estaba en alto y que estaba cubierto por un árbol. Estaría bien por el momento. Dejó sus cosas, que no eran muchas, y se sentó en un tronco para ver cómo acababa la pelea. Como era de esperar, Micheil volvió a salir victorioso, apartó con un pie las bolsas de Anndra del trozo de hierba que había junto al fuego y dejó las suyas.

Niall se fijó en que Lundie también estaba con los brazos cruzados y observaba la pelea sin disimular el desprecio y la resignación. Por mucho que Lundie hubiese ordenado a los hombres que no pelearan entre ellos, esa discusión se producía cada vez que acampaban, y eso significaba que se habían peleado muchas veces durante los seis meses que Niall llevaba con esos hombres. Normalmente, acababan con algún ojo morado y unas costillas rotas y Lundie lo pasaba por alto.

Niall recorrió la zona y se dio cuenta de que había sido un campamento bien organizado alguna vez. Las cuevas en la ladera de la montaña conservaban vestigios de quienes habían vivido allí. A esa altitud y con los bosques de la montaña, era un sitio excelente para esconderse durante un tiempo. Lundie se acercó y Niall se levantó.

—Alguien ha utilizado este sitio —comentó Lundie—. Está demasiado organizado.

—Sí. No es como las cabañas y rediles que usan los clanes para cuidar sus rebaños —añadió Niall—. Aquellas cuevas también tienen señales de que las han usado.

—¿Crees que es seguro que nos quedemos aquí?

Lundie, el hombre que encabezaba esa banda, había llegado a confiar en él desde hacía unos meses. Una parte del plan de Niall que había salido bien.

—Sospecho que ningún sitio será seguro para nosotros después de que muriera aquel anciano en la última incursión.

El jefe Mackintosh no era conocido por su compasión, sino por su fuerza y su inflexibilidad. Actuaría contra los responsables de la muerte de unos de sus hombres. Niall volvió a mirar a aquellos hombres. Le gustaría creer que se les había ido de las manos, pero había algo que le hacía dudarlo cuando pensaba en cómo había transcurrido toda la incursión. Si sospechaba que hubiese sido algo planeado, lo que le dijo Lundie lo confirmó.

—Era algo que tenía que pasar —comentó Lundie encogiéndose de hombros y mirando hacia otro lado.

Fuera quien fuese quien le daba las órdenes a Lundie, también le había dado esa. Se había cruzado un límite con esa muerte. Si bien había estado seguro de que solo era hostigamiento, ya era algo mucho más grave. Si la muerte de un hombre entraba dentro del plan general, ¿qué llegaría después?

—Solo nos quedaremos unos días aquí. Debería ser lo bastante seguro para eso —añadió Lundie.

Evidentemente, había tomado la decisión y el plan seguía su curso. Niall solo pudo asentir con la cabeza mientras Lundie se dirigía al centro del claro y esperaba a que todos los hombres le prestaran atención. No era el líder con un plan en la cabeza, solo era el lugarteniente del líder. Alguien mucho más poderoso había ideado esos ataques y se beneficiaba de ellos. Lundie, después de cada ataque o incursión, desaparecía para reunirse con el que le daba las órdenes y volvía con las órdenes para dar el paso siguiente. Niall tenía que descubrir quién estaba detrás de ese plan para sembrar la discordia entre los Mackintosh y los Cameron, que en ese momento eran aliados.

Sin bien las órdenes que había recibido le daban permiso para hacer lo que tuviera que hacer, para mantener el anonimato y para descubrir al líder de ese plan, no aprobaba que se segaran vidas. Sobre todo, de inocentes que lo único que hacían era defenderse y protegerse. Sin embargo, a juzgar por los comentarios de Lundie, sus actividades iban a más y pronto seguirían intensificándose. Lundie sacó una bolsa y la sopesó en la mano. Sonaron unas monedas y los demás se acercaron sonrientes. Niall se limitó a observar.

—Habéis hecho un buen trabajo y vuestra recompensa ha llegado.

Lundie le tiró la bolsa a Iain Ruadh para que la distribuyera. Cada hombre recibiría unas monedas de oro, más de lo que habrían ganado durante años con un trabajo honrado.

—Iain Dubh —Lundie lo llamó por el nombre que había empleado mientras estaba con ellos—, en la próxima incursión, te tocará a ti recibir la recompensa —aunque los demás gruñeron, todos se habían ganado el derecho a reclamar algo por su esfuerzo—. Podrás elegir algo que te guste y será tuyo.

Niall asintió con la cabeza y sonrió mientras recibía las monedas de oro. Si se mantenía la pauta de siempre, Lundie les diría cuál era el próximo objetivo y atacarían a la mañana siguiente. Habían tenido que parar un poco más por la muerte del anciano. Se guardó las monedas en un bolsillo del chaquetón de cuero y esperó a que llegara el resto.

—Los Mackintosh han abandonado sus tierras para ir a visitar a los Cameron —les contó Lundie—. Mañana visitaremos el pueblo de Drumlui.

Niall tuvo que hacer un esfuerzo para reaccionar como los demás. Era un objetivo muy ambicioso y el líder los consideraba preparados para atacarlo.

Todos se dieron palmadas en las espaldas y se felicitaron por haber recibido esa misión. A Niall se le revolvió el estómago solo de pensar en una misión tan insensata. Independientemente de que Brodie Mackintosh hubiese abandonado sus tierras, su lugarteniente y los demás guerreros estarían defendiendo el pueblo y la fortaleza. Las defensas eran imponentes y se habrían levantado más si el jefe estaba ausente. Eso presagiaba un desastre mayor que cualquier otra cosa que hubiesen hecho.

—Cuando oscurezca, cuando cierren las puertas, organizaremos un poco de jaleo —los hombres vitorearon, pero Lundie los aplacó con las manos—. No demasiado. Solo un poco de barullo que los sorprenderá.

En otras palabras. Golpearían algunas cabezas, destrozarían algunas casas y se marcharían. Niall se estremeció solo de pensar que estaría tan cerca de la fortaleza del jefe Mackintosh. Sospechaba que alguien estaba intentando crear problemas a los Mackintosh, pero no quería que lo capturaran cuando sucediera.

—Descansad. Saldremos antes de que amanezca, tomaremos caminos distintos para ir a Glenlui y entraremos en el pueblo por separado.

Lundie despidió con la cabeza a los hombres mientras se preparaban para pasar la noche. No se harían fogatas que pudieran llamar la atención aunque fuese un sitio tan remoto. Siguieron la misma pauta que habían seguido durante meses y apostaron centinelas que se turnarían a lo largo de la noche. Niall no podía ver nada bueno en ese plan y decidió que tenía que decirle algo a Lundie.

—Es peligroso y lo sabes, Lundie —le dijo en voz baja para que solo pudiera oírlo él—. Una cosa es aguijonear a ese hombre, pero atacar su pueblo, con su fortaleza, roza la locura.

—Esa es la orden —Lundie volvió a encogerse de hombros—. No te preocupes, la recompensa estará a la altura del peligro, Iain —le tranquilizó Lundie creyendo que el oro y la codicia lo estimulaban como a los demás.

—Entonces, de acuerdo.

Dejaría que Lundie creyera que se trataba de dinero, pero estaría en guardia por la mañana.

 

 

Después de haber pasado en las cuevas un día que no habían previsto, al menos estaban secas, bajaron de las montañas para dirigirse al pueblo. Niall entró en el pueblo y pasó junto al portalón de la fortaleza sin mirar los altos muros de piedra que rodeaban otra fortaleza más alta. Desmontó, ató el caballo y fue al horno del panadero. Le compró una de las pocas hogazas que le quedaban y siguió paseando por los senderos del pueblo mientras observaba a las personas que vivían y trabajaban allí.

No tardó en fijarse en ella. Era una joven alta y grácil que pasó junto a él seguida por un joven en el que no se fijó mucho. Sin embargo, entendió la situación a simple vista. El joven, torpe y desgarbado, deseaba a la mujer. La mujer que no le prestaba ninguna atención. Hasta que se detuvo, se dio la vuelta y él pudo verla con claridad.

¡Era una belleza! Llevaba un vestido muy sencillo, pero eso era lo único que no tenía notable. Sus ojos eran verdes, del tono de un bosque en verano. Tenía una nariz levemente chata que terminaba en la boca y los labios más perfectos que había visto en una mujer. Le dijo algo al joven y él se imagino el sabor y la sensación de esos labios en los suyos, se imaginó el sonido de su voz mientras susurraba su nombre… Sacudió la cabeza sin entender que esa mujer le hubiese despertado ese deseo. Se metió el último trozo de pan en la boca y lo masticó mientras intentaba descifrar su reacción. No era un muchacho inexperto que no hubiese estado con mujeres dispuestas. Había tenido más de una amante antes de convertirse en Iain Dubh e incluso después, cuando ya era ese granuja, las mujeres lo habían buscado para pasar un rato en la cama. No, la inexperiencia no lo explicaba.

Se escondió entre las sombras del sendero para observar la escena. Aunque no podía oír lo que decían, sí podía adivinar lo que estaba pasando. El hombre estaba intentando convencerla de que aceptara su oferta. Se movía de un lado a otro porque no podía aguantar la mirada de la muchacha durante más de un segundo o dos. La verdad era que él no creía que pudiera aguantarla mucho más tiempo.

Entonces, la mujer tomó la mano del hombre con un gesto que intentaba mitigar su rechazo. ¿Ese joven estaba pidiéndole matrimonio? Si era así, era más osado de lo que él se había imaginado.

—¡Dougal! —exclamó la muchacha—. He sido todo lo clara que he podido sobre un matrimonio entre nosotros. Te ruego que dejes ese asunto.

Dougal, el infeliz muchacho, abrió y cerró la boca varias veces sin saber qué decir, cómo rebatir el rechazo de la muchacha. Sin embargo, la resuelta joven, ¿se llamaría Isobel o Margaret?, no le dio la más mínima oportunidad. Le soltó la mano y retrocedió, un mensaje muy claro para quien tuviera ojos en la cara.

Él, Niall, dejó escapar un suspiro y sacó la manzana que llevaba en la bolsa. La mordió y siguió observando ese inesperado entretenimiento que le amenizaba la espera. Hasta que se dio cuenta de que tenía que ocupar su puesto y de que la muchacha, y el muchacho, quedarían en medio del tumulto. Miró alrededor y se preguntó cómo podría alejarla. Se dio cuenta de que no lo habían visto y, quizá, si lo vieran, se marcharían en otra dirección. Había visto a muchos hombres y mujeres durante los meses que había estado con esa banda y nunca había pensado en avisarlos. ¿Por qué quería avisar a esa muchacha? La verdad era que solo le importaba ella.

Sin pesárselo dos veces, salió de entre las sombras e hizo todo el ruido que pudo para que ella lo oyera. Efectivamente, lo oyó y se apartó más todavía de Dougal. Entonces, lo miró a los ojos y él se quedó sin respiración por el deseo que sintió hacia esa desconocida.

Tomó aire y le hizo un gesto con la cabeza, pero se quedó donde estaba. Quería que bajara por ese sendero y se alejara del pueblo por la derecha. Tomó las riendas del caballo y pasó lentamente por delante de ella, quien se giró hacia su acompañante y en la dirección que él quería que tomara. Esa belleza, después de pensarse un segundo sus alternativas, volvió a mirarlo como si no supiera si los habían presentado en el pasado. Él la recordaría si la conociera, pero no podía recordarla. Nunca había viajado antes por las tierras de los Mackintosh o los Cameron. Si la hubiese visto en la corte, su aspecto habría sido muy distinto, no habría estado cubierto de mugre ni habría llevado esa ropa rota y gastada como la de un componente más de una banda de forajidos que vivía de un lado para otro.

De cerca, sus ojos eran más impresionantes todavía y brillaban con la luz del sol como si tuvieran un toque mágico. Ella entrecerró los ojos y él sintió que una excitación abrasadora se adueñaba de su cuerpo. Se pasó el dorso de la mano por la frente sudorosa e hizo un esfuerzo para conservar el dominio de sí mismo.

—Buenos días, señor —le saludó ella sin inmutarse—. ¿Necesita algo?

¿Tenía que decir así las palabras? Su imaginación calenturienta les daba un significado distinto que el de la mera cortesía. Su voz, delicada pero con un tono profundo, era tan sensual como había supuesto que sería.

El infeliz Dougal se puso al lado de ella antes de que él pudiera contestar y adoptó un aire protector. El pobre muchacho no sabía lo que se avecinaba ni podría oponerse.

—Buenos días a los dos —contestó él con un acento propio de un hombre de su calaña—. Solo estoy viajando y he parado para beber de ese pozo.

Niall señaló el pozo con la cabeza; al fin y al cabo, era normal que los visitantes se pararan ahí.

—El cazo está en un cubo que hay al lado —le explicó la hermosa muchacha.

El infeliz Dougal frunció el ceño y cruzó los brazos sobre su enjuto pecho. Quizá pudiera interpretar la mirada de Niall mejor que la propia muchacha.

Niall cruzó el caballo para bloquear al sendero y se dirigió al pozo. Entonces, se oyó un alboroto en el claro. Los dos muchachos miraron en esa dirección y ella dio un paso hacia allí. Niall la agarró de los hombros sin pensárselo dos veces, no hizo caso de su expresión de asombro y la llevó al otro sendero.

—Vete ahora mismo. Lárgate de aquí —le susurró en tono tajante para que solo ella pudiera oírlo.

Ella retrocedió, se tambaleó y el infeliz Dougal la agarró. Él no podía perder ni un segundo más sin delatarse a los forajidos y no volvió a mirarla. Se montó en el caballo y se dirigió al galope hacia el tumulto, donde tenía que representar su papel. La muchacha tendría que cuidar de sí misma, por mucho que sus lujuriosas entrañas quisieran hacer otra cosa. Que tuviera que hacer un esfuerzo sobrehumano para no mirarla le indicó que era más peligrosa para él que cualquier otra cosa que se hubiera encontrado hasta ese momento, y en los últimos meses había tenido que enfrentarse a cosas que nunca había llegado a imaginarse.

El ruido y el caos creciente captaron toda su atención y no pudo pensar más en esa tentadora de ojos verdes tan cautivadora.

Tres

 

El desconocido la despistó al principio. Estaba acostumbrada a tratar con desconocidos por su trabajo con lady Arabella. Mucha gente llegaba de toda Escocia y de todo el mundo para visitar al poderoso jefe de la confederación Chattan, pero ese hombre no era de la misma condición que los que visitaban a Brodie Mackintosh. También se trataba con granjeros y con los habitantes del pueblo, pero no con los hombres que, a juzgar por su aspecto, vivían al margen de la Ley.

Ese hombre era tan alto y fuerte como el propio Brodie y aunque su ropa estaba tan sucia como él mismo, tenía algo que desmentía su apariencia. Sus ojos azules resplandecían entre el pelo oscuro y la suciedad que le cubría los viriles ángulos del rostro. No sabía cuánto tiempo habría estado escondido entre las sombras escuchando su conversación con Dougal y la petición de matrimonio. Además, esas extrañas palabras que le ordenaban que se alejara como si debiera obedecer a un desconocido en su propio pueblo y sin ningún motivo…

Sin embargo, todo eso le dio igual cuando oyó los gritos. Miró alrededor y se dio cuenta de que ya iban a cerrar las puertas de la fortaleza. El pueblo quedaba aislado y desguarnecido al ponerse el sol, todavía más que la fortaleza porque no tenía ni guerreros ni armas. Cuando oyó el ruido que llegaba del extremo occidental del pueblo, se vio obligada a actuar.

—¡Dougal! ¡Tienes que ir corriendo a la fortaleza para buscar ayuda! —exclamó ella mientras volvía a mirar hacia el disturbio creciente—. ¡Ya, Dougal!

Fia no esperó la respuesta y salió corriendo por el sendero. Pasó el pozo y se abrió paso entre los habitantes del pueblo que escapaban de lo que estuviese pasando. Cuando llegó a la división del sendero, uno llevaba hacia los campos y el otro hacia el molino y otras granjas pequeñas, vio con espanto el caos. Había carretas volcadas y algunos de los habitantes del pueblo peleaban con los hombres que parecían haberlo causado todo. Se quedó sin respiración cuando dos de ellos galoparon hacia sus compinches.

Súbitamente, retrocedió al ataque de hacía años. Solo tenía diez años y la habían sorprendido en campo abierto mientras los hombres de Caelan irrumpían a caballo y arrollaban a todos los que se encontraban por el camino. En ese momento, al mirar alrededor y ver a esos dos hombres que abatían a todos los que podían y que gritaban todo tipo de improperios y amenazas, volvió a ser la niña de diez años. Lo que veía y oía se le mezclaba en la cabeza, los recuerdos le parecían reales, se aunaban con la realidad.

Hasta que una niña dejó escapar un alarido de pavor.