Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Carole Mortimer. Todos los derechos reservados.

PASIONES DE CINE, N.º 2191 - noviembre 2012

Título original: The Talk of Hollywood

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-1147-8

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

PARECE que tu invitado por fin ha llegado, abuelo –dijo Stazy, de pie junto a una de las ventanas del salón de Bromley House, la propiedad que su abuelo poseía en Hampshire. Estaba observando como un deportivo negro se acercaba a la entrada de la vivienda.

Le resultó imposible ver la cara del conductor del vehículo ya que los cristales de este eran ahumados pero, aun así, estaba segura de que se trataba de Jaxon Wilder, el actor y director inglés que durante los últimos diez años había tenido al caprichoso mundo de Hollywood en la palma de su elegante mano.

–No seas tan dura con él, Stazy. ¡Solo llega cinco minutos tarde y ha tenido que venir conduciendo desde Londres! –la reprendió su abuelo indulgentemente desde su mecedora.

–Entonces quizá hubiera sido buena idea por su parte tener en cuenta la distancia que iba a tener que recorrer y haber planeado mejor el tiempo –respondió ella, que no había ocultado su desagrado ante la visita del actor. La idea de que este quisiera escribir y dirigir una película sobre la vida de su difunta abuela le resultaba inaceptable.

Desafortunadamente, no había sido capaz de convencer a su abuelo de que rechazara aquella proposición… razón por la que en aquel momento Jaxon Wilder estaba aparcando su lujoso deportivo negro en la entrada para vehículos de Bromley House.

Se apartó de la ventana antes de ver al hombre en cuestión salir del deportivo; ya sabía qué aspecto tenía. Probablemente el mundo entero reconocería a Jaxon Wilder después de que, a principios de aquel mismo año, hubiera tenido un éxito rotundo en los festivales de cine con su película más reciente en la que, aparte de ser el director, tenía un papel protagonista.

De treinta y tantos años, era alto y esbelto, tenía unos anchos hombros, un poco largo el cabello oscuro y unos penetrantes ojos grises, así como una nariz aristocrática. Su boca era realmente sensual y se sabía que el profundo timbre de su voz provocaba que a las mujeres de todas las edades les recorriera el cuerpo un intenso escalofrío. Jaxon Wilder era el actor y director de cine mejor pagado a ambos lados del océano.

Su apariencia y encanto habían sido la causa de que en innumerables ocasiones hubiera salido fotografiado en revistas y periódicos con la última mujer que había compartido su vida… ¡y su cama! Y la razón que tenía para haber ido allí aquel día era utilizar dicho encanto para convencer a su abuelo de que le diera permiso y lo ayudara a escribir un guion sobre la emocionante vida de su abuela, Anastasia Romanski. De pequeña, esta había huido de la revolución rusa junto a su familia, que había viajado hasta Inglaterra. De adulta se había convertido en una de las muchas secretas y olvidadas heroínas de su país de adopción.

Anastasia había fallecido hacía tan solo veinticuatro meses, con noventa y cuatro años. Su necrológica en un periódico había atraído la atención de un entrometido periodista, que tras haber ahondado más profundamente en la vida de la anciana había descubierto que la existencia de Anastasia Bromley era mucho más interesante de lo que se había revelado. El resultado había sido la publicación hacía seis meses de una biografía sensacionalista sobre Anastasia… biografía que había provocado que su abuelo sufriera un leve ataque al corazón.

Dadas las circunstancias no era de extrañar que Stazy se hubiera quedado horrorizada al enterarse de que Jaxon Wilder quería rodar una película sobre su abuela. Y, peor todavía, al descubrir que el actor y director tenía una cita con su abuelo para discutir el proyecto. ¡Había decidido que era una discusión de la que formaría parte!

–Señor Bromley –dijo Jaxon, acercándose con cuidado a estrechar la mano del anciano tras haberle acompañado Little, el mayordomo, al salón de Bromley House.

–Señor Wilder –respondió Geoffrey. A juzgar por la firmeza con la que le devolvió el apretón de manos al actor, era difícil creer que tenía noventa y cinco años. Su oscuro cabello solo tenía algunas canas. Estaba muy erguido vestido con un traje de chaqueta azul.

–Llámeme Jaxon, por favor –pidió el actor–. Debo decirle que es todo un placer que haya accedido a verme hoy…

–¡Entonces el placer es solo suyo!

–¡Stazy! –reprendió Geoffrey a su nieta de manera afectiva.

Jaxon se giró para mirarla. Ella todavía estaba junto a la ventana y el sol que se colaba a través del cristal le hacía imposible ver las facciones de su cara. Pero la hostilidad que había reflejado su voz había dejado claro que no estaba en absoluto de acuerdo con su visita.

–Señor Wilder, le presento a mi nieta, Stazy Bromley –continuó Geoffrey.

Jaxon, que aquella misma mañana antes de salir de su hotel londinense se había puesto al día acerca de todos los miembros de la familia Bromley, sabía que el nombre de Stazy era el diminutivo de Anastasia. Ella se llamaba como su abuela.

En ese momento Stazy se apartó de la ventana y pudo verla con claridad. Le causó un gran impacto el gran parecido que guardaba con su antecesora. Era bastante alta y tenía el pelo color fuego… resultado de una impresionante mezcla entre cabello rojizo y dorado. Su piel era pálida, parecía porcelana, y sus ojos verdes esmeralda. Tenía la nariz pequeña y muy recta, así como unos carnosos labios.

Obviamente su estilo de peinado era diferente al de su abuela, que había tenido el cabello arreglado en un clásico corte a la altura de los hombros, mientras que Stazy lo llevaba por la cintura. El vestido negro que había elegido ponerse añadía el toque final a su elegante imagen.

Aparte de esas pequeñas diferencias, Jaxon sabía que era como si estuviera delante de Anastasia Romanski cuando esta había tenido veintinueve años.

Ella lo miró con desprecio.

–Señor Wilder –dijo.

Él inclinó la cabeza.

–Señorita Bromley.

–Soy la doctora Bromley –corrigió Stazy con frialdad.

Jaxon pensó que ella tenía la gracia y belleza de una supermodelo en vez de la anodina apariencia de una doctora en arqueología.

–Stazy, quizá debas ir a informar a la señora Little de que vamos a tomar el té ahora…

–sugirió su abuelo, dulce pero firmemente.

Los carnosos y sensuales labios de ella esbozaron una mueca.

–¿Es una indirecta poco sutil para que te deje unos minutos a solas con el señor Wilder, abuelo? –supuso Stazy con sequedad, todavía mirando a Jaxon con la desaprobación reflejada en los ojos.

–Creo que es lo mejor, cariño –la animó su abuelo con detenimiento.

–¡No permitas que el señor Wilder utilice su conocido encanto para persuadirte de que estés de acuerdo con algo o de que firmes cualquier documento antes de que yo regrese! –advirtió ella.

–No se me ocurriría hacer algo así, doctora Bromley –aseguró Jaxon–. ¡Aunque me halaga mucho que piense que tengo encanto!

Sabía que quizá no debería utilizar su sentido del humor en aquella situación. Obviamente el tema del pasado de su abuela afectaba mucho a Stazy Bromley.

–Todavía no lo conozco bien como para haber decidido qué es exactamente, señor Wilder –comentó ella con frialdad.

Él se dio cuenta de que Stazy no consideraba su encanto como un atributo. Era una pena ya que el parecido físico de ella con su abuela había despertado en él una gran intriga. Aunque Stazy parecía querer restar importancia a aquella semejanza con su falta de maquillaje y el peinado en el que había arreglado su preciosa melena.

Pero no podía ocultar el hecho de que sus seductores ojos verdes y su carnosa boca eran verdaderamente atractivos… ¡y su escultural figura increíble!

Antes de aquel día, Stazy solo había visto a Jaxon Wilder en la gran pantalla, donde siempre aparecía alto, moreno y muy poderoso. Era una imagen que había creído magnificada por el tamaño de la pantalla. Pero había estado equivocada. Incluso vestido de manera formal con un traje de chaqueta negro, camisa de seda blanca y corbata gris, Jaxon Wilder seguía siendo igual de carismático en carne y hueso.

–Ya basta, cariño –la reprendió su abuelo seriamente–. No me cabe la menor duda de que el señor Wilder y yo nos las arreglaremos estupendamente durante el corto espacio de tiempo que estés ausente –añadió, lanzándole una clara indirecta.

–Por supuesto, abuelo –contestó ella con un tono de voz más dulce mientras sonreía a Geoffrey afectivamente. A continuación se marchó.

Su abuelo era la única familia que le quedaba. Sus padres habían fallecido hacía catorce años cuando la avioneta en la que habían viajado había caído al mar en la costa de Cornwall.

A pesar de que ya tenían más de ochenta años, Anastasia y Geoffrey se habían hecho cargo de su traumatizada nieta y la habían acogido en su casa sin pensarlo dos veces. Como resultado, Stazy era mucho más protectora de sus abuelos de lo que hubiera sido bajo otras circunstancias… hasta tal punto que consideraba los planes de Jaxon Wilder de hacer una película sobre su difunta abuela como sensacionalismo hollywoodiense. Sin duda, también le había influido la espantosa biografía que se había publicado sobre Anastasia, en la que se le había representado como el equivalente ruso de Mata Hari trabajando para los servicios de Inteligencia británicos.

Obviamente Jaxon Wilder veía el proyecto como un medio para ganar numerosos premios más que añadir a su considerable colección de ellos. Era una pena, por él… ¡ya que Stazy estaba decidida a impedir que la película se rodara!

–Me temo que Stazy no aprueba la idea de que hagas una película sobre mi difunta esposa, Jaxon –murmuró Geoffrey, tuteando a su invitado.

–¡Nunca lo habría adivinado! –respondió él con una compungida sonrisa reflejada en los labios.

El señor Bromley sonrió a su vez levemente.

–Por favor, siéntate y dime qué es exactamente lo que quieres de mí –dijo, sentándose de nuevo en su mecedora.

–¿No deberíamos esperar a que regrese su nieta antes de discutir nada al respecto? –preguntó Jaxon, esbozando una mueca al sentarse en la silla que había delante de la mecedora.

Era consciente de que la actitud de Stazy Bromley iba a suponer un problema que no había previsto cuando el día anterior había viajado a Inglaterra con el propósito de discutir los detalles de la película con Geoffrey Bromley.

Había escrito al anciano por primera vez hacía unos meses… le había enviado una carta en la que le había explicado resumidamente su idea sobre la película. La misiva que había recibido dos semanas después de Geoffrey Bromley había sido cautelosamente esperanzadora. Ambos habían hablado varias veces por teléfono antes de que el señor Bromley le hubiera sugerido que se vieran en persona para hablar más en profundidad del tema.

Pero en ninguna de aquellas comunicaciones le había comentado Geoffrey la renuencia de su nieta a que se realizara la película.

–Te aseguro que finalmente Stazy estará de acuerdo con lo que sea que yo decida –declaró Geoffrey.

A Jaxon no le cabía ninguna duda de que cuando era necesario el anciano podía ser tan persuasivo como su difunta esposa había tenido fama de ser… pero de una manera totalmente diferente; el papel que Geoffrey Bromley había jugado en los acontecimientos sucedidos en el siglo anterior estaba incluso más rodeado de misterio que el de Anastasia. El anciano había ocupado un puesto muy importante y de mucha responsabilidad en la seguridad de Inglaterra antes de haberse jubilado hacía ya veinticinco años.

¿Podía sorprenderle que Stazy Bromley tuviera la misma fuerte determinación que sus abuelos?

¡O que su visita prometiera desencadenar una guerra de voluntades entre ambos!

Una guerra que tenía toda la intención de ganar…

–No habréis discutido nada de importancia durante mi ausencia, ¿verdad? –preguntó Stazy en voz baja al volver a entrar en el salón, seguida de cerca por Little.

El mayordomo llevaba en las manos una bandeja de plata cuyo contenido colocó en la mesa de café que había delante del sofá en el que ella se sentó.

Stazy miró de manera interrogante a su abuelo y a Jaxon, que estaban sentados delante de ella.

Geoffrey volvió a censurarla con la mirada mientras Jaxon respondía.

–Ninguno de los dos nos habríamos atrevido a hacerlo, doctora Bromley… ¡Pero Stazy estaba segura de que Jaxon Wilder se atrevería a hacer cualquier cosa!

–¿Quiere su té con leche y azúcar, señor Wilder? –ofreció, acercándole el azucarero.

–Solo quiero leche, gracias.

Ella asintió con la cabeza mientras echaba dos cucharadas de azúcar en la taza de su abuelo justo antes de comenzar a servir el té.

–Sin duda, a medida que nos hacemos mayores es más difícil mantener el peso ideal.

–Cariño, realmente creo que esta constante animosidad contra Jaxon no es necesaria –la amonestó Geoffrey al levantarse Stazy para darle su taza de té después de haberle ofrecido la suya a Jaxon.

–Tal vez no –concedió ella, ruborizándose levemente–. Pero estoy segura de que el señor Wilder puede defenderse solo si siente que es necesario.

Lo cierto era que Jaxon estaba perdiendo la paciencia ante los maliciosos comentarios de Stazy. En apariencia era una mujer bella y delicada, pero según lo que había experimentado él, su delicadeza no iba más allá de su aspecto físico.

–Desde luego –espetó–. Ahora, si pudiéramos volver a hablar de Butterfly

¿Butterfly? –repitió su adversaria al sentarse en el sofá y cruzarse de piernas.

–Era el nombre en clave de su abuela…

–Eso ya lo sé, señor Wilder –interrumpió ella resueltamente.

–También va a ser el título de mi película –explicó Jaxon lacónicamente.

–¿No es algo impertinente por su parte? –preguntó Stazy, frunciendo el ceño–. Por lo que sé… –continuó con cautela– no se ha acordado siquiera que vaya a haber una película, ¡por no hablar de que ya tenga un título!

Tras decir aquello miró a su abuelo de manera interrogante. Su tensión era palpable.

–No creo que haya ninguna manera en la que podamos evitar que el señor Wilder ruede esta película, Stazy –comentó Geoffrey, encogiéndose de hombros.

–Pero…

–Con o sin nuestra cooperación –añadió el señor Bromley con firmeza–. Personalmente, después de la publicación de aquella espantosa biografía, preferiría que se me permitiera decir algo sobre el contenido de la película a no poder opinar.

Los ojos de Stazy reflejaron un gran enfado al dirigir su mirada hacia Jaxon.

–Si se ha atrevido a amenazar a mi abuelo…

–Jaxon no me ha amenazado, cariño –aseguró Geoffrey.

–¡Y a Jaxon le ha ofendido mucho que se haya insinuado que lo ha hecho! –exclamó el propio Jaxon, mirando a Stazy con frialdad.

Afortunadamente ella se dio cuenta de que tal vez se había excedido con aquel último comentario. No era excusa que hubiera estado predispuesta en contra de Jaxon desde antes de siquiera conocerlo, solo se había basado en las cosas que había leído sobre él, sobre todo ya que Jaxon había sido encantador desde que había llegado a Bromley House. Pero estaba segura de que tras sus obvias indirectas, el antagonismo entre ellos sería recíproco.

Se preguntó qué habría esperado el actor y director que ocurriera cuando había organizado una cita con su abuelo… ¿haberse visto solo con un hombre de noventa y cinco años que había sufrido un ataque al corazón recientemente, que ambos habrían sido muy educados y que él se habría marchado habiendo obtenido la completa cooperación de Geoffrey? Si eso era lo que había esperado, obviamente no conocía a su abuelo. Incluso veinticinco años después de su supuesta jubilación, Geo ffrey seguía siendo un peso pesado. Y ella consideraba que solo estaba un paso por detrás de su abuelo.

No solo era una reconocida profesora universitaria londinense, sino que corría el rumor de que iba a convertirse en la jefa de su departamento cuando en un par de años su maestro se jubilara… y no había llegado a esa situación con solo veintinueve años siendo tímida y retraída.

–Me disculpo si me he equivocado –murmuró–. Al decir el señor Wilder que Butterfly era el título de su película, me dio la impresión de que las cosas ya habían sido acordadas entre ambos.

–Disculpas aceptadas –respondió Jaxon con la voz crispada. Sus anchos hombros no parecían menos tensos–. Obviamente preferiría seguir adelante con su consentimiento, señor Bromley –añadió, asintiendo con la cabeza ante el anciano.

–¿Y con su cooperación? –terció Stazy secamente.

Unos fríos ojos grises la miraron.

–Desde luego.

Ella contuvo el escalofrío que amenazó con recorrerle la espina dorsal… escalofrío de cautela y no de placer, que sería lo que seguramente sentiría la mayoría de mujeres cuando Jaxon Wilder posaba sus ojos en ellas. Al mirarla él de arriba abajo, supo lo que estaría pensando; que era una mujer que prefería una apariencia austera. Sus pestañas eran naturalmente largas y oscuras, por lo que no necesitaba ponerse rímel. De hecho, no iba maquillada en absoluto… salvo un leve toque de brillo de labios. No llevaba anillos, ni pulseras, ni pendientes.

Sabía muy bien que no tenía nada que ver con las bellas y esbeltas actrices en cuya compañía había sido visto y fotografiado Jaxon frecuentemente durante los últimos doce años. Dudaba que él supiera qué hacer con una mujer inteligente…

Se reprendió a sí misma y se preguntó por qué debería importarle lo que Jaxon Wilder pensara de ella. No había ninguna razón para que ambos volvieran a verse después de aquel día… y no debía preocuparse en absoluto por lo que pensara de ella como mujer.

–Creo que no está perdiendo solo su tiempo, señor Wilder, sino también el de mi abuelo y el mío…

–Cariño, voy a ofrecerle a Jaxon mi apoyo y cooperación. Voy a permitir que lea cartas y papeles personales de Anastasia –dijo Geoffrey con firmeza–. Pero solo bajo ciertas condiciones.

Stazy se giró para mirar a su abuelo con los ojos como platos.

–¡No puedes estar hablando en serio!

–Es lo mejor para poder controlar una situación que sé que es inevitable, en vez de intentar emprender una inútil lucha contra ello.