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HarperCollins 200 años. Desde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Barbara Heinlein.Todos los derechos reservados.

Cuando llegaron las lluvias, Nº 60 - noviembre 2017

Título original: Mountain Sheriff

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2004.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-599-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

1

 

Martes, 27 de octubre

 

La oscuridad parecía apretarse contra la ventana. Al otro lado del cristal, algo se movió en el borde del bosque.

A la luz de la lámpara de su mesa de trabajo, Nina Monroe continuaba pintando el pato de madera. Se había olvidado de que estaba sola en la aislada factoría Dennison, de patos de reclamo. Su mente estaba concentrada en el futuro, en las perspectivas que habían comenzado a abrirse.

Por primera vez en sus veintisiete años de vida, se le presentaba un futuro radiante. A veces tenía que pellizcarse para convencerse de que no estaba soñando. Muy pronto conseguiría todo lo que había deseado. Muy pronto no tendría que estar pintando patos de madera en medio de la nada, eso estaba claro.

Una voz interior le aconsejaba no vender la piel del oso antes de matarlo. La voz era terriblemente parecida a la de su tía Harriet. La tía Harriet, la solterona, la agorera…

Después de aquella noche, Nina tendría al fin lo que se merecía. Había esperado mucho tiempo. Sonrió al imaginarse a sí misma abandonando aquel aburrido pueblo para no volver jamás. Para no volver a pensar nunca en Timber Falls, Oregón. Estaba entusiasmada ante las múltiples posibilidades que se le ofrecían. Y también indignada por haber tenido que esperar tanto a que se le hiciera justicia.

Había escogido a propósito la fecha de Halloween. Una fecha perfecta para desenmascarar a los auténticos villanos. Cuando llegara Halloween, llevaría ya tiempo ausente… pero no habría olvidado, ni mucho menos. Lo tendría todo: el dinero… y la venganza. ¿Quién decía que la venganza no era dulce?

De repente, un ruido en la ventana la hizo levantar la mirada. En la oscuridad apareció un rostro deformado, desencajado. Llenaba todo el marco, con las cuencas de los ojos muertas, vacías…

Emitió un grito estrangulado, soltando el pincel al tiempo que se levantaba bruscamente. Con la misma celeridad con que había aparecido, la cara se evaporó. Apagó la lámpara, de modo que solamente quedó encendida la luz de emergencia de la entrada, y se concentró en mirar por la ventana, escrutando la oscuridad. Más allá del cristal podía distinguir el laberinto de árboles, arbustos, helechos y musgo que surgía de la niebla del bosque húmedo, neblinoso, en un ambiente opresivo, agobiante. Tanto que a veces le daban ganas de ponerse a gritar.

Como en aquel preciso momento. Los árboles se agitaban sin descanso azotados por el viento. La luz de la luna, atravesando el bosque, proyectaba jirones de sombras sobre el cristal. Aspiró profundamente e intentó tranquilizarse. Allí fuera no había nada. Debía de haber sido una ilusión provocada por la luna y las sombras. ¿Acaso su vida no había estado siempre llena de sombras? Durante mucho tiempo lo había estado. Pero ya no.

Estaba tan cerca de conseguir finalmente sus propósitos que se sentía nerviosa, inquieta, y quizá incluso algo temerosa. Temerosa de que algo pudiera salir mal.

Sabía que ese temor no era más que un simple efecto de los malos agüeros de su tía Harriet. Durante tantos años había tenido que soportar el insufrible pesimismo de la anciana que era como si tuviera su voz dentro de la cabeza… La voz del derrotismo. Del fracaso.

Ahuyentó de nuevo aquellos pensamientos mientras miraba otra vez por la ventana, sin ver nada. Un vistazo a su reloj le confirmó que todavía disponía de una hora. Quería terminar de pintar aquel pato de madera. Detestaba admitir que, durante aquel último mes, había llegado a disfrutar mucho de su trabajo.

Se requería una precisión y una meticulosidad que no dejaban de atraerla. Y había descubierto que tenía un talento para ello que la sorprendía y agradaba a la vez.

De repente, a su espalda, oyó un ruido leve, una especie de click. ¿El sonido de la puerta principal al abrirse, al otro lado del edificio? Se volvió lentamente. La solitaria bombilla de la esquina iluminaba la entrada de los empleados, proyectando en la pared opuesta las siniestras sombras de los centenares de patos de reclamo. Fochas y ánades de todos los tamaños y colores llenaban los estantes hasta el techo.

Desde donde estaba, no podía ver más allá de aquellos estantes. ¿Se habría imaginado aquel sonido, tal y como se había imaginado el rostro que había creído ver en la ventana?

Entró una corriente de aire frío, seguida del sonido apagado de un paso en el suelo de cemento. Volvió a oír un click. ¿La puerta cerrándose?

Era demasiado temprano. A no ser que se hubiera producido un cambio de planes. Pero en ese caso, habría recibido una llamada. Después de todo, supuestamente aquella sería la última noche que se encontrarían. Una vez que tuviera el dinero…

Alzó la mirada hasta la oficina acristalada de Wade Dennison, en el primer piso del edificio, medio esperando ver a su jefe observándola, como tan a menudo solía hacer. Pero la oficina estaba a oscuras, y no había nadie dentro. De repente volvió a escuchar el leve ruido de un paso, más cerca esa vez. Se dijo que tenía que tratarse de alguno de los empleados. Nadie más poseía una llave para entrar. A no ser que se hubiera olvidado de cerrar la puerta…

Con el corazón en la garganta, intentó frenéticamente recordar si la había cerrado o no. Quizá lo de encontrarse allí no había sido tan buena idea, después de todo. Pero habitualmente siempre estaba sola a esas horas. Le gustaba trabajar de noche. Sus compañeros pensaban que se quedaba a trabajar hasta tarde para impresionar a su jefe, y se resentían por ello… lo cual no podía importarle menos.

Por eso la factoría le había parecido un lugar ideal de encuentro. Allí estaba completamente sola. Y tampoco tenía que preocuparse de que la vieja patrona de su apartamento la estuviera escuchando a escondidas…

—¿Quién anda ahí? —preguntó.

Silencio. Sintió una punzada de inquietud. Y volvió a escuchar la voz de su tía Harriet: «Ya te dije que todo este engaño acabaría contigo».

En ningún momento había pensando en lo indefensa que podía encontrarse allí sola, en la factoría. Dennison Ducks se hallaba a unos quince kilómetros de la casa más cercana, la del propio Wade Dennison, el propietario.

Otro paso apagado en el suelo de cemento, en esa ocasión mucho más cerca. El pulso se le aceleró. ¿Quién habría entrado en la planta? Alguien que había visto su coche en el aparcamiento y había llegado a la conclusión de que se hallaba allí, sola…

Podía sentir una presencia al otro lado de la fila de patos, alguien moviéndose lentamente entre los estantes, hacia ella…

El pánico la asaltó. Recogió de la mesa uno de los patos recién pintados. Podía correr hacia el final de los estantes, en dirección a la puerta, pero sabía que entonces se lo pondría aún más fácil a su agresor.

Podía escucharlo respirar al otro lado. Tenía que ser alguien que sabía por qué había venido a Timber Falls. Y por qué había querido trabajar a toda costa en Dennison Ducks.

Alguien que había descubierto lo de su cita de aquella noche. Alguien que pretendía evitar que consiguiera finalmente lo que en justicia se merecía. Y eso estrechaba considerablemente el margen de candidatos…

¿Pero quién habría sido tan estúpido como para intentar detenerla a esas alturas? Tuvo una ligera idea mientras esperaba detrás del estante, dispuesta a utilizar como arma el gran pato de madera, decidida a no dejar que nadie le arrebatara lo suyo, lo que le correspondía.

Continuó escuchando mientras los pasos se acercaban cada vez más… hasta detenerse al otro lado.

Sigilosamente se deslizó hasta el final del estante y alzó el pato. «Vamos. Sólo unos cuantos pasos…»

Entonces la figura apareció al final del estante y Nina se quedó mirándola, confusa. Por un instante, casi soltó una carcajada de puro alivio. Bajó el pato. No tenía nada que temer.

No podía haber estado más equivocada.

2

 

Miércoles, 28 de octubre

 

Temprano a la mañana siguiente, un tornado azotó Timber Falls. Empezó como una ligera brisa en el extremo norte de Main Street, bajando hacia el motel Ho Hum. Pero cuando llegó al Café de Betty había ganado velocidad, arrastrando hojas secas y ramas de matorral.

Convertido ya en un auténtico tornado, recorrió la oficina de correos y la del semanario de pueblo, el Timber Falls Courier, levantando una nube de polvo. Cuando pasó por delante del bar Duck-In, el cielo estaba oscuro como el lodo.

El sheriff Mitch Tanner se levantó de su escritorio para cerrar las ventanas antes de que los cristales comenzaran a temblar. El verde muro del bosque que rodeaba el pueblo reverberaba a la luz de la mañana.

El viento dejó de soplar con la misma rapidez con que se había levantado, dejando su triste rastro de basura y de hojas. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a repiquetear contra la ventana. La estación de las lluvias acababa de llegar a Timber Falls.

Mitch soltó un gruñido. Los problemas siempre solían venir acompañados de la lluvia. Y, tal como temía, aquel año ambos se habían adelantado. Para empeorar las cosas, sólo faltaban algunos días para Halloween y había oído que el bar Duck-In estaba preparando una fiesta de disfraces. Podía imaginarse perfectamente una larga noche de peleas y puñetazos…

A su espalda, Wade Dennison se aclaró la garganta.

—Como le estaba diciendo, sheriff…

Mitch apartó la mirada de la ventana, intentando sacudirse la inquietud que lo acechaba, para concentrarse en el hombre que seguía sentado frente a su escritorio. A sus sesenta años, corpulento, con el cabello oscuro salpicado de gris, conservaba una presencia imponente. Tenía una expresión altiva, como si le estuviera haciendo un favor por hablar con él.

—Es muy raro que Nina no haya venido a trabajar —Wade Dennison era un hombre poderoso en el pueblo. No en vano era el dueño de Dennison Ducks, la empresa que daba fama a Timber Falls y que constituía su principal fuente de ingresos.

Mitch asintió, preguntándose por qué estaría tan inquieto. Nina Monroe no podía ser la primera empleada que había faltado un día a su trabajo…

—La llamé. La patrona de su pensión me dijo que no volvió a casa anoche —le estaba diciendo Wade.

—¿No tiene móvil?

Wade negó con la cabeza, preocupado. ¿Estaría, quizá, más preocupado de lo que debía… por una empleada joven y atractiva ?

—Tal vez se quedó en casa de una amiga. O de su novio —sugirió Mitch—. O es posible que esté con su familia.

—No, ella no tiene familia. Ni novio. Ni amigas tampoco —al ver que el sheriff alzaba una ceja, añadió—: Al menos que yo sepa. Sólo lleva un mes en el pueblo.

Un mes era tiempo suficiente para hacer amigas. Y para encontrar novio, pensó Mitch, pero no dijo nada. Wade se removió en su silla, inquieto.

—Nina es… muy tímida. Se lo guarda todo para ella. Es una chica muy seria, ¿sabe?

Mitch no sabía nada. Pero el hecho de que Wade supiera tantas cosas sobre ella excitaba su curiosidad. Mitch sólo había visto a Nina Monroe un par de veces en el pueblo. Era una joven guapa, de ojos castaños y melena larga, de color oscuro.

—¿Seria en qué sentido?

—Es una buena trabajadora, muy puntual. De hecho, siempre se queda a trabajar hasta tarde, es muy responsable y concienzuda con su trabajo —volvió a aclararse la garganta—. Por eso me preocupa tanto que haya podido sucederle algo.

—¿Algo como qué? —le preguntó Mitch, expectante.

Wade negó con la cabeza.

—Sólo le estoy diciendo que, si hoy no hubiera podido ir a trabajar, habría llamado.

Alguien apareció en ese momento en el umbral de la oficina. Era Sissy Walker, la secretaria municipal. Con las manos en sus amplias caderas, lo miraba con expresión irritada. Una expresión que Mitch conocía demasiado bien.

—La señorita Jenkins por la línea dos. Es la quinta vez que ha llamado esta mañana. Dice que si no hablas con ella, te seguirá el rastro como un perro.

Mitch gruñó para sus adentros, consciente de que era capaz de cumplir su amenaza.

—Con la información que me ha facilitado, Wade, tengo bastante por el momento. Ya me pondré en contacto con usted.

Wade Dennison se levantó lentamente.

—Avíseme tan pronto como se entere de algo.

—Lo haré, desde luego —una vez que su visitante abandonó la oficina, Mitch levantó el teléfono y pulsó la línea dos—. ¿Charity?

Nunca eran buenas noticias cuando llamaba Charity.

—Hola, Mitch —lo saludó con un leve tono de humor en su voz.

—Ya sabes que amenazar a un sheriff va contra la ley —pronunció, siempre sorprendido por el efecto que le producía escuchar su voz.

Ella se echó a reír. Tenía una risa preciosa.

—¿Pretendes encerrarme?

Mitch intentó imaginarse a Charity en una de sus celdas y sacudió la cabeza, sonriendo.

—¿Cómo has conseguido hacer enfadar tanto a Sissy?

—Oh, Sissy siempre está enfadada. He llamado por lo de las últimas noticias.

Mitch no estaba muy seguro de qué noticias eran esas. Conociendo a Charity, probablemente ya habría aireado la supuesta desaparición de Nina Monroe. Aquella mujer era un verdadero sabueso.

Charity era la propietaria del semanario local, el Timber Falls Courier. Lo había fundado nada más salir de la universidad, recién licenciada. Mitch sospechaba secretamente que lo del periódico solamente era una excusa para husmear en los asuntos de todo el mundo… sobre todo en los suyos. Estaba seguro de que no podía hacer mucho dinero en una población como Timber Falls. Pero, como muy bien sabía, a Charity le encantaban los desafíos…

—¿Qué noticias son esas? —detestaba tener que preguntárselo.

—¡No me digas que no te has enterado! Han visto a un Bigfoot en las afueras del pueblo. Frank, el repartidor de Granny, lo vio anoche tan claramente como si hubiera sido a la luz del día. Lo enfocó con los faros. Se puso tan nervioso que estuvo a punto de salirse de la carretera.

Mitch maldijo entre dientes. Un Bigfoot, el yeti americano. Estupendo. No podría haber sido peor si hubiera aterrizado una nave extraterrestre para abducir a Nina Monroe. Ese tipo de cosas sólo conseguía atraer a más chiflados a la zona… ¡Como si Timber Falls anduviera falta de ellos! ¡Y durante la estación de las lluvias!

—Ahora mismo estoy desayunando en el Café de Betty, ocupándome de ello —añadió Charity.

Eso no era nada nuevo. Podía imaginársela sentada en su habitual mesa de la cafetería. La visión resultaba singularmente atractiva. Llevaría seguramente unos vaqueros y un suéter que resaltaría sus curvas. Y el cabello castaño rojizo recogido en una cola de caballo, o quizá suelto sobre los hombros, enmarcándole el rostro, con aquellos ojos que…

—Todo el mundo está hablando de ello. Es posible que la noticia salte a los principales diarios.

Mitch soltó un gruñido al pensar en la cantidad de gente que acudiría al pueblo con la esperanza de ver, aunque fuera de lejos, a la mítica criatura. Al igual que la última vez.

—Hoy Betty ha hecho pastel de crema de plátano —le informó, consciente de que a Mitch se le estaba haciendo la boca agua—. ¿Has desayunado?

—Por muy tentadora que sea tu oferta, no puedo aceptarla. Lo siento.

Sabía que Charity sería capaz de hacer cualquier cosa para conseguir un reportaje, incluido tentarlo con un pastel de crema de plátano. Pero no quería arriesgarse a hablar más de la cuenta, para luego terminar viéndolo impreso en el semanario. Además, tenía que ocuparse de Nina Monroe. Y lo último que necesitaba era empezar la estación de las lluvias en compañía de Charity Jenkins. ¿Acaso no había aprendido ya la lección?

—Dime, Mitch… ¿Está sucediendo algo de lo que debería enterarme? —inquirió, siempre alerta.

—No —se apresuró a responder, quizá con demasiada rapidez—. Simplemente no quiero tener nada que ver con ese artículo. Ya sabes lo que pienso de esos avistamientos de Bigfoots. Los locos ven cosas absurdas y luego empiezan a darle a la lengua.

—¿Puedo citar esa frase en mi reportaje?

—¡No! Y hablando de locos, asegúrate de no citar esta vez a mi padre en relación con ese Bigfoot.

—¿Sabes? Realmente no eres nada divertido —resopló, disgustada.

—Ya, tú sigue diciéndome eso —siempre le había dicho que no tenía imaginación porque no creía ni en los platillos volantes, ni en los fantasmas ni en el matrimonio. Ni en los Bigfoots, claro.

—Bueno, como quieras. Por cierto… —añadió Charity con su característico tono seductor— … gracias por el regalo.

—¿El regalo?

—El que me dejaste en la puerta de casa… —no parecía muy segura.

—Charity, yo no te he dejado ningún regalo.

—Oh, yo creía…

Detectó un matiz de decepción en su voz. Detestaba hacerle daño. Esa era una de las razones por las que nunca le habría hecho un regalo. No quería que se hiciera ilusiones.

—Lo siento, pero no he sido yo.

Charity soltó un suspiro, como recordándose que debería haberlo previsto. Al igual que debería habérselo pensado dos veces antes de elegirlo como futuro esposo. Pero eso era algo que no había podido evitar.

A pesar de los sentimientos que albergaba por ella, Mitch no podía casarse con Charity. No podía casarse con nadie, pero menos aún con ella. La simple posibilidad de llegar a mezclar sus genes le producía un sudor frío.

—Entonces, me pregunto quién lo habrá hecho —reflexionó en voz alta, como si estuviera hablando sola.

Mitch se estaba preguntando lo mismo. ¿Acaso no había sabido siempre que sólo era cuestión de tiempo que Charity terminara yéndose con otro hombre? Pero saberlo era una cosa, y otra muy distinta ser testigo de ello. El hecho de imaginarse a Charity con otro hombre lo ponía especialmente nervioso. Para su propia sorpresa.

—Ah, ya casi me olvidaba… Acabo de ver a Wade Dennison salir de tu oficina hace unos minutos. ¿No estará ocurriendo algo en Dennison Ducks de lo que deba estar informada?

—No todo en la vida es materia de reportaje. Ni asunto tuyo, por cierto.

Charity se echó a reír.

—Eso ya lo veremos.

Nada más colgar el teléfono, Mitch vio a Sissy de nuevo en el umbral, lanzándole una de sus típicas miradas recriminatorias.

—Déjame preguntarte algo… —le dijo Mitch antes de que empezara a husmear en su vida privada, como tenía por costumbre—. ¿Crees que Wade Dennison es guapo?

—No es mi tipo.

—No, quiero decir que… ¿Las mujeres pueden encontrarlo atractivo?

—Tiene dinero, así que… Sí, las mujeres pueden encontrarlo atractivo.

Mitch sacudió la cabeza, preguntándose por qué siempre tenía que resultar tan difícil arrancarle una respuesta directa y concisa a una mujer.

—¿Es posible que Wade y una mujer de veintipocos años puedan…?

—Ya veo a dónde quieres llegar —lo interrumpió, impaciente—. Que si podría estar interesado en una mujer lo suficientemente joven como para ser su hija. Wade Dennison es un hombre, ¿no?

Mitch fijó la vista en la información que Wade le había facilitado. Pero volvió a pensar en Charity y en el regalo de su admirador secreto. Le preocupaba que el tipo no hubiera tenido arrestos para hacer públicas sus intenciones. Se preguntó quién sería. Y cuáles serían realmente esas intenciones.

Maldiciendo entre dientes, volvió a concentrarse en lo que Wade le había dado, fijándose en la dirección de Nina. Soltó otro gruñido cuando descubrió quién era la patrona de la pensión: Florie, la tía de Charity. Definitivamente, aquella población era demasiado pequeña. Y lo sería aún más cuando llegaran las lluvias.

 

 

Charity Jenkins probó el pastel de crema de plátano, cerró los ojos e inmediatamente la imagen de Mitch Tanner asaltó su mente. Había algo mágico en aquella combinación de azúcar, crema y mantequilla…

Por supuesto, llevaba pensando en Mitch desde que tenía cuatro años. De modo que, a los veintidós, ya había adquirido una considerable práctica.

Cuando comía algo rico y sabroso, Mitch siempre aparecía en su pensamiento vestido con unos vaqueros bien ajustados y una camiseta que delineaba perfectamente los músculos de sus hombros y de su pecho. Y siempre aparecía sonriente, con la luz del sol en su rostro bronceado y unos ojos azules como el mar…

Otras comidas, sin embargo, le provocaban un efecto diferente. Cuando comía verduras o comida baja en calorías, Mitch siempre se presentaba en sus fantasías diurnas vestido con su uniforme de sheriff y mirándola ceñudo, desaprobador. Por razones obvias, evitaba ese tipo de comidas.

Probó otro bocado, cerró los ojos y se sobresaltó cuando Mitch apareció vestido con un frac negro, delante del altar. Abrió los ojos rápidamente, con el corazón acelerado. ¿Su boda? ¿La misma boda que había imaginado y planeado desde que tenía cuatro años?

Mitch de frac negro, y ella con un vestido de satén blanco. O quizá seda. O encaje. La boda imaginada cambiaba a cada momento, dependiendo de su humor y estado de ánimo. Pero el novio siempre era el mismo.

—¿Está rico el pastel? —le preguntó Betty, al otro lado de la barra.

—Delicioso… —contestó Charity, cerrando los ojos de nuevo y esperando volver a ver a Mitch vestido de novio. No hubo suerte. Volvió a abrirlos mientras Betty le servía un refresco dietético.

Betty Garrett era una rubia rellenita de unos cincuenta y pocos años que aparentaba veinte menos, dotada de un singular talento para atraer a los hombres menos recomendables, como las blusas blancas a las manchas de mermelada de mora. Se había casado y cambiado de apellido tantas veces que la gente del pueblo había perdido la cuenta. En aquel momento no tenía ningún compromiso, pero Charity sabía que aquella fase no duraría mucho tiempo. Nunca duraba.

—Acabo de meter en el horno un par de pasteles de merengue de limón, en caso de que estés interesada…

¿Interesada? El pastel de merengue de limón era uno de sus favoritos.

—Supongo que el avistamiento de ese Bigfoot atraerá a mucha gente —comentó Betty—. Al igual que la última vez.

Tenía razón. Esos sucesos llenaban el pueblo. Los curiosos subían hasta Timber Falls con la esperanza de ver lo que algunos llamaban el Fantasma de la Montaña, o el Sasquatch.

—Tengo entendido que el Ho Hum ya está completo, y que media docena de caravanas se han instalado en la antigua estación de tren —le estaba diciendo Betty. Todo el mundo quería ver al Bigfoot y demostrar la existencia de aquella legendaria criatura.

Aunque nadie tanto como Charity Jenkins. Todo periodista soñaba con hacer un gran reportaje y ganar el premio Pulitzer. Charity anhelaba escribir sobre algo que no fueran las cenas dominicales en la iglesia o los patos de reclamo para caza. Lo cierto era que necesitaba desesperadamente una buena historia. Sólo así lograría hacer comprender a la gente de ese pueblo que ella no era como el resto de su familia, que era una mujer equilibrada y una periodista seria, profesional.

De acuerdo, el resto del pueblo no le importaba. Simplemente quería demostrárselo a Mitch.

Dio un último bocado al pastel de crema de plátano, saboreándolo con los ojos cerrados. Esa vez no apreció Mitch, ni en frac ni en vaqueros. Volvió a abrirlos, decepcionada.

—¿Dónde te guardas todo eso? —le preguntó Betty mientras retiraba su plato vacío. Se refería a la cantidad de calorías que consumía, dada su afición a los pasteles.

En ese sentido, era como si Charity tuviera un don. Probablemente se debía a su carácter nervioso. Era incapaz de quedarse quieta ni de dejar de pensar. Como en aquel momento. Tan pronto estaba pensando en el reportaje del Bigfoot como en las posibilidades de realización que pudiera tener su última fantasía con Mitch.

En aquel momento se encontraban en una especie de tregua en su relación. Él fingía que era un soltero recalcitrante y ella, que iba a conformarse con eso.

Se había puesto tan contenta cuando aquella mañana descubrió el regalo en la puerta de casa… Había estado absolutamente convencida de que había sido Mitch. ¿Quién si no? Pero él le había jurado y perjurado que no… ¿Por qué fingir que no le había regalado nada cuando evidentemente lo había hecho? ¿Qué sentido tenía disimular que no estaba loco por ella cuando resultaba obvio que lo estaba? Por más que se esforzaba, nunca lograba comprender a ese hombre…

—¿Has visto eso? —le preguntó en aquel instante Betty, sacudiendo la cabeza. La cafetería estaba llena. El Bigfoot era el principal tema de conversación—. No puedo creer que, después de tantos años, la gente todavía siga hablando del Bigfoot…

Charity miró a su alrededor. El café de Betty era el único lugar del pueblo que servía comidas. Y donde se podían saborear unos excelentes postres caseros. Eso lo convertía en el principal centro de vida social.

De repente, cuando se llevaba su refresco a los labios, tuvo la estremecedora sensación de que alguien la estaba observando. Y no era la primera vez. Se volvió rápidamente y alcanzó a vislumbrar una mancha negra en la calle. Contuvo el aliento al ver una camioneta de ese color pasando lentamente al lado de la cafetería. Era la misma que había visto pasar por delante de su casa la noche anterior, y también aquella misma mañana, cuando se dirigía al Café de Betty. En ambas ocasiones había tenido la sensación de que el conductor la estaba observando…

Se quedó mirando la camioneta, estremecida, hasta que desapareció Main Street arriba. Pese a que solamente distinguía una borrosa sombra tras los cristales tintados, podía sentir la mirada de su conductor clavada en ella, a través de la lluvia. Se le hizo un nudo en el estómago al recordar el regalo que había encontrado aquella mañana a la puerta de su casa. ¿Podría estar relacionada una cosa con la otra?