Auge y declive
de la hegemonía chavista
FRANZ MANUEL VON BERGEN GRANELL
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“The great error of socialists, an error commited in consequense of their lack of adequate psychological knowledge, is to be found in their combination of pessimism regarding the present, with rosy optimism and immeasurable confidence regarding the future”

ROBERT MICHELS, 1911

“Cuando más lleguen los partidos a comportarse como facciones, más importante será comprender que nuestro rechazo se dirige menos contra la idea de partido que contra su degeneración faccional”

GIOVANNI SARTORI, 1976

Agradecimientos

Este libro fue posible gracias a tres de las mejores universidades de Venezuela: la Central, la Simón Bolívar y la Católica Andrés Bello. En la primera estudié periodismo, en la segunda realicé la maestría de Ciencia Política y la tercera me apoyó en todo el proceso de publicación de este escrito, cuya columna vertebral es el trabajo de grado presentado para optar al título de magíster. Para cumplir con ese requisito académico fue muy importante mi tutor, el profesor Herbert Koeneke. De la UCAB debo mencionar de manera especial al profesor Marcelino Bisbal por confiar en mi y en este proyecto.

Mi primer acercamiento serio al estudio del chavismo fue desde la óptica periodística y gracias a las redacciones de los periódicos en los que he trabajado (El Nacional, Últimas Noticias, El Mundo Economía y Negocios y El Nuevo País). Últimas Noticias me permitió conocer el movimiento y hacer contactos dentro de él, a la vez que El Nacional me llevó a evaluarlo desde un punto de vista más analítico. Todas las redacciones recién mencionadas merecen mi agradecimiento y reconocimiento. De los integrantes de esos equipos, de quienes he aprendido innumerables cosas, es menester agradecer particularmente a Hernán Lugo Galicia, quien ha cubierto las informaciones del chavismo desde sus inicios y me aclaró distintas dudas que me afloraron a la hora de realizar el presente trabajo.

De igual forma, debo agradecer a Félix Seijas padre y Félix Seijas hijo, quienes me permitieron acceder a los archivos de la encuestadora Ivad para recopilar datos estadísticos usados en esta investigación. En esa misma línea debo mencionar a Edgard Gutiérrez, quien me facilitó cifras de Venebarómetro. También debo agradecer a Javier Corrales por leer fragmentos del libro y darme valiosos comentarios.

Finalmente, agradezco a todos los miembros de mi familia quienes tuvieron que aguantarme hablando sobre un mismo tema a diario y escucharon todas las ideas que me vinieron a la cabeza para darme su opinión. También tuvieron paciencia cuando retrasé distintas cosas para seguir investigando, leyendo o escribiendo.

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La importancia de los partidos políticos

Desde la Independencia nacional en 1811 y hasta nuestros días, el poder político en Venezuela ha estado en manos de gobiernos militares durante la mayor parte del tiempo y con la gran excepción de las décadas transcurridas entre 1958 y 1998, cuando el bipartidismo de Acción Democrática y Copei, calificado por algunos como una “partidocracia”, controló la presidencia. En los primeros años de la República, caudillos con poder de fuego se repartieron el dominio del país en un periodo de profunda inestabilidad política que sólo terminó con el ascenso al poder de Juan Vicente Gómez en 1908 y gracias a la institucionalización del Ejército que inició entonces. Parte de la oficialidad de la Fuerza Armada Nacional ha tenido desde ese momento periodos de profunda mentalidad pretoriana, entendido este fenómeno como la “influencia política abusiva ejercida por algún grupo militar” (Irwin, 2006: 24). Prueba de ello son la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y el ascenso al poder de Hugo Chávez en 1999. Sin embargo, el caso del chavismo es atípico y, pese a ser un gobierno pretoriano, presenta un elemento que lo diferencia de cualquier otro de los regímenes de este tipo que ha tenido Venezuela en toda su historia: su apoyo en un partido político para llegar a una posición de poder y mantenerla.

Surge entonces la pregunta de por qué el chavismo requiere de una organización de este tipo en vez de apoyarse únicamente en su poder de fuego y el monopolio de la violencia para preservar el poder, tal como hicieron otros gobiernos de origen militar anteriormente. La respuesta yace en el periodo histórico en el que surge este movimiento político y los avances que dio la sociedad venezolana en las cuatro décadas anteriores. Desde la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, en el país se experimentó un aumento significativo de la participación política, lo que modernizó la sociedad. El académico estadounidense Samuel Huntington advierte que en los sistemas modernos los partidos políticos son “clave” para organizar el involucramiento político de las masas (Huntington, 1968: 82). Llevan a cabo una función “canalizadora” que es fundamental para mantener el orden de la sociedad sin importar el tipo de gobierno que exista e incluso en medio de formas tan disímiles como una democracia o una dictadura.

De esta forma, el orden en las sociedades modernas depende de la capacidad de los partidos para canalizar la participación de los diversos grupos a través de las vías institucionales.

Cuando las organizaciones políticas fallan en esta tarea, sea por errores propios o porque se rompe la institucionalidad, Huntington advierte que se corre el riesgo de entrar en lo que califica como una “sociedad pretoriana”. En estas, los distintos grupos y actores intentan llevar a cabo su participación sin ningún tipo de canalización o moderación previa, por lo que se confrontan entre sí aplicando las herramientas que cada uno piensa que le pueden ser más útiles según su naturaleza y habilidades: “los ricos sobornan, los estudiantes se amotinan, las turbas protestan y los militares dan golpes de Estado” (Ibid: 196). Normalmente lo terminan haciendo pensando en beneficios personales y no en el bien público de la nación. Este escenario revela entonces la importancia que tiene el correcto funcionamiento de los partidos y sirve de abreboca para revelar el peso que han tenido el Movimiento Quinta República y el Partido Socialista Unido de Venezuela para el chavismo a pesar de las limitaciones que han presentado y que son analizadas en las páginas subsiguientes de este trabajo.

Expuesto este punto, cabe entonces pasar a hacer un repaso general de diversos conceptos teóricos formulados por académicos de distintos países sobre las organizaciones políticas y su historia. Este recorrido aportará las herramientas necesarias para una mejor y más completa comprensión del análisis hecho en los capítulos posteriores con los partidos políticos del chavismo como centro. De igual forma, aportará nuevos elementos sobre la importancia de los grupos partidistas para los sistemas políticos en general.

1. Concepto general

El estudio académico de los partidos políticos comenzó en 1902 con la publicación de Democracia y los partidos políticos, libro escrito por Moisei Ostrogorski y el primero de miles de textos sobre el tema en los que se han expuesto diversas teorías en defensa o en detrimento de este tipo de grupos. Sin embargo, a pesar de que el tema ha estado por más de cien años en la palestra, en el presente sigue causando debate un elemento básico como lo es la definición mínima de partidos. Según Martínez González (2009), la falta de un concepto básico universalmente aceptado ocurre por las siguientes razones: 1) es un concepto polisémico condicionado por la impronta geográfica, histórica y evolutiva; 2) no hay total consenso entre los académicos; y 3) no se han formado categorías rígidas al respecto. Esto genera disputas importantes como la de catalogar o no a los partidos como organizaciones. Las teorías de Ostrogorski (1902), Michels (1911), Duverger (1957) o Panebianco (1982) los presentan como estructuras estables, a lo cual se oponen académicos como Epstein (1967), para quien “son cualquier grupo, aunque laxamente organizado, que busca puestos gubernamentales dentro de cierta etiqueta” (2009: 43).

Giovanni Sartori se dio a la tarea de estudiar el problema de la definición, para lo que consideró que era imprescindible identificar el elemento realmente distintivo de los partidos políticos, que, para él, es la participación en elecciones. De esta manera, llegó a la siguiente definición mínima: “un partido es cualquier grupo político identificado por una etiqueta oficial que se presenta a las elecciones, y puede sacar en elecciones (libres o no) candidatos a cargos públicos” (1976: 100). Este concepto representa una solución salomónica entre las partes en disputa porque deja abierta la posibilidad de que los partidos sean o no organizaciones, a la vez que incluye el combate electoral sin dejar por fuera a los partidos hegemónicos, lo que logra haciendo la salvedad de que las elecciones pueden ser libres o no.

Pese a su utilidad, un concepto como este requiere de mayor profundización debido a que su amplitud es tal que admite dentro de sí a los diversos tipos de partidos que existen bajo regímenes totalmente disímiles como lo serían la democracia y la dictadura. En aras de lograr una mayor especificidad, se puede utilizar una distinción básica propuesta por Sodaro entre “partidos políticos competitivos, anti-régimen y hegemónicos o únicos”. Los primeros, presentes en sistemas democráticos, concurren ante el electorado con propuestas de acción política con el objetivo de ganar el respaldo de la mayoría de los electores en una competencia con reglas claras y justas para acceder a los puestos de mando. Los segundos, por su parte, “no aceptan las reglas del sistema existente de gobierno, aspirando a revocarlas” (2004: 191). Sodaro hace la salvedad de que este tipo de organizaciones puede concurrir también a elecciones democráticas, aunque no con la intención de consolidar el sistema sino con el objetivo final de hacerlo fracasar. Sartori agrega que “representan una ideología extraña (…) y socavan la legitimidad del régimen al que se oponen” (Op. Cit: 174). Por su parte, los partidos hegemónicos o únicos “monopolizan el poder del gobierno” (Sodaro, Op. Cit: 192). Sartori aclara que estos dos subtipos presentan una diferencia entre sí: los únicos son aquellos que pertenecen a un sistema en el que no hay otras organizaciones, ni siquiera pequeñas. A su vez, los hegemónicos pueden admitir la existencia de otros partidos, algunos incluso aliados a los cuales tratan de forma subordinada. Buscan dominar el poder y desde esa posición eliminan la posibilidad de que haya una competencia real por un cambio de mando. Estas organizaciones pueden presentar distintas intensidades ideológicas, por lo que hay partidos hegemónicos ideológicos y hegemónicos pragmáticos (Sartori, Op. Cit: 284).

Es importante recalcar la diferencia entre los partidos predominantes y los únicos o hegemónicos. Los primeros mantienen el control del poder pero dentro de un sistema competitivo que da también posibilidades a los otros actores. Si una organización logra conservar esa posición privilegiada ganando elecciones limpias por más de tres periodos consecutivos, Sartori plantea que empieza a existir un sistema de partido predominante (Ibid: 258). Contrariamente, los grupos que pertenecen a los tipos anti régimen o hegemónicos o únicos pueden planificar la toma del poder a través de métodos violentos y dejan de lado el juego democrático. El académico italiano agrega que la etiqueta de “hegemónico” es importante debido a que se necesita un puesto para los falsos sistemas de partido predominante, aquellos formados por organizaciones de este tipo pero que impiden de facto una competencia efectiva (Ibid: 291).

El principal aporte de la distinción de Sodaro es que califica a los grupos políticos, aunque sea de manera muy general, según su relación con los demás actores de la sociedad en la que se desenvuelven, incluyendo a los otros miembros del sistema de partidos, el cual es entendido por Mainwaring y Scully como “un conjunto de interacciones normadas en la competencia de partidos” (1995: 65). Este elemento característico lleva nuevamente el análisis al trabajo de Sartori, quien, en la tarea de definir estos sistemas, advierte que cada una de las organizaciones puede ser vista como una parte de un todo o como el todo mismo. Los partidos “competitivos” entrarían en la lógica de una realidad pluralista que necesita de partes, cada una de las cuales debe ser capaz de gobernar en aras del todo con un interés general, por lo que se convierte en una mera facción si no lo hace. Por su parte, los “hegemónicos o únicos” son parte de un “pseudotodo”, pues el todo se termina identificando con un solo partido que se transforma en una duplicación del Estado.

Es pertinente entonces la pregunta de para qué sirve un partido si no tiene una parte a la cual representar y no existe otra parte que le haga contrapeso. Sartori se encarga de responder señalando otro elemento básico de estos grupos políticos: son elementos expresivos que realizan una función expresiva y también se encargan de canalizar la voluntad de la ciudadanía. Por lo tanto, son “un organismo de canalización”, puesto que “la no existencia de partidos en absoluto deja a la sociedad fuera del alcance, fuera del control, y, a la larga, ningún régimen modernizado puede asentarse sobre esta solución tan insegura e improductiva” (Sartori, Op. Cit: 73). En este punto radica la importancia del partido único, pues el Estado exige la exclusividad y, por tanto, se enfrenta con un importante problema de autojustificación y autoafirmación que requiere de una sociedad politizada para persuadirla y generar devoción. El instrumento para movilizar termina siendo el partido. Esta reflexión lleva nuevamente a la idea de Samuel Huntington comentada al principio de este capítulo. El académico advierte que en una sociedad donde las instituciones tradicionales son barridas por una revolución, el orden depende en gran parte del emerger de un partido fuerte que sea capaz de servir de conexión entre las distintas fuerzas sociales y el gobierno. La organización partidista cobra entonces una importancia incluso mucho mayor, pues se transforma en la única alternativa capaz de generar estabilidad. “En la ausencia de fuentes tradicionales de legitimidad, esta es buscada en la ideología, carisma y soberanía popular. Para que sean duraderos, cada uno de estos principios de legitimidad tienen que estar encarnados en un partido (…), el cual se convierte en la fuente de legitimidad porque encarna la soberanía nacional, la voluntad popular o la dictadura del proletariado” (Huntington, Op. Cit: 91). Cita como ejemplos los casos de la revolución rusa, china, mexicana y turca.

Gramsci también aborda el tema de la función y la importancia del partido político en su libro El príncipe moderno. Indica que este grupo debe ser el “protagonista” de una nueva versión de El Príncipe, de Maquiavelo, debido a que “en las diversas relaciones internas de las diferentes naciones intenta crear un nuevo tipo de Estado” (Sin Fecha: 47). Agrega que, en el caso de los regímenes totalitarios, la función tradicional de la corona termina siendo asumida por un determinado partido. A su juicio, para que exista uno de estos grupos, totalitario o no, es preciso que coexistan tres elementos: 1) los dirigidos, un conjunto indefinido de hombres comunes y medios que ofrezcan como participación su disciplina y su fidelidad. Estos “constituyen una fuerza en cuanto existen hombres que los centralizan, organizan y disciplinan, pero en ausencia de esta fuerza cohesiva se dispersarían” (Ibid: 51); 2) los dirigentes, un elemento de cohesión principal que transforma en potentes un conjunto de fuerzas que abandonadas no tendrían valía. Este segmento está dotado de inventiva y tiene la capacidad de cohesionar e impartir disciplina; y 3) los enlaces, un elemento medio que articula el primero y el segundo, que los pone en contacto físico, moral e intelectual. Para que surja el partido, Gramsci considera que es indispensable que “exista una convicción férrea de que es necesaria una determinada solución de los problemas vitales” (Ibid: 53). Sin ella nunca podría formarse el segundo elemento, el cual puede animar el surgimiento de los otros dos. Agrega incluso que un partido nunca podrá ser destruido si el segundo elemento queda con vida o si, en caso de ser destruido, deja como herencia un fermento que le permita regenerarse. Es evidente entonces que para Gramsci es sumamente importante la actuación de la clase dirigente y el nivel de formación que ésta pueda impulsar en los cuadros medios e inferiores para que se transformen en sus herederos. Lógicamente, esto tiene un impacto importante sobre el peso de la clase dominante dentro de los partidos, lo que afecta la toma de decisiones y la democracia interna de las organizaciones, justamente en lo cual muchos autores han basado sus estudios sobre el tema.

1.1. Impacto en la democracia

Antes de que aparecieran las formulaciones recién mencionadas sobre las distintas tipologías de partidos y otras más específicas, basadas en diferencias de organización, estructura e ideología, que serán tratadas más adelante, los primeros análisis partidistas se concentraron en el impacto que tienen estos grupos sobre la democracia. Ostrogorski y Michels fueron pioneros al enfocar sus estudios en los intercambios que se dan entre los distintos actores a lo interno de lo que consideraban organizaciones políticas estructuradas y en la poca democracia que, a juicio de ambos, existe en esos espacios.

Para Ostrogorski, los partidos son aceptados debido a la incapacidad de las masas para autogobernarse en armonía y de común acuerdo. Sin embargo, este tipo de asociación política establece candados para la participación a pesar de sus pretensiones pluralistas, pues restringe la libertad del individuo y el sistema electoral establece límites para seleccionar a sus representantes de entre organizaciones partidistas que dicen representar intereses sociales. “En el partido, los militantes son presa fácil de los líderes, quienes tienen en sus manos el control de los principales asuntos” (2009: 773). Agrega que el factor que corrompe más a estos grupos es su perdurabilidad, la cual obliga a la militancia a seguir los designios de ciertos líderes por demasiado tiempo mientras se convierten “en organizaciones colectivas permanentes, rígidas, corruptas y tiranas” (ídem).

Los estudios de Michels llegaron pocos años después y se enfocaron en el desarrollo del Partido Socialdemócrata Alemán a principios del siglo XX. Su principal aporte fue indicar que, como en toda organización, los partidos esconden una tendencia oligárquica debido a que los mecanismos de organización, aunque confieren una estructura sólida, inducen a cambios serios en las masas organizadas, invirtiendo las posiciones de los dirigentes y los dirigidos. Como resultado “todo partido o unión profesional termina dividido en una minoría de directores y una mayoría de dirigidos” (Op. Cit). Advierte que toda organización construida de manera sólida representa un terreno favorable para la diferenciación en direcciones con funciones divididas. Mientras más ramificado esté el aparato del partido y su número de miembros sea mayor, el control directo se hace menos eficiente y tiende a ser reemplazado por un poder creciente de los comités. Aunque en la teoría el líder no sea más que un empleado que tiene que cumplir con las instrucciones que recibe de la masa, la realidad es que, mientras una organización aumenta su tamaño, el control sobre los líderes se vuelve ficticio. Los jefes entonces se acostumbran a decidir varias cuestiones sin consultar a la militancia, lo que disminuye el control democrático. Estas observaciones lo llevaron a proponer la “ley de hierro de la oligarquía”, tesis que distinguió su trabajo y que sostiene que toda organización estructurada termina desarrollando intereses particulares que la convierten en un fin en sí mismo, por lo que deja de ser un simple vehículo para lograr la meta colectiva para la cual fue creada.

A pesar de que esta propuesta sigue teniendo vigencia en la actualidad, Panebianco (Op. Cit) refutó la idea de que la aparición de oligarquías a lo interno de las organizaciones fuera una “ley de hierro” y que los fines oficiales estuviesen condenados a quedar reducidos a ser una mera fachada, pues, a su juicio, continúan ejerciendo siempre una influencia efectiva sobre la organización, sea desarrollando funciones esenciales o en las relaciones entre el grupo y su entorno. Remarca que las conclusiones de Michels son demasiado radicales, aunque no niega la existencia de una tendencia en el sentido descrito por el académico alemán. Tanto así que admite que sí se da un cambio de intereses dentro de las organizaciones cuando éstas alcanzan un grado de institucionalización en el que se consolidan y pasan a desarrollar intereses estables en la propia supervivencia y lealtades organizativas igualmente estables. Considera que surge una élite dirigente a la que llama “coalición dominante” y define como el conjunto de actores que dominan las zonas de incertidumbre (aquellos factores de diferentes tipos presentes a lo interno del partido y cuyo control permite desequilibrar las fuerzas entre las distintas tendencias o facciones) y tienen capacidad de distribuir incentivos organizativos como moneda de cambio de los juegos de poder (Ibid: 91). Estos incentivos pueden ser colectivos (beneficios o promesas que la organización debe distribuir a todos los participantes en la misma medida y pueden ser de identidad, solidaridad o ideológicos) o selectivos (beneficios que la organización distribuye solamente a algunos participantes de manera desigual y pueden ser de poder, de estatus o materiales).

Panebianco sostiene que la fisonomía de la coalición dominante puede ser analizada desde tres puntos de vista: su grado de cohesión interna, su grado de estabilidad y el mapa de poder al que da lugar en la organización. El primer elemento depende de la dispersión del control de las zonas de incertidumbre entre los distintos líderes. Establece una distinción entre partidos subdivididos en facciones (grupos fuertemente organizados que tienden a llegar hasta la base) y tendencias (débilmente organizados y carentes de base). Hay otro tipo de facciones que son las geográficamente concentradas, organizadas sólo en la periferia. Destaca que una coalición dominante es una alianza de alianzas: siempre será el resultado de negociaciones entre grupos con subgrupos cuyos lazos internos serán menos fuertes en el caso de una tendencia y más fuertes en el caso de una facción. Aclara que no siempre una coalición dividida en facciones es inestable, pues se dan casos en los que se mantiene la estabilidad a través de compromisos recíprocamente aceptables entre las distintas partes. Sin embargo, la única forma que tiene el liderazgo para cuidar la estabilidad organizativa es mantener la capacidad de distribuir incentivos organizativos.

Otro académico que trabajó el tema de las élites dirigentes de los partidos fue Maurice Duverger (Op. Cit), quien advirtió que estas organizaciones presentan el doble carácter de una apariencia democrática y una realidad oligárquica. Esto abre la posibilidad de desarrollar dos tipos de autocracias dominantes: una reconocida u otra disfrazada. Cualquiera de las dos formas pasará a constituir el círculo interior del partido, que puede ser de distintos tipos según su formación. Las camarillas son grupos que utilizan una solidaridad personal estrecha y que a veces son un clan formado alrededor de un líder influyente; los equipos de dirección están constituidos por miembros que tienden a tener una solidaridad espontánea que procede de una comunidad de origen o de formación; el último tipo son las burocracias, que son institucionales. Las autocracias disfrazadas pueden poner en práctica dos técnicas para “camuflar” la democracia interna de las organizaciones: a) las manipulaciones electorales, formas de influir directamente en el resultado que tienen las consultas a la militancia, y b) la distinción entre jefes reales y aparentes, los cuales son los que mandan verdaderamente y en ocasiones pueden ser no elegidos (Ibid: 168).

2. Modelos de partidos

Al abordar el tema de los distintos tipos de partidos políticos que existen según la rigidez de su estructura, formas de participación de sus miembros, ideología y tamaño de su militancia, la literatura reciente propone una división general en cinco modelos, los cuales ofrecen un dibujo general de lo que ha sido la evolución de los partidos políticos modernos desde hace más de cien años (SUNY, 2012).

Partidos de cuadros y élite: En el momento de su surgimiento se identificaron por tener miembros de “alto estatus” que se encontraban en posiciones de poder desde antes de la aparición de los grupos políticos, por lo que se remontan a principios del siglo XIX. Duverger (Op. Cit.) explica que son de “origen interno” debido a que son creados por factores que ostentan el poder como un vehículo para atraer a ciertas masas electorales que no dominan. Por su parte, Neumann (1956) los cataloga como “partidos de representación individual” debido a que aparecieron en sociedades con un dominio político restringido y grados limitados de participación.

Se caracterizan por presentar una estructura muy débil y la actividad de sus miembros se limita a votar, por lo que el trabajo partidista se detiene entre periodos electorales. Neumann indica que sus dirigentes no reciben un mandato y sólo responden a su conciencia, a la vez que Duverger (Op. Cit) señala que su armazón tiene a los comités como estructuras de base. Éstos son un grupo cerrado al cual sólo se entra a través de cooptación tácita o mediante designación formal, por lo que terminan constituyendo agrupaciones de notables escogidos por influencia. No revisten el carácter de agrupaciones ideológicas o de comunidades de clase. En el caso de Estado Unidos, donde, según Duverger, el elemento base de los partidos se asemeja más a los comités, estos espacios terminan siendo equipos técnicos para la conquista de votos y puestos de administración. Logran financiamiento a través de recursos pertenecientes a sus destacados miembros o por donaciones que éstos consiguen gracias a su carácter prominente.

Partidos de masas: Este tipo de organizaciones fue estimulada por la aparición del voto universal, el cual expandió la participación política y dio cabida a muchos sectores sociales que hasta entonces habían sido excluidos. Fueron descritas por primera vez por Maurice Duverger y buscan sustituir el financiamiento capitalista de las elecciones por uno democrático, por lo que se caracterizan por apelar al público para repartir la carga económica sobre un número lo más elevado posible de miembros, lo que explica que tengan un mecanismo formal de adhesión que involucre el pago de una cuota y la firma de un compromiso. La ideología y características organizacionales de estos grupos están influenciadas por su objetivo de representar y movilizar a un segmento de la sociedad particular y muy bien definido, lo que hace que su creación tienda a estar fuera de las esferas de poder, convirtiéndose así en lo que Duverger llama partidos de origen externo (Op. Cit: 22). Neumann dio a este tipo de grupos el nombre de “partidos de integración social” debido a su función principal de incluir en la sociedad a segmentos que hasta entonces habían sido excluidos. Paradójicamente, los miembros terminan siendo absorbidos y, en cierta medida, aislados del resto de los estratos sociales a través de la propagación de una ideología distintiva que es difundida con propaganda y otros métodos organizados por el partido. La ideología varía entre las distintas organizaciones de masa, al igual que con respecto a otros grupos poderosos, lo que desata una furiosa competición política (SUNY, Op. Cit.).

El grado de presión ideológica al que pueden ser sometidos los miembros de una organización de masas también es cambiante, lo que lleva a Neumann (Op. Cit.) a diferenciar entre partidos de integración democrática y partidos de integración total. Los segundos requieren que el individuo se entregue a ellos incondicionalmente, niegan la libertad de escogencia y cualquier posible compromiso o coalición con otros partidos, pues buscan el ejercicio total del poder y la aceptación incuestionable de la línea del partido y su norma monolítica. Por su parte, Duverger (Op. Cit) los divide entre grupos especializados y totalitarios, según la participación que exigen a sus militantes. En los primeros, la participación conserva su carácter estrictamente político y no asume otras tareas. En los segundos hay una vida dedicada al partido y no hay distinción entre lo privado y lo público. Hay tres características que distinguen a estos últimos: (1) El partido intenta encuadrar todas las actividades del individuo y crea incluso organismos anexos de cualquier tipo para que ningún ámbito escape del control (sindicatos, equipos deportivos, actividades recreacionales). Se busca que el militante no disponga de tiempos de ocio en los que pueda reflexionar y las actividades anexas son una forma de conservar a miembros poco fieles, de reforzar la adhesión de los fieles y de asegurar la proyección de la doctrina ideológica. (2) La homogeneidad es norma, no se permiten divisiones, facciones o tendencias. (3) los partidos pasan a ser sagrados, lo que se explica por la transformación de las doctrinas políticas en creencias de naturaleza cuasi religiosa.

Inspirada en la idea de Lenin de construir un partido que sirva de vanguardia para el proceso revolucionario, la izquierda moderna continúa viendo en los partidos políticos de masa un elemento clave para la materialización del modelo que defiende debido al carácter “articulador” que pueden llegar a tener estas organizaciones. “Para que la lucha política sea eficaz, para que las actividades de protesta, de resistencia, de lucha del movimiento popular logren sus objetivos antisistémicos, se requiere un sujeto organizador que sea capaz de orientar y unificar los múltiples esfuerzos que espontáneamente surgen y promover otros” (Harnecker, 1998: 102). En el caso de América Latina, Harnecker sostiene que es indispensable que se agreguen los nuevos sujetos sociales que van surgiendo, entre ellos los indígenas, los cristianos, los jubilados y otros actores como los ecologistas, humanistas y colectivos étnicos o de libertad sexual (Ibid: 106). Otros autores, como Mészáros, hacen hincapié en la articulación con la clase trabajadora y critican fuertemente a los partidos socialdemócratas por separar el “brazo industrial” del trabajo de su “brazo político” (los partidos), lo que terminó “desviando al movimiento socialista de sus objetivos originales” (2001: 27 y 28).

Duverger (Op. Cit) estudió las distintas estructuras que tienen los partidos de masa. Sus elementos de base pueden ser de tres tipos: sección, célula o milicia. La primera es típica de los partidos socialistas y representa un avance generado entre 1890 y 1900. Es menos descentralizada que el comité porque se presenta como una parte de un todo cuya existencia separada no es concebible. Su carácter es amplio y trata de buscar miembros y multiplicar su número de efectivos, por lo que empieza a apelar a las masas y tiene permanencia fuera del periodo electoral. La célula, por su parte, es una innovación presentada por los comunistas soviéticos entre 1925 y 1930. Se distingue de la sección por dos elementos: la base de agrupación y número de miembros. No descansa en la base geográfica, sino que tiende a hacerlo en una profesional porque reúne a los miembros de un partido en el lugar de trabajo (aunque existen también las células locales). Además, es un grupo mucho más pequeño que la sección y no debe alcanzar el centenar de militantes. Su carácter es absolutamente permanente y terminan siendo un elemento de agitación, propaganda y acción clandestina. Por último está la milicia, que “es una especie de ejército privado cuyos miembros están organizados militarmente, sometidos a la misma disciplina y al mismo entrenamiento que los soldados (…) pero sus miembros siguen siendo civiles; salvo excepción, no son movilizados permanentemente ni mantenidos por la organización: sólo están sujetos a reuniones y ejercicios muy frecuentes” (Ibid: 66). Son grupos de base muy pequeños que se aglomeran en pirámides para formar unidades cada vez mayores. En las secciones de asalto del partido nacional-socialista alemán, ejemplifica Duverger, el elemento inicial era la escuadra, tres escuadras formaban una sección, cuatro de éstas una compañía, dos de éstas un batallón, tres a cinco de éstos eran un regimiento, tres de éstos una brigada y cuatro a siete brigadas una división. Al lado de estas estructuras generalmente hay secciones de asalto o células de empresas y secciones de tipo clásico. El armazón de milicias es una creación fascista y corresponde a la doctrina de minorías actuantes y la necesidad de la violencia para conquistar y conservar el poder. Este tipo de organización permite una respuesta rápida y coordinada ante cualquier contingencia.

Los partidos de masas tienen una articulación fuerte y sus enlaces tienden a ser verticales entre los distintos niveles de la organización, expone Duverger (Op. Cit). Pueden ser descentralizados o centralizados, aunque “muchos partidos se declaran descentralizados, cuando son, en realidad, centralizados” (Ibid: 86). Hay dos tipos de centralismos, el autocrático y el democrático. En el primero todas las decisiones vienen de arriba y su aplicación está controlada localmente por representantes de la cima. El democrático es más flexible, pues su objetivo es la aplicación de las medidas de manera rigurosa y precisa pero comprensiva, buscando adhesión de la base. Una expresión de esto es que haya dirigentes locales elegidos por la base cuyo papel sea traducir las opiniones de ésta a los escalones superiores y explicar los motivos de las decisiones centrales a las bases. El centralismo democrático fue concebido por la izquierda como una solución ante el problema de la concentración de la toma de decisiones en la élite dirigente y supone que se den discusiones muy libres en todos los niveles de los partidos antes de que sea tomada una decisión. Esto con la finalidad de aclarar al centro las diferentes posturas que existen en la base. Después de esto, se pide a la militancia la disciplina más rigurosa al momento de acatar lo que se haya acordado.

Otro elemento importante de los partidos de masas es que no todos sus miembros son iguales. Duverger considera (Op. Cit) que existen tres grados diferentes de participación: el elector, el simpatizante y los militantes. Los primeros sólo apoyan al partido en una determinada coyuntura. Los segundos, por su parte, admiten su inclinación hacia el partido, punto clave para diferenciarlos del elector. Los partidos intentan tener “organismo anexos” que permitan ampliar la participación de los simpatizantes y los mantengan cerca de la organización, por lo que eventualmente se pueden transformar en militantes, los cuales se diferencian porque asisten regularmente a las reuniones, participan en la difusión de consignas, hacen propaganda y preparan elecciones. Estos últimos no deben ser confundidos con los dirigentes debido a que no son jefes sino simples ejecutantes de la línea del partido.

Por su parte, Panebianco (Op. Cit.) se basa en su idea del sistema de incentivos, que fue explicada anteriormente, para proponer otra forma de diferenciar a los miembros. Pueden ser creyentes (si su participación depende mayoritariamente de incentivos colectivos) y arribistas (si su participación se basa mayormente en los incentivos selectivos que reciben, materiales o de status). Los creyentes son aquellos que defienden los fines oficiales de las organizaciones y forman alianzas basadas en aspectos ideológicos. Los arribistas, por su parte, suministran la principal masa de maniobra de los juegos entre facciones, tienden a ser parte de escisiones y son una amenaza al orden organizativo.

Partidos “atrápalo-todo”: Las organizaciones de masas son limitadas en su atractivo y sólo buscan movilizar grupos específicos, sean sociales o religiosos. Esta es la principal diferencia con respecto a los partidos “atrápalo-todo”, que tienen el objetivo de ensanchar su base de apoyo atrayendo a electores de distintos grupos. Kirchheimer (1966) considera que dos circunstancias se conjugaron para generar el marco propicio para sus aparición: 1) la falla al integrar los partidos proletarios de masas en el sistema político oficial y 2) la incapacidad de los partidos burgueses de avanzar al estado de partidos de integración, pues no pudieron dejar de ser clubes de parlamentarios para convertirse en agencias de políticas masivas con capacidad de competir con los partidos de integración en el mercado electoral.

El nacimiento de este tipo de organizaciones se dio tras la Segunda Guerra Mundial, etapa en la que hubo altos niveles de crecimiento económico en varios países de Europa y América, lo que propició la aparición de una clase media más sustancial. Esto redujo la polarización social y con ello la separación política, por lo que los partidos de masas, que eran producto de un contexto con diferencias de clase marcadas, se vieron obligados a transformarse. El académico alemán puntualiza los cambios que implicó este proceso: 1) drástica disminución del bagaje ideológico del partido, 2) reforzamiento de los grupos dirigentes, que ahora son juzgados por la eficiencia de sus políticas para toda las sociedad y no sólo para el partido, 3) disminución del rol del miembro del partido, 4) reducción del énfasis que se hace en las políticas de clases o de clientela para pasar a reclutar votantes de toda la población y 5) asegurar el acceso a una variedad de grupos de interés (Ibid: 198). Por su parte, Katz y Mair (1995) advierten que, tras el advenimiento de estas organizaciones, las elecciones empezaron a concentrarse más alrededor de la selección de líderes que en la escogencia de programas políticos, los cuales pasaron a ser desarrollados por las dirigencias partidistas tomando menos en cuenta a los miembros.

Partidos de cartel y Estado de partidos: Katz y Mair consideran que la evolución histórica de los partidos políticos modernos puede ser explicada de acuerdo a la posición que presentan estas organizaciones en la sociedad civil y el Estado (Ibid). Luego de pasar por las tres fases vistas hasta ahora, advierten que en la última etapa las organizaciones políticas son absorbidas por el Estado, dando lugar a los partidos de cartel y al Estado de partidos, el cual se convierte en una fuente de recursos para estos grupos gracias a los cuales pueden subsistir (Ibid: 16). Los actores muy radicales tienden a quedar aislados y excluidos, mientras que los demás mantienen una unión permanente al Estado.

Ante el surgimiento de este tipo de organizaciones, las diferencias materiales entre los ganadores y perdedores en elecciones se reducen dramáticamente, pues casi todos los partidos sustanciosos son cercanos a la administración pública. “Frecuentemente, el acceso a los medios no se ve afectado por estar ausente del gobierno, así como ocurre con el acceso a las subvenciones (…). En este sentido es quizá más acertado hablar del surgimiento de partidos de cartel en plural, pues su desarrollo depende de colusiones y cooperación entre competidores ostensibles y en acuerdos que requieren el consentimiento y la cooperación de todos, o casi todos los participantes relevantes” (Ibid: 17). Esto tiene consecuencias para la democracia. Los distintos programas políticos se hacen similares y, mientras las campañas se orientan más hacia metas acordadas, se reduce el nivel en el que los resultados electorales pueden determinar las acciones del gobierno. Estos actores pierden el miedo a ser sacados de la administración pública porque nunca son retirados totalmente de ésta, razón por la cual los políticos quedan sin ese incentivo mayor que los hace ser responsables ante la ciudadanía. Esta situación se va acentuando con el pasar del tiempo, ya que los partidos sienten la necesidad de reducir cada vez más el costo de cualquier derrota.

Partidos empresariales: Surgen como un fenómeno reciente en Europa y en reacción a los partidos de cartel. Como éstos dominan un bastión de poder, los competidores deben organizarse fuera de ese ámbito y tienen que utilizar otros recursos para amasar apoyo electoral. Su orientación ideológica es flexible y buscan atraer apoyo superficial de amplios sectores de la sociedad, por lo que las posiciones programáticas son desarrolladas como los productos dentro de una empresa: en respuesta a las demandas encontradas en estudios de mercado que se llevan a cabo usando técnicas como focus groups, encuestas y pruebas locales. Buscan luego envasar sus propuestas en paquetes atractivos y son sacadas al mercado electoral (SUNY, Op. Cit.).

2.1. La propuesta de Gunther y Diamond

En 2003, Gunther y Diamond publicaron un trabajo en el que expusieron que las tipologías de partidos políticos descritas hasta ese momento, y resumidas en los cinco modelos recién expuestos, eran muy estrechas y no permitían captar ciertas variaciones singulares de cada organización política. Para remediar ese problema, propusieron una nueva calificación que los llevó a identificar 15 tipos ideales mezclando elementos organizacionales, la naturaleza programática, la estrategia y el comportamiento de cada grupo. Hicieron la salvedad de que algunas organizaciones pueden evolucionar de un tipo a otro a lo largo del tiempo. Los 15 tipos fueron ubicados en una división más general hecha según la clase de estructura que tienen. De esta manera, describieron partidos de élite, que se subdividen en (1) organizaciones de notables y (2) clientelares; partidos de masas, que se subdividen en (3 y 4) nacionalistas pluralistas o ultranacionalistas, (5 y 6) socialistas socialdemócratas o leninistas y (7 y 8) religiosos confesionales o fundamentalistas; partidos electoralistas, que se subdividen en (9) atrapa todo, (10) programáticos y (11) personalistas; partidos movimiento, que se subdividen en (12) libertarios de izquierda y (13) posindustriales de extrema derecha; y grupos étnicos, que se subdividen en (14) congresos y (15) étnicos (2003).

De todos estos, cabe detallar la descripción hecha sobre los partidos electoralistas personalistas, de los cuales colocan como un ejemplo al Movimiento Quinta República (2003: 188). Indican que su única meta es convertirse en un vehículo para que el líder gane elecciones, por lo que tienden a ser organizaciones construidas por ese personaje para avanzar en sus ambiciones políticas. No es de extrañar que esa figura sea presentada en las campañas electorales como la solución a todos los problemas del país. Su organización es “débil, superficial y oportunista” (Ibid: 187).

También por su particularidad con respecto a lo descrito en los modelos anteriores, es interesante detenerse en los partidos movimiento, que son definidos como un tipo de organizaciones que se hallan en el espacio conceptual que hay entre partido y movimiento (Ibid: 188). Es una categoría desarrollada para referirse a grupos que, aunque se presentan a elecciones, se orientan en torno al logro de metas reivindicativas específicas semejantes a las que caracterizan a los movimientos sociales y pueden rechazar algunos valores asociados a la sociedad y la economía industrial capitalista moderna (Molina, 2004: 12). Es útil recordar entonces el estudio hecho sobre este tipo de grupos sociales por Pasquino, quien concluye que todos los análisis de los diferentes autores concuerdan en que estos son “un instrumento de participación política, más frecuentemente heterodoxa y a veces anómala, pero de cualquier forma influyente, que seguirá siendo utilizado y que representa uno de los modos modernos de condicionar los detentadores del poder y de reorientar sus políticas (2011: 123). Agrega que éstos, “ya sea que ganen o pierdan, introducen significativos cambios en el sistema social” (Ibid: 121). Detalla que Charles Tilly explica su existencia a partir de la presencia de desequilibrios en la distribución del poder en todas las sociedades. Estos grupos tienden a organizarse para buscar fines comunes a través de la acción colectiva.

3. Institucionalización de los partidos

Panebianco propone diferenciar los partidos según el grado de institucionalización que alcanzan, lo cual depende de la modalidad que siguen en su proceso de formación y de su origen (Op. Cit: 117 y 118). Como cualquier otra organización, éstos son una estructura en movimiento que evoluciona, se modifica a lo largo del tiempo y reacciona a cambios exteriores (Ibid: 107). Los factores que inciden mayormente en la estructura son la historia organizativa (su pasado) y las relaciones que establecen en cada momento con otros actores u organizaciones a su alrededor. Por esto, basa su análisis en los conceptos de modelo originario y en el proceso de gestación que viven los grupos políticos para llegar a la fase de institucionalización (Ibid: 108).

Sobre el modelo originario, propone basarse en tres factores. El primero tiene que ver con el modo en que se inicia y desarrolla la construcción de la organización, lo que puede producirse por penetración territorial (cuando un centro dirige el desarrollo de la periferia) o por difusión territorial (cuando el desarrollo se produce por generación espontánea, a partir de élite regionales que se convierten en las agrupaciones locales del partido). Una variante de este último modelo se produce cuando el partido se forma por la unión de dos o más organizaciones nacionales preexistentes. Una asociación política desarrollada por penetración requiere de un centro cohesionado, el cual se convertirá en el núcleo de la futura coalición dominante del partido. Por su parte, en los casos de desarrollo por difusión, el proceso de constitución del liderazgo es bastante más tormentoso y complejo por el número de líderes locales que existen (Ibid: 111).

El segundo factor que pesa en el modelo originario es la presencia o no de instituciones externas que patrocinen la organización. Si existe una, el partido puede constituirse como su brazo político, lo que producirá que las lealtades hacia la asociación política sean indirectas y que la institución externa sea la fuente de legitimación de los líderes. Panebianco distingue entonces entre partidos de legitimación externa o interna (Ibid: 112). Finalmente, el tercer factor viene dado por el carácter carismático o no de la formación del partido, lo que condicionará su desarrollo, como se verá más adelante con mayor detalle.

En lo que respecta a la fase de gestación, anterior a la institucionalización, es en la que se constituye una identidad colectiva y el partido es todavía un instrumento para la realización de ciertos objetivos comunes. Si el proceso de institucionalización llega a buen puerto, la organización pierde poco a poco el carácter de instrumento valorado sólo por sus fines organizativos y adquiere un valor por sí misma. Esos nuevos fines se incorporan a la organización y se convierten en inseparables, por lo que el partido se convierte en sí mismo en un fin para un amplio sector. Hay dos procesos que permiten desarrollar la institucionalización y se producen simultáneamente: 1) el desarrollo de intereses en el mantenimiento de la organización y 2) la formación y difusión de lealtades organizativas (Ibid: 116). El establecimiento de un sistema de incentivos, tanto selectivos como colectivos, está estrechamente ligado a todo este proceso.

Panebianco propone medir el grado de institucionalización de acuerdo a dos dimensiones: 1) el grado de autonomía respecto al ambiente y 2) el grado de sistematización, de interdependencia entre las distintas partes de la organización (Ibid: 118). Explica que una organización es dependiente cuando los recursos indispensables para su funcionamiento son controlados desde el exterior por otras organizaciones, a la vez que se le puede considerar autónoma sólo si es posible establecer con seguridad dónde comienza y dónde acaba. Por otra parte, con grado de sistematización se refiere a la cohesión estructural interna. La consecuencia de un bajo nivel de sistematización es una fuerte heterogeneidad, mientras que uno elevado provoca homogeneidad. Un partido fuertemente institucionalizado limita drásticamente los márgenes de maniobra de los actores internos (Ibid: 122).