Aleš Šteger





Carnaval brutal





Traducción de

Florencia Ferre





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Título original: Odpusti



La traducción del libro ha sido financiada por la Oficina Pública
del Libro de la República de Eslovenia (JAK). La edición del libro cuenta

con el apoyo de la Fundación Trubar y la Asociación de Escritores Eslovenos

de la República de Eslovenia.

 





De los humildes tiene compasión y los perdona, pero a los fuertes les pedirá cuentas con rigor.

SABIDURÍA, 6:6.

 





¡Lectora, lector!

En este libro todo es completamente ficticio. Cualquier parecido con personas vivas y con hechos reales son el tipo de coincidencias que constituyen las herramientas ineludibles de la literatura. Lo único real es Maribor.

Dramatis personæ (por orden de aparición)





ADAM BELY [O ADAM BLANCO],

exdramaturgo y exjefe de cienciólogos



ROSA PORTERO,
aliada de Bely, periodista de radio



SOLO GRAMO,

alias señor G., gastrónomo, exfuncionario de aduanas
y de la policía secreta



TONE,

mesero



TINE MATARIFFIČ,

alias Tine Mat, presidente del consejo de Mat, S. A.



SECRETARIA DE TINE MATARIFFIČ



UNA VIEJA MENDIGA CON LA MUERTE EN LOS LABIOS



IVÁN DORFLER,

jefe de Off y rector de la Universidad de Maribor



LASZLO FARKAS [EL LOBO],

fiscal de Estado, miembro de la logia de los Gemelos



PAVEL DON KOVAČ [O PABLO DONG! HERRERO],

jefe de Capital Europea de la Cultura, exdirector de teatro



MIRAN VODA [O AGUA QUIETA],

alcalde de Maribor



UN HÚNGARO,

miembro de la logia de los Gemelos, amante de Rosa
y secuestrador



ALEŠ ŠTEGER,

jefe de la Terminal 12 en Capital Europea de la Cultura



ANASTASIA GRIN,

directora de teatro y exnovia de Bely



MAISTER,

célebre abogado de Maribor



DAMA CON BROCHE,

clásica burguesa de Maribor



MAGDA ORNIK,

directora de la Compañía Funeraria Maribor



MAUS,

inspector de policía, excompañero de escuela de Voda
y su mayor adversario



GROS,

asistente del inspector de policía Maus



UN ELECTRICISTA DEL CLUB NOCTURNO
DE STRIPTEASE BLUE NIGHT



HERMANA MAGDA,

superiora en la Arquidiócesis de Maribor



UN POETA SIN NOMBRE,

exbróker de la bolsa de Trieste



PADRE METOD KIRILOV,

administrador general de la Arquidiócesis de Maribor



ENCARGADO DE DESINFECCIÓN
Y ELIMINACIÓN DE PALOMAS URBANAS



TRES CLOWNS BORRACHOS



FRANCI Y LOJS,

operarios de la administración pública de Maribor



DOLORES,

secretaria de la directora del Teatro Nacional de Maribor



GUBEC,

periodista de investigación, propietario
de una agencia de noticias



ACOMODADORAS DEL TEATRO DE MARIBOR



UN INGLÉS Y DOS ESTADOUNIDENSES,

agregados militares



MESERO DEL BAR DEL TEATRO



J
ANEZ MAHER [O JUAN EL HACEDOR],
empresario de Maribor



NANA NUMEN,
vidente



CERDA NEGRA (QUE TRINA)



Todas las citas de La guerra y la paz, de León Tolstói, son de la adaptación teatral de la novela, del mismo nombre, de Darko Lukić; fueron traducidas por Florencia Ferre en esta edición.

El Nuevo Mundo del señor G.





Hay quienes perdonan para ayudar a los demás —para nosotros, enteros desconocidos—. La mayoría de nosotros perdona para ayudarse a sí mismo. Pero hay raros ejemplos de quienes perdonan con la convicción de que así salvarán el mundo. ¿De dónde sacan esa creencia? ¿Quién les otorga ese papel tan singular? ¿Quién les susurra al oído sus pensamientos? ¿Y tan peligrosos pensamientos que siempre están en el sitio exacto a la hora exacta? ¿No lo sabemos? ¿Acaso importa? ¿Cambiaría algo? ¿Acaso no es lo único que cuenta la pesada trama del brocado del telón, que cae en la penumbra, la llovizna y el frío? Silencio. Apagón. Se levanta el telón y todo lo que vemos es un hombre. Hundido en el cuello levantado de una gabardina de invierno, las manos en los bolsillos; de la muñeca derecha le cuelga un portafolios negro. Lo mece suavemente. No han paleado la nieve, y el hombre intenta pasar por un estrecho sendero de la vereda. Casi se cae. Deja atrás las fachadas descascaradas de estilo art nouveau; la lluvia fina, que se vuelve nieve, atraviesa la luz pálida de las luminarias. La penumbra escupe en silencio a los pocos transeúntes, que un instante después vuelven a ser tragados por la oscuridad. Una silueta femenina está todo el tiempo tras los pasos del hombre. Viene a su encuentro una figura que parece el diablo. Bueno, es el diablo. Más o menos a un metro del hombre, trastabilla. La capa de hielo, el paso estrecho y el contenido que falta en la botella que trae entre sus pezuñas hacen lo suyo. Sus piernas se elevan en la niebla, y por un momento dejan ver los minishorts de mezclilla mojados que el diablo lleva debajo de su traje. La cadena tintinea contra el cordón de la vereda, la botella sale rodando por la nieve sucia. El diablo cae con un golpe seco. Imprecaciones.

El campanario de la iglesia da las diez. El hombre escucha decir a la mujer detrás de él: Der arme Teufel, el pobre diablo. Por entre la niebla helada se ilumina débilmente un letrero: NUEVO MUNDO. ¡Con qué extraña facilidad nos sorprende en noches como esta un letrerito de neón! Parece que fuera un gran descubrimiento, aunque el restaurante ha estado en la misma esquina de esa callecita por más de treinta años. El hombre se da la vuelta y le hace un gesto a la mujer. Han llegado a destino.

El resorte cierra lentamente la puerta tras los recién llegados.

Después de tantos años, nada ha cambiado, dice en voz baja y en alemán el hombre.

La silueta tras él se quita la capucha del abrigo. Su cabello largo, negro y rizado sacude todo el lugar por un momento.

Gut so, le contesta la mujer con voz ronca, y echa una ojeada al salón.

Balaustradas de madera, redes de pesca con corales y conchas, lámparas con forma de ancla, nasas de pesca llenas de polvo, un reloj de pared con la manecilla con forma de ninfa marina, un atardecer sobre el mar pintado en la pared con colores pastel. Nadie a la vista. Se oye el crujir de frituras en la cocina. El aire está cargado de olor a pescado y aceite. Sobre la barra de madera hay un cartel con una cruz roja sobre fondo negro; debajo se lee Y LA PAZ. Una parte del cartel está tapada por otro, donde sonríe un cuarteto de alegres marineros que anuncian la presentación de un grupo de Klapa, la música tradicional croata.

¡La cocina está cerrada! Las palabras quedan flotando en el aire viciado. El mesero desaparece tras la puerta vaivén. Lleva dos copas de cristal llenas de helado con crema, dos platillos voladores que el mesero lleva de la mano a través del salón. El restaurante no tiene clientes. Solo en un rincón alejado hay una pareja de viejos. Las copas de cristal aterrizan en la mesa frente a ellos. La mujer levanta la cuchara, la entierra en la crema; el hombre cuenta el dinero y lo pone sobre la mesa.

¡Lo lamento, estamos cerrando!, repite el mesero sin darse vuelta.

Buscamos al jefe, al señor Gramo, dice el hombre de la gabardina.

El mesero señala los tres escalones bajos de madera que conducen a los reservados. La morena mira al hombre que toma su portafolios negro y sale primero. Los escalones crujen.

Buenas noches, dice el hombre.

Solo Gramo, o sea el señor G., como llaman al propietario del restaurante Nuevo Mundo, está sentado a una gran mesa solo y se inclina sobre el periódico. Tiene el armazón gris de los anteojos sobre la punta de la nariz, y por encima le asoman un par de espesas cejas blancas. Unas gotas de sudor rocían su frente. Es evidente que Gramo es esa clase de persona que siempre tiene calor; una impresión que acentúa la lámpara baja que cuelga del techo sobre la mesa. La presencia de Gramo invade las inmediaciones con una fuerza inusitada. Aunque ha estado en un restaurante de pescado durante un año, a su alrededor no se propaga ese pesado olor; al contrario, el señor G. huele inequívocamente a cerdos. Y cuanto más suda, más hiede.

Buenas noches, contesta Gramo visiblemente cansado y observa a los dos recién llegados. ¿Qué desean?

Muy probablemente no me recuerda, le responde el hombre. Mi nombre es Adam Bely, y esta es mi colega Rosa Portero.

Gramo se pone de pie y les da la mano. Se sientan a la mesa, que está cubierta por el periódico.

Soy de Maribor, aunque hace dieciséis años que no vivo aquí. En su día fui un cliente regular. Trabajo como periodista para la radio nacional austriaca. Bueno, en realidad soy un asistente; aquí mi compañera quiere hacer una semblanza de la ciudad. Ahora que Maribor es Capital Europea de la Cultura a los austriacos les interesa el tema. Hemos pensado que lo mejor sería empezar por un sitio como este, muy conocido en la ciudad, y que puede resultar el punto de partida para la nota. Los restaurantes locales conservan la historia de la ciudad y seguro que el suyo es conocido también entre algunos oyentes austriacos.

Por supuesto, por supuesto, masculla Gramo. ¿Tienen hambre?, ¿quieren comer algo, tomar algo?, ¿una copa de vino? ¡Tone!, grita Gramo sin esperar la respuesta de sus interlocutores.

Muchas gracias, es muy amable, pero no tenemos hambre, le responde Bely.

Entonces llega Tone con cena y cubiertos para uno.

Tendrán que perdonarme; estuve todo el día de pie y todavía no he comido. Por favor, ¿qué les puedo convidar? Por supuesto, la casa invita, agrega Gramo.

Tone hace a un lado el papel de diario de la mesa y pone el plato delante de Gramo.

De veras, no tenemos hambre; para mí solo un agua mineral, dice Bely.

Si toma solamente agua, usted no es de Maribor, aunque por el acento pensaría que sí, contesta Gramo. ¿No sabe que el agua mineral es mala para los dientes? ¿Y usted, muy señora mía? Mira condescendiente a Rosa Portero, que entretanto se ha quitado el abrigo negro de piel y se ha sentado con su vestido rojo oscuro por el que sube un bordado de orquídeas negras.

Ein viertel Weisswein, Riesling, bitte, pide Rosa Portero con una voz inusitada, ronca y casi masculina.

La señora Portero no habla esloveno, apenas un par de palabras, pero entiende muy bien, aclara Bely.

Claro, claro, se apura a contestar Gramo evidentemente sorprendido; se cuelga la servilleta en la camisa abierta, por donde asoman unos pelos espesos y grises del pecho grueso.

Por favor, no se molesten. ¡Buen provecho!, le dice Bely y mira a su compañera.

Guten Appetit, dice con su voz cavernosa Rosa Portero.

En el plato de Gramo hay un pulpo asado. Sus patas cuelgan por los bordes del plato. Las papas asadas y medio limón están dispuestos alrededor del cuerpo blanduzco.

Adoro el pulpo, ¿y usted?, dice Gramo y sigue sin esperar respuesta. ¿Sabe que tienen tres corazones? ¡Tres!, grita histriónico Gramo y enarbola el cuchillo como un caballero su lanza en combate singular. ¿Sabe que son muy hábiles? Incluso los ejemplares más grandes, como este, pueden pasar por una abertura más chica que mi dedo pulgar.

Gramo levanta la mano derecha, en la que tiene el tenedor, y extiende el dedo pulgar en dirección a Rosa Portero.

Y son inteligentes, ¡y cuánto!, dice Gramo.

Tone, trae agua mineral y dos vasos de vino, blanco y tinto.

¿Algo más, jefe? Si no…

Está bien, tú ve cerrando que yo salgo después, dice Gramo y le hace un gesto al mesero con el cuchillo: puede irse.

Entonces, en qué me había quedado, sí, claro, en la inteligencia de los pulpos. ¿Qué?, ¿piensan que nosotros somos inteligentes por nuestro cerebro? ¡Qué va! Todos pensamos que reflexionamos con el cerebro. El pulpo es la prueba viviente de que no es así. El pulpo tiene un cerebro chiquitito, pero es inteligente como el diablo. ¿Y saben por qué? Porque tiene un cuerpo inteligente. Todo su cuerpo es inteligente, no solo su cerebro diminuto. Las personas tenemos el cerebro lavado, y creemos ciegamente en la ciencia, que de todos modos nos oculta la mayoría de las cosas o las muestra bajo una luz distorsionada.

Gramo se seca la transpiración de la frente y con visible inquietud se apoya en el respaldo de la silla, que cruje suavemente.

Es una reflexión muy interesante, dice Bely con calma, y sorbe un poco de agua mineral del vaso.

Mire, el ser humano ha creado el ordenador, sigue Gramo. Pero en lugar de entender al ordenador como una aproximación muy simplificada del funcionamiento humano, lo tomamos como modelo. Cuando pensamos en el cerebro humano, nos lo imaginamos como una suerte de disco rígido. ¡Error, craso error!, grita Gramo y deja el cuchillo y el tenedor que un minuto antes le había asestado a uno de los tentáculos del pulpo asado. No hubo pan antes que harina, ¿me entiende? Es verdad: nada está guardado en el cerebro. ¡Nada! El cerebro es solo el variador, el transformador, el interruptor: hay corriente, no hay corriente, eso es todo. ¿No lo creen? Miren al pulpo, les dirá todo.

Los tres miran el plato. Por un momento puede oírse el tictac del reloj de pared del salón de al lado.

Gramo vuelve a tomar los cubiertos, sigue murmurando, casi conspirativo.

Hay algo más que nos puede enseñar el pulpo acerca de cómo son las cosas en verdad. La causa de muerte natural de los pulpos es siempre el sexo. Los pulpos no se mueren de viejos. O alguien los mata o se mueren solos por la reproducción. De todos modos los machos mueren un par de meses después de la fecundación; las hembras, en cambio, meine liebe Dame… Costeño, ¿no es así? Las mujeres pulpos mueren de inanición por cuidar sus huevos.

Gramo corta por fin el pulpo al medio. Con la punta del tenedor, se mete en la boca un gran bocado de carne jugosa. Gramo mastica satisfecho, asiente una y otra vez. Los dos invitados se quedan en silencio. Gramo se queda mirando descaradamente el hermoso cabello de Rosa Portero. Sonríe seductor mirando el oscuro ojo izquierdo de ella, que se entrecierra pudoroso y de pronto vuelve a abrirse; su ojo derecho está todo el tiempo cubierto por un mechón de rizos espesos y negros. Gramo le guiña un ojo y toma un poco de vino. Rosa sonríe amable. Sigue con los finos guantes de cuero puestos. Con el guante izquierdo se aferra al vaso de Riesling, lo levanta y se lo toma de una vez en dos tragos larguísimos, insaciable.

Adam Bely saca del bolsillo de su chaqueta una pluma fuente y empieza a pasearla por el periódico.

Rosa deja el vaso. La media luna roja de su lápiz labial queda impresa en el borde de vidrio. Con la mano enguantada palpa las comisuras de los labios y se quita el pelo de la cara.

¿A Gramo le ha parecido o un ojo gélido de vidrio verde lo está observando? Le da la impresión de que en cualquier momento le va a caer encima y se lo va a tragar como una cobra. Le da la impresión de que podría caer en ese ojo verde… hondo, hondo, tan hondo que no podrá volver a salir a la superficie. Bely levanta la pluma fuente, en el otro salón suena el tictac del reloj, la pluma oscila al son del tic tac. Y ahí está el ojo, que es a la vez boca, y en esa boca el ojo de vidrio. Aunque el señor G. fuera un muchacho tan osado como para correr por el campo hacia lo desconocido, lejos de casa, no hay escapatoria. Un dolor agudo y punzante en las plantas de los pies; el miedo que le da un leve mareo y se sorprende de sí mismo.

Gramo se atraganta. Empieza a toser. Bely se inclina hacia delante y le golpea con fuerza la espalda. El bocado de pulpo sale volando por la boca y vuelve al plato. Se une con las dos partes del pulpo cortado. Las patas empiezan a moverse, se curvan por los bordes del plato. El pulpo de pronto vuelve a vivir. Los tentáculos se sacuden, se extienden, y un instante después el pulpo desaparece por debajo de la mesa. En el plato quedan un par de papas y en el papel de diario la huella sinuosa y húmeda de las ventosas.

¡Esto no es posible! Fue el último pensamiento de Gramo mientras iba cayendo más y más profundo. Este pensamiento es el último pedruzco del derrumbe al que se aferra al caer por el vidrio verde. Entre tanto, todo el paisaje cae irremediablemente en lo verde, tictac, y los prados son cada vez más luminosos, giran los kozolci, los secaderos de heno, y los árboles y las cumbres de las verdes montañas lejanas. No, ya no hay vuelta atrás, no hay cómo volver a casa. Ya no es posible contemplar la hierba que bailotea y se mece con el viento. Es como si estuviera viva, como si creciera todo alrededor de Gramo y lo envolviera y sumergiera cada vez más profundo, sin salvación posible.

Escucha mis instrucciones y todo irá bien, dice Bely, y retira de la mesa el plato, los vasos y cubiertos.

Rosa se inclina sobre el rostro de Gramo y chasquea dos veces la lengua.

Estás bajo una profunda hipnosis, dice Bely, no hay ninguna posibilidad de que mientas. De todos modos te voy a conectar al E-metro, dice Bely.

Rosa asiente.

Bely saca del portafolios una caja metálica en un estuche de cuero. En la caja hay un par de botones y un medidor. Bely conecta dos electrodos con dos cables metálicos enrollados en la punta y se los pone a Gramo en las manos.

Apriétalos fuerte, ordena Bely.

Gramo obedece, mira fijo delante de sí, aprieta los rodillos metálicos.

Graba, dice Bely.

Rosa saca la grabadora del tapado de piel, la enciende.

Bely se inclina, le susurra una pregunta a Gramo.

¿Quién eres?

Solo Gramo, responde el señor G.

¿Cuál es tu oficio?

Funcionario de aduanas.

¿Y quién más eres?

He tenido muchos nombres según la necesidad, verdadera y falsa.

¿Para quién trabajas?

Para mí. Hoy solo para mí.

¿Para quién has trabajado en el pasado?

Para la aduana, y a la vez para la Oficina de Seguridad de Estado de Yugoslavia, y luego para los Servicios de Inteligencia. Para la UDBA, para la SOVA.

Durante las respuestas Bely vigila la aguja del E-metro, que está todo el tiempo quieta en el medio del campo.

Veo que no miente, dice Bely.

Rosa Portero se pone de pie y desaparece por el primer salón, el más grande.

No miento, dice Gramo.

¿De qué te acuerdas si digo la palabra mentira?

De mi gatito. Un día desapareció. Lo busqué por todas partes, por la granja en la que vivíamos, por el campo, hasta por las montañas vecinas. Lloré desconsolado y mi mamá me prometió que volvería. Inmediatamente supe que mentía.

¿Qué es lo primero que recuerdas ante la palabra felicidad?, pregunta Bely.

Recuerdo. Las matanzas en la frontera.

¿Qué pasaba ahí?

Entonces yo era un joven funcionario de aduanas. Estábamos en Koroška, en Carintia, en la frontera entre Austria y la en ese entonces Yugoslavia. Andaba todo el día por el bosque, ganaba mucho ¡se hacía cada cosa…! Entonces no lo sabía, pero si miro atrás, sé que era feliz.

Cuéntame un ejemplo de lo que te gustaba.

Un granjero tenía la casa justo en la frontera. La frontera atravesaba su cocina. Entiendan que en realidad, el tipo habría necesitado pasaporte para ir de la cocina a cagar al baño, porque la cocina estaba en Yugoslavia y tenía el inodoro al otro lado de la cortina de hierro, en Austria. Bien, el granjero quería matar. ¡Matar en zona prohibida, fronteriza! Nos pidió nada menos que a nosotros, los de aduana, que le trajéramos un carnicero clandestino. Y se lo trajimos. Un par de horas después le trajimos también a los funcionarios de aduana austriacos. Cuando el cerdo estuvo desollado y troceado, nos aparecimos con los austriacos y le dimos tremendo sustazo. Pero no solo por matar ilegalmente.

Por algo muchísimo peor: por la tentativa de colaboración con el carnicero en cruce ilegal de frontera. En esos días te encerraban hasta veinte años por algo así. El granjero nos pedía y rogaba tanto que finalmente cayó sobre sus rodillas del miedo y se meó en los pantalones. ¡Madres! Con los austriacos nos reíamos como locos. Al granjero no le hizo ninguna gracia. Siguió suplicando agachado y todo mojado. Al final nos repartimos el cerdo medio y medio a cambio de no delatarlo. Le dejamos nada más que la cabeza. Quedó justo en la frontera y no tenía sentido discutir si era yugoslava o austriaca.

¿Y eso te hizo feliz?

Y cómo. Y además me hice rico, bueno, al menos junté lo bastante como para comprarme este restaurante después de diez años en la aduana.

¿Qué es lo primero que se te aparece cuando piensas en algo triste?, pregunta Bely y estira el cuello para ver qué hace Rosa. Entretanto, en el bar del restaurante vacío se oye el eco de vasos tintineantes.

El futbol.

Quiero decir, algo que te haya afectado personalmente.

Mi mamá me golpeaba porque traía huesos a casa, tal vez fueran huesos humanos. En Pobrežje, la zona de Maribor donde crecí, asomaban de la tierra por todas partes. Los chicos tirábamos y los sacábamos, y jugábamos al hockey en el pasto con ellos. Pero a casa no tenía que llevarlos. Todavía me acuerdo de cómo me ponía sobre sus rodillas y cómo crujía el hueso con cada golpe que me daba.

¿Esto es lo más triste que te pasó en la vida?

No sé.

¿Cómo que no sabes?

Hay algo todavía más triste. Pero no sé si me pasó a mí, no sé si me pasó en esta vida.

¿A quién entonces?

A mi madre. Oigo que grita. Todo a mi alrededor se comprime, me ahoga. Siento que algo carnoso se encaja en mi cabeza.

¿Dónde estás?

Dentro de mi madre, no he nacido aún.

¿Se trata de tu padre?

No.

¿Qué pasó luego con este hombre?

No sé, nunca supe quién era.

¿Cómo que no?

No. Mejor así, si hubiera sabido lo habría matado.

¿Quién eres?

Solo, Solo Gramo. En la escuela, los compañeros se burlaban, decían que no valía ni un gramo. Después les demostré a todos quién era yo.

¿Quién eras antes de eso?

Veo una luz verde. Los prados me enceguecen. Van a arder, ¿no lo ves?

Repito la pregunta: ¿quién eras, antes de nacer como Solo Gramo?

Muchos.

¿Por ejemplo?

Era barquero, aquí en el Drava. El río, su corriente impetuosa, mi vida. Son años magníficos, pero no sé. Extraño mucho a mi familia; a mis cuatro hijos varones y a mi mujer. Nos queremos.

Qué más, dice Bely.

Huelo a oscuras la humedad. Una tos sanguinolenta me corroe los pulmones y las fosas nasales. Veo brillar una pequeña lámpara un poco más adelante, en el socavón donde trabajo como minero de la plata. Ayer, en el socavón de junto quedaron atrapados tres mineros. Mientras trabajaba me pasaron ante los ojos los cadáveres en descomposición que luego ayudé a llevar afuera al aire libre. Qué fríos estaban, aunque los sacamos muy rápido.

Continúa.

También fui monja en un monasterio. Eso fue antes de la Primera Guerra Mundial.

¿En un monasterio?

Curaba a los leprosos en Baviera.

Gramo suelta una risita.

Bely mira el medidor en el aparato; la aguja está en el medio.

¿De qué te ríes?

Yo era lesbiana, pero por suerte nadie se enteró, nadie excepto Ana.

¿Ana?

Era otra hermana benedictina, mi amante.

¿Qué cosa te da mucho pero mucho miedo?

El Calvario.

En el salón de al lado hay ruido de botellas. Rosa golpea una en el suelo y se hace pedazos. Con otra en la mano vuelve a donde está Bely y la pone sobre la mesa. Jack Daniels. Bely la mira mal, pero no deja de interrogar al señor G.

¿Qué Calvario?, sigue Bely.

El Calvario.

¿Quieres decir el de Cristo?

Pero qué Cristo… Me refiero al Calvario que está sobre la colina de Maribor. Pensé que eras de por aquí, pero veo que no sabes nada de nada. Me da miedo el Calvario y el poder del Gran Orco.

¿Qué es el Gran Orco?

El Gran Orco, los trece guardianes del secreto.

Gramo vuelve a soltar una risita.

¿Y ahora qué es lo gracioso?, pregunta Bely.

Algunos ni siquiera saben que son parte del Orco, le responde Gramo y en el acto vuelve a ponerse serio. La mayoría no conoce a los otros miembros. Los trece del Gran Orco hacen girar la rueda de esta ciudad. Hacen girar, pero no saben qué ni por qué y…

Rosa empina la botella, bebe, deja la botella otra vez sobre el papel de diario. Su ojo marrón oscuro está turbio, entrecerrado.

Sabes mucho, dice Bely.

Es mi oficio… saber mucho. Si no supiera tanto ya no estaría vivo.

Namen, wer sind sie? ¿Quiénes son?, grita Rosa.

¡No puedo, el Gran Orco, me van a matar!

Gramo empieza a temblar. Suelta un hedor insoportable a carne de cerdo.

Te vamos a salvar, no te preocupes, dice Bely.

El Gran Orco me va a matar. ¡Nadie es tan poderoso como para escapársele!

¿Crees en el perdón?

No sé, qué es eso del perdón. ¿Qué quieres decir con eso?

No importa, dice Bely. Solo tienes que saber que serás absuelto de aquí en adelante. Vas a estar vivo, pero el Gran Orco no podrá hacerte nada.

Soy demasiado viejo como para huir al extranjero. No hay ningún lugar donde pueda estar a salvo.

No te preocupes, nosotros dos conocemos un lugar donde vas a estar a salvo. Desde que naciste no has estado tan a salvo jamás. Ahora solo dime sus nombres.

No sé quiénes son, solo conozco a unos pocos.

Bely observa la aguja de su instrumento. De vez en cuando se inclina a la izquierda.

Namen, wir wollen Namen! ¡Queremos nombres!, grita Rosa. Moja el guante de la mano izquierda en la mancha de whisky que quedó entre los títulos, las columnas y las fotografías, y dibuja un gran círculo en el papel de diario.

Gramo cuenta seis nombres: Tine Matariffič, Dorfler, Laszlo Farkas, Pavel Don Kovač, Anastasia Grin, Magda Ornik.

Más, precisamos los trece.

Más no sé.

La aguja en el E-metro se inclina muy a la izquierda.

¿Cómo puede ser posible que mienta aun en estado de hipnosis profunda?, masculla Bely.

Rosa saca el corcho de la botella con los dientes, lo escupe, se toma un largo trago y de un golpe rompe la botella sobre la mesa y el whisky se derrama sobre Gramo. Gramo queda inmóvil. Hay vidrios por todas partes sobre el papel de diario empapado. Rosa los quita con el guante y señala una fotografía.

Sí, él también.

¿Qué sabes de él?

Demasiado. Cuando éramos chicos, jugábamos juntos. Después fuimos compañeros de cuarto en la escuela de cadetes. No terminé por causa de él. Alguien le robó la cartera al director y la metió en mi armario. Desde entonces nos odiamos a muerte. Después, cuando fue alcalde, intentó sacarme de la ciudad a toda costa. Pero yo no me rindo. Yo también tengo mi propia información. Por eso hasta ahora me deja en paz. Sabe que puedo perjudicarlo, incluso destruirlo.

Rosa mira a Adam.

¿Es cierto?, pregunta en esloveno.

Adam observa la aguja del E-metro. Asiente.

¿Qué más?

No sé más, de verdad no sé ningún nombre más.

Bely y Rosa se miran.

Rosa apaga la grabadora, la frota sobre una orquídea negra de su vestido.

Aquí tenemos algo para ti, alma vieja, tómalo y serás perdonado por todo tu pasado, dice Bely.

Rosa pone sobre el papel de diario mojado una polvera plateada. En ella hay unas bolitas de pan fritas, de las que se ponen en la sopa, un poco tostadas.

Hace treinta años que tomo solamente sopa de pescado, sin bolitas de pan fritas, dice Gramo.

¿Qué son treinta años en comparación con la eternidad?, le responde Bely, y le mete una bolita de pan en la boca.

Un par de minutos después se apaga la luz en el restaurante Nuevo Mundo. Dos pares de pies —uno de los dos pares se bambolea un poco—, se abren paso por la nieve fresca que el cielo se está sacudiendo de encima como si quisiera cubrir la ciudad y todo el mundo para siempre. Tres toques del reloj en el campanario. Carteles con una cruz roja sobre fondo negro. Una gata cruza la calle vacía como una saeta. Pronto dará la medianoche.

Mat





Señor presidente, los periodistas austriacos ya están aquí, avisa la secretaria al director de la fábrica de manufacturas cárnicas Mat, Tine Mat. La visita estaba prevista.

Tine Mat se llama en realidad Matariffič. Y no es el presidente de la república sino el presidente del consejo de la sociedad de elaboración de carnes. Pero Tine Mat es un tipo práctico y para simplificar la comunicación con sus socios comerciales en el extranjero ha cambiado su apellido del impronunciable Matariffič al más simple y universal Mat. Para simplificar la conexión entre su nombre y la sociedad que dirige y gobierna como propietario, también ha cambiado el nombre societario. El Agrocombinado de Procesamiento de Carnes de Criadores Ganaderos y Productores de Artículos Cárnicos de la Región de Zgornje Podravje pasó a llamarse Mat, S. A. De sus empleados espera que lo nombren como se debe, en particular en la sede de la sociedad que preside.

Tomen asiento, señores. ¿Desean un café, té, jugo?, dice Mat mientras firma un par de documentos sobre la mesa.

En el interior de la oficina, moderno e impersonal, los colores crema y rosado de las paredes están en leve discordancia; el gran Ficus benjamina en el rincón, la enorme pantalla de plasma, el escritorio con la banderita de la empresa, el sillón de cuero frente al escritorio del presidente, dan la impresión de que podríamos estar aquí mismo o en cualquier otra parte.

¿Usted es de Maribor? Quiero decir, para no andar explicándole la historia de la caída del grupo TAM, del sector automotor. Verá, hace dieciséis años, de las cenizas de ese gigante industrial se formó nuestra sociedad. Hitler dio personalmente la orden de construir aquí una planta industrial que hasta fines de 1944 fabricaba motores de aviones. Donde hoy está nuestra fábrica estaba después de la Segunda Guerra Mundial el mayor taller de toda Yugoslavia de fabricación de maquinaria para vehículos pesados, también para vehículos blindados, y en parte también taller de producción de armamento liviano, sobre todo rifles de caza. De todo eso no queda nada. Hoy ya no producimos rifles ni aviones, como Hitler y Tito. Hoy solo seguimos haciendo sabrosas salchichas de Kranj, dice Mat autocomplaciente, como si hubiera repetido la misma frase tantísimas veces antes.

Rosa Portero agradece la coca-cola a la secretaria con un movimiento de cabeza, comprueba que la grabadora esté funcionando. A pesar del día gris de invierno lleva lentes de sol y se ve cansada. En medio de la charla con el presidente, Adam Bely se inclina hacia ella de tanto en tanto y le traduce en voz baja un fragmento de lo que acaban de decir al alemán.

Mencionó las salchichas de Kranj —Bely le quita la palabra amablemente al presidente—, ¿es su producto estrella?

Así es, le contesta Tine Mat. Producimos alrededor de dieciséis millones de piezas al año de salchichas rellenas a mano de primera calidad. Exportamos a más de cuarenta países del mundo. La astronauta estadounidense de origen esloveno Nancy Sing llevó hace poco nuestras salchichas de Kranj al universo, y si todo va como previsto, nuestra kranjska klobasa será la primera salchicha en la Luna. Estamos en plenas negociaciones con la NASA.

También los medios austriacos han informado sobre las salchichas de Kranj en el espacio exterior; pero dígame, ¿por qué tanto interés en las salchichas de Kranj? ¿Y más aún cuando se trata de unas salchichas de Kranj que no provienen de la ciudad de Kranj, aunque sí llevan su nombre, ni de la región de Kranj, sino más bien de la relativamente distante Štajerska, de Estiria?, pregunta Bely.

Ante esta pregunta el presidente se reclina hacia atrás, satisfecho. Ya con el lenguaje corporal da a entender que es el tipo de pregunta que le gusta, este es su terreno. Respira profundo.

Las salchichas de Kranj son una típica historia europea, sigue con aplomo. Recién con la Unión Europea se nos presentó una oportunidad histórica única. ¿Sabe cuál es? No estoy pensando en el mercado libre, si de todos modos ya antes, en Yugoslavia, comerciábamos con todos. Tampoco estoy pensando en la posibilidad de utilizar las estrategias de mercadotecnia occidentales. También las dominábamos en los tiempos del comunismo. No, la Unión Europea nos ha dado una oportunidad histórica única —y al pronunciar la palabra histórica el presidente se inclina hacia delante, su voz adquiere un tono extasiado, casi lloroso—, le repito: una oportunidad histórica.

Adam Bely deja de traducirle al oído a Rosa Portero. Los dos se quedan de pie absortos en la frase sin terminar del presidente, que sobrevuela como una burbuja de jabón que tiembla un par de veces, se eleva, cae lentamente, vuelve a elevarse, cae lentamente y por fin se rompe.

¿Oportunidad?, dice Bely. ¿De qué oportunidad está hablando, señor presidente?

¡La oportunidad de obtener la marca registrada del producto, por supuesto! El presidente del consejo de Mat S. A. sonríe satisfecho de que su grandilocuente retórica haya atrapado a otros dos ingenuos tortolitos.

Hemos protegido las salchichas de Kranj y nadie más en toda la Unión Europea puede sacárnoslas. ¿Saben lo que esto significa? Existen solo once productores registrados de salchichas de Kranj en esta galaxia y nosotros somos el mayor de todos; somos el mejor de todos y somos los primeros en el mercado. ¿Está grabando?

Un poco confundido por la inesperada pregunta, Adam Bely se inclina sobre la grabadora y asiente.

Y por supuesto no es cierto que nuestras salchichas no se elaboren también en Kranj, sigue impasible Mat. No es cierto que las nuestras, me refiero a las de Štajerska, de aquí de Estiria, no sean también de Gorenjska o lo que llaman Alta Carniola. Observen con más cuidado. Preguntémonos: ¿qué es en realidad la salchicha de Kranj? La receta es de una simplicidad genial: la mejor carne de cerdo, tripa de cerdo elástica y joven, un poco de sal, pimienta y ajo del mejor. Eso y un poco de humo de leña de haya y nada más. Es decir, la salchicha de Kranj es principalmente carne de cerdo. ¿De acuerdo?

Con la última frase el presidente se inclina hacia Bely, que asiente inmediatamente a la pregunta.

Ahora díganme ustedes por favor, ¿quién puede apropiarse de un animal determinado, en nuestro caso del cerdo? ¿De dónde es el animal? En mi opinión no es del lugar donde nace, y tampoco del lugar donde se cría. Hoy, aún sin saberlo, se puede sin ninguna dificultad alimentar en Bangladesh un cerdo nacido en Canadá con trigo checo. ¿Entiende a qué me refiero? El único elemento decisivo para determinar si se trata de un cerdo de Kranj o de otra parte es simplemente el hecho de que el animal haya sido matado en Kranj o en otra parte. Todo el cerdo de primera calidad para la elaboración de nuestras salchichas de Kranj de primera calidad ha sido sacrificado en uno de nuestros mataderos certificados de Kranj, y punto. Toda la carne de nuestros cerdos viene de Kranjska, de Carniola; aquí en Maribor solo se lleva a cabo la elaboración de las salchichas con la carne certificada. Y por eso es perfectamente posible que las salchichas de Kranj de mejor calidad provengan de Estiria.

¿Y Maribor y sus habitantes se dan cuenta del potencial de desarrollo que les ofrece la salchicha de Kranj?

Antes de pronunciar la palabra desarrollo, Adam Bely se pone de pie, como si para decirla debiera tragar antes un bocado muy pesado.

Maribor es mi ciudad. No quisiera vivir jamás en ninguna otra ciudad del mundo que no fuera Maribor. Pero seamos sinceros: Maribor es un fast food. Maribor no tiene ni idea de alta gastronomía. Bueno, a todos nosotros de vez en cuando nos da por ir a un McDonald’s, tampoco es tan grave. Pero si comes solo esa mierda, se te empiezan a caer las orejas, se te atrofian las venas, engordas; el debilitamiento del cuerpo es inevitable. Y eso ha ocurrido con esta ciudad en el plano mental. Cuando después de la guerra echaron a los alemanes, la ciudad recibió un gran fast food intelectual, azúcar barata, chuletas grasosas. Cincuenta o setenta años de eso, y se vuelve la norma.

Eso suena muy autocrítico, agrega Bely y se inclina sobre su portafolios negro. Rosa se mueve en su asiento, un poco nerviosa, bebe un poco de coca-cola y se acomoda los anteojos de sol con el guante blanco.

Solo la autocrítica implacable nos puede salvar. Eso. Eso y construir sobre el potencial propio de la ciudad. Pero para eso a veces precisamos a otros que nos enseñen algo. Mire a su alrededor. Las personas somos los seres más resistentes y con mayor capacidad de adaptación de todo el planeta. Tal vez solo los virus tengan tanto poder de adaptación como nosotros, pero nadie más. Los dinosaurios no se adaptaron.

Los corales no se adaptaron. Los tigres de Tasmania no se adaptaron. El ser humano en cambio puede cambiar completamente aun dentro de una misma generación. Mire a los chinos. Hace treinta años todos medían un metro y medio, hoy juegan en las primeras posiciones de la NBA.

Entonces el presidente, muy satisfecho, se acerca un poco a la grabadora, sorbe su café frío del vasito de plástico y continúa.

Nuestro instinto de supervivencia más profundo está intrínsecamente vinculado a la comida. Cuando nos comemos algo bien sano; digamos, por ejemplo, algo casero, un pollo casero, o digamos una sopa en un restaurante macrobiótico, ¿qué quiere nuestro cuerpo luego, instintivamente? Quiere consumir algo grasoso, algo azucarado, algo pesado y prohibido. ¿Por qué? Porque el cuerpo sabe por instinto que tiene que devorar con regularidad alguna porquería para ser más inmune y adaptable. Miren a los bebés. Lamen el piso sucio, se llenan la boca con tierra y lombrices; y nosotros pensamos que solo lo hacen porque son tontos y no están socializados. Por supuesto la respuesta es exactamente lo contrario. El bebé sabe mejor que nadie qué está bien, porque en él habla el instinto más puro. Los vegetarianos advierten que la salchicha de Kranj es un alimento malsano; vaya a saber por qué. ¡En realidad el olorcito de nuestra salchicha de Kranj nos tienta a todos! Y porque nos tienta, la queremos, y por eso es buena para nosotros. Quien come regularmente salchichas de Kranj estará fuerte y sano toda la vida. Lo importante es comer casero; o sea de casa; o sea, salchichas de Kranj elaboradas en Kranjska con cerdos matados en Kranjska. En general, claro, es…

Adam Bely asiente y mientras tanto saca lentamente del bolsillo la pluma fuente, empieza a moverla con regularidad de un lado a otro,

…es clave para nuestra energía vital que…

el presidente sigue la lapicera con la vista, y su voz se debilita,

…que comamos carne destazada en casa. Los animales matados en casa son…

el presidente suelta una risita, pone los puños entre las piernas como un chiquilín que se hace pis en los pantalones y lo disfruta, y aprieta los labios,

…son animales especiales, tienen…

el presidente se detiene en medio de la frase con la boca abierta, mira fijamente la pluma de Bely.

¿Qué tienen los animales matados en casa?, pregunta Bely y vuelve a guardar la pluma en la chaqueta.

Nuestro paradigma de muerte, dice lentamente, marcando sílaba a sílaba, el presidente del consejo de la fábrica de productos cárnicos Mat.

Adam Bely le mete en las manos los rodillos del E-metro, enciende el interruptor, la aguja se balancea en el centro de la escala graduada, se aquieta.

Repítelo, dice Bely.

Nuestro paradigma de muerte.

Repite.

Nuestro paradigma de muerte.

Una vez más, dice Bely.

Nuestro paradigma de muerte.

¿Qué es esto del paradigma de muerte?, pregunta Bely.

El momento del cambio en el cuerpo, responde Mat. Si el paradigma es calmo, eso se saborea en la carne. Cuando mueren, los cerdos tienen que estar lo más tranquilos posible. Lo mejor es que no sepan lo que va a ocurrir al instante siguiente; es la mejor receta para las salchichas de Kranj. El secreto no está en el ajo ni en los condimentos. El secreto está en la forma en que mueren los cerdos.

¿Cómo es nuestro paradigma de muerte?

Nuestro paradigma de muerte es distinto; los eslovenos somos almas inquietas por naturaleza, en especial los de Kranj. Nuestros animales están bajo demasiado estrés cuando mueren, y eso no es bueno para las salchichas. Por eso habitualmente mezclamos en las salchichas un cincuenta por ciento de gomas de autos finamente picadas, para calmarlos. Pero eso puede variar. Lo único importante es que comamos la carne que hemos matado nosotros. Con esta carne nos comemos a nosotros mismos, comemos el estado energético que hemos transmitido a los animales al matarlos.

¿Quién hace las mejores salchichas de Kranj?

Los bosnios; ellos son los más tranquilos. Pero no quieren matar cerdos; ellos matan pollos.

¿Y ustedes también matan pollos?

Tenemos certificación halal. Los nazis construyeron una fábrica en dos niveles, bajo tierra y en la superficie. En caso de ataque aéreo era posible bajar todo el nivel sobre tierra a la parte subterránea. La orientación es excelente; no hacía falta reorganizar demasiado para poder matar pollos en el nivel subterráneo de cara a la Meca.

¿Y arriba?

Oficialmente es la fábrica de rifles de caza, pero en realidad hacemos salchichas de Kranj. Nuestros compradores musulmanes nos habrían clavado en la pica si hubieran sabido que sobre las cabezas de sus pollos rellenábamos tripas de cerdo.

Bely observa el E-metro, la manecilla sigue en el medio.

¿No te da miedo?, pregunta Bely.

Me da miedo que se sepa que trasladamos la producción de rifles de caza a otra parte por lo mucho que aumentó la demanda. A los chinos les encanta disparar.

¿Exportas rifles a China?

También, sí. Rifles y pezuñas de gallina. Es un gran negocio.

¿Qué ves si digo azul?

Veo el mar.

¿Qué ves si digo mar?

Veo mis sueños. La tinta negra se derrama en él. Todo está oscuro. Pero no es tinta, es aceite viejo. Hitler era un genio.

Mat hace una mueca y se empieza a reír.

Él sabía cómo montar un gran complejo, continúa Mat. También hoy sabría poner orden. Pero el aceite tapa todo. El viejo elevador hidráulico está roto, se ríe Mat. No hay nadie que nos guíe en esta noche negra de petróleo.

¿El elevador hidráulico que sube y baja la plataforma de tu fábrica?

Ante esta pregunta Bely le hace un signo a Rosa Portero, que lentamente se quita los lentes y saca del abrigo de piel la polvera plateada.

Dios mío, no ve que el elevador se baja, se ríe Mat, y en esto se le escapa de la boca un extraño estertor animal. Hitler está muerto, el mecanismo se ha roto, ¡auxilio!, ¿no ven que la plataforma se baja? ¡Salchichas de Kranj! Salchichas de Kranj, dice Mat resollando una y otra vez, y se pone pálido. Aquí abajo, se va a aplastar el piso entero con sus miles de pollos halal. ¡Auxilio!

El presidente deja los rodillos del E-metro, se levanta de golpe y vuelve a resollar, esta vez se ve que se ahoga con su propia lengua. Está todo transpirado, sus ojos vagan ausentes. Bely se le va encima, intenta volver a sentarlo.

En eso están cuando la secretaria golpea a la puerta y entra.

¿Me llamó, señor presidente?

Bely está de pie junto a Mat, de espaldas a la secretaria. Bely le susurra a Mat:

Repite conmigo. Todo en orden, puede retirarse.

El presidente susurra: Todo en orden, puede retirarse.

¿Qué dice, señor presidente?, pregunta la secretaria.

Bely susurra: Repite más fuerte.

¡Todo en orden, puede retirarse, repite más fuerte!, grita el presidente palabra por palabra, como si cortara la oración en pedazos.

La secretaria se queda un momento mirando a su jefe y luego cierra tras de sí lentamente la puerta de la oficina.

Adam Bely respira profundo. Siéntate, Mat; siéntate y quédate tranquilo.

Tine Mat se sienta. Rosa Portero abre lentamente la polvera plateada con las bolitas de pan amarillentas.

Tine Mat mira adelante hacia el vacío, y está de nuevo muy nervioso, sigue con su alucinación: Detuvieron la catástrofe en el último momento. ¡Hitler volvió, nuestro Führer ha vuelto, qué felicidad! Los ojos de Mat se encienden e inyectan de pronto; otro estertor. El mecanismo se ha detenido y ahora la plataforma se levanta otra vez según sus órdenes. ¡Mis carniceros bosnios, mis pollos halal, mis máquinas en el matadero del subsuelo! Pueden volver a respirar tranquilos. La plataforma sigue subiendo, se ríe Mat. Se cae el techo, por debajo y por las ventanas salen salchichas de Kranj hacia fuera. Nada las puede parar. Solo yo, Tine Mat, puedo detener el río de carne porcina que rueda hacia la ciudad y tapona las casas. La gente se asfixia bajo las inconmensurables cantidades de carne de cerdo y de tripas, grita Mat, y extiende los brazos hacia arriba, como si con sus propias manos fuera a detener el río de carne porcina que ve sobre sí. Algunas personas se salvan en los pisos superiores, en las torres o los campanarios. Desde allí miran el río de cerdo que inunda Maribor y solo se detiene en la cuesta del Calvario. Solo yo soy el elegido para cambiar el rumbo del destino de esta ciudad, resuella Mat; se para de un salto y manotea con todas sus fuerzas rebelándose ante el aire que lo rodea.

Bely le pone la mano en el hombro y lo vuelve a sentar.

Tú… resuella Mat y escruta un punto indefinido sobre su cabeza, ¿tú sabes qué necesita esta ciudad?

Bely se alza de hombros.

¡El azote divino! O mejor aún, Maribor necesita la sierra eléctrica divina. Con una hoja tan pero tan larga que mis carniceros bosnios puedan serruchar al medio de una sola vez el cerdo más grande de Kranj.

Mat vuelve a pararse, Bely le cae encima y lo vuelve a sentar, le vuelve a poner en las manos los rodillos del E-metro.

Siéntate, presidente, siéntate. Cuéntame, ¿eres parte del Gran Orco?

Soy un gran huracán que va a barrer de un soplo todo este cerderío de las calles de Maribor.

Tine Mat, repito por última vez, ¿eres parte del Gran Orco?

Tenemos que dejar al Calvario que duerma tranquilito. Que duerman tranquilas las mariborenses y los mariborenses. Que duerma tranquila toda Eslovenia. Yo los voy a salvar de los cerdos.

Tine, ¿sabes qué es el Gran Orco?

El presidente gira la cabeza y mira al vacío más allá de Bely. Su mandíbula inferior tiembla violentamente, le cuelga. La manecilla del E-metro comienza a oscilar de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Mat se golpea la frente con los dos rodillos del E-metro; le sale sangre. Rosa acude e impide que se siga lastimando.

No entra en la hipnosis, masculla Bely en el forcejeo.

Entra demasiado. Ese es el problema. Se ha perdido y no tengo idea de cómo traerlo de vuelta, dice Rosa Portero y se arrodilla sobre el pecho del presidente. Los espasmos musculares le sacuden a Mat todo el cuerpo.

Dásela, absolvámoslo, dice Bely mirando a Rosa.

¿De veras ya quieres que lo hagamos, si todavía no hemos averiguado nada de él?, le contesta Rosa y agarra con más fuerza a Mat para que no se caiga del sillón de cuero.

¿Piensas que podemos obtener algo más de él que podamos utilizar?, pregunta Bely.

Y el presidente todavía alcanza a gritar: ¡Al ataque! ¡Contra la masa creciente y palpitante de salchichas de Kranj! Y luego Bely le tapa la boca. Un instante después Bely aúlla de dolor y saca la mano que el presidente le acaba de morder.

Toda la ciudad está ya bajo sus tentáculos y sus ventosas ya están agarradas del monte Calvario, ¿no lo ve? ¡Precisamos un salvador!, grita Mat.

Rosa agarra la polvera plateada.

Un par de minutos después golpea y entra cautelosa la secretaria con la advertencia de que en la recepción hace más de veinte minutos que esperan al presidente sus socios de Abu Dabi. Cuando abre la puerta, encuentra a Rosa Portero poniéndose el abrigo de piel negro con ese reflejo extraño —¿será de chinchilla o de marta cibelina… o de alguna piel especial?— y a Adam Bely guardando en su bolso de cuero una especie de aparato. La secretaria advierte que Bely aprieta en las manos un pañuelo ensangrentado.

Señor presidente, los enviados de Abu Dabi lo están esperando.

Que pasen, dice el presidente con una voz baja que no es habitual en él, y resuella levemente. Tiene una curita en la frente y la mirada perdida.

Bely y Rosa Portero se despiden. El presidente no responde el saludo. Desde la antesala penetra el denso almizcle que perfuma a los socios árabes.