Agradecimientos

Y el viaje ha terminado. Después de ocho años y de querer a mis personajes con sus mentiras, por fin puedo seguir adelante. Para las madres y los padres, para los amigos y los enemigos. Robo pedazos de vuestras palabras y vuestras vidas para entrelazarlas con mis historias.

Se lo debo todo a mis lectores. Apasionados, dedicados, ligeramente locos. ¡Al igual que yo! Gracias. He escrito esto para vosotros. Jamás olvidaré las firmas de libros, los regalos, los cuadernos de recortes, los correos electrónicos y el hostigamiento. Gracias a los blogs por empoderar a los escritores. Y a los escritores que empoderan a otros escritores a través de sus palabras embriagadoras. Siempre estaré muy agradecida por todo ello.

Tarryn

Capítulo uno El presente

Olivia. Ya la he perdido en tres ocasiones. La primera vez fue a causa de mi impaciencia. La segunda, debido a una mentira tan densa que no fuimos capaces de salir de ella. Y la tercera ocasión, esta ocasión, la he perdido a causa de Noah.

Noah. Es un buen muchacho; ya lo he estado investigando. De manera bastante concienzuda. Sin embargo, podría ser el príncipe heredero al trono de Inglaterra y seguiría sin parecerme lo bastante bueno para ella. Olivia es como una obra de arte. Tienes que saber de qué forma interpretarla, de qué forma ver la belleza que yace bajo las severas líneas de su personalidad. Cuando me lo imagino a él teniéndola de maneras que yo no puedo tenerla, me entran ganas de golpearle la cara con el puño hasta que ya no quede nada de él.

Olivia es mía. Siempre ha sido mía y siempre lo será. Nos hemos pasado los últimos diez años corriendo en direcciones opuestas, pero al final acabamos chocándonos con cada giro. En ocasiones, es porque los dos nos estamos buscando mutuamente. Otras veces, es cosa del destino.

Olivia es una persona con la clase de amor capaz de teñirte el alma, de hacer que supliques no seguir teniendo esa alma y tan solo poder escapar del hechizo bajo el que te ha sometido. He intentado desprenderme de ella una y otra vez, pero nunca ha servido de nada. La llevo más a ella en mis venas que a mi propia sangre.

* * *

La estoy viendo en este momento; está saliendo por la televisión. Las setenta y dos pulgadas de la pantalla están llenas de Olivia: pelo negro, ojos ambivalentes y las uñas pintadas de un rojo rubí que hacen «tap, tap, tap» sobre la mesa que se encuentra delante de ella. El telediario del Canal Seis está cubriendo la noticia. Están juzgando a Dobson Scott Orchard, un violador de mala reputación que secuestró a ocho chicas a lo largo de doce años, y Olivia es quien lo defiende. Se me revuelve el estómago. Conociéndola, no soy capaz de imaginarme siquiera la razón por la que aceptaría el caso de ese hombre. A lo mejor su menosprecio hacia sí misma la impulsa a defender a criminales despreciables. Una vez ya defendió a mi mujer, y consiguió ganar el caso que podría haberla dejado entre rejas durante veinte años. Ahora está sentada con calma junto a su cliente y cada cierto tiempo se inclina hacia él para decirle algo al oído mientras esperan a que el jurado entre en la sala con el veredicto. Ya voy por mi segundo whisky escocés. No sé si estoy nervioso por su situación o por estar viéndola. Dirijo la mirada hacia sus manos; siempre soy capaz de saber lo que siente Olivia al mirarle las manos. Han dejado de tamborilear y están cerradas en puños, y las pequeñas muñecas descansan sobre el borde de la mesa como si estuvieran encadenadas allí. Desde arriba puedo ver su anillo de bodas. Me sirvo otro vaso de whisky, me lo bebo todo de un trago y aparto la botella a un lado. La imagen de la pantalla cambia a una sala de prensa donde un periodista está hablando acerca de las escasas seis horas durante las que ha deliberado el jurado y lo que eso significa para el veredicto. De pronto, el periodista da un respingo en su asiento, como si alguien lo hubiera electrocutado.

—El jurado ha entrado ya en la sala, donde dentro de unos minutos el juez leerá el veredicto. Vayamos ahora hacia allí.

Me inclino hacia delante en mi asiento, con los codos apoyados sobre las rodillas. No dejo de mover las piernas; un hábito nervioso, y deseo tomar otro dedo de whisky. Toda la sala del juzgado se pone en pie. Dobson se alza imponente sobre Olivia, que parece una muñequita de porcelana junto a él. Se ha puesto una blusa de seda azul; mi tono favorito. Tiene el pelo recogido por detrás, pero unos mechones se han escapado de los broches y caen alrededor de su cara. Es tan hermosa que bajo la cabeza para tratar de contener los recuerdos, pero estos acuden a mí de todos modos. Y su pelo domina todos y cada uno de ellos, largo y salvaje. Lo veo sobre mi almohada, lo veo entre mis manos, lo veo en la piscina donde la besé por primera vez. Es lo primero en lo que te fijas al verla: una chica pequeña rodeada de una masa de pelo oscuro y ondulado. Se lo cortó después de que rompiéramos. Casi no la reconocí en la tienda de música cuando nos encontramos, y mi aturdimiento por lo mucho que había cambiado me ayudó en mi mentira. Quería conocer a esa Olivia que se había cortado el pelo y había atravesado una habitación utilizando tan solo sus mentiras. Mentiras…, suena demencial desear las mentiras de una mujer. Pero Olivia te quiere con sus mentiras. Miente sobre lo que está sintiendo, sobre lo que sufre, cuando te quiere, pero te dice que no lo hace. Miente para protegerte, y también para protegerse a sí misma.

La observo mientras se aparta con impaciencia un mechón de su pelo y se lo coloca detrás de la oreja. Para un ojo poco entrenado, este sería un gesto femenino corriente, pero yo soy capaz de ver el modo en el que echa la muñeca hacia atrás. Se siente agitada.

Esbozo una sonrisa, pero esta desaparece de mi rostro en cuanto el juez lee el veredicto:

—No culpable por razones de demencia.

Por el amor de Dios…, lo ha conseguido. Me paso los diez dedos por el pelo. No sé si prefiero zarandearla o felicitarla. Olivia se derrumba en su asiento, y su conmoción es visible en sus cejas. Todo el mundo se está abrazando y dándole unas palmadas en la espalda. Más mechones de su pelo quedan sueltos mientras recibe las felicitaciones. Van a enviar a Dobson a una institución para enfermos mentales en lugar de a la prisión federal. Espero para ver si Olivia lo abraza también a él, pero guarda distancia y tan solo le ofrece una tensa sonrisa. La cámara enfoca el rostro del abogado de la acusación, que parece enfurecido. Todo el mundo parece enfurecido. Está haciendo enemigos; esa es su especialidad. Siento la necesidad de protegerla, pero ya no es mía. Espero que Noah sea capaz de estar a la altura del desafío.

* * *

Voy a por mis llaves y salgo a correr un poco. El aire está denso a causa de la humedad, palpita a mi alrededor y me distrae de mis propios pensamientos. Quedo empapado en cuanto salgo de mi apartamento y después giro hacia la izquierda de mi edificio y corro en dirección a la playa. Es hora punta para el tráfico. Voy atajando entre los parachoques e ignoro los ojos agitados que me siguen a lo largo de la calle. Hay Mercedes, BMW, Audis…, la gente de mi vecindario no anda corta de poder adquisitivo. Me siento bien al correr. Mi apartamento se encuentra a poco más de un kilómetro y medio de la playa; hace falta cruzar dos canales para llegar hasta ella. Echo un vistazo a los yates mientras esquivo un par de cochecitos de bebé y pienso en mi propio barco. Ha pasado un tiempo desde la última vez que trabajé en él. A lo mejor eso es lo que necesito, un día con el barco. Cuando llego hasta el agua, viro de forma brusca hacia la izquierda y corro a lo largo de la orilla. Aquí es donde me enfrento a mi furia.

Continúo corriendo hasta que ya no puedo más. Entonces, me siento sobre la arena y respiro con fuerza. Tengo que conseguir recomponerme. Si sigo chapoteando en esta cloaca emocional mucho más tiempo, tal vez no sea capaz de salir nunca de ella. Me saco el teléfono móvil del bolsillo y llamo al número de casa. Mi madre responde sin aliento, como si hubiera estado utilizando la máquina elíptica. Pasamos por las formalidades. Da igual cuál sea la situación, da igual lo desesperada que pueda sonar mi voz: mi madre siempre me pregunta de forma educada cómo me encuentro y después me pone brevemente al día sobre sus rosas. Espero hasta que haya terminado y después digo con una voz más estrangulada de lo que pretendía:

—Voy a aceptar el trabajo en Londres.

Hay un momento de silencio aturdido antes de que responda. Su voz suena demasiado feliz.

—Caleb, hacer eso es lo correcto. Gracias a Dios que se te ha vuelto a presentar la oportunidad. La última vez rechazaste el trabajo por esa muchacha…, fue un error enorme que…

La interrumpo y le digo que ya la llamaré al día siguiente, después de haber hablado con el despacho de Londres. Echo un vistazo más al océano antes de dirigirme de nuevo a mi casa. Mañana voy a ir a Londres.

Pero no lo hago.

Me despierto con el sonido de unos fuertes golpes. Al principio pienso que es por las obras que están haciendo en mi edificio, pues en el apartamento 760 están remodelando la cocina. Meto la cabeza bajo la almohada, pero eso no ayuda en absoluto a amortiguar el sonido. Suelto una maldición y la tiro a un lado. El golpeteo suena más cerca de casa. Me quedo boca arriba para escuchar, y la habitación parece girar sobre su eje. He bebido demasiado whisky… otra vez. Los golpes suenan desde mi puerta de entrada. Paso las piernas por el lateral de la cama y me pongo unos pantalones de pijama de color gris que encuentro tirados en el suelo. Cruzo mi sala de estar mientras aparto con los pies los zapatos y las pilas de ropa que se han estado acumulando durante semanas. Abro la puerta de golpe y todo se congela. Respiración… Latidos del corazón… Pensamiento.

Ninguno de los dos decimos ni una palabra mientras nos evaluamos mutuamente. Después, pasa junto a mí de un empujón y comienza a pasearse por mi sala de estar, como si presentarse aquí fuera lo más natural del mundo. Yo todavía sigo plantado frente a la puerta abierta y la observo llena de confusión cuando ella dirige la carga completa de su mirada hacia mí. Tardo un minuto en hablar, en darme cuenta de que esto está ocurriendo de verdad. Puedo oír a alguien utilizando un taladro en el piso superior. Puedo ver a un pájaro que atraviesa el cielo, al otro lado de mi ventana, pero me digo a mí mismo que mis sentidos me mienten en lo relativo a ella. No está aquí de verdad después de todos estos años.

—¿Qué estás haciendo aquí, Reina?

Trato de internalizarla, de absorberla. Parece desquiciada; tiene el pelo trenzado sobre la espalda, pero hay algunos mechones que se han soltado alrededor de su cara. Sus ojos están perfilados con kohl, empapados de emoción. Nunca la había visto con ese tipo de maquillaje antes. Abre mucho los brazos en un gesto de furia. Me preparo para la ráfaga de improperios que normalmente acompaña a su furia.

—¿Qué pasa? ¿Es que ya no limpias?

No es lo que esperaba. Cierro la puerta de una patada y me paso una mano por la nuca. Llevo tres días sin afeitarme, y lo único que llevo puesto son unos pantalones de pijama. Mi apartamento parece la habitación de una residencia universitaria.

Me acerco con lentitud hasta el sofá, como si este no fuera mi propia sala de estar, y me siento con incomodidad. La observo mientras se pasea por ahí. De pronto, se detiene.

—Lo he dejado escapar. He vuelto a dejarlo libre en las calles. ¡Es un puto psicópata! —Golpea un puño contra su palma abierta al pronunciar la última palabra. Su pie toca una botella vacía de whisky y esta sale rodando por encima del parqué. Los dos la seguimos con la mirada hasta que desaparece por debajo de una mesa—. ¿Qué coño pasa contigo? —me pregunta mientras mira a su alrededor.

Me reclino sobre el respaldo del sofá y entrelazo las manos por detrás del cuello. Sigo su mirada mientras recorre el desastre que es mi apartamento.

—Deberías haber pensado en eso primero, antes de aceptar el caso.

Parece estar a punto de darme un puñetazo. Sus ojos se dirigen a mi pelo, descienden por mi barba, se pausan en mi pecho y vuelven a subir hasta mi cara. Y, de repente, vuelve a estar sobria. Veo cómo llena sus ojos, el entendimiento de que ha venido hasta aquí y de que no debería haberlo hecho. Los dos nos ponemos en movimiento en el mismo instante. Ella sale disparada hacia la puerta, pero yo me levanto de un salto y bloqueo su camino.

Ella guarda la distancia mientras se muerde el labio inferior, y sus ojos perfilados con kohl parecen ahora menos seguros.

—Te toca moverte —le digo.

Veo cómo su garganta da un espasmo mientras se traga sus pensamientos, mientras se traga diez años de nosotros.

—Está bien…, ¡está bien! —dice al fin.

Rodea el sofá y se sienta en el sillón reclinable. Hemos comenzado con nuestro habitual juego del gato y el ratón. Me siento cómodo con esto. Tomo asiento en el sofá de dos plazas y la observo con expectación. Ella utiliza el pulgar para hacer girar su anillo de casada. Cuando ve que la miro, se detiene. Casi me echo a reír cuando levanta los pies del sillón reclinable y se tumba hacia atrás como si estuviera en su casa.

—¿Tienes una Coca-Cola?

Me levanto y voy a por una botella de Coca-Cola del frigorífico. No es un refresco que yo beba, pero siempre lo tengo en mi frigorífico. A lo mejor es por ella. No lo sé. Le quita la tapa, se lleva la botella a los labios y comienza a tragar. Le encanta el ardor.

Cuando termina, se frota la boca con el dorso de la mano y me mira fijamente, como si yo fuera una serpiente. La serpiente es ella.

—¿No deberíamos probar a ser amigos?

Abro las manos e inclino la cabeza hacia un lado, como si no supiera de qué está hablando. Pero sí que lo sé. No somos capaces de permanecer alejados, así que ¿cuál es la alternativa? Suelta un hipido a causa de la Coca-Cola.

—¿Sabes? —continúa—. Nunca había conocido a nadie que pudiera decir tanto como tú sin que le salga una sola palabra de la boca —me espeta. Le dirijo una sonrisa. Por lo general, si le permito que hable sin interrumpirla, me acaba contando más de lo que pretendía—. Me odio. Bien podría haber sido yo la que ha dejado libre en las calles otra vez al puto Casey Anthony.

—¿Dónde está Noah?

—En Alemania.

Levanto las cejas.

—¿Ha estado fuera del país durante el veredicto?

—Cierra la boca. No sabíamos cuánto tiempo iban a tardar en deliberar.

—Deberías estar celebrándolo.

Me reclino en el sofá y paso los dos brazos por el respalo. Ella comienza a llorar con rostro estoico y las lágrimas se le derraman como si fuera un grifo abierto. Yo me quedo justo donde estoy. Me gustaría consolarla, pero cuando la toco siempre me resulta difícil detenerme.

—¿Recuerdas esa vez, en la universidad, cuando comenzaste a llorar porque pensabas que ibas a suspender ese examen y la profesora pensó que te estaba dando un ataque? —Se echa a reír, y yo me relajo—. Has hecho tu trabajo, Reina —añado en voz baja—. Y lo has hecho bien.

Ella asiente con la cabeza y se pone en pie. Nuestro tiempo juntos se ha terminado.

—Caleb… Eh… —Niego con la cabeza. No quiero que me diga que siente haber venido, ni que no va a volver a ocurrir nunca más. La acompaño hasta la puerta—. ¿Se supone que debería decirte que siento lo que ocurrió con Leah?

Me mira a través de las pestañas. Sus lágrimas le han dejado la máscara de pestañas hecha un desastre. En cualquier otra mujer habría parecido desaliñado, pero en Olivia parece algo sexual.

—No te creería si me lo dijeras.

Me dirige una sonrisa que comienza en sus ojos y se extiende con lentitud hasta sus labios.

—Vente a cenar a casa. Noah siempre ha querido conocerte. —Debe de ver el escepticismo en mi rostro, porque se echa a reír—. Noah es genial. En serio. Puedes traerte a una cita si quieres.

Me paso la mano por la cara y niego con la cabeza.

—Ir a cenar con tu marido no está en mi lista de cosas por hacer antes de morir.

—En la mía tampoco estaba lo de defender a tu exmujer en una demanda.

Me encojo.

—Au.

—¿Nos vemos el jueves que viene a las siete?

Me guiña un ojo y prácticamente sale patinando de mi apartamento.

No he aceptado, pero ya sabe que voy a estar ahí.

Joder. Me tiene comiendo de su mano.

Capítulo dos El presente

Llamo por teléfono a mi cita. Va a llegar más tarde de lo que debería, como suele hacer. La he estado viendo un par de veces por semana desde hace tres meses. Resultó ser una sorpresa lo mucho que disfrutaba de su compañía, sobre todo después de lo que ocurrió con Leah. Me sentía como si se hubieran acabado las mujeres para mí durante un tiempo, pero supongo que soy un adicto.

Hemos acordado encontrarnos directamente en casa de Olivia en lugar de ir juntos en coche. Le mando un mensaje con la dirección de Olivia mientras me recorto la barba hasta quedarme con una perilla. Opto por ir a lo James Dean y me pongo unos vaqueros azules con una camiseta blanca. Todavía hay una línea de piel más clara en el lugar donde solía estar mi anillo de casado. Durante el primer mes después del divorcio, me encontraba buscándolo constantemente con los dedos y sentía un momento de pánico cada vez que veía mi dedo desnudo y pensaba que lo había perdido. La verdad siempre me ahogaba, como si tuviera la boca llena de algodón. Había perdido mi matrimonio, no el anillo, y la culpa había sido mía. La eternidad prometida tan solo duró cinco años, y no estuvimos juntos hasta que la muerte nos separó, sino hasta que lo hicieron unas diferencias irreconciliables. Todavía echo de menos estar casado, o tal vez echo de menos la idea que tenía de ello. Mi madre siempre decía que había nacido para casarme. Me froto el espacio vacío en el dedo mientras espero a que llegue el ascensor del edificio de Olivia.

Sigue viviendo en el mismo apartamento. Vine aquí una vez, durante el juicio de Leah. Es unas tres veces más grande que el mío, con ventanales que van desde el suelo hasta el techo y que dan al mar. Olivia es una fanfarrona; ni siquiera le gusta el océano. Lo más cerca que la he visto de meterse en el mar es mojase el dedo gordo del pie. Su casa se encuentra en el piso superior. Aferro la botella de vino mientras el ascensor produce un sonido metálico y la puerta se abre. Es la única que vive en este piso.

Hago un inventario del pasillo: un par de zapatillas de tenis de hombre (de él), una planta (de él), una placa en la puerta en la que pone «Lárgate» (de ella). Lo observo todo con cautela. Voy a tener que comportarme de la mejor forma posible: nada de flirtear, nada de tocarla, nada de desnudarla con la mirada. Tan solo voy a poder concentrarme en mi cita, y eso no debería ser un problema. Sonrío para mí mismo mientras me imagino la reacción de Olivia. La puerta de la casa se abre antes de que pueda llamar al timbre, y un hombre llena el espacio del umbral. Nos miramos el uno al otro durante unos buenos diez segundos, y siento un breve momento de incomodidad. ¿Se le habría olvidado decirle que iba a venir? Entonces, se pasa una mano por el pelo parcialmente húmedo y su rostro da paso a una sonrisa.

—Caleb —dice.

«Haon».

Le echo un vistazo. Es unos cuantos centímetros más bajo que yo, pero es más fornido y tiene un cuerpo bien trabajado. Pelo oscuro corto, con zonas grises en las sienes. Le echaría unos treinta y cinco años, aunque sé gracias al detective privado que he contratado que tiene treinta y nueve. Es judío y, si su aspecto no me lo hubiera dicho, la estrella de David que lleva alrededor del cuello lo habría hecho. Es un tío bastante guapo.

—Noah.

Me tiende la mano y yo sonrío mientras se la tomo. La ironía de que ambas manos hayan tocado a su mujer me pone un poco de mal humor.

—Me ha mandado aquí fuera a buscarlas —dice mientras recoge las zapatillas de tenis—. No le digas que las has visto. Es una nazi con el desorden.

Me echo a reír ante el hecho de que su marido judío la tilde de nazi y lo sigo al interior del apartamento. Pestañeo al ver el recibidor, que es diferente a la última vez que estuve aquí. Ha reemplazado toda la frialdad del blanco y del negro con colores cálidos. Parece un hogar: suelos de madera, alfombras, adornos. Los celos me atraviesan, pero los aparto a un lado mientras Olivia sale trotando de la cocina, quitándose un delantal.

Lo deja a un lado y me da un abrazo. Durante una fracción de segundo me siento bien al ver que se acerca a mí con tanta determinación. Entonces, pone el cuerpo rígido, sin permitir que se funda conmigo. No puedo evitar sentirme frustrado. Tengo que reducir mi sonrisa, que siempre se extiende con fuerza y rapidez cuando ella está cerca. Pero Noah nos está observando, así que le entrego la botella de vino a Olivia.

—Hola —la saludo—. No sabía qué habría para cenar, así que he traído un tinto.

—Malbec —dice, y le dirige una sonrisa a Noah—. Tu favorito. —Veo un afecto genuino en sus ojos cuando lo mira. Me pregunto si sería así como yo mismo miraba a Leah, y cómo lo había aguantado Olivia durante todos los meses que duró el juicio—. Vamos a comer cordero —añade—, así que es perfecto.

Suena el timbre de la puerta y me siento más alegre de inmediato. Olivia dirige la cabeza hacia mí y me mira a los ojos, como para tratar de averiguar qué es lo que estoy tramando. Permito que una sonrisa se extienda con lentitud por mi rostro. Por fin voy a obtener la respuesta que quiero. O bien siente lo mismo que yo o bien no lo hace. Noah se aleja unos cuantos pasos para abrir la puerta y nosotros nos quedamos mirándonos fijamente a los ojos. Su cuerpo está paralizado, tenso, se prepara para lo que estoy a punto de mostrarle. Oigo la voz de mi cita detrás de mí. Los ojos de Olivia se apartan de mí hacia el lugar donde Noah está bloqueando temporalmente la visión de mi cita. Después, este se aparta a un lado y veo lo que había estado esperando. Olivia aturdida, Olivia desarmada, Olivia furiosa. El color desaparece de su rostro y su mano se dirige hacia su clavícula para agarrar su collar; un diamante sencillo colgado de una cadena. Noah llega hasta donde estoy y yo me doy la vuelta para dirigirle una sonrisa a Jessica. Jessica Alexander.

—Jess, ya conoces a Olivia —le digo.

Ella asiente con la cabeza y le lanza una radiante sonrisa a la villana de pelo azabache que la sacó de mi vida de golpe, como quien derriba un bolo.

—¿Qué pasa, forastera? —la saluda. Se lanza hacia delante y le da un abrazo por sorpresa a Olivia—. Cuánto tiempo sin verte.

* * *

Jessica Alexander me encontró en Facebook. Me mandó un mensaje para decirme que estaba viviendo otra vez en la zona de Miami y que quería quedar para tomar algo. Estaba borracho cuando leí su mensaje, así que respondí y le di mi número de teléfono. Quedamos al día siguiente en el bar Louie. Estaba exactamente igual que antes: pelo largo, piernas largas y falda corta. Mi gusto en mujeres de cuando iba a la universidad todavía seguía siendo el mismo, y también me seguía atrayendo su personalidad, que sorprendentemente resultó ser incluso más dulce de lo que recordaba. Necesitaba una buena y larga dosis de dulzura después de las dos últimas víboras a las que había querido. Ninguno de los dos sacó el tema del bebé, pero sí que le hablé acerca de Estella. Lo que había deducido es que Jessica no tenía ni idea sobre el papel que había desempeñado Olivia en nuestra ruptura. Nos seguimos viendo con frecuencia después de eso, pero todavía no hemos compartido una cama.

Observo el rostro de Olivia por encima del hombro de Jess. Siempre ha tenido un don para el autocontrol. Y entonces hace lo que jamás me habría imaginado: se ríe y le devuelve el abrazo a Jess, como si fueran viejas amigas. Estoy en un estado de aturdimiento tan grande que casi tengo que dar un paso atrás. Noah está observando cómo se desarrollan los acontecimientos con cierta curiosidad. Sin duda, para él es como si solo fuéramos personajes.

—Pasad, pasad.

Olivia nos conduce hasta la sala de estar y me lanza una mirada triunfal. Me doy cuenta de que no es que sea mejor persona, tan solo se ha convertido en una mejor actriz.

Touché. Todavía podemos pasarlo bien.

Jess corre a ayudar a Olivia en la cocina, lo que nos deja a Noah y a mí solos con un plato de queso brie y galletitas saladas. Hablamos de cosas sin importancia durante unos diez minutos. El tema habitual para los hombres son los deportes: Marlins, Heat, Dolphins…, quarterbacks, starters, pitchers…, cosas que ya no me importan una puta mierda.

—¿Te sientes incómodo?

Lo miro con sorpresa. «Lo sabe. Joder.» Pero, al menos, la honestidad me ayuda a relajarme.

—¿Tú no lo estarías?

Acepto el vaso de whisky que me entrega. Puro de malta, etiqueta negra…, decente.

Se sienta delante de mí y esboza una sonrisa.

—Claro.

No le molesta mi presencia, así que me pregunto cuánto sabrá en realidad. A menos que… A menos que esté tan seguro de su relación con Olivia que no crea que haya nada de lo que preocuparse. Me reclino en mi asiento y observo la situación con una nueva perspectiva. Es evidente que no es de los celosos.

—Si para ti no supone ningún problema, entonces para mí tampoco —le digo.

Coloca el tobillo por encima de su rodilla y se acomoda en su silla.

—¿Has hecho que me investiguen?

—Investigación de antecedentes en tres países diferentes.

Tomo un sorbo de whisky y enrosco la lengua por el sabor. Noah asiente con la cabeza, como si ya se lo esperara.

—¿Has encontrado algo que no te gustara?

Me encojo de hombros.

—Te has casado con mi primer amor, así que ya no me gustabas para empezar.

Una de las comisuras de su boca se levanta con una sonrisa cómplice y asiente lentamente con la cabeza.

—Sé que Olivia te importa, Caleb, pero a mí me parece bien. Tú y yo no vamos a tener ningún problema siempre que mantengas las manos alejadas de mi mujer.

Entonces entran las chicas y los dos nos ponemos en pie. Olivia es capaz de sentir que ha habido una conversación. Sus ojos siempre fríos se mueven alternativamente entre nosotros.

«Elígeme a mí.»

Su mirada acaba aterrizando en Noah. La intimidad que hay entre ellos me hace sentir celoso. Furioso. Aprieto los dientes hasta que Olivia se da cuenta de que lo estoy haciendo. Dejo de hacerlo en cuanto sus ojos me recorren la mandíbula, pero ya es demasiado tarde. Ya ha visto lo que estoy sintiendo.

Arquea una de sus cejas perfectas.

«Dios. Cómo odio que haga eso.»

Me entran ganas de darle un azote.

El cordero está demasiado cocinado y los espárragos están blandos, pero me he quedado tan impresionado por el hecho de que sus manitas maliciosas ahora cocinen que dejo el plato limpio y después repito. Ella se bebe tres copas de vino con tanta tranquilidad que me pregunto si se habrá convertido en un hábito o si esta cena la está poniendo nerviosa. Hablamos sobre sus clientes y Olivia nos hace reír a todos. Noah está claramente prendado de ella. Está observando todo lo que hace con una ligera sonrisa en los labios. Me recuerda a mí mismo. Olivia le hace preguntas a Jessica sobre lo que ha estado haciendo con su vida, lo cual me resulta incómodo. Tengo cuidado de no hablar solo con ella, de no mirarla más de la cuenta, de no apartar la mirada cuando interactúa con Noah porque me molesta que lo haga. Es difícil no examinar la dinámica que tienen entre ellos. Olivia siente un afecto genuino hacia él. Me doy cuenta de que su personalidad se vuelve más suave cuando él está cerca. No ha soltado ni un solo improperio desde que atravesé la puerta de su casa, lo cual es el máximo tiempo que su boca ha permanecido limpia en la historia de Olivia.

«Su boca.»

Noah tiene una de esas personalidades poco frecuentes que provocan un efecto calmante en una situación potencialmente peliaguda. No consigo evitar que el tío me caiga bien, a pesar de que se haya llevado a mi chica. Y también tiene los huevos de amenazarme.

Mientras nos despedimos en el vestíbulo de su casa, Olivia se niega a mirarme a los ojos. Parece estar agotada, como si la noche le hubiera pasado factura en el plano emocional. Se encuentra cerca de Noah y veo que lleva la mano hasta la de él. Quiero saber qué es lo que está sintiendo. Quiero ser yo quien la consuela.

Jess me acompaña a mi casa y pasa la noche conmigo. Mi madre me ha dejado cuatro mensajes preguntándome por mi mudanza a Londres.

* * *

Cuando me despierto, me llega un olor a beicon. Puedo oír el sonido metálico de las cacerolas y el agua que corre en el fregadero. Camino desnudo hasta la cocina, donde encuentro a Jess preparando el desayuno. Me apoyo sobre la encimera para observarla. He estado casado con una mujer durante cinco años y creo que jamás la vi cascando un huevo siquiera. Se ha puesto una de mis camisetas y se ha recogido el pelo en un moño desordenado; le queda muy sexy. Observo sus piernas, que parecen kilométricas. Soy de los que adoran las piernas. La escena de Pretty Woman en la que Vivian le cuenta a Richard las medidas exactas de sus piernas es una de las mejores escenas de toda la película. Se pueden perdonar muchas cosas en una mujer si tiene unas buenas piernas.

Y las de Jessica no tienen comparación.

Me siento mientras ella me entrega una taza de café y me sonríe con timidez, como si nunca antes hubiéramos hecho algo como esto. Me gusta bastante. Una vez la amé, y sería sencillo volver a enamorarme de esta mujer. Es guapa…, más guapa que Leah, y también más guapa que Olivia. «¿Es que alguna chica puede ser más guapa que Olivia?»

—No quería despertarte —me explica—, así que me he entretenido haciéndote de comer.

—Haciéndome de comer —repito. Me gusta eso.

—Me gusta hacer cosas por ti. —Me dirige una sonrisa coqueta—. Te he echado de menos, Caleb.

Pestañeo mientras la miro. ¿Qué habría pasado si me hubiera contado que estaba embarazada en lugar de ir a abortar? Ahora tendríamos un hijo de diez años.

La acerco a mí para besarla. Ella nunca se resiste, nunca hace como si no me deseara. La llevo hasta el sofá y dejamos que se quemen las tostadas.

* * *

Más tarde, estoy sentado en la cafetería que hay bajando la calle, bebiéndome un expreso. Jess ha tenido que irse a trabajar. Mi teléfono emite un pitido para avisarme de un mensaje de texto.

O: ¿Y bien?

Sonrío para mí mismo y me termino el expreso antes de responderle.

¿Bien qué?

Hay una larga pausa. Está pensando de qué forma sonsacarme la información sin que suene como si le importara.

O: ¡No juegues conmigo!

Recuerdo la última vez que me pediste que no hiciera eso. Creo que estábamos en un bosquecillo de naranjos.

O: Que te jodan. ¿Qué te ha parecido Noah?

Majo.

¿Qué te ha parecido Jess?

O: La misma zorra estúpida.

Me echo a reír y los demás clientes de la cafetería se dan la vuelta para ver de qué me estoy riendo. Recojo mis cosas para marcharme de aquí. Olivia siempre ha sido de ir directa al grano. Ya casi he llegado hasta mi coche cuando mi teléfono vuelve a sonar.

O: No te enamores de ella.

Miro fijamente su mensaje durante un largo rato. Un minuto…, tres. ¿Qué es lo que quiere de mí? No le respondo. Me siento como si me hubiera dado un puñetazo.

Y eso es todo. No vuelvo a saber de ella durante un año más.