Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid.

© 2009 Robyn Carr. Todos los derechos reservados.
TENTACIÓN EN EL VIENTO, Nº 259 - octubre 2010
Título original: Temptation Ridge
Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso deHarlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecidocon alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited ysus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

I.S.B.N.: 978-84-671-9199-8
Editor responsable: Luis Pugni
Imágenes de cubierta:
Mujer: IVAN MIKHAYLOV/DREAMSTIME.COM
Paisaje: TOBERL77/DREAMSTIME.COM


E-pub x Publidisa.

AGRADECIMIENTOS

Mi agradecimiento especial a Pam Glenn, comadrona y mi consejera particular sobre esos asuntos, y a Sharon Lampert, enfermera de salud de la mujer, por todas las interminables charlas, consejos, lecturas y correcciones, pero, sobre todo, por ser unas amigas extraordinarias.

El jefe Kris Kitna, de la policía de Fortuna, California, ha sido una fuente ilimitada de información sobre detalles de la zona, la aplicación de la ley, las armas de fuego, la caza y muchas otras cosas. Un agradecimiento especial por no cansarse nunca con mis preguntas constantes.

Mi gratitud a Debbie Gustavson, extraordinaria fisioterapeuta, por dedicarle tanto tiempo a que yo comprendiera las fases físicas, psicológicas y emocionales de la rehabilitación y recuperación. Tus pacientes son muy afortunados por contar contigo y yo tengo la bendición de contar con tu amistad.

Habría estado muy perdida sin la opinión de Kate Brandy sobre cada manuscrito. Gracias por el tiempo que le has dedicado, por tus valiosos comentarios, por tu apoyo inagotable y por una amistad que me ha mantenido en pie durante décadas.

Michelle Mazzanti, gracias por leer los primeros borradores y sustentarme. Todos tus comentarios dieron en el clavo y fueron esenciales para ayudarme a hacer un libro mejor.

Gracias especiales a Rebecca (Beki) Keene y a Sokreatrey (Ing) Cruz, mis dos queridos amigos de Internet. Beki merece mi elogio por ayudarme a resolver problemas de la trama e Ing es genial buscando nombres para los personajes. Vuestro apoyo mediante millones de correos electrónicos para comentar los personajes y las historias ha sido impagable.

Gracias otra vez a Denise y a Jeff Nicholl por leer y comentar los manuscritos y por su maravilloso estímulo y amistad.

A Colleen Gleason, escritor de mucho talento y amigo especial, gracias por vender personalmente tantos ejemplares de la serie Virgin River. ¡Eres como un hombre orquesta!

Un agradecimiento especial y de todo corazón a Valerie Gray, mi editora, y a Liza Dawson, mi representante. Sois un equipo fabuloso. Este pequeño pueblo y su gente han sido posibles gracias a vuestra diligencia y ayuda en cada momento. Estoy muy agradecida.







Esta novela está dedicada a Liza Dawson, mi mano derecha, mi clarividencia, mi soporte, mi espina dorsal. Tu perspicacia es como un faro y tu estímulo como una cálida manta. Gracias de todo corazón por el afecto y energía increíbles que me has dado.

1

Shelby estaba a unos quince kilómetros del rancho de su tío Walt cuando tuvo que parar en el arcén de la carretera 36, la más frecuentada entre Virgin River y Fortuna, detrás de una camioneta que le pareció vagamente conocida. Aunque era la carretera que cruzaba las montañas desde Red Bluff a Fortuna, era de dos carriles. Dejó el jeep rojo en punto muerto y se bajó. Por fin había dejado de llover y brillaba un sol veraniego, pero la carretera estaba mojada y con charcos de barro. Miró a lo lejos y vio a un hombre con un chaleco reflectante naranja que levantaba una señal para detener una fila muy larga de coches. El desvío al rancho de su tío estaba detrás de la cuesta siguiente.

Sorteó unos charcos y se acercó a la camioneta que tenía delante para preguntarle al conductor si sabía qué estaba pasando. Sonrió al mirar por la ventanilla.

—Vaya, doctor…

El doctor Mullins la miró por la ventanilla bajada.

—Vaya, chiquilla. ¿Has venido a pasar el fin de semana montando a caballo? —le preguntó él con su tono gruñón de costumbre.

—Esta vez, no, doctor. Vendí la casa de mi madre en Bodega Bay. He hecho el equipaje imprescindible y voy a pasar una temporada con el tío Walt.

—¿Definitivamente?

—No, estaré unos meses. Sigo de paso.

La mueca de fastidio del doctor se suavizó un poco, pero sólo un poco.

—Mis condolencias otra vez, Shelby. Espero que lo sobrelleves bien.

—Cada vez mejor, gracias. Mi madre estaba preparada para marcharse —Shelby señaló con la cabeza hacia la carretera—. ¿Sabe qué está pasando?

—Se ha hundido parte del arcén —contestó él—. Pasé de camino al hospital. La mitad de este carril ha caído por la ladera. Están reparándolo.

—Un guardarraíl vendría bien.

—Sólo hay en las curvas cerradas. En las rectas como ésta tenemos que apañarnos solos. Fue una suerte que ningún vehículo cayera con el arcén. Seguirá así durante unos días.

—Cuando llegue a casa de Walt, no pienso volver a pasar por esta carretera en un tiempo —replicó ella encogiéndose de hombros.

—¿Puedo preguntarte qué estás pensando? —preguntó él arqueando una de sus pobladas cejas.

—Bueno, mientras visito a la familia, haré algunas solicitudes a escuelas de enfermería —contestó ella con una sonrisa—. Una elección bastante natural después de haberme pasado años cuidando a mi madre.

—¡No, justo lo que necesitaba! —exclamó él con el ceño fruncido, como siempre—. Me daré a la bebida para soportarlo.

—Al menos, eso lo tiene fácil —replicó ella entre risas.

—¿Lo ves? Otra impertinente.

Ella volvió a reírse. Adoraba a ese anciano malhumorado. Shelby se dio la vuelta, el doctor se asomó por la ventanilla y los dos observaron al hombre que se acercaba y que se había bajado de la camioneta que había parado detrás del jeep de Shelby. Tenía el pelo con un corte militar al que ella estaba muy acostumbrada porque su tío era un general retirado del ejército. El desconocido llevaba una camiseta negra ceñida a los hombros, anchos y musculosos, la cintura y las caderas eran estrechas y las piernas largas. Sin embargo, lo que más la fascinó fue cómo se acercaba, con qué economía de movimientos. Pausado, seguro de sí mismo, jactancioso… Llevaba los pulgares metidos en los bolsillos y andaba con indolencia. Cuando se acercó más, ella pudo captar la levísima sonrisa al mirarla, al mirarla de arriba abajo con ojos resplandecientes. «Ni lo sueñes», se dijo a sí misma con otra sonrisa.

Al pasar al lado de su jeep, miró las cajas que había dentro y luego siguió hacia donde estaba ella junto a la ventanilla abierta del doctor.

—¿Es suyo? —preguntó él señalando el jeep con la barbilla.

—Sí.

—¿Hacia dónde se dirige?

—Hacia Virgin River, ¿y usted?

—También —él sonrió—. ¿Sabe lo que está pasando?

—Se ha hundido el arcén —contestó el doctor con un gruñido—. Sólo funciona un carril por las obras. ¿A qué va a Virgin River?

—Tengo unas viejas cabañas en el río. ¿Viven en el pueblo? —preguntó él.

—Yo tengo familia allí —contestó Shelby alargando la mano—. Me llamo Shelby.

Él estrechó la pequeña mano.

—Luke Riordan —se giró hacia el doctor con la mano extendida—. Señor…

El doctor no le estrechó la mano y se limitó a hacer un gesto con la cabeza. Tenía las manos tan retorcidas por la artritis que nunca estrechaba una mano.

—Mullins…

—El doctor Mullins ha vivido toda su vida en Virgin River. Es el médico del pueblo —le explicó Shelby a Luke.

—Encantado de conocerlo, señor.

—¿Otro marine? —preguntó el doctor con una ceja arqueada.

—Del ejército, señor —Luke se puso muy recto y miró a Shelby—. ¿Otro marine…?

—Algunos de nuestros amigos que trabajan en el pueblo son marines retirados o fuera de servicio. Sus amigos vienen de vez en cuando y algunos siguen en activo o en la reserva. Sin embargo, mi tío, con quien viviré una temporada, estuvo en el ejército. Ahora está retirado —Shelby sonrió—. No aguantará mucho tiempo fuera con ese corte de pelo. No sé qué les pasa a los hombres con el pelo rapado.

Él sonrió con paciencia.

—No tenemos que padecer esas cosas que secan.

—Ah, los secadores de pelo, claro.

Mientras seguían esperando, abrieron el otro carril para que pasara un autobús escolar. A juzgar por la cantidad de vehículos que había en su fila, no iban a ir a ninguna parte hasta dentro de un buen rato, por lo que no había prisa en volver a sus coches. Se quedaron de pie en la carretera y eso acabó siendo un gran error para Luke. Vio al autobús que avanzaba a gran velocidad por el otro carril, pero también vio un charco muy grande. Se puso entre el autobús y Shelby y la empujó contra la ventanilla del doctor. La tapó con su cuerpo justo a tiempo para sentir el barro en la espalda.

Shelby contuvo una carcajada y se dijo que era todo un machote. Luke oyó un frenazo, farfulló una maldición mientras la apartaba y se volvió mirando con furia al autobús. La conductora, una mujer de unos cincuenta años con cara redonda y una gorra de piel negra, se asomó por la ventanilla y le sonrió.

—Lo siento, amigo. No he podido evitarlo.

—Lo habría evitado si hubiese ido mucho más despacio.

Ella, para asombro de Luke, se rió.

—No iba demasiado deprisa. Tengo un horario — gritó la mujer—. ¿Quieres un consejo? Apártate del camino.

Él notó que la nuca le abrasaba y quiso despotricar de verdad. Cuando se dio la vuelta, Shelby estaba tapándose la sonrisa con la mano y el doctor tenía un brillo en los ojos.

—Luke, tienes una pequeña mancha en la espalda —comentó Shelby intentando controlar los labios.

La cara del doctor seguía igual, impaciente e irascible, excepto por el brillo de los ojos.

—Molly lleva treinta años conduciendo ese trasto amarillo por estas montañas y nadie conoce mejor la carretera. Supongo que no vio el charco esta vez.

—¡Todavía no es septiembre! —se quejó Luke.

—Lo conduce todo el año —le explicó el doctor—. Cursos de verano, competiciones deportivas… Siempre hay algo. Es una santa, yo no haría ese trabajo ni por todo el oro del mundo. ¿Qué importancia tiene un charco? —el doctor puso en marcha su ruidosa camioneta—. Ya nos toca.

Shelby volvió hacia su jeep y Luke la siguió hacia su camioneta, que llevaba un remolque con una caravana. Oyó que el doctor le gritaba a sus espaldas.

—¡Bienvenido a Virgin River, muchacho! ¡Diviértete!

Shelby McIntyre había pasado meses adecentando la casa de su madre fallecida en Bodega Bay, pero había conseguido ir casi todos los fines de semana del verano a Virgin River para montar a caballo. Su tío Walt también la había visitado muchas veces para supervisar las obras de remodelación, que había contratado él personalmente. A finales de verano, Shelby tenía las mejillas sonrosadas y los muslos bronceados porque siempre se subía los pantalones cortos todo lo que podía. Sus muslos y trasero estaba muy firmes de cabalgar y los ojos le resplandecían de buena salud. Llevaba seis años haciendo habitualmente ese ejercicio.

Cuando paró delante de la casa de Walt esa vez, a mediados de agosto, tenía una sensación completamente distinta. La casa se había vendido, todas sus pertenencias estaban en su jeep y a los veinticinco años estaba empezando una vida nueva. Tocó la bocina, se bajó y se estiró. Su tío Walt salió enseguida, se llevó las manos a las caderas y sonrió.

—Bienvenida… ¿o debería decir bienvenida a casa?

—Eso es.

Se acercó y lo abrazó. Walt medía casi dos metros, tenía un pelo plateado y tupido, unas cejas pobladas y oscuras y unos brazos y espalda como los de un luchador. Era un hombre muy fuerte para tener sesenta y pocos años. La abrazó con fuerza.

—Estaba a punto de ir al establo para ensillar tu caballo. ¿Estás cansada? ¿Tienes hambre?

—Estoy deseando montar a caballo, pero creo que lo dejaré para más tarde. He pasado más de cuatro horas en el jeep.

—Tienes el trasero molido, ¿eh? —preguntó él entre risas.

—Sí —contestó ella frotándose el trasero.

—Cabalgaré por la orilla del río una hora o así. Vanessa ha ido a ver la construcción nueva, a meterse en los asuntos de Paul, pero volverá a tiempo para cocinarte una buena cena de bienvenida.

Shelby miró su reloj. Sólo eran las tres y media.

—Yo iré al pueblo mientras cabalgas y Vanessa inspecciona su casa nueva. Saludaré a Mel Sheridan y veré si puedo convencerla para que se tome una cerveza para celebrar mi cambio de residencia. Volveré a tiempo para poder ayudar con los caballos antes de cenar. ¿Saco todo esto del jeep antes? ¿Lo meto en la casa? —preguntó ella.

—Déjalo. Nadie va a tocarlo. Paul y yo lo descargaremos antes de la cena.

—Podemos quedar para montar juntos mañana por la mañana —le propuso ella con una sonrisa.

—Buena idea. ¿Algún inconveniente para cerrar la casa?

—Me puse más sentimental de lo que había esperado. Creí que estaba preparada.

—¿Te arrepientes?

Ella lo miró con sus enormes ojos color avellana.

—Lloré durante los primeros setenta y cinco kilómetros. Hasta que empecé a emocionarme. Estoy convencida. —Perfecto —él le dio una palmada—. Me alegro mucho de que hayas venido.

—Sólo unos meses. Luego, viajaré un poco y empezaré con buen pie en la escuela. Hace mucho que no soy estudiante.

—La vida aquí suele ser muy tranquila. Aprovéchate.

—Sí…—ella se rió— hasta que hay un tiroteo o un incendio en el bosque.

—Bueno, queremos mantener el interés.

Su tío la acompañó hasta el jeep.

—Espérame para limpiar las cuadras y dar de comer a los caballos.

—Disfruta de ese rato con una amiga —le dijo él—. No has tenido muchos durante los últimos años. Ya limpiarás muchos excrementos de caballo mientras estés aquí.

—Gracias, tío Walt. No llegaré muy tarde.

Él la besó en la frente.

—He dicho que te tomes el tiempo que quieras. Cuidaste muy bien a mi hermana. Te has ganado un montón de tiempo.

—Hasta dentro de un par de horas —se despidió ella dirigiéndose al pueblo.

Luke Riordan entró en Virgin River con la Harley Davidson bien sujeta en la caja de su camioneta alargada y con el remolque de la pequeña caravana. Hacía siete años que no iba por allí y notó algunos cambios. La puerta de la iglesia estaba cerrada con unos tablones, pero lo que recordaba como una cabaña vieja y abandonada en el centro del pueblo, estaba rehabilitada, tenía coches y camionetas aparcados delante del porche y un cartel de Abierto en la ventana. Parecía como si estuvieran construyendo una ampliación detrás de la cabaña. Como él también estaba pensando en hacer algunas remodelaciones, decidió echar una ojeada a lo que habían hecho allí. Aparcó a un lado, se bajó de la camioneta y entró en la caravana para ponerse una camisa limpia.

La tarde de agosto era cálida, pero había una ligera brisa fresca. Sería una noche muy fría en la montaña. No había estado en la casa donde pensaba vivir y que llevaba un año vacía. Si estaba inhabitable, tenía la caravana. Tomó aliento. El aire estaba tan limpio que casi le dolió en los pulmones. Era un cambio enorme en comparación con los desiertos de Irak o El Paso. Era lo que había necesitado.

Entró en la cabaña remodelada y se encontró en un bar de pueblo muy agradable. Miró alrededor con complacencia. La madera del suelo relucía, unas brasas resplandecían en la chimenea y las paredes tenían trofeos de caza y pesca. Había como una docena de mesas y una barra larga y brillante con baldas detrás llenas de botellas de licor y de vasos que rodeaban a un salmón disecado que debió de pesar por lo menos dieciocho kilos cuando lo pescaron. La televisión, en un rincón y en alto, estaba encendida con un programa de noticias nacionales, pero sin sonido. Un par de pescadores, reconocibles por los chalecos y sombreros color caqui, se hallaban sentados en un extremo de la barra jugando a las cartas. Unos hombres con pantalones vaqueros y camisas de faena estaban bebiendo algo en una mesa. Luke miró su reloj. Eran las cuatro de la tarde. Se acercó a la barra.

—¿Qué puedo servirle? —le preguntó el camarero.

—Una cerveza fría, por favor. Este sitio no estaba aquí la última vez que pasé por el pueblo.

—Entonces, hace mucho que no pasa por aquí. Lo abrí hace más de cuatro años. Lo compré y lo convertí en esto.

—Pues ha hecho un trabajo inmenso —dijo tomando el vaso de cerveza—. Yo también quiero hacer algunas remodelaciones —extendió la mano—. Luke Riordan —se presentó.

—Jack Sheridan. Es un placer.

—Compré unas cabañas al lado del río Virgin que llevan años vacías y cayéndose por la ladera.

—¿Las cabañas de viejo Chapman? —le preguntó Jack—. Murió el año pasado.

—Sí, ya lo sé. Vine a cazar con mi hermano y un par de amigos cuando las vimos la primera vez. Mi hermano y yo pensamos que el emplazamiento, justo al lado del río, podía compensar meter algo de dinero. Nos fijamos en que las cabañas no se usaban y quisimos comprarlas, arreglarlas, venderlas deprisa y ganar un poco de dinero. Sin embargo, el viejo Chapman ni siquiera quiso oír una oferta…

—Se habría quedado sin techo —comentó Jack pasando un paño por la barra—. No habría tenido muchas posibilidades, estaba completamente solo.

Luke dio un sorbo de la cerveza fría.

—Efectivamente. Compramos todo el terreno, incluida su casa, y le dijimos que podía quedarse sin pagar nada mientras viviera. Resultaron ser siete años.

—Un buen trato para él —Jack sonrió—. Una operación inteligente por tu parte. No es fácil encontrar un terreno por aquí.

—Nos dimos cuenta de que el terreno, al estar a la orilla del río, valía más que las cabañas que había en él. Yo no he podido volver desde entonces. Mi hermano vino una vez para echar una ojeada y dijo que todo seguía igual.

—¿Qué te lo ha impedido?

—Bueno… —Luke se rascó la barba incipiente—. Afganistán, Irak, Fort Bliss y algunos sitios más. —¿El ejército? —Sí. Veinte años. —Yo pasé veinte años en los marines —replicó

Jack—. Decidí que pasaría los veinte siguientes sirviendo algunas bebidas aquí, cazando y pescando.

—Parece un buen plan.

—Mi plan descarriló cuando conocí a una preciosa enfermera y comadrona que se llama Melinda —Jack sonrió—. Yo me habría apañado, pero esa mujer debería estar prohibida cuando se pone vaqueros.

—¿Y eso?

—Nadie puede ir a pescar.

A Luke no le importaba ver a un hombre satisfecho con su vida y sonrió.

—¿Has hecho esto con tus manos? —le preguntó.

—Casi todo. Me ayudaron un poco, pero me gusta darme el mérito cuando puedo. Este bar está hecho a la medida. Yo instalé las baldas y puse el suelo de madera. No me atreví con la fontanería ni la instalación eléctrica y tuve que contratar a alguien, pero la madera se me da bien. Conseguí añadir una habitación muy amplia detrás para vivir allí. Predicador, mi cocinero, vive ahí ahora y también está ampliándola porque su familia está creciendo, pero le gusta vivir en el bar. ¿Vas a hacer obras en esas cabañas?

—Primero veré qué tal está la casa. Chapman ya era bastante mayor cuando lo compramos todo. Seguramente, la casa necesitará algo de obra. En el peor de los casos, puedo arreglar la casa y vivir ahí. En el mejor, puedo rehabilitar la casa y las cabañas y venderlas.

—¿Dónde está tu hermano? —le preguntó Jack.

—Sigue en el ejército. Sean está destinado en la base aérea de Beale, en un U-2. Por el momento, estoy solo.

—¿Dónde serviste? —le preguntó Jack.

—En los helicópteros de combate Black Hawks.

—¡Caray! —Jack sacudió la cabeza—. Van a sitios peligrosos…

—A mí me lo vas a contar. Me libré por los pelos.

—¿Te caíste?

—¡No! —contestó Luke con indignación—. Me derribaron más de una vez, pero en un momento de lucidez decidí que no volverían a hacerlo.

—Algo me dice que hemos estado en los mismos sitios y, a lo mejor, al mismo tiempo —comentó Jack.

—También has visto algunos combates, ¿verdad?

—Afganistán, Somalia, Bosnia, Irak, dos veces.

—Mogadiscio —confirmó Luke sacudiendo la cabeza.

—Sí, os dejamos en un buen embrollo. Me espantó —se lamentó Jack—. Perdisteis muchos compañeros. Lo siento.

—Fue horrible. Uno de estos días, Jack, nos emborracharemos y hablaremos de esas batallas.

Jack lo agarró del brazo.

—Puedes estar seguro. Bienvenido.

—Ahora, dime adónde puedo ir a divertirme por la noche, mujeres incluidas, a quién puedo llamar si necesito ayuda con las cabañas y a partir de qué hora puedo tomar una cerveza aquí.

—Hace mucho que no salgo a buscar mujeres. Los pueblos de la costa tienen algunos sitios que están muy bien. Inténtalo en Fortuna o Eureka. En Ferndale está Brookstone Inn, que tiene un buen restaurante con bar. La parte vieja de Eureka siempre está bien. Para algo un poco más… íntimo hay un pequeño bar en Garberville que tiene una máquina de música —se encogió de hombros—. Recuerdo haber visto alguna chica guapa por allí. Si necesitas ayuda para la remodelación, tengo al hombre indicado. Es un amigo mío que se ha traído parte de la empresa de construcción de su familia desde Oregón y está haciendo la ampliación de Predicador. Me ayudó a terminar mi casa. Es un constructor fantástico. Voy a buscar una de sus tarjetas.

Jack fue a la parte de atrás y acababa de desaparecer cuando dos mujeres entraron en el bar y a Luke estuvo a punto de darle un ataque al corazón. Eran dos rubias preciosas. Una de unos treinta años con el pelo dorado rizado y la otra, mucho más joven, con una inolvidable trenza color miel que le llegaba hasta la cintura. Era la chica del arcén, a la que había salvado del baño de barro… Shelby. La dos llevaban pantalones vaqueros ceñidos y botas. La del pelo dorado, además, llevaba un jersey de punto suelto y Shelby la misma camisa blanca con las mangas remangadas, el cuello abierto y anudada en la cintura. Intentó no mirarlas fijamente, pero no pudo evitar mirarlas, aunque ellas no se habían fijado en él. Lo primero que pensó fue que no tendría que ir a Garberville. Se sentaron en unos taburetes de la barra justo cuando Jack volvía.

—Hola, cariño.

Jack se inclinó por encima de la barra y besó a la mayor de las dos mujeres. Luke supuso que ésos serían los vaqueros ilegales que no le dejaban ir a pescar. ¿Qué hombre no renunciaría a ir a pescar para pasar más tiempo con una mujer como ésa?

—Os presento a un vecino nuevo. Luke Riordan, ésta es Mel, mi mujer, y Shelby McIntyre; tiene familia aquí.

—Un placer —dijo él a las dos mujeres.

—Luke es el dueño de las cabañas del viejo Chapman que hay junto al río y está pensando en arreglarlas. Es ex soldado, de modo que le dejaremos quedarse.

—Bienvenido —le saludó Mel.

Shelby no dijo nada. Sonrió y bajó un poco los párpados. Calculó que tendría unos dieciocho años, una niña. En realidad, si hubiera sido mayor, quizá le hubiese pedido el número de teléfono en esa carretera embarrada. Eureka o Brookstone no podían superar eso, aunque las dos estaban fuera de su alcance. Mel era la esposa de Jack y Shelby parecía demasiado joven. Una jovencita muy sexy, se dijo con cierto acaloramiento. Sin embargo, su presencia era prometedora. Si podía encontrar a dos mujeres tan hermosas en un pequeño bar de Virgin River, tenía que haber algunas más por esas montañas.

—Toma —Jack le dio una tarjeta—. Es de mi amigo Paul. En este momento, también está construyendo una casa para mi hermana pequeña, Brie, y su marido, al lado de la nuestra, y otra para él mismo y su esposa.

—Mi prima —puntualizó Shelby.

Luke arqueó las cejas como si preguntara algo.

—Paul se casó con mi prima Vanessa, la llamamos Vanni. Están viviendo con mi tío Walt y yo viviré con ellos.

—¿Quieres una cerveza, Mel? —le preguntó Jack a su mujer—. ¿Shelby…?

—Tomaré un refresco con Shelby y luego iré a casa a ocuparme de las niñas para que Brie pueda cenar con Mike —contestó Mel—. Sólo quería pasar para decirte dónde estaré. Daré de cenar a los niños y los acostaré. ¿Traerás algo de la cena de Predicador cuando vayas a casa?

—Encantado.

—Yo iré a casa para ayudar con los caballos — comentó Shelby—, pero antes me tomaré una cerveza.

Luke comprendió que por lo menos tenía veintiún años. A no ser que Jack no hiciera mucho caso de las limitaciones de edad en su pequeño y remoto bar, lo cual era muy posible.

—Será mejor que me vaya marchando… —dijo Luke. —Espera un rato —le pidió Jack—. Si no tienes que irte, a las cinco suelen venir los habituales y es una ocasión perfecta para conocer a los vecinos.

Luke miró su reloj.

—Creo que puedo quedarme un rato.

Jack se rió.

—Amigo, lo primero que tiene que desaparecer es ese reloj.

Jack dio una cerveza a Shelby y una cola a su mujer.

Luke habló con Jack sobre la reforma del bar mientras las mujeres seguían con su conversación.

—Perdóname, voy a acompañar a mi mujer afuera —le dijo Jack a los diez minutos.

Luke se quedó con Shelby.

—Observo que te has cambiado de ropa —comentó Shelby.

—Bueno, me pareció conveniente. El autobús escolar me alcanzó de pleno.

Ella se rió ligeramente.

—No te había dado las gracias por salvar mi camisa. —No hace falta —replicó él antes de dar un sorbo de cerveza. —He visto esas cabañas. Me gusta montar a caballo a lo largo del río. Tienen un aspecto espantoso. —No me extraña —Luke se rió—. Con un poco de suerte, todavía tienen alguna solución.

—Se construyeron hace bastante, cuando todavía se usaban buenos materiales. Eso dice mi prima. Bueno, ¿esperas que tu familia venga aquí contigo?

Él sonrió mientras daba otro sorbo de cerveza. La pregunta, tan pronto y tan directa, le había sorprendido. —No —contestó él—. Tengo a mi madre y a mis hermanos repartidos por ahí. —¿No tienes esposa? —preguntó ella con una leve sonrisa.

—No tengo esposa.

—Vaya, mala suerte —se lamentó ella.

—No tienes que compadecerme, Shelby. Me gusta.

—¿Eres un tipo solitario?

—No. Soy un tipo soltero.

Él supo que era su ocasión para preguntarle si ella tenía alguna relación especial, pero le pareció improcedente. Aunque supo que conocerla mejor seguramente no era prudente, puso un codo en la barra, apoyó la cabeza en la mano y la miró a los ojos.

—¿Estás de visita?

Ella asintió con la cabeza mientras daba un sorbo de cerveza.

—¿Cuánto tiempo te quedarás en el pueblo?

—Todavía no lo sé —Jack ya había vuelto y Shelby dejó la cerveza sin terminar y un par de dólares—. Iré a ocuparme de esos caballos. Gracias, Jack.

—Shelby, ¿por qué no pides media cerveza? —le preguntó él.

Ella se encogió de hombros, sonrió y le tendió la mano a Luke.

—Encantada de volver a verte, Luke. Hasta luego.

—Claro —él le estrechó la mano.

La observó mientras se alejaba. No quiso hacerlo, pero la visión era irresistible. Cuando volvió a mirar a Jack, éste sonrió y empezó a hacer cosas detrás de la barra.

Antes de las siete, Luke había conocido a Predicador… o John para su esposa y su hijastro. Conoció a Paige, la esposa de Predicador, a Brie, la hermana menor de Jack, y a su marido, Mike. Volvió a ver al doctor Mullins y pasó el rato con algunos de sus nuevos vecinos. Se deleitó con uno de los mejores salmones que había comido, oyó algunas historias del pueblo y se sintió como uno más de la pandilla. Mientras estuvo allí, otros pasaron para cenar o beber algo y saludaron a Jack y a Predicador como a viejos amigos.

Entró una pareja y se la presentaron a Luke. Eran Paul Haggerty, el constructor, y Vanessa, su esposa.

—Jack me llamó —le explicó Paul—. Me ha dicho que te tenemos de vecino.

—Eso es mucho optimismo —replicó Luke—. Todavía no he pasado por mis posesiones.

—¿Es tuya la caravana que hay ahí fuera? —le preguntó Paul.

—Como precaución —contestó Luke entre risas—. Si la casa está inhabitable, no tendré que dormir en la camioneta.

—Si quieres que eche una ojeada, dímelo sin dudarlo.

—Te lo agradezco más de lo que te puedes imaginar.

Luke acabó quedándose más tiempo del que había previsto. En realidad, cuando los amigos de Jack empezaron a despedirse, él seguía allí tomándose una taza de café con Jack. Todos parecían simpáticos, pero estaba bastante atónito con las mujeres. Podía aceptar que Jack hubiera encontrado una mujer guapa en Virgin River, pero parecían estar por todos lados. Shelby, Paige, Brie y Vanessa eran muy guapas. Tuvo la esperanza de poder divertirse un poco en el pueblo de al lado.

—Querrás conocer a Walt, el suegro de Paul —le dijo Jack—. Está retirado del ejército.

—¿Sí? —preguntó Luke—. Creo que Shelby dijo algo.

—Un general de tres estrellas. Un buen tipo.

Luke gruñó sin querer y bajó la cabeza. Jack pareció entenderlo.

—Sí, el tío Walt de Shelby.

—Shelby, ¿la de dieciocho años?

Jack se rió.

—Es un poco mayor que eso, pero es joven, lo reconozco. Está bien, ¿verdad?

Luke pensó que eso no podía pasarse por alto.

—La he mirado una vez y me he sentido como si fueran a arrestarme —contestó entre las risas de Jack—. No podría ser más peligrosa. Joven, guapa y viviendo con un general de tres estrellas.

—Ya… —Jack volvió a reírse—. Pero ya está crecida… y muy bien crecida, diría yo.

—No pienso acercarme —replicó Luke.

—Lo que tú digas.

Luke se levantó, dejó dinero en la barra y extendió la mano.

—Gracias, Jack. No esperaba este recibimiento. Me alegro de haber pasado por el pueblo antes de ir a la casa.

—Si podemos ayudarte en algo, dínoslo. Nos alegra tenerte entre nosotros, soldado. Te gustará esto.

2

La familia Sheridan solía cenar junta en el bar, muchas veces con amigos, y luego Mel se iba a casa para acostar a los niños mientras él se quedaba hasta que lo cerraba. Esa noche en concreto, Mel había vuelto pronto a casa para liberar a Brie de cuidar a sus hijos y Jack se había ido un poco antes y había llevado la cena a casa.

Seguía asombrándole la satisfacción que sentía cuando volvía a casa con su familia. Hacía tres años, era un hombre soltero que vivía en una habitación pegada al bar y que no tenía ninguna vida doméstica. En ese momento, no podía imaginarse otra vida. No dejaba de pensar que a esas alturas, sus sentimientos hacia su esposa deberían haberse asentado en una especie de complacencia, pero su pasión por ella, la intensidad de su amor, crecía cada día.

Ella le había atrapado el corazón con su amor y se había adueñado de él, en cuerpo y alma. No sabía cómo había podido vivir tanto tiempo sin ese amor, no sabía por qué había otros hombres que lo eludían y acabó entendiendo a sus amigos que llevaban años viviendo así.

No era nada del otro mundo: una comida en la mesa de la cocina, una charla sobre el bar, el vecino nuevo y la vuelta de Shelby durante una buena temporada mientras presentaba solicitudes a escuelas de enfermería. Sin embargo, para Jack era la parte más importante del día, el momento en el que tenía a Mel para él solo y sus hijos estaban acostados.

Cuando fregaron los platos, Mel fue a ducharse mientras él iba a buscar unos leños para encender la chimenea del dormitorio principal, porque ya empezaba a refrescar por las noches. El otoño llegaba pronto en las montañas. Una vez hecho todo eso, rodeó la casa para recoger la basura y llevarla al pueblo por la mañana. Se quitó las botas en la puerta de la cocina y al pasar por la zona de lavado también se quitó la camisa y los calcetines y los metió en la lavadora. Cuando llegó a su dormitorio, no oyó la ducha, colgó el cinturón en el armario y fue al cuarto de baño principal.

Al abrir la puerta, vio a Mel delante del espejo que se tapaba precipitadamente con la toalla. Cuando vio el reflejo de sus ojos en el espejo, captó cierto aire de culpabilidad.

—Melinda, ¿qué estás haciendo? —le preguntó mientras se bajaba la cremallera de los pantalones para quitárselos y ducharse.

—Nada —contestó ella evitando su mirada.

Él frunció el ceño, se acercó, le levantó la barbilla y la miró a los ojos.

—¿Te tapas delante de mí? —le preguntó con asombro.

—Jack, estoy echándome a perder —replicó ella ajustándose más la toalla.

—¿Qué? —preguntó él con tono de guasa—. ¿De qué estás hablando?

Ella tomó aliento.

—Los pechos se me caen y al trasero me cuelga sobre los muslos. Tengo tripa y, por si eso no fuera bastante, estoy llena de estrías. Parezco un globo desinflado —Mel apoyó una mano en el pecho granítico de su marido—. Eres ocho años mayor que yo y estás en plena forma.

Él empezó a reírse.

—Creí que estabas intentando ocultar un tatuaje o algo así. Mel, yo no he tenido dos hijos. Emma sólo tiene unos meses. Date un poco de tiempo.

—No puedo evitarlo. Añoro el cuerpo que tenía.

—Vaya… —él la abrazó—. Si piensas eso, es que no cumplo con mi deber.

—Es verdad —insistió ella apoyando la cabeza en la suave mata de pelo del pecho.

—Mel, estás más guapa cada día. Adoro tu cuerpo.

—Ya no es lo que era…

—Es mejor —él intentó quitarle la toalla, pero ella se resistió—. Vamos… —ella la dejó caer—. Este cuerpo es maravilloso para mí, increíble. Más excitante e irresistible cada día.

—No puedes decirlo de verdad.

—Pues lo digo —la besó en los labios mientras le acariciaba un pecho con una mano y deslizaba la otra hasta su trasero—. Este cuerpo me ha dado tanto… Venero este cuerpo —le levantó ligeramente el pecho—. Mira.

—No puedo soportarlo —se quejó ella.

—Mira, Mel. Mírate en el espejo. Algunas veces, cuando te veo así, no puedo respirar. Cada pequeño cambio te mejora, hace que seas más apetecible para mí. No puedes pensar que no sienta admiración absoluta por el cuerpo que me ha dado a mis hijos. Me has dado tanto placer que algunas veces pienso que podría volverme loco. Cariño, eres perfecta.

—Peso nueve kilos más que cuando me conociste —argumentó ella.

—¿Qué talla tienes ahora? —le preguntó él entre risas—. ¿Una cuatro?

—No tienes ni idea. Es mucho más que una cuatro, se acerca a una cifra de dos dígitos.

—¡Santo cielo! —exclamó él—. Nueve kilos más que tengo que dominar…

—¿Y si dejara de engordar y engordar?

—¿Seguirías siendo tú? Te quiero a ti. Quiero tu cuerpo, Mel, porque eres tú. Lo entiendes, ¿verdad?

—Pero…

—Si yo tuviera un accidente y perdiera las piernas, ¿dejarías de quererme y desearme?

—¡Claro que no! No es lo mismo.

—No somos nuestros cuerpos. Hemos tenido suerte con nuestros cuerpos, pero somos más que eso.

—Lo que te llamó la atención fue mi trasero dentro de unos vaqueros.

—Mi amor por ti es mucho más profundo que eso y lo sabes. Sin embargo —él sonrió—, todavía se me salen los ojos de las órbitas cuando te veo con esos vaqueros. Si has engordado nueve kilos, han ido a parar a los sitios adecuados.

—Estoy pensando en hacerme una operación de reducción de abdomen.

—Menuda sandez.

La besó con pasión, le acarició la espalda desnuda y a los pocos segundos ella estaba dejándose arrastrar por las sensaciones.

—La primera vez que hice el amor contigo creí que había sido la mejor de mi vida —siguió él—. La mejor experiencia de mi vida. Creí sinceramente que nunca podría mejorarse, pero no es verdad. Cada vez es más profunda y más intensa que la anterior.

—Voy a dejar de comer la comida de Predicador, que engorda mucho —dijo ella casi sin respiración—. Voy a empeñarme en que haga ensaladas.

Él le tomó una mano, se la llevó al abdomen y empezó a bajarla.

—Creo que no voy a tener tiempo para darme la ducha —comentó él con la voz ronca—. A no ser que quieras darte otra conmigo.

—Jack…

—¿Sabes cuánto te deseé aquella primera noche? —le susurró él—. Te he deseado más todas las noches desde entonces. Vamos —se inclinó y la tomó en brazos—. Voy a demostrarte lo hermosa que eres —la dejó suavemente en la cama—. ¿Quieres que encienda la chimenea? —le preguntó él con una carcajada.

Ella le recorrió las caderas con las manos y le bajó más los vaqueros.

—Jack, si empiezo a no gustarte, ¿me lo dirás? Por favor. Cuando todavía esté a tiempo de hacer algo.

Él la besó apasionadamente.

—Si eso pasa alguna vez, Melinda, te lo diré — volvió a besarla—. Qué bien sabes…

—Tú no sabes nada mal —susurró ella cerrando los ojos.

—¿Alguna petición especial? —le preguntó él.

—Todo lo que haces es especial —susurró ella.

—Muy bien. Haremos un poco de todo.

Luke se paró delante de la casa y las cabañas en plena oscuridad y utilizó una linterna muy grande para iluminarlas. El año anterior, cuando el viejo Chapman falleció, cortaron el suministro eléctrico. Sólo pudo ver una casa negra como un pozo y unas cabañas destartaladas con las ventanas tapadas con tablones. Esperaría al día siguiente para inspeccionarlas con más detenimiento.

Sin embargo, el sonido del río era maravilloso. Se acordó de lo que le gustó ese sitio la primera vez que lo vio. El sonido del río, los búhos, el silbido del viento entre los pinos, los graznidos de los patos de vez en cuando… Aunque hacía frío, sacó varias mantas y decidió dormir con las ventanillas de la caravana abiertas para oír el río y los animales del bosque.

Con los primeros rayos de luz, se puso los vaqueros y las botas y salió. El cielo tenía tonos rosados y el aire era fresco y húmedo. Pudo ver el río que bajaba formando pequeñas cascadas que los salmones remontaban en otoño para desovar. En la orilla opuesta había cuatro ciervos bebiendo. Como era de esperar, la casa y las cabañas tenían un aspecto desolador, eran como un grano en la cara de ese precioso paisaje.

Como efectivamente había esperado, le quedaba mucho trabajo por delante, pero tenía muchas posibilidades. Podían venderlo en ese momento por el valor del terreno o podía mejorar los edificios y conseguir un precio mucho mejor. Además, tenía que hacer algo productivo mientras pensaba qué hacer. Podía intentar buscar un trabajo como piloto de helicópteros para el transporte de medicamentos o en la industria privada. Tomó una bocanada de aire. Sin embargo, en ese preciso instante, ese pequeño trozo de tierra junto al río era perfecto.

Fue a inspeccionar la casa. El porche de la entrada era amplio y bonito, pero habría que reforzarlo, lijarlo y pintarlo. La puerta estaba atrancada y al forzarla astilló un poco el marco. Naturalmente, el interior era repugnante. No sólo no lo habían limpiado a fondo desde mucho antes de que Chapman muriera, sino que, después, algunos animales lo habían tomado como guarida. Los oyó escabullirse y vio las huellas de las pisadas en el polvo. Estaría lleno de ratones, mapaches y, quizá, zarigüeyas. Esperaba que no hubiera algún oso. Tendría que dormir una buena temporada en la caravana.

Tampoco olía muy bien. Todo seguía como el día que falleció Chapman. Hasta la cama seguía deshecha como si acabara de levantarse. El suelo estaba lleno de ropa sucia, en la cocina había comida podrida y petrificada y todos los muebles estaban en su sitio. Unos muebles horribles, anticuados y desvencijados. Los electrodomésticos también parecían de otro siglo y no se había vaciado la nevera desde antes de que cortaran la electricidad. El olor era espantoso.

Al entrar por la puerta principal había un cuarto de estar de un tamaño aceptable con una chimenea de piedra de buen aspecto. A la izquierda estaba el comedor, grande y vacío, separado de la cocina por una barra medio hundida. La cocina era lo suficientemente amplia como para poner una mesa con cuatro sillas o, mejor aún, una encimera central.

Justo enfrente había un pequeño vestíbulo con un cuarto para las instalaciones a un lado y un cuarto de baño con bañera al otro. Enfrente había un dormitorio. El anciano había dejado armarios y cómodas enormes, la cama era grande y con cuatro postes. A Luke no le gustaron los muebles, pero eran sólidos y duraderos y seguramente también serían valiosos.

Se dio media vuelta y volvió al cuarto de estar, donde vio una escalera que subía al segundo piso. Subió con mucho cuidado porque no se fiaba de la resistencia de los escalones. Además, estaba oscuro. Si no recordaba mal, había dos dormitorios de buen tamaño sin baño. Oyó más animales que se escabullían. Bajó corriendo. Ya vería el piso superior cuando el exterminador hubiera pasado por allí.

Se quedó en medio del cuarto de estar y recapacitó. La buena noticia era que el sitio parecía completamente acondicionado para poder vivir allí. La mala noticia era que lo que había que hacer sería caro y tendría que dedicarle mucho tiempo. Había que deshacerse de todo menos de los muebles del dormitorio. No servía ni para venderlo como de segunda mano. Habría que lijar el suelo, cambiar los muebles y encimeras de la cocina, quitar el papel pintado, lijar y pintar las puertas, ventanas y rodapiés… o cambiarlos.

Sin embargo, y para empezar, acabar con ese olor y el montón de inmundicia iba a ser una auténtica pesadilla. Aunque, al menos, era algo que podía hacer él con la ayuda de un exterminador. Inspeccionaría el tejado más tarde.

Salió de la casa y abrió la puerta de la primera cabaña. Era más de lo mismo. Los muebles estaban medio podridos y el suelo lleno de desperdicios. Las cabañas tenían una sola habitación y llevaban años sin usarse, por lo que las pequeñas estufas y las neveras de tamaño industrial estaban desfasadas y seguramente no funcionarían. Se le daba bien la madera y la pintura, pero no se atrevía a meterse con el gas y la electricidad. Tenía seis cabañas que necesitarían calentadores de agua, estufas, neveras y muebles nuevos. Tenía que subirse a los tejados para comprobar cómo habían soportado el paso de los años, pero desde donde estaba le parecía que faltaban muchos tablones o estaban podridos. Además, había que lijar y pintar la madera del exterior de las cabañas y tendría que cambiar todas las ventanas.

Hizo un cálculo aproximado. Estaban a principios de septiembre. De enero a junio, antes de que la gente fuera a acampar y pasear, todo era lento y húmedo en esa parte del mundo. Si pudiera adecentar la casa y las cabañas para la primavera, podría ponerlas a la venta o alquilarlas. Si para entonces se había aburrido de las montañas, echaría el cerrojo y se iría a San Diego, donde estaba destinado su hermano Aiden y había muchas playas y trajes de baño, o a Phoenix, donde vivía su madre viuda que agradecería eternamente su compañía. Siempre podía buscar un trabajo en algún aparato que volara si quería.

Desenganchó la caravana de la camioneta, bajó la Harley Davidson y la aparcó delante de la casa. Sacó unos guantes de faena, una escoba, una pala y una caja de herramientas de la camioneta y empezó a recoger por fuera de la casa. Podía llenar la caja de la camioneta con desperdicios y de camino a Eureka para que volvieran a conectarle los suministros, podía contratar un exterminador y alquilar un contenedor, también podía deshacerse de una buena cantidad de residuos.

A mediodía, tenía un buen montón de basura delante del porche y tenía que cargarla en la camioneta. Hacía más calor y estaba sudando como un bracero, por lo que se quitó la camisa. Estaba cargando una butaca desfondada y con tres patas cuando la vio. Se quedó petrificado con la butaca por encima de la cabeza.

Estaba en un claro montada en un gran caballo pinto, con manchas blancas. Le sonrió. Era pura e inocente como la miel. Luke no pudo moverse. El caballo era precioso. Ella llevaba unos pantalones cortos color caqui y remangados sobre los muslos bronceados, unas botas de caminar con calcetines blancos, una camiseta blanca de manga corta y un chaleco también color caqui de los que usaban los pescadores. Con la trenza rubia que le caía hasta la cintura y el sombrero de ala representaba quince años. La idea de que parecía un delito sexual le abrumó y le recordó que tenía treinta y ocho años.

El caballo hizo una cabriola, pateó el suelo, resopló y echó la cabeza hacia atrás, pero la muchacha que lo montaba ni se inmutó. Lo dominaba con delicadeza y facilidad.

—Tenía que verlo con mis propios ojos —comentó ella—. Te has puesto manos a la obra con todo este jaleo. Caray —ella se rió—. Me parece que vas a tener trabajo.

Él tiró la butaca dentro de la camioneta y sacó un pañuelo del bolsillo para secarse la cara sudorosa.

—A lo mejor no ves las posibilidades que tiene todo esto. En ese caso, voy a impresionarte.

—Ya estoy impresionada. Me parece un trabajo descomunal. Donde me crié, había unas viejas cabañas como éstas al lado de la playa. Era una adolescente. Casi nunca se usaban y los chicos se metían dentro para fumar marihuana y… hacer otras cosas. Hasta que un día desaparecieron. Las demolieron.

—¿Cuando eras una adolescente? —Luke se metió el pañuelo en el bolsillo—. ¿La semana pasada?

—Hace diez años —ella se rió.

—Entonces, no cumples años.

—¿Por qué no me lo preguntas? —le desafió Shelby.

—Muy bien. ¿Cuántos años tienes exactamente?

—Veinticinco. ¿Y tú?

—Ciento diez.

Ella volvió a reírse y al hacerlo inclinó la cabeza hacia atrás y la trenza le bajó por la espalda.

—Es verdad, creía que eras muy viejo, pero ¿cómo de viejo?

—Treinta y ocho. Eso queda muy lejos de tu campo de tiro.

—Eso depende —replicó ella encogiéndose de hombros.

—¡Ah…!

—Depende de que tenga campo de tiro.

Le gustaba, se dijo para sí mismo sin mucho convencimiento. Era algo entre el coqueteo y la leve provocación. Era un hombre con pocos escrúpulos y menos dominio de sí mismo. No era una buena idea que ella hiciera eso. Era demasiado tentadora.

—Montas muy bien a ese caballo tan bonito.

—Se llama Chico. Mi tío Walt se lo quedó siendo un potro. Entonces parecía más dócil. Hay que conocer a los caballos.

—He sobrevolado muchos caballos que corrían en libertad por el desierto. Son animales increíbles.

—¿Montas a caballo?

—Hace muchos años que no me monto en uno.

—¿Pescas? —le preguntó ella.

—Cuando tengo ocasión. ¿Cazas?

—No —contestó ella con firmeza—. Nunca he disparado a nada vivo, pero tiro al plato y lo hago bien. Últimamente me dedico a la jardinería y a cuidar niños. También leo mucho.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó él acercándose.

—¿En Virgin River? He venido a pasar una temporada con mi familia antes de volver a estudiar. El tío Walt, Vanni y Paul y mi primo Tom son mi familia.

—No —él sonrió—. ¿Qué haces aquí, supervisándome?

—Olvídate, estoy supervisando las cabañas —contestó ella con una sonrisa—. Vine algunas veces el verano pasado. Pensé que desaparecerían algún día. ¿No sería más fácil construir unas nuevas?

—Es posible que fuera más fácil, pero no más barato. Además, estaba buscando algo que hacer. —¿Por qué? ¿Te han despedido de tu trabajo o algo así?

—Me he retirado del ejército.

—¡Como mi tío! —exclamó ella con las cejas arqueadas.

—No igual. Como un mero oficial, piloto de helicópteros. Jack me contó que tu tío se retiró como general de tres estrellas. Es muy distinto.

Ella le sonrió, pero también se sonrojó un poco.

—Sólo me acordaba de que se ha retirado. Ya no está al mando.

Él se fijo en su rubor. Evidentemente, quería coquetear. Sin embargo, no lo hacía de forma natural. Él podía facilitárselo. Sabía sosegar a una mujer y le gustaba.

Estaba sintiendo un arrebato de auténtico deseo, pero decidió contenerse. Había dicho que tenía veinticinco años, pero ya tendría alguna ocasión en un bar que no fuera el de Jack, iba a salir trasquilada. Agarró la camisa de la barandilla del porche y se la puso.

—No hace falta que lo hagas… al menos, por mí —dijo ella—. Me he acercado a ver tu proyecto, nada más. Estaba por aquí cerca.

Él se rió y no se abotonó la camisa.