Índice

¿Hay algo más temible que la Mortadela salvaje?

La nube que viajaba en avión

Tremendo accidente

Se solicita guitarrista

Primer día: En busca del profesor Zíper

Segundo día: 40 mortadelas y ni un vaso de agua

Tercer día: Miércoles de internet

Cuarto día: Un chocolate a la velocidad de Plutón

Quinto día: Reparando el espejo

Sexto día: Las tres tiendas

Séptimo día: El lado oscuro del brócoli

Octavo día: La furia de Cremallerus

Noveno día: Zíper contra Cremallerus

Décimo día: Gran concierto de rock

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portada

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coleccion

Primera edición, 2016
Primera edición electrónica, 2016

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JUAN VILLORO

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ilustrado por

RAFAEL BARAJAS, EL FISGON

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contraportada

Décimo día:
Gran concierto de rock

Esa noche la Tierra giró más aprisa, impulsada por una energía musical: Nube Líquida ofrecía un concierto.

Pablo Coyote saltó al escenario y vio el estadio de futbol lleno a reventar. Era su gran día. Atacó la guitarra con furia y la cuerda de sol vibró ante las miradas atónitas de cien mil nubosos liquidómanos.

Gonzo Luque golpeó sus tambores con potencia africana. Las baquetas perforaron los cueros tres veces y tres veces le cambiaron la batería.

El espigado Ruperto Mac Gómez acarició el bajo con tal delicadeza que sus admiradoras se desmayaron unas sobre otras como fichas de dominó.

Nelson Farías tocó cuatro teclados al mismo tiempo, con las manos y los pies, y aún se dio el lujo de soplar una armónica.

La voz de Pablo era idéntica a la de su hermano, de modo que nadie extrañó al autor de Labios de chocolate.

Bueno, sería exagerado decir que nadie lo extrañaba. Azul estaba enamorada de Pablo, pero no podía olvidar al hermano en estado de coma. En vez de ir a gritar en la primera fila, como tantas nubosas liquidómanas, le pidió al profesor Zíper que ayudara a Ricky Coyote.

—Tengo que regresar a Michigan —dijo el profesor—. Los brócolis esperan su desayuno.

—Por favor —dijo Azul, y puso una cara que trastornó al científico.

—Como para chuparse los dedos —comentó en voz baja.

—¿Qué dijo? —preguntó Azul.

—Que vayamos al hospital.

Así, mientras Nube Líquida demostraba que el rock aún podía ser estupendamente estruendoso, Azul y Dignísimus Zíper entraban a la sala de terapia intensiva donde Ricky Coyote seguía durmiendo.

El médico de guardia reconoció al famoso científico:

—¡Qué honor, por Hipócrates! —exclamó.

—¿Quién es Hipócrates? —preguntó Azul.

—Un médico de hace siglos que no cobraba las consultas.

El doctor se ofendió con el comentario, pues el hospital era carísimo: Ricky Coyote tenía que pagar renta por las cobijas que lo cubrían y el jabón que usaban sus visitantes.

—Si ya no me necesitan… —el médico se disponía a salir, pero Zíper lo detuvo.

—Por favor, traiga un radio.

—¡Esto es un hospital! ¡Está prohibido hacer ruido!

—Le aseguro que sólo nos queda un recurso para salvar a Ricky Coyote. Traiga el radio y cállese los ojos.

—¿Callarme los ojos? —el médico se rascó la cabeza.

Salió al pasillo y luego de unos minutos regresó con un radio de transistores; seguía muy intrigado por la expresión de Zíper:

—Profesor, ¿podría explicarme eso de “callarme los ojos”?

—Es lo contrario a estornudar por las orejas.

El médico se siguió rascando la cabeza.

Mientras tanto, Zíper encendió el radio; el doctor tenía sintonizada una estación de música cursi:

“Tus labios de rubí… de rojo carmesí”.

—¡Qué espantosa canción! —dijeron a coro Azul y Zíper.

El doctor los vio con extrañeza, pues a él no le molestaba aquella melodía azucarada.

—¡Ricky está reaccionando! —gritó Zíper.

En efecto, tenía una mueca de asco.

—No hay nada que odie tanto como la melcocha musical.

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El médico estaba francamente ofendido: primero le insinuaban que el hospital era muy caro, luego le pedían que se callara los ojos y ahora le criticaban sus canciones favoritas. Sin embargo, no dijo nada porque, en efecto, Ricky Coyote volvía a moverse: cada vez tenía una expresión más molesta.

—Hay que cambiar de estación —dijo Zíper—. ¿Dónde trasmiten el concierto de Nube Líquida?

—En Radio Morsa —informó Azul.

Un grito poderoso llegó desde el estadio donde tocaba Nube Líquida:

¡¡¡¡¡¡¡¡¡Labios de chocolate!!!!!!!!!

Y se operó el cambio: en su lecho de enfermo, Ricky Coyote sonrió: escuchaba una melodía rocanroleramente perfecta.

—¿Dónde estoy? —preguntó.

—Con todo respeto para su ciencia, colega —Zíper le dijo al médico—: pero a este enfermo le hacía falta una cucharada de su propio chocolate.

Ricky Coyote se había curado con su propia música.

Pablo siguió tocando mientras Azul, Zíper y Ricky se abrazaban en el hospital.

Cremallerus, definitivamente pacificado, seguía comiendo pastillas para ver películas de horror.

El mánager decidió que el conjunto tuviera dos guitarristas. La gira sería un éxito, pues todo mundo quería escuchar los diálogos eléctricos de los hermanos Coyote.

Pablo trató de convencer al profesor de que los acompaña-ra en su viaje:

—¡Lo trataremos a cuerpo de rey! —ofreció.

—Ya sabes que para mí no hay como un buen chocolate con aceite de castor. Tengo que volver a Michigan.

—Conocerá las más hermosas ciudades del mundo —insistió Pablo.

—Todavía tengo mucho que conocer en mi tierra. Además, mis brócolis no se pueden quedar solos.

Pablo dejó de insistir.

Hubo una fiesta de despedida en la que el profesor preparó su “ponche de avestruz” (para beber había que hundir la cabeza en una olla gigante). Gonzo bebió una olla entera y luego bailó la “danza del cerdo silvestre”.

Al día siguiente Nube Líquida despegó rumbo a su gira y el profesor Zíper volvió a Michigan, Michoacán, donde lo esperaban sus nuevos inventos y sus brócolis de siempre.