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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Carol Marinelli. Todos los derechos reservados.

¿POR DINERO O POR AMOR?, Nº 132 - Noviembre 2012

Título original: The Billionaire’s Contract Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

 

© 2004 Carol Marinelli. Todos los derechos reservados.

ESPOSA PARA SIEMPRE, Nº 132 - Noviembre 2012

Título original: The Italian’s Marriage Bargain

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

Publicados en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin

Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-1174-4

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta: CZALEWSKY/DREAMSTIME.COM

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

¿Por dinero o por amor?

 

Esposa para siempre

 

 

 

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Capítulo 1

 

No se lo van a creer –dijo Tabitha agarrando a Aiden de la mano y saliendo del coche.

Al ver a todos los invitados que los esperaban en las escaleras de la iglesia, se quedó con la boca abierta.

–¿Por qué? –preguntó él en absoluto sorprendido y saludando a varios conocidos.

–No se lo van a creer –repitió Tabitha tomando aire– porque no parezco una novia de la alta sociedad.

–Gracias a Dios –murmuró Aiden–. En cualquier caso, no lo eres. Lo único que tienes que hacer es hacerte pasar por mi novia. Si te sirve de consuelo, puedes mostrarte sexy. Así, creerán que eres mi último ligue antes de sentar la cabeza.

–Se van a dar cuenta –protestó Tabitha–. Aiden, soy bailarina, no actriz. ¿Cómo demonios me he metido en esto?

–No tenías elección –le recordó Aiden–. Me lo debías por haberme hecho pasar por tu prometido en la reunión con tus compañeros de colegio, a la que fui porque tú me habías acompañado a la boda de mi primo. Es sencillo.

–No –protestó Tabitha–. Lo sencillo sería decirles a tus padres que eres homosexual. Estamos en el siglo XXI, por Dios, no pasa nada.

–Eso explícaselo a mi padre. De verdad, Tabitha, es imposible. No te preocupes por nada. Por cierto, estás fabulosa.

–Gracias a tu tarjeta de crédito –contestó Tabitha–. No deberías haberte gastado tanto dinero, Aiden.

–Claro que sí. Tú te lo mereces. mi familia te va a despellejar, así que, al menos, lleva un buen vestido y unos preciosos zapatos. Venga, Tabitha, vamos a pasárnoslo bien. ¡Siempre te han gustado las bodas!

Al entrar en el templo, Tabitha paseó sus ojos color jade por los allí congregados y se alegró de que Aiden le hubiese comprado aquel vestido.

Desde luego, los que se había puesto para las innumerables bodas a las que había ido aquel año no le habrían servido.

Los invitados destilaban dinero y estilo por los cuatro costados.

Menos mal que llevaba un vestido de diseñador y unas preciosas sandalias rojas de tacón con bolso a juego.

Una mujer increíblemente alta se le sentó delante con un gran sombrero, lo que le hizo no albergar demasiadas esperanzas de ver nada.

Cuando la novia entró y todos se giraron para mirarla, Tabitha se dio cuenta de que la mujer que tenía delante era nada más y nada menos que Amy Dellier, una de las modelos más famosas de Australia.

El órgano comenzó a tocar la Marcha Nupcial y todo el mundo se puso en pie. La novia entró avanzando despacio hacia el altar. Los invitados la seguían con la mirada, pero Tabitha no podía dejar de mirar a Amy Dellier.

Era realmente guapa.

–Perdone, ¿me deja pasar?

Aquella voz, muy bonita por cierto, la sacó de sus pensamientos. Se giró esperando encontrarse con un hombre mayor y se encontró con el epitoma de la belleza masculina. Era igual que la modelo, pero en hombre. La perfección.

Tenía el pelo como el azabache y lo llevaba peinado hacia atrás, dejando al descubierto un rostro de rasgos fuertes y ojos muy oscuros. Olía a aftershave y tenía una presencia tan masculina que impactaba.

–Sí, perdón –contestó nerviosa.

Pero los bancos estaban muy juntos y su bolso estaba en el suelo. Era imposible apartarlo, pues Aiden, que estaba completamente absorbido por la ceremonia, lo tenía enganchado en el pie.

Si no se quería caer aquel semidiós iba a tener que apoyarse en su brazo. Al sentir su mano sobre la piel, Tabitha se dio cuenta de que estaba aguantando la respiración. Mientras pasaba junto a ella, se sonrojó.

Aiden se giró entonces y, al reconocer al desconocido, lo saludó encantado. La novia estaba pasando en aquellos momentos a su altura, así que el hombre no tuvo más remedio que quedarse entre Aiden y Tabitha.

Fueron sólo unos segundos, pero a Tabitha se le antojaron una eternidad.

Nunca había sentido una atracción tan fuerte. Sentía la piel caliente y todos los músculos del cuerpo en tensión.

Una pena que la novia terminara de pasar y el desconocido se fuese por fin al banco de delante. Por supuesto, se fue a sentar junto a Amy y, por cómo ella lo agarró de la mano, se alegraban de verse.

«¿Qué me creía?», se regañó Tabitha a sí misma.

Un hombre como aquél no podía estar solo. Era imposible.

–Queridos hermanos...

Todos los invitados atendieron al cura, pero Tabitha estaba más concentrada en el guapísimo hombre que tenía delante. Llevaba el pelo perfectamente cortado y peinado y no tenía ni una cana.

La pelambrera terminaba en un cuello fuerte y bronceado y el traje le marcaba unos hombros maravillosos. Cuando se levantaron de nuevo para entonar el primer himno, se fijó en que era tan alto que Amy Dellier parecía bajita a su lado.

–Ni se te ocurra –le susurró Aiden al oído.

–¿Cómo? –dijo Tabitha sonrojándose avergonzada.

–Es mi hermano Zavier –le aclaró Aiden.

–No sé de qué me hablas –intentó disimular Tabitha.

–Lo sabes perfectamente –insistió Aiden, que la conocía perfectamente–. No te acerques a él. Te aplastaría sin pensárselo.

Tabitha hizo una mueca de desagrado.

–¿Por qué?

–Por nada en especial. Es muy guapo, pero es una pesadilla.

–Me da igual, no me interesa –susurró Tabitha.

–Haz lo que quieras –dijo Aiden encogiéndose de hombros–, pero luego no digas que no te lo advertí.

Tabitha siguió cantando, pero lo cierto era que Zavier la distraía constantemente. Estaba harta de ir aquel verano a bodas, pero aquella estaba resultando de lo más interesante. Incluso le gustó el eterno rato que tardaron los novios y los testigos en firmar. Así, tuvo oportunidad de seguir mirándolo.

Nunca se había sentido físicamente atraída por un desconocido. En cualquier caso, estaba fuera de su alcance. Aquel hombre jugaban en otra liga.

Mientras el fotógrafo hacía su trabajo en el Jardín Botánico de Melbourne, los invitados esperaban charlando y bebiendo champán acompañado de fruta. Era lo bueno que tenían las bodas de los ricos, que hasta el más mínimo detalle estaba cuidado.

Tabitha sonrió al conocer a los padres de Aiden. A pesar de las advertencias de su hijo, su madre, Marjory, la impactó desde el primer momento por ser una mujer tremendamente glamurosa y elegante.

–Ha sido una ceremonia preciosa, ¿verdad? Aunque no sé si el vestido de Simone ha sido acertado. No se debe ir a la iglesia por encima de la rodilla. ¿Tú qué crees, Jeremy?

Jeremy Chambers no tenía la efervescencia de su esposa. Su rostro era muy parecido al de su hijo predilecto, y sus ojos, igual de oscuros.

–Estaba exactamente igual que las demás novias de este año –contestó sin molestarse en bajar la voz.

–La verdad es que sí –apuntó Tabitha arrepintiéndose al instante–. Es que he ido a un montón de bodas este año –añadió a forma de explicación.

A continuación, le dio un buen trago al champán. Estaba nerviosa y deseó no haber dicho nada, pero para su sorpresa Jeremy le sonrió.

–¿A cuántas has ido?

–A diez –contestó ella exagerando–. Bueno, no, la verdad es que han sido seis –confesó haciendo cálculos–. Todas mis amigas se han casado a la vez –concluyó poniendo los ojos en blanco.

–Y no ha hecho más que empezar, ya verás –apuntó Jeremy por experiencia–. Ahora, te quedan los bautizos y en menos años de los que te crees los hijos de tus amigas se casarán y vuelta a empezar de nuevo. A Marjory le encantan las bodas, pero a mí no. Da igual quién se case, como si es un primo realmente lejano, hay que ir. Por cierto, estoy viendo a ciertos familiares que tengo que saludar. Ha sido un placer conocerte, Tabitha –se despidió tendiéndole la mano.

Pero, de repente, cambió de parecer y le dio un beso en la mejilla. Su hijo Aiden lo miró perplejo.

–Madre mía –comentó una vez a solas con Tabitha–. A mi padre nunca le cae bien nadie.

–A mí también me ha caído bien él –contestó Tabitha–. No me creo nada de lo que me has contado de él.

–Es encantador si eres el hijo correcto. Hablando del rey de Roma...

–¡Zavier! –exclamó Marjory besando a su otro hijo con afecto–. Creía que no llegabas a la iglesia. ¿Dónde te habías metido?

–¿Tú qué crees? Trabajando.

–Pero si es sábado –protestó su madre–. No deberías trabajar tanto. Bueno, da igual. ¿Conoces a Tabitha? Es la... eh... ¿amiga de tu hermano?

Aiden bajó los ojos hacia su copa, pero Zavier la miró a los ojos.

–Sí, en la iglesia –contestó tendiéndole la mano.

Tabitha la aceptó y se dio cuenta de que era cálida y fuerte.

–¿Y Lucy? –preguntó Marjory.

–Amy –la corrigió Zavier–. Está retocándose el maquillaje.

–Una chica encantadora –dijo su madre–. Estaría preciosa de novia.

–Tan sutil como siempre.

–¿Qué otra opción tengo? Tengo dos hijos de treinta y tantos años y ninguno de los dos parece tener planes de boda –contestó mirando a Tabitha–. Simone apenas tiene veinte años. No me extraña que su madre tenga una sonrisa de oreja a oreja.

–Sonríe porque su hija se ha casado con un hombre muy rico que los va a sacar de su penosa situación, no porque Simone vaya a ser feliz o no.

–Para que lo sepas, un matrimonio con una buena situación económica tiene más fácil ser feliz.

–Puede que tengas razón. En cualquier caso, viendo que no eres capaz siquiera de recordar el nombre de Amy, se ve muy claro cuáles son tus intenciones. Olvídalo.

–Tu padre estaría muy orgulloso.

Al mencionar a su progenitor, la temperatura bajó varios grados. Tabitha había esperado que Zavier contestara a su madre con algún comentario gracioso, pero no sucedió. Se había quedado sin palabras.

–Lo haría muy feliz, Zavier –insistió Marjory–. Es lo que tu padre más desea en la vida.

–¿Qué es lo que tu padre más desea en la vida? –preguntó Amy uniéndose al grupo.

Zavier miró a su madre advirtiéndole que no abriera la boca.

–Nada, Amy, no tiene importancia –le dijo.

Amy lo había agarrado del brazo, pero él se soltó y se fue hacia el fotógrafo.

–Creo que nos toca.

Aiden insistió para que Tabitha se fotografiara también, pero ella se negó. No quería que quedara constancia gráfica del engaño. La haría sentir todavía peor.

–¿A ti también te han dejado relegada?

Tabitha se giró y se dio cuenta de que Amy estaba a su lado.

–Me parece muy pronto para empezar a aparecer en álbumes familiares –contestó sorprendida.

–Y muy tarde para mí. Me parece que me acaba de dejar.

–Oh.

–Malditos Chambers –sollozó angustiada.

Tabitha observó anonada cómo dos lagrimones resbalaban por aquel rostro tan famoso. Amy se giró para irse, pero el efecto combinado del césped y de las sandalias de tacón la hicieran caer al suelo.

Tabitha hizo una mueca de dolor, pero Amy se alejó muy digna.

–Es el efecto que tengo en las mujeres. Les falta tiempo para salir corriendo –dijo Zavier a sus espaldas.

–¿Qué demonios le has dicho? –preguntó Tabitha aunque no era asunto suyo.

–No mucho, que no hacía falta que se pusiera en la fotografía porque no íbamos a estar juntos cuando se revelaran las películas.

–Qué horror –apuntó Tabitha–. ¿No podrías haberla dejado de una forma más delicada?

Zavier se encogió de hombros.

–Lo he intentado, pero o no me ha querido entender o no le cabía en la cabeza que un hombre no quisiera estar con ella.

Tabitha entendió que, después de haber estado con un hombre tan perfecto, Amy no hubiera querido entender que la dejaba. Aquello debía de crear adicción.

Sin darse cuenta, lo estaba mirando con ojos escrutadores, pero a Zavier no parecía importarle. Al darse cuenta de que la conversación se había parado, Tabitha se percató de que lo estaba observando y se sonrojó.

Se enfadó porque la hubieran pillado de forma tan espantosa y decidió que, por muy guapo que fuera, la belleza no lo era todo.

–La has tratado de malas maneras –le espetó.

Zavier enarcó una ceja.

–Vaya, vaya, te enfadas con facilidad, ¿eh? Entonces, no creo que ese color de pelo sea de bote, ¿verdad? –dijo tomando entre los dedos un rizo pelirrojo y estudiándolo.

Tabitha, indignada, se dio cuenta de que lo tenía demasiado cerca. Tan cerca que le veía las pintitas color zafiro de los ojos.

–Por supuesto que no –contestó apartándose.

Había sentido una descarga eléctrica por todo el cuerpo y se sonrojó de pies a cabeza.

–No sé cómo las mujeres se enamoran de ti.

–Fácil de contestar.

–No era una pregunta sino una afirmación. Te crees que por ser rico y guapo puedes tratarlas como... –se interrumpió al verlo reír.

¿Se estaba riendo de ella?

–Así que soy guapo, ¿eh?

–Sabes que lo eres y te crees que eso te da derecho a hacer daño a los demás.

–Teniendo en cuenta que nos hemos conocido hace apenas una hora, te has formado una idea de mí bastante negativa –dijo Zavier–. ¿Por qué?

Tabitha no sabía qué decir. ¿Por qué había reaccionado de manera tan visceral? ¿Por qué se había enfadado tanto con él por haber dejado a Amy cuando, en realidad, no sabía nada de su relación?

–No me gusta que hagan daño a la gente –contestó.

–No he hecho daño a Amy –le aseguró–. Tiene lo que buscaba estando conmigo. Portadas en las revistas y fama. Además, no creo que le cueste mucho conseguirse a otro hombre rico y guapo.

–Le has hecho daño –insistió Tabitha.

Zavier se encogió de hombros.

–Puede que tengas razón. Al fin y al cabo, acaba de perder al mejor amante que va a tener jamás –sonrió.

–Eres asqueroso –le espetó Tabitha.

–Sólo realista. Nos los pasamos bien mientras duró. Amy quería más y yo no.

–¿Quería casarse contigo?

Zavier asintió.

–Todavía peor –dijo Tabitha horrorizada–. ¿Te quiere de verdad y tú la dejas así?

Zavier negó con la cabeza.

–¿Quién ha hablado de amor? ¿Te crees que Amy me quiere?

–¿Por qué iba a querer casarse contigo si no? –preguntó Tabitha confusa.

–Venga, Tabitha, ¿de verdad eres tan inocente? Por lo mismo que tú sales con mi hermano y has venido con él a esta boda: por dinero y por posición social. El amor no debe interferir cuando hay un buen negocio a la vista.

–Yo no estoy con Aiden por su dinero –le aseguró sorprendida.

–Por favor –se burló él.

–No es así –insistió buscando a Aiden con la mirada.

Estaba con la novia, así que no había manera de que la rescatase en breve. Iba a tener que apañárselas ella sola.

–¿Y tú qué haces?

–¿Cómo? –preguntó Zavier.

–¿Cómo te ganas la vida? –preguntó Tabitha impaciente–. Supongo que trabajarás, ¿no?

Zavier frunció el ceño.

–Trabajo en la empresa familiar. ¿No sabes ni eso?

No, lo cierto era que Aiden y ella no habían hablado del currículum vitae de su hermano.

–Sí, supongo que Aiden me lo habrá dicho, pero no suelo prestar atención a esos detalles.

–¿Y cómo os conocisteis?

–¿Aiden y yo? En una fiesta.

–Claro, no iba a ser en el trabajo, ¿verdad? Ya sabemos que eso a mi hermano le da alergia.

–Aiden trabaja –dijo Tabitha indignada–. De hecho, es un artista de mucho talento.

–Sí, claro, artista –se burló Zavier mirando a su hermano, que estaba tomándose una copa–. ¿Y tú a qué te dedicas?

Tabitha tragó saliva. Normalmente, solía decir su profesión muy orgullosa, pero dudó que Zavier se fuera a sentir impresionado.

–Soy bailarina.

Zavier no dijo nada, pero la miró de arriba abajo hasta hacerla enrojecer.

–No de striptease –le aclaró Tabitha.

–¿Clásico? –preguntó él poniendo tono esnob.

–Un poco, pero hago sobre todo danza contemporánea. De vez en cuando, incluso hacemos versiones de cancán –dijo con ironía.

–Pareces una primera bailarina frustrada –sonrió él fijándose en sus larguísimas piernas.

–Puede –contestó Tabitha encogiéndose de hombros.

¿Por qué se sentía como una mera bailarina de striptease de repente?

–Para que lo sepas, hago muy bien mi trabajo. Aunque te burles de cómo nos ganamos la vida tu hermano y yo, te aseguro que no hace falta ir vestido de chaqueta y corbata para hacer disfrutar a la gente. Nosotros hacemos disfrutar y mucho –le aclaró.

–No me cabe la menor duda –contestó Zavier volviéndola a mirar apreciativamente.

Tabitha se reprendió a sí misma por sus palabras. Se terminó la copa de champán de un trago y aceptó otra de un camarero.

–No te preocupes –sonrió Zavier.

Parecía sincero, pero su tono cortante la hizo ponerse en guardia.

–En cuanto te cases con mi hermano, podrás colgar las zapatillas de baile.

Tabitha lo miró iracunda.

–Me gusta mi trabajo, mucho, ¿sabes? Si te crees que salgo con Aiden para pasar a formar parte de su encantadora familia, te equivocas –le aseguró sonriendo secamente.

–Ya lo veremos –dijo él muy tranquilo.

En ese momento, llegó Aiden.

–Ya veo que os lleváis bien –sonrió–. ¿Verdad que es preciosa, Zavier? –añadió besando a Tabitha en la mejilla.

–Preciosa –contestó su hermano con una sonrisa en los labios y una amenaza en los ojos–. Perdonadme, pero me tengo que ir –añadió–. Un placer –concluyó mirándola.

Mientras se iba, Tabitha pensó que no había sido un placer exactamente, pero sí una experiencia interesante, aunque no estaba muy segura de querer repetirla.

Capítulo 2

 

A Tabitha le pareció que la cena duraba años y los discursos, siglos. Se pasó la mayor parte del tiempo escuchando los comentarios de Zavier, jugueteando con la comida y bebiendo demasiado.

Odiaba a Zavier Chambers por haberle dicho poco más o menos que era una cazafortunas cuando lo cierto era que estaba allí para hacerle un favor a su familia, salvando a su padre de algo que no quería oír.

Aiden estaba nervioso, algo que no era normal en él, pero Tabitha entendió que era porque estaba con su familia. De hecho, estaba tan nervioso que tampoco paraba de beber y, aunque había prometido no separarse de ella, no lo estaba cumpliendo.

–Lo siento –sonrió yendo a por otra copa–. Necesito unas cuantas más para poder con esto. ¿Qué tal lo llevas tú?

Tabitha se encogió de hombros.

–Deberías haberme advertido que tu familia es tan rica –contestó mirando a su alrededor.

El Windsor Hotel era el mejor de Melbourne y el salón en el que se estaba llevando a cabo la recepción era, simplemente, impactante. Todo era divino, desde el champán hasta la exquisita cena que estaban terminando, pasando por los canapés del principio.

–¿Cómo te lo iba a decir? Ya me costó suficiente convencerte para que vinieras. Si te lo hubiera dicho, no habrías venido.

Aiden tenía razón. Rodeada de la clase alta australiana, Tabitha se encontraba fuera de lugar.

–¿Qué te pasa, Tab? Y no me digas que nada porque somos amigos hace mucho tiempo y te conozco muy bien. No es sólo estar rodeada de gente así, ¿verdad?

Tabitha no contestó. Se puso a juguetear con sus rizos pelirrojos casi como una niña pequeña.

–¿Ha sido tu abuela?

Tabitha asintió.

–¿Qué ha hecho ahora? ¿Ha vendido las joyas de la familia?

–Te recuerdo que mi familia no es como la tuya –contestó Tabitha–. Nosotros no tenemos joyas de familia, pero bueno, eso ahora de igual. No, ha vuelto a hipotecar su casa para pagar sus deudas de juego.

–Pero eso ya lo había hecho... ¿No me contaste eso el mes pasado? Fuiste al banco con ella para ver cómo se tenía que organizar con el crédito y parecía que todo iba bien.

–Ya, pues se ha gastado todo.

–¿Todo? –dijo Aiden con los ojos muy abiertos.

Tabitha asintió.

–Sí, fue al banco, lo sacó todo y se fue directamente al casino. Y todo por mi culpa.

–¿Y eso a qué viene?

–A que no sé cómo he podido dejar que tuviera acceso a tanto dinero. Ahora tiene las deudas de antes y una más. No creo que sea ludópata, yo creo que va más buscando compañía... Debería haberla obligado a pagar la deuda.

–No es una niña.

–Es lo único que tengo –dijo Tabitha con lágrimas en los ojos–. Me ha criado desde que murieron mis padres y se ha dedicado a mí en cuerpo y alma. Ahora que la veo sola y mayor me aterra no poder hacer nada por ella. He pedido un crédito, pero en cuanto han visto que soy bailarina ya te puedes imaginar lo que me han dicho.

–Yo puedo ayudarte –dijo Aiden.

Tabitha negó con la cabeza.

–Venga, cariño, para mí no es nada. Además, no te he dicho que ayer vendí un cuadro.

–¡Aiden! –exclamó Tabitha encantada lanzándose a su cuello y besándolo en la mejilla–. ¡Cuánto me alegro!

–Por favor, déjame ayudarte. Si te sientes mejor, puedes devolvérmelo. Sé que estamos en racha, ya lo verás –sonrió.

Tabitha volvió a negar con la cabeza.

–Puede que tú sí, pero yo te aseguro que no. Me han dicho que tengo que hacer la audición para el próximo espectáculo –le explicó.

–¿Y? –dijo Aiden–. Lo harás fenomenal.

–Sí, pero antes nunca me lo habían hecho, siempre habían contado conmigo. Es porque me estoy haciendo mayor.

–¡Pero si sólo tienes veinticuatro años!

–Tengo veintinueve –lo corrigió Tabitha sonriendo–. Es mucho para una bailarina. Hay que estar demostrando continuamente que todavía vales. No puedo aceptar tu dinero cuando no sé si voy a tener trabajo para devolvértelo.

–Por favor –insistió Aiden.

–No, de verdad, Aiden –contestó Tabitha–. Ya me las arreglaré.

–¿Seguro?

Tabitha asintió con decisión y Aiden dejó el tema.

–Ya sé que es indecente estar rodeada de gente con tanto dinero cuando tu abuela está arruinada, pero te aseguro que a veces el dinero es una maldición. Aquí hay mucha gente que desconfía de todos los que tiene alrededor porque cree que, si pudiera, le robaría su fortuna. Es horrible, pero es cierto que si la familia se arruinara el noventa por cierto de los presentes no estaría aquí.

–Tu hermano cree que yo estaría entre ese porcentaje.

Aiden la miró preocupado.

–Tab, lo siento si Zavier te ha hecho pasar un mal rato, pero de todas las personas que hay hoy aquí él es el más indicado para tener buenas razones para ser desconfiado. Hace poco, ha sufrido una decepción espantosa.

–Debe de llevarlo mal –musitó Tabitha.

–Te lo advierto, Tab, de verdad, no aguantarías ni cinco minutos en sus manos. Adoro a mi hermano, pero tiene el corazón negro. Además, has venido conmigo. Ni se te ocurra ponerte a ligar con mi hermano.

Tabitha se rió.

–No tienes de qué preocuparte. Ya me ha dejado muy claro lo que opina de mí y te aseguro que no es nada bueno.

Aiden la miró con el ceño fruncido.

–Se cree que salgo contigo por tu dinero –le explicó Tabitha.

–Madre mía –dijo Aiden sirviéndose otra copa tras decirle al camarero que dejara la botella en la mesa–. Si se enterara de la verdad, le daría un ataque de risa.

Tabitha se sirvió también.

–¿No tiene ni idea?

Aiden se encogió de hombros.

–No sé. Una vez, me dio una charla de hermano mayor y terminó preguntándome si era gay.

–¿Y por qué no aprovechaste? ¿Te daría la lata si se enterara?

–No, no creo. A Zavier le daría igual. Aunque va siempre de chaqueta y corbata, yo creo que incluso duerme así, es muy relajado en sus ideas.

–Entonces, ¿por qué no se lo dices?

–Porque no me parece justo. No se lo puedo decir a mi padre porque le daría un infarto y sería otro motivo de preocupación para mi hermano. Ya tiene bastante con lo suyo, ¿sabes? Se encarga de todo.

–¿En qué sentido? –preguntó Tabitha con curiosidad.

–Se encarga de la empresa. Mi padre está enfermo. No lo parece, pero es una bomba andante. Le tendrían que operar del corazón, pero ningún médico quiere hacerlo.

–¿Y eso?

–Por miedo a que, si sale mal, lo denuncie –rió Aiden–. Es mayor y no aguantaría bien la anestesia. Operarlo es muy arriesgado. Está delicado, muy delicado, así que no puedo decirle que soy homosexual y no me parece justo descargar mis problemas en mi hermano. Es mejor que nadie lo sepa.

–Soy una tumba –le aseguró Tabitha.

Tras aquella conversación, bailaron un par de canciones, pero Aiden no estaba allí. Sólo quería beber.

Tabitha se preguntó cuándo podrían irse a su habitación. Las sandalias la estaban matando y le dolía la cara de tanto sonreír. Además, le apetecía ver la tele mientras Aiden dormía sus excesos.

Decidió decirle al día siguiente que era la primera y última vez que se hacía pasar por su novia. Los comentarios de Zavier la habían molestado sobremanera.

Sus esperanzas de irse se esfumaron cuando aparecieron Marjory y Zavier.

–¿Qué hacéis que no bailáis? –sonrió la madre de Aiden.

–Aiden está un poco cansado –contestó Tabitha sonriendo.

–¿Y qué? Eso no quiere decir que tú te tengas que quedar sin bailar.

Por un horrible segundo, Tabitha creyó que Marjory le iba a decir que bailaran ellas alrededor de los bolsos. La verdad fue mucho peor.

–Zavier, ¿por qué no bailas con Tabitha?

Tabitha tenía muy claro que aquel hombre no hacía nunca nada que no quisiera hacer, así que se preparó para la respuesta negativa. Ella tampoco quería bailar con él, la verdad. Diez minutos a solas con él la habían aterrorizado.

–Me encantaría –dijo Zavier.

Tabitha lo miró sorprendido y aceptó su mano. Asustada, se giró para mirar a Aiden en busca de ayuda, pero su supuesto novio no estaba para nadie.

La mano de Zavier estaba caliente y seca. Mientras la conducía a la pista de baile, Tabitha sintió deseos de huir. Como si lo sintiera, Zavier le apretó la mano y no la soltó hasta que llegaron al centro de la pista.

Una vez allí, Zavier le puso una mano en la cintura. Tabitha sentía el calor que irradiaba y le traspasaba el vestido. Otra pareja la empujó y se vio todavía más cerca de él.

–Lo estás pasando fatal, ¿verdad? –le preguntó Zavier agachándose.

Al sentir su aliento en el cuello, a Tabitha se le puso la piel de gallina.

–Claro que no. Todo el mundo ha sido encantador conmigo –mintió.

–Te has pasado toda la noche sentada sola fingiendo que te daba igual. Te he estado observando.

Aquello le pareció conmovedor y peligroso a la vez. No contestó porque lo único que quería su cerebro era descansar la cabeza en su hombro y dejarse llevar por la música.

–¿Por eso estás bailando conmigo, por compasión?

–No, no hago nada por compasión.

Tabitha pensó que le encantaría creerlo, que le gustaría poder pensar que se había acercado a ella porque la encontraba guapa, pero había sido Marjory quien lo había puesto en un aprieto.

–Lo siento –musitó.

–¿Por qué? –dijo él.

Tabitha lo miró a los ojos y vio con asombro que la frialdad había sido sustituida por el deseo. Tabitha se mojó los labios confusa.

–Por haberte forzado a bailar conmigo –contestó.

–No lo sientas –dijo abrazándola con fuerza–. Sólo es un baile.

Aquel hombre, que le había dicho que la consideraba una cazafortunas, la estaba haciendo sentirse más mujer que nadie. Todo en él la excitaba y, al final, se relajó y apoyó la cabeza en su hombro.

Aspiró y se maravilló de la perfección del momento.

No, no estaba siendo sólo un baile.

Capítulo 3

 

Vámonos arriba –dijo Tabitha dándole un golpecito a Aiden en el hombro–. Vamos, Aiden, la gente está empezando a mirar.

–¿Problemas? –preguntó Zavier con tono burlón.

–No, en absoluto –contestó apretando los dientes.

No entendía cómo había bajado la guardia de aquella manera, cómo aquel hombre había conseguido llegarle tan dentro en tan poco tiempo. Estaba furiosa, pero no quería que él se diera cuenta.

–Pues no lo parece –insistió Zavier.

–Estamos estupendamente. Simplemente, nos vamos a dormir, ¿verdad, Aiden?

–¿Has llamado ya a la grúa? –preguntó él en tono sarcástico viendo el lamentable estado de su hermano.

–Sólo está cansado –lo defendió Tabitha dándose cuenta de que era imposible no percatarse de que Aiden estaba completamente borracho.

–Claro, será que ha tenido una semana de locos en el estudio, ¿verdad? Y yo creyendo que está borracho. Desde luego, a veces parezco tonto.

Tabitha se dio cuenta de que Jeremy Chambers los estaba mirando con curiosidad y decidió que lo último que necesitaba Aiden era una bronca de su padre.

Se tragó el orgullo y aceptó su ayuda.

–Échame una mano –dijo viendo que Jeremy iba hacia ellos.

–¿Por favor?

¡No estaba tan desesperada!

–¿Me vas a ayudar o no?

Zavier sonrió sinceramente por primera vez.

–Está bien, vamos. Hay que llevarlo arriba.

Resultó más fácil decirlo que hacerlo. Consiguieron sacarlo del salón de forma más o menos digna, pero al llegar al ascensor Aiden se apoyó en su hermano y comenzó a roncar a todo volumen.

Tabitha rezó para que el ascensor subiera más aprisa. Tener tan cerca de Zavier no le sentaba muy bien. Por otra parte, menos mal que la había ayudado. De no ser así, no habría conseguido sacar a Aiden del salón.

Aiden no se despertaba, así que su hermano lo tomó en brazos con facilidad, algo increíble teniendo en cuenta que medía más de metro ochenta. Tabitha abrió la puerta de la habitación y Zavier depositó a su hermano pequeño en la cama sin ningún tipo de ceremonia.

–Dile por la mañana lo mal que se ha comportado.

–Sí, no te preocupes, yo se lo diré –contestó Tabitha molesta con Aiden–. Gracias por tu ayuda –gruñó.

–De nada. Menos mal que se le ocurrió reservar habitación. De lo contrario, estaríamos en un taxi. Como ya sabrás, no es la primera vez que tengo que acudir en su rescate y estoy seguro de que no será la última –contestó Zavier mirándola intensamente–. Creía que estando con una buena mujer cambiaría...

–Pero yo no soy una buena mujer –dijo Tabitha sin poder evitarlo.

Zavier la miró con una ceja enarcada.

–¿Has olvidado lo que me dijiste en la recepción?

–Ah, eso, bueno, estoy seguro de que tienes tus cosas buenas.

A pesar de que estaban en una de las suites más grandes del Windsor, la habitación se hizo de repente pequeña. Aquello no era simple flirteo. Todo en Zavier gritaba peligro, debía huir, pero no había dónde y, lo que resultaba más increíble, Tabitha no estaba segura de querer huir.

Como no sabía qué hacer, le quitó los zapatos a Aiden, sacó una manta del armario y lo tapó.

Creía que Zavier se iría, pero no fue así.

–Lo voy a poner al borde de la cama por si quiere vomitar –comentó más para sí misma que para él.

Tomó a Aiden de los hombros y tiró de él con fuerza.

–Cuidado, te vas a hacer daño –dijo Zavier acercándose y poniéndole la mano en el brazo.

Tabitha lo retiró rápidamente.

Zavier se fijó en su escote y, en respuesta, sus pezones se pusieron como piedras. Tabitha tragó saliva.

–Tabitha... –dijo Aiden intentando incorporarse–. Lo siento.

–No te preocupes –contestó ella–. Duerme.

–Lo digo en serio, lo siento –repitió descansando la cabeza en la almohada–. Debería casarme contigo. Así se arreglaría todo.

Tabitha sintió que Zavier se tensaba y mascullaba algo entre dientes. ¿Se creía que lo había emborrachado ella para conseguir una propuesta de matrimonio? Sí, obviamente, sí.

–No digas tonterías –contestó intentando reírse.

Pero Zavier quería oírlo todo.

–Aiden, esas no son maneras de declararse a una mujer. Termina lo que has empezado –le dijo zarandeándolo.

–Así se arreglaría todo –murmuró Aiden–. Mi padre me vería casado antes de morir y... tus deudas de juego quedarían zanjadas... –añadió durmiéndose definitivamente.

–Te lo puedo explicar... –dijo Tabitha viendo la cara de Zavier–. No es lo que parece.

Zavier sonrió perverso.

–Seguro que es mucho peor.

–No, las deudas de juego...

Zavier la hizo callar levantando una mano de manicura perfecta.

–Me importan muy poco tus problemas, pero escúchame bien. No quiero que te vuelvas a acercar a mi hermano –la amenazó–. Si te casas con él, haré público que eres una cazafortunas. ¿Me has entendido?

–El que no entiende nada eres tú.

–Ya –exclamó acercándose demasiado a ella–. Te crees que lo tienes todo controlado, ¿verdad? –se burló–. Te crees que la familia Chambers te va a solucionar la vida, ¿eh?

–No –se defendió Tabitha.

Intentó pensar, pero su proximidad la aturdía.

–No –repitió mirándolo a los ojos y preparándose para el impacto.

Lo vio tragar saliva. Aunque odiaba cómo la atacaba, aquel hombre la excitaba. Eso, unido al champán y a la adrenalina del momento, convertía el encuentro en algo muy peligroso.

Zavier le acarició el cuello. Tabitha no se movió. Esperó.

Esperó a que la abrazara y la apretara contra su cuerpo, a que rompiera la tensión con un beso brutal.

Tabitha se mojó los labios.

–Lo sabía –dijo Zavier agarrando en un rápido movimiento la etiqueta de su vestido–. ¿Esto es lo que cuesta hoy en día una cita?

Tabitha lo miró confusa.

–Me ocupo de las tarjetas de Aiden, ¿sabes? –le explicó Zavier–. El vestido es lo único bueno que hay en ti.

–Fuera de aquí –le espetó ella.

–Sí, me voy, pero tú también te vas. En cuanto te despiertes, te quiero lo más lejos posible de mi familia.

Cuando se quedó a solas, Tabitha volvió a respirar.

Se sentó en el sofá porque le temblaban las piernas. Su olor, que era lo único de él que quedaba, le recordó el baile que había compartido.

A pesar de ser un hombre odioso, le inspiraba una pasión que no sabía ni que existiera en su interior. Sus ojos, su boca, su olor...

¡No podía evitarlo!

Se tumbó en el sofá y se quedó mirando el techo. Aquella situación era tan injusta que le entraron ganas de llorar.

Ya no le interesaba la televisión. ¿Para qué? ¡Menudo sustituto de lo realmente importante, de lo que había estado a punto de suceder hacía unos segundos!

Se moría por volver a verlo, pero no podía volver a bajar al salón. Quedaría como una estúpida y él se daría cuenta de lo que iba buscando.

Pero la lógica no estaba de suerte aquella noche.

Tabitha abrió la puerta y avanzó por el pasillo. A los pocos metros, vio una silueta enorme que iba hacia ella. Sólo podía ser una persona.

–¿Buscas esto? –le dijo Zavier dándole su bolso–. Estaba encima de la mesa.

–Gracias –contestó Tabitha.

Se quedó mirándolo sin hacer amago de volverse a su habitación.

–¿Te apetece una última copa?

Tabitha asintió.

Su habitación era inusualmente pequeña y sobre la mesa había un whisky. El hielo no estaba derretido, así que no había bajado al salón directamente después de haberla dejado.

Al ver la dirección de su mirada, Zavier se explicó.

–Estaba intentando encontrar una excusa para volverte a ver –confesó–. A pesar del sermón que le voy a echar a Aiden mañana, a veces, la respuesta está en la botella –añadió viendo la expresión sorprendida de Tabitha–. Me he sentado un rato a pensar en ti; no sabía si llamarte y, de pronto, me he dado cuenta de que no llevabas el bolso...

–¿Y necesitabas una excusa? Quiero decir, ¿para qué me querías volver a ver? ¿No habías terminado de echarme el sermón?

–Se acabaron los sermones.

¿Le estaba sucediendo aquello de verdad? ¿Zavier Chambers la deseaba tanto como ella a él? No, no podía ser.

–¿Y para qué querías verme? –repitió.

–Está claro, ¿no?

Tabitha lo miró a los ojos y vio el mismo deseo que había visto en la pista de baile.

–¿No me odiabas?

Zavier negó con la cabeza.

–Lo que me haces sentir ahora mismo no es odio sino algo mucho más primitivo.

¿Cómo era posible? El hombre más sexy y carismático que había conocido en su vida la deseaba. Aquello era surrealista. ¿No estaría soñando?

–Ven aquí –le ordenó en voz baja.

Tabitha obedeció.

La cabeza no le respondía. Sólo existía el deseo. Jamás se habría imaginado actuando así, pero Zavier la atraía demasiado. No podía pensar en las consecuencias, sólo en disfrutar del momento.

–Baila.

Anonada, asintió y le tendió la mano.

–No, baila para mí –le dijo poniendo en marcha una cadena de música de la que salieron notas de un bajo y un violín.

–No –se negó Tabitha–. No quiero que te rías de mí.

–No me estoy riendo. Quiero verte bailar como bailas cuando estás sola.

¡Lo sabía! ¿Le había leído la mente? ¿Cómo sabía que, a veces, retiraba la mesa del salón, corría las cortinas y bailaba a solas como sólo se hubiera atrevido a hacerlo si sus aspiraciones se hubieran visto recompensadas?

Era una petición ridícula y, en otras circunstancias, jamás lo habría hecho, pero se dio cuenta de que tenía el poder de hacer realidad una fantasía del hombre al que deseaba. Aquello la motivó.

El ritmo de la música se apoderó de ella y pronto se vio bailando como sólo había bailado a solas, pero para un público muy especial. Al terminar, sin aliento, lo miró y vio su deseo acrecentado.

–Ven –repitió.

Tabitha fue hacia él y tuvo la sensación de que iba hacia un precipicio. Nunca había sido una mujer promiscua ni se había dejado enamorar con flores ni palabras bonitas, pero aquel hombre era irresistible.

La hacía sentirse sexy, femenina. Había conseguido lo que otros tardaban meses en conseguir: hacerla sentirse una mujer de verdad.

Zavier no se movió. La observó mientras caminaba hacia él, pero en cuanto la tuvo al alcance de la mano la apretó contra su cuerpo como si el mundo se fuera a terminar.

Sus labios eran explosivos, hambrientos y Tabitha lo dejó entrar en su boca rápidamente. Sabía a whisky y a hombre.

Le acarició el pelo y sintió sus piernas, poderosas, pero nada que ver con su erección, urgente y marmórea.

Zavier le quitó las horquillas, las tiró al suelo casi enfadado y le hizo caer los rizos en cascada sobre los hombros. Le echó la cabeza hacia atrás y exploró su cuello.

–¿Estás segura? –le preguntó con voz grave.

Tabitha no estaba segura de nada, pero no quería que parara. Lo único que sabía era que, si dejaba de besarla, de acariciarla, de hacerla disfrutar, se iba a morir de frustración, y no podría soportarlo.

–Por favor, no pares –le rogó.

Abrió los ojos y lo vio mirándola como un animal en celo.

–No pares –le repitió.

Zavier la tomó en brazos, la llevó a su dormitorio y la depositó en la enorme cama que había en el centro.

La urgencia animal dejó paso, entonces, a una lentitud casi ceremonial. Zavier le bajó la cremallera del vestido disfrutando de cada milímetro de piel que quedaba expuesta.

Mientras le besaba los hombros, le bajó los tirantes del vestido y pasó a explorar sus clavículas con la lengua. Tabitha lo oyó jadear cuando la tela resbaló por sus pechos y dejó al descubierto unos pezones rosados que se morían por que los acariciaran.

No sólo consiguieron eso sino, además, una estela de saliva que los dejó maravillados. Zavier siguió bajando por su cuerpo hasta que, colocándose entre sus piernas, encontró su triángulo más preciado y lo exploró con la lengua también.

Tabitha no podía dejar de jadear.