EL REINO DESTROZADO

V.1: septiembre, 2018


Título original: Cracked Kingdom

© Erin Watt, 2018

© de la traducción, Tamara Arteaga, 2018

© de la traducción, Yuliss M. Priego, 2018

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2018

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Meljean Brook


Publicado por Oz Editorial

C/ Aragó, n.º 287, 2.º 1.ª

08009 Barcelona

info@ozeditorial.com

www.ozeditorial.com


ISBN: 978-84-17525-10-1

IBIC: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita utilizar algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

EL REINO DESTROZADO

Los Royal. Libro 5

ERIN WATT

Traducción de Tamara Artega y Yuliss M. Priego



1



Sobre la autora


Erin Watt es el pseudónimo bajo el que se esconden Jen Frederick y Elle Kennedy, autoras de éxito en Estados Unidos. Su pasión por la escritura las embarcó en esta aventura creativa.

El palacio malvado es el tercer libro de la saga Los Royal, una intensa y deliciosa trilogía que ha sido comparada con Gossip Girl. El palacio malvado ha llegado a las listas de los más vendidos del New York Times y el Wall Street Journal, junto a los otros dos títulos de la saga, La princesa de papel y El príncipe roto.

Jen Frederick es escritora best seller de novela romántica, autora de las sagas Woodlands y Gridiron.

Elle Kennedy también es autora best seller de novela romántica. Sus obras se caracterizan por sus grandes dosis de suspense y sus fuertes heroínas.

CONTENIDOS


Portada

Página de créditos

Sobre El reino destrozado


Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34


Agradecimientos

Sobre la autora

El reino destrozado


Tragedia. Trampas. Traición.

Nadie puede escapar de los Royal


Desde que Hartley Wright conoció a Easton Royal, su vida ha cambiado por completo: los enemigos acechan en las esquinas y los peligros se ocultan en las sombras. Un día, la tragedia llama a su puerta cuando Hartley sufre un terrible accidente y pierde la memoria.

Ahora no confía en nadie y su instinto le dice que Easton es peligroso. El joven Royal siembra el caos allí donde va y los sentimientos que despierta en ella la confunden todavía más. Hartley no sabe si el chico de ojos azules es su salvación o su perdición.



Easton quiere que Hartley recupere la memoria, pero ella cree que es mejor olvidar el pasado. Y puede que tenga razón…




«El reino destrozado es una montaña rusa de emociones con un final explosivo y totalmente inesperado.»

Writing Bookish Notes


«Un libro repleto de sorpresas y momentos inesperados. ¡Los Royal nunca me decepcionan!»

After Dark Book Lovers

Agradecimientos

Debemos agradecer especialmente a Jessica Clare y Meljean Brook, quienes han leído y releído este libro y han ayudado a que se convierta en lo que es hoy.

Por supuesto, todos los errores son nuestros.

Y gracias a los lectores que tanto adoran a los Royal. Esperamos que hayáis disfrutado leyendo estos libros tanto como nosotras creándolos.

Manteneos al tanto de nuestras próximas aventuras.



Para Lily, luz de vida

Capítulo 1

Easton


Todos están gritando. Si no estuviese en shock y más borracho que una cuba, quizás habría oído los gritos, los habría asociado con ciertas voces y habría entendido las palabras y las furiosas acusaciones.

Pero, ahora mismo, todo es un bullicio. Una sinfonía de odio, preocupación y miedo.

—¡ … es culpa de tu hijo!

—¡Y una mierda!

—… presentar cargos…

—Easton.

Tengo la cabeza enterrada en las manos y me froto los ojos con ellas.

—¿… incluso aquí?… sacarte esposado, hijo de puta… acoso…

—…me gustaría verlo… no te tengo miedo, Callum Royal. Soy el fiscal del distrito…

—Ayudante del fiscal de distrito.

—Easton.

Tengo los ojos secos y me pican. Seguro que están enrojecidos. Siempre se me ponen así cuando bebo.

—Easton.

Algo me toca el hombro y una voz destaca entre el resto. Alzo la cabeza y veo a mi hermanastra mirándome con sus ojos azules llenos de preocupación.

—No te has movido durante tres horas. Dime algo —me ruega Ella con delicadeza—. Necesito saber que estás bien.

¿Bien? ¿Cómo voy a estar bien? Mira lo que pasa, joder. Estamos en una sala de espera privada del hospital de Bayview; los Royal no tienen que esperar en la sala de espera de urgencias con el resto de los mortales. Recibimos un tratamiento especial dondequiera que vayamos, incluso en los hospitales. Cuando apuñalaron a mi hermano mayor Reed el año pasado, lo metieron en un quirófano como si fuese el mismísimo presidente; seguro que le quitó el espacio de operaciones a alguien que lo necesitaba más. Pero el nombre de Callum Royal tiene muchísimo alcance en este estado. ¿Qué digo? En todo el país. Todos conocen a mi padre. Todos lo temen.

—… acusaciones contra tu hijo…

—Tu maldita hija es responsable de…

—Easton —vuelve a llamarme Ella. La ignoro.

Ahora mismo no existe. Nadie de ellos existe. Ni Ella. Ni papá. Ni John Wright. Ni siquiera mi hermano Sawyer, que acaba de unirse a nosotros después de que le hayan dado un par de puntos en la sien. Un gran accidente automovilístico y Sawyer escapa con un raspón.

Sin embargo, su hermano gemelo…

¿Qué le ha ocurrido?

No tengo ni puta idea. No nos han dicho nada de Sebastian desde que llegamos al hospital. Se llevaron su cuerpo ensangrentado y machacado en una camilla, y han desterrado a su familia a esta sala mientras esperan conocer si aún vive o ha muerto.

—Si mi hijo no sobrevive, tu hija pagará por esto.

—¿Estás seguro de que es hijo tuyo?

—¡Serás cabrón!

—¿Qué? Me parece que todos tus hijos necesitan realizarse una prueba de ADN. ¿Por qué no hacerlo ahora? Al fin y al cabo, estamos en un hospital. Será fácil sacar algo de sangre y confirmar cuál de tus chicos es Royal y cuál es escoria O’Halloran…

—¡Papá! ¡Cállate!

La voz angustiada de Hartley me atraviesa como un cuchillo. Puede que ahora mismo el resto no exista, pero ella sí. Lleva sentada en la esquina de la sala tres horas, igual que yo, sin decir nada. Hasta ahora, que está de pie. Sus ojos grises echan chispas de la rabia y se abalanza sobre su padre gritando con tono acusatorio.

Ni siquiera sé por qué John Wright está aquí. No soporta a su hija; la mandó a un internado, no le permitió volver a casa cuando regresó a Bayview. Esta noche le ha gritado y le ha dicho que no era parte de su familia y amenazado con mandar lejos a su hermana pequeña.

Pero cuando las ambulancias se llevaron a Hartley, los gemelos y la novia de estos, el señor Wright fue el primero en dirigirse al hospital. Quizá para asegurarse de que Hartley no le cuenta a nadie lo gilipollas que es.

—¿¡Por qué estás aquí!? —Hartley chilla lo que yo mismo estoy pensando—. No he resultado herida en el accidente. ¡Estoy bien! ¡No te necesito y no te quiero aquí!

Wright le responde con un grito, pero no le presto atención. Estoy ocupado mirando a Hartley. Como su coche se estrelló contra el Range Rover de los gemelos, fuera de la mansión de su padre, insiste en que está bien. Por supuesto, yo no creo lo mismo; no, ni siquiera me ha mirado una sola vez. No la culpo.

Yo he causado esto. Esta noche, he destruido su vida. Mis acciones la llevaron a ese coche, al momento exacto en que mis hermanos aceleraban en la curva. Si no se hubiera puesto triste, quizá los habría visto antes. Quizá Sebastian no estaría… ¿muerto? ¿Vivo?

Joder, ¿por qué no hay noticias?

Hartley sigue insistiendo en que no está herida y el técnico de emergencias está de acuerdo, porque, tras examinarla, le han permitido venir a la sala de espera, pero no parece estar bien. Se tambalea y tiene la respiración agitada. Está más pálida que las paredes blancas que hay detrás de ella, lo que crea un contraste espeluznante con su piel y su pelo negro. Pero no hay ni una gota de sangre en ella, ni una. Eso me tranquiliza, porque Sebastian estaba cubierto de ella.

La bilis me sube por la garganta cuando recuerdo el accidente. Esquirlas del parabrisas por el suelo. El cuerpo de Sebastian. El charco rojo. Los gritos de Lauren. Menos mal que los Donovan han recogido a Lauren y se la han llevado a casa. La chica no paró de gritar desde que llegó al hospital hasta que se fue.

—Hartley —dice Ella en voz baja, y veo que mi hermanastra ha advertido el rostro cenizo de Hartley—. Ven, siéntate. No pareces estar bien. Sawyer, tráele algo de agua a Hartley.

Mi hermano menor se va sin decir nada. Ha estado actuando como un zombi desde que se han llevado a su gemelo.

—¡Estoy bien! —espeta Hartley, y se aparta del hombro la pequeña mano de Ella. Se vuelve hacia su padre todavía tambaleándose—. ¡Tú eres el culpable de que Sebastian Royal esté herido!

Wright abre la boca, sorprendido.

—¿Cómo te atreves a insinuar…?

—¿Insinuar? —lo interrumpe ella, furiosa—. ¡No insinúo! ¡Lo declaro! ¡Easton no habría estado allí esta noche si tú no hubieras amenazado con enviar a mi hermana lejos! ¡Yo no habría ido tras él si él no hubiera venido a verte!

Quiero decir que eso significa que ha sido culpa mía, pero estoy demasiado débil y soy un puto cobarde, demasiado como para hacerlo. Pero es cierto, soy el responsable de lo que ha sucedido. Yo he provocado el accidente, no su padre.

Hartley vuelve a tambalearse y esta vez Ella no se lo piensa dos veces; posa una mano sobre su antebrazo y la obliga a sentarse.

—Siéntate —le ordena.

Mientras tanto, nuestros padres vuelven a fulminarse con la mirada. Jamás he visto a mi padre tan cabreado.

—El dinero no va a salvarte esta vez, Royal.

—Tu hija conducía el coche, Wright. Con suerte, no pasará su próximo cumpleaños en un reformatorio.

—Si alguien va a ir a la cárcel, ese es tu hijo. Joder, todos tus hijos tendrían que estar ahí.

—No te atrevas a amenazarme. Puedo conseguir que el alcalde venga en cinco minutos.

—¿El alcalde? ¿Crees que ese llorica tiene los huevos de despedirme? He ganado más casos en este maldito condado que otro fiscal en la historia de Bayview. Los ciudadanos os crucificarían…

Por primera vez en tres horas, consigo hablar.

—Hartley —digo con voz ronca.

El señor Wright deja de hablar, se da la vuelta para enfrentarse a mí y me atraviesa con la mirada.

—¡No te dirijas a mi hija! ¿Me oyes, hijo de puta? No le digas ni una palabra.

Lo ignoro. Mi mirada está fija en la pálida cara de Hartley.

—Lo siento —susurro—. Todo esto es culpa mía. Yo he causado el accidente.

Ella pone los ojos como platos.

—¡No le digas nada! —Por raro que parezca, quien pronuncia esas palabras es mi padre, no el suyo.

—Callum —dice Ella, tan sorprendida como yo.

—No —contesta él en alto, y sus ojos azules, tan Royal, se clavan en mí—. Ni una palabra, Easton. Podrían acusarte de un delito. —Papá mira a John Wright como si fuese el demonio—. Y él es el ayudante del fiscal. No digas nada más del accidente sin la presencia de nuestros abogados.

—Típico de los Royal —exclama Wright con sorna—. Siempre cubriendo las espaldas de los otros.

—Tu hija ha chocado con el coche de mi hijo —le responde—. Ella es la única responsable.

Hartley emite un gemido. Ella suspira y se frota el hombro.

—No eres la responsable —le digo a Hartley, e ignoro al resto. Es como si estuviésemos solos en la sala. Esta chica y yo; Hartley es la primera con la que he querido pasar tiempo sin estar desnudos. Una chica a la que considero mi amiga. Una chica que quería que fuese más que una amiga.

Por mí, esta chica se enfrenta a la ira de su padre y le carcome la culpa por un accidente que no habría sucedido si yo no hubiese estado ahí. Mi hermano mayor Reed antes se refería a sí mismo como «el Destructor». Pensaba que arruinaba la vida de las personas que quería.

Pero Reed está equivocado; soy yo el que siempre lo fastidia todo.

—No te preocupes, nos vamos.

Me tenso cuando se acerca a ella dando pisotones.

Ella envuelve un brazo en torno a Hartley a modo de protección, pero mi padre niega con la cabeza.

—Deja que se vayan —le ordena mi padre—. Este capullo tiene razón; su sitio no está junto a nosotros.

El pánico me sube por la garganta. No quiero que Hartley se marche y, sobre todo, no quiero que se vaya con su padre. A saber lo que le hará.

Está claro que Hartley piensa lo mismo porque lo rehúye cuando intenta agarrarla. Se aleja del brazo de Ella.

—¡No pienso ir a ningún sitio contigo!

—No tienes elección —estalla él—. Te guste o no, todavía estás bajo mi tutela.

—¡No! —La voz de Hartley es como un trueno—. ¡No pienso ir! —Se vuelve hacia mi padre—. Escuche, mi padre es…

No termina la frase porque, un segundo después, se desploma hacia delante y cae al suelo. El sonido del impacto de su cabeza contra el azulejo me perseguirá hasta que muera.

Parece que todos se abalanzan a cogerla, pero soy yo quien llega primero.

—¡Hartley! —grito, y la zarandeo por el hombro—. ¡Hartley!

—No la muevas —dice mi padre mientras intenta alejarme.

Yo me zafo de su agarre, pero la suelto. Me tumbo para que su cara esté al lado de la mía.

—Hartley. Hart. Soy yo. Abre los ojos. Soy yo.

Ni siquiera se le mueven los párpados.

—¡Aléjate de ella, delincuente! —grita su padre.

—Easton.

Es Ella, y su voz suena horrorizada mientras señala el lateral de la cabeza de Hartley, de donde cae un hilo de sangre. Tengo ganas de vomitar y no es solo por el alcohol que me recorre las venas.

—Dios mío —dice Ella en voz baja—. La cabeza. Se ha dado muy fuerte en la cabeza.

Me deshago del temor que siento.

—No pasa nada, todo irá bien. —Me giro hacia mi padre—. ¡Ve a buscar a un médico! ¡Está herida!

Alguien me agarra del hombro.

—¡He dicho que te apartes de ella!

—¡Apártese usted! —espeto al padre de Hartley.

Al instante se crea un alboroto a mi espalda. Pisadas. Más gritos. Esta vez dejo que me lleven. Es como lo de Sebastian otra vez. Hartley está en una camilla y los médicos y las enfermeras intercambian órdenes mientras se la llevan.

Observo el umbral por donde desaparecen, petrificado. Paralizado.

¿Qué acaba de pasar?

—Dios mío —vuelve a decir Ella.

Mis piernas son incapaces de sostener mi propio peso. Me dejo caer en la silla más cercana y jadeo en busca de aire. ¿¡Qué acaba de pasar!?

¿Hartley estaba herida todo este tiempo y no ha dicho nada? ¿O es que no se había dado cuenta? Joder, los técnicos de emergencias habían dicho que no tenía nada.

—Habían dicho que estaba bien —digo con la voz rota—. Ni siquiera la han ingresado.

—Se pondrá bien —me asegura Ella, pero por su tono no parece muy convencida. Ambos hemos visto la sangre, el hematoma morado que se formaba en su sien y su boca flácida.

Joder. Voy a vomitar.

Tengo que reconocer que Ella no retrocede cuando me echo hacia delante y vomito sobre sus zapatos. Simplemente me acaricia y me alisa el pelo de la frente.

—No pasa nada, East —murmura—. Callum, tráele algo de agua. No sé adónde ha ido Sawyer cuando le he mandado a por ella. —Luego creo que se dirige al señor Wright—. Creo que es hora de que se marche. Puede esperar a recibir noticias de Hartley en otro lado.

—Con mucho gusto —dice, asqueado.

Siento el momento en que se va porque la tensión de la sala se disipa.

—Estará bien —repite Ella—. Al igual que Sebastian. Todos estarán bien, East.

En vez de sentirme más seguro, vuelvo a vomitar.

Oigo que murmura por lo bajo: «Dios, Reed, llega ya».

Y vuelta a empezar con el juego de la espera. Bebo agua. Mi padre y Sawyer permanecen sentados en silencio. Ella abraza a Reed en cuanto llega. Ha tenido que venir en coche desde la universidad y parece exhausto. No lo culpo, son las tres de la mañana. Todos lo estamos.

Primero nos dan noticias sobre Sebastian. La principal preocupación es la herida de la cabeza. Tiene el cerebro inflamado, pero los médicos aún no saben lo grave que es.

Mi hermano Gideon, el mayor de todos, llega un poco después que Reed, justo a tiempo para oír las noticias sobre el cerebro de Seb. Vomita en la basura de la esquina de la sala, aunque, a diferencia de mí, no creo que esté borracho.

Horas más tarde, un doctor diferente aparece por la puerta. No es el que ha operado a Seb y parece increíblemente incómodo cuando mira a su alrededor.

Me tambaleo cuando me pongo en pie. Hartley. Tiene que ver con ella.

Capítulo 2

Hartley


Una luz brillante me apunta y me despierta. Parpadeo somnolienta e intento distinguir formas entre los borrones blancos que hay frente a mis ojos.

—La Bella Durmiente ha despertado. ¿Cómo estás?

La luz vuelve a brillar. Estiro la mano para alejarla y casi me desmayo del dolor.

—Muy bien, ¿eh? —dice la voz—. ¿Por qué no le administramos treinta miligramos más de Toradol? Tenemos que asegurarnos de que no haya hemorragias.

—Sí, señor.

—Genial.

Alguien junta dos piezas de metal y me estremezco.

¿Qué me ha pasado? ¿Por qué siento tanto dolor que hasta los dientes me duelen? ¿He tenido un accidente?

—Con cuidado. —Una mano me empuja hacia algo suave, un colchón—. No te sientes.

Se oye un ruido mecánico y la parte superior de la cama se eleva. Logro despegar uno de mis párpados y, a través de las pestañas, veo una barandilla de la cama, el extremo de una bata blanca y otro borrón oscuro.

—¿Qué ha pasado? —pregunto con voz ronca.

—Has tenido un accidente de coche —dice el borrón oscuro a mi lado—. Cuando el airbag se desplegó, te rompió un par de costillas del costado izquierdo. El tímpano te explotó. Te desmayaste y te golpeaste a causa de un trastorno vestibular junto con algo de disnea. Has sufrido un traumatismo craneoencefálico leve.

—¿Traumatismo craneoencefálico?

Levanto la mano hacia el pecho y me encojo hasta que poso la palma sobre el corazón. Jadeo. Me duele. Bajo despacio el brazo.

—Si te lo preguntas, aún late. —Esas palabras provienen de la voz que he oído al principio. Debe de ser el médico—. Las chicas bajitas tenéis que sentaros lo más lejos posible del volante. Que un airbag se despliegue es como recibir un puñetazo en la cara.

Dejo que mis párpados vuelvan a caer e intento recordar, pero no hay nada en mi cabeza. La siento vacía y llena a la vez.

—¿Puedes decirme qué día es?

Día… Los recito uno a uno en mi cabeza: lunes, martes, miércoles… Ninguno parece ser el correcto.

—¿Cuánto tiempo… he estado… aquí? —logro preguntar. Parece que tengo la garganta en carne viva, pero no sé cómo un accidente ha conseguido que suceda esto.

—Toma —dice la voz femenina, y me coloca una pajita sobre los labios—. Es agua.

El líquido me parece una bendición y trago hasta que alejan la pajita de mi alcance.

—Suficiente. No queremos que te pongas mala.

¿Mala por beber agua? Me relamo, pero no tengo energía para discutir. Me dejo caer sobre la almohada.

—Llevas aquí tres días. Juguemos a un juego —sugiere el doctor—. ¿Puedes decirme cuántos años tienes?

Esa es fácil.

—Catorce.

—Mmm.

La enfermera y él intercambian una mirada que no sé descifrar. ¿Soy demasiado joven para los medicamentos que me están administrando?

—¿Y tu nombre?

—Claro.

Abro la boca para contestar, pero mi mente se queda en blanco. Cierro los ojos y lo vuelvo a intentar. Nada. En absoluto. Miro al doctor presa del pánico.

—No puedo… —Trago saliva y sacudo la cabeza con fuerza—. Me llamo…

—No te preocupes. —Sonríe con facilidad, como si no fuera importante que no sea capaz de recordar mi propio nombre—. Dale otra dosis de la mezcla de morfina y benzodiacepina y llámame cuando se despierte.

—Ahora mismo, doctor.

—Pero yo… espere —digo al tiempo que sus pisadas se alejan.

—Chist. Todo irá bien. Tu cuerpo necesita descansar —contesta la enfermera mientras posa una mano sobre mi hombro para sujetarme.

—Necesito saber… necesito preguntar —me corrijo a mí misma.

—Nadie se va a mover de aquí. Todos estaremos en la habitación cuando despiertes, te lo prometo.

Dejo que me consuele, porque moverme duele demasiado. Decido que tiene razón. El médico no se irá porque esto es un hospital y trabaja aquí. Las respuestas para saber por qué estoy aquí y qué me ha ocurrido pueden esperar. La combinación de morfina y benzodiacepina —sea lo que sea eso— suena bien. Haré más preguntas cuando despierte.

Pero no duermo bien. Oigo voces y ruidos; voces que gritan y susurran, enfadadas y angustiadas. Frunzo el ceño e intento decir a los que se preocupan por mí que me pondré bien. Oigo un nombre repetidas veces: «Hartley, Hartley, Hartley».

—¿Se recuperará? —inquiere una profunda voz masculina. Es la que ha repetido ese nombre, Hartley. ¿Me llamo así?

Acerco la cabeza hacia la voz, como una flor en busca del sol.

—Todos los síntomas apuntan a que sí. ¿Por qué no descansas un poco, hijo? Si no, vas a acabar en la misma cama que ella.

—Ojalá —contesta la primera voz.

El doctor se ríe.

—Esa es la actitud.

—Entonces, me puedo quedar, ¿no?

—No, sigo teniendo que echarte.

«No te vayas», ruego, pero las voces no me escuchan y poco después me dejan en un oscuro y sofocante silencio.

Capítulo 3

Easton


El ala Maria Royal del hospital de Bayview parece la morgue. Todos los que aguardan en la lujosa sala de espera están envueltos en una demoledora aura de aflicción. La espesura del ambiente está a punto de engullirme.

—Voy a tomar un poco el aire —le murmuro a Reed.

Él entrecierra los ojos.

—No hagas nada estúpido.

—¿Como ingresar a mi hijo en un ala bautizada con el nombre de una madre que se suicidó? —me burlo.

Junto a mi hermano, Ella suspira de frustración.

—¿Dónde habrías ingresado tú a Seb?

—En cualquier lugar menos aquí.

No puedo creer que estos dos no perciban las malas vibraciones de este sitio. Nada nos ha salido bien en este hospital. Nuestra madre murió aquí. Seb no va a despertar del coma y mi novia casi se abre la cabeza.

Los dos me lanzan una mirada llena de sospecha y luego se giran para entablar una silenciosa conversación. Ya llevan saliendo más de un año, y sus mentes se han sincronizado o algo así. Por supuesto, no necesito acostarme con ninguno de los dos para saber que están hablando de mí. Ella está preocupada por si pierdo los nervios y Reed le asegura que no haré nada que pueda avergonzar a la familia. Cuando Ella no me mira, Reed me lanza miradas sombrías que me repiten su sermón de antes, para que no se me olvide.

Dejo la habitación del dolor y las puertas automáticas se cierran a mi espalda. Me alejo por uno de los dos amplios pasillos del ala del hospital, construida con el dinero de mi padre. No hay ruido aquí, a diferencia de la sala de urgencias de la primera planta, donde hay niños llorando, adultos tosiendo y cuerpos en constante movimiento.

Aquí, las suelas de goma se mueven en silencio sobre el suelo embaldosado, mientras los impolutos trabajadores entran y salen de las habitaciones para cuidar de sus pacientes ricos. Puede que en estas camas esté el dinero necesario para construir otra ala, así que prestan especial atención. Aquí, los colchones son mejores, las sábanas, más caras y las batas de hospital, de marca. Los internos y los residentes no tienen permiso para subir aquí a menos que vayan acompañados de un médico de pleno derecho. Por supuesto, hay que pagar por el privilegio de estar en una de estas suites VIP. Hart se encuentra en una solo porque amenacé con montar un escándalo si la internaban en el ala general. A mi padre no le hace gracia; piensa que es como si hubiera admitido haber hecho algo malo, pero lo reté a ir a la prensa y decir que todo fue culpa mía. Mi padre dijo que pagaría solo por una semana. Me pelearé con él si Hartley necesita quedarse más tiempo, pero voy a lidiar con los problemas uno a uno.

Localizo a mi hermano Sawyer despatarrado junto a una papelera.

—Tío, ¿estás bien? ¿Quieres algo de comer? ¿O de beber?

Él alza sus ojos vacíos hasta mí.

—He tirado mi vaso.

¿Significa eso que tiene sed? Este chico parece un zombi. Si Seb no se despierta pronto, Sawyer será el próximo Royal confinado a una cama de hospital, no yo.

—¿Qué era? —pregunto al tiempo que echo un ojo al interior de la papelera. Veo unos cuantos envoltorios de comida rápida, cartones del puesto de comida VIP y un par de bebidas isotónicas—. ¿Un Gatorade? —digo a tientas—. Te compraré otro.

—No tengo sed —murmura Sawyer.

—No pasa nada. Dime lo que quieres. —Si es que lo sabe. Parece estar delirando.

—Nada. —Se pone de pie con un tambaleo.

Me acerco con rapidez a su lado y le coloco una mano en el hombro.

—Eh, dime lo que quieres.

Sawyer me aparta la mano de un tirón.

—No me toques —espeta en un repentino golpe de ira—. Seb no estaría en esa habitación de no ser por ti.

Quiero protestar, pero no se equivoca.

—Sí, lo sé —admito con la garganta medio cerrada.

El rostro de Sawyer se contrae. Aprieta la mandíbula para evitar que le tiemblen los labios, pero se trata de mi hermano pequeño. Sé que está a meros segundos de venirse abajo, así que lo acerco a mí para darle un abrazo a pesar de que trata de zafarse.

—Lo siento.

Se aferra a mi camiseta como si fuese un salvavidas.

—Seb se va a poner bien, ¿verdad?

—Pues claro que sí. —Le doy una palmada en la espalda—. Despertará y se burlará de nosotros por haber llorado.

Sawyer es incapaz de responder. La emoción lo ha embargado. Se aferra a mí durante un minuto entero antes de alejarme.

—Voy a sentarme con él un rato —dice mientras gira la cara hacia la pared.

A Seb le gusta rescatar animalitos y usa demasiado el emoticono con los ojos en forma de corazón, mientras que Sawyer es el machito, el que no habla tanto y al que no le gusta demostrar sus sentimientos. Pero sin su gemelo, está solo y asustado.

Le doy un apretón en el hombro y dejo que se marche. Los gemelos necesitan estar juntos. Si alguien puede sacar a Seb del coma, ese es Sawyer.

Continúo mi camino hasta el final del segundo pasillo, donde se encuentra la habitación de Hartley. Una de las enfermeras me saluda en la puerta.

—Lo siento —me dice—. No se admiten visitas.

Señala la pantalla situada a la derecha de la puerta que muestra la señal de «privado».

—Soy un familiar, Susan. —Leo su chapa de identificación. Nunca me he topado con la enfermera Susan.

—No sabía que la señorita Wright tuviese hermanos.

La enfermera me lanza una mirada que dice que sabe quién soy y que se la estoy intentando colar.

Pero rendirme no está en mi naturaleza. Esbozo una sonrisa triunfal.

—Soy su primo. Acabo de llegar.

—Lo siento, señor Royal. No se permiten visitas.

Pillado.

—Mire, Hartley es mi novia. Necesito verla. ¿Qué clase de gilipollas se va a pensar que soy si no vengo a ver cómo está? Se sentirá dolida, y no es bueno causarle más dolor del que ya siente, ¿no? —Advierto cómo la enfermera se ablanda—. Querrá verme.

—La señorita Wright necesita descansar.

—No me quedaré mucho —le prometo. Al ver que no cede de inmediato, saco la artillería pesada—. Mi padre quiere saber cómo está. Callum Royal. Puede mirar el formulario de ingreso. Su nombre aparece en él.

—Usted no es Callum Royal —señala.

—Soy su hijo y actúo en su nombre.

Tendría que haberle dicho a mi padre que me pusiera en cualquier formulario necesario para moverme libremente. Esta es la primera vez que intento entrar sin él, y hasta ahora no me había dado cuenta de cuánta influencia tiene su nombre. Pero tendría que haberlo sabido. Construyeron esta ala con su dinero.

La enfermera Susan vuelve a fruncir el ceño, pero se aparta. Compartir el mismo apellido que el edificio tiene sus ventajas.

—No la agote —dice la enfermera. Y con una última mirada de advertencia, se va.

Espero hasta que gira en la esquina para entrar. Sí, quiero que descanse, pero puede dormir después de que la haya visto con mis propios ojos y me haya asegurado de que está bien.

Rodeo en silencio el sofá y las sillas de la zona de descanso. Está dormida, al igual que Seb. Pero a diferencia de él, tiene momentos de consciencia. El médico le comentó a mi padre esta mañana, antes de que se fuese a trabajar, que probablemente estaría completamente despierta entre hoy y mañana.

Arrastro una de las pesadas sillas hasta la cama y le agarro una mano con cuidado de no descolocarle el oxímetro de pulso del dedo. Verla inmóvil en la cama con tubos y cables que van de su brazo hasta la bolsa de suero y a diversas máquinas hace que se me revuelva el estómago. Quiero retroceder en el tiempo hasta regresar a su apartamento, donde le di de comer un burrito del puesto de comida tras haber tenido un día difícil en el restaurante.

—Hola, Bella Durmiente. —Acaricio su suave piel con el pulgar—. Si tanto querías librarte de ir a clase, tendrías que habérmelo dicho. Podríamos habernos escapado o falsificado un justificante médico.

No se mueve. Miro el monitor sobre su cabeza sin saber muy bien qué estoy buscando. La máquina produce un pitido con un ritmo regular. Su habitación es un poco menos espantosa que la de Seb. Él lleva una máscara de oxígeno, y el sonido que hace la máquina para insuflarle aire es más aterrador que la música de fondo de una película de terror.

Necesito que Hart se despierte para que me dé la mano. Me llevo la otra a la cara y me obligo a pensar en algo positivo.

—Antes de que aparecieses, deseé haberme saltado el último año de instituto, pero ahora me alegro de no haberlo hecho. Vamos a pasarlo bien. Se me ha ocurrido que podríamos ir a Saint-Tropez para Acción de Gracias. Aquí hace mucho frío y estoy cansado de llevar abrigo y botas. Y en Navidad, podemos ir a Andermatt, en los Alpes. Aunque si sabes esquiar, podemos quedarnos en Verbier. Las altas laderas son una puta pasada, pero a lo mejor te gusta más St. Moritz.

Recuerdo vagamente a las chicas del Astor hablar sin parar del centro comercial que hay allí.

Hart no responde. Puede que directamente no le guste esquiar. Se me ocurre que, antes del accidente, apenas empezábamos a conocernos. Hay muchas cosas que no sé de Hartley.

—O podemos ir a Río. Siempre celebran Nochevieja por todo lo alto. Pash fue allí hace un par de años y dijo que había como dos millones de personas.

En realidad, puede que, con su herida en la cabeza, no le apetezca salir de fiesta. «Joder, East, qué tonto eres».

—O nos podemos quedar aquí, arreglaremos el apartamento. O quizá podríamos buscar un piso nuevo para ti y para tu hermana pequeña, Dylan, si la convences de que se quede contigo. ¿Te gusta la idea?

Ni siquiera consigo que mueva los párpados. El miedo me arrolla. No puedo soportar esta situación; que tanto Seb como ella estén inconscientes. No es justo. Mi mano, que sostiene la suya, empieza a temblar. Siento que estoy al borde de un precipicio y que el suelo comienza a resquebrajarse bajo mis pies. El abismo me llama y me promete una paz oscura tras la caída.

Bajo el mentón hasta el pecho y muerdo el cuello de la camiseta mientras intento controlar mis emociones. Sé exactamente lo desesperado y perdido que se siente Sawyer. Hartley apareció cuando yo me encontraba en mi peor momento. Me hacía reír, y pensar que había un futuro más allá de la bebida, las fiestas y el sexo. Y ahora su luz se ha apagado.

«Se pondrá bien. Tranquilízate, tío. Lloriquear encima de tu camiseta no va a cambiar una mierda».

Respiro hondo y acerco su mano a mis labios.

—Te pondrás bien, nena. —Lo digo sobre todo para consolarme a mí mismo—. Te pondrás bien, Hart.

Tiene que ponerse bien, por su bien… y el mío.

Capítulo 4

Hartley


Heart, «corazón»; la palabra me cruza la mente. Algo relacionado con mi corazón. No. Hart. ¡Hartley! Abro los ojos y grazno.

—Hartley. Me llamo Hartley Wright.

—Premio para la paciente guapa de azul —dice una voz familiar.

Giro la cabeza a un lado y veo al médico. Ambos sonreímos; yo, porque está aquí, tal y como me dijo; y él, porque su paciente se ha despertado y ha dicho su nombre.

El vaso de agua y la pajita aparecen frente a mi cara por obra y gracia de Susan —según dice su chapa identificativa—, una enfermera rolliza que apenas le llega al hombro al médico.

—Gracias —le digo, agradecida, y esta vez no me la apartan, así que me bebo toda el agua. Un zumbido suena a mi lado mientras Susan levanta la parte superior de la cama hasta que estoy sentada.

—¿Sabes dónde estás? —pregunta el médico, alumbrándome los ojos con una pequeña linterna. En su chapa pone «J. Joshi».

—En el hospital.

La respuesta es una suposición, pero a juzgar por el médico, la enfermera y la fea bata azul con flores rosas que visto, estoy bastante segura de ello.

—¿En cuál?

—¿Bayview tiene más de uno?

Genial. Hasta sé dónde estoy. Me relajo contra la camilla. El espacio en blanco que vi cuando me levanté la primera vez era completamente comprensible. Estaba lo bastante herida como para estar hospitalizada y me hallaba desorientada.

Choca el puño contra un reposapiés de madera.

—Dos de tres no está mal.

—¿Qué ha pasado?

¿He preguntado esto antes? Me suena. Pero si fue así, no obtuve respuesta. Al menos, que yo sepa. Cuando cierro los ojos y trato de recordar cómo he llegado hasta aquí, no veo nada más que una imagen en blanco. Me duele todo el cuerpo, así que debo de haber tenido un accidente. ¿Me arrolló un camión? ¿Me caí de un segundo piso? ¿Me golpearon en la cabeza mientras hacía la compra?

—Tuviste un accidente de coche —responde el médico—. Tus heridas físicas están curándose muy bien, pero a juzgar por tus otros momentos de lucidez, pareces estar sufriendo un episodio de amnesia retrógrada a causa del trauma craneoencefálico.

—Espere, ¿qué? —Había soltado un montón de palabras seguidas.

—Sufres de una pérdida de memoria que…

—¿Amnesia? —lo interrumpo—. ¿Eso existe?

—Sí, existe —me confirma el doctor Joshi con una ligera sonrisa.

—¿Y eso qué significa?

—Básicamente, que puede que no vuelvas a recuperar los recuerdos autobiográficos que creaste, como tu primer día de guardería o tu primer beso, o una pelea fuerte con tu novio.

Me quedo boquiabierta. Está quedándose conmigo.

—¿Puede que nunca recupere la memoria? ¿Eso es posible? —Miro alrededor en busca de una cámara, de alguien que salte y grite: «¡Sorpresa!». Pero nadie lo hace. En la habitación solo estamos Susan, el médico, y yo.

—Lo es, pero eres joven, por lo que no debería ser demasiado traumático.

Vuelvo a centrar la atención en el doctor Joshi.

—¿No debería ser demasiado traumático? —Siento cómo la histeria asciende por la garganta—. No recuerdo nada.

—Así te sientes ahora mismo, pero en realidad sí que recuerdas muchas cosas. Por lo que hemos observado, cuando dormías y ahora, mientras hablamos, has conservado recuerdos procedimentales. Las habilidades motoras que has adquirido, junto con las de desarrollo, como la capacidad de hablar. Es posible que no sepas si conservas alguna de ellas hasta que tengas que emplearlas. Por ejemplo, puede que no te des cuenta de que sabes montar en bicicleta hasta que te subas a una. Lo importante es que te pondrás bien después de unas cuantas semanas de reposo y de recuperación.

—¿Bien? —repito, cual autómata. ¿Cómo puedo estar bien si mis recuerdos han desaparecido?

—Sí. Pero no te centres en lo negativo. —Apunta algo en mi historial médico antes de pasárselo a la enfermera—. Ahora voy a contarte la parte más difícil de tu recuperación.

—Menos mal que estoy tumbada si perder la memoria no es la peor parte de mi recuperación. —Sé que no debería ser sarcástica, pero, joder, todo esto es difícil de digerir.

El doctor Joshi sonríe.

—¿Ves? No has perdido el sentido del humor. —Su sonrisa desaparece y su expresión se vuelve más seria—. Y es muy posible que puedas recuperar tus recuerdos autobiográficos. No obstante, has de mantener la mente abierta cuando interactúes con la gente. Sus recuerdos de los acontecimientos van a ser distintos a los tuyos. ¿Tiene sentido lo que te estoy diciendo?

—No.

La verdad ante todo. Nada de esto tiene sentido. ¿Cómo puedo recordar mi nombre, pero no cómo ocurrió el accidente? ¿Cómo sé lo que es un hospital o que el tubo que recorre mi brazo está conectado al suero o que una serie armónica es infinita, pero no mi primer beso?

El médico da un golpecito en la baranda de la cama para llamar mi atención.

—¿Soy médico? —pregunta.

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque llevas una bata de médico. Y tienes esa cosa para oír… —«Estetoscopio», me apunta mi mente con amabilidad—… alrededor del cuello, y hablas como un doctor.

—Si Susan llevase mi bata y el estetoscopio, ¿no pensarías también que ella es médica?

Ladeo la cabeza para mirar a la enfermera. Susan sonríe y se lleva las manos a la cara. Me la imagino con una bata y un estetoscopio de metal y la veo exactamente como él la ha descrito: como una médica.

—¿Ves? La verdad es un concepto variable basado en la perspectiva de cada persona. Si vieses a Susan por el pasillo, puede que dijeses que has visto a una médica, cuando realmente es una de nuestras mejores enfermeras. Lo que tu madre pueda recordar sobre el hecho de que una vez cogiste prestado un vestido de tu hermana y que esta te prometió que podías usar será distinto del recuerdo de tu hermana. Si te peleases con tu novio, su recuerdo de quién tuvo la culpa podría ser distinto del tuyo.

»He aconsejado a los miembros de tu familia y amigos que deben evitar hablar sobre tu pasado hasta que podamos confirmar que has perdido definitivamente esos recuerdos. Te prepararé un justificante para el instituto, pero deberías advertir a tus compañeros de tu situación. Si te cuentan cosas de tu pasado, tus recuerdos podrían cambiar, o incluso ser reemplazados.

Siento un gélido escalofrío en el cuerpo mientras intento asimilar la advertencia del médico. Todo eso de que hay dos versiones de una misma historia podría tener consecuencias aterradoras.

—Esto no me gusta —le digo.

—Lo sé. A mí tampoco me gustaría.

Tendré que recordar las cosas por mí misma, decido. Esa es la solución.

—¿Cuánto me llevará recuperar la memoria por mi cuenta?

¿Puedo esconderme hasta entonces?

—Podrían ser días, semanas, meses, o incluso años. El cerebro es un gran misterio hasta para los médicos y los científicos. Lo siento. Ojalá tuviese una respuesta mejor. Lo bueno es que, como ya he dicho, aparte de unas cuantas costillas doloridas, estás en perfectas condiciones físicas.

La enfermera saca un pequeño vial e inserta una aguja en él. Lo miro y luego observo a la enfermera con ligera inquietud.

—¿Pueden darme algún medicamento que me ayude a recordar?

—Ya lo estamos haciendo.

Golpea ligeramente la aguja.

—¿Pueden al menos darme un poco de información sobre lo que ha sucedido? —suplico—. ¿Le hice daño a alguien más? —Eso es lo que realmente me importa—. ¿Iba alguien más conmigo en el coche? ¿Mi familia?

Me esfuerzo en obtener una imagen nítida de mi familia, pero no lo consigo. Hay sombras. Una, dos… ¿tres? El médico ha hecho referencia a mi madre y a una hermana mayor, lo cual me convertiría en la más joven si mi familia estuviese compuesta por cuatro personas. O quizás mi madre está divorciada y tengo tres hermanos ¿Cómo es posible que no lo sepa? La sangre me late con fuerza en la cabeza. Un dolor intenso me atraviesa los ojos. Es posible que el hecho de no recordar acabe conmigo.

—Ibas tú sola. Había tres jóvenes en otro vehículo —habla el doctor Joshi—. Dos de ellos salieron ilesos y el otro, un chico, está en estado crítico.

—Oh, Dios —gimo. Esto es lo peor—. ¿Quién es? ¿Y qué le pasa? ¿Fue culpa mía? ¿Por qué no recuerdo lo que sucedió?

—Es el modo que tiene tu mente de protegerte. A veces ocurre con pacientes que han sufrido un traumatismo. —Me da un golpecito en la mano antes de irse—. A mí no me preocupa, así que tú tampoco deberías preocuparte.

¿Que no me preocupe? «Tío, que he perdido la memoria, literalmente».

—¿Estás preparada para recibir visitas? —pregunta la enfermera cuando el médico se ha ido. Inyecta la medicina en la bolsa de plástico que cuelga junto al portasueros que hay junto a mi cama.

—No creo…

—¿Está despierta? —trina una voz desde la puerta.

—Tu amiga lleva esperando horas para verte. ¿La dejo entrar? —pregunta la enfermera.

Mi primer impulso es decir que no. Me siento fatal. Me duele todo el cuerpo, hasta los dedos de los pies. No me apetece sonreír y fingir que estoy bien, porque eso es lo que hay que hacer con la gente.

Peor, puede que todas las interacciones que tenga con mis amigos y mi familia hagan que las cosas que recuerde sean los recuerdos de otra persona, y no los míos. He perdido una parte de mí misma y, a menos que permanezca completamente aislada, es posible que nunca vuelva a recuperarme del todo.

Pero no quiero estar totalmente aislada. No saber es peor que tener información incompleta.

—Sí.

Puedo ir juntado las piezas del rompecabezas. Comparar y contrastar lo que me digan. Cuando confirme los hechos por más de una fuente, entonces obtendré la verdad. Puedo lidiar con el dolor físico; la incertidumbre es la que me está comiendo por dentro. Asiento y repito—: Sí.

—Está despierta, pero sé dulce con ella —le dice la enfermera.

Observo a la chica de pelo rubio largo y brillante, mientras se acerca a mi cama. No la reconozco. La decepción hace que me encorve. Si lleva esperando horas, debe de ser una amiga íntima. ¿Entonces por qué no la recuerdo? «Piensa, Hartley, ¡piensa!», me ordeno.

El médico ha dicho que puede que no vuelva a recuperar la memoria, pero no se refería a que olvidaría a las personas que quiero, ¿verdad? ¿Eso es posible? ¿Las personas que uno quiere no tendrían que estar grabadas en el corazón con tanta intensidad como para recordarlas siempre?

Rebusco en el vacío negro de mi cerebro para comprobar si soy capaz de recordar su nombre. ¿De quién soy amiga íntima? Una imagen de una pelirroja, muy guapa, con la cara llena de pecas me viene a la cabeza. Kayleen. Kayleen O’Grady. Tras su nombre, una sarta de imágenes me atraviesa el cerebro: estoy esperando en el parque después del colegio; espiando a un chico; pasando la noche en su cuarto, lleno de cosas de fútbol; yendo a clases de música juntos. Doblo las manos por la sorpresa. ¿Clases de música? De pronto, me veo a mí misma inclinada sobre un violín. ¿Tocaba el violín? Tendré que preguntarle a Kayleen.

—Sí, ven aquí, chica —digo, haciendo caso omiso del dolor que me produce el movimiento. ¿A quién le importa si me duele el cuerpo al moverme? Estoy recuperando mis recuerdos. El doctor Joshi no sabe nada. Sonrío con amplitud y alargo el brazo para darle la mano a Kayleen.

Ella lo ignora y se detiene a metro y medio de la cama, como si tuviese algo contagioso. Está lo bastante cerca de mí como para ver que no se parece en nada a la imagen que tengo grabada en la memoria. El rostro de esta chica es más ovalado. Sus cejas están muy perfiladas. Su pelo es de un tono rubio claro y no tiene pecas. Kayleen podría haberse teñido el pelo, pero es imposible que haya pasado de ser una chica mona y con pecas a esta rubia fría, con cara de pocos amigos y de complexión normal.

Y su ropa… Kayleen es más de vaqueros y camisa de franela varias tallas más grande. La persona frente a mí lleva una falda de cuadros beige y con rayas negras y rojas que le llega por la rodilla. La ha conjuntado con una blusa de color crema de manga larga y encaje en las mangas y en el cuello. Calza unas bailarinas acolchadas con detalles negros y brillantes y dos ces mayúsculas entrelazadas y doradas. Tiene el cabello peinado hacia un lado y sujeto con una horquilla con las mismas letras entrelazadas, solo que estas tienen diamantes falsos incrustados; o bueno, a lo mejor son diamantes de verdad.

Parece sacada del anuncio de una revista cara.

Frunzo el ceño y bajo la mano que me ha rechazado hasta el regazo.

—Espera, tú no eres Kayleen. —Bizqueo. La chica me resulta vagamente familiar—. ¿Eres… Felicity?

Capítulo 5

Hartley


—En persona. —La rubia camina de puntillas mientras observa la bolsa de medicación intravenosa—. Mmm. Morfina. Al menos te dan medicamentos decentes.

Felicity Worthington es una chica a la que conozco por su reputación —como si fuese famosa—, lo cual explica por qué sé quién es, pero no tengo ningún recuerdo concreto de ella. Los Worthington tienen renombre en Bayview. Viven en una gran casa junto a la orilla del mar, conducen coches caros y los hijos celebran grandes fiestas que aparecen en los perfiles de Instagram de todo el mundo e inspiran el peor sentimiento de no querer perderse ninguna de ellas.

Soy incapaz de imaginar una circunstancia en la que Felicity y yo nos hayamos hecho amigas o lo bastante íntimas como para esperar en el hospital para verme.

—No me puedo creer que sea la primera en verte —dice al tiempo que se coloca el pelo rubio tras el hombro.

—Lo mismo digo. —Hay algo extrañamente perturbador en ella.

Arquea una de sus cejas perfectamente depiladas.

—Me han dicho que no recuerdas todo. ¿Es verdad?

Me gustaría negarlo, pero siento que me pillaría enseguida.

—Sí.

Estira el brazo y una uña adornada con cristalitos roza contra la vía intravenosa.

—Y tu médico nos ha dicho que no deberíamos contarte esos recuerdos porque te confundiría muchísimo.

—Eso también es cierto.

—Pero te mueres por saberlo, ¿a que sí? Cómo nos hemos hecho amigas. Qué ha pasado en tu vida. Esos espacios en blanco necesitan rellenarse, ¿no crees?

Rodea los pies de la cama y la observo con el mismo cuidado que a una serpiente.

—¿Por qué has venido?

Tengo la sensación de que no somos amigas. Creo que es por la forma en que Felicity me mira; como si fuese un experimento científico o un espécimen de laboratorio más que una persona.

—Están operando a mi abuela de la cadera. Se está recuperando a dos habitaciones de esta. —Señala la puerta.

Eso tiene sentido.

—Lo siento. Espero que se recupere pronto.

—Se lo diré de tu parte —responde Felicity. Me mira como si esperase más preguntas.

Casi me muerdo la lengua para evitar preguntar. Tengo un millar de dudas, pero no siento que Felicity sea la persona indicada para darme respuestas.

Ella es la primera en claudicar.

—¿No hay nada que quieras saber?

Sí. Mucho. Rebusco entre mis preguntas para encontrar una inofensiva.

—¿Dónde está Kayleen?

Giro el cuello e ignoro el ramalazo de dolor que provoca cada movimiento.

—¿Qué Kayleen? —La confusión hace que arquee una ceja.

—Kayleen O’Grady. Una pelirroja bajita. Toca el violonchelo.

Ante la mirada de desconocimiento de Felicity, añado:

—Es mi mejor amiga. Damos clase con el señor Hayes en el Centro de Artes Escénicas de Bayview.

Parece que no soy la única que sufre pérdidas de memoria.

—¿O’Grady? ¿El señor Hayes? ¿En qué siglo vives? Ese pedófilo se marchó hace dos años, más o menos cuando los O’Grady se mudaron a Georgia.