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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
COMPAÑERA DE BODA, N.º 63 - marzo 2011
Título original: Billionaire’s Contract Engagement
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9837-9
Editor responsable: Luis Pugni

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Compañera de boda

MAYA BANKS

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Capítulo Uno

Los buitres estaban al acecho.

Celia Taylor observaba el atestado salón de baile. La recaudación de fondos debería ser una ocasión para relajarse y disfrutar, pero los negocios estaban en la mente de todos los allí presentes.

Al otro lado de la sala, Evan Reese destacaba con su imponente presencia entre un numeroso grupo de personas. Parecía sentirse en su elemento, como lo demostraba la arrebatadora sonrisa que lo hacía aún más atractivo.

Ser tan apuesto debería ser un delito. Alto, fuerte y curtido, era la clase de hombre al que le sentaría como un guante la ropa deportiva que la empresa de Evan diseñaba y vendía. Un aura de seguridad y poder lo rodeaba, y a Celia no había nada que más le gustase que un hombre seguro de sí mismo.

Las prolongadas miradas que se habían lanzado mutuamente durante las últimas semanas hacían imposible no fantasear con lo que podría ocurrir entre ellos…

Si él no fuese un cliente potencial al que Celia deseaba ganar a toda costa.

Su jefe y la empresa confiaban en ella para conseguirlo, pero Celia tenía muy claro que jamás se acostaría con un hombre por interés.

Apartó la mirada de Evan Reese antes de quedarse embobada. Llevaban simulando un baile muy delicado el uno alrededor del otro desde que Evan rescindiera el contrato con su última agencia de publicidad. Él sabía que ella lo deseaba… en el sentido profesional de la palabra, naturalmente. Quizá también supiera que le gustaría tenerlo desnudo en su cama, pero Celia no iba a dejarse llevar por sus fantasías. Al menos no en aquel momento ni lugar.

La cuestión era que cada vez que una gran empresa como Reese Enterprises despedía a sus publicistas, se abría la veda y todas las demás agencias se lanzaban como una jauría de perros hambrientos. Era una competición despiadada en la que Celia debería estar participando, pero algo le decía que Evan Reese se divertía con aquella clase de atenciones.

–Me alegro de que hayas podido venir, Celia. ¿Has hablado ya con Reese?

Celia se volvió hacia su jefe, Brock Maddox. No tenía ninguna copa en la mano y no parecía encontrarse muy satisfecho de estar allí.

–¿Tú con esmoquin? –le preguntó ella, arqueando una ceja–. Vaya, Brock… ¿Cómo consigues mantener a las mujeres a raya?

Él respondió con un gruñido y una mueca de disgusto.

–Déjate de bromas, Celia. He traído a Elle conmigo.

Celia miró por encima del hombro de Brock y vio a su bonita ayudante a unos pocos metros. Elle también la miró y Celia la saludó con una sonrisa.

–Estás muy guapa –le gesticuló con los labios.

Elle le devolvió la sonrisa y agachó tímidamente la cabeza, pero no antes de que Celia pudiera ver el rubor de sus mejillas.

Brock hizo un gesto impaciente hacia Evan.

–¿Qué haces aquí parada si Evan Reese está allí? –recorrió la sala con la mirada y su expresión se endureció visiblemente–. Debería haber imaginado que ese viejo sinvergüenza estaría aquí…

Celia siguió la dirección de su mirada y vio a Athos Koteas siendo el centro de atención a escasa distancia de Evan. Jamás lo admitiría en voz alta delante de Brock, pero la ponía muy nerviosa ver al dueño de Golden Gate Promotions intentando acaparar a Evan Reese. Koteas no sólo le había robado unos cuantos clientes a Maddox Communications, sino que había emprendido una feroz campaña de difamación contra la empresa. Celia no se sorprendía en absoluto por el juego sucio de su rival. Todos sabían que Koteas era un hombre despiadado que haría cualquier cosa por conseguir su objetivo.

–Es normal –murmuró Celia–. Sus publicistas están intentando ganarse a Evan.

–¿Hay alguna razón por la que tú no estés haciendo lo mismo?

Ella le puso una mano en el brazo. Sabía lo importante que era para Brock y para la empresa ganar a un cliente como Evan Reese.

–Tienes que confiar en mí, Brock. Conozco bien a Evan. Sabe que estoy interesada y será él quien acabe buscándome. Estoy completamente segura.

–¿En serio? No olvides que Maddox Communications es una empresa pequeña y que no podemos permitirnos seguir perdiendo clientes. Un contrato con Evan Reese garantizaría que todo nuestro personal conservaría su empleo.

–Ya sé que estoy pidiendo mucho –dijo Celia en voz baja–. Pero no puedo acercarme a él e intentar seducirlo –señaló a las mujeres que rodeaban a Evan. Ninguna ocultaba hasta dónde estaría dispuesta a llegar con tal de firmar el ansiado contrato–. Es lo que él espera, y tú sabes mejor que nadie que no puedo hacerlo. Quiero conseguir este contrato gracias a mi inteligencia y no por mi cuerpo, Brock. Me he pasado días y noches preparando la estrategia, y sé que puedo conseguirlo.

Brock la miró con un brillo de respeto en los ojos. A Celia le encantaba trabajar para él. Era un hombre muy duro y exigente, y también la única persona a la que ella le había contado lo que realmente pasó en su último trabajo como publicitaria en Nueva York.

–No espero otra cosa de ti, Celia –le dijo con voz amable–. Espero no haberte dado una impresión equivocada.

–Tranquilo. Agradezco tu confianza más de lo que imaginas. Te prometo que no voy a defraudarte. Ni a ti ni a Maddox Communications.

Brock se pasó una mano por el pelo y volvió a mirar a su alrededor con ojos cansados. Era cierto que trabajaba muy duro y que la empresa lo era todo para él, pero en los últimos meses habían aparecido más arrugas en su rostro. Celia quería ofrecerle el contrato con Evan Reese para agradecerle su ayuda y confianza. Brock había creído en ella cuando todo el mundo le había dado la espalda.

–No mires ahora, pero Evan viene hacia acá. ¿Por qué no te llevas a Elle a bailar o a tomar una copa?

Brock se dio la vuelta rápidamente y desapareció entre los invitados.

Celia tomó un sorbo de vino y adoptó una actitud despreocupada mientras sentía aproximarse a Evan. Era imposible no advertir su presencia. El cuerpo de Celia experimentaba una considerable subida de temperatura cada vez que Evan estaba cerca de ella.

–Celia –la saludó él.

Ella se volvió con una sonrisa de bienvenida.

–Hola, Evan. ¿Te lo estás pasando bien?

–Ya sabes que no.

Ella arqueó una ceja y lo miró por encima de la copa.

–¿Lo sé?

Evan se giró para agarrar una copa de la bandeja que portaba un camarero y volvió a centrar toda su atención en ella. Su mirada era tan intensa y penetrante que parecía estar desnudándola delante de toda aquella gente. Sus bonitos ojos la devoraban implacablemente, traspasando el sencillo vestido de noche que Celia había elegido y haciendo que la sangre le hirviera en las venas.

–Dime una cosa, Celia. ¿Por qué no estás intentando convencerme de que tu agencia de publicidad es lo que mi empresa necesita para llegar a la cima, igual que están haciendo el resto de pirañas hambrientas?

Celia le ofreció una sonrisa.

–¿Tal vez porque ya estás en la cima?

–¿Te gusta jugar con las palabras?

La sonrisa de Celia desapareció al instante. Lo último que quería hacer era intentar seducirlo.

Desvió brevemente la mirada hacia los demás publicistas, quienes no les quitaban la vista de encima a ella y a Evan.

–No estoy tan desesperada, Evan. Sé que soy buena en lo que hago y que no hay unas ideas mejores que las mías para tu campaña publicitaria. ¿Eso me convierte en una arrogante? Puede ser. Pero no necesito venderte un montón de tonterías. Lo único que necesito es tiempo para demostrarte lo que Maddox Communications puede hacer por ti.

–Lo que tú puedes hacer por mí, Celia –corrigió él.

Celia abrió los ojos como platos ante la descarada insinuación, pero Evan se apresuró a aclararla.

–Si la idea es tuya y es tan brillante como dices, no estaría confiando en Maddox Communications, sino en ti.

Ella frunció el ceño y aferró con fuerza la copa de vino. De repente sentía que estaba en desventaja, y confió en que Evan no advirtiera sus nervios.

–No ha sido una proposición, Celia –la tranquilizó él, obviamente percatándose de su incomodidad–. Si lo fuera, te aseguro que te darías cuenta de la diferencia…

Levantó una mano y le trazó una línea con el dedo por la piel desnuda del brazo. Celia fue incapaz de sofocar un escalofrío y de impedir que se le pusiera la carne de gallina.

–Quería decir que si finalmente firmase un contrato con Maddox Communications, no querría que me dejaras en manos de algún publicista novato. Insistiría en que fueras tú quien supervisara la campaña a todos los niveles.

–¿Y piensas firmar un contrato con Maddox Communications? –le preguntó ella con voz ronca.

Los verdes ojos de Evan brillaron de regocijo. Bebió un poco de vino y volvió a mirar fijamente a Celia.

–Sólo si tu propuesta me parece la mejor de todas. Golden Gate Promotions tiene buenas ideas, y las estoy estudiando.

–Eso es porque aún no has visto las mías.

Evan volvió a sonreír.

–Me gusta la seguridad que demuestras… Nada de falsa modestia. Estoy impaciente por ver lo que has pensado, Celia Taylor. Tengo el presentimiento de que vuelcas en tu trabajo toda esa pasión que arde en tus ojos. Brock Maddox tiene mucha suerte al contar con una empleada como tú. Me pregunto si es consciente de ello…

–¿Pasamos a la siguiente fase? –le preguntó ella en tono ligero–. Tengo que admitir que me ha gustado verte rodeado de pirañas, como tú las llamas.

Él dejo la copa en una mesa cercana.

–Baila conmigo y hablaremos de las citas pertinentes.

Celia entornó los ojos, pero él arqueó una ceja en una expresión desafiante.

–También he bailado con otras mujeres de Golden Gate Promotions, San Francisco Media…

–Está bien, está bien –lo interrumpió ella–. Ya lo entiendo. Estás seleccionando a la mejor pareja de baile.

Él soltó una carcajada tan sonora que atrajo la atención de varias personas, y Celia tuvo que reprimirse para no salir huyendo. Odiaba ser el centro de las miradas, algo con lo que Evan no parecía tener el menor problema. Qué estupendo debía de ser no tener que preocuparse por las opiniones ajenas. Gozar de una reputación intacta y no haber sido la injusta víctima de venganzas absurdas. Pero los hombres rara vez sufrían casos como el suyo. Era siempre la mujer la que soportaba la difamación y la crítica.

Al no poder escabullirse discretamente de la fiesta, dejó la copa en la mesa y permitió que Evan la llevara a la pista de baile.

Por suerte, él no la estrechó ni la apretó contra su cuerpo. Cualquiera que los mirase no podría encontrar la menor falta de decoro. No parecían amantes, pero Celia sabía que ambos lo estaban pensando. Podía ver el deseo en los ojos de Evan, igual que él podía verlo en los suyos.

No estaba acostumbrada a ocultar sus emociones, tal vez porque había sido la única chica en una casa llena de hombres en la que siempre la habían tratado como a una joya delicada y preciosa.

Todo sería más fácil si pudiera disimular lo que sentía por aquel hombre. Así no tendría que preguntarse si Evan le estaba dando una oportunidad porque pensaba que ella se la merecía o si sólo pensaba en acostarse con ella…

–Relájate –le murmuró él muy cerca del oído–. Piensas demasiado.

Ella se obligó a hacerle caso e intentó seguir el ritmo de la música. Era difícil, pues estaba bailando con un hombre cuya sola imagen bastaba para dejarla sin aliento.

–¿Qué te parece la semana que viene? El viernes estoy libre.

Celia volvió bruscamente a la realidad, y por unos instantes no supo de qué le estaba hablando.

«¿Y ella se consideraba una profesional?»

–Estaba pensando que podríamos tener una reunión informal en la que me expusieras tus ideas. Si me interesa, podríamos resolver el asunto en tu misma oficina. Así nos ahorraríamos mucho tiempo y molestias en caso de que no me seduzcan tus ideas.

–Claro. El viernes me viene fenomenal…

La música acabó, pero él no la soltó y la sostuvo un poco más. Sin embargo, Celia estaba tan aturdida por la intensidad de su mirada que no pudo formular ninguna excusa.

–Mi secretaria te llamará con la hora y el sitio.

Le agarró la mano y se la llevó a los labios. El cálido roce de su boca en el dorso le desató una descarga de placer por la columna.

–Hasta el viernes.

Celia se quedó sin palabras, viendo cómo Evan se alejaba. Fue inmediatamente engullido por una jauría de ávidos publicistas, pero entonces se giró hacia ella, se sostuvieron mutuamente la mirada y los labios de Reese se curvaron en una media sonrisa.

Lo sabía. Sabía que ella lo deseaba. Habría que ser idiota para no darse cuenta, y Evan Reese era de todo menos idiota. Era un hombre listo, ambicioso y con fama de ser implacable. El cliente perfecto.

Celia se dirigió hacia la salida. Había acabado allí y no tenía ningún motivo para quedarse. No tenía el menor interés en escuchar los rumores que hubiera suscitado el baile con Evan.

Pasó junto a Brock y Elle. Su jefe no dijo nada, pero arqueó una ceja interrogativamente. Sin duda la había visto bailar con Evan, a quien seguramente llevaba observando toda la noche. Era una lástima que sólo tuviera ojos para su futuro cliente, porque Elle estaba realmente preciosa con su vestido negro.

–El viernes –le dijo Celia en voz baja– tendremos una cita informal para que le cuente mis ideas. Si le gustan, concertaremos otra cita en la empresa.

Brock asintió con un brillo de satisfacción en los ojos.

–Buen trabajo, Celia.

Ella sonrió y siguió andando hacia la puerta. Tenía mucho que hacer hasta el viernes.

Evan Reese se aflojó la corbata al entrar en la suite del hotel. Arrojó la chaqueta sobre una silla y dejó los zapatos y los calcetines en el dormitorio. Miró fugazmente el ordenador portátil que lo esperaba en la mesa, pero por una vez no le apetecía trabajar. Estaba demasiado nervioso pensando en Celia Taylor.

La hermosa, seductora y distante Celia Taylor.

Su cuerpo había reaccionado en cuanto la vio aparecer en el salón de baile, y seguía en tensión mucho después de haberla perdido de vista. Aún le parecía estar sintiendo su piel bajo los dedos y oliendo su exquisita fragancia. Se había atrevido a tocarla, pero quería hacer mucho más que eso. Quería saciar todos sus sentidos con ella, colmarse con su cuerpo, oír sus gemidos de placer. Quería deslizar la mano entre sus hermosas piernas, separarle los muslos y pasarse toda la noche haciéndole el amor. Con una mujer como Celia no se podía ir deprisa. Había que conocerla palmo a palmo y descubrir sus zonas más erógenas.

La fijación que tenía con ella era del todo inexplicable. Él no vivía como un monje, ni mucho menos. Tenía todo el sexo que pudiera desear y nunca le faltaban amantes; sin embargo, algo le decía que con Celia sería una experiencia incomparable. La clase de experiencia por la que un hombre estaría dispuesto a vender su alma.

Era una mujer arrebatadoramente hermosa. Alta, aunque no demasiado, con una larga melena rojiza que solía llevar descuidadamente recogida. Evan deseaba arrancarle aquella maldita horquilla y ver cómo se derramaban sus sedosos cabellos por la espalda. O mejor aún, sobre él mismo mientras hacían el amor.

Maldijo en voz baja ante la reacción que aquella imagen provocó en su cuerpo. De nada le serviría una ducha helada. Ya se había dado demasiadas durante las últimas semanas y no había forma de apagar su deseo.

Tal vez lo más fascinante de Celia fueran sus ojos. A veces parecían de color azul, pero en realidad eran verdes. Muy verdes y muy brillantes.

Una parte de él se preguntaba por qué una mujer tan atractiva no había intentado seducirlo para conseguir un contrato de publicidad. En la fiesta de aquella noche había recibido dos proposiciones, y aunque a él no le hubiera importado aceptarlas, era con Celia con quien quería acostarse. Pero ella, en vez de abordarlo, había esperado a que fuera él quien se acercara. Una jugada muy astuta, pues él había acabado haciéndolo.

El pitido de su BlackBerry lo sacó de sus fantasías y lo devolvió bruscamente al presente. Se miró con enojo el bulto de la entrepierna y sacó el móvil del bolsillo.

Era su madre. Evan no estaba de humor para hablar con nadie de su familia, pero quería mucho a su madre y no podía ignorarla. De modo que suspiró con resignación y aceptó la llamada.

–Hola, mamá.

–¡Evan! Cuánto me alegro de dar contigo… Últimamente estás muy ocupado.

El tono de preocupación y reproche era inconfundible.

–Los negocios no se dirigen solos –le recordó él.

Su madre emitió un resoplido de exasperación.

–Eres igual que tu padre.

Evan puso una mueca de desagrado. No era la clase de cosas que más le apeteciera oír.

–Te llamo para asegurarme de que no has olvidado lo de este fin de semana. Para Mitchell es muy importante que estés allí.

Siempre que se hablaba de su hermano su madre parecía particularmente inquieta.

–¿Cómo puedes pensar que voy a ir a su boda? –preguntó en tono suave. Lo único que le importaba a Mitchell era que Evan estuviese presente para ver su triunfo.

Su madre volvió a hacer un ruido de desaprobación.

–Ya sé que no es fácil para ti, pero ¿no crees que deberías perdonarlo? Es evidente que él y Bettina están hechos el uno para el otro. Sería muy bonito que la familia volviera a reunirse al completo.

–¿Que no es fácil, dices? No es fácil ni difícil, mamá. Me da igual que estén juntos o que vayan a casarse. Simplemente, no tengo tiempo ni ganas de asistir a la boda.

–¿Y no podrías hacerlo por mí? –le suplicó ella–. Por favor, Evan. Sólo quiero ver a mis hijos bajo el mismo techo, aunque sólo sea por una vez.

Evan se sentó en la cama y se rascó la nariz. Si lo hubiera llamado su padre, no habría tenido el menor problema en negarse. Y si lo hubiera llamado el propio Mitchell, hubiera pensado que era una broma. Su hermano no lo llamaba para nada desde que Evan los mandó al infierno a él y a su novia.

Pero era su madre quien lo había llamado. La pobre siempre había estado en medio del conflicto que Evan mantenía con su padre y con Mitchell.

–Está bien, mamá. Iré. Pero llevaré a alguien conmigo, si no te importa.

–¡Evan! –exclamó su madre, y Evan se la imaginó sonriendo de oreja a oreja–. ¡No me habías dicho que estuvieras saliendo con alguien! Claro que puedes traerla… Estaré deseando conocerla.

–¿Puedes enviarle los detalles a mi secretaria para que se ocupe de todo?

Su madre suspiró.

–¿Por qué no me extraña que no tengas el e–mail?

Porque Evan lo había tirado inmediatamente a la basura, aunque no se le ocurriría decírselo a su madre.

–Mándaselo a Vickie. Te veré el viernes… Te quiero –añadió al cabo de una breve pausa.

–Y yo a ti, hijo mío. Me alegro mucho de que vengas.

Evan acabó la llamada y se quedó mirando el móvil. El viernes… Maldición. Era el día que había quedado con Celia.

Lo había planeado todo meticulosamente, entre otras cosas para no parecer excesivamente ansioso. Había jugado con las miradas a distancia, y en consecuencia se había pasado bastante rato bajo la ducha helada. Era increíble que no le hubiese dado hipotermia.

Y ahora, después de tantos planes y sufrimiento, iba a tener que cancelarlo todo porque su madre estaba empeñada en que viera a la mujer con la que tendría que haberse casado él en vez de su hermano menor.

Tenía que encontrar una acompañante. A ser posible una mujer que convenciera a su madre de que él ya había superado lo de Bettina. En realidad, lo había superado desde que ella lo dejó por su hermano, cuando Mitchell ocupó el puesto de director general en la empresa de joyería de su familia.

Bettina prefería el glamour y el lujo de las joyas que la imagen atlética y sudorosa de la empresa de Evan. Si se hubiera molestado en indagar un poco, habría visto que los ingresos de Evan eran muchísimo más cuantiosos que los de la joyería de su padre. Y sólo le habían hecho falta unos cuantos años para conseguirlo.

Su madre tal vez no lo creyera, pero Evan le estaba agradecido a su hermano por ser un estúpido egoísta. Mitchell sólo quería a Bettina porque antes había sido de Evan. Gracias a esos celos enfermizos, Evan había escapado por los pelos del mayor error de su vida.

Pero eso no significaba que le apeteciera ver a su padre y a su hermano. Por desgracia había accedido a ello, y ahora necesitaba urgentemente una pareja.

Sacudió la cabeza y empezó a examinar la lista de direcciones en su BlackBerry. Había limitado las opciones a tres mujeres cuando la solución lo asaltó de repente.

Era una idea brillante, y él había sido un idiota por no haberlo pensado antes. La solución perfecta a sus problemas. A todos sus problemas…

Una sonrisa de satisfacción curvó sus labios. Tal vez la boda de su hermano no fuera tan horrible, después de todo…

Capítulo Dos

Al llegar a casa de su padre, Celia vio con alivio que el Mercedes de Noah estaba aparcado junto al pick–up de su padre. Dejó su BMW negro al otro lado de la camioneta y sonrió al ver los dos coches de lujo flanqueando el viejo y destartalado vehículo que formaba parte de la historia familiar.

Salió del coche y oyó el rugido de otro motor acercándose. Era Dalton, y Celia se llevó una gran sorpresa al ver a Adam en el asiento del pasajero.

–¡Adam! –exclamó, y echó a correr hacia él.

Él sonrió y la tomó en sus brazos para levantarla en el aire, igual que llevaba haciendo desde que Celia tenía cinco años.

–¿Por qué a mí nunca me saludas de esa manera? –protestó Dalton.

–Cuánto me alegro de verte –susurró ella con vehemencia.

Los grandes brazos de su hermano la apretaron en un abrazo que la dejó sin aire. Adam siempre daba unos abrazos de oso.

–Yo también me alegro de verte, Cece. Te he echado de menos. Hacía mucho que no venías a casa…

Ella volvió a poner los pies en el suelo y apartó brevemente la mirada.

–Eh, nada de angustiarse por el pasado –la reprendió Adam, poniéndole la mano en la barbilla para que volviera a mirarlo–. De lo contrario, tus hermanos irán a Nueva York en el próximo vuelo a partirle la cara a tu jefe anterior.

–Hola, hola –exclamó Dalton, agitando una mano entre ellos–. Os recuerdo que yo también estoy.

Celia miró fijamente a Adam y le dedicó una sonrisa de agradecimiento. Sus hermanos podían tener defectos, como ser excesivamente protectores y pensar que el único papel de Celia en la vida era estar siempre bonita y dejar que ellos la ayudaran en todo. Pero, benditos fueran, su lealtad era inquebrantable y Celia los adoraba por ello.

Finalmente se volvió hacia Dalton.

–A ti te vi hace dos semanas, mientras que a Adam hace un siglo que no lo veo –volvió la vista hacia Adam–. Y me pregunto por qué…

Él puso una mueca arrepentida.

–Lo siento. En esta época del año estoy muy ocupado.

Ella asintió. Adam tenía una próspera empresa de diseño paisajístico, y en primavera se le acumulaba el trabajo. Rara vez se dejaba ver hasta otoño, cuando el negocio empezaba a decrecer.

Dalton rodeó los hombros de Celia con un brazo y le dio un cariñoso beso en la mejilla.

–Veo que el señor Béisbol también está aquí… Supongo que habrá un descanso antes del comienzo de la temporada.

–¿Vais a ir al partido inaugural? –les preguntó Celia.

–No me lo perdería por nada del mundo –respondió Adam.

–En ese caso, tengo que pediros un favor.

Los dos hermanos la miraron con curiosidad.

–Voy a traer a un cliente, y me gustaría mantener mi relación con Noah en secreto.

Se preparó para recibir más preguntas, pero, extrañamente, no le hicieron ninguna, de modo que ella tampoco ofreció más información al respecto.

–Muy bien. No hay problema –dijo Adam.