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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Maureen Child

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sigue a tu corazón, n.º 2078 - diciembre 2015

Título original: Triple the Fun

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7277-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–¿Dónde dices que estás? –preguntó Connor con sorna al tiempo que apoyaba los pies en el escritorio de su despacho y contemplaba las vistas del océano Pacífico, esperando la respuesta de su hermano gemelo.

–Con los gemelos, en el parque.

–¡Cómo cambian las cosas! –bromeó Connor. Solo dos años antes, su gemelo, Colton, estaba soltero y participaba en todas las actividades de riesgo que su empresa ofrecía por todo el mundo.

Pero al descubrir que su esposa, Penny, había dado a luz un niño y una niña gemelos, había asumido su responsabilidad y su vida había cambiado radicalmente. En el presente, era un feliz hombre casado y con dos hijos.

–Ríete de mí todo lo que quieras –contestó Colton–, pero tenemos que hablar de los planes en Irlanda. ¿Sigues pensando en ir a ver cómo va todo?

–Sí –dijo Connor–. Voy a alojarme en el castillo de Ashford. Jefferson ha buscado un guía que me va a enseñar la zona.

Durante el año anterior, King Extreme Adventures se había convertido en King Family Adventures. Cuando Colton había cambiado las prioridades en su vida, los dos hermanos decidieron transformar el negocio. Mientras que las aventuras de riesgo tenían un mercado limitado, las familiares les habían dado acceso a una población mucho más numerosa, y sus ingresos habían aumentado exponencialmente.

–Es increíble –masculló Colton–. Hemos pasado de ofrecer esquí en nieve virgen en los Alpes a viajes en familia por Irlanda.

–Hay que adaptarse –le recordó Connor–. Tú deberías saberlo mejor que nadie.

–No me quejo –dijo Colton. Y alzando la voz, añadió–: Reid, no le tires arena a tu hermana.

Connor rio.

–Riley sabe cuidar de sí misma.

–Sí. Acaba de tirarle arena a su hermano –dijo Colton, riendo–. Penny está en casa, pintando la habitación de los niños. Pensaba que traerlos al parque sería una tarea más fácil, pero no lo tengo tan claro.

Mientras hablaban, Linda, la ayudante de Connor, entró en el despacho con el correo y lo dejó sobre el escritorio. Connor tomó un sobre marrón y lo abrió mientras sujetaba el teléfono con el hombro. En cuanto ojeó los papeles que contenía, exclamó:

–¡Qué demonios…!

–¿Qué pasa? –preguntó Colton.

–No te lo vas a creer –masculló Connor, irguiéndose y fijando la mirada en los papeles. A pesar del indescifrable lenguaje propio de los documentos legales, Connor era consciente de que su vida acababa de dar un giro de ciento ochenta grados.

–¿Qué pasa? –repitió Colton.

La voz le llegó a Connor como si procediera de una larga distancia, porque toda su atención se concentraba en la frase que lo había sacudido. Una opresión en el pecho le cortó la respiración. Tragó saliva y tuvo que hacer un esfuerzo para decir:

–Por lo visto, soy padre.

 

 

Una hora más tarde Connor estaba en el patio de la casa que Colton tenía sobre los acantilados, y miraba hacía el océano con expresión ausente, ajeno a los veleros, los surfistas y al rítmico embate de las olas contra las rocas. De haber girado la cabeza hacia la izquierda, habría visto su casa, apenas a un kilómetro de distancia por la carretera de la costa.

Las casas de los hermanos pendían sobre el acantilado, pero la de Colton era más moderna y sofisticada que la suya, que tenía un aire más tradicional y clásico.

Pero en ese momento Connor no pensaba ni en casas ni en el mar. Solo tenía una palabra en la mente: trillizos. Hasta aquel día no había sabido de su existencia porque una mujer en la que confiaba, una amiga, le había mentido. Y eso le resultaba aún más difícil de asimilar que el hecho de ser padre.

Tenía que llegar al fondo de aquello, verlo desde todos los ángulos posibles antes de decidir cómo actuar. Por el momento no tenía ni idea de cuál iba a ser su plan.

Había dejado el caso en manos de sus abogados antes de acudir a casa de Colton y Penny. Debía ser racional y reflexionar. No podía dejarse llevar por su habitual instinto de actuar antes de pensar.

Por el momento, solo conocía el nombre de la mujer que le solicitaba una pensión alimenticia para sus hijos: Dina Cortez, hermana de Elena Cortez, la mujer de Jackie Francis.

Connor sacudió la cabeza y apretó los dientes para contener la ira. Jackie había sido su mejor amiga en el colegio y la universidad. Era la mujer en la que siempre había confiado, entre otras cosas porque era la única que nunca había querido nada de él. De hecho la única vez que habían discutido fue cuando los dos se enamoraron de la misma chica. Una sonrisa le curvó los labios al recordar cómo, en lugar de esperar a ver por quién se decidía, los dos habían optado por conservar su amistad y olvidarse de la pelirroja.

Tres años atrás, Connor había sido el padrino de la boda de Jackie con la que había sido su pareja de muchos años, Elena Cortez. Hasta la había llevado a Las Vegas para una fiesta de despedida de soltera antes de la boda. Connor jamás habría creído que Jackie pudiera mentirle y, sin embargo…

–¡Fui un idiota! –masculló, pasándose los dedos por el cabello.

–No podías saber lo que iba a pasar –dijo Penny, aproximándose a él y dándole una palmadita en el brazo.

Connor no podía asimilar la sensación de haber sido traicionado que lo dominaba y no encontró consuelo en las palabras de su cuñada.

–Cuando Jackie se mudó a California de Norte debí haberme mantenido en contacto con ella. De haberlo hecho…

–Tú no tienes la culpa de nada –dijo Colton, mirándolo de frente.

–Es mi esperma. Son mis hijos. Es mi culpa –dijo Connor, sacudiendo la cabeza.

–Es fácil ver los errores que hemos cometido en el pasado, pero no lo es tanto predecirlos.

–Lo mires como lo mires –dijo Connor con un suspiro de exasperación–, he sido un imbécil.

Y nada de lo que su familia pudiera decirle iba a cambiar las cosas. Miró hacia el océano y los recuerdos se hicieron tan vívidos que casi lo ahogaron.

«Connor, queremos tener un hijo».

Riendo, él le había pasado un brazo por los hombros a Jackie y había dicho:

–¡Enhorabuena! Así que tenéis que hacer un viaje al banco de esperma. ¿Ves cómo tenía razón cuando decía que algún día necesitarías a un hombre?

–Muy gracioso –había contestado Jackie, poniendo una mueca.

–¿Cuál de las dos va a quedarse embarazada?

–Elena.

–Vais a ser unas madres excelentes –había dicho él. Luego había sacado dos cervezas de la nevera, le había dado una a Jackie y habían brindado. Entonces, preguntó, bromeando–: ¿Cómo os llamará vuestro retoño: Mamá Uno y Mamá Dos?

–No lo sé. Ya lo veremos –Jackie bebió un trago y continuó–: Antes tenemos que resolver muchas cosas. Elena y yo queríamos pedirte algo importante.

Al ver que Jackie vacilaba, tuvo que insistir.

–¿Vas a decírmelo o no?

Jackie había tomado aire y había empezado a decir:

–Tal y como has dicho, vamos a tener que acudir a un banco de esperma porque necesitamos un donante y… –Jackie hizo otra pausa y bebió, como si necesitara humedecerse la garganta para poder continuar–. Vale, voy a decirlo: queremos que seas el padre de nuestro bebé.

La sorpresa lo había dejado mudo. Durante unos segundos, miró a su amiga fijamente sin saber qué decir.

–¿Elena está de acuerdo? –preguntó finalmente.

–Completamente –contestó Jackie, que parecía relajada tras haberse sincerado con él–. Pero no quiero que te sientas presionado, Connor. Nada va a cambiar entre nosotros si te niegas. Piénsatelo, ¿vale?

Él le había dado un fuerte abrazo y ella había dado un profundo suspiro a la vez que se abrazaba a su cintura.

–Sé que es mucho pedir y que es una situación extraña, pero… –había añadido, alzando la cabeza hacia él–, a la dos nos gustaría que el bebé tuviera una conexión contigo. Significas mucho para nosotras.

–Yo también te quiero –dijo él, estrechando el abrazo.

–Dios mío, ¡qué cursis nos estamos poniendo!

–Es lo que pasa cuando uno habla de tener hijos.

Los ojos de Jackie se humedecieron.

–Me cuesta imaginarme como madre.

–A mí no –dijo él. Y ver la expresión anhelante de Jackie había acabado por decidirlo. Eran amigos desde hacía años, ¿cómo no iba a ayudarla cuando lo necesitaba?–. Pero tengo una condición, Jack…

Ella contuvo el aliento.

–¿Cuál?

–No podría ser padre y desentenderme de mi hijo. Quiero formar parte de su vida –dijo, imaginándose como un padre a tiempo parcial, disfrutando de lo bueno pero sin las preocupaciones de un verdadero padre.

–Perfecto, Connor.

–Entonces, adelante –dijo él, haciéndola girar en el aire y arrancándole una carcajada–. Hagamos un hijo.

Lo habían intentado, pero Jackie le dijo que la inseminación no había tenido éxito, y cuando Connor le ofreció volver a intentarlo, ella rechazó su oferta diciendo que se mudaban a Carolina del Norte. Desde entonces, habían perdido todo contacto.

–Debía haberme asegurado –dijo de nuevo.

–¿Cómo ibas a imaginar que Jackie te mentiría? –preguntó Colton.

Eso era lo peor. Connor siempre había confiado en Jackie. Y de pronto descubría que llevaba años ocultándole que era padre.

Pero ni siquiera tenía el consuelo de enfurecerse con ella, porque Elena y Jackie habían muerto. Aunque seguía sin descifrar el documento legal, eso lo había comprendido con nitidez. La persona que lo denunciaba, Dina Cortez, se había convertido en la tutora legal de los bebés tras la defunción de Jackie y Elena.

¿Cómo podía apenarse por la pérdida de su amiga cuando al mismo tiempo estaba furioso con ella por lo que había hecho?

–¿Y quién es Dina Cortez? –preguntó Colton.

–La hermana de Elena. La conocí en la boda. Fue la dama de honor de Elena y el único miembro de la familia que acudió a la ceremonia –Connor frunció el ceño–. La verdad es que no la recuerdo bien.

–Me temo que ahora vas a conocerla mejor –dijo Colton, sarcástico.

–Así es –y Connor estaba seguro de que tendría mucho que decir cuando se encontrara con Dina Cortez.

 

 

–Claro que organizaremos la fiesta de su veinticuatro cumpleaños –dijo Dina al teléfono–. Si le va bien, podemos decidir el menú al final de esta semana –añadió, a la vez que ojeaba el calendario lleno de notas y citas que solo ella comprendía, mientras escuchaba a su cliente solo a medias.

¿Cómo podía concentrarse cuando estaba a punto de enfrentarse a Connor King, el padre de los trillizos que en aquel momento jugaban en el suelo, a su lado, además de uno de los hombres más poderosos de California?

Lo había conocido en la boda de su hermana con Jackie Francis, y desde el primer momento había captado su atención. Era extremadamente guapo y poseía un aura de extrema seguridad en sí mismo que para una mujer fuerte resultaba atractiva e irritante a partes iguales.

Pero lo que más le había impresionado de él durante la boda había sido su total dedicación a Jackie. En las bodas a las que ella había acudido con anterioridad, los hombres se dedicaban a intentar ligar, pero Connor solo había prestado atención a su amiga.

Sin embargo, no le costaba imaginar que sus sentimientos hubieran cambiado al recibir la notificación. Lo que Jackie y Elena le habían hecho era imperdonable.

Mientras su cliente seguía hablando, Dina miró a los tres preciosos niños de trece meses que reían y se comunicaban en un lenguaje ininteligible en el corral que les había instalado cuando fueron a vivir con ella.

En unos pocos meses, los niños se habían convertido en el centro de su vida, y Dina estaba aterrorizada con lo que Connor pudiera hacer al conocer su existencia. ¿Querría quitarle la custodia? Si ese era el caso, ella no tendría ninguna posibilidad de ganar una batalla legal contra un King.

Aprovechando una pausa del cliente, Dina dijo precipitadamente:

–Muy bien, le llamaré en un par de días para concertar una cita. Estupendo. Gracias por llamar. Adiós.

En cuanto colgó, los trillizos, dos niños y una niña, dejaron de hacer ruido. Al mirarlos, sonriendo, sintió una punzada en el corazón. Los adoraba, pero no había planeado ser madre soltera.

Claro que tampoco Jackie y Elena habían planeado fallecer. Los ojos se le inundaron de lágrimas y tuvo que parpadear para contenerlas. Ver aquellos rostros luminosos y felices también le recordaba el dolor por la pérdida de su hermana. Elena y ella habían mantenido una relación muy estrecha frente al caos que había representado su madre. Junto con su abuela, las tres habían formado una sólida unidad que se había fracturado al morir Elena.

Dina suspiró. Su hermana había querido toda su vida formar una familia propia y lo había conseguido con su esposa, Jackie, cuando finalmente habían tenido a los trillizos. Pero ni siquiera habían llegado a verles cumplir el año.

Pero llorar no conducía a nada. Lo había comprobado después de haberlo hecho sin parar las dos primeras semanas tras la muerte de Elena. Pero aunque pudiera contener el llanto, no lograba dominar el pánico que la asaltaba cada día, cuando se preguntaba cómo iba a poder mantener a los niños.

Esa era la razón por la que había decidido contactar a Connor King. Tenía dinero, era el mejor amigo de Jackie y Elena y se había ofrecido a formar parte de la vida de sus hijos. Si la apoyaba económicamente, dejaría de estar permanentemente angustiada, podría contratar a una niñera a tiempo parcial y dedicarse a ellos plenamente.

Sadie, Sage y Sam la necesitaban y ella no les fallaría. No iba a ser sencillo, pero haría lo que fuera para protegerlos. Y con esa resolución, se puso en pie y dijo:

–¿Queréis un capricho?

Tres cabezas se volvieron hacia ella con idéntica expectación. Dina rio al ver que Sadie se ponía en pie y, alzando los brazos, balbuceaba algo parecido a:

Apa.

–Cuando comáis algo, ¿vale?

Si sacaba a Sadie, tendría que hacer lo mismo con Sage y Sam, y en lugar de comer, pasaría la siguiente hora persiguiéndolos por la casa. Y puesto que tenían que irse a la cama pronto, no quería que se excitaran.

Fue a la cocina, cortó unos plátanos en rodajas y sirvió tres vasos de leche.

Acababan de empezar a comer cuando llamaron a la puerta.

–Portaos bien –dijo Dina yendo hacia el vestíbulo. Miró por la mirilla y contuvo una exclamación. Era Connor King.

¿Cómo no había calculado que un King pasaría inmediatamente a la acción? Dominando el ataque de pánico que amenazó con paralizarla, se cuadró de hombros, alzó la barbilla y abrió.

–Connor King –dijo–. No te esperaba.

–Pues deberías haberlo hecho –dijo él en tensión, entrando sin esperar a ser invitado–. ¿Dónde están mis hijos?

Capítulo Dos

 

Connor había ido por sus hijos, pero no podía apartar la mirada de la mujer que había abierto la puerta. El deseo lo recorrió, agarrotándole la garganta e impidiéndole respirar.

La mujer que lo miraba tenía unos enormes ojos color chocolate, el cabello negro, lustroso, que le llegaba a los hombros y unas piernas espectaculares que podía apreciar en su plenitud porque llevaba pantalones cortos. Una camiseta roja se le pegaba al cuerpo, dejando intuir unos senos del tamaño ideal para las manos de un hombre.

Connor no comprendía cómo podía haberle pasado desapercibida en la boda de Elena y Jackie, hacía dos años. O cómo podía haberla olvidado, cuando era una mujer inolvidable.

–¿Dina Cortez? –preguntó, aunque sabía perfectamente quién era.

–Sí. Y tú eres Connor King.

Connor asintió y consiguió respirar y centrarse en lo que había ido a hacer.

–Ahora que nos hemos presentado, ¿dónde están los niños?

Dina se cruzó de brazos.

–No deberías estar aquí.

–Ya, mi abogado me ha dicho lo mismo –dijo Connor.

Pero ¿qué podía hacer un hombre al descubrir que era padre, y de trillizos? Había necesitado ir a verlos y averiguar lo más posible sin tener a los abogados de por medio. Colton lo había comprendido perfectamente, pero Penny había estado en contra, lo que era lógico, puesto que Colton había actuado de la misma manera al averiguar que ella había tenido gemelos y se lo había ocultado.

–Los abogados intervendrán cuando corresponda –continuó diciendo–. Pero necesitaba venir lo antes posible.

–¿Por qué?

–¿Por qué? –repitió Connor, sarcástico–. Porque acabo de descubrir que soy padre y que me han denunciado para que pase una pensión de manutención.

–Si te hubieras mantenido en contacto con Jackie y Elena te habrías enterado antes.

–Y si tu hermana y mi mejor amiga no me hubieran mentido, no estaríamos en esta situación.

Dina resopló apara liberar parte de la tensión que sentía.

–Vale. Tienes razón. A mí tampoco me dijeron que eras el padre de los trillizos.

Connor estaba furioso, pero no sabía en quién proyectar su rabia. Dina y él eran víctimas de lo que Jackie y Elena habían hecho.

–¿Cómo averiguaste que lo era? –preguntó.

–Encontré una carta dirigida a ti entre sus papeles, y la leí–dijo Dina, dando un suspiro. Al ver que Connor enarcaba las cejas, se encogió de hombros–: Si esperas que me disculpe, no lo vas a conseguir.

A su pesar, Connor sintió admiración por ella. Era evidente que era una mujer fuerte. Como lo era su belleza, que seguía distrayéndolo de su principal objetivo y le hacía tener pensamientos totalmente inapropiados. Aquel cuerpo compacto y sinuoso, su piel cetrina, el destello desconfiado en su mirada le hacían alegrarse de ser un hombre. Además, olía deliciosamente.

Pero nada de eso debía importarle en aquel momento.

–Muy bien –dijo finalmente–. ¿Qué te parece si por lo menos me das algunas respuestas?

Asintiendo con la cabeza, Dina lo precedió hacia el salón. Se trataba de una casa pequeña y vieja, como todas las de aquel barrio, en el que las casas estaban apiñadas, tenían jardines estrechos y donde apenas había espacio para aparcar.