Cubierta

J.M. Romero

TAO

Las enseñanzas del sabio oculto

Kairós

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Katrien van Steen

Primera edición: Febrero 2013

Primera edición digital: Febrero 2013

ISBN papel: 978-84-9988-179-9

ISBN epub: 978-84-9988-249-9

ISBN kindle: 978-84-9988-250-5

ISBN Google: 978-84-9988-251-2

Depósito legal: B 5.786-2013

Sumario

Preliminar

La crisis y el yinshi

De una crisis nació el taoísmo

El yinshi, o sabio oculto

Del Bien y el Mal, y qué hacer con ellos

Contra la Virtud

El dualismo de los opuestos complementarios

Irrumpen los valores

Irrumpe la moral

¿Qué hacer, pues, con el Bien y el Mal?

Nadie llegó para quedarse, pero todo permanece

En permanente transformación

Fugacidad

Una percepción opuesta a la occidental

La muerte como regreso

Esa falacia de la igualdad que nos pierde

Elementos orgánicos

Diversidad

Interdependencia y sistema

La percepción del Uno

El I Ching o Libro de los Cambios

El efecto nocivo de las palabras

Rectificar nombres

Etiquetar es encarcelar

Hablando no siempre se entiende la gente

¿Es el conocimiento tan útil como dicen?

Caos y poesía

Quédese el poder para usted, gracias

¿Quién es el débil?

El gobierno de la no-acción

De la filosofía a la religión, o la perversión del taoísmo

Bibliografía

Preliminar

Sorprende la vigencia de la filosofía taoísta, especialmente útil en estos tiempos de crisis y desconcierto. La lectura de sus clásicos, dotados de singular fuerza poética, revela que ni las emociones experimentadas por aquellas gentes, ni la calidad de las situaciones que vivían eran tan diferentes a lo nuestro, y los sentimos cercanos, más allá del espacio y el tiempo.

Este texto se fundamenta en los tres libros considerados como el canon del taoísmo: el Tao Te Ching o Laozi, el Zhuangzi y el Liezi. Estos libros se concretaron entre los siglos -IV y -III, época dorada de esta corriente de pensamiento, cuyo período creativo se extiende a lo largo de mil años. El primero se expresa a través de sentencias, y los dos restantes, de alegorías y apólogos protagonizados por filósofos, reyes, campesinos y otros personajes, no siempre identificables con personas reales. Tampoco las autorías de los textos, con alguna excepción, son bien conocidas.

Dada la singularidad de la lengua china, por demás, resulta inevitable la merma para quienes no somos capaces de gozar del original. Existen infinidad de traducciones a las diversas lenguas, especialmente del Tao Te Ching, cada una de ellas con sus criterios particulares. Para este libro, he utilizado esencialmente las versiones directas al castellano del reputado sinólogo Iñaki Preciado, que he contrastado con otras varias; las citas ofrecidas, en particular, provienen de la mencionada fuente, aunque en ocasiones me he permitido alguna modificación, en aras de una mayor claridad en el contexto particular.

Ni el desorden formal, ni la fragilidad documental, ni, en fin, todo lo que perdimos por el camino por no conocer el idioma chino impiden, sin embargo, la comprensión de los textos y, en particular, de su mensaje filosófico. Me atreviría incluso a asegurar lo contrario, pues los gaseosos planteamientos taoístas sintonizan muy poco, como veremos, con los rigores estructurales a que tan aficionada es la erudición.

Para la construcción de este texto me he apoyado, además, en un cuarto fundamento: el I Ching, o Libro de los Cambios. Habiendo sido redactado en época anterior, y gozando en China de consideración universal, incluidos personajes tan dispares como Confucio y Mao Zedong, este tratado no admite la clasificación restrictiva de texto taoísta. Pero su luz singular ayuda a comprender la concepción cósmica de los filósofos del Tao, crecidos en el mismo campo abonado, y por ello he creído conveniente dedicarle un apartado específico.

Adquirí mi primer Tao Te Ching a los dieceseis años, hace cuatro décadas. Su misterioso laconismo me sedujo desde el primer día. Pronto, el I Ching, el Zhuangzi y el Liezi acudieron a hacerle compañía. Los he mantenido siempre cercanos, en el contexto de una dedicación continuada a las culturas del Indostán y el Extremo Oriente. En 2010, tuve el privilegio de pasar la mayor parte del año en China, repartiendo el tiempo entre la megalópolis Shanghái y una población denominada Yangshuo, situada en la provincia sureña de Guanxi, en un paraje de belleza excepcional, caracterizado por las combinaciones de roca cárstica, agua y niebla, tan representadas por los pintores del país como cantadas por sus poetas. Empleé ese tiempo en el estudio de la historia y la religión de los chinos, y de algunos rudimentos de su idioma. Desde esos escenarios, la filosofía de los viejos taoístas resultó más comprensible y luminosa que nunca.

La compañía de los yinshi me ha reconfortado. En estos tiempos en que la crisis nos expulsa a una soledad amarga, disociándonos de todos los sistemas, ellos suministran un vínculo. Con ellos, la crisis no es sino una fase más, y no precisamente la más negativa.

Chiang Mai,

Marzo de 2012

La crisis y el yinshi

De una crisis nació el taoísmo

Tras el magnicidio del rey You de Zhou en el año -771, se abre en China un período de crisis que durará más de cinco siglos, es decir, un tiempo equivalente al que media entre la llegada de Colón a America y nuestros días. La monarquía es persistentemente débil, el poder está fragmentado. Surgen señores feudales ansiosos de ampliar territorios y ceñir corona. Se disputa, se guerrea. Se pacta, se traiciona. Leyes y legitimidades pierden fuerza. Crece la arbitrariedad, y con ello la injusticia, la impunidad y la violencia. Abundan los paisajes con sangre humana. No hay modo de conseguir una estabilidad duradera.

El mundo antiguo ha desaparecido, y tan sólido como parecía. La situación es muy novedosa. No se trata únicamente de una adversidad puntual, sino del colapso de todo un sistema. Las cosas van a peor. El futuro es una angustiosa incógnita. El desconcierto se instala en todas las capas de la población.

El trauma de la crisis dejará una marca indeleble en la conciencia del chino: es el paradigma de inestabilidad, de peligro, de incertidumbre. En suma, el escenario de lo no deseable. En el polo opuesto, resplandecen las épocas doradas de los Zhou Occidentales, los Han, y otras dinastías gloriosas: un mundo próspero, ordenado y sin sobresaltos. Dos escenarios que se irán alternando en la historia de China.

Seguridad e incertidumbre. También los occidentales conocemos bien esas emociones. Quienes han construido su vida fiados a los mecanismos de la sociedad industrial contemplan alarmados cómo la máquina se oxida. Las estructuras se derriten. Los valores seguros sobre los que se cimentaban las emociones pierden sentido. Lentamente, muy lentamente, el mundo sólido en que nacimos se agrieta. La sociedad del bienestar empieza a no poder ser, y el futuro es incierto.

A finales del período de Primavera y Otoño (-771 a -479) y en el subsiguiente período de los Reinos Combatientes (-479 a -221), cuando más aguda era la crisis, surgió una miríada de pensadores ofreciendo recetas para la salida de la misma: eruditos palaciegos, maestros privados, filósofos, chamanes, embaucadores varios. El conjunto se conoce poéticamente como las Cien Escuelas Filosóficas. Es el período del Tao Te Ching, el Zhuangzi y el Liezi, y también de Confucio y Mencio.

De entre todo lo vertido, dos semillas llegarían a fructificar esplendorosamente: el taoísmo y el confucionismo. Junto con el budismo, llegado más tarde del extranjero, y la ancestral religión popular, estas dos tendencias filosóficas se establecerían como los grandes proveedores del pensamiento chino a lo largo de la historia.

La receta confucionista consistía en la creación de un sistema ético-político-social organizado hasta el mínimo detalle. Dentro de ese orden, se esperaba que la élite instruida y virtuosa diera ejemplo al pueblo. La base de su conocimiento eran “Los Cinco Clásicos”, y la virtud se construía sobre criterios morales. Los rituales, por otra parte, enraizados en el pasado, se contemplaban como elemento de cohesión social. El confucionismo no resulta difícil de comprender para la mente occidental, ya que la moral y el conocimiento son asimismo nuestros valores fundamentales.

Los taoístas, en cambio, optaban por la contemplación. Aclaremos que en este libro nos referimos exclusivamente a los llamados yinshi, o sabios ocultos, que fueron los inspiradores de los libros esenciales del taoísmo filosófico. Posteriormente, el taoísmo se haría mucho más complejo, llegando incluso, en algunos casos, a contradecir el mensaje inicial. Al final del libro se dedica un capítulo a este particular.

El yinshi, o sabio oculto

Digamos para empezar que el yinshi no pretende ser un santo, ni fundar religión alguna. Se trata únicamente de un hombre que percibe, relaciona y, si se da el caso, emite. Así pues, su figura es más próxima al filósofo griego que al santo milagrero, y sus proposiciones están más basadas en la experiencia que en la fe.

Yinshi significa “sabio oculto” en lengua china. El concepto sugiere un filósofo que no desea inscribirse en ningún grupo, ni formar parte de ningún organigrama, para no ver mermada su libertad. La libertad absoluta es el fundamento innegociable de su práctica. Su posición extrema le conduce a un gran individualismo, y en ocasiones a adquirir distancia física y convertirse en una especie de ermitaño.

En aras de conseguir esa libertad, el yinshi rechaza fama, poder, riquezas e inluso el ansia de una larga vida, pues considera que todo ello son ataduras. Estas son las palabras de Yangzhu, uno de los primeros y más radicales taoístas:

«Los hombres no consiguen vivir en paz y tranquilidad por cuatro motivos: el primero, la longevidad; el segundo, la fama; el tercero, el rango social; el cuarto, las riquezas. Estas cuatro cosas provocan el miedo a los espíritus y el miedo a los hombres, el temor al poderoso y el temor al castigo. A tales hombres se les puede llamar fugitivos de su propia naturaleza: pueden matarlos o pueden conservar la vida, pero su destino no les pertenece».

LZ, * Libro de Yangzhu

El sabio oculto aspira a una percepción integral del universo. A comprender los mecanismos que relacionan los diversos elementos que ahí flotan. A habitar el instante. A montar la ola. A tocar su parte en la sinfonía. A cumplir con su papel en el sistema, en definitiva, al igual que el hierbajo, el protozoo, la lechuza, el asteroide. En palabras de Zhuangzi:

«A confundirse con el canto de los pájaros, y en esa confusión con el canto de los pájaros alcanzar la fusión con el Cielo y la Tierra».

ZZ, Libro XII

Este aprendizaje resulta imposible por la vía de la razón, herramienta tan limitada como la fuerza física. Por ello, el yinshi prioriza el cultivo de la intuición frente al del pensamiento. Y, en lugar de atiborrarse de conocimientos, escoge vaciarse. Así se recoge en el Tao Te Ching:

«Alcanzar el vacío es la norma suprema, conservar la quietud es el máximo principio.»

TTC16

A falta de opciones mejores, el yinshi define su práctica como el camino del Tao. ¿Qué es el Tao? Algo que, no pudiendo ser definido, se sugiere poéticamente: el Tao es el tesoro de los hombres buenos y el refugio de quienes no lo son; el Tao se mira pero no se ve, se escucha pero no se oye, se palpa pero no se siente; el Tao es vacío, pero inagotable; el Tao mora en la oscuridad del abismo, y es limpio como el agua cristalina; el Tao puede transmitirse, mas no recibirse; el Tao es principio y final, y el camino en sí mismo:

«El hombre tiene por norma la tierra, a tierra tiene por norma el cielo, el cielo tiene por norma el Tao. El Tao tiene por norma su propia naturaleza».

TTC25

Como ha quedado dicho, el taoísmo surge en respuesta a una crisis, entre otras propuestas filosóficas. No es de extrañar, pues, que a menudo se manifieste en contraste con ellas, en particular con las ofrecidas por los confucionistas, que solían ocupar una posición muy central en el debate. Así, critica el diseño moral que ellos defienden, pues a su modo de ver conduce a la hipocresía; los rituales, que contempla como mero alimento de supersticiosos; y la exaltación del estudio y las leyes, pues argumentan que las palabras no bastan para atrapar la vida y que, en definitiva, hecha la ley, hecha la trampa.

El yinshi apela a percibir la vida con amplitud cósmica y, dentro de esta percepción, a atender especialmente a las emociones que surgen de nuestro interior más profundo, pues ellas son, más allá de las leyes escritas y la moral inducida, las que de verdad condicionan nuestras actuaciones.

En aquellos tiempos difíciles, la filosofía de los taoístas no siempre se vio comprendida. La sociedad, traumatizada por la pérdida del orden, no vislumbraba a través de sus gaseosas propuestas el confort ansiado. Su singular postura, tan ajena a los razonamientos mayoritarios, les convertía incluso en objeto de mofa. Por ello, decidían retirarse, incluso esconderse:

«Cuando los tiempos son propicios, el sabio se manifiesta ampliamente en el mundo, y entonces retorna a la perfecta unidad y no deja huella alguna; mas si no hallan ese tiempo propicio, penan grandemente en el mundo, y entonces se ocultan en la máxima quietud, y esperan. Este es el arte de preservar la propia persona».

ZZ, Libro XVI

En China, la administración del Estado se ha basado tradicionalmente en el confucionismo. El taoísmo, sin embargo, se ha mantenido presente en los diversos estratos de la sociedad. A menudo se ha dicho: el chino es confucionista en la esfera pública y taoísta en la privada.

El carácter del yinshi, en particular, pervive en un arquetipo muy querido, que aparece en poemas y pinturas tradicionales: ese individuo solitario, feliz con lo poco que posee, vagando en la niebla, sentado junto a un arroyo, contemplando las estrellas, disfrutando de la copa de vino de arroz. Ni que decir tiene que es el obligado contrapunto al hombre febril y pragmático, y que cada uno de ellos es exactamente tan chino como el otro.