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SOBRE EL AUTOR

Dirk Schweigler nació en Freiberg (Sajonia, Alemania). Durante sus estudios de Economía del Transporte en la Universidad Técnica de Dresde ya hizo gala de su pasión por escribir. Su tesina de diplomatura de fue nominada para el premio Friedrich-List que otorga la universidad y sus resultados fueron presentados por su autor en varias conferencias internacionales. A lo largo de sus estudios vivió varios meses en Japón y México, además de año y medio en Estados Unidos. Al acabar su preparación pasó un año en la India para aprender los antiguos textos del hinduismo. Durante su actividad posterior, dedicada a la investigación del cáncer en el hospital universitario de Dresde, participó en varias publicaciones científicas.

Como antiguo paciente de colon irritable, conoce de primera mano la problemática correspondiente. En su búsqueda, que se prolongó durante más de tres años, de una solución, probó innumerables terapias, ­investigó de forma intensiva y se puso en contacto con otros afectados. En la presente obra ha reunido sus resultados y experiencias buscando ayudar y animar a los demás.

Puedes contactar con él en: reizdarm-heilen@gmx.de

Título original: REIZDARM

Traducido del alemán por Eva Nieto

Diseño de portada: Editorial Sirio, S.A.

Diseño y maquetación de interior: Toñi F. Castellón

© de la edición original

Ennsthaler Verlag (Ennsthaler Gesellschaft m.b.H. & Co KG)

Steyr, Austria

© de la presente edición

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Pol. Ind. El Viso

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INTRODUCCIÓN

Los problemas del colon irritable y las intolerancias alimentarias son un asunto delicado. La mayoría de los médicos se encuentran totalmente desorientados y los pacientes se sienten abandonados a su suerte. Por este motivo son muchos los afectados que llevan sufriendo muchos años de odisea médica.

Algo semejante sucedió conmigo: a pesar de que consulté a numerosos médicos sobre mis afecciones (colon irritable e intolerancias alimentarias), ninguno de ellos fue capaz de ayudarme. Me sentí, a la vez, decepcionado y perplejo. Y ahora ¿qué?

Llegado a ese punto, solo disponía de dos opciones: o pasar el resto de mi vida con esas dolencias (con el peligro de que pudieran ir a peor) o buscarme yo solo la curación. Me decidí por lo último, ya que la resignación no era una opción que barajara.

Nuestro bienestar general depende básicamente de nuestra salud corporal, y en el caso de una enfermedad no podemos limitarnos a cambiar partes del cuerpo como si se tratara de repuestos de coche. Ese es el motivo por el que las dolencias físicas no deben ignorarse durante demasiado tiempo. El colon irritable es una de esas señales con las que el cuerpo indica que algo no va bien.

En este punto me gustaría dar ánimos y resaltar el hecho de que el colon irritable y las intolerancias alimentarias no son enfermedades incurables, a pesar de que en ocasiones se quieran presentar así. Existen muchos y buenos ejemplos de pacientes que han superado por completo sus problemas y hoy en día no tienen ningún tipo de afección.

Solo es necesario ayudar al cuerpo justo donde él lo necesita y no es capaz de curarse por sí mismo. No siempre es sencillo descubrir el origen de un problema de salud, porque entran en juego muchas posibilidades. Por eso no puedo darle a nadie la «píldora única y maravillosa» contra las intolerancias alimentarias y el colon irritable.

A pesar de que la anatomía de los órganos y los procesos metabólicos de todos nosotros se parecen mucho, existen, sin embargo, gran cantidad de diferencias individuales. Por ejemplo, cómo reacciona cada ser ­humano ante un tratamiento. Siempre hay que tener en cuenta esta individualidad: lo que a unos les funciona a la perfección, a otros les puede resultar totalmente inútil. Por ello es importante contar con un gran repertorio de diagnósticos y tratamientos para, a partir de ellos, poder elegir de la «caja de herramientas» el remedio más adecuado. Si alguien quiere ser activo por sí mismo, precisará de muchas informaciones fundadas y amplias para tomar las decisiones adecuadas.

Yo espero poder ayudar con este libro a los numerosos afectados que quieren tener bajo control su propio destino. En él está contenido mi propio tesoro de experiencias que he ido reuniendo a lo largo de los años y ampliando de manera constante.

Los conceptos terapéuticos aquí detallados proceden básicamente de la medicina naturista. En un primer plano aparece la búsqueda, con ayuda de laboratorios acreditados, de las causas de la enfermedad. Gracias al enorme desarrollo científico alcanzado en los últimos años, hoy en día se pueden analizar muchos valores intraorgánicos con los que poder descubrir la causa de las dolencias o bien obtener nuevas posibilidades de enfoque para otros tratamientos. Desgraciadamente, muchas de estas posibilidades son poco conocidas y los mismos médicos las aprovechan en muy raras ­ocasiones.

En estas páginas me voy a concentrar en las intolerancias alimentarias que se presentan a lo largo de la vida. Son, con mucha diferencia, los casos más habituales. No se tendrán en cuenta las intolerancias de origen genético o las intoxicaciones causadas por alimentos. Casi todos los productos que recomiendo aquí los he utilizado yo mismo y son de una gran calidad. Sin embargo, mis recomendaciones solo pueden servir como ayuda orientativa.

Como no estoy contratado por ninguna empresa o institución ni adherido a ninguna tendencia médica, todos los conceptos de diagnosis y tratamientos los he elegido con total independencia. Solo se hacen recomendaciones de medidas que han probado su eficacia en muchos de los afectados.

Para el éxito de la curación en el caso del colon irritable y las intolerancias alimentarias, lo realmente importante es la obtención de una serie de diagnósticos y la aplicación de la terapia correspondiente. No se trata de tomarnos algo tan solo con la esperanza de que «quizá pueda ayudarme de alguna forma». El enfoque de este libro se centra en la curación a largo plazo y no de cómo «vivir con eso».

Deseo que, en tu camino a la curación, puedas superar de la mejor manera posible los peores momentos y no pierdas el valor y el ánimo cuando sufras algún revés. Una enfermedad también puede ser una posibilidad fantástica para superarte a ti mismo.

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GENERALIDADES

MI PROPIA HISTORIA

Como es frecuente que ocurra con las intolerancias alimentarias, en mi caso también se desarrollaron de forma lenta pero en un proceso continuo. En su estadio inicial no se consideraron demasiado problemáticas puesto que aún podía soportar bien los síntomas, que solo se insinuaban paso a paso. Pero con el transcurso del tiempo se hicieron cada vez más intensos, por lo que aumentaron también los padecimientos.

Puesto que se trataba de intolerancias alimentarias y problemas digestivos, me dirigí a un experto en este campo: un gastroenterólogo. En una charla muy corta afirmó que mis dolencias eran relativamente normales («Tienes que vivir con eso») y me recomendó una colonoscopia; como no dio resultados anómalos, me dijeron que estaba sano, algo que, por desgracia, no se correspondía en absoluto con mi parecer y mi estado.

Puesto que, según el médico, yo estaba verdaderamente «sano», soporté los síntomas otros tres años más, hasta que contacté con una naturópata, que me dedicó mucho más tiempo y, sobre todo, me tomaba en serio. Eso, para mí como paciente, ya fue un gran logro. Con una prueba Pro Immun M, gracias a los anticuerpos de inmunoglobulina G (IgG) de la sangre, se determinó ante qué alimentos reaccionaba mi cuerpo, por lo que en el marco de una dieta de exclusión, tuve que prescindir de ellos durante cierto tiempo. A continuación me realizaron varios lavados intestinales (hidrocolonterapia) y, como última medida, me prescribieron bacterias intestinales. El plan era realmente convincente, pero tras finalizar el tratamiento tuve que admitir que no había tenido éxito. No hubo ninguna mejoría.

Más adelante, durante una estancia en la India contacté con varios médicos ayurvédicos, así como con homeópatas. Por suerte, los costes en la India se pueden asumir, pero allí tampoco supieron ayudarme y, además, sufrí varias infecciones gastrointestinales. Mi muy deteriorado sistema digestivo recibió el golpe de gracia. La selección de alimentos que podía tomar sin problemas se redujo a unos seis u ocho. Lo único «positivo» de esa situación fue que mis padecimientos se volvieron tan intensos que me vi obligado a tomar medidas para volver a sentirme sano y en forma.

De vuelta a mi país, lo primero que hice fue acudir a un médico de atención primaria. Respecto a la intolerancia alimentaria, se encontró totalmente perdido, hasta el extremo de aconsejarme que tomara frecuentemente infusiones de hinojo, anís y comino. A continuación, en una clínica me realizaron un test de aliento H2 para fructosa y lactosa (el azúcar de la fruta y la leche, respectivamente). El resultado en ambos casos fue negativo: en teoría, podía consumir productos lácteos. Pero en la práctica sabía perfectamente que los toleraba mal. Aun cuando a través de esta prueba se hubiera detectado una intolerancia a la lactosa, el médico no fue capaz de dar un paso adelante en cuanto a mi pregunta más importante: «¿Qué puedo hacer para estar libre de dolencias?».

Después surgió la idea de que podría tener parásitos en el intestino que fueran los responsables de mis problemas. Así que mi médico de cabecera me realizó un examen de parásitos. Básicamente encontró uno solo, el denominado Giardia lamblia, que se trata normalmente con antibióticos. En los análisis posteriores se descubrió que el parásito había desaparecido, pero que nada había cambiado en cuanto a mis intolerancias alimentarias. Después de encontrar el parásito, supuse que estaba en la senda adecuada y fui a un centro médico para que me examinara un gastroenterólogo. Me dijo lo siguiente: «Bueno, al parecer, usted no tiene... –y, cuando esperaba que pronunciara el nombre de un peligrosísimo parásito asesino, siguió–: ... colon irritable». Los análisis no mostraban ningún tipo de irregularidad. Así que, sobre el papel, estaba perfectamente sano y podía irme.

La siguiente parada fue de nuevo ante un naturópata. Tenía la teoría de que casi todos sus pacientes con intolerancias alimentarias padecían una digestión débil y que había que volver a fortalecer los órganos digestivos, para lo que me prescribió medicamentos de apoyo para el estómago, la vesícula biliar y el páncreas. Teóricamente todo iba en la dirección correcta y cuatro meses después acabé el tratamiento. Fue totalmente ineficaz y, además, me costó una cantidad nada desdeñable de dinero. El gran inconveniente de este enfoque del tratamiento fue que de antemano no se llevó a cabo una diagnosis adecuada para averiguar dónde estaba realmente el problema.

Lo más importante que aprendí: necesitaba un terapeuta acostumbrado a buscar y encontrar la causa individual de la enfermedad y que no utilizara la misma terapia estándar con todos sus pacientes.

Entretanto mi motivación se había frenado un poco, pero no tenía otra opción. Mi siguiente etapa me llevó al Institut für Nahrungsmittelunverträglichkeiten (Instituto de Intolerancias Alimentarias) de la ciudad de Hamburgo. El tratamiento que ofrecían se basaba en la reprogramación del sistema inmunitario, de tal forma que los alimentos que no se toleraran no fueran tratados como «enemigos». En mi caso fue una desensibilización para la fructosa, el azúcar, la leche y algunos productos más. Pero, desgraciadamente, esta terapia tampoco me aportó ninguna mejoría.

Después lo intenté con una terapeuta de la medicina tradicional china. Tampoco pudo ayudarme. Me pareció muy correcto por su parte que me lo dijera abiertamente en lugar de tratarme «de algo».

Este maratón médico que recorrí es algo que conocen muchas personas afectadas por intolerancias a los alimentos o colon irritable. Sin embargo, como ya he comentado, la opción nunca es abandonar. Tras unos cuatro años de búsqueda incansable tuve, por fin, la suerte de dar con los profesionales adecuados. Igual que había hecho con los médicos anteriores, me dirigí a ellos con la misma descripción de mis problemas.

Su propuesta fue la de proceder a un análisis de heces para ver qué es lo que no funcionaba correctamente en mi aparato digestivo. El sorprendente resultado fue que tenía una inflamación masiva de la mucosa intestinal, que mi intestino se había vuelto permeable y que el sistema inmunitario mostraba una reacción muy intensa (ver «Primero lo más importante: el diagnóstico por las heces», en el capítulo tres).

A base de un tratamiento eficaz, la inflamación se curó por completo (ver «El síndrome del intestino ­permeable», en el capítulo tres) y mi sistema inmunitario intestinal se tranquilizó de nuevo. Podía volver a comer alimentos que antes no toleraba. Pero observé que debía hacer algo más.

Gracias a la búsqueda intensiva por Internet que había realizado a lo largo de los años, me topé con el hecho de que los metales pesados jugaban un papel decisivo en muchas personas afectadas. Me realicé los correspondientes análisis y descubrí que mi organismo presentaba niveles muy elevados de metales pesados. El proceso de eliminación duró un tiempo, pero fui notando que poco a poco disminuían mis intolerancias alimentarias.

En general, las terapias con el naturópata fueron tan eficaces que prácticamente puedo comer de todo. No fue casualidad que encontrara la solución a estos complejos problemas a base de colaborar con mi terapeuta. Cada vez que llegábamos a un punto en que la solución A no daba el resultado esperado, pensaba en una solución B, y si esta tampoco servía, en muy poco tiempo ponía en marcha la propuesta C. Tenía una gran predisposición a aprender de, y con, sus pacientes.

Y precisamente son estas las características de un terapeuta que, en mi opinión, suponen la diferencia decisiva para conseguir que alguien se cure o no lo haga (ya sea de una intolerancia a los alimentos o de cualquier otro tipo de enfermedad). Está claro que un tratamiento estándar para aplicar a cualquier paciente es imposible en el caso de patologías con distintas causas.

Con esta detallada descripción de mi búsqueda a lo largo de los años he querido mostrar, sobre todo, que el camino hacia la curación no es precisamente sencillo, y que a lo largo de ese camino surgen numerosas dificultades. Pero, en vista de las óptimas posibilidades de diagnóstico y tratamiento existentes, está claro que las intolerancias alimentarias se pueden curar.

Yo mismo he intentado encontrar la solución a través de la medicina clásica, la naturista, el ayurveda y la medicina tradicional china. En mi caso fue la naturista la que me condujo a la solución adecuada. Quizá en otro tipo de enfermedades sea otro el sistema de medicina que posibilite la curación.

Lo más importante de todo es caminar libre de ideas preconcebidas y tener en cuenta todas las posibilidades de solución que existen. En un mundo tan interconectado como el actual tenemos muchas posibilidades para utilizar lo mejor de cualquier orientación médica. ¡Tan solo hay que estar dispuesto a hacerlo!

Hablando con otros afectados me llamó la atención que algunos preferían sufrir durante toda su vida antes que renunciar al dogma de que solo hay un sistema médico adecuado. Sería penoso que tal actitud mental interna se opusiera a la curación del cuerpo y quedaran sin utilizar muchos y muy buenos tratamientos alternativos.

He gastado mucho tiempo y dinero en medidas que realmente no me llevaron a nada. Sin embargo, este despliegue fue muy valioso ya que la salud es la condición previa más importante para la satisfacción vital, la capacidad de rendimiento y una buena calidad de vida. Y aunque es frecuente que en cumpleaños y demás acontecimientos nos deseemos mutuamente tanto salud como bienestar, lo primero que debe aprender cada uno, y ha de hacerlo por sí mismo, es a apreciar adecuadamente la salud cuando la ha perdido.

EL MISTERIOSO PRINCIPIO CAUSA-EFECTO

A primera vista, el principio causa-efecto no tiene una especial relevancia para el tema de las intolerancias alimentarias. Pero, si se observa más de cerca, se comprueba que existe una relación muy estrecha: este principio es el fundamento más importante sin cuya aplicación no es posible llegar a la curación. Existe una gran diferencia entre un tratamiento cuyo único objetivo es la ocultación de los síntomas y otro que se dirija directamente a la causa, es decir, que tenga por misión la total eliminación del desencadenante de los problemas.

Este principio se entiende mucho mejor con la ayuda de un ejemplo. Supongamos que una persona sufre desde los dieciséis años una neurodermatitis. Le prescriben una pomada contra los picores, que el paciente se aplica todas las noches y con el paso del tiempo se gasta mucho dinero en dichas pomadas. ¡En cuanto deja el tratamiento la neurodermatitis regresa al instante!

La persona sabe que tendrá que usar la pomada, con el consiguiente gasto, durante toda su vida. Como no quiere aceptarlo, se dirige a otro médico que, por fin, encuentra la causa de sus males. El médico le prescribe otro tratamiento, la neurodermatitis desaparece por completo y el paciente no vuelve a necesitar la ­pomada.

En el caso de las intolerancias alimentarias sucede exactamente lo mismo. Para posibilitar la curación hay que descubrir, por encima de todo, cuál es el verdadero origen del problema.

La mayoría de las veces el paciente puede reconocer, por sí mismo y de forma inequívoca, los síntomas: flatulencias, diarrea, estreñimiento, cansancio después de comer, etc. Si utiliza medicamentos solo para eliminar esos síntomas, los problemas regresarán tan pronto como deje de tomarlos. Por el contrario, cuando se ataca directamente a la causa, los síntomas pueden desaparecer a largo plazo. Si la causa se ignora durante un espacio de tiempo más largo, incluso pueden aparecer más problemas.

La pregunta más importante para determinar si realmente se deben tratar las causas o basta con eliminar los síntomas es la siguiente: «¿Regresan las molestias tan pronto como dejo de tomar el medicamento?».

Las cosas son muy distintas cuando, por ejemplo, un peatón se rompe una pierna en un accidente de tráfico. La causa es que el coche ha atropellado al peatón. El síntoma es la pierna rota. Ya que en este caso la ­causa solo dura un breve (aunque dramático) espacio de tiempo, aquí no hay que buscarla, sino únicamente poner en primer plano la curación de los síntomas (es decir, la pierna lesionada).

Sin embargo, cuando la causa se mantiene (lo que suele suceder en el caso de las intolerancias alimentarias y el colon irritable), también lo hacen los síntomas, que solo desaparecen cuando la causa se ha eliminado por completo. Estos contextos son lógicos y comprensibles. Pero fíjate en lo que te rodea día a día y observa cuál es el médico que, a la hora de tratar una intolerancia alimentaria, mantiene este principio buscando un prolongado éxito en la curación.

Aun cuando el principio causa-efecto sea excesivamente teórico, si se entiende y utiliza de forma adecuada es posible ahorrarse mucho tiempo, energía y también el dinero que, en caso contrario, habría que invertir en tratamientos erróneos. Mi recomendación: cualquier tratamiento debería abordarse desde el inicio siguiendo este principio primordial.

EL SISTEMA DIGESTIVO

Tal como ya he mencionado, en un primer momento tenemos que buscar las causas de las intolerancias alimentarias. Los alimentos recorren siempre todo nuestro tracto digestivo, y en ese camino se van dividiendo en partes independientes. Por ello es obvio que en el caso de pacientes con colon irritable e intolerancias alimentarias existen problemas en los órganos de la digestión que, en consecuencia, deben examinarse a conciencia.

En algunos casos, la causa de las dolencias puede ser una enfermedad sistémica o una intoxicación, que pueden dificultar gravemente importantes procesos orgánicos (como, por ejemplo, el metabolismo).

El sistema digestivo está organizado como una cadena en la que se ensamblan firmemente unos procesos por separado que, a su vez, son mutuamente dependientes. Lo más decisivo en este proceso es que los órganos de digestión del final de la serie son los responsables de que los elementos situados por delante en la cadena realicen perfectamente su trabajo. En caso de que los órganos digestivos superiores trabajen de forma defectuosa, será el intestino, como último eslabón de la cadena, el que sufra las consecuencias.

Cuando, por ejemplo, una persona come muy deprisa porque a continuación tiene una cita importante, o porque comer rápido se haya convertido en una costumbre, la ingesta de alimentos finaliza en muy corto espacio de tiempo. Para el cuerpo comienza un duro trabajo. Esa comida tragada a toda prisa no ha dado lugar a que el alimento se haya triturado de forma suficiente, por lo que llega al estómago en trozos muy grandes. Además, el bolo alimenticio llevará poca saliva. En la saliva se encuentran enzimas muy importantes que, ya desde la boca, nos ayudan a descomponer ciertos ­componentes del alimento (en especial los almidones). Por ello los órganos de digestión de la persona que come rápido deben trabajar mucho más que aquellos de quienes comen con tranquilidad y mastican bien. Si, además, el páncreas funciona mal y produce pocas enzimas digestivas, el intestino se verá totalmente sobrecargado de trabajo.

Por desgracia, el intestino no puede ignorar los alimentos que hayan sufrido una escasa predigestión. Su misión es subdividirlos en sus componentes más pequeños que puedan ser absorbidos por el torrente sanguíneo. Si todos los órganos digestivos funcionan bien (y la masticación ha sido adecuada y suficiente), esa subdivisión es poco costosa para el intestino. Si eso de engullir a toda velocidad es una circunstancia excepcional, el cuerpo es capaz de superarlo. Sin embargo, si tal actitud se convierte en lo normal, se estarán haciendo previsibles gran cantidad de síntomas, entre ellos un empeoramiento a largo plazo de la flora intestinal.

A continuación describo la función de cada uno de los órganos digestivos:

Figura 1. Los órganos digestivos

POR FIN UN DIAGNÓSTICO: SÍNDROME DEL COLON IRRITABLE

En una gran parte de los pacientes que sufren de intolerancias alimentarias y dolencias digestivas se plantea el diagnóstico de «colon irritable». Bajo esos términos se reúnen frecuentemente diversos signos de enfermedad del tracto gastrointestinal que está en conexión con los alimentos y en los que no se constatan modificaciones orgánicas.

Entre estos signos patológicos encontramos, por ejemplo, la diarrea, el estreñimiento, la flatulencia y los dolores de estómago así como otros síntomas que están provocados por determinados alimentos. El síndrome del colon irritable es, por tanto, una categoría superior para diversos problemas de estómago e intestino. Muchos pacientes que han informado sobre sus experiencias con este problema en foros de Internet suelen acumular innumerables visitas a médicos hasta dar con el diagnóstico final.