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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Carole Mortimer. Todos los derechos reservados.

UN ARISTÓCRATA PELIGROSO, N.º 59 - noviembre 2011

Título original: Jordan St Claire: Dark and Dangerous

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-054-7

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Prólogo

CREO que debería advertirla, señorita McKinley; en este momento mi hermano se está comportando como un patán arrogante.

Debía de ser cosa de familia, pensó Stephanie irónicamente mientras miraba a Lucan St Claire, que estaba sentado detrás de su escritorio en la oficina londinense de la Corporación St Claire. Alto, moreno y con un atractivo aristocrático, con un aire de lejanía que rozaba la frialdad, no le parecía patán en absoluto; pero aquel hombre debía de ser la epítome de la arrogancia.

El hecho de que no mostrase ningún interés en ella como mujer debía de tener algo que ver con los pensamientos poco amables de Stephanie; pero una chica siempre podía soñar que la perseguía un hombre guapo, alto y rico, ¿verdad? Que Lucan St Claire tuviera más dinero que algunos países pequeños, y que saliese sólo con rubias de piernas interminables, completamente opuestas a ella, con su altura media y su melena rojiza, probablemente tuviese que ver con su falta de interés. Además, si no hubiera ya suficientes cosas en su contra, ella era simplemente la fisioterapeuta que aquel hombre pensaba contratar, con suerte, para ayudar a la recuperación de su hermano pequeño.

Ella le devolvió la oscuridad penetrante de su mirada.

–Casi todas las personas con dolores tienden a volverse… un poco agresivas en su comportamiento, señor St Claire.

Él sonrió secamente.

–Creo que descubrirá que Jordan es muy agresivo.

Stephanie repasó mentalmente los hechos relevantes que ya tenía sobre el hombre que iba a ser su próximo paciente. En el terreno personal, sabía que Jordan St Claire tenía treinta y cuatro años, y que era el menor de tres hermanos. En el terreno médico, sabía que Jordan había estado implicado en algún tipo de accidente seis meses atrás, que había resultado en la rotura de casi todos los huesos del lado derecho de su cuerpo. Numerosas operaciones más tarde, su movilidad aún era reducida y él se había retirado del mundo a su casa de campo en Inglaterra, sin duda con la intención de lamer sus heridas en privado.

Hasta el momento, Stephanie no veía nada raro en su comportamiento.

–Estoy segura de que no será nada que no haya visto en otros pacientes, señor St Claire –dijo ella con determinación.

Lucan St Claire apoyó los codos en su escritorio y la miró por encima de sus dedos entrecruzados.

–Lo que trato de explicarle es que posiblemente Jordan no se muestre muy… entusiasta, por así decirlo, ante la idea de que otra fisioterapeuta más trabaje con él.

Dado que Stephanie nunca se había considerado «otra fisioterapeuta más», el comentario no le resultó muy halagador. Estaba orgullosa del éxito que había logrado en su clínica privada durante los últimos tres años. Hasta el punto de que la mayoría de sus clientes acudían por recomendación de sus médicos o de otros pacientes satisfechos.

Por lo que Stephanie había leído en el informe médico que estaba sobre el escritorio de Lucan St Claire, un informe confidencial al que probablemente no debería tener acceso, los cirujanos habían hecho su trabajo y ahora dependía de Jordan St Claire hacer el resto. Algo que no parecía muy dispuesto a hacer…

Stephanie entornó los ojos mientras observaba el rostro altivo que tenía delante.

–¿Qué es lo que me está ocultando, señor St Claire? –preguntó finalmente.

Él le dedicó una breve sonrisa.

–Veo que su reputación de profesional directa hace honor a la verdad.

Stephanie era muy consciente de que su actitud era brusca y su apariencia, seria. Aquel día llevaba el pelo recogido en una trenza y llevaba sólo un poco de rímel en las pestañas, que rodeaban unos ojos verdes y fríos. Sabía que esa apariencia daba siempre la impresión de que no se implicaba emocionalmente, lo cual no era cierto, por supuesto, pero empatizar con sus pacientes era una cosa y permitirles ver esa empatía era otra bien distinta.

En cuanto a su reputación como profesional…

Gracias a Dios, Lucan St Claire no dio muestras de haber oído los rumores en relación con la reciente acusación de Rosalind Newman; según decía, Stephanie había tenido una aventura con su marido, Richard, mientras era su fisioterapeuta. De haber oído los rumores, era improbable que quisiera contratarla.

–Nunca le he encontrado el sentido a no ser sincera –contestó ella–. Sobre todo en lo referente a mis pacientes.

Lucan asintió convencido.

–Jordan no aceptaría nada menos –se recostó en su asiento de cuero negro.

–¿Y…? –Stephanie lo atravesó con su mirada verde. Si iba a trabajar con el hermano de aquel hombre, tenía que saber todo lo que hubiese que saber sobre él; no sólo su historial médico.

–Y Jordan no sabe nada sobre mi intención de contratarla a usted –contestó él con un suspiro.

Stephanie ya sospechaba que ése podía ser el caso. Resultaba una complicación para su trabajo que el paciente se mostrase hostil hacia ella incluso antes de haber empezado a trabajar con él, pero ya había trabajado antes con pacientes difíciles. De hecho casi todos sus pacientes eran difíciles; su reputación de ser capaz de tratar con pacientes poco colaboradores era la razón por la que no le había faltado trabajo desde que abriese la clínica.

–¿Debo interpretar por su comentario que tiene intención de presentárselo como un hecho consumado?

–En cualquier caso, es probable que le diga que se vaya, y de manera poco amable.

Stephanie apretó los labios.

–Si me contratara, tendríamos que conseguir que fuera imposible que pudiera decirme que me marchara, amablemente o no. Según creo, ha dicho que la casa en la que está alojado en Gloucestershire es suya, ¿verdad?

Lucan la miró con desconfianza.

–Es parte de una finca propiedad de la Corporación St Claire, sí.

–Entonces, como director de la corporación, usted tiene derecho a decidir quién se queda y quién se va.

–¿No le importaría presentarse allí sin más y enfrentarse a las consecuencias?

–Si mi paciente no me deja otra opción, no. No me importaría –le aseguró ella.

–Tengo la impresión de que Jordan encontrará en usted la horma de su zapato.

–¿Entonces ha decidido elegirme para trabajar con su hermano?

–Trabajar con Jordan puede ser una exageración –explicó Lucan–. Jordan ha dejado muy claro que no quiere que la gente lo trate y lo mire como si fuera un insecto en un frasco.

–Yo nunca hago eso, señor St Claire –contestó Stephanie secamente. Su interés por el caso aumentaba mientras pensaba en el duro trabajo que tenía por delante–. Puedo empezar la semana que viene, si le parece bien –no tenía intención de dejarle ver a aquel hombre lo aliviada que se sentía ante la posibilidad de poder abandonar Londres durante un tiempo.

Y alejarse de las falsas acusaciones de Rosalind Newman sobre la supuesta aventura con su marido.

–Me parece perfecto –contestó él. Parecía aliviado de ver que nada de lo que le había dicho sobre su hermano hubiese logrado disuadirla.

Stephanie comprendía ese alivio demasiado bien; sabía que a menudo la incapacidad de los pacientes de afrontar su enfermedad afectaba a la familia casi tanto como a ellos. A veces más. Y por mucho que Lucan St Claire fuese conocido por su frialdad y su arrogancia, obviamente quería mucho a su hermano.

–Necesitaré una llave de la casa donde se aloja, e indicaciones para llegar hasta allí –dijo–. Lo que ocurra después déjemelo a mí.

Capítulo 1

QUIÉN diablos es usted? ¿Y qué está haciendo en mi cocina?

Stephanie había llegado a la casa situada a la entrada de Mulberry Hall hacía una hora, y había llamado al timbre y a la puerta. Luego, decidió que o bien Jordan St Claire no estaba en casa o se negaba a contestar. Así que no le quedó otra opción que entrar con la llave que Lucan St Claire le había dado. Al entrar en la cocina y ver el desastre que allí había, no se había molestado en seguir avanzando. Los platos sucios y el desorden eran una completa afronta para su necesidad innata de orden y limpieza. Dudaba que Jordan se hubiera molestado en fregar una simple taza o un plato desde su llegada a la casa un mes atrás.

–¿Esto es una cocina? –siguió recogiendo la vajilla sucia, que parecía inundar cada superficie, antes de dejarla en el fregadero lleno de agua caliente con jabón–. Creí que era un laboratorio de cultivos bacteriológicos –se dio la vuelta para dirigirle una mirada reprobatoria al hombre que la miraba con desconfianza.

Y entonces sintió la necesidad de apoyarse contra uno de los armarios de la cocina para no caerse cuando lo reconoció. A pesar de su pelo largo y revuelto y de la barba de varios días que cubría su mandíbula cuadrada, y pese a la camiseta negra y vaqueros gastados ligeramente holgados, no cabía duda de su identidad.

A Stephanie le costó un gran esfuerzo mantener su expresión fría y distante al encontrarse frente a frente no con Jordan St Claire, sino con el actor mundialmente famoso Jordan Simpson.

Era cierto que el pelo revuelto y la barba lograban disimular casi todo su atractivo, lo cual probablemente fuese su intención, pero no había manera de ignorar aquellos fascinantes ojos color ámbar. Las descripciones de los críticos sobre el color de los ojos difería entre oro fundido y ámbar, pasando por canela; pero, fuese cual fuese el color, la descripciones siempre iban precedidas de la palabra «fascinantes».

Como admiradora del actor inglés, que había conquistado Hollywood diez años atrás cuando, siendo relativamente desconocido, había obtenido el papel protagonista en una película que había sido éxito de taquilla, Stephanie sabía perfectamente quién era. Debería saberlo, pues había visto todas sus películas; unas veinte hasta la fecha. Un par de ellas incluso le habían reportado Óscares por sus interpretaciones, y habría reconocido aquellos rasgos cincelados incluso en la oscuridad. En sus fantasías con aquel hombre, siempre había sido en la oscuridad…

Además, sabía que Jordan Simpson se había caído desde lo alto de un edificio hacía seis meses durante el rodaje de su última película. Los periódicos se habían llenado de especulaciones en su momento y habían insinuado que Jordan había quedado severamente desfigurado. Que tal vez no volviera a caminar jamás. Que quizá no volvería a trabajar.

A Stephanie no le cabía ninguna duda. El corazón le latía con fuerza y sentía las mejillas sonrojadas. Tal vez Jordan caminase con ayuda de un bastón, pero seguía siendo el actor increíblemente guapo con el que había estado obsesionada durante años. Un pequeño hecho que Lucan St Claire había olvidado mencionarle la semana anterior, pensó con cierto resentimiento. Le habría gustado que la hubiese advertido.

–¡Muy graciosa! –gruñó Jordan en respuesta a su comentario sobre la cocina. Estaba en la puerta, apoyado sobre el bastón de ébano que tenía que llevar consigo si no quería acabar de cara contra el suelo–. Eso sigue sin explicar quién es y cómo ha entrado.

Jordan estaba durmiendo, tumbado en la cama que habían llevado al comedor porque no podía subir las escaleras, cuando oyó a alguien moverse por la cocina. Lo primero que pensó fue que se trataba de un ladrón, pero los intrusos normalmente no se quedaban a lavar los platos.

–Tengo una llave –respondió la pelirroja.

–¿Y quién se la ha dado?

–Su hermano Lucan.

Jordan frunció el ceño.

–Si el metomentodo de mi hermano la ha enviado aquí como ama de llaves, creo que debería saber que no necesito ninguna.

–Las evidencias demuestran lo contrario –contestó ella, le dio la espalda y siguió moviéndose con eficiencia por la cocina, recogiendo más platos sucios y apilándolos en el escurridor. Y aquello le dio a Jordan la oportunidad de comprobar como la camiseta blanca se ceñía a sus pechos firmes y a su vientre plano, y terminaba un par de centímetros por encima de los vaqueros, que envolvían unas nalgas perfectas.

Genial; la única parte de su cuerpo que no le dolía ya por sus lesiones acababa de inflamarse y empezaba a palpitar.

Era la primera vez que sentía el más mínimo interés sexual hacia una mujer desde el accidente que había tenido seis meses atrás; pero teniendo en cuenta las penosas condiciones en las que se encontraba el resto de su cuerpo, no era un interés que recibiera con especial alegría.

–Casi todas esas cosas irán al lavavajillas –le dijo mientras la pelirroja comenzaba a fregar los platos que había metido en el agua caliente del fregadero.

–Podrían haber ido al lavavajillas después de haber sido usados –le corrigió ella sin darse la vuelta–. Ahora habrá que aclararlos primero.

–¿Está insinuando que soy un guarro?

–Oh, no era una insinuación –respondió ella.

–A lo mejor no se ha dado cuenta, pero estoy ligeramente impedido –se defendió Jordan; de todas maneras, últimamente no tenía mucho apetito, pero cuando tenía hambre, la cadera y la pierna le dolían tanto cuando terminaba de preparar la comida y de comérsela que no se sentía con fuerzas para fregar los platos.

La pelirroja dejó de fregar, se dio la vuelta lentamente y lo miró con unos enormes ojos verdes.

–Vaya –dijo–. He de admitir que no esperaba que jugara tan pronto la carta de «estoy tullido».

Jordan tomó aliento y agarró el mango del bastón con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

–¿Qué acaba de decir?

Stephanie siguió mirando a Jordan a los ojos, incluso mientras advertía el ligero matiz grisáceo que habían adquirido sus ya de por sí pálidas mejillas, así como la rigidez de un cuerpo que obviamente mostraba los síntomas del dolor y de la enfermedad.

Acostumbrada a ser una absoluta profesional en lo referente a su trabajo, a Stephanie estaba costándole trabajo enfrentarse al atractivo oscuro y sensual de Jordan con su habitual distancia. De hecho, había evitado mirarlo durante unos minutos en un esfuerzo por recuperar la compostura. Stephanie, que normalmente mantenía la cabeza fría con los hombres, había arrastrado a su hermana a ver todas las películas de Jordan Simpson, sólo para poder sentarse en la oscuridad del cine y deleitarse con su imagen en la gran pantalla antes de poder comprar más tarde el DVD de la película y deleitarse en privado. Su hermana Joey iba a partirse de la risa cuando supiera a quién tenía como paciente.

Su expresión permaneció fría y calmada al darse cuenta de que, por fortuna, apenas había nada reconocible del atractivo actor en el hombre pálido y demacrado que tenía delante. ¡Salvo por aquellos ojos!

–Lo siento. Creí que era así como se consideraba a si mismo. Como un tullido.

–Da igual quién sea y lo que esté haciendo aquí –contestó él con un brillo peligroso en la mirada–. ¡Simplemente lárguese de mi casa!

–Me parece que no.

Jordan frunció el ceño ante su respuesta calmada.

–¿Perdón?

Stephanie sonrió al ver la furia que Jordan estaba intentando en vano contener.

–Esta casa es de su hermano, no de usted, y el hecho de que Lucan me diera una llave para entrar demuestra que no le importa que esté aquí.

Jordan tomó aliento.

–A mí sí me importa.

Ella volvió a sonreír ligeramente.

–Por desgracia usted no es el que paga las facturas.

–¡No necesito una maldita ama de llaves! –repitió él, frustrado.

–Como ya he dicho, eso es cuestionable –bromeó Stephanie mientras se dirigía a secarse las manos con un trapo que también parecía necesitar un cara a cara con el jabón–. Stephanie McKinley –le ofreció la mano seca–. Y no soy un ama de llaves.

Una mano que Jordan eligió ignorar antes de mirarla con los párpados entornados. De unos veintitantos años, aquella mujer tenía unas pestañas increíblemente largas y oscuras que enmarcaban unos ojos de un verde profundo, y las pecas que normalmente acompañaban a un pelo tan rojo como el suyo estaban dispersas sobre su pequeña nariz. Sus labios eran carnosos, el de abajo ligeramente más que el de arriba, sobre una barbilla puntiaguda y decidida. También tenía un cuerpo sensual bajo la camiseta blanca y los vaqueros, así como una lengua viperina.

Nadie en los últimos meses, ni siquiera sus dos hermanos, se había atrevido a hablarle como acababa de hacerlo Stephanie McKinley.

–¿De qué conoce a Lucan? –preguntó de pronto.

–No lo conozco –tras encogerse de hombros, la mujer dejó caer la mano a un lado–. Al menos no de la manera en que cree.

Jordan llevaba de pie más tiempo del habitual, y como consecuencia comenzaba a dolerle la cadera. Mucho.

–¿La idea que Lucan tiene de una broma es pagar a una mujer para que se vaya a la cama conmigo?

Stephanie sonrió frente a aquel insulto deliberado; al mismo tiempo que se preguntaba si el hombre frío y distante que había conocido la semana anterior tendría sentido del humor.

–¿Le parezco una mujer a la que los hombres pagan para irse a la cama con ellos?

–¿Cómo diablos debería saberlo? –preguntó Jordan.

–¿Quiere decir que normalmente no tiene que pagar a una mujer para que se vaya a la cama usted? –eso era algo de lo que era bien consciente; Jordan Simpson tenía problemas para sacar a las mujeres de su cama, y no al revés.

–Normalmente no.

Stephanie se dio cuenta de que estaba intentando abochornarla con la intimidad de la conversación. Y estaba consiguiéndolo, lo cual no era bueno dadas las circunstancias.

–Le aseguro que no tendría ningún interés en irme a la cama con un hombre tan lleno de autocompasión que no sólo se ha apartado de su familia, sino del resto del mundo.

–¿Y qué diablos sabe usted al respecto? –preguntó él con desprecio–. No la veo sufriendo las miradas compasivas cada vez que sale a la calle, cuando cojea por ahí con la ayuda de un bastón para no quedar en ridículo al caerse.

Stephanie dudó un instante antes de contestar.

–No, ya no…

–¿Qué se supone que significa eso?

Stephanie lo miró fijamente a los ojos.

–Significa que, cuando tenía diez años, sufrí un accidente de coche que me dejó confinada a una silla de ruedas durante dos años. No pude caminar en absoluto durante ese tiempo, ni siquiera «cojear por ahí con la ayuda de un bastón». Usted, por otra parte, sigue pudiendo mover las dos piernas, y por eso no recibirá por mi parte una de esas miradas compasivas que tan ofensivas le parecen.

Normalmente Stephanie no les hablaba a sus pacientes de los años que había pasado en una silla de ruedas. No veía razón para hacerlo, y tampoco lo habría hecho en esa ocasión si el tono desafiante de Jordan no hubiera hurgado en la herida.

–¿Usted tuvo suerte por volver a andar y ahora cree que a todo el mundo que está en la misma situación le va a pasar lo mismo? –preguntó él.

–Usted ha tenido la mala suerte de sufrir lesiones que le han hecho alejarte de lo que era antes. O vive con ello o se enfrenta a ello, pero no se esconda aquí, sintiendo pena.

De pronto Jordan la miró con una súbita comprensión.

–Si Lucan no la ha enviado aquí para acostarse conmigo, ¿entonces quién diablos es? ¿Otro médico? ¿O quizá el arrogante de mi hermano ahora piensa que necesito un loquero?

–Según leí en tu informe médico, no sufrió daños en la cabeza cuando se cayó.

–Así es –respondió él con sequedad.

–¿Cree que necesita un psiquiatra?

–No pienso jugar a este juego con usted, señorita McKinley.

–Le aseguro que esto no me parece un juego, señor Simpson.

–¿Sabe quién soy? –preguntó Jordan.

–Claro que sé quién es. Es un hombre muy conocido. Obviamente no se siente encantador y atractivo como siempre, pero sigue siendo usted.

¿Seguía siéndolo? A menudo Jordan se lo preguntaba. Hasta hacía seis meses disfrutaba de la vida. Vivía en California. Trabajaba en lo que le gustaba. Era lo suficientemente «encantador y atractivo» para irse a la cama con cualquier mujer que le interesase. Desde el accidente, eso había cambiado. Él había cambiado.

–En ese caso, señorita McKinley, lo que necesito es alguien que encuentre un guión donde necesiten un protagonista masculino que cojee. ¿Conoce alguno? –preguntó mientras se apartaba de ella, apoyándose en el lado derecho como de costumbre, mientras el músculos y los huesos dañados de la cadera y de la pierna protestaban por el movimiento. ¡Le dolía se moviese o no!

–Así, de pronto, no –contestó la pelirroja–. Y no necesitaría uno si concentrase sus energías en recuperar la movilidad de esa pierna en vez de autocompadecerse.

–¡Maldita sea! –exclamó Jordan–. Es usted otra sádica fisioterapeuta, ¿verdad? Ha venido a machacar y masajear hasta que no pueda soportar más el dolor –era una afirmación, no una pregunta; Jordan había tenido un fisioterapeuta tras otro trabajando en su pierna y en su cadera durante meses, desde que el cirujano terminase de recomponerle los huesos. Ninguno de ellos había logrado más que enviarlo directamente al infierno.

–El hecho de que la pierna aún le duela podría ser algo positivo, no negativo –respondió Stephanie McKinley.

–¡Pensaré en eso a las dos de la mañana, cuando no pueda dormir porque el dolor me esté volviendo loco!

Cuando Lucan St Claire había advertido a Stephanie de que su hermano era muy agresivo, se había olvidado de añadir lo testarudo e irracional que podía llegar a ser.

–En este caso, el dolor podría ser algo bueno; podría significar que los músculos se están regenerando –explicó ella pacientemente.

–¡O podría significar que se están muriendo!

–Bueno, sí… –no tenía sentido mentirle en lo referente a esa posibilidad–. Podré decirte más cuando haya trabajado con ellos…

–La única parte de mi cuerpo con la que podría querer que trabajase una mujer está un par de centímetros más arriba del muslo –respondió él.

Stephanie no pudo evitar ruborizarse y deslizar la mirada instintivamente hacia la zona en cuestión. Esa zona en particular de su anatomía parecía funcionar con normalidad, a juzgar por el enorme bulto que se adivinaba bajo los vaqueros.

Jordan St Claire; no, Jordan Simpson, estaba físicamente excitado. Con ella.