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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Melanie Milburne

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Cicatrices indelebles, n.º 2282 - enero 2014

Título original: Never Underestimate a Caffarelli

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4013-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

Ya sabes que nunca trabajo con pacientes masculinos –dijo Lily a su jefa en la clínica de rehabilitación y fisioterapia del sur de Londres.

–Lo sé, pero esta es una gran oportunidad –dijo Valerie–. Raoul Caffarelli es multimillonario. En cuatro semanas en Normandía ganarás más que en todo el año. No puedo enviar a otra persona. Además, su hermano insistió mucho en que fueras tú. Al parecer, Raoul no quiere ayuda de nadie, se ha convertido en un solitario desde que salió del hospital. Su hermano mayor, Rafe, se enteró del gran trabajo que hiciste con la hija del jeque Kaseem al-Balawi, y quiere que te ocupes de su hermano. Está dispuesto a pagar cualquier precio que le digas.

Lily se mordió el labio inferior. No podía permitirse el lujo de despreciar el dinero ahora que su madre atravesaba una mala situación después de que su última pareja sentimental le hubiera dejado la cuenta corriente a cero. Pero convivir con un hombre las veinticuatro horas del día, aunque estuviera en una silla de ruedas, podía convertirse para ella en una auténtica pesadilla.

Llevaba más de cinco años sin estar con un hombre.

–No voy a aceptar el trabajo –dijo Lily, volviéndose para sacar del cajón de la mesa el historial de otro paciente–. Tendrás que buscarte a otra persona.

–Me temo que los hermanos Caffarelli no son de los que aceptan fácilmente un no por respuesta. Rafe quiere que Raoul sea su padrino de boda en septiembre y está convencido de que tú eres la persona indicada para conseguir que su hermano vuelva a andar.

Lily cerró el cajón y se volvió hacia su jefa.

–¿Quién se piensa que soy? ¿Cree que hago milagros? Es posible que su hermano nunca pueda volver a andar, y mucho menos en unas semanas.

–Lo sé, pero al menos podrías intentarlo –dijo Valerie–. Es un trabajo que muchos querrían. Una estancia en un castillo en Normandía, con todos los gastos pagados. Acéptalo, Lily. La clínica ganaría mucho prestigio. Es justo lo que necesitamos para afianzar nuestra fama tras el éxito que conseguiste con la hija del jeque. Seríamos conocidos como la clínica naturista de la gente rica y famosa. Todo el mundo querría venir aquí.

Lily tragó saliva. El corazón le latía con fuerza, como si acabara de subir al último piso de un rascacielos por las escaleras. Trató de buscar una vía de escape, pero, cada vez que se le ocurría alguna, la veía bloqueada por la necesidad de ayudar a su madre y por la lealtad a su jefa.

–Tendré que ver las pruebas del señor Caffarelli y sus informes médicos. Quizá no pueda hacer nada por él. No me gustaría crearle falsas esperanzas.

–Rafe me envió toda su documentación por correo electrónico –dijo Valerie–. Te la reenviaré.

Lily examinó la información, unos minutos después, en su despacho. Raoul Caffarelli tenía una lesión medular a consecuencia de un accidente de esquí acuático. Había sufrido también una fractura en el brazo derecho. Conservaba una cierta sensibilidad en las piernas, pero era incapaz de sostenerse en pie sin algún tipo de ayuda. Los médicos opinaban que era poco probable que volviese a andar, aunque esperaban alguna ligera mejoría en su movilidad. Sin embargo, ella había conocido algunos casos similares y no quería dejarse influenciar por los informes.

La evolución de un paciente dependía mucho del tipo de lesión, así como de su actitud y de su estado general de salud.

A Lily, le gustaba combinar las terapias tradicionales, como la rehabilitación física, los masajes y la fisioterapia, con técnicas alternativas consideradas menos ortodoxas, como la aromaterapia, los complementos dietéticos y las técnicas de visualización.

Halimah al-Balawi, la hija del jeque, había sido una de sus pacientes estrella. Los neurocirujanos habían pronosticado que nunca volvería a caminar. Había trabajado con ella durante tres meses. La mejoría había sido muy lenta al principio, pero luego Halimah había conseguido dar sus primeros pasos en las barras paralelas y había seguido mejorando hasta ser capaz de caminar por sí sola sin ninguna ayuda.

Lily se echó hacia atrás en la silla y se mordió la uña del meñique. Para cualquier otra persona, sería un sueño poder trabajar con un millonario famoso como Raoul Caffarelli. Ninguna mujer en su sano juicio rechazaría una oportunidad como esa.

Para ella, sin embargo, sería una verdadera tortura.

Sintió náuseas solo de pensar en la idea de tener que poner las manos en el cuerpo de un hombre. Masajear su carne, acariciar sus músculos, sus tendones... Tocarlo.

Sonó en ese momento el teléfono móvil que tenía sobre la mesa. Respondió a la llamada al ver la foto de su madre en la pantalla.

–Hola, mamá. ¿Estás bien?

–Cariño, siento tener que molestarte en el trabajo, pero los del banco llevan telefoneándome todo el día. Dicen que me van a embargar la casa si no pago las tres últimas mensualidades de la hipoteca. Traté de explicarles que fue Martin quien desvió los fondos de mi cuenta, pero no quisieron escucharme.

Lily sintió que le hervía la sangre al recordar cómo su madre había sido estafada por un hombre al que había conocido a través de un servicio de citas online por Internet. Era consciente de que ella no era quién para juzgar a su madre. También le había pasado algo parecido la noche de su vigésimo primer cumpleaños. Era evidente que su madre había confiado como una estúpida en su nueva pareja, y ahora estaba pagando las consecuencias. Ese indeseable había accedido a la cuenta de su madre y se había llevado todos sus ahorros.

Parecía que el destino quería ponerla a prueba. ¿Cómo iba a renunciar ahora a ese trabajo cuando su madre necesitaba urgentemente el dinero? Su madre la había apoyado en los momentos más difíciles. Especialmente, tras los días tan terribles de aquel cumpleaños en que había estado al borde de la desesperación, sumida en un agujero negro de angustia y falta de autoestima. Estaba en deuda con su madre. Tenía que hacerlo por ella.

Después de todo, sería solo un mes. Cuatro semanas. Treinta y un días.

Aunque sabía que a ella le parecería una eternidad.

–No te preocupes, mamá –replicó Lily–. Tengo un nuevo paciente. Estaré en Francia durante todo el mes de agosto, pero le pediré que me pague por adelantado. Eso solucionará el problema con el banco. No temas, no vas a perder la casa mientras yo pueda impedirlo.

 

 

–Te dije que quería estar solo –dijo Raoul a su hermano con el ceño fruncido.

–No puedes pasarte el resto de la vida encerrado aquí, como un recluso. ¿Qué es lo que te pasa? ¿No ves que es una gran oportunidad, tal vez la única, de conseguir tu recuperación?

Raoul giró la silla de ruedas para enfrentarse a su hermano. Sabía que su intención era buena, pero la idea de tener que ponerse en manos de una joven inglesa con sus métodos más que heterodoxos era una condena para él.

–Los médicos italianos más eminentes han dicho que mi evolución es todo lo buena que cabe esperar dadas mis circunstancias. No necesito que venga esa señorita Archer a hacernos perder el tiempo y el dinero, dándonos falsas esperanzas con sus soluciones mágicas.

–Raoul, sé que aún te duele que Clarissa rompiera vuestro compromiso, pero no puedes proyectar tu resentimiento contra todas las mujeres solo porque ella...

–Esto no tiene nada que ver con Clarissa –replicó Raoul, girando la silla para darle la espalda.

Rafe le dirigió una mirada que parecía decirlo todo.

–Ni siquiera estabas enamorado de ella. Solo pensabas que cumplía todos tus requisitos. Pero el accidente sacó a la luz la realidad de vuestra relación. Creo que tuviste suerte quitándote a tiempo la venda de los ojos. Poppy opina lo mismo.

–¿De verdad crees que he tenido suerte? Mírame, Rafe. ¡Estoy atrapado en esta silla! Ni siquiera puedo vestirme solo. No insultes mi inteligencia diciéndome que he tenido suerte.

–Lo siento, tal vez no elegí bien las palabras –dijo Rafe, pasándose la mano por el pelo–. ¿No quieres, al menos, conocerla? Dale una oportunidad. Ponla a prueba una semana o, si quieres, solo un par de días. Si no funciona, lo dejas. Tú serás el que decida si se queda o no.

Raoul giró la silla en dirección a la ventana para mirar sus caballos purasangres pastando en las praderas. Ni siquiera podía caminar por la hierba y acercarse a ellos para acariciarles el lomo o las crines. Estaba atrapado en aquella maldita silla, atrapado en su propio cuerpo, en el cuerpo que en los últimos treinta y cuatro años lo había definido como una persona, como un hombre. Los médicos le habían dicho que podía considerarse afortunado. Aún tenía alguna sensibilidad en las piernas y conservaba íntegras las funciones intestinales y urinarias. Se suponía que también las sexuales, pero ¿qué mujer querría estar con él ahora?

La propia Clarissa se lo había dejado bien claro.

Él quería volver a tener su cuerpo y su vida de antes.

¿Podía esa mujer que Rafe le estaba proponiendo obrar ese milagro? No. Probablemente, sería solo una charlatana, una farsante. No quería que nadie le diera falsas esperanzas. Lo que necesitaba era recapacitar, reflexionar unos días en el castillo para asumir su estado actual y decidir cómo iba a ser su vida de ahora en adelante. Aún no estaba preparado para enfrentarse al mundo. Le ponía enfermo pensar en los paparazzi persiguiéndolo para conseguir sacarle un foto en la silla de ruedas. Lo único que quería era que lo dejaran solo.

–Solo un mes, Raoul –dijo Rafe en voz baja–. Por favor, inténtalo.

Raoul sabía que sus dos hermanos estaban preocupados por él. Remy, su hermano menor, había estado allí el día anterior y había hecho todo lo posible para infundirle ánimos, como si fuese una versión masculina del personaje de Pollyanna. Su abuelo, Vittorio, no había estado tan amable, pero no se lo había tomado en cuenta. Sabía que él era así.

–Me gustaría disponer de una semana o dos para pensarlo.

Se produjo un silencio tenso. Raoul giró la silla de nuevo y se estremeció al ver la expresión dibujada en los ojos castaño oscuro de su hermano.

–No dispones de tiempo –dijo Rafe–. Te está esperando en el salón.

Raoul soltó una sarta de obscenidades en francés, italiano e inglés. Sintió una rabia feroz corriendo por sus venas como si se tratase de un veneno de acción rápida. Nunca se había sentido tan impotente en la vida. ¿Por quién le tomaba su hermano? ¿Pensaba acaso que era un niño pequeño que no tenía uso de razón para decidir por sí mismo?

Aquella casa era su santuario. Ninguna persona entraba allí sin que él la invitase expresamente.

–Baja la voz –dijo Rafe–. Podría oírte.

–Me da igual. No me importa que me oiga. ¿A qué demonios estás jugando, Rafe?

–Estoy tratando de ayudarte, ya que tú no pareces querer ayudarte a ti mismo. No soporto verte ahí sentado, cabizbajo, sin querer hablar con nadie ni salir siquiera a la calle. Parece como si te hubieras dado por vencido. No puedes rendirte, Raoul. Tienes que sobreponerte.

–Saldré a la calle cuando pueda hacerlo por mi propio pie. No tenías derecho a traer a esa mujer aquí sin mi permiso. Esta es mi casa. Échala.

–Ya está alojada aquí –replicó Rafe–. La he pagado por adelantado y ahora no puedo volverme atrás. Fue una de las condiciones que puso en el contrato para aceptar el trabajo.

Raoul puso los ojos en blanco sin poder dar crédito a lo que estaba oyendo.

–¿No te dice eso la clase de mujer que es? Por el amor de Dios, Rafe, pensé que tendrías más sentido. Esto no es más que un robo de guante blanco. Espera y verás. Se irá en un par de días con cualquier pretexto a disfrutar tan ricamente del dinero que tiene en el banco.

–La señorita Archer viene con muy buenas referencias. Está muy capacitada y tiene mucha experiencia.

–Sí, de eso no me cabe duda –replicó Raoul con un gesto despectivo.

–Te dejaré solo un rato para que vayas familiarizándote con ella. Tengo que ir con Poppy a ultimar los detalles de la boda. Quiero que estés allí, Raoul, con silla o sin ella. ¿Entiendes?

–No pienso asistir a esa boda en una silla de ruedas como si fuera una atracción de circo. Pídele a Remy que sea tu padrino.

–Ni lo sueñes. Ya sabes cómo es. Llegaría tarde o se le olvidaría presentarse a la boda si encontrase por el camino alguna chica de su gusto. Quiero que seas mi padrino. Poppy es de la misma opinión. Así que compórtate con la señorita Archer y no me decepciones –dijo Rafe, camino de la puerta–. Te llamaré en un par de semanas para ver cómo van las cosas. Ciao.

 

 

Lily estaba sentada en el salón, sujetando el bolso con fuerza. Tenía las manos heladas, a pesar del día tan caluroso que hacía. Había oído unos gritos y, aunque no dominaba muy bien el francés ni el italiano, había entendido lo suficiente como para saber que Raoul Caffarelli no se sentía muy feliz con su presencia allí. Era una ironía. Ella también estaba allí a disgusto. Pero, con el dinero que ganase, podría afrontar los pagos de la hipoteca de su madre.

Su preocupación empezaría cuando se quedase sola en ese enorme castillo con un hombre al que nunca había visto antes. Sería como protagonizar una película de terror. Sintió un sudor frío en la frente y en las palmas de las manos, y un nudo en la boca del estómago. Estaba presa de pánico. Apretó con fuerza las rodillas para que no se le notase el temblor de las piernas.

La puerta del salón se abrió y Rafe Caffarelli apareció con una mirada sombría en el rostro.

–Está en la biblioteca. Trate de no dejarse intimidar por su hostilidad. Se volverá más amable conforme la vaya conociendo. Sea comprensiva, está pasando por un mal momento.

Lily se levantó de la silla y se puso el bolso sobre el pecho a modo de escudo.

–Sí, lo comprendo –dijo ella, pasándose la lengua por los labios–. Debe de ser muy difícil para él...

–No quiere hablar con nadie. Parece encerrado en sí mismo. Nunca lo había visto así. Siempre ha sido bastante testarudo, pero lo de ahora supera todo lo imaginable.

–Hay que darle tiempo. Algunas personas necesitan meses para aceptar lo que les ocurrió. Otros nunca llegan a aceptarlo.

–Lo quiero en mi boda. No me importa si tenemos que llevarlo a rastras o a empujones.

–Veré lo que puedo hacer –dijo ella–. Pero no puedo prometerle nada.

–Dominique, el ama de llaves, la ayudará con cualquier cosa que necesite. Le enseñará su habitación cuando termine de hablar con Raoul. Hay un chico llamado Sebastien que viene todas las mañanas a ayudar a mi hermano a ducharse y a vestirse. ¿Tiene alguna pregunta?

–No, creo que lo tengo todo claro.

Rafe asintió levemente con la cabeza y mantuvo la puerta abierta para que ella pasase.

–Perdone que no la acompañe a la biblioteca, pero creo que será mejor que la deje a solas con él. En estos momentos, disto mucho de ser la persona favorita de mi hermano.

 

 

La biblioteca tenía un ambiente mucho más oscuro y sombrío que el salón en el que había estado. Tenía solo una ventana que dejaba pasar la luz a duras penas. Tres de las paredes estaban cubiertas de arriba abajo con estanterías llenas de libros. Había un gran escritorio forrado de cuero, con una bola del mundo a un lado. Lily tuvo la sensación de estar retrocediendo en el tiempo al percibir el olor de los pergaminos, los libros viejos, el cuero y la cera de los muebles.

Pero su mirada se dirigió inmediatamente, como atraída por un imán, hacia la figura silenciosa que estaba sentada detrás del escritorio. Raoul Caffarelli era tan increíblemente atractivo como su hermano mayor. Tenía el pelo negro y brillante, la piel aceitunada y una mandíbula poderosa que denotaba su carácter dominante. Sus ojos eran dorados, casi de color miel con manchas verdes, y la estaban mirando ahora con una expresión de ira apenas contenida.

–Me disculpará si no me levanto –dijo él a modo de saludo con un tono seco y cortante.

–Por supuesto.

–Supongo que, a menos que tenga problemas de audición o sea muy estúpida, se habrá dado cuenta de que no me agrada en absoluto su presencia aquí.

Ella alzó la barbilla, decidida a no dejarse intimidar o, al menos, a disimularlo.

–No tengo ningún problema de audición ni soy ninguna estúpida.

Él se quedó mirándola un buen rato. Lily podía ver su herencia franco-italiana en sus facciones y en su porte. Conservaba un cierto orgullo aristocrático en la forma de mirar y de desenvolverse, pese a estar en una silla de ruedas. Era un hombre bastante alto, mediría entre uno ochenta y cinco y uno ochenta y ocho, y, por su aspecto, debía de haber hecho mucho deporte antes del accidente. Podía adivinarse la musculatura de su pecho y de sus brazos a través de la camisa. Tenía un brazo escayolado. Aunque estaba recién afeitado, la sombra de sus mejillas evidenciaban el vigor de sus hormonas masculinas. Su nariz era un poco más aguileña que la de su hermano y tenía unas arrugas en la cara que le daban un aspecto demacrado como si hubiera perdido peso últimamente. A pesar de su rictus de tristeza y amargura, su boca tenía un indudable atractivo. Se preguntó cómo sería cuando sonriese.

Trató de apartar esos pensamientos. No estaba allí para hacerle sonreír, sino para hacerle caminar y, cuanto antes se pusiese manos a la obra, antes podría marcharse de allí.

–Supongo que mi hermano le habrá puesto al corriente de todos los detalles macabros de mi estado, ¿no? –dijo Raoul, clavando los ojos en ella con expresión inquietante.

–He visto sus pruebas y he leído detenidamente todos los informes médicos.

–¿Y? –exclamó él, alzando una ceja casi con gesto acusador.

–Creo que puede valer la pena ensayar algunos de mis métodos. Han probado su eficacia con clientes que tenían lesiones similares a la suya.

–¿Y puede saberse cuáles son esos métodos? –preguntó él, con una mueca burlona–. ¿Impregnarme de incienso? ¿Recitarme mantras? ¿Leerme el aura? ¿O imponerme las manos?

Lily sintió un ataque de ira. Estaba acostumbrada a que la gente menospreciase sus tratamientos naturistas, pero ese tono sarcástico y despectivo le sacaba de quicio. Le gustaría ver la cara que pondría si al final conseguía hacerle andar con sus métodos.

–Uso una combinación de terapias tradicionales y alternativas. Dependiendo del caso.

–¿Dependiendo de qué?

–Del paciente. De su dieta, su estilo de vida, su horario de dormir, su estado mental y...

–Déjeme adivinar... le lee las cartas del tarot y le analiza el signo del zodiaco.

oui?

El ama de llaves salió de la habitación. Lily se acercó a la ventana a contemplar los hermosos jardines y campos que se extendían más allá de donde alcanzaba la vista.

Pero el hombre triste y apesadumbrado que había dejado abajo, al que le molestaba su presencia allí, le recordó que en todo paraíso había siempre latente un problema o una tentación.