portada

SERGE GRUZINSKI (Tourcoing, Francia, 1949) es archivista, paleógrafo e historiador de renombre internacional. De sus estancias en Italia, España y México han surgido hondas investigaciones sobre la colonización en diferentes partes del mundo, especialmente de México y la reacción de sus habitantes originarios frente a la conquista española, vertidos en los libros La colonización de lo imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización en el México español. Siglos XVI al XVIII (FCE, 1991) y La guerra de las imágenes. De Cristóbal Colón a “Blade Runner” (1492-2019) (FCE, 1994). En conjunto con Carmen Bernard profundizó en sus reflexiones acerca del continente americano en el libro De la idolatría. Una arqueología de las ciencias religiosas (FCE, 1992) y en los volúmenes Historia del Nuevo Mundo, tomo I: Del descubrimiento a la Conquista. La experiencia europea, 1492-1550 (FCE, 1996) y tomo II: Los mestizajes, 1550-1640 (FCE, 1999). Después de explorar el destino de la capital mexicana en La ciudad de México: una historia (FCE, 2004), emprendió una reflexión sobre las formas y los mecanismos del mestizaje en La Penseé métisse (1999). Gruzinski es impulsor de los estudios de historia comparada en los que se tratan las conexiones históricas que se formaron durante la conquista ibérica a lo largo del mundo. Es investigador emérito del Centre national de la recherche scientifique de la École des hautes études en sciences sociales.

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA


EL ÁGUILA Y EL DRAGÓN

Traducción
Mario Zamudio
 
Revisión de la traducción
Fausto José Trejo

SERGE GRUZINSKI

El águila y el dragón

DESMESURA EUROPEA Y MUNDIALIZACIÓN EN EL SIGLO XVI

Fondo de Cultura Económica

Primera edición en francés, 2012
Primera edición en español, 2018
Primera edición en libro electrónico, 2018

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contraportada

Hacia el oeste vaga la mirada.
RICHARD WAGNER,
Tristán e Isolda, I, 1

Para Agnès Fontaine

SUMARIO

Agradecimientos

Introducción

  1. Dos mundos tranquilos
  2. La apertura al mundo
  3. Como la tierra es redonda…
  4. ¿El salto a lo desconocido?
  5. Libros y cartas del fin del mundo
  6. ¿Embajadas o conquistas?
  7. El choque de las civilizaciones
  8. El nombre de los otros
  9. Una historia de cañones
  10. ¿Opacidad o transparencia?
  11. Las ciudades más grandes del mundo
  12. La hora del crimen
  13. El lugar de los blancos
  14. A cada cual su posguerra
  15. Los secretos del Mar del Sur
  16. La China en el horizonte
  17. Cuando China despierte

Conclusión. Hacia una historia global del Renacimiento

Bibliografía

Índice

AGRADECIMIENTOS

Los miembros del seminario de historia que dirijo en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de Francia (École des hautes études en sciences sociales) saben lo mucho que debemos a sus preguntas, sus comentarios y sus críticas. No existe investigación histórica que pueda hacerse en el aislamiento y, más que otras formas de historia, la historia global exige la confrontación de las ideas, la unión de las competencias y el encuentro de investigadores venidos de los cuatro rincones del globo. Carmen Bernand, Louise Bénat-Tachot, Alessandra Russo, Alfonso Alfaro, Décio Guzmán, Boris Jeanne, Pedro Gomes, Maria Matilde Benzoni, Oreste Ventrone, Roberto Valdovinos y Giuseppe Marcocci, un puñado de investigadoras e investigadores en ciernes, sea cual fuere su edad, no han cesado de aportar la energía, los horizontes y las confrontaciones imprescindibles para la historia global. Con todo, aun cuando una obra de historia no sea nunca una empresa solitaria, continúa siendo, antes que nada, una aventura individual. La Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales sigue siendo un lugar privilegiado donde se puede salir de los senderos trillados, correr riesgos e imaginar lo que podría ser una disciplina que se pusiese a la cabeza de las ciencias sociales, mostrando que ha aprendido a franquear la barrera del tiempo y las civilizaciones. Agradezco también a Lizeth Mora Castillo, Araceli Puanta Parra y Juan Carlos Rodríguez Aguilar, del equipo editorial del FCE, y a todos los que de una u otra forma colaboraron en el cuidado de la edición en español de este libro.

INTRODUCCIÓN

ANDRÓMACA: —¡La guerra de Troya no tendrá lugar, Casandra!

JEAN GIRAUDOUX, La guerre de Troie
n’aura pas lieu,
I, 1

Algunos escritores de la primera mitad del siglo XX se internaron en los caminos que nos han llevado de México a China. Hace mucho tiempo, la obra de Jean Giraudoux nos sugirió un título, “La guerra de China no tendrá lugar”, que fue necesario abandonar. Paul Claudel supo resucitar unos mundos que quizás estamos en posición de comprender mejor actualmente. En las jornadas de Le Soulier de satin (1929 [El zapato de raso]), dialogan unos seres venidos de los cuatro rincones del mundo. “La escena de este drama es el mundo; más concretamente, la España de finales del siglo XVI.” Al “comprimir los países y las épocas”,1 Claudel no pretendía hacer una obra de historiador, sino sumergirnos en los remolinos de la mundialización. Una mundialización que no era ni la primera ni la última; una mundialización que se llevó a cabo rápidamente en el transcurso del siglo XVI, siguiendo la estela de las expediciones portuguesas y españolas. Como consecuencia, el águila azteca y el dragón chino sufrieron los primeros efectos de la desmesura europea.

Esa mundialización fue un fenómeno diferente de la expansión europea. Esta última movilizó una gran cantidad de recursos técnicos, financieros, espirituales y humanos; respondió a decisiones políticas, a cálculos económicos y a aspiraciones religiosas que se conjugaron, más o menos felizmente, para lanzar a marineros, soldados, sacerdotes y comerciantes hacia todas las direcciones del globo terráqueo, a zonas situadas a miles de kilómetros de la península ibérica. La expansión ibérica provocó reacciones en cadena y, a menudo, incluso choques que desestabilizaron sociedades enteras. Tal fue el caso de América. Mientras tanto, en Asia, tropezó con algo más fuerte que ella, cuando no se hundió en las ciénagas y las selvas de África. La imagen de un progreso ineluctable de los europeos, ya sea que se exalten las virtudes heroicas y civilizadoras de éstos o que se cubra de oprobio su empresa, es una ilusión de la que es muy difícil deshacerse; proviene de una visión lineal y teleológica de la historia que sigue adherida a la pluma del historiador y a los ojos de su lector.

Lo que es falso de la expansión ibérica lo es aún más de la mundialización, que se puede definir como la proliferación de todo tipo de lazos entre unas regiones del mundo que hasta entonces se ignoraban o se trataban desde muy lejos. La que se despliega en el siglo XVI afecta a la vez a Europa, África, Asia y el Nuevo Mundo, entre los que se establecen interacciones de una intensidad con frecuencia sin precedentes. Un lienzo todavía frágil, lleno de agujeros inmensos, siempre a punto de desgarrarse con el menor naufragio, pero indiferente a las fronteras políticas y culturales, comienza a extenderse alrededor de todo el planeta. ¿Quiénes son los protagonistas de esa mundialización? De buen o mal grado, algunas poblaciones africanas, asiáticas y amerindias participan en ella, pero los portugueses, los españoles y los italianos proporcionan lo esencial de la energía religiosa, comercial e imperialista, al menos en esa época y durante un buen siglo y medio. El servidor chino de Le Soulier de satin le espeta a Don Rodrigue, virrey de las Indias: “Nos hemos enredado el uno con el otro y no hay manera de zafarnos”.2

¿Qué es lo que perciben de ella los contemporáneos de la época? Con frecuencia, su mirada es más penetrante que la de los historiadores que se han sucedido para observarlos. Los hombres del siglo XVI, y no sólo los europeos, captan la amplitud del movimiento al que se ven enfrentados y la mayor parte del tiempo lo hacen desde el punto de vista religioso, a partir de perspectivas que la misión les pone delante; pero la mundialización se perfila igualmente en el espíritu de los que son sensibles a la aceleración de las comunicaciones entre las diferentes partes del mundo, al descubrimiento de la infinita diversidad de paisajes y pueblos, a las extraordinarias oportunidades de ganancia que aportan las inversiones proyectadas hacia el otro extremo del globo terráqueo y al crecimiento sin límites de los espacios conocidos y los riesgos confrontados. Nada parece capaz de resistir a la curiosidad de los viajeros, aun cuando a menudo éstos no vayan a ninguna parte sin la cooperación de sus guías y sus pilotos indígenas.

Se puede atribuir el descubrimiento de América o la conquista de México a personajes históricos como Cristóbal Colón o Hernán Cortés. La cuestión es discutible, pero el procedimiento es demasiado cómodo. La distancia de los siglos y, lastre aún más pesado, nuestra ignorancia se confabulan en favor de que aceptemos esos atajos. La mundialización no tiene autor. Responde, a escala planetaria, a los asaltos bruscos y violentos asestados por las iniciativas ibéricas; mezcla historias múltiples cuyos derroteros entrechocan repentinamente, precipitando desenlaces imprevistos y hasta entonces inconcebibles. La mundialización no tiene nada de una maquinaria inexorable e irreversible que se dirija a consumar un plan preconcebido para lograr la uniformización del globo terráqueo.

Por consiguiente, sería falso creer que nuestra mundialización nació con la caída del muro de Berlín; y sería igualmente ilusorio imaginar que es el árbol gigantesco nacido de una semilla plantada en el siglo XVI por manos ibéricas. Sin embargo, por varias razones, parece que nuestro tiempo está en deuda con esa época lejana, si se acepta que la falta de filiación directa o de linealidad no transforma el curso de la historia en una cascada de azares y acontecimientos sin consecuencias. Es en el siglo XVI cuando la historia humana se integra en un escenario que se identifica con el globo terráqueo; es entonces cuando las conexiones entre las partes del mundo se aceleran: entre Europa y la región del mar Caribe a partir de 1492, entre Lisboa y Cantón a partir de 1513, entre Sevilla y México a partir de 1517, etc. Añádase a ello otra razón, que es el meollo de este libro: con la mundialización ibérica, Europa, el Nuevo Mundo y China se convierten en socios planetarios. China y Estados Unidos tienen un importante protagonismo en la mundialización actual; pero ¿por qué y de dónde proviene el hecho de que China y Estados Unidos se encuentren frente a frente en el tablero terrestre? y, ¿por qué, hoy en día, Estados Unidos da muestras de sofocamiento, mientras que China parece estar dispuesta a arrebatarle el primer lugar?

En una obra anterior, ¿Qué hora es allá?,3 nos interrogamos sobre la naturaleza de los lazos que se tejieron a partir del siglo XVI entre el Nuevo Mundo y el mundo musulmán. Esas regiones se enfrentaban entonces a los primeros efectos de la expansión europea en el globo terráqueo. Cristóbal Colón estaba persuadido de que su descubrimiento proporcionaría el oro con que los cristianos habrían de recuperar Jerusalén y de aplastar el islam. Por su parte, el Imperio otomano se inquietaba al ver un continente que, desconocido para el Corán y los sabios del islam, estaba librado a la fe y la rapacidad de los cristianos. No se podría abordar el tema de la mundialización, que ha hecho progresivamente del globo terráqueo el escenario de una historia común, sin tomar en consideración lo que ha estado en juego desde esa época entre las tierras del islam, Europa y América. Pero ¿es suficiente? Si la incorporación de una cuarta parte del mundo es el acta de nacimiento de la mundialización ibérica, la irrupción de China en el horizonte europeo y en el americano constituye otra convulsión. El hecho de que ésta haya sido contemporánea del descubrimiento de México, con un puñado de años de diferencia, debió de haber atraído nuestra atención más pronto, pero nuestra mirada, retenida durante mucho tiempo por Mesoamérica, había olvidado que ésta no es el confín del mundo: es, como lo repetían los antiguos mexicanos, su centro.

En el siglo XVI los ibéricos consideraron en dos ocasiones hacer la conquista de China; pero su deseo no se hizo realidad jamás. Para parafrasear el título de la célebre pieza de Jean Giraudoux: “La guerra de China no tendrá lugar”. Después, a destiempo, algunos lo lamentarán, mientras que otros, nosotros entre ellos, reflexionarán lo que nos han enseñado esas veleidades de conquista, contemporáneas de la colonización de las Américas y de la exploración del océano Pacífico. China, el océano Pacífico, el Nuevo Mundo y la Europa ibérica son los protagonistas de una historia que surge de su encuentro y de su enfrentamiento. Esta historia se resume en una fórmula simple: en ese mismo siglo, los ibéricos fracasan en China y tienen éxito en América. Eso es lo que nos descubre la historia global del siglo XVI, concebida como otra manera de interpretar el Renacimiento, menos obstinadamente eurocentrista y, verosímilmente, más en concordancia con nuestro tiempo.