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Héctor Velarde (Lima, Perú, 1898-1989) realizó estudios en Europa y participó en proyectos arquitectónicos en los Estados Unidos. De vuelta en Perú, en 1928, impartió cátedra en la Universidad Nacional de Ingeniería, en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad de Lima. Después de publicar diversos artículos y libros relacionados con su cátedra, en 1943 Daniel Cosío Villegas, fundador del Fondo de Cultura Económica, le encomendó la escritura de Arquitectura peruana; a partir de esa década y hasta su muerte la actividad profesional de Velarde fue incesante, por ello es considerado uno de los arquitectos latinoamericanos más influyentes del siglo XX.

BREVIARIOS
del
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

17
HISTORIA DE LA ARQUITECTURA

Historia de
la arquitectura

por
HÉCTOR VELARDE

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 1949
   Decimotercera reimpresión, 2012
Primera edición electrónica, 2016

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contraportada

INTRODUCCIÓN

Un resumen de la historia de la arquitectura, tan extremadamente sintético como el que se pretende hacer en este Breviario, requiere grandes limitaciones y silencios que el lector sabrá perdonar. Hemos querido, ante todo, acentuar los ejes principales sobre los que se establece, con absoluta unidad, la historia de la arquitectura en Occidente, destacar sus más luminosas líneas de influencia en las diversas y básicas etapas de su evolución hasta llegar, como en un proceso natural y continuo, a nuestra arquitectura actual. Los aspectos arquitectónicos que están fuera de esos ejes principales, libres de esas líneas de influencia, cuyo espíritu y ritmo evolutivo es otro, como los de China, Japón o India, los hemos considerado en esta rapidísima exposición ajenos al arte que, con el paso de los siglos, se ha desarrollado como una constante y sólida encarnación de la cultura occidental.

En cuanto a la prehistoria sólo diremos de ella que el hombre de la era neolítica, el de la Edad de Piedra, colocó muy hondo los cimientos de todas las arquitecturas con su maravilloso y primer sentido del orden y de lo eterno. Fuera de sus chozas, nidos naturales y perfectos, regidos por leyes biológicas, apareció lo trascendente y simbólico, lo que puso realmente a la arquitectura en marcha, el deseo del hombre de ser inmortal y su afán de expresarlo por medio de monumentos inconmovibles; templos levantados con enormes bloques verticales y horizontales como los enigmáticos y soberbios pórticos celtas de Inglaterra; tumbas llamadas dólmenes o crómlech, cámaras de piedra formadas por grandes losas planas y suspendidas como mesas, y que se encuentran tanto en Saboya como en la India; obeliscos o menhires, primeras y toscas columnas que se alzaban aisladas e imponentes como signos de eternidad o se colocaban en interminables hileras indicando ordenaciones misteriosas. Menhires como el monolito de Locmariaquer, de 19 metros de altura y 260 toneladas de peso, hileras enormes como las de Carnac en Bretaña.

Esos monumentos megalíticos surgieron del espíritu del hombre primitivo que se abismaba en la oscuridad de lo desconocido o se iluminaba con la luz del universo. De ahí esa secreta correspondencia y similar brillo con las remotas construcciones pétreas de Europa celta o micénica, de África Mediterránea, de toda Asia, de Oceanía y de América, donde las ruinas solitarias de Tiahuanaco parecen dirigirse al sol con igual gesto y lenguaje que los trilitos de Stonehenge en Salisbury. Es el mismo hombre que nace con una misma arquitectura de esperanza y de piedra.