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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1986 Linda Howington. Todos los derechos reservados.

PARA CASI SIEMPRE, N.º 29 - abril 2013

Título original: Almost Forever

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. y Harlequin Grandes Autoras es marca registrada por Harlequin Enterprises Ltd.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3044-8

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta: OLGA REUTSKA/DREAMSTIME.COM

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Uno

 

Anson Edwards estaba sentado a solas en su elegante despacho. Tamborileaba los dedos sobre la mesa mientras sopesaba los puntos fuertes de sus dos hombres de confianza y se preguntaba cuál de los dos debía enviar a Houston. Su propio punto fuerte era su capacidad para analizar rápida y exactamente una situación, aunque en aquella ocasión no quería tomar una decisión precipitada. Sam Bronson era un enigma, un hombre que no dejaba ver sus cartas. No serviría de nada subestimarlo. El instinto le decía a Anson que un intento público por absorber la empresa de aleación de metales de Bronson fracasaría y que éste era lo suficientemente astuto como para tener activos ocultos. Anson tenía que descubrir cuáles eran esos activos y el valor de los mismos antes de que pudiera esperar, realísticamente, una victoria en su intento por absorber Bronson Alloys bajo el paraguas de empresas de Spencer-Nyle. Sabía que, simplemente, podría hacerse con el control ofreciendo mucho más de lo que valiera la empresa, pero ése no era el estilo de Anson. Tenía una responsabilidad con los accionistas de Spencer-Nyle y no le gustaba correr riesgos. Haría lo necesario para absorber a Bronson, pero no a cualquier coste.

Podría enviar a un equipo de investigadores para que realizaran el trabajo, pero eso alertaría a Bronson. Si se producía este hecho, él podría tomar medidas para prolongar la situación durante meses, algo que Anson no deseaba. Quería terminar con aquel asunto rápidamente. Por ello, lo mejor era que un hombre en el que pudiera confiar se hiciera cargo de la situación. Confiaba completamente tanto en Rome Matthews como en Max Conroy, pero ¿cuál de ellos sería el más adecuado para ocuparse del trabajo?

Rome Matthews era su sucesor, el hombre al que había escogido y preparado personalmente. Rome era un hombre duro, inteligente y justo, destinado para ganar en todo lo que se proponía. Sin embargo, tenía una gran reputación y era demasiado conocido en los círculos empresariales. Además, Houston estaba demasiado cerca de Dallas como para que Anson pudiera esperar que nadie lo conociera allí. La presencia de Rome en Houston haría saltar la alarma.

Max Conroy, por el contrario, no era tan conocido. La gente no solía tomarlo tan en serio como a Rome, seguramente por su aspecto de modelo, y por la imagen relajada y simpática que proyectaba. No se esperaba de él que trabajara tan duramente como Rome en cualquier proyecto. Sin embargo, Max Conroy era puro acero. Era implacable, aunque lo ocultaba cuidadosamente, y su afabilidad era sólo una fachada. Mantenía un férreo control sobre una intensidad de carácter que resultaba casi aterradora. Siempre engañaba fácilmente a los que no lo conocían y que esperaban de él que fuera más playboy que ejecutivo.

Definitivamente, tendría que ser Max. Él tenía una posibilidad mucho más alta de recopilar la información que Anson necesitaba.

Tomó un archivo y hojeó de nuevo las páginas de información sobre el personal más importante de Bronson Alloys. No se podía averiguar nada del propio Bronson. Era un hombre cauteloso, además de ser un genio. Sin embargo, una cadena era tan fuerte como su eslabón más débil, un eslabón que Anson estaba dispuesto a encontrar.

Llegó a la fotografía de la secretaria de Bronson y se detuvo. Bronson parecía confiar en su secretaria completamente, aunque no parecía haber relación sentimental entre ellos. Anson frunció el ceño mientras estudiaba la fotografía. La mujer era atractiva, con el cabello rubio y ojos oscuros, aunque sin ser una gran belleza. Tenía una expresión de reserva en los ojos. Había estado casada con Jeff Halsey, el heredero de una rica familia de Houston, pero se habían divorciado hacía cinco años. Tenía treinta y un años y no se había vuelto a casar. Anson comprobó su nombre: Claire Westbrook.

Muy pensativo, se reclinó en su sillón. ¿Sería aquella mujer vulnerable al encanto de Max? Tendría que verse. Entonces, golpeó la fotografía con un dedo y tomó una decisión inmediata. Claire Westbrook podría ser el eslabón más débil de la cadena de Bronson.

 

 

Claire salió a la terraza y se acercó al muro bajo que la separaba del jardín. Tras apoyar las manos sobre la fría piedra, miró el jardín sin verlo realmente. ¿Cómo podía Virginia haber invitado a Jeff y a Helene, sabiendo que ella ya había aceptado su invitación? Lo había hecho deliberadamente. Había gozado con el asombro que Claire no había podido ocultar cuando su ex marido había llegado a la fiesta acompañado de su hermosa y muy embarazada esposa.

Las lágrimas le abrasaban los ojos. Parpadeó para controlarlas. Estaba segura de que podría haber afrontado un encuentro casual con aplomo, pero la crueldad de Virginia la había dejado atónita. Virginia y ella nunca habían sido buenas amigas, pero, a pesar de todo, nunca hubiera esperado aquello. ¡Qué irónico que hubiera aceptado la invitación sólo por la insistencia de su hermana Martine, que estaba segura de que le iría bien salir de su apartamento y relacionarse con otras personas! «Vaya con las buenas intenciones», pensó, tristemente, mientras se esforzaba por controlar la necesidad de llorar. No merecía la pena derramar ni una sola lágrima por aquel episodio. Además, le había enseñado una lección: no se debía confiar nunca en las antiguas novias del ex marido de una. Evidentemente, Virginia nunca la había perdonado por haberse convertido en la señora de Jeff Halsey.

–¿Son el humo y el ruido también insoportables para usted?

Claire se dio la vuelta, asustada por unas palabras que se le habían pronunciado demasiado cerca de la oreja. Había estado completamente segura de que no había nadie más en la terraza. Decidida a no permitir que nadie viera lo disgustada que estaba, levantó una ceja, con un gesto de interrogación en la mirada.

La silueta del hombre destacaba contra la luz que salía por las puertas de cristal que había a sus espaldas. Resultaba imposible ver sus rasgos, pero Claire estaba segura de que no lo conocía. Era alto y delgado, con unos anchos hombros bajo el impecable corte del esmoquin blanco que llevaba puesto. Estaba tan cerca de ella que Claire olía el suave aroma de su colonia.

–Perdóneme. No tenía intención de asustarla –dijo, colocándose a su lado–. La vi salir aquí y decidí que a mí también me vendría bien un poco de aire fresco. No nos han presentado, ¿verdad? Mi nombre es Maxwell Benedict.

–Claire Westbrook –murmuró ella.

Lo había reconocido, aunque, efectivamente, no los habían presentado. Lo había visto llegar a la fiesta. Habría sido imposible no fijarse en él. Parecía un modelo, con espeso cabello rubio y vivos ojos. Se movía con una gracia masculina que hacía que los ojos de todas las mujeres se volvieran hacia él. A pesar de la perfección de su rostro, no tenía nada de afeminado. Su aspecto era plenamente masculino y, siempre que miraba a alguna mujer, lo hacía con la apreciación propia de un hombre. Las mujeres hermosas no eran las únicas que recibían toda la fuerza de su encanto. Todas las mujeres, jóvenes o viejas, hermosas o poco agraciadas, eran tratadas con una mezcla de cortesía y apreciación que las hacía deshacerse como si se trataran de una bola de nieve en un cálido día de verano.

Claire pensó que, si estaba esperando que ella se deshiciera como todas las demás, se iba a llevar una desilusión. Jeff le había enseñado algunas lecciones difíciles de olvidar sobre los hombres guapos y encantadores y no se había olvidado de ni una sola de ellas. Estaba a salvo de aquel hombre, cuyo encanto era tan potente que era casi una fuerza visible. Ni siquiera tenía que flirtear. Su espectacular presencia y maravillosa sonrisa aturdían, su elegante acento británico intrigaba y su voz de barítono relajaba. Claire se preguntó si heriría sus sentimientos cuando no diera muestra alguna de haberse visto impresionada.

–Me pareció que estaba algo disgustada cuando salió aquí –dijo él, de repente, apoyándose contra la pared–. ¿Le ocurre algo?

Claire se encogió de hombros y trató de responder con ligereza en la voz.

–En realidad no, pero no estoy segura de saber cómo manejar una situación incómoda.

–Si ése es el caso, ¿puedo ayudarla en algo?

–Gracias, pero no se trata de nada importante.

Esperaba poder conseguir una salida airosa, sin que nadie se diera cuenta de que estaba huyendo. No se trataba de Jeff. Hacía mucho tiempo que lo había superado. Sin embargo, el bebé que Helene llevaba en el vientre era un doloroso recordatorio de un dolor que nunca había podido olvidar, del bebé que había perdido. Había deseado tanto tener ese hijo...

A sus espaldas, las puertas de cristal volvieron a abrirse. Claire se puso rígida al notar que era Virginia quien se dirigía hacia ella, rezumando una simpatía que era completamente falsa.

–Claire, querida... ¡lo siento tanto! De verdad que no tenía ni idea de que Jeff y Helene iban a estar aquí. Lloyd los invitó y yo me quedé tan atónita como tú. Pobrecilla, ¿estás muy disgustada? Por supuesto, todos sabíamos lo enamorada que estabas...

Maxwell Benedict se irguió a su lado. Claire sintió un agudo interés por parte del guapo desconocido. El rubor le cubrió las mejillas cuando, rápidamente, interrumpió a Virginia antes de que ella pudiera seguir hablando.

–Te aseguro, Virginia, que no hay necesidad alguna de disculparse. No estoy disgustada en absoluto –replicó, con un tono de voz completamente convincente, aunque era una total mentira. Había sentido que se moría un poco cuando se enteró de que Helene estaba embarazada. Al ver a la nueva esposa de Jeff tan encantadora y tan orgullosa de su embarazo, había sentido que le daba un vuelco el corazón.

Virginia dudó, completamente desconcertada por la total falta de preocupación que Claire mostraba.

–Bueno, si estás segura de que te encuentras bien... Te había imaginado aquí sola, llorando.

–Pero no está sola –dijo suavemente Maxwell Benedict, mientras rodeaba los hombros de Claire con un brazo. Automáticamente, ella comenzó a apartarse, pero él se lo impidió y la obligó a permanecer inmóvil–. Ni está llorando, aunque yo estaría encantado de ofrecerle mi hombro si fuera eso lo que deseara hacer. Bueno, Claire, ¿quieres llorar?

Una parte de ella sentía un profundo rechazo por el modo en el que había empleado su nombre de pila, dado que acababan de conocerse. Sin embargo, la otra parte le estaba muy agradecida por darle aquella oportunidad de mantener las apariencias y el orgullo y no permitir que Virginia supiera que se había salido con la suya. Inclinó la cabeza del modo en que a menudo había visto hacerlo a su hermana Martine cuando quería seducir a alguien y le dedicó la mejor de sus sonrisas.

–Creo que preferiría bailar –respondió.

–Entonces, bailarás, querida mía. Si nos perdona usted –le dijo cortésmente a Virginia. Entonces, tras pasar por delante de la desilusionada anfitriona, condujo a Claire al interior de la casa.

Después de la calma relativa de la terraza, la fiesta parecía mucho más concurrida y ruidosa. El olor del tabaco se mezclaba con el de las bebidas alcohólicas, ahogando a Claire. Sin embargo, como la música conseguía resonar por encima de las voces y de las risas de las personas, se reunieron con el grupo de invitados que estaban tratando de bailar en medio del salón. El espacio era tan limitado que uno solo podía contonearse ligeramente sin moverse del sitio. Claire comenzó a sugerir que se olvidaran de lo de bailar, pero él le agarró la mano y la acercó a él con el brazo que le quedaba libre. Ella decidió bailar sólo aquella canción. Maxwell Benedict no la estaba estrechando contra su cuerpo a pesar de la presión del resto de los bailarines. Una vez más, ella sintió el estricto control que gobernaba sus actos, lo que le hizo pensar que tal vez se había precipitado a la hora de juzgarlo. Sólo porque tenía un rostro tan bien esculpido como el de un dios griego, había asumido automáticamente que no era nada más que un playboy superficial, pero un playboy no ejercería aquel férreo control sobre sí mismo. Tal vez lo que sentía era una reserva típicamente británica.

–¿Cuánto tiempo lleva usted en los Estados Unidos?

–¿Cómo ha podido darse cuenta de que no soy un texano de pura raza? –replicó él, curvando sus hermosos labios con una sonrisa.

–Una corazonada –respondió Claire, sonriendo también.

–En realidad, tengo un acento algo híbrido. Cuando voy a casa a pasar mis vacaciones, mi familia se queja constantemente de que hablo demasiado lentamente.

No había respondido a la pregunta que le había hecho Claire, pero ella lo dejó pasar. Había demasiado ruido para entablar una conversación. En vez de eso, se puso a pensar en aquella situación, considerando las maneras de enfrentarse a ella que fueran menos embarazosas para los tres. No quería avergonzar a Jeff ni a Helene. Los dos habían sido tan víctimas de la estúpida venganza de Virginia como ella misma.

Justo cuando la canción estaba a punto de terminar, alguien lo llamó a él, lo que Claire aprovechó para decir cortésmente:

–Gracias por el baile, señor Benedict.

Con eso, se marchó, dejándolo en manos de la mujer que había requerido su atención. Mientras se alejaba, pensó que debía de ser un infierno tener siempre a un montón de mujeres tratando de llamar su atención. Pobre hombre... Probablemente sufría mucho... cuando no estaba aprovechándose de la situación.

De soslayo, vio a Virginia observándola detenidamente mientras hablaba en voz muy baja con otra mujer, que también miraba a Claire con curiosidad. «¡Chismosas!». En aquel momento, decidió que sería mucho mejor enfrentarse a la situación cara a cara. Con la cabeza bien alta y una sonrisa en el rostro, Claire se acercó al lugar donde estaban Jeff y Helene.

Justo antes de llegar a su lado, vio que Jeff se tensaba y que una expresión de alarma le cruzaba el rostro. Se había dado cuenta del brillo que Claire llevaba en los ojos y, probablemente, se estaba preguntando si iba a formar un escándalo con una de las apasionadas escenas que él tan bien recordaba. Con decidido esfuerzo, Claire mantuvo la sonrisa en los labios.

Evidentemente, se había equivocado al evitar la compañía masculina en los cinco años que habían pasado tras su divorcio. Su madre y su hermana creían que seguía enamorada de Jeff, una opinión que éste parecía compartir, junto con Virginia y el resto de su círculo social. Decidió demostrarles a todos que ya no significaba nada para ella.

–Hola –dijo, alegremente, dirigiéndose principalmente a Helene–. Creo que Virginia nos ha invitado a los tres para proporcionar el entretenimiento de la velada, pero yo no estoy dispuesta a seguirle el juego. ¿Qué os parece si le estropeamos la diversión?

Helene respondió rápidamente, con una sonrisa.

–A mí me gustaría estropearle la cara, pero creo que debemos ser civilizados.

Al ver que otras personas se les acercaban lo suficiente como para poder escuchar lo que estaban diciendo, Claire se lanzó a contar a la joven un alegre relato de unas recientes compras. Helene hizo lo mismo y, para entonces, Jeff se había relajado lo suficiente como para contribuir a la conversación y preguntarle a Claire sobre sus padres y su hermana. Todo era tan civilizado que resultaba casi perfecto, pero, al mismo tiempo, Claire comenzó a sentir que se le hacía un nudo en la garganta. ¿Cuánto tiempo tendrían que mantener aquella situación? El orgullo era una cosa, pero estar allí, charlando con Helene, que estaba aún más hermosa en su embarazo, era mucho más de lo que podía soportar.

Entonces, una cálida mano la tocó en la parte inferior de la espalda. Al levantar los ojos, vio sorprendida que se trataba de Max Benedict.

–Siento haberme entretenido –se disculpó–. ¿Estás ya lista para marcharte, Claire?

Había hablado como si ellos tuvieran otros planes. Claire estaba tan desesperada que se aferró a la oportunidad que él le ofrecía para poder escapar.

–Sí, por supuesto, Max. Me gustaría presentarte a Helene y Jeff Halsey.

Él murmuró suavemente su nombre mientras inclinaba la cabeza para saludar a ambos. Claire estuvo a punto de soltar una carcajada cuando vio la mirada de asombro que había en los ojos de Helene. Tal vez estuviera felizmente casada y muy embarazada, pero aquello no la hacía inmune al encanto de Max Benedict. Entonces, él miró su reloj y murmuró:

–Debemos marcharnos, querida.

Aquello era precisamente lo que Claire deseaba hacer. Rápidamente, se despidió de Jeff y Helene. Sintió cómo Max volvía a colocarle la mano en la espalda y juntos se dirigieron al dormitorio, que era donde Claire había dejado su bolso. Mientras lo buscaba, Max la observaba desde la puerta, sin decir ni una sola palabra. Claire no podía encontrar respuesta a ninguna de sus preguntas en la expresión que él tenía en el rostro. ¿Por qué la había rescatado? Efectivamente, había sido una acción completamente deliberada por su parte, pero Claire no comprendía el porqué. Después de todo, eran unos completos desconocidos. La breve conversación que habían tenido en la terraza no había sido suficiente ni para que pudieran calificarse como conocidos. Claire sintió una repentina cautela hacia él y colocó todas sus defensas en posición.

Sin embargo, primero tenían que salir de la casa, y ¿qué mejor modo de hacerlo que del brazo del hombre más atractivo que había conocido nunca? Los hombres guapos y encantadores tenían alguna utilidad. Eran estupendos para poder dejar una buena impresión en la gente.

Una curiosa y cínica sonrisa se le dibujó en aquellos labios perfectos, casi como si le hubiera leído el pensamiento.

–¿Nos vamos? –le preguntó desde la puerta, extendiendo la mano.

Claire se marchó de la fiesta de su brazo, pero, tan pronto como se cerró la puerta a sus espaldas, ella se soltó. Las farolas extendían su plateada luz por el césped y por la maraña de coches que había aparcados por todas partes. La noche primaveral era cálida y húmeda, como si la recién llegada estación quisiera celebrar su nacimiento con una explosión de calor que hiciera desaparecer el frío del invierno.

–¿Planeó Virginia esta situación deliberadamente? –preguntó él, con una voz tan fría y tranquila que, durante un momento, Claire no estuvo segura de haber notado el acero que había en sus palabras.

–Fue algo incómoda, pero nada trágico –respondió, poco inclinada a compartir con un desconocido lo que en realidad le había costado. Nunca le había gustado que nadie viera lo que pasaba en el interior de su cabeza, algo que había enfurecido a su madre desde que era una niña–. Gracias por su ayuda, señor Benedict. Ha sido un placer conocerlo –añadió ella extendiendo la mano. Por su tono de voz, quedaba muy claro que consideraba que aquél era el final de la velada.

Él le tomó la mano, pero no se la estrechó, sino que la tomó entre sus cálidos dedos de un modo que no parecía pedir nada.

–¿Te gustaría cenar conmigo mañana por la noche, Claire? Por favor –suplicó inmediatamente, como si presintiera que ella estaba a punto de rechazar la invitación.

–Gracias, pero no –respondió ella, aunque se sentía vagamente desarmada por el «por favor».

–¿Sigues enamorada de tu ex marido?

–Eso no es asunto suyo, señor Benedict.

–No fue eso lo que me dijiste hace un momento. Me parece que te alivió bastante que interviniera en algo que ahora resulta que no es asunto mío –replicó, fríamente.

Claire levantó la cabeza y apartó la mano inmediatamente.

–¿Acaso busca una compensación? Muy bien. No, no sigo enamorada de Jeff.

–Me alegro. No me gusta tener rivales.

Claire lo miró incrédula y entonces se echó a reír. No quería dignificar aquella última afirmación desafiándolo. ¿Qué se creía ese hombre que era ella, la estúpida más grande del mundo? Lo había sido una vez, pero no volvería a serlo.

–Adiós, señor Benedict –dijo, antes de dirigirse a su coche.

Cuando extendió la mano para abrir la puerta, se encontró con la mano esbelta y bronceada de Benedict, que le abrió la puerta. Ella susurró unas palabras de agradecimiento y se metió en el coche. Una vez dentro, empezó a rebuscar las llaves en el bolso.

Benedict apoyó un brazo sobre el techo del coche y la miró con sus vibrantes ojos color turquesa, tan profundos como el mar.

–Te llamaré mañana, Claire Westbrook –dijo, con tanta seguridad que parecía que ella no lo había rechazado.

–Señor Benedict, no tengo intención de resultar grosera, pero no me interesa.

–Estoy registrado, me han vacunado y tengo unos modales bastante buenos –repuso él, con una sonrisa en sus atractivos labios–. No me busca la policía ni he estado casado nunca y te aseguro que soy muy amable con los niños. ¿Quieres referencias?

–¿Tiene un pedigree impresionante? –preguntó ella, sin poder contener una carcajada.

–Impecable. ¿Te parece bien que lo discutamos mañana por la noche?

Claire sintió una curiosa sensación en su interior. Llevaba un tiempo muy sola. ¿Qué mal podría haber en cenar con él? No iba a enamorarse de él. Charlarían y se reirían, disfrutarían de una agradable cena y, tal vez, conseguiría un amigo.

–De acuerdo –contestó, tras dudar durante un momento más–. Sí, gracias.

–¡Qué entusiasmo! –exclamó él, con una carcajada que dejó al descubierto unos blanquísimos dientes–. Querida mía, te prometo que me comportaré mejor que nunca. ¿Dónde te recojo y a qué hora? ¿Te parece bien a las ocho?

Se pusieron de acuerdo en la hora y Claire le dio las indicaciones necesarias para llegar a su apartamento. Un momento después, se marchó en su coche. Para cuando se paró en el primer semáforo, tenía el ceño fruncido de consternación. ¿Por qué había accedido a salir con él? Se había jurado mantenerse al margen de tipos como aquél y, sin embargo, él había conseguido derribar sus defensas y hacerla reír, lo que había provocado que no pudiera resistirse a su invitación. No parecía tomarse demasiado en serio, algo que habría hecho que Claire saliera huyendo en la dirección opuesta. También había mostrado ser muy amable al acudir en su rescate... Era demasiado peligroso para su estabilidad mental.

Cuando llegó a su apartamento, ya había decidido que cancelaría la cita, pero mientras cerraba la puerta con llave, el silencio de su apartamento se cernió de nuevo sobre ella, abrumándola. Se había negado a tener un gato, sintiendo que aquél sería el símbolo que delatara su soledad. Sin embargo, en aquellos momentos deseó tener una mascota que le diera la bienvenida a la casa. A un perro o a un gato no les importaría que ella no cumpliera las expectativas que tenían de ella. Un estómago lleno, una cama cálida y cómoda en la que dormir y alguien que lo acariciara detrás de las orejas era todo lo que requería una mascota. En realidad, si se paraba a pensarlo, aquello era también lo único que necesitaban los humanos. Comida, un lugar en el que dormir y afecto.

Afecto. Claire tenía las dos primeras condiciones. Disfrutaba de todo lo que una infancia de una clase media alta le había podido dar. Incluso había tenido afecto, aunque habían sido las migajas del amor incondicional que sus padres le habían dado a Martine. Claire no los culpaba. Su hermana era perfecta. Su hermana mayor siempre se había preocupado por ella y, por muy ocupada que estuviera con su próspero bufete, sus hijos y su esposo, siempre sacaba tiempo para llamar a Claire al menos dos veces por semana.

Sin embargo, en su interior Claire aún se lamentaba por la evidente preferencia que sus padres siempre habían sentido por Martine. Aunque no había sido tan hermosa como Martine, había sido una niña guapa y se había esforzado mucho por agradar a todo el mundo, hasta que se dio cuenta de que no iba a ser suficiente. Se había empezado a replegar sobre sí misma.

Lo que le ocurría era que no se sentía a la altura de su hermana. Martine era hermosa, ella simplemente bonita. Martine había sido una niña alegre y extrovertida, ella era propensa a inexplicables llantos y se mostraba muy tímida con la gente. Martine era una maravillosa pianista y había sido una estupenda estudiante. Claire se había negado a estudiar música y solía esconderse con un libro. Martine era brillante y ambiciosa. Claire era lista, pero no se aplicaba lo suficiente. Martine se había casado con un ambicioso y brillante abogado, se había puesto a ejercer su profesión y había tenido dos niños encantadores. Claire se había casado con Jeff, la única vez que había hecho feliz a su madre, pero el matrimonio se había desmoronado.

Después de que hubieran pasado cinco años, Claire sabía muy bien por qué había fracasado su matrimonio. Si era sincera consigo misma, tenía que admitir que, principalmente, había sido culpa suya. Se había sentido tan aterrorizada de estar a la altura de lo que todos esperaban de ella como la señora de Jefferson Halsey, que se había lanzado a ser la perfecta anfitriona social, la perfecta ama de casa. Se había entregado a tantas actividades que no había quedado nada para Jeff. Al principio, él lo había tolerado, pero, poco a poco, las distancias entre ellos se habían ido agrandando hasta que había empezado a fijarse en otras mujeres... en Helene. Sólo el inesperado embarazo de Claire había impedido que se divorciaran en aquel momento. Jeff se había portado tierna y amablemente con Claire, a pesar de que el embarazo de ésta había supuesto el fin de su relación con Helene, a la que amaba. Sin embargo, Claire era su esposa y estaba esperando un hijo suyo. Jeff se había negado a destruirla pidiéndole el divorcio.

Entonces, ella había tenido un aborto natural. Él esperó hasta que Claire se hubo recuperado físicamente y le dijo que quería divorciarse. Claire había sabido que todo se había terminado entre ellos incluso antes de perder al niño. Tuvieron un divorcio muy civilizado y Jeff se casó con Helene tan pronto como fue legalmente posible. Al cabo de un año, Helene ya le había dado un hijo. En aquellos momentos, volvía a estar embarazada.