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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Carole Mortimer

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor escondido, n.º 1201 - marzo 2019

Título original: To Mend a Marraige

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-889-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

UN BEBÉ!

¡En la puerta de su casa!

Aquello no podía estar sucediendo. Debía de haber algún error.

Gemini continuó mirando sin comprender a la mujer que llevaba un capazo con un bebé y que aseguraba que estaba allí para dejárselo.

Gemini sacudió la cabeza con seguridad, agitando la sedosa melena negra que le llegaba a la altura de los hombros.

–Nunca he creído esa historia sobre las cigüeñas –dijo Gemini irónicamente–.Y siento decepcionarte, pero creo que ha habido algún error…

–Ningún error –le aseguró la otra mujer alegremente–. Jemima me dio instrucciones detalladas de cómo llegar hasta aquí, y exactamente con quién tenía que dejar al bebé. Después de verla, no tengo ninguna duda –la joven se rio–. ¡Las dos son idénticas!

Gemini dejó de escuchar en el momento que mencionó el nombre de su hermana gemela, aunque la invadió el resentimiento al oír el último comentario. ¡Jemima y ella podían ser idénticas físicamente, pero ahí acababa la similitud!

Gemini retrocedió, sujetando la puerta abierta.

–Tal vez sea mejor que pases –suspiró–. Con el bebé –añadió a regañadientes.

–Me llamo Janey Reynolds, y soy la niñera de Jessica –dijo la otra mujer mientras avanzaban por el pasillo alfombrado.

Janey llevaba el enorme capazo delante de ella, y lo depositó en el sofá una vez que estuvieron en el confortable salón de Gemini.

–Gemini Stone –se presentó distraídamente, mirando el capazo como si en él hubiese un extraterrestre.

–Bonita, ¿verdad? –dijo Janey cuando Gemini se inclinó con cuidado por un lado del capazo.

Para Gemini era como cualquier otro bebé: rosa, muy arrugada, con muy poco pelo… ¡y, afortunadamente, en ese momento tenía los ojos cerrados!

Gemini se apartó del capazo como si la hubieran aguijoneado. Definitivamente allí había un bebé.

–Deduzco que trabajas para mi hermana Jemima –miró a la joven con los ojos entrecerrados.

Janey Reynolds debía de tener unos veinte años, tenía un rostro franco y amistoso, con algunas pecas y un pelo rubio rojizo peinado hacia atrás. Su delgada figura estaba enfundada en una camiseta y unos pantalones vaqueros entallados. Un atuendo ideal para cuidar a un bebé.

Mientras que la ropa de Gemini… una blusa de seda del mismo color azul cobalto que sus ojos y unos pantalones de seda negros que moldeaban su estilizada figura y que habían sido diseñados por ella misma para que fuesen estilosos y cómodos a la vez. Pero desde luego no eran a prueba de bebés.

–Como niñera de Jessica –afirmó Janey, sin dejar de sonreír–. Creía que Jemima se lo había mencionado… –frunció el ceño ligeramente.

Dado que Gemini y Jemima no se habían visto desde hacía un año, Jemima probablemente ni siquiera estaba embarazada en aquella ocasión. Lo que obligaba a la pregunta… ¿quién era el padre del niño?

–Por favor, siéntate –la invitó Gemini, sentándose en una butaca frente a la joven–. ¿Y llevas mucho tiempo trabajando para mi hermana? –preguntó en tono conversador, totalmente confusa.

Janey sacudió la cabeza.

–Desde el día que salió de la clínica. Hace unas seis semanas.

–Entiendo –dijo Gemini lentamente… sin comprender nada.

Jemima había dado a luz hacía seis semanas… parecía increíble que su hermana gemela hubiese pasado un embarazo y un parto sin que Gemini lo supiese.

Janey parecía un poco menos segura de sí misma.

–Jemima está en Estados Unidos. Tiene que quedarse allí el fin de semana por lo menos –dijo lentamente–. Pensaba que la había llamado.

–¿Llamarme? –Gemini estaba completamente perdida.

–Para decirle que cuidase a Jessica durante unos días hasta que vuelva –explicó Janey con el ceño fruncido–. Verá…

–¡Qué!

Gemini se levantó bruscamente, completamente horrorizada de lo que acababa de decir la joven. Se quedó de pie, tan alta y esbelta como cualquier modelo. Excepto que no era modelo; diseñaba ropa. GemStone se estaba convirtiendo en una de las principales marcas de diseño del mundo, y la propia Gemini era uno de los mejores escaparates de su propia ropa… alta, elegante, con una serena belleza que la prensa encontraba tan fotogénica como cada una de sus nuevas colecciones.

Pero esa serena belleza se había alterado definitivamente en ese momento.

–Estoy segura de que has entendido mal a Jemima –le dijo a la joven, decidida a no dejarse llevar por el pánico.

–No lo creo –Janey sacudió la cabeza, todavía frunciendo el ceño–. Como le he dicho, Jemima está en Estados Unidos…

–Eso lo he entendido –le aseguró Gemini con calma–. Simplemente no veo lo que tiene que ver eso conmigo. Me has dicho que eres la niñera de Jessica…

–Y lo soy –Janey Reynolds empezaba a parecer molesta–. Pero mañana me caso –sonrió tímidamente–, así que obviamente no puedo cuidar a Jessica hasta que Jemima vuelva. Su hermana me aseguró que no tendría problemas para cuidar a Jessica unos días –se mordió con preocupación el labio inferior tras su última revelación.

Por supuesto que Gemini tenía problemas. ¡No sabía absolutamente nada de bebés, y estaba demasiado ocupada con su vida como para ocuparse de las responsabilidades de Jemima!

–¿Tienes un número de teléfono donde pueda localizarla? –le preguntó con impaciencia.

Janey se mostró consternada.

–Siempre está de noticia en noticia, y normalmente es ella la que me llama…

Gemini se preguntó qué sería «normalmente» para su hermana periodista; Jemima no se detenía ante nada para conseguir una exclusiva. O cualquier cosa que quisiese. ¡Gemini lo sabía por experiencia…!

–¿Exactamente cuánto tiempo lleva mi hermana en América? –preguntó con sagacidad.

–Casi una semana –le reveló Janey de mala gana.

Increíble, siendo su hija tan pequeña. Aunque cualquier cosa era posible con Jemima.

–Entonces no tienes ninguna manera de contactar con ella –Gemini habló casi para sí misma–. Y te casas mañana, así que naturalmente no vas a poder cuidar al bebé durante un tiempo… –miró interrogativamente a la niñera.

–Me voy dos semanas de luna de miel a Barbados –contestó Janey, consciente de que aquello era una completa sorpresa para Gemini.

A sus veintinueve años, Gemini ni siquiera se había planteado tener hijos. Era una profesional, y sus diseños eran los únicos «niños» en los que estaba interesada.

Jemima tenía una cara increíble. La ruptura entre ellas había sido definitiva hacía un año aproximadamente. ¿Cómo tenía el valor de dejarle a su hija después de cómo se había portado entonces…?

Y por supuesto, no ayudaba nada el hecho de que sabía que Nick iba a ponerse completamente furioso con esa situación.

Oh, a paseo Nick y lo que pensase sobre la situación. Si iba a estar tanto tiempo en casa el fin de semana como había estado los últimos meses ni siquiera se enteraría de que había un bebé en la casa.

–Supongo que es demasiado tarde para contratar a una niñera temporal hasta que Jemima vuelva…

Janey hizo una mueca

–¿Un viernes a las seis de la tarde? Un poco difícil, me parece.

Entonces por qué no había llevado al bebé antes. Maldita Jemima. Aquello era cosa suya.

–Siento muchísimo todo esto, señorita Stone.

Gemini sacudió la cabeza.

–Puedes estar segura de que soy muy consciente de que nada de esto es cosa tuya –suspiró–. Creo que será mejor que vayas a recoger las cosas de Jessica al coche. Debes de estar deseando irte –añadió sin más dilación, preguntándose cómo se las iba a arreglar.

Pero Jemima no le había dejado otra opción.

Teniendo en cuenta lo volcada que estaba hacia su carrera, Gemini no podía imaginarse lo que había hecho que su hermana tuviese esa niña. Era cierto que Jemima siempre había sido la que, cuando eran niñas, se quedaba en casa jugando con las muñecas, mientras que ella se subía a los árboles con los hijos de los vecinos, pero parecía como si el nacimiento de Jessica hubiese sido un pequeño contratiempo en la vida de su hermana, un pequeño bache antes de continuar haciendo su vida.

Janey vaciló de camino al coche.

–Jessica tiene que comer dentro de unos minutos. ¿Quiere que me quede y le enseñe cómo preparar el biberón…?

Gemini agradeció su ofrecimiento. Y se aprovechó de ello sin reparos.

Parecía bastante sencillo mientras observaba cómo lo hacía Janey… incluso cambiarle el pañal no parecía tan horrible. Inmediatamente después de darle de comer y cambiarla, Jessica se volvió a dormir. ¡Qué fácil!

–Esto… le dejaré mi número de teléfono, si quiere.

Janey parecía reacia a irse cuando llegó el momento… dándose cuenta obviamente de que Gemini era una completa novata en cuanto a bebés, y probablemente temiendo por la seguridad de Jessica.

Lo que era más de lo que se podía decir de Jemima. Gemini se daría el gusto de pedirle una adecuada retribución a su hermana por el fin de semana. ¡Aquello era lo peor que Jemima le había hecho!

Bueno… casi.

–Es muy amable por tu parte –dijo Gemini, dejando la tarjeta de Janey junto al teléfono–. Pero estoy segura de que no lo necesitaré –añadió con seguridad.

Cuatro horas después no estaba tan segura de ello. Todo había parecido muy fácil cuando Janey había dado de comer y había cambiado a la niña, pero poner esa teoría en práctica demostró ser mucho más difícil de lo que parecía.

Para empezar Gemini no podía sujetar al bebé y darle de comer al mismo tiempo. Y el pañal no se quedaba en su sitio. Al final lo sujetó con unos imperdibles.

Aproximadamente una hora después, la niña había comido, estaba cambiada y se había vuelto a dormir en su capazo, dándole a Gemini la oportunidad de ponerse al día con sus tareas antes de irse a la cama.

Parecía que acababa de quedarse dormida cuando se despertó con el llanto de Jessica en la habitación de invitados. El inicial lloriqueo aumentó en enormes proporciones antes de que Gemini se hubiese despertado lo suficiente para ocuparse de ello.

Gemini se preguntó cómo demonios aguantaban eso las madres durante semanas, a veces meses, mientras entraba dando tumbos en la cocina, intentando sujetar a Jessica envuelta en una toquilla en un brazo y calentar el biberón con la otra mano.

No por tenerla en brazos la niña había dejado de llorar. El escándalo que estaba armando Jessica retumbaba en su cabeza y en toda la cocina.

Al fin el biberón estuvo preparado y se sentó en una de las sillas de la cocina para darle a la niña su leche. Solo para encontrarse con que no la quería, rechazando el biberón repetidamente con su lengüita rosa, ¡y empezando a berrear de nuevo!

Gemini tenía los nervios destrozados del llanto. Su primer instinto fue telefonear a Janey Reynolds, pero una mirada al reloj le hizo ver que la una de la madrugada no eran horas de llamar a nadie.

¿La una de la madrugada…?

Janey había dicho que la niña comía aproximadamente cada cuatro horas, y solo hacía tres horas desde que había comido por última vez.

¿Estaría enferma? ¿Tendría fiebre? ¿Qué…?

–¿Qué demonios pasa aquí?

Gemini levantó la vista sobresaltada, mirando hacia la puerta, y haciendo una mueca al ver a su marido. Lo que le faltaba.

¿Cuándo había llegado a casa? Hacía tiempo, por su aspecto… estaba obviamente desnudo bajo el batín de seda negro anudado a la cintura, y tenía el pelo negro revuelto de dormir.

Ella sin embargo no había podido ponerse la bata cuando había salido corriendo de la cama para ver qué le pasaba a Jessica; solo llevaba un pijama de seda gris perla, ¡y la niña le había escupido la mayor parte de la leche encima!

Gemini se levantó bruscamente, meciendo a la niña en sus brazos, cuyos berridos se habían convertido en hipos y sollozos.

–¿A ti qué te parece? –replicó ella con impaciencia.

Nick parpadeó, entrecerrando sus ojos verdes en las duras facciones de su atractivo rostro.

–Me parece un bebé… pero estoy seguro de que debe ser una pesadilla. ¡Nosotros no tenemos ningún bebé!

Teniendo en cuenta que Nick y ella se habían casado hacía más de un año, y habían dormido en habitaciones separadas desde el principio de su matrimonio, eso era de lo más improbable.

Nick y ella tenían lo que podía considerarse un matrimonio de conveniencia, matrimonio que les convenía a los dos. Al menos, hacía un año. Gemini no estaba segura de que siguiese siendo así.

Para ninguno de ellos. Pero por diferentes razones…

–Qué astuto, Nick –dijo ella burlonamente–. Aunque eso no ayuda a resolver el problema de cómo hacer que Jessica deje de llorar –añadió, cansada, mientras el bebé continuaba llorando–. No esperaba que estuvieses ya en casa –observó acusadoramente

–He terminado pronto de trabajar –dijo él distraídamente, entrando en la cocina con paso decidido, quitándole a la niña de los brazos, y mirando con el ceño fruncido la carita en forma de corazón–. ¿Qué pasa, Jessica? –murmuró en tono tranquilizador–. No podemos ayudarte si tú… –se detuvo, mirando a Gemini con el ceño fruncido–. ¿Has probado a cambiarle el pañal?

Gemini miró fascinada a su alto y arrogante marido atravesando la cocina con Jessica. Nick era uno de los hombres más guapos que Gemini había visto en su vida, y poseía un magnetismo físico del que ella no se había percatado cuando se casaron.

¿Cuándo había cambiado aquello?

No estaba realmente segura. Solo sabía que sentía una profunda sensación de insatisfacción en su matrimonio, un anhelo de algo más.

–¡Gemini! –gritó Nick, impaciente al no recibir respuesta a su pregunta.

Ella se irritó con resentimiento.

–Janey dijo que no había que cambiarla hasta que no comiese…

–Y estoy seguro de que tiene razón… ¡si no fuese porque Jessica está completamente empapada!

Nick puso cara de asco mientras abría la toquilla en la que estaba envuelta la niña para mostrarle el pijama mojado.

Gemini sintió que el calor invadía sus mejillas, sintiéndose una incompetente. No controlar una situación era algo que le resultaba muy incómodo. ¡Y más en presencia de Nick!

La razón por la que la niña no dejaba de llorar resultó obvia cuando Gemini le quitó el pijama y encontró que el pañal se había movido hacia un lado mientras Jessica dormía. El pañal estaba casi seco. La situación era peor todavía porque Nick no dejaba de observar sus acciones con sus burlones ojos verdes entornados, haciendo que se sintiese más incompetente que nunca.

¡Nunca perdonaría a Jemima por eso!

–A ver, déjame –murmuró Nick impacientemente.

Cansado de los esfuerzos de Gemini para cambiar el pañal, se hizo cargo él mismo, consiguiendo un resultado perfecto en cuestión de segundos. Para disgusto de Gemini.

–¿Desde cuándo eres un experto en bebés? –murmuró ella con resentimiento mientras Nick ponía a Jessica ropa limpia aparentemente sin esfuerzo.

Minutos después la niña estaba limpia y seca, el llanto había cesado y empezaba a quedarse dormida en los fuertes y confortables brazos de Nick.

–No soy ningún experto, Gemini –dijo él con desdén–. Es cuestión de sentido común. Además… –se encogió de hombros–. Soy diez años mayor que Danny; me divertía cuidándolo cuando era niño.

Gemini se puso tensa ante la mención de su hermano pequeño. Por acuerdo tácito ni Nick ni ella hablaban de Danny o Jemima desde el primer día de su matrimonio. El motivo era bastante simple; no había nada que decir de ninguno de ellos.

Y Gemini no pudo evitar sorprenderse de que Nick hubiese mencionado a Danny.

Aunque le dio la perfecta oportunidad para su siguiente comentario.

–Nick, Jessica es hija de Jemima –le dijo sin rodeos, observando con los ojos entrecerrados su reacción.

No hubo ninguna. Al menos ninguna visible para Gemini. Pero eso también era típico de Nick. Su marido era un hombre que no mostraba sus sentimientos, excepto la burla que parecía ser parte de su naturaleza. Aunque Gemini estaba segura de que por dentro se le había removido algo.

Porque si sus vidas no hubiesen sido alteradas hacía quince meses por el egoísmo de Jemima, ¡«él» podía haber sido el padre de Jessica…!