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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Maya Banks. Todos los derechos reservados.

¿TE ACUERDAS DE MÍ?, N.º 1833 - febrero 2012

Título original: Enticed by His Forgotten Lover

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-475-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

Rafael de Luca había estado en situaciones peores antes y no tenía la menor duda de que aún sería peor en el futuro. Pero esas personas jamás sabrían que no guardaba ni un solo recuerdo de ninguna de ellas.

Contempló el concurrido salón de baile con malhumorada resignación mientras bebía a sorbos un insípido vino. La cabeza le latía con tal fuerza que sentía ganas de vomitar.

–Rafe, ya has aguantado bastante –murmuró Devon Carter–. Nadie sospecha nada.

Rafael se giró para mirar a sus tres amigos: Devon, Ryan Beardsley y Cameron Hollingsworth cubriéndole protectoramente las espaldas. Así había sido desde la facultad, cuando no eran más que unos jóvenes decididos a destacar en el mundo de los negocios.

Habían ido a verlo al hospital, siendo ya víctima de ese enorme agujero negro en la memoria. Pero no se habían compadecido de él. Al contrario. Se habían portado como unos auténticos bastardos y siempre les estaría agradecido por ello.

–Por lo visto yo nunca me marcho temprano de una fiesta –observó Rafe.

–¿Y a quién le importa lo que sueles hacer? –bufó Cam–. Es tu fiesta. Diles que…

–Son importantes socios de negocios, Cam –Ryan alzó una mano–. Necesitamos su dinero.

–¿Quién necesita un equipo de seguridad con vosotros tres cerca? –bromeó Rafael, agradecido por tener en quien confiar. Nadie más sabía lo de su pérdida de memoria.

–El hombre que se acerca es Quenton Ramsey tercero –susurró Devon al oído de su amigo–. Su esposa se llama Marcy. Ya ha accedido a participar en Moon Island.

Rafael asintió y se apartó ligeramente de la protección de sus tres amigos para saludar con una cálida sonrisa a la pareja que se aproximaba. Junto a sus socios había localizado el lugar perfecto para un complejo vacacional: una diminuta isla frente a la bahía de Galveston, en Texas. Las tierras le pertenecían y lo único que había que hacer era construir el hotel y mantener a los inversores contentos.

–Quenton, Marcy, qué alegría veros de nuevo.

Marcy, permíteme decirte lo hermosa que estás esta noche. Quenton es un hombre afortunado.

Las mejillas de la mujer se sonrojaron mientras Rafael le besaba la mano.

Asintió con educación y fingido interés en la pareja, aunque le volvía a picar la nuca. Tenía la cabeza inclinada, como si estuviera atento a cada palabra que le decían, aunque su mirada vagaba por el salón buscando la causa de la inquietud que sentía.

Al principio le pasó desapercibida, pero rápidamente le llamó la atención una mujer que estaba de pie al otro lado del salón y que lo taladraba con la mirada.

Rafael no estaba seguro de por qué se sentía atraído por ella. Por regla general las prefería altas, de largas piernas y rubias. Se derretía ante los ojos azules y la piel pálida. Sin embargo, aquella mujer era pequeñita, incluso a pesar de los tacones, y su piel era de un suave tono oliváceo. El rostro quedaba enmarcado por una sedosa maraña de negros rizos que llegaban hasta los hombros y sus ojos eran del mismo color.

No la había visto en su vida. ¿O sí?

Maldijo el agujero negro de su memoria. No recordaba nada de las semanas anteriores al accidente que había sufrido cuatro meses atrás y tenía lagunas de otros períodos. Amnesia selectiva. Su médico había sugerido la existencia de algún motivo psicológico y a Rafael no le había gustado la insinuación. Él no estaba loco.

Sí recordaba a Dev, Cam y Ryan. Cada instante de la última década, los años en la facultad, los éxitos en los negocios. Recordaba a la mayoría de las personas que trabajaban para él, aunque no a todas, lo cual provocaba no pocas tensiones en la oficina, sobre todo cuando intentaba cerrar un negocio millonario.

En aquellos momentos no recordaba quién era la mitad de sus inversores y, a esas alturas, no podía permitirse perder a ninguno.

La mujer no le quitaba la vista de encima. Cuanto más lo miraba, más fría se volvía su mirada y más se cerraba la mano en torno al pequeño bolso.

–Disculpadme –murmuró él a los Ramsey, encaminándose hacia la misteriosa joven.

Su equipo de seguridad lo siguió de cerca. La mujer no fingió timidez y no apartó la mirada un solo instante. Tenía la barbilla alzada en un gesto desafiante.

–Disculpe, ¿nos conocemos? –preguntó Rafael con una voz tierna que normalmente resultaba muy eficaz con las mujeres.

Lo más probable era que dijera que no, o que mintiera descaradamente e intentara convencerle de que habían pasado una noche maravillosa en la cama. Lo cual era del todo imposible porque ella no era su tipo.

Pero la mujer no hizo nada de lo que él había esperado que hiciera. Y al levantar la vista hacia su rostro lo que vio fue ira.

–¿Que si nos conocemos? –susurró–. ¡Bastardo! Antes de que él pudiera asimilar la reacción de la joven, recibió un derechazo que le hizo tambalearse hacia atrás mientras se llevaba una mano a la nariz.

–Hijo de…

No tuvo tiempo de preguntarle si se había vuelto loca, pues uno de sus guardas se interpuso entre ellos y, en medio de la confusión, la empujó a un lado haciendo que cayera al suelo. La mujer se llevó de inmediato una mano a los pliegues del vestido.

Y entonces lo vio. La tela había ocultado la curvatura de su barriga, ocultado el embarazo.

–¡No! –rugió Rafael–. Está embarazada.

Los guardas dieron un paso atrás y miraron perplejos a su jefe, mientras la mujer se ponía apresuradamente en pie. Salían chispas de sus ojos mientras corría por el pasillo, golpeando ruidosamente el suelo de mármol con los tacones.

Rafael miraba fijamente la figura que huía, muy sorprendido para hacer o decir nada. La última mirada que le había dirigido no había sido de ira ni de rabia. Lo que había visto era dolor, y lágrimas. Le había hecho daño a esa mujer, pero no sabía cómo ni por qué.

Y la siguió por el pasillo. Atravesó a la carrera el vestíbulo del hotel y, al llegar a las escaleras que conducían a la calle, vio un par de zapatos que resplandecía.

Se agachó y recogió las sandalias. Una mujer embarazada no debería llevar unos tacones tan altos. ¿Por qué demonios había salido corriendo? Parecía buscar un enfrentamiento, pero a la primera oportunidad había huido.

–¿Qué demonios ha pasado, Rafe? –preguntó Cam al darle alcance.

Todo el equipo de seguridad, junto con Cam, Ryan y Devon lo había seguido hasta la calle y en esos momentos lo rodeaban con gesto de preocupación.

Rafael dejó escapar un suspiro de frustración antes de arrojar el par de sandalias a las manos de Ramon, el jefe de seguridad.

–Encontrad a la dueña de estos zapatos.

–¿Y qué quieres que haga con ella cuando la encuentre? –preguntó Ramon.

–No tienes que hacer nada –Rafael sacudió la cabeza–. Sólo infórmame. Yo me encargaré.

–No me gusta, Rafe –anunció Ryan–. Existe la posibilidad de que se haya filtrado a la prensa lo de tu pérdida de memoria.

–Cierto –Rafael asintió lentamente–. Sin embargo, hay algo en ella que me perturba.

–¿La has reconocido? –Cam enarcó las cejas–. ¿La conoces?

–No lo sé –Rafael frunció el ceño–. Pero voy a averiguarlo.

Bryony Morgan salió de la ducha, se envolvió los cabellos en una toalla y se puso una bata. Ni siquiera el agua caliente había conseguido calmarla.

«¿Nos conocemos?».

La pregunta resonó una y otra vez en su cabeza hasta que sintió ganas de estrellar algún objeto… preferiblemente contra ese hombre.

¿Cómo había podido ser tan estúpida? Ella no perdía la cabeza por un tipo atractivo. Se había mostrado inmune a hombres de gran encanto.

Pero en cuanto Rafael de Luca había aparecido en su isla, se había rendido ante él. Sin luchar. Sin resistirse. Lo tenía todo. Era la perfección en traje de chaqueta. Un traje del que había conseguido desembarazarle y, para cuando se marchó de la isla, su piloto privado ni siquiera había sido capaz de reconocerlo.

Había pasado de ser una persona sobria y estirada a convertirse en alguien relajado, tranquilo y descansado… En una persona enamorada.

El repentino torrente de dolor que la invadió ante el recuerdo le obligó a cerrar los ojos.

Era evidente que no se había enamorado. Había llegado, visto y vencido. Ella había sido muy ingenua como para ver los verdaderos motivos.

Sin embargo, sus mentiras y traición no iban a salirle gratis. Haría lo que tuviera que hacer, pero no iba a dejarle construir en las tierras que ella misma le había vendido.

Había necesitado de todo su valor para reventarle la fiesta aquella noche, pero en cuanto había sabido que el motivo de la misma era reunir a los potenciales inversores para el proyecto que pretendía destrozar sus tierras, había decidido hacerle frente, allí mismo, delante de todos, desafiándole a mentir cuando todos los asistentes conocían sus planes.

Con lo que no había contado era con que negara conocerla siquiera. Aunque, ¿qué mejor estrategia que la de hacerle parecer una idiota de pueblo? O una especie de activista chiflada en contra del progreso.

Si no se calmaba, la tensión se le iba a disparar.

¿Había servicio de habitaciones en ese hotel? Se moría de hambre. Se frotó la barriga y se esforzó por liberarse de toda ira y estrés.

Se obligó a relajarse mientras se peinaba y secaba los cabellos.

Estaba a punto de terminar cuando alguien golpeó su puerta con fuerza.

–Comida. Por fin –murmuró mientras apagaba el secador.

Corrió a la puerta y la abrió. Sin embargo no había ningún carrito con comida. Ningún empleado del hotel. Ante ella estaba Rafael, con sus sandalias colgando de una mano.

Bryony dio un paso atrás e intentó cerrar la puerta, pero él adelantó un pie, evitándolo.

Indómito, como siempre, se abrió paso al interior de la habitación y se paró ante ella. Bryony odiaba lo pequeña y vulnerable que se sentía, aunque durante un tiempo le había encantado sentirse protegida cuando se acurrucaba contra su cuerpo.

–Márchate o llamo a seguridad –gruñó.

–Hazlo –contestó él con calma–. Pero dado que soy el dueño de este hotel, puede que te cueste un poquito hacer que me echen de aquí.

–Pues llamaré a la policía. Seas quien seas, no puedes entrar a la fuerza en mi habitación.

–He venido para devolverte tus zapatos. ¿Me convierte eso en un criminal?

–¡Venga ya, Rafael! Deja tus jueguecitos. Lo he pillado, en serio. Me di cuenta en cuanto me miraste hoy. Aunque debo admitir que lo de «¿nos conocemos?», fue un toque maestro. Demasiado.

Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no soltarle otro puñetazo.

–¿Sabes qué? Jamás te tomé por un cobarde. Jugaste conmigo. Me comporté como una monumental idiota. Pero el hecho de que evitaras la confrontación me pone enferma.

Le golpeó el pecho con un dedo e ignoró la expresión de estupor en su rostro.

–Pues que sepas que no te saldrás con la tuya. Aunque me cueste cada centavo que tengo, lucharé contra ti. Teníamos un acuerdo verbal, y te vas a ceñir a él.

Se cruzó de brazos, tan furiosa que tenía ganas de sacudirle una patada.

–¿Y bien? ¿Pensabas que no volverías a verme jamás? ¿Pensabas que me escondería en algún agujero al descubrir que no me amabas y que sólo te habías acostado conmigo para que accediera a venderte las tierras? Pues no podrías estar más equivocado.

Rafael reaccionó como si lo hubiera golpeado de nuevo. Su rostro palideció y la mirada se volvió gélida.

–¿Insinúas que tú y yo nos hemos acostado? –preguntó él en un susurro–. Ni siquiera sé cómo te llamas.

No debería sentirse dolida. Hacía tiempo que era consciente de por qué la había elegido, seducido y mentido. Y no podía echarle toda la culpa. Se lo había puesto demasiado fácil.

Sin embargo, el hecho de que estuviera allí de pie, negando siquiera conocer su nombre, le había provocado una herida en el corazón imposible de curar.

–Deberías marcharte –le indicó con la mayor calma que pudo.

Rafael ladeó la cabeza mientras la estudiaba con atención. Y, para desesperación de Bryony, alargó una mano y enjugó una lágrima que rodaba por su mejilla.

–Estás disgustada.

Por el amor de Dios, ese tipo era imbécil. Rezó para que su bebé hubiera heredado el cerebro de su madre y estuvo a punto de soltar una carcajada, pero lo que surgió fue un sollozo sofocado.

–Fuera de aquí.

Pero él le tomó el rostro entre las manos y la miró a los ojos. Y de nuevo le enjugó las lágrimas en un gesto sorprendentemente tierno.

–No podemos habernos acostado. Aparte de que no eres mi tipo, no olvidaría algo así.

Bryony lo miró boquiabierta y desistió de intentar hacerle marchar. La que se iba era ella.

Ajustándose la bata, salió al pasillo antes de que él la agarrara de la muñeca.

–Por el amor de Dios, no intento hacerte daño. Rafael la empujó al interior de la habitación, cerró la puerta y la miró furioso.

–Ya me has hecho daño –murmuró ella entre dientes.

–Es evidente que sientes que te he hecho algún mal –él la miró con una mezcla de ternura y confusión–. Y te pido perdón por ello, pero tendría que acordarme de ti y de lo que se supone que hicimos para poderte ofrecer una compensación.

–¿Compensación? –ella lo miró, perpleja ante la diferencia entre el Rafael de Luca del que se había enamorado y el tipo que tenía enfrente. Se abrió la bata lo justo para mostrar la barriga que se marcaba bajo el camisón de seda–. Haces que me enamore de ti. Me seduces. Me dices que me amas. Consigues que firme los papeles para venderte unas tierras que han pertenecido a mi familia desde hace un siglo. Me mientes sobre nuestra relación y tus planes para esas tierras. Y, por si no bastara con eso, encima tuviste que dejarme embarazada.

Rafael palideció. Dio un paso al frente y, por primera vez, resultó lo suficientemente atemorizante como para que ella diera un paso atrás y se apoyara contra la mesa.

–¿Me estás diciendo que nos acostamos juntos y que soy el padre de tu bebé?

–¿Me estás diciendo que no lo hicimos? ¿Insinúas que me he imaginado las semanas que pasamos juntos? ¿Te atreves a negar que me abandonaste sin decir nada y sin mirar atrás?

–No te recuerdo –anunció Rafael con voz ronca–. No recuerdo nada de ti. De nosotros. De eso –señaló la barriga de Bryony.

–No lo recuerdas…

–Sufrí un… accidente –él deslizó una mano por los cabellos–. Si lo que dices es cierto, debimos conocernos durante el periodo en que en mi mente estaba completamente en blanco.

Capítulo Dos

Rafael vio cómo el rostro de la joven palidecía. Soltó un juramento y la agarró de los brazos, sintiéndola floja y temblorosa.

–Siéntate antes de que te caigas –dijo secamente. La condujo hasta la cama y ella se sentó, sujetándose al borde del colchón.

–¿Esperas que crea que sufres amnesia? –ella lo miró espantada–. ¿Es lo mejor que has podido inventar?

Rafael hizo una mueca, pues él mismo sentía algo parecido ante la idea de la amnesia.

–No pretendo enfurecerte, pero ¿cómo te llamas? Me encuentro en desventaja.

–Hablas en serio –Bryony suspiró y se pasó una mano por los cabellos–. Me llamo Bryony Morgan.

–Bueno, Bryony, parece que tú y yo tenemos mucho de qué hablar.

–Amnesia –ella volvió a mirarlo fijamente–. ¿De verdad piensas seguir con esa historia?

–¿Crees que me gusta que una mujer me sacuda un puñetazo en público y asegure estar embarazada de mi hijo cuando, por lo que yo sé, es la primera vez que nos vemos? Ponte en mi lugar. Si un hombre al que no hubieras visto jamás apareciera y te dijera las cosas que tú me has dicho a mí, ¿no sospecharías algo?

–Esto es una locura –murmuró Bryony.

–Escucha, puedo demostrarte lo que me sucedió. Puedo enseñarte mi expediente médico y el diagnóstico. No te recuerdo, Bryony. Siento mucho tener que decirlo, pero es la verdad. Sólo cuento con tu palabra de que entre nosotros ha habido algo.

–Sí, y no olvidemos que no soy tu tipo.

Rafael dio un respingo. ¡Tenía que acordarse de ese comentario!

–Me gustaría que me lo contaras todo desde el principio. Cuéntame dónde y por qué nos conocimos. Quizás algo de lo que me digas me refresque la memoria.

Alguien llamó a la puerta.

–¿Esperas a alguien a estas horas? –preguntó él.

–El servicio de habitaciones. Me muero de hambre. No he comido en todo el día.

Bryony se ajustó la bata y fue a abrir la puerta. Segundos después, un camarero apareció empujando un carrito con las bandejas tapadas.

–Lo siento –se disculpó ella cuando estuvieron de nuevo a solas–. No esperaba visita y sólo he pedido comida para uno.

Él alzó una ceja. Allí había comida para un pequeño regimiento.

–Siéntate y relájate. Podemos hablar mientras comes.

Bryony se retrepó en el pequeño sillón junto a la cama y alargó la mano hacia un plato.

Rafael aprovechó para estudiar el rostro de la mujer que había olvidado.

Era preciosa, no podía negarlo, aunque no era el tipo de mujer hacia el que se sentía atraído. Él prefería mujeres dulces y, según sus amigos, sumisas.

Era consciente de que eso le hacía parecer un imbécil, pero no podía negar el hecho de que le gustaban las mujeres un poco más obedientes. El que se hubiera enamorado de la antítesis de las mujeres con las que había salido en los últimos cinco años, era fascinante.

Aceptaba el hecho de que podía haberse sentido atraído por ella, incluso haberse acostado con ella, pero ¿enamorarse? ¿En unas pocas semanas?

Las mujeres tendían a ser criaturas emotivas y entraba dentro de lo posible que se hubiera creído que él estaba enamorado. Desde luego, el dolor y la traición no parecían fingidos.

Y luego estaba lo del embarazo. Seguramente le haría parecer un completo bastardo, pero sería de imbéciles no pedir una prueba de paternidad. A fin de cuentas entraba dentro de lo posible que se lo hubiera inventado todo tras averiguar lo de su pérdida de memoria.

Sintió la repentina necesidad de llamar a su abogado para preguntarle quién había firmado el contrato de venta de las tierras que había adquirido. No había visto los papeles antes del accidente, para eso pagaba a otras personas, y una vez finalizado el trato, no había motivo para mirar atrás… salvo en esa ocasión.

–¿En qué piensas? –preguntó ella.

–Que esto es un enorme lío que…

–A mí me lo vas a decir –murmuró Bryony–. Lo que no entiendo es por qué es tan malo para ti. Eres inmensamente rico. No estás embarazado y no has vendido unas tierras que pertenecieron a tu familia durante generaciones a un hombre que va a destrozarlas para construir un complejo turístico.

El dolor que reflejaba la voz de la joven le produjo a Rafael una incómoda sensación en el pecho. Algo parecido a un sentimiento de culpa, pero, ¿por qué debería sentirse culpable?

–¿Cómo nos conocimos? –preguntó–. Necesito saberlo todo.