SANTIAGO MARTÍNEZ SÁEZ

EL PROCESO DE SECULARIZACIÓN

MADRID

© 2018 by Santiago Martínez Sáez

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ISBN: 978-84-321-4958-0

Agradezco a la

Dra. María Teresa Barraza Quezada,

su colaboración en la edición de esta obra,

sin la que hubiera sido imposible

su aplicación

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

I. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

II. EXPLICACIÓN DE LA TERMINOLOGÍA

a) Secularización

b) Desmitización o desmitificación

c) Desmistificación

d) Desacralización

e) Desmetafisicación

f) Desreligiozación

g) Laicización, laicidad y laicismo

III. SECULARIZACIÓN Y SECULARISMO

IV. ASPECTOS «POSITIVOS» DE LA SECULARIZACIÓN

V. CONSECUENCIAS NEGATIVAS DE LA SECULARIZACIÓN

VI. EL FONDO DEL PROBLEMA

1. Ateísmo, agnosticismo y antropocentrismo

2. Raíces del problema

a) El oscurecimiento de la inteligencia. Racionalismo e irracionalismo

b) Antimetafísica: pérdida del ser

c) Antiética: pérdida del “deber ser”

d) Funcionalismo

3. Consecuencias del problema: una sociedad deshumanizada

a) Una sociedad permisiva

b) Una sociedad materializada

c) La tiranía del producto

d) La tiranía del consumo

e) La dictadura de la tecnocracia

4. El final del camino

a) El hundimiento de la persona en la nada

b) El hundimiento de la sociedad en el nihilismo

VII. HACIA LA SOLUCIÓN DEL PROBLEMA

1. Dios es el Ser fundante

2. El hombre es el ser fundado

3. La religión como condición absolutamente necesaria para una verdadera restauración del hombre y de la sociedad

VIII. CONCLUSIÓN

BIBLIOGRAFÍA

GLOSARIO DE TÉRMINOS

ANEXOS

CUADRO CRONOLÓGICO: BREVE RECORRIDO POR LA HISTORIA DEL HOMBRE

CUADRO CRONOLÓGICO: GRÁFICA DEL TIEMPO: Edad Primitiva

DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA

EDAD ANTIGUA: FILOSOFÍA ANTIGUA: Después del período prehistórico

EDAD ANTIGUA: FILOSOFÍA OCCIDENTAL

EDAD MEDIA: FILOSOFÍA MEDIEVAL

EDAD MODERNA Y RESURGIMIENTO DE LA ESCOLÁSTICA

EDAD CONTEMPORÁNEA

SANTIAGO MARTÍNEZ SAEZ

I.

PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

ANTE LA MAREA CRECIENTE DE materialismo, que afirma la materia como única realidad, y de naturalismo, que niega radicalmente toda intervención de Dios en la historia y, por tanto, toda revelación sobrenatural, el creyente se pregunta, inquieto, por el porvenir de la religión en un mundo que se autocalifica de secularizado. Precisamente, se dice, el mundo hacia el que caminamos, el mundo del futuro. Son muchos los que piensan que ese futuro mundo secular supone el fin de toda religión. Y no faltan ingenuos, incluso entre los cristianos, que se preguntan si el fin del cristianismo lo tenemos ya a la vista.

Por supuesto que, para cualquier creyente, la Iglesia Católica es imperecedera porque tiene tras de sí la asistencia divina avalada, a nivel simplemente experimental, por veinte siglos de historia a través de los cuales la barca de Pedro ha resistido todas las tormentas de la historia.

Lo más paradójico del problema es que después de la avalancha de escritores protestantes no falta ahora una buena «colección» de «sabios» católicos, sin mucha originalidad, pero con mayor radicalidad, que no titubean en afirmar que el fenómeno actual de la secularización es un proceso irreversible (lo cual supone, por lo pronto, caer en el error del determinismo histórico, inadmisible tanto desde el punto de vista teológico, como filosófico) en el cual la sociedad, con su cultura, son liberadas de la tutela y del control religioso así como de sucedáneos metafísicos.

Por consiguiente, la postura del cristianismo y del cristiano debe ser una aceptación completa de la secularización y de sus consecuencias, como «signo de los tiempos», y por lo tanto como algo querido por Dios. Se trataría de colaborar en el avance de la secularización y de evitar todo lo que pudiera frenar su progreso «inevitable».

Este modo de pensar es equívoco y equivocado y estas líneas se han escrito pensando en aclarar, al menos en parte, dicha equivocación. Una cosa es aceptar, como hecho, la secularización (también acepto como hecho la existencia del mal) y otra muy distinta propugnarla como derecho, como teoría, como ética, y hasta como solución ideal a los problemas que aquejan a la humanidad. El mal es desgraciadamente un hecho pero ni yo ni nadie tiene derecho a defenderlo y extenderlo. La secularización es, pero no debiera ser. Y todo hombre religioso debe luchar por que no se extienda.

Lo que nuestro mundo enfermo requiere hoy es «un suplemento del alma» para elevarlo y superar esta «civilización afrodisiaca» que nos enerva y corrompe (Bergson). Si queremos salvar nuestra civilización y sus mejores valores, la secularización —como vamos a ver— no es el camino.

II.

EXPLICACIÓN DE LA TERMINOLOGÍA

HOY SE UTILIZAN, SIN PRECISIÓN Y, como consecuencia, muchas veces se confunden, los términos siguientes: secularización, secularismo, desacralización, laicización, laicismo, verticalismo, horizontalismo, etcétera.

A su lado, otros semejantes como: desreligiosización (de ahí el llamado cristianismo sin religión, la Fe arreligiosa, etcétera), desmitificación o desmitización, que requieren ser precisados. Sobre todo porque no se trata de simples juegos de palabras sino que aportan una problemática reciente que forma parte de lo que el Concilio Vaticano II, al hablar del género humano, califica de «nueva fase de su historia»[1].

a) Secularización

Es el proceso histórico por el cual el hombre toma conciencia de su autonomía y de su liberación de lo Sagrado. Con esta palabra se designa uno de los grandes fenómenos sociales del momento.

La palabra es equívoca: para unos debe rechazarse por completo. Para otros es la única esperanza de salvar la fe en el mundo que viene. De modo general, se entiende por secularización el paso de lo sagrado a lo secular: el proceso histórico por el que la esfera de lo sagrado-religioso-eclesial disminuye y se empobrece mientras aumenta el campo de influencia de lo secular-laical-mundanal. Ni la palabra ni el significado son recientes.

El proceso de autonomía de lo temporal frente a lo espiritual comienza a fines de la Edad Media y se prolonga a través del Renacimiento, del protestantismo, racionalismo, iluminismo, Revolución Francesa, liberalismo, socialismo, positivismo, etc.; hasta culminar en la situación actual. Bajo el influjo de estas ideologías —en lucha directa y en abierto conflicto contra la Iglesia—, la política, la educación, la economía, el arte, la técnica, buscan una radical independencia; primero de las leyes de la Iglesia y, por último, de la misma Ley de Dios[2].

Aún así son muchos los matices con que se ha utilizado y se utiliza la palabra secularización:

Derecho canónico: Significa el permiso que se concede a un religioso o sacerdote para abandonar su condición —status— religiosa-clerical y adquirir nuevamente la condición anterior (laical). Así se dice que tal sacerdote ha sido reducido al estado laical o que un religioso ha sido secularizado[3].

Derecho político: Señala el paso de bienes de la Iglesia a manos del Estado. En este sentido se dice que tales tierras, escuelas, etcétera, fueron secularizadas.

Histórico-cultural: Designa el proceso de emancipación de la historia y de la cultura moderna del tutelaje y de la orientación de la Iglesia.

Histórico-sociológico: Subraya, por una parte, el origen cristiano de la moderna civilización occidental y, por otra, el actual alejamiento de la cultura moderna del cristianismo.

b) Desmitización o desmitificación

Se utiliza cuando la intención o propósito secularizador se dirige al derrumbe de los mitos[4].

c) Desmistificación

Es la palabra utilizada para designar la acción por la cual se echa por tierra un engaño o una equivocación. No debe ser confundida con la anterior. Mistificar es sinónimo de burlar, embaucar, abusar de la credulidad de alguien. Se utiliza por aquellos que piensan que la religión es un engaño. También para desenmascarar falsos mitos políticos, sociológicos, históricos, etcétera.

d) Desacralización

El proceso de secularización se dirige en muchas ocasiones contra lo sagrado. La palabra sagrado como opuesta a profano es bastante compleja y tiene multitud de manifestaciones. Una persona, un lugar o una cosa son sagrados cuando por un acto peculiar (consagración, por ejemplo), adquieren una relación propia con Dios. Se usa entonces la palabra desacralización: hacer perder a algo su carácter sagrado. Conviene tener presente que lo sagrado es radicalmente opuesto a lo mágico. Lo mágico es una degeneración de lo sagrado. La actitud del hombre ante lo sagrado es de respeto y de adoración: se reconoce la majestad de un Dios a quien se adora. El mago busca el dominio y la sumisión de unos dioses a quienes se teme, pero de quienes pretende servirse el hombre para resolver sus necesidades.

La frecuente degeneración de lo sagrado en lo mágico no permite de ninguna manera confundirlos. La confusión suele nacer en los autores por no distinguir lo sagrado de las religiones no cristianas y en la cristiana. La palabra es la misma pero el contenido completamente diferente. Sagrado en las religiones no cristianas equivale a divinizado. Una cosa sagrada es algo que la divinidad constituye como cualidad inhe­rente (sea un lugar, un tiempo o una persona). Hay ahí, por tanto, un cierto panteísmo.

En cambio, cuando los cristianos decimos de algo que es sagrado, no queremos decir que está divinizado, sino que tiene una relación especial con Dios. Y para nosotros es una señal especial de lo divino.

En este sentido reconocemos una sacralidad original a todo lo creado por su relación con Dios (así afirmamos, por ejemplo, que el mundo es sagrado) y una sacralidad específica a determinadas personas, cosas, lugares, etcétera, porque Cristo o la Iglesia los constituyeron como signos específicos del misterio cristiano (por ejemplo, el sacerdote, los sacramentos, etcétera).

e) Desmetafisicación

La palabra es horrible y, quizá por su falta de estética, muy poco utilizada fuera del ámbito filosófico. Indica el proceso antimetafísico de una buena parte de la filosofía de nuestro tiempo que, incapaz de aceptar el ser —objeto propio de la metafísica—, se ve obligada a anclar en puertos infinitamente menos seguros.

Como veremos, esta pérdida del ser, explica una buena parte de la confusión y de la inseguridad del pensamiento contemporáneo. Como Heidegger ha escrito —quizás un poco exageradamente—, «toda la filosofía, después de Parménides, no es más que el creciente y catastrófico olvido del ser».

f) Desreligiozación

La expresión —también antiestética y poco acertada, como la anterior— expresa la pérdida de religiosidad en ciertos países y en ciertos estratos sociales. Como tal, tampoco debe ser exagerada, entre otros muchos motivos porque no siempre la intimidad religiosa tiene manifestaciones externas que permitan una consideración estadística.

g) Laicización, laicidad y laicismo

Con la primera palabra se designa la acción de conducir una sociedad y su cultura al laicismo. Con la segunda se hace referencia al campo propio, temporal, especial de los laicos donde pueden y deben actuar sin intromisiones eclesiásticas.

Por laicismo se entiende todo sistema ideológico que niega expresamente la dimensión religiosa del hombre y de la sociedad. Así por ejemplo, es lícito hablar de la legítima laicidad del Estado (se quiere decir que el Estado tiene una esfera que le es propia y en la que no cabe injerencia de la Iglesia en asuntos estrictamente técnico-temporales). Por el contrario Estado laico equivale a Estado sin Dios.

Educación laica, a educación sin Dios. Esta ideología es ilegítima por negar la dependencia metafísica del hombre y de la sociedad para con Dios.

[1] Constitución Pastoral Gaudium et Spes núm. 4.

[2] En el pensamiento de Freud —equivocado cuando menos en lo que se refiere a la religiosidad normal— la religión es en cierto sentido la neurosis de la cultura. La secularización correspondería entonces a su maduración.

[3] Cfr. Codex Iuris Canonici, c. 638, 640, 641 y ss; 694 y ss.

[4] La expresión puesta en boga por Bultman no puede ser aceptada por un católico ya que para este autor todas las verdades de fe se reducen a mitos.

III

SECULARIZACIÓN Y SECULARISMO[1]

LA SECULARIZACIÓN, COMO PROCESO de autonomía de las realidades terrenas de la religión, puede y de hecho ha conducido a muchos a otra postura completamente rechazable: el secularismo, que indica la ausencia de Dios en toda la esfera de la conciencia.

Por sí misma la secularización sólo exige la autonomía y el reconocimiento de los valores temporales pero sin negar a Dios ni a la religión[2]. Simplemente exige una delimitación de campos que históricamente y debido a factores que aquí no corresponde analizar, han sido frecuentemente confundidos.

El secularismo, por el contrario, reclama no ya una autonomía de lo humano sino una radical independencia de Dios. El secularismo es un ateísmo puro y simple. En consecuencia, inaceptable. Los partidarios cristianos de la secularización insisten generalmente en la necesidad de distinguir la secularización, como proceso histórico abierto a Dios, del secularismo cuya visión cerrada del mundo y del hombre excluye la trascendencia y acaba en un humanismo cerrado, ateo.

El hecho de que muchos partidarios de la secularización acaben defendiendo el secularismo justifica que en ocasiones Pablo VI condenase la secularización entendida en este último sentido: «La secularización es admitida por muchos como un proceso del pensamiento que encuentra en sí mismo y en la conciencia de las cosas una autonomía que le dispensa de entrar en contacto con un principio superior y trascendente llamado Dios»[3].

Pablo VI no confundía ambos fenómenos —como piensa Kloppenburg— sino utilizaba secularización en sentido de secularismo, como sin esfuerzo se deduce del contexto. Porque, si bien la mayoría de los teóricos de la secularización (al menos los cristianos) afirman su necesaria distinción del secularismo, no todos parecen comprender que la secularización puede convertirse —de hecho así ha sucedido— en la puerta de entrada al secularismo [4]. Aquí radica el problema: ¿cómo reconocer la legítima autonomía reclamada por la secularización sin caer en la negación de Dios y de la religión que exige el secularismo?

El problema ha sido señalado por el Vaticano II: «De qué manera hay que reconocer como legítima la autonomía que reclama para sí la cultura sin llegar a un humanismo meramente terrestre e inclusive contrario a la misma religión»[5].

Para resolver esta cuestión hemos de estudiar ahora la ambivalencia de la secularización.

[1] Así se expresa Paulo VI sobre este doble fenómeno en la Exhortación Apostólica, Evangelii Nuntiandi

[2] Cfr. C. Fabro, La aventura de la Teología Progresista, Ed. EUNSA, 1976, p.61.

[3] Alocución, 13-XI-68.

[4] También lo advierte Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi: «Nuevas formas de ateísmo —un ateísmo antropocéntrico, no ya abstracto y metafísico, sino pragmático y militante—, parecen desprenderse de él. En unión con este secularismo ateo, se nos propone todos los días, bajo las formas más dispares, una civilización de consumo, el hedonismo erigido en valor supremo, una voluntad de poder y de dominio, de discriminaciones de todo género: constituyen otras tantas inclinaciones inhumanas de este «humanismo» (núm. 55).

[5] Cfr. Constitución Pastoral Gaudium et Spes núm. 56.