portada
M. T. Anderson

© Sonya Sones

M. T. Anderson escribe con soltura tanto para el público adulto como para los jóvenes; su obra incluye también algunos libros ilustrados para niños. Le apasiona escribir y lleva más de dos décadas proponiendo historias retadoras a sus lectores, consideradas por varios como “oscuras”. Su novela Feed fue finalista en el National Book Award y ganadora del L. A. Times Book Prize. La primera parte de su saga histórica Octavian Nothing ganó el National Book Award y el Boston Globe-Horn Book Awards. Varias de sus obras se han traducido a otros idiomas, incluyendo Gravedad artificial, la cual publicó el FCE en el 2004.

Paisaje con mano invisible / A través del espejo
M. T. Anderson / Paisaje con mano invisible

traducción de
IX-NIC IRUEGAS

Fondo de Cultura Económica

Primera edición en inglés, 2017
Primera edición en español, 2018
Primera edición en libro electrónico, 2018

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

contraportada

ÍNDICE

Un pueblito bajo las estrellas

Un pueblito a los pies de las velas al viento

El punto de aterrizaje: una estatua de pilares de cristal en el estadio Wrigley, en Chicago, Illinois

Mi casa durante el verano, un suburbio de los setenta

Un carrito de comida frente al centro comercial y una fila de clientes

Mi casa en invierno

La habitación de mis padres con las cobijas destendidas

Un comedor vacío, excepto por la luz

Retrato de Chloe sentada en el jardín

Una ciudad de cristal en una cordillera borrascosa

Mi casa a principios del otoño

Nosotros corriendo mano a mano entre la hierba, quizá entre el trigo

Un pequeño pueblo bajo el enorme complejo de lujo en las nubes

Mi casa a finales del otoño

Un huerto de duraznos de Georgia con el eslogan “en Georgia el verano ‘durazno’ todo el año”

Un pueblo en la cima de una montaña, copiado del cuadro de un viejo maestro

Otoño en un llano cerca de una instalación de desechos

El emporio del ídolo humano

Un complejo vuvv local

Mi casa en diciembre

El estacionamiento de la saqueada y vieja tienda Stop & Shop

La entrada vacía

Animales de peluche en fila

La zona de aterrizaje de una clínica médica vuvv, en el parque Boston Common

Mi casa bajo el agua

Sloppy Smiley

Una nave vuvv del tamaño de un pueblo pequeño, arriba, entre las estrellas

Un pequeño pueblo bajo las estrellas

Mi casa al principio de la primavera

Un lugar secreto en la cordillera azul

UN PUEBLITO BAJO LAS ESTRELLAS

Bajo las estrellas, un pequeño pueblo se prepara para la llegada de la noche. Son casi las once en punto. Abajo, adentro de las casas cuadradas, la gente se dispone para irse a la cama. Las luces de los autos reptan entre las calles pequeñitas. Las farolas de la calle principal del pueblo iluminan un estacionamiento vacío. Las tiendas han cerrado por hoy. Las colinas lucen oscuras.

Todo esto lo observan dos adolescentes sentados en un mirador, en una calle que se llama Paseo de los Enamorados.

Están estacionados en un auto de los años cincuenta, “besuqueándose”. Ella lleva un suéter apretado. Él, una chamarra del equipo de futbol de la escuela. La vista del pueblo, el lugar en el que crecieron, los hace sentir melancólicos y se apretujan por encima de la palanca de velocidades.

—Caray, Brenda —dice el chico.

Todo esto lo observa la criatura que se esconde entre los arbustos.

Las ramas de una planta terrestre bloquean sus ojos saltones. Retira las ramas con las garras. Observa a esos dos bocados peludos que se retuercen dentro de la caja de metal y se pregunta qué podrá significar que se apretujen el uno contra el otro. Su respiración es muy ruidosa. Con una zancada tambaleante avanza hacia delante. Las ramas se parten. Ya está en el pavimento. Está detrás del auto.

Todo esto lo ven cientos de adolescentes que observan horrorizados.

Novios y novias gritan y se acercan el uno al otro. Las parejas sonríen. Están estacionados en autos de los años cincuenta, “besuqueándose”. La pantalla frente al campo de autos estacionados se refleja en los parabrisas.

Por supuesto, cuando se dio la invasión interestelar, no fue en absoluto parecida a esto.

UN PUEBLITO A LOS PIES DE LAS VELAS AL VIENTO

En nuestro pueblo no hay noches completas porque las velas generadoras de energía de los vuvv se estiran al viento y brillan con una luz amarilla apagada. Mi novia Chloe y yo estamos tirados en el pasto junto al gimnasio de la escuela, observando las velas que ondean en el cielo en una especie de marea electromagnética invisible.

Juntos, mirando hacia arriba, nos tomamos de la mano y digo:

—Qué hermoso —pienso un minuto y agrego—: Es como tu pelo. Ondea al viento.

—Adam —responde Chloe—, qué lindas cosas dices.

—Sí —admito e inclino la cabeza hasta posarla sobre su hombro—. Caray, Chloe —digo, y me vuelvo para besar su mejilla.

Mientras eso ocurre, Chloe y yo nos odiamos. Aun así, mi cabeza está junto a la suya; una cabeza que, en este momento, con gusto arrancaría con mis propias manos.

Todo esto lo observan cientos de vuvv que pagan por minuto.

EL PUNTO DE ATERRIZAJE: UNA ESTATUA DE PILARES DE CRISTAL EN EL ESTADIO WRIGLEY, EN CHICAGO, ILLINOIS

Nunca he estado en el punto del Primer Aterrizaje de los vuvv. Pero todos vimos el descenso en televisión cuando se llevó a cabo, y como parte de un proyecto escolar en segundo de secundaria dibujé el monumento que se construyó en el estadio Wrigley. Usé lápices de colores y copié el dibujo del holograma de un separador de libros barato. Aquélla fue la primera vez que intenté con ganas dibujar cristal trasparente. Hoy, cuando veo mi dibujo, detecto muchos errores en mi empeño por hacer que los reflejos y las distorsiones salieran bien. Los pilares están torcidos porque todavía no sabía nada de perspectiva.

Todos nos sorprendimos cuando los vuvv aterrizaron por primera vez. Habían estado observándonos desde la década de 1940 y nosotros los habíamos visto ocasionalmente, pero todos los imaginábamos de otra forma. No eran delgados y delicados, y no tenían nada cercano a la forma humana. Más bien parecían mesas de centro hechas con granito: chaparros, anchos y rugosos. Pero nos dio gusto que no estuvieran invadiendo. No podíamos creer lo afortunados que éramos cuando nos ofrecieron el uso de su tecnología y nos invitaron a ser parte de la Alianza Interespecies por la Co-prosperidad. Anunciaron que podían terminar con la necesidad de trabajar y eliminar todas las enfermedades, de modo que, desde luego, los líderes del mundo corrieron a afiliarse.

Durante más o menos un año después del primer aterrizaje, una de sus naves planeó por encima del estadio Wrigley para señalar el punto en el que nos saludaron por primera vez. Esa nave ya no está, en su lugar hay un conjunto de condominios de lujo flotando en el aire. Todos se quejan porque bloquean la luz del sol que debía caer en las columnas de cristal del monumento del Primer Aterrizaje de los vuvv.

Hace algunos años, un tipo con pantalones militares fue sorprendido derribando los pilares del monumento. Al principio, todo el mundo pensó que se trataba de una protesta anti-vuvv. Más tarde se supo que no era más que un imbécil común y corriente.

MI CASA DURANTE EL VERANO, UN SUBURBIO DE LOS SETENTA

Mi casa es mitad tejas grises y mitad paneles pintados de color café. Las tejas no están mal, pero los paneles cafés se ven horribles. La pintura está cuarteada y descascarada; se está despegando en largas tiras. ¿Qué clase de idiota diseña una casa la mitad con tejas y la otra mitad pintada? Da una imagen muy confusa y envejece de forma desigual.

Mi mamá gruñe.

—¿No dices que quieres ser pintor? Pues ¿por qué no la pintas? Agarra una brocha y ponte a pintar.

—Podría hacerlo, pero no soy ese tipo de pintor.

—No, eres del tipo molesto. ¿No puedes ser útil? No tienes que pintar las tejas. Sólo tendrías que pintar los… Bueno, ya sabes: las partes que están pintadas.

Con ánimos de ayudar, agrego:

—Hice un paisaje de la casa. Me senté afuera con el caballete y pinté una serie completa de cuadros. No los considero dibujos arquitectónicos, sino estudios sobre la luz en superficies irregulares.

Mi madre cierra los ojos.

—No haces mucho por mantener la esperanza con vida, Adam.

—Al señor Reilly le gustaron. Descubrí que, al pintar la casa de frente y desde un ángulo, puedo recrear la sensación de frío, desolación y vacío.

—¿Incluiste los montones de caca que desperdigas por todos lados?

Mi madre y yo nos mandamos besos al aire y cada uno sigue su camino. Ahora que traigo mucho dinero a casa, ella no puede quejarse.

También hacemos un poco de dinero al permitir que la familia de Chloe viva en el sótano. Su hermano mayor trabaja medio tiempo en la planta de energía de los vuvv. Durante el día, su padre se sienta en el jardín a lanzar una pelota de básquet hacia un aro de plástico. Al igual que mi madre, está desempleado. El otoño pasado barría las hojas secas de nuestro jardín.

Mi madre intenta tener buena actitud ante la búsqueda de empleo. “Lo importante es tener esperanzas”, nos dice a mi hermanita y a mí. Hasta que llegaron los vuvv, mi madre fue cajera en un banco. Desde que se quedó sin empleo fijo, sólo ha trabajado por periodos de un mes o algunas semanas. Trabajó en una tienda de abarrotes, acomodando las bolsas de papas fritas. Durante una temporada limpió casas con una amiga suya, hasta que la lista de clientes de su amiga se redujo y no hubo más trabajo.

—¿Saben qué es lo bueno del mercado laboral en este momento? —nos pregunta—. La flexibilidad. Todo es muy flexible. Tienes que estar dispuesto a cambiar en ese sentido —da un pequeño aplauso, que suena como una piedrita que cae—. Es un gran momento para los emprendedores.

Se pasa el día enviando su currículum por correo electrónico. Eso no toma mucho tiempo, de modo que el resto del día lo dedica a caminar en círculos, esperando que los jefes se pongan en contacto con ella. Es fácil darse cuenta de que se pasea de un lado a otro, porque la alfombra alrededor del sofá cama está desgastada.

UN CARRITO DE COMIDA FRENTE AL CENTRO COMERCIAL Y UNA FILA DE CLIENTES

Hice un dibujo del carrito de comida en el que mi madre estaba pidiendo trabajo. Ella esperaba para hablar con el administrador del negocio. La recuerdo jugueteando con sus llaves rítmicamente mientras yo dibujaba la fila de clientes.

—Será magnífico —dijo—. Los trabajos en restaurantes son difíciles de conseguir hoy día. Ya nadie sale a comer. Pero tengo un buen presentimiento sobre esto —señaló con las llaves el Tazón de Caldo de Heather—. Todo el mundo puede pagar una taza de caldo de pollo. Este lugar va a pegar. La fila es una buena señal. Le da la vuelta a la manzana. Creo que tengo un sesenta por ciento de posibilidades de conseguir este trabajo. Puede ser sesenta y cinco por ciento.

—¿Cuánto pagan por hora? —pregunté.

—No sé. Pero de verdad creo que puedo conseguir este trabajo de la sopa. Puedo hacerlo. Tengo un título de maestría —observó nerviosa a la chica tatuada que trabajaba desde la ventanilla—. Será medio tiempo hasta que consiga algo en grande. Como el empleo en la oficina de admisiones en Qualiplay. Creo que todavía no consiguen a nadie. Por lo menos, envié otro correo electrónico y no me dijeron que ya habían cubierto la vacante. Ahí tengo como treinta por ciento de posibilidades. Bueno, ya han pasado varios meses. Quizá sea un veinticinco por ciento —suspiró—. No, tenías que haber visto al tal Brandon cuando me dio la mano después de la entrevista. Es un sólido treinta por ciento… Treinta/setenta. No está tan mal. Casi una oportunidad en tres. ¿Verdad? Quisiera que esta gente se diera prisa en ordenar su comida y se quitara del camino.

Un tipo vestido de traje se volvió hacia mi madre.

—Todos estamos esperando —dijo.

—Ah, no. Yo no voy a comprar caldo —dijo mi madre con una risilla seca—. Solicité un empleo. Estoy esperando para preguntar si lo obtuve.

El hombre sonrió.

—Sí —dijo—. Todos estamos esperando para preguntar si obtuvimos el empleo.

Observé detenidamente a todas las personas de la fila. Muchas de ellas llevaban sus currículums apretados entre dos dedos.

—¡Oigan! —gritó la chica del caldo—. ¡Ya les dije! ¡Fuera de aquí! ¡Voy a decidir hoy en la noche! Se acabó. ¡Dejen de preguntarme!

Todos nos miramos tímidamente. La fila comenzó a dispersarse, a excepción de un par de personas que sí querían comprar el paquete de consomé y pan.

El hombre del traje caminaba con nosotros por el estacionamiento.

—No lo puedo creer —dijo—. Yo tenía un equipo de once personas que trabajaban para mí.

—En estos momentos, la flexibilidad es muy importante —comentó mi madre—. Leí un artículo que dice que esta época es muy buena para la innovación. Éste es el momento de los emprendedores.

—Yo tenía un asistente de administración —dijo el tipo del traje—. Recuerdo que le daba pósits retacados con instrucciones de las cosas que quería que hiciera —levantó un dedo—. “Tome, Becky. ¿Le puedo encargar esto?” Y lo hacía.

Tuve la sospecha de que intentaba impresionarnos. Me pregunté si Becky existiría en realidad.

—Lo importante —dijo mi madre— es tener una actitud positiva.

—Por supuesto —dijo el tipo, desganado—. ¿Tienes otro currículum a la mano?

—Claro. Siempre traigo otro —lo sacó del bolso—. Mi hijo es artista. Me ayudó a elegir el tipo de letra.

El hombre del traje revisó la hoja.

—¿Ves? Esto está muy bien. Está perfecto —dijo—. ¿A qué hemos llegado?

—Leí un artículo que decía que sólo hace falta tener una buena idea.

—Sí. Me gusta cómo formateaste la parte de las habilidades.

—Sólo debemos mantener una buena actitud y seguir conociendo gente para hacer contactos.

Dimos la vuelta a la esquina. Ya no estábamos a la vista del Tazón de Caldo de Heather. Fue entonces cuando el tipo del traje lanzó a mi madre contra la pared.

—Óyeme bien, perra —dijo—. No vas a solicitar el trabajo de la sopa. Ése es para mí. Ahora tengo tu dirección y si te veo trabajando ahí la semana que viene voy a ir a tu maldita casa y la voy a quemar —lanzó el currículum al aire— con tu estúpido hijo artista dentro. ¿Entendiste? —se marchó resentido.

El currículum dio vueltas en el aire hasta que cayó al suelo.

Ambos temblábamos.

—Debí haberlo golpeado —dije—. ¡No puedo creerlo! ¡Ni siquiera se me ocurrió golpearlo! ¡Te atacó!

Mi madre se tranquilizó.

—Fue de sorpresa.

—Soy tan alto como él.

—Fue de sorpresa, cariño. Yo también debí haberlo golpeado.

Pasado todo, sentía que la adrenalina me subía.

—¡Lo voy a encontrar! —dije—. ¡Tenemos que encontrarlo! ¡Llamemos a la policía!

—Si me lo dan, no voy a rechazar el empleo de la sopa —dijo mi madre con la voz partida.

A lo largo de toda la tarde dijo varias veces:

—No pienso rechazar el empleo —creo que intentaba convencerse a sí misma—. Tengo un cuarenta/sesenta de posibilidades de conseguir ese trabajo y no pienso rechazarlo.

—Si te lo dan —le dije—, yo te acompañaré al trabajo cuando no esté en la escuela.

—Todavía tengo el gas pimienta. A menos que haya expirado. ¿El gas pimienta expira?

No tenía importancia. A mi madre no le dieron el empleo. Nunca volvió a saber nada de Heather. Una semana más tarde pasamos frente al carrito de la sopa y había una señora de sesenta años trabajando ahí, sirviendo consomé con mucho ímpetu.