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Renovación urbana, modos de habitar
y desigualdad en la Ciudad de México



Ciudades y ciudadanías 3


UAM


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Secretario
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Directora de la División
de Ciencias Sociales y Humanidades

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Jefe del Departamento de Antropología
Antonio Zirión Pérez

Responsable Editorial
Norma Jaramillo Puebla

Renovación urbana,
modos de habitar y desigualdad
en la Ciudad de México





Angela Giglia
(coordinadora)








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Universidad Autónoma Metropolitana
Unidad Iztapalapa/División de
Ciencias Sociales y Humanidades
Departamento de Antropología
Juan Pablos Editor


México, 2018



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<www.bermellon.com.mx>
Daniel Domínguez Michael

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“Pantaco”/Industrial Vallejo/Calzada de
Guadalupe, de la Serie “Puntos Cardinales”
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Índice






◼  Presentación y agradecimientos.

Angela Giglia



INTRODUCCIÓN GENERAL


◼  Habitar, renovación urbana y producción de desigualdad

Angela Giglia



PRIMERA PARTE
EL CENTRO HISTÓRICO: DISCURSOS
Y TENSIONES EN TORNO A SU “RESCATE”


◼  El bautizo del Centro Histórico de la Ciudad de México.
Análisis de una conferencia

José Ignacio Lanzagorta


◼  Discursos y prácticas de una renovación urbana.
El Centro Histórico de la Ciudad de México

Blanca Aimée Castillo Valencia


◼  Reordenar un espacio público de tradición popular.
Conflictos y tensiones en torno al habitar la Plaza Garibaldi

Elvia Lizet Quintanilla Aguilar


◼  Desvanecer lo popular: metáfora heurística
sobre la gentrificación en el Centro Histórico
de la Ciudad de México

Vicente Moctezuma Mendoza


◼  Renovación urbana, nostalgia y habitar
en el Centro Histórico de la Ciudad de México

León Felipe Téllez Contreras



SEGUNDA PARTE
MODOS DE HABITAR Y DESIGUALDADES
EN LA CIUDAD CENTRAL


◼  Modos de habitar la colonia Roma: el uso del espacio
público por jóvenes residentes en vecindades otomíes

José Alejandro Reyes Guerra


◼  Mismo espacio, habitantes diferentes. Jóvenes creativos
en la colonia Santa María la Ribera

Rocío Valeriano Vázquez


◼  El habitar de las mujeres y sus temporalidades
en dos colonias de la Ciudad de México frente
al megaproyecto Santa Fe

Laura Ortiz Madariaga


◼  Criminalizacion de la vida en calle
en la Ciudad de México

Alí Ruiz Coronel


◼  Producción de espacio público y construcción
de democracia urbana en la Ciudad de México.
Experiencia de dos parques y órdenes urbanos centrales

Catalina Villarraga Pico







Presentación y agradecimientos


Angela Giglia*





Este libro se propone como una reflexión compartida sobre distintas facetas de un mismo fenómeno: la renovación de las áreas que se conocen como Centro Histórico y Ciudad Central, así como los conflictos y las desigualdades que ésta conlleva para distintos habitantes y sus modos de habitar el espacio urbano. Todos los trabajos son el resultado de investigaciones recientes llevadas a cabo por estudiosas y estudiosos jóvenes que con renovadas energías están contribuyendo a ampliar las miradas sobre la Ciudad de México y algunos de sus procesos socioespaciales más relevantes. El acento está puesto sobre las tensiones y contradicciones que caracterizan las operaciones de renovación urbana, las diferencias y desigualdades en los modos de habitar los espacios públicos y la manera en que diversos grupos sociales se hacen presentes o reivindican su derecho a estar presentes en ciertos espacios de la ciudad sometidos a procesos de transformación que los convierten en lo que hemos definido como un “espacio disputado” (Duhau y Giglia, 2008).

La renovación urbana constituye hoy en día un fenómeno mundial, vinculado a la lógica del capitalismo neoliberal y a políticas urbanas que atraviesan el planeta enarbolando a menudo las mismas propuestas en ciudades y en tipos de espacios que poco o nada tienen en común: desarrollos inmobiliarios de grandes dimensiones y desconectados de su entorno, recuperación de espacios abandonados y revitalización de espacios públicos descuidados, nuevas leyes y reglamentos para el buen uso de dichos espacios, rescate y repoblamiento de viejos barrios céntricos de los cuales se redescubre la historia y el pasado vernáculo, son algunos de los fenómenos más comunes que atañen a la mayoría de las ciudades y que se manifiestan con un registro particular, siguiendo el principio según el cual todos los procesos globales tienen que localizarse, o más bien glocalizarse, para poder existir de un modo puntual y concreto.

Las investigaciones que se presentan en este volumen buscan entender, desde un enfoque cualitativo y sociocultural, los cambios que están ocurriendo en esa parte de la Ciudad de México donde el fenómeno de la renovación urbana se manifiesta de la manera más intensa, es decir en el Centro Histórico y en la parte que los especialistas denominan Ciudad Central. Con este término se indica a la ciudad mejor dotada en cuanto a infraestructura y servicios y adonde llegan cada día millones de trabajadores pendulares procedentes de las periferias. Esta parte de la ciudad corresponde grosso modo a las delegaciones Cuauhtémoc, Benito Juárez, Miguel Hidalgo y Álvaro Obregón, la cual ha sido objeto del interés de diversas políticas urbanas en las últimas tres décadas, con el objetivo de recuperar las porciones de espacio en estado de abandono, mejorar sus condiciones de habitabilidad y llenar los vacíos debidos a la existencia de espacios sin construir, escasamente utilizados o en estado de abandono. El conjunto de estos fenómenos ha generado cambios importantes en la fisionomía de por sí diversa de esta parte de la ciudad, y ha dado lugar a tensiones y conflictos en torno a diversos modos de habitar el espacio por parte de actores con visiones diversas y con capacidades desiguales para hacer escuchar su voz.

De los ensayos que componen el volumen, algunos ofrecen una visión crítica sobre los discursos y las representaciones dominantes acerca de los proyectos de renovación urbana. Es el caso del primer capítulo, en donde se contextualiza el fenómeno de la renovación urbana en la Ciudad de México y se exponen algunos de los conceptos que sirven de marco para todo el libro, entre ellos los de habitar, orden urbano y hábitus urbano. Le sigue un conjunto de cinco capítulos sobre el Centro Histórico de la ciudad, enfocados a discutir sobre los procesos institucionales y los discursos legitimadores de las operaciones de transformación del espacio urbano. El primero de ellos es el trabajo de José Ignacio Lanzagorta sobre la definición y el lanzamiento del proyecto de revalorización del Centro Histórico, a partir del análisis de un texto fundacional como fue la conferencia de Llorente de 1982 frente a los miembros de la Academia Nacional de Historia y Geografía. Con esta conferencia el Centro Histórico queda “bautizado” como tal, adquiere en suma el carácter sagrado y simbólico que hoy se le reconoce de manera “natural”, con lo cual se demuestra todo lo contrario; es decir que de natural en la denominación de Centro Histórico no hay nada pues se trata del resultado de un proceso histórico. Le sigue el trabajo de Aimée Castillo, quien recorre los discursos en torno al rescate del Centro Histórico de la ciudad y su promoción internacional mediante una doble estrategia: de pedagogía de los buenos comportamientos en el espacio urbano y de promoción de la ciudad mediante el fomento de la cultura y de eventos globales. El trabajo de Vicente Moctezuma propone el concepto de desvanecimiento de lo popular en el Centro Histórico para eludir la estrechez de una definición en términos de gentrificación, enfocándose, más que en los procesos claros de sustitución de población pobre por sectores de más altos recursos, en los procesos más sutiles que obstaculizan la presencia de los sectores populares en el centro. En esta misma línea, el capítulo escrito por Lizet Quintanilla da cuenta de la lógica que sobrentiende el reordenamiento de un lugar emblemático del Centro Histórico, como es la Plaza Garibaldi, en favor de una clientela global atraída por el museo del mezcal y del tequila y en detrimento de los usos populares anteriores a la remodelación. Se presentan también algunos estudios de caso sobre los particulares modos de habitar de grupos urbanos que desde distintas posiciones y con herramientas desiguales llevan a cabo sus propias apropiaciones de los espacios urbanos y elaboran sus propios sentidos acerca de los cambios en curso. En esta línea, y para cerrar la primera parte sobre el Centro Histórico, el trabajo de León Felipe Téllez examina cómo los vecinos del barrio de San Juan interpretan los cambios mediante la evocación nostálgica de un tiempo pasado en el cual no se experimentarían ni los conflictos, ni las desigualdades, ni las penurias del presente.

En la segunda parte se reseñan los casos de actores urbanos específicos y sus formas peculiares de habitar el espacio en la Ciudad Central. Esta parte se abre con el ensayo de José Reyes, quien describe e interpreta los modos de habitar de jóvenes urbanitas de origen indígena en lugares en donde la posibilidad de habitar el espacio equivale a poderse sostener económicamente y ser parte de la vida urbana. Le sigue el trabajo de Rocío Valeriano, quien presenta el caso de un tipo particular de nuevos habitantes de la colonia céntrica Santa María la Ribera, los llamados “jóvenes creativos”, con sus nuevas dinámicas del habitar y su particular sentido de pertenencia al barrio, que elaboran a partir de haberlo elegido como un lugar que consideran especial, características que los constituyen como un actor colectivo de importancia creciente en el espacio local por el entusiasmo con el cual se involucran en la revitalización de la dimensión local. Sigue el trabajo de Laura Ortiz sobre los modos de habitar y la memoria colectiva de las mujeres de clases populares que viven en dos colonias de autoconstrucción en las colindancias del megaproyecto de Santa Fe; se ilustran su visión de su espacio local, sus interacciones con el nuevo Santa Fe representado por el megaproyecto y la manera como éste ha llegado a modificar el ritmo de su vida colectiva. El libro concluye con dos trabajos enfocados a entender las dinámicas que acontecen en el espacio público a la luz de las nuevas reglamentaciones para su uso legítimo. Se trata del trabajo de Alí Coronel, quien expone la situación de los habitantes que viven en la calle frente a una legislación que tiende a criminalizar su presencia en el espacio público, subrayando el malentendido subyacente acerca de la naturaleza del ámbito público para las personas que habitan la calle como su único hogar. Para finalizar, el trabajo de Catalina Villarraga examina las tensiones entre los vecinos y las instituciones del gobierno local en torno a la remodelación de dos parques públicos muy céntricos, pero situados en zonas habitadas por poblaciones con diversos capitales culturales y económicos, demostrando que existen severas desigualdades en cuanto a la capacidad de los vecinos para incidir en el cambio de su entorno local mediante el ejercicio de la democracia urbana.

En conjunto, los ensayos articulan el tema de la renovación urbana con el de los modos de habitar y la producción y reproducción de las desigualdades en las formas de apropiación del espacio. El diálogo de conceptos y problemáticas que existe entre los capítulos no impide que cada uno de ellos pueda ser leído como un estudio autónomo, aunque comparta con los demás algunas preguntas de fondo acerca del habitar y los efectos desiguales de la renovación urbana en la Ciudad de México.

Por último, pero no menos importante, cabe destacar que este libro es uno de los resultados del proyecto “Ciudad global, procesos locales: conflictos urbanos y estrategias socioculturales en la construcción del sentido de pertenencia y del territorio en la Ciudad de México”, financiado por el Conacyt con la clave 164563 del Fondo Sectorial de Investigación para la Educación (SEP-Conacyt), en el cual participaron la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, coordinado por María Ana Portal. A María Ana y a los demás participantes en el equipo del proyecto —Mario Camarena, Ana Rosas, Margarita Pérez Negrete, Cristina Sánchez Mejorada, Iván Gomezcésar y Adriana Aguayo— les agradezco por las reflexiones conjuntas y por su amistad en estos años. Cabe destacar que dicho proyecto ha dado como resultado cuatro libros, con los cuales se inaugura la colección de obras sobre Ciudad y Ciudadanía del Departamento de Antropología de la UAM-Iztapalapa. El presente volumen es uno de ellos. El proceso que ha llevado a la escritura de este libro se compone de diversos momentos. Versiones preliminares de algunos de los capítulos fueron presentados inicialmente en el simposio sobre “Renovación urbana, modos de habitar y conflictos por el espacio en la Ciudad de México”, coordinado por Angela Giglia y León Felipe Téllez Contreras para participar en el congreso de la Asociación Latinoamericana de Antropología en 2015. Fue en esa ocasión cuando se gestó la idea inicial para este libro, al cual se añadieron sucesivamente otros trabajos, derivados en su mayoría de investigaciones que han sido dirigidas o asesoradas por quien esto escribe. Es el caso de los capítulos escritos por José Alejandro Reyes, Rocío Valeriano, León Felipe Téllez, Vicente Moctezuma y Aimée Castillo. A todas y todos les agradezco por su confianza en este emprendimiento, por sus aportes creativos y por el común esfuerzo por desentrañar los sentidos y las implicaciones de procesos urbanos que nos preocupan y nos atañen a todos los que habitamos esta ciudad, aunque está claro que nos afectan de manera desigual.



BIBLIOGRAFÍA


Duhau, Emilio y Angela Giglia (2008), Las reglas del desorden. Habitar la metrópoli, México, Siglo XXI.



NOTAS


* Departamento de Antropología, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.









INTRODUCCIÓN GENERAL




Habitar, renovación urbana
y producción de desigualdad


Angela Giglia*





El propósito de este capítulo es introducir la problemática del libro en sus aspectos más teóricos a partir de los conceptos que se mencionan en el título y mediante la referencia a ciertas realidades empíricas que ejemplifican la problemática en cuestión. Propongo pensar los conceptos de habitar, renovación urbana y desigualdad en sus vinculaciones recíprocas con los conceptos de orden urbano, órdenes urbanos, fragmentación urbana y espacios insulares. La tesis central de este libro es que la renovación urbana modifica de manera diferencial los modos de habitar característicos de distintos órdenes urbanos en la ciudad, fomentando procesos de apropiación desigual del espacio, los cuales son el resultado del carácter fragmentario e intermitente de las intervenciones de renovación. Éstas tienden a producir espacios aislados y desconectados que definimos como insulares, lo cual profundiza las desigualdades ya existentes y crea nuevas diferencias donde no las había, afectando el derecho a habitar la ciudad —y en especial sus espacios públicos— por parte de diversos actores. A su vez, los diversos modos de habitar, que se traducen en apropiaciones desiguales del espacio, pueden traducirse en diversos tipos de conflicto por el uso del espacio público, especialmente en las zonas más valorizadas de la ciudad. Veremos cómo esta problemática se concreta en el caso de la renovación urbana del parque conocido como Alameda Central, destacando cómo la rehabilitación de un espacio puede conllevar un aumento de las desigualdades visibles en el espacio público y en los modos de habitar de diversos actores sociales.



MODOS DE HABITAR Y ÓRDENES URBANOS


Partimos de considerar que todo fenómeno de renovación urbana debe analizarse en interrelación con los modos de habitar específicos que pretende fomentar, modificar o eliminar. Como toda política que busca intervenir en la vida de la ciudad, la renovación urbana tiene que medirse en relación con el fenómeno del habitar como parte medular de la experiencia urbana. El habitar es definible como lo que permite a los seres humanos estar en el mundo gracias al despliegue de su cultura en la experiencia con el espacio. Así definido, el habitar es “una manera de intervenir en el tiempo mediante el espacio” que hace posible para el sujeto hacerse presente en un espacio y en un tiempo dados, a partir del “reconocimiento de un conjunto de puntos de referencia que me hace posible saber dónde estoy, que me coloca idealmente en el centro de un territorio con respecto al cual mi presencia puede ser relativamente estable pero también móvil, transitoria y cambiante” (Giglia, 2012). El habitar es en suma un proceso dinámico que consiste en renovar permanentemente la relación con un cierto orden socioespacial, es decir, con el conjunto de las reglas formales e informales, explicitas e implícitas, que existen entre los diversos actores sociales en cuanto a las apropiaciones y usos posibles de cierto espacio. Este orden socioespacial —que subyace a las relaciones de los grupos con el espacio— es al mismo tiempo un hecho externo al sujeto, pero profundamente interiorizado, que se recrea y se reestablece continuamente mediante la experiencia no tanto del espacio, sino con el espacio y con los demás en un cierto momento del tiempo. Habitar es por lo tanto situarse en el seno de un orden socioespacial y, al mismo tiempo, contribuir a su permanente producción y reproducción (Giglia, 2012).

La experiencia del habitar en una gran metrópoli como la Ciudad de México implica para los habitantes echar mano de competencias complejas que nos permiten reconocer las diversidades y semejanzas entre los entornos habitables y transitar entre contextos socioespaciales que tienden a ser crecientemente desiguales, cado uno de los cuales es legible como un orden urbano relativamente específico, resultado de un modo específico de producción y de organización del espacio y de las relaciones entre los habitantes al compartir el espacio (Duhau y Giglia, 2008). Como habitantes de un contexto urbano particular compartimos un modo de habitar propio de ese contexto, como una modalidad específica de reconocer y establecer ese orden que nos hace estar presentes y nos permite domesticar nuestro entorno local, desde el cual atribuimos sentido y organizamos nuestra vida cotidiana (Giglia, 2012). De allí que el habitar constituye no sólo una cierta relación con un tipo de vivienda, sino se refiere a la relación con el espacio urbano en general, y especialmente a la relación que diversos habitantes tienen entre ellos, en y con los espacios públicos urbanos, los cuales a su vez reflejan la variedad de órdenes urbanos presentes en la metrópoli (Duhau y Giglia, 2008). El conjunto de estos órdenes urbanos en permanente dinamismo se caracteriza hoy en día por un aumento de las desigualdades socioespaciales. Se trata de un fenómeno de alcance planetario que constituye uno de los sellos más evidentes de la urbanización del planeta.

En el caso de la metrópoli de México las desigualdades socioespaciales se concretan en dos polos principales, correspondientes a dos tipos de espacios y órdenes urbanos específicos. Por un lado la ciudad central y por el otro las nuevas periferias, cada vez más alejadas y desconectadas.1 Por una parte, la ciudad más conectada con el resto de la metrópoli y más heterogénea en cuanto a funciones materiales y a valores simbólicos y, por la otra, los asentamientos periféricos denominados conjuntos urbanos, definibles como espacios insulares, donde priman la homogeneidad, la monofuncionalidad del espacio —exclusivamente vivienda para sectores de recursos bajos o medio bajos— y la ausencia de fuentes de trabajo y de servicios urbanos que permitan una calidad mínima del habitar. Los procesos de valorización urbana en la ciudad central, la expansión de las periferias y la falta de una política metropolitana de transporte colectivo han acrecentado las distancias físicas, sociales y económicas entre estas dos realidades urbanas (Coulomb, 2012; Duhau, 2008; Ziccardi, 2015), generando crecientes desigualdades que se manifiestan, del lado de la ciudad central, en la hipervalorización inmobiliaria y en la sobresaturación de funciones superpuestas en los mismos espacios y, del lado de las periferias, en un estado de carencias y abandono que se hace cada día más agudo y más generalizado. Estos dos distintos tipos de contextos urbanos corresponden a lo que Brenner ha definido como los dos momentos dialécticamente interrelacionados de la urbanización, es decir, concentración y extensión (Brenner, 2013:60). En el marco de un razonamiento sobre la urbanización planetaria, la disolución de las ciudades y la dificultad para distinguir lo que es urbano de lo que no lo es, Brenner considera que “la teoría urbana debe priorizar la investigación de esencias constitutivas, es decir los procesos a través de los cuales se generan los heterogéneos paisajes del capitalismo moderno [buscando construir un] nuevo léxico de diferenciación socioespacial” (Brenner, 2013:56).

Para este autor,

[…] la dialéctica de implosión (concentración, aglomeración) y explosión (extensión del tejido urbano, intensificación de la conectividad interespacial en diferentes lugares, territorios y escalas) es un horizonte analítico, empírico y político esencial para cualquier teoría crítica de la urbanización en esta primera parte del siglo XXI (Brenner, 2013:63).

Resulta fuertemente evocativo definir como implosión —sinónimo de alguna manera de colapso—los fenómenos vinculados a la concentración de funciones urbanas que interesan en este volumen. En efecto, el riesgo del colapso y el conflicto están a la orden del día en el Centro Histórico y en la ciudad central. Son éstos los territorios más afectados por la renovación urbana que apunta a su valorización, desatando efectos de diferenciación y desigualdad socioespaciales que nos han llevado a proponer la definición de espacio disputado para definirlos (Duhau y Giglia, 2008). Este carácter disputado del área central de la metrópoli se vincula crecientemente con la variedad y la desigualdad de contextos socioespaciales en su interior. Los diversos habitantes de estos espacios reciben y reaccionan de distintas maneras frente a la revalorización de su espacio de proximidad, y su capacidad para habitar el espacio resulta también profundamente desigual. Algunos se organizan para defenderse de los cambios en su entorno, como sucede con algunos vendedores ambulantes del Centro Histórico (véase el capítulo 5); otros se refugian en los intersticios libres de la vigilancia de las autoridades con la esperanza de volverse invisibles, como sucede con los indigentes que viven en las calles (véase el capítulo 10) o con los indígenas que viven en la colonia Roma (véase el capítulo 7). Para otros funciona el refugio imaginario en la memoria de “un pasado que siempre fue mejor”, como en el caso de los habitantes del barrio de San Juan (véase el capítulo 6), mientras que otros —como las mujeres de las colonias aledañas al proyecto de Santa Fe— siguen organizando su existencia con base en un tiempo local, sólo aparentemente impermeable a los cambios en los ritmos urbanos circundantes (véase el capítulo 9). Otros habitantes, frente a las mismas políticas de renovación de espacios públicos, se encuentran en posiciones desiguales para que sus intereses y necesidades sean tomados en cuenta. En todos los casos, estos sujetos se enfrentan a procesos de renovación urbana que actúan de forma desigual y a menudo contradictoria, lo cual genera efectos discordantes respecto a sus propios discursos. Sobre estos últimos y sus palabras recurrentes, que resuenan casi como fórmulas mágicas, es oportuno detenerse.



LA RENOVACIÓN URBANA Y SUS DISCURSOS:
RECUPERACIÓN, REDENSIFICACIÓN Y
RESCATE


Consideramos que la renovación urbana no es un fenómeno lineal sino contradictorio y proteiforme, lo cual es una expresión del llamado “urbanismo neoliberal”, para utilizar la definición de Brenner, Peck y Theodore (2015), al resaltar que “las ciudades se han convertido en los lugares estratégicamente decisivos de la reestructuración neoliberal”. De acuerdo con estos autores, el neoliberalismo no es un fenómeno unívoco y coherente sino que se despliega entre tensiones y contradicciones, tanto internas como vinculadas a los distintos contextos en los cuales se concretan. De allí que prefieren hablar de “neoliberalismo realmente existente”, más que de neoliberalismo a secas. En cuanto al urbanismo y a cómo éste se explaya en las diversas realidades urbanas, consideran que

[…] la escala urbana es el lugar donde se toman las decisiones concretas. Tanto la falta de financiación de sus demandas por la disciplina fiscal como el amplio abanico de necesidades insatisfechas resultantes del desmantelamiento del estado social y de los sistemas redistributivos, tienen consecuencias negativas y acumulativas para las ciudades y provocan una creciente brecha entre las competencias delegadas, por una parte, y la menguante capacidad de afrontarlas, por otra. Esto engendra un persistente estado de ansiedad competitiva entre las ciudades, junto a la cada vez más desesperada búsqueda de oportunidades de inversión y (supuestas) panaceas de desarrollo (Brenner et al., 2015:231, cursivas mías).

Esta lectura de la condición actual de las ciudades resulta muy atinada para el caso de la Ciudad de México, donde se han implementado en las últimas dos décadas un conjunto de políticas, programas y acciones puntuales dirigidos a posicionar la ciudad en el mercado mundial y a atraer inversiones y turistas tanto nacionales como extranjeros. Como bien subrayan los autores ya mencionados,

[…] las múltiples formas y caminos de la urbanización neoliberal debieran considerarse no como medidas coherentes y sostenibles destinadas a “solucionar” las contradicciones y dilemas de regulatorios arraigados en el capitalismo contemporáneo, sino como estrategias restructuradoras profundamente contradictorias que desestabilizan de forma significativa los escenarios heredados de gobernanza urbana y de regulación económica (Brenner et al., 2015:239).

Las contradicciones inherentes a los procesos económicos se visten a menudo de discursos eficaces en cuanto a su poder de convencimiento y convocatoria, discursos que son indispensables tanto para atraer inversionistas como para convencer a los habitantes. En palabras de Brenner, el discurso sobre las cuestiones urbanas “se ha convertido en una de las metanarrativas dominantes a través de las cuales se interpreta (tanto en círculos académicos como en la vida pública) nuestra actual situación planetaria” (Brenner, 2013:39). Desde un punto de vista socioantropológico, los discursos en torno a la transformación de la ciudad central ameritan ser estudiados no sólo porque definen acciones políticas y procesos económicos que se traducen —aunque de manera no lineal— en las realidades construidas y en los nuevos contextos y procesos socioespaciales característicos de los espacios intervenidos, sino también porque evocan símbolos y valores a partir de los cuales esas acciones e intervenciones encuentran un horizonte de sentido para ser transmitidas y aceptadas, constituyéndose en una parte fundamental de la cultura y de la ideología urbana. En otras palabras, los discursos en torno a la renovación urbana constituyen una parte de la realidad, no únicamente la representan.2 Las políticas de renovación urbana en nuestra ciudad en los últimos años se han abocado a la promoción de la ciudad en el escenario global del turismo y de las inversiones mediante acciones y programas dirigidos a la recuperación del patrimonio urbano, a la redensificación de la ciudad central y al rescate de sus espacios públicos. Son éstos los tres fenómenos urbanos que han caracterizado a la acción pública en materia urbana en los últimos 40 años. Se trata de fenómenos que actúan de manera separada o combinada, según las circunstancias y los intereses en juego. Detrás de estas fórmulas o políticas del “re” (come se definen en el capítulo 3), se aglutinan un conjunto de procesos simbólicos y materiales de gran importancia que han transformado las representaciones colectivas y las experiencias cotidianas de los habitantes de la ciudad —baste pensar en la idea misma de Centro Histórico o en las representaciones de la Ciudad de México como “ciudad en movimiento”— y de quienes llegan a visitarla como turistas.

En relación con las acciones dirigidas a la conservación del patrimonio urbano del centro, es importante destacar que cualquier proceso social de definición de un bien en cuanto patrimonio no es nunca neutral, sino que responde a intereses y valores colectivos marcadamente históricos, es decir, no absolutos sino relativos a una coyuntura específica (Nivón, 2010). Patrice Melé ha mostrado este carácter histórico de los procesos de producción del patrimonio urbano para el caso de las ciudades mexicanas y sus “centros históricos”, los cuales son el resultado de un conjunto de relaciones específicas entre la centralidad y el espacio urbano en las ciudades mexicanas a partir de una “voluntad de preservar la ciudad histórica en su estructura, dentro de ciudades en rápido crecimiento”, lo que según este autor constituye “una manera radicalmente novedosa de concebir el futuro de los espacios urbanos heredados y en particular de los barrios populares del centro que hasta los años ochenta se consideraban como áreas deprimidas que era preciso renovar” (Melé, 2006:12). Como veremos en el capítulo 2, la noción de Centro Histórico para la Ciudad de México tiene hasta una fecha de consagración específica, que permitiría hablar de un bautizo del Centro Histórico como tal. Las acciones dirigidas a la conservación del Centro Histórico en cuanto patrimonio cultural, ya sea de la ciudad, de la nación o de la humanidad, empiezan de forma incipiente en los años setenta del siglo XX como parte de un fenómeno de más amplio alcance, que en los países latinoamericanos se vincula con el sentimiento de la identidad nacional y la protección de la memoria colectiva. En un texto de 2003, Capron y Monnet interpretan atinadamente el discurso progresista de la conservación y recuperación del Centro Histórico como una cortina de humo que busca crear consenso en torno a las operaciones inmobiliarias que se prevé realizar en este territorio, a expensas de los usos populares del mismo (Capron y Monnet, 2003). En efecto, como señala Nivón, “en el último tercio del siglo XX se ha desarrollado la visión del patrimonio como producto que se ofrece en un mercado de bienes simbólicos” y que “se centra en el tratamiento de los vestigios históricos como mercancía, seleccionados de acuerdo con criterios de consumo y manejados por medio de la intervención del mercado” (Nivón, 2010:29-30). Por ello, la existencia de bienes patrimoniales en una ciudad es importante para la promoción del desarrollo económico, a condición de satisfacer el interés de un público capaz de pagar con tal de ver un determinado bien patrimonial y con la disposición de estar formado incluso varias horas en una fila para hacerlo.

Vinculada a los procesos de recuperación de los espacios centrales de la ciudad, la llamada redensificación de estos espacios ha sido otra de las fórmulas recurrentes en los últimos años para legitimar un auge inmobiliario sin precedentes en colonias como la Condesa, la Roma o la Del Valle. En relación con la reconversión de áreas en condiciones de deterioro o subutilizadas, René Coulomb apunta que estos procesos se basan en una

[…] consideración fundamentalmente económica, que consiste no sin razón en querer corregir las deseconomías que significan para el conjunto de una ciudad la decadencia y la desvalorización, el despoblamiento y la subutilización de la infraestructura y de los equipamientos acumulados en las áreas centrales a lo largo del proceso de urbanización (Coulomb, 2012:14).

En cuanto a la política que impulsa los procesos de renovación urbana, Coulomb nota al respecto que “los objetivos del reciclamiento urbano suelen carecer de una visión integral del problema e inducen acciones muchas veces parciales, intrascendentes e incluso contradictorias con el objetivo enunciado de densificación o redensificación de determinada área urbana” (Coulomb, 2012:14). En esta política se inserta la idea de promover la llamada “ciudad compacta” y policéntrica, que ha sido uno de los temas más recurrentes de los últimos años en la Ciudad de México. El ejemplo concreto más sonado en esta línea es la figura jurídica de las Zonas de Desarrollo Económico y Social (Zodes), que responde a la noción de una ciudad policéntrica en la cual hay que potencializar las características de ciertas áreas para promoverlas mediante la construcción de conglomerados de servicios y vivienda, es decir, áreas donde no exista un solo uso de suelo, sino usos mixtos.3

Pese a ser presentadas como la quintaesencia del progreso y el bienestar urbano, las Zodes han suscitado el rechazo de diversos grupos de habitantes, para quienes representan proyectos inmobiliarios mastodónticos, desarticulados de su entorno y causantes de un conjunto de externalidades o consecuencias negativas relacionadas con la movilidad y con la provisión de servicios básicos, en un contexto en el cual se pretende realizarlas sin consultar a los ciudadanos. En suma, se les considera como megaproyectos meramente especulativos que, detrás de una fórmula atractiva, buscan únicamente construir vivienda más cara, con la consecuencia de expulsar tarde o temprano a los habitantes de menores recursos que actualmente viven en la proximidad de estos desarrollos.4 En otras palabras, las Zodes ejemplifican claramente la tendencia generalizada a una visión del desarrollo urbano que se hace a partir de espacios insulares, escasamente conectados con su entorno y ajenos a una visión integral que tome en cuenta el conjunto de la metrópoli (Duhau y Giglia, 2008; Giglia, 2013).

En cuanto al rescate del espacio público como motor para la mejora general de la imagen urbana y de la viabilidad de la ciudad en la oferta turística, ha sido creada en 2008 la Autoridad del Espacio Público, una oficina que se autodefine como “el área estratégica de planeación, diseño y desarrollo del espacio público de la Ciudad de México”. Esta instancia tiene el propósito de “coordinar y ejecutar proyectos e iniciativas para crear entornos urbanos más atractivos, vibrantes, diversos e incluyentes, a través de procesos innovadores que aprovechen el conocimiento, inspiración y potencial de sus comunidades” y cuya misión es “crear espacios públicos que promuevan la salud y el bienestar de la gente, cuyo diseño y activación transformen la convivencia y fortalezcan el sentido de identidad de los capitalinos, donde el espacio público se revalorice como un activo para catalizar el desarrollo social, económico y cultural de la Ciudad de México” (cursivas mías).5 Entre los principales programas de rescate de los espacios públicos emprendidos en la Ciudad de México destaca el acondicionamiento de los camellones de numerosos ejes viales con juegos para niños y con aparatos para hacer deporte y gimnasia al aire libre; la recuperación de los espacios llamados bajos puentes mediante la colocación de aparatos para el deporte y comercios; el acondicionamiento de espacios residuales a los que se les ha dado el nombre de “parques de bolsillo”, a imitación de programas análogos desarrollados en diversas ciudades en el mundo llamados pocket parks. Mucho se puede decir acerca del éxito o fracaso de estas intervenciones que pretenden rescatar y mejorar el espacio público urbano, y sobre las cuales valdría la pena hacer una investigación específica. Por lo pronto, cabe subrayar cómo en algunos de los capítulos de este libro —escritos por Lizet Quintanilla, León Felipe Téllez, Catalina Villarraga— se analiza la complejidad de las variables que intervienen cuando se quiere renovar o mejorar un espacio público. Es evidente, a partir de estos estudios, la falacia de considerar que una mejora material del espacio repercuta de manera automática en la calidad de vida de todos sus habitantes, pues lo que casi siempre ocurre es que los habitantes no están en igualdad de condiciones ante los proyectos de recuperación de espacios públicos y por lo tanto se favorece a algunos habitantes a expensas de otros.

Es importante tomar en cuenta que estas intervenciones de recuperación, redensificación y rescate de áreas centrales de la ciudad no acontecen de manera aislada como si fueran una problemática exclusiva de la Ciudad de México. Al contrario, forman parte de tendencias globales como son las políticas de place making tan en boga desde hace unos años, como parte de estrategias económicas de alcance mundial que pretenden crear lugares atractivos y que se repiten casi con los mismos nombres e iniciativas de una ciudad a otra, casi siempre sin considerar su adecuación y adaptación al contexto en el cual se pretende implementarlas. El place making es la fórmula propuesta recientemente desde diversas facultades de arquitectura en todo el mundo para subsumir bajo una misma denominación las diversas experiencias de revitalización o de construcción de espacios públicos. Se trata de hacer lugares —es decir espacios provistos de usos y de un sentido colectivo, con los cuales ciertos grupos de habitantes puedan identificarse— a partir de la fabricación de cierto entorno físico y mediante la creación de nuevas síntesis entre diversas funciones. Por ejemplo, se vuelve peatonal una plaza o una calle y se autorizan algunas terrazas en sus orillas, o se recupera un espacio semiabandonado y se convierte en un parque de diversiones o un espacio para el deporte, sólo para dar algunos ejemplos entre los más comunes. El fundamento de todas estas intervenciones es el supuesto de que al cambiar las condiciones del espacio se cambian las condiciones de la sociedad. Se trata de un supuesto erróneo, ya que atribuye al espacio un poder que en efecto no tiene: el poder de modificar por sí solo las características de la vida social. Diversos autores (Castells, 1977; Signorelli, 2012, sólo para mencionar algunos) han demostrado que no basta con modificar el espacio material para cambiar las características de la sociabilidad, el bienestar de la población, y ni siquiera —en algunos casos— los usos y significados del mismo espacio. La interacción entre el espacio y quien lo habita debe abordarse desde un enfoque interdisciplinario, que dé cuenta de sus múltiples condicionantes y de los diversos contextos —u órdenes urbanos— en los cuales se despliega. Dentro de la misma metrópoli, en distintos contextos espaciales los usos del espacio pueden variar enormemente, de modo que no basta con cambiar el espacio físico para que cambien sus usos. Sin embargo, al leer los documentos oficiales sobre el desarrollo urbano, tanto de la ciudad capital como a escala nacional (por ejemplo el Programa de Rescate de Espacios Públicos), pareciera que la simple mejora del espacio físico posee virtudes casi milagrosas, ya que por sí misma sería capaz de generar relaciones sociales de convivencia sana y hasta combatiría la violencia y la delincuencia.6 Lejos de ser así, harían falta más bien políticas de desarrollo urbano que integren lo espacial y lo social en todas sus interrelaciones.

Así, cuando las políticas urbanas sirven sobre todo para ofrecer oportunidades al mercado inmobiliario, suelen favorecer la llegada o el regreso a la ciudad central y al Centro Histórico de una población que posee recursos más altos que la población ya establecida en la ciudad central, y de esta manera se provoca el paulatino desplazamiento de esta última en formas directas e indirectas; es decir, mediante desalojo o el aumento de las rentas, o bien de manera indirecta, mediante el aumento general de los costos de los bienes y servicios en las áreas recuperadas.7 Se trata del fenómeno conocido como gentrificación, un aspecto que genera polémica desde la pertinencia misma del término para los fenómenos que pretende indicar8 y sobre el cual se ha escrito mucho en los últimos años en diversas ciudades del mundo. Como es bien sabido, este término fue acuñado por Ruth Glass en 1963 para indicar cómo algunas familias de clases medias y altas empiezan a instalarse en barrios centrales degradados, recuperan y renuevan viejos inmuebles y paulatinamente desplazan a los habitantes pertenecientes a las clases populares. Lo interesante es que desde entonces el significado de este término se ha extendido enormemente hasta llegar a denotar un conjunto de fenómenos entrelazados. Como pusieron en evidencia ya hace algunos años los sociólogos franceses Jean-Ives Autier y Catherine Bidou en un número de la revista Espace et Sociétés dedicado a este tema,

[…] en el curso del tiempo y especialmente en los últimos años, esta definición ha sido ampliada a otros procesos de “revitalización” de los centros urbanos degradados y de “elitización” de las ciudades, a otros espacios (a espacios públicos, a espacios comerciales, a espacios residenciales más pericentrales) y también a nuevas categorías de población (a los “asalariados de la sociedad de servicios”, a los “hipercuadros de la mundialización”, a las “elites urbanas circulantes y globalizadas”). De esta forma, en la literatura especializada, la noción de gentrificación designa hoy en día tanto los procesos de renovación social y de transformación del entorno construido observables a la escala del barrio, como las políticas impulsadas por ciertas ciudades para atraer en sus centros a las “clase creativas” (Florida, 2002), en un triple contexto de restructuración de las economías capitalistas, de competencia entre las ciudades y de difusión de nuevas teorías del desarrollo económico local, recurriendo en algunos casos a la puesta en marcha de edificaciones nuevas —a las cuales hace referencia la expresión reciente de new build gentrification (Autier y Bidou, 2008:14).

Para el caso de México, hasta la fecha son pocos los estudios sociodemográficos que presentan resultados concluyentes acerca de la expulsión y el remplazo de población de bajos recursos en áreas centrales. Sin embargo, son evidentes los procesos de sustitución de vivienda vetusta por nuevos edificios de mucho mayor valor, el encarecimiento de los inmuebles y de los alquileres, la transformación de la oferta comercial, que ahora va dirigida a un público de mayores recursos y con capital cultural cosmopolita, y la mejora selectiva de las infraestructuras y de los servicios públicos en ciertas zonas de la ciudad. Así que el conjunto de estos fenómenos permite hablar, si no de gentrificación a secas, seguramente de una “gentrificación sin desplazamiento”, para aludir a los procesos de encarecimiento del suelo y de los bienes inmuebles y los efectos que éstos producen en cuanto a la llegada de nuevos habitantes portadores de nuevas dinámicas urbanas, sin que exista necesariamente un abandono de los lugares por parte de los viejos habitantes, quienes en algunos casos pueden incluso recabar algún —generalmente magro— ingreso económico al entablar relaciones de prestación de servicios con los nuevos habitantes de clases media y alta. Estos nuevos habitantes, atraídos por la centralidad de ciertos barrios y por los atisbos de renovación de algunos de sus espacios públicos —como es el caso de los jóvenes en la colonia Santa María la Ribera en este libro—, inauguran nuevos modos de habitar el espacio que tienden a volverse dominantes y a desplazar a otros, dando lugar a un proceso de colonización simbólica y material que redefine el sentido del espacio local no sólo para ellos, sino también para los habitantes originarios, que son confrontados a cambios en los cuales no se reconocen.9

Para reflexionar críticamente sobre los resultados de estas políticas de recuperación, redensificación y rescate de espacios urbanos, es importante reiterar que el habitar, es decir la relación de los habitantes con el espacio, es un hecho colectivo socialmente producido y culturalmente reproducido, en el cual se manifiestan las desigualdades y diferencias —socioculturales y económicas— entre los diversos grupos y sectores que componen una sociedad y los distintos órdenes urbanos que en distintos contextos definen esta relación.10 En esta perspectiva, la metrópoli es una combinación de órdenes urbanos distintos, no siempre coherentes y compatibles los unos con los otros, en los cuales pueden existir grandes diferencias en la relación de los habitantes con sus espacios (Duhau y Giglia, 2008). Se entiende por lo tanto que el espacio público urbano no es una entidad homogénea, sino que sus características y sus usos suelen cambiar según los distintos órdenes urbanos. De allí la necesidad de considerar las intervenciones de rescate y sus resultados no como correctas o exitosas en abstracto, sino siempre en relación con el tipo de espacio en el cual se llevan a cabo y con los diversos usuarios que se relacionan con él, como veremos en el siguiente apartado.



RENOVACIÓN URBANA Y DESIGUALDAD SOCIOESPACIAL
ALREDEDOR DE UN PARQUE EMBLEMÁTICO


A continuación veremos cuáles son los efectos prácticos y concretos de las políticas de renovación urbana cuando se aplican en un espacio específico y particularmente significativo de la Ciudad de México. Es el caso de la Alameda Central y sus alrededores, la explanada del Palacio de Bellas Artes y la calle Doctor Mora, lugares recientemente renovados que en los últimos años se han convertido en espacios vibrantes que convocan a una gran cantidad de visitantes de toda el área metropolitana, además de turistas nacionales y extranjeros. Veremos cómo en los alrededores de la Alameda Central, justo en sus orillas, se puede presenciar una gran diversidad de usos del espacio y una gran desigualdad en las condiciones mismas de los edificios colindantes, en el estado de mantenimiento del espacio urbano y en los modos de habitar de sus actores predominantes en ciertos puntos de su perímetro.11