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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Annie West

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un pasado oscuro, n.º 2456 - abril 2016

Título original: Seducing His Enemy’s Daughter

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8104-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Por supuesto que lo harás. Sabes que lo harás.

Reg Sanderson dejó de servirse el whisky para mirar fijamente a su hija. Como si pudiera someterla a su voluntad como había hecho años atrás. Elsa sacudió la cabeza y se preguntó cómo era posible que un hombre pudiera estar tan centrado en su propia importancia como para no darse cuenta de que el mundo había cambiado. Elsa había cambiado desde que se marchó. Incluso Fuzz y Rob habían cambiado últimamente, pero su padre no se había dado cuenta. Estaba demasiado centrado en las maquinaciones de sus negocios. Aunque ya no se trataba solo de trabajo. Su último plan era una intolerable mezcla de asuntos personales y laborales.

No era de extrañar que Fuzz hubiera salido huyendo. Felicity Sanderson podía ser voluble y caprichosa como solo podía serlo la hija favorita de un hombre muy rico, pero no era ninguna estúpida.

Elsa miró a su padre e ignoró la frialdad de sus ojos. Había necesitado años de práctica para mantenerse firme ante su brutal comportamiento, pero ahora le salía de forma natural.

–Esto no tiene nada que ver conmigo. Tendrás que solucionarlo tú solo.

¿Quién iba a pensar que Reg Sanderson acudiría a rogarle a su hija mediana, a la que tanto tiempo había ignorado? Aunque no hubo ningún ruego cuando la llamó por teléfono furioso, exigiéndole que acudiera al instante a su casa de la playa porque su hermana Felicity estaba a punto de destrozar su vida.

–Por supuesto que tiene que ver contigo – bramó él. Entonces se contuvo e hizo una pausa para dar otro sorbo a su whisky–. Eres mi única esperanza, Elsa.

Esta vez el tono fue más conciliatorio, casi conspiratorio.

A Elsa se le erizó el vello de la nuca y sintió tensión en el vientre. Su padre gritaba cuando no conseguía al instante lo que quería. Pero cuando había que temerlo de verdad era cuando fingía estar de tu lado.

–Lo siento – se mordió el labio y se recordó que no había necesidad de disculparse. Pero los antiguos hábitos eran difíciles de erradicar. Alzó la barbilla–. Es una idea absurda, y aunque no lo fuera no podría hacerme pasar por Felicity. No estoy…

–Ya, por supuesto que no estás a la altura de tu hermana. Pero con un cambio de imagen y algo de entrenamiento, lo conseguirás.

Elsa mantuvo la compostura. En el pasado, las constantes referencias de su padre a cómo no podía compararse con su hermana mayor en aspecto, gracia, alegría, encanto y elegancia habían sido su cruz en la vida. Ahora sabía que en la vida había cosas más importantes que intentar, sin éxito, estar a la altura de las expectativas de su padre.

–Iba a decir que no estoy interesada en conocer a ninguno de tus compinches de trabajo, y mucho menos casarme con uno.

Elsa se estremeció. Se había escapado de su horrible padre en la adolescencia y nunca había mirado atrás. Aquel hombre con el que su padre quería hacer negocios estaría cortado por el mismo patrón: sería posesivo, egoísta y poco honrado.

–Estoy segura de que, si le explicas la situación, lo comprenderá – Elsa se levantó del sillón de cuero blanco, agarró el bolso y se dirigió hacia la puerta.

–¿Comprenderlo?

A su padre se le quebró un poco la voz, y aquello transfiguró a Elsa. A pesar del temperamento volátil, podría jurar que aquello era lo más parecido a una emoción real que le había visto en años. Incluso cuando su madre murió, lo que derramó fueron únicamente lágrimas de cocodrilo.

–Donato Salazar no es de los que comprenden. No eres consciente de lo mucho que lo necesito. Sugerí el matrimonio para consolidar nuestros lazos empresariales y estuvo de acuerdo en considerarlo – el tono de su padre dejaba claro que aquello era un honor para él. Y eso que se consideraba a sí mismo el cénit de la sociedad y del mundo empresarial de Sídney.

–Necesito el dinero de Salazar. Sin él me hundiré, y será pronto. Necesito un lazo personal para mantenerme a flote. Un lazo familiar – tenía un tono desagradable y su mirada expresaba maquinación.

La idea de que la inmensa fortuna de su padre corriera peligro tendría que haberla sorprendido, pero no fue así. A Reg Sanderson le gustaba correr riesgos.

–No confías en él, y sin embargo quieres que se case con tu hija – Elsa le miró con repugnancia.

–Vamos, no seas tan mojigata. Me recuerdas a tu madre – alzó el labio–. Salazar puede darle a una mujer todo lo que el dinero puede comprar. Estarás cubierta durante toda tu vida.

Elsa no dijo nada. Conocía la valía de su madre y sabía que el dinero no podía comprar las cosas importantes de la vida. Pero aquella discusión no tenía sentido. Fuzz había preferido huir antes de tener que conocer al tal Salazar, y Elsa no tenía intención de sacrificarse por los planes de su padre. Además, aquella personificación del éxito empresarial no estaría interesado en quedarse con la «otra» hija de Reg Sanderson. Con la sosa y poco interesante que se ganaba la vida trabajando. Era una chica normal, una enfermera que se dedicaba a visitar a los enfermos en su casa. No tenía nada en común con una persona exitosa. Elsa se giró otra vez hacia la puerta.

–Sin el dinero de Salazar lo perderé todo. El negocio, esta casa. Todo. Y si eso sucede, ¿qué crees que les pasará a tus hermanos? – se detuvo el tiempo suficiente para que un escalofrío recorriera la espina dorsal de Elsa. – ¿Qué pasa con el dinero que tu hermano necesita para su nuevo proyecto? – su tono destilaba veneno–. Ese en el que Rob está tan involucrado que ha dejado el negocio familiar. El que da de comer a tu hermana Felicity. Y a su novio – escupió las palabras.

Elsa se dio la vuelta. El pulso le latía con fuerza en el cuello.

–Ese dinero es de Rob, no tuyo.

Su padre se encogió de hombros y la miró de soslayo.

–Tomé… algo prestado para cubrirme – debió de notar la ira de Elsa, porque la atajó antes de que pudiera hablar–. Si yo me hundo, ellos también. ¿Cómo crees que se tomarán que haya desaparecido el dinero que necesitan para terminar su maravilloso resort?

Los ojos claros de su padre rezumaban triunfo.

Elsa sintió una furia impotente. Su padre había robado a Rob y aun así esperaba que ella le ayudara.

Sin duda era consciente de que lo que sentía por sus hermanos era una debilidad que podía explotar.

Elsa había experimentado un profundo alivio cuando Fuzz y Rob escaparon finalmente de la influencia de su padre. Había envenenado sus vidas durante demasiado tiempo. Si perdían aquella oportunidad de hacer algo por sí mismos…

Estiró los hombros como un prisionero que se fuera a enfrentar a un pelotón de fusilamiento.

–De acuerdo – le espetó–. Le conoceré.

Pero solo para explicarle que su hermana Felicity ya no formaba parte del acuerdo. Sería directa. ¿Qué hombre en su sano juicio esperaría que el matrimonio cimentara un acuerdo de negocios?

 

 

–Por fin está aquí – la voz de su padre vibró con afabilidad–. Me gustaría presentarte a mi hija Elsa.

Ella se quedó un instante de pie, viendo cómo el atardecer transformaba el puerto de Sídney en un espejo de tonos cobrizos y melocotón. Luego aspiró con fuerza el aire y se giró.

–Elsa, cariño – el saludo de su padre la hizo parpadear. Era la primera vez que se dirigía a ella de aquel modo. Se lo quedó mirando fijamente. En el pasado habría dado cualquier cosa por que la tratara con aprobación y cariño.

Su padre dijo algo más. Elsa escuchó el nombre de Donato Salazar y empastó una sonrisa. Se dio la vuelta hacia el hombre que estaba a su lado y alzó la vista.

Algo le atravesó el estómago, un golpe que la hizo tambalearse.

El hombre que tenía delante no pertenecía al mundo de las fiestas de su padre. Aquel fue su primer pensamiento. Aquellos eventos se manejaban entre la modernidad y lo sórdido. Este hombre era demasiado… rotundo para ser alguna de aquellas dos cosas. La palabra que le surgió en la cabeza fue «elemental». Era como una fuerza de la naturaleza, un líder.

La segunda palabra que le vino a la mente fue «bello».

Incluso la tenue cicatriz que le atravesaba la mejilla enfatizaba su belleza en lugar de enmascararla.

Era bello como podía serlo el risco lejano de una montaña, con su pico helado que seducía a los montañeros y a la vez resultaba traicionero. Como podía serlo una tormenta en el mar, letal pero magnífica.

Lo que la llevó al tercer pensamiento: «peligroso».

No era solo su absoluta inmovilidad, la atención con la que la escudriñaba como si fuera una ameba colocada bajo el microscopio. Ni que su hermoso rostro estuviera como tallado en planos rectos, sin ninguna curva. A excepción de aquella boca fina y perfectamente dibujada que llamó la atención de Elsa.

En su vida profesional había visto labios curvados en sonrisas de alegría o de alivio, o apretados por el dolor y la tristeza. Pero nunca había visto unos labios así, que indicaban sensualidad y crueldad al mismo tiempo.

Aquella boca tan bonita se movió para articular unas palabras que Elsa no consiguió captar porque tenía el cerebro nublado.

–Lo siento, no he entendido.

–He dicho que es un placer conocerla, señorita Sanderson – los labios se curvaron hacia arriba, pero Elsa tuvo la absoluta certeza de que lo que Donato Salazar sentía no era placer.

Lo confirmó cuando lo miró a los ojos, que eran de color azul oscuro y estaban enmarcados por unas cejas negras. Tenía una mirada entre observadora y… ¿molesta?

–Encantada de conocerle, señor Salazar.

–Vamos, no hace falta ser tan formales – intervino su padre. Nunca Elsa agradeció tanto su presencia. Resultaba casi benigna en comparación con el hombre que estaba a su lado–. Llámala Elsa, Donato.

El hombre alto asintió y ella se fijó en que el pelo oscuro le brillaba como el ala azulada de un cuervo. Y que tenía un hoyuelo en la barbilla.

–Elsa – su voz sonó profunda y resonante–. Y tú llámame Donato.

Tal vez fuera el brillo de sus ojos, o el frunce satisfecho de aquellos labios, o el hecho de que finalmente hubiera superado el primer impacto que le causó. Pero de pronto, Elsa volvió a ser ella misma.

–Muy amable por tu parte, Donato. Tengo entendido que eres de Melbourne. ¿Vas a quedarte mucho tiempo en Sídney?

–Eso depende de varias cosas – su padre y él intercambiaron una mirada fugaz–. Por el momento no tengo planes de volver.

Elsa asintió con naturalidad, como si aquellos planes no incluyeran casarse con la hija de Reg Sanderson. Pero aquello no iba a suceder.

–Esperemos que siga haciendo buen tiempo durante tu estancia. Sídney hay que disfrutarla con sol – como si ella se pasara la vida en el yate de su padre bebiendo champán y comiendo.

Se llevó una mano al estómago vació. Fuzz se había marchado unas horas antes de esta fiesta en honor al hombre con el que su padre quería que se casara, y Reg había hecho venir a Elsa nada más salir del trabajo. Como de costumbre, el alcohol fluía por todas partes, pero la comida todavía no había hecho su aparición.

–Ah, el tiempo – Donato seguía manteniendo la seriedad en la mirada, pero sus labios esbozaron un tenue gesto de superioridad–. Un comienzo de conversación educado y predecible.

Elsa fingió sorpresa para ocultar su molestia. Ya había sido durante bastante tiempo fuente de diversión para los sofisticados amigos de su padre. Sus años de patito feo la llevaban a irritarse cuando la trataban con condescendencia.

–Entiendo. En ese caso, por favor, escoge tú otro comienzo de conversación, a ser posible educado.

Los ojos de Donato mostraron un brillo que parecía aprobatorio.

–Elsa, de verdad… – comenzó a decir su padre.

–No, no. El tiempo me parece un buen tema – se inclinó hacia ella y Elsa captó un estimulante aroma a café y a piel masculina–. ¿Crees que podemos esperar una tormenta veraniega más tarde? ¿Con rayos y truenos, tal vez?

Elsa miró a su padre, que tenía una expresión gélida, y luego otra vez a Donato Salazar. Sabía que su padre estaba sudando con aquel encuentro y no le importaba lo más mínimo. Estaba dividida entre la admiración y la rabia.

–Cualquier cosa es posible, dadas las condiciones atmosféricas que tenemos.

Donato asintió.

–Encuentro muy estimulante esa perspectiva – no se había movido, pero de pronto el aire que los rodeaba pareció enrarecerse–, cuéntame más – murmuró con su voz rica y profunda como el sirope–. ¿Qué condiciones atmosféricas provocarían electricidad en el aire?

Estaba jugando con ella.

Había notado su instantánea y profundamente femenina respuesta hacía él, aquel temblor en el vientre, el sonrojo, y le divertía.

–No tengo ni idea – le espetó–. No soy meteoróloga.

–Qué decepción – sus palabras eran como seda. Tenía la mirada clavada en ella, como si Elsa fuera un espécimen curioso–. A la mayoría de la gente que conozco le gusta hablar de las cosas que saben.

–¿Te refieres a que les gusta lucirse mostrando sus conocimientos?

La insinuación quedaba clara. La gente intentaba atraer la atención de aquel hombre. Su padre se aclaró la garganta, dispuesto a interrumpir una conversación que no estaba saliendo como él tenía pensado.

Pero entonces Donato se echó a reír y aquel sonido provocó en Elsa un escalofrío. Tenía una risa sorprendentemente atractiva para ser un hombre con aspecto de poder interpretar el papel de príncipe de la oscuridad sin ningún esfuerzo. El problema estaba en que la risa, el humor de su mirada y aquella sonrisa repentina le convertían en alguien mucho más cercano.

Elsa se estremeció. El corazón le latía con fuerza contra las costillas, y sentía algo parecido a la mantequilla fundida entre las piernas. Parpadeó para reponerse. Ella no se derretía a los cinco minutos de conocer a un hombre.

–Me disculpo en nombre de mi hija – su padre le lanzó a Elsa una mirada glacial.

–No hay necesidad de disculparse – Donato seguía sin apartar la vista de ella–. Tu hija es encantadora.

–¿Encantadora? – repitió Reg antes de recuperarse rápidamente–. Sí, por supuesto. Es alguien poco común.

Elsa apenas escuchó las palabras de su padre, estaba atónita.

¿Encantadora? Nunca en su vida la habían descrito de aquel modo.

–Debe de estar orgulloso de tener una hija tan inteligente y directa.

–¿Orgulloso? Sí, sí. Claro que sí – su padre necesitaba mejorar sus dotes de actuación. Normalmente mentía con mucha facilidad, pero Elsa no le había visto nunca tan desesperado.

–Y además es muy guapa.

Aquello había ido ya demasiado lejos. Había hecho todo lo posible rebuscando en el armario de su hermana algo adecuado. No iba a enfrentarse a una multitud de estrellas sociales con la ropa de trabajo y los zapatos planos. Pero no se hacía ilusiones. Fuzz era la que hacía girar las cabezas, no ella.

–No hay necesidad de hacerme la pelota. Y preferiría que no se hablara de mí como si no estuviera delante.

–¡Elsa! – parecía que a su padre le iba a dar un ataque. Estaba rojo y era como si los ojos se le salieran de las órbitas.

–Te pido disculpas, Elsa – aquella voz aterciopelada la hizo estremecerse otra vez–. No pretendía insultarte.

–No eres tú quien debería disculparse, Donato – su padre se acercó y la agarró del brazo con fuerza–. Yo creo que…

–Yo creo – le interrumpió Donato con suavidad– que ya puedes dejarnos solos para que nos conozcamos mejor.

Su padre se lo quedó mirando durante un instante. Normalmente era muy rápido y muy ácido en sus respuestas. Así que verle perdido suponía una experiencia nueva.

¿Quién era aquel hombre capaz de asustarle tanto?

–Claro, claro – su padre empastó una sonrisa–. Tenéis que conoceros mejor. Os dejaré solos – le dio un último pellizco en el brazo a su hija y la soltó antes de marcharse como si no le importara.

Elsa le vio alejarse y quiso gritarle que volviera. Algo ridículo, ya que se había pasado la mayor parte de su vida evitándole. Y teniendo en cuenta que nunca había sido un padre protector.

Pero el nudo que sintió en el estómago al volver a cruzar la mirada con la de Donato Salazar le hizo saber que realmente necesitaba protección.