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Zacharias Heyes

En casa conmigo y con Dios

Guía para aceptarse

NARCEA, S.A. DE EDICIONES

Índice

Introducción

“¿Dónde vives?”.

El sitio de Dios en mi casa

Caminando con Dios. Fuentes bíblicas. Jesús. Benito de Nursia. Francisco de Asís. Nicolás de Flüe. Madeleine Delbrêl.

En casa conmigo y con Dios

¿En casa? Vivir en Dios. “Sal al encuentro de tu Dios dentro de ti mismo”. “Yo soy Iglesia”. Soy mi propio acompañante espiritual.

Ejercicios

Abrázate. Mírate al espejo con benevolencia. Valora tu cuerpo. Da gracias a tu cuerpo. Diseña tu espacio vital.

Hacer silencio

Ejercicios

Sé consciente de tu respiración. Sal al campo. Camina descalzo.

Reconciliación con el pasado

Ejercicios

Perdónate y perdona a los demás.

Asumir la propia responsabilidad y decidirse

Es necesaria tu propia decisión.

Ejercicios

Anota tus roles y despídelos. Crea un collage. Sal de tu tierra.

Distinguir las voces

Ejercicios

Pon cara a la insatisfacción. Da nombre a tu enfado. ¿Quién soy yo? Confía en tu corazón. Más amor, más libertad, más alegría, más paz. Aquella voz suave.

(Re)descubrir los sueños

Ejercicios

Di adiós a tu imagen. ¿Qué soñaste cuando eras niño? ¿Quién quieres ser?

El lenguaje olvidado de Dios con nosotros

Ejercicios

Escribe tus sueños. Conversa con tu sueño. Pinta tu sueño.

Pensamientos para terminar

Introducción

“¿Dónde vives?”

“¿Dónde vas, cuando dices que vas a casa?”. Con esta expresión anunciaba el Teatro de la Residencia de Munich la temporada 2014-2015. Cuando lo leí, me pregunté: ¿Por qué se anuncia un teatro con semejante pregunta? Indirectamente parecía decir: Si quieres estar en casa, ve al teatro. O bien: Vienes a tu casa cuando vas al teatro. Reflexionando después, la frase me pareció lógica y llena de sentido. Cuando se va al teatro, por regla general, no se va solo. Se va con la familia, con la pareja, con buenos amigos. Se queda un poco antes para tomar un aperitivo, se disfruta de una tarde relajada; uno se siente bien. Después de la representación nos quedamos un rato con los amigos y terminamos la velada con una cena o un vaso de buen vino. Todo esto se corresponde con lo que entendemos con la expresión “en casa”: un lugar en el que se está con la familia, con la pareja, donde se invita a los amigos y donde se pasa ratos entretenidos. Donde no estamos solos –da lo mismo cómo le vaya a uno– y donde nos sentimos apoyados y protegidos.

En resumen: dejamos atrás el día, olvidamos las preocupaciones y nos encontramos amparados, rodeados de personas queridas.

Al leer la pregunta: ¿Dónde vas, cuando dices que vas a casa?, también me vino a la memoria la siguiente escena: por fin tranquilidad. Después de una jornada estresante, terminado el trabajo y con los niños ya atendidos, antes de que acabe el día, todavía hay un poco de tiempo para uno mismo. Desconectamos, nos ponemos cómodos, nos sentamos en el rincón preferido, disfrutamos de nuestros pensamientos, leemos un buen libro, pasamos revista al día… En resumen, estamos solos con nosotros mismos.

Usted, querida lectora y querido lector, tendrá, respecto a la pregunta anterior, sus propios pensamientos, sentimientos, experiencias y asociaciones, y pueden unirlas a mis respuestas e ideas. Quizá también les vengan recuerdos de su niñez: el aroma del pastel recién horneado, las campanas que tocaban los domingos, los juegos en el jardín, en el campo de fútbol…

Una vez le hicieron a Jesús una pregunta similar. Uno de sus discípulos le preguntó: “¿Dónde vives?”. Esta frase también se podría traducir por “¿dónde está tu casa? Jesús dio una respuesta sorprendente: “¡Ven y verás!”. No respondió dando una dirección sino que invitó a los que le preguntaban a ir con Él a ver dónde vivía. Los invitó –por decirlo así– a un tour de descubrimiento en el que sus acompañantes vieron algo asombroso: ni casa magnífica, ni mujer, ni familia; en lugar de esto, frases como: “¡No tengo donde reclinar mi cabeza!”.

Del pensamiento anterior se deduce la característica de un hogar: la persona sabe dónde está su cama, dónde se siente bien, dónde se puede relajar, dónde puede retirarse, dónde las personas queridas le regalan cuidados.

Con el tiempo, aprendieron los discípulos que Jesús solo tenía una casa, un hogar: Dios, su Padre. Él lo llamaba cariñosamente “Abba”, papá, a quien Jesús descubría en todas partes: en las personas, en la naturaleza, en la oración solitaria en la montaña durante la noche. Sabía que Dios estaba en Él y Él en Dios. Podríamos decir que Jesús estaba en casa en sí mismo, descansaba en sí mismo, en la relación amorosa con Dios. En realidad, esto es precisamente lo que nos deseamos a nosotros mismos: descansar en nuestro interior, encontrar un hogar en nosotros mismos, sean cuales sean los tormentosos tiempos que nos rodeen.

Sin embargo, cada día nos muestra con frecuencia que hay muchas cosas que nos hacen perder el equilibrio, que nuestra vida, nuestra “casa”, es frágil. Muchas personas comparten hoy la experiencia de la que habla Jesús: saben dónde pueden reclinar su cabeza al terminar el día, pero a veces deben pensar al despertar, en qué ciudad se encuentran y a quién pertenece la cama en la que están acostados. Con frecuencia están de viaje y se sienten, en el más verdadero sentido de la palabra, “sin casa”. La razón para ello se encuentra, por un lado, en que en el mundo de la profesión se espera de ellos una gran flexibilidad, lo que trae consigo frecuentes mudanzas y cambios de lugar, pero también muchos viajes de negocios alrededor del mundo, donde en realidad apenas es importante despertarse en el hotel de Hamburgo o de Hong Kong. Por otro lado, los horarios de trabajo, variables y superlargos, roban a la vida propia un ritmo que dé confianza. También esto impide llegar a un sitio y sentir que se vive en él. Esta falta de hogar hace que muchos tengan un sentimiento de apátridas. Estar frecuentemente de viaje priva a las personas de la posibilidad de echar raíces en un lugar, hacer amistades y establecer relaciones de confianza y con ello tener un hogar emocional.

Como acompañante sacerdotal de urgencia experimento continuamente la rapidez con que puede caer una persona en una crisis emocional, con qué velocidad, de un momento a otro, nada es como era en una vida, y se quiebra toda seguridad emocional.

Otro punto que contribuye a que parezca que las personas no parecen llegar a ningún sitio es la posibilidad de las relaciones a distancia, que son necesarias por la mencionada flexibilidad. Amor entre Baviera y Berlín, aunque alguno y algunas cosas queden en la cuneta. ¿Cómo puede funcionar por ejemplo la formación de una familia en una constelación semejante? Seguro que hay ejemplos, pero la mayoría de las parejas sufren bajo esta separación después de un tiempo por la falta de estar juntos en casa.

A esto hay que añadir que muchos lugares y estructuras "clásicos", que unen a las personas con "estar en su tierra" y "estar en casa", han desaparecido en nuestra sociedad y en nuestro tiempo. A estos lugares, que antiguamente configuraban la vida y ofrecían tanto apoyo como identidad, y con esto una tierra propia, pertenece la clásica estructura de pueblo. En el pueblo, quien lo quisiera podía encontrar una comunidad en la que podía confiar. Aquí se apoyaban unos a otros y se ayudaban entre ellos. Celebraban fiestas juntos y también asistían juntos a los entierros. Se compartían penas y alegrías. También las responsabilidades estaban inequívocamente definidas. Estaba claro lo que había que hacer y a lo que había que atenerse.

Esto valía especialmente para las asociaciones; en ellas encontraban muchas personas un sitio de acogida porque a través de ellas participaban en la sociedad, se sentían valoradas, realizaban una actividad útil, ya se tratara del cuerpo de bomberos, de clubes deportivos, de asociaciones de mujeres o de un círculo de lectura. Aunque las estructuras de estas asociaciones eran relativamente rígidas e indiscutibles, a su vez garantizaban durante décadas que la vida de la comunidad fuera un éxito. Se daba por supuesto que había que pertenecer a una de ellas y enrolarse en unos de estos clubs. Cada uno se inscribía, ocupaba su lugar y sabía dónde estaba su casa.

Sin embargo esto también tiene su contrapartida. Esta pertenencia significa comprometerse, estar junto al otro con todo lo que soy y tengo, que donde yo estoy, el otro pueda contar conmigo cuando me necesite. A mucha gente joven de hoy le cuesta mucho establecer lazos y entrar a formar parte con plena confianza de una comunidad. A través de las redes sociales se conciertan citas y eventos de corta duración de forma rápida, igualmente anuladas rápida y frecuentemente. También para las generaciones de más edad, las relaciones son cada vez más un problema. Involucrarse totalmente en algo, comprometerse con algo y mantenerse en ello lleva consigo limitaciones, significa que no pueden utilizarse otras posibilidades, renunciar a otras opciones.

Cuando Jesús invitaba a sus discípulos a ir con Él para ver dónde vivía, con frecuencia los llevaba a un lugar tranquilo en el que podían descansar; también Él recurría muchas veces a la soledad para descansar en su Dios.

Este libro desea invitarle, querida lectora, querido lector, a este tour de descubrimiento, al que también Jesús llevó consigo a sus discípulos. Ojalá muestre caminos para cuidar el propio interior para que le vaya bien a usted y a su alma, para que sienta con total seguridad que en su interior está, y puede estar, en casa.

Le invito a encontrar un hogar en la amorosa relación con Dios, como hizo Jesús, y con ello a encontrar en sí mismo paz, hogar y seguridad para, al mismo tiempo, a partir de esa estabilidad, volver a estar vivo, volver a descubrir, vivir y configurar su dignidad como quien está inmerso en la vida de Dios.

Con el fin de poder llevar esto a su vida cotidiana y aplicarlo, al final de algunos capítulos se ofrecen una serie de ejercicios prácticos. Con ello, la lectura de este libro tiene diferentes posibilidades: se puede leer en su totalidad y después decidir qué ejercicios se desean hacer o buscar determinados temas, que en cierto momento interpelen de manera especial, y comenzar por lo que más interese.

Les deseo una lectura estimulante y enriquecedora, que les permita, así lo espero, llegar a encontrar un hogar en su interior.

P. Zacharias Heyes