Hernando Arias Rodríguez

 

Meditaciones y reflexiones

 

Aprendiendo a orar

 

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Primera edición: septiembre de 2019

 

© Grupo Editorial Insólitas

© Hernando Arias Rodríguez

 

ISBN: 978-84-17799-74-8

ISBN Digital: 978-84-17799-75-5

 

Difundia Ediciones

Monte Esquinza, 37

28010 Madrid

info@difundiaediciones.com

www.difundiaediciones.com

 

DÍA UNO

LA ORACIÓN CAMBIA NUESTRA MANERA DE SER

DÍA DOS

SILENCIO

DÍA TRES

POCAS PALABRAS ACEPTANDO LA REALIDAD.

DÍA CUATRO

INTIMIDAD

DÍA CINCO

ESCUCHA

DÍA SEIS

CONFIANZA

DÍA SIETE

COMPROMISO

¡SON LIBRES!

COMPARTE

DÍA NUEVE

AGRADECE

DÍA DIEZ

NO JUZGUES

DÍA ONCE

NO TE JUZGUES

DÍA DOCE

INTERCEDE

DÍA TRECE

ENTREGA

DÍA CATORCE

ORAR CON EL NUEVO TESTAMENTO

DÍA QUINCE

ORAR CON LOS SALMOS

DÍA DIECISÉIS

AMARSE A SÍ MISMO

¡DESPIERTA Y ATRÉVETE A SALIR DE LA ZONA DE CONFORT!

DÍA DIECISIETE

AMAR AL PRÓJIMO

AMOR

DÍA DIECIOCHO

AMAR A DIOS

DÍA DIECINUEVE

AMAR A LA NATURALEZA

DÍA VEINTE

DÍA VEINTIUNO

DÍA VEINTIDÓS

ORACIÓN DEL PEREGRINO RUSO

DÍA VEINTITRÉS

ORACIÓN POR LA PAZ

LA PERFECTA Y VERDADERA ALEGRÍA

DÍA VEINTICUATRO

MEDITAR LA PRESENCIA DEL SEÑOR

DÍA VEINTICINCO

PECADO Y PERDÓN

DÍA VEINTISÉIS

RESTITUCIÓN.

DÍA VEINTISIETE

ESTAR DESPIERTO

DÍA VEINTIOCHO

MUJER

ORAR CON MARÍA

DÍA VEINTINUEVE

28. ORACIÓN AL PADRE (PADRENUESTRO)

DÍA TREINTA

ORAR CON EL HIJO

DÍA TREINTA Y UNO

ORACIÓN A LA TRINIDAD

DÍA TREINTA Y DOS

DESPERTAR

DÍA TREINTA Y TRES

LA COMPASIÓN

DÍA TREINTA Y CUATRO

LA PASIÓN

DÍA TREINTA Y CINCO

LA COMPRENSIÓN

DÍA TREINTA Y SEIS

DIOS NOS SALE AL ENCUENTRO

DÍA TREINTA Y SIETE

DÍA TREINTA Y OCHO

DÍA TREINTA Y NUEVE

DÍA CUARENTA

DÍA CUARENTA Y UNO

DÍA CUARENTA Y DOS

DÍA CUARENTA Y TRES

DÍA CUARENTA Y CUATRO

DÍA CUARENTA Y CINCO

UN DIÁLOGO CON JESÚS

NO BUSQUES… SÉ

NO INVENTES A DIOS

DÍA CUARENTA Y SEIS

INUTILIDAD DEL RESENTIMIENTO

DÍA CUARENTA Y SIETE

DÍA CUARENTA Y OCHO

DÍA CUARENTA Y NUEVE

DÍA CINCUENTA

DÍA CINCUENTA Y UNO

DÍA CINCUENTA Y DOS

DÍA CINCUENTA Y TRES

DÍA CINCUENTA Y CUATRO

 

 

DÍA UNO

Las siguientes reflexiones fueron escritas para motivar a los lectores a emprender el camino de la oración, transformar la manera de ser, pensar, actuar y abrir el corazón descubriendo la cercana presencia de Dios entre nosotros, logrando la serenidad que se requiere para enfrentar la vida diaria.

 

En medio de dos eternidades tienes, si acaso, cien o ciento veinte años para vivir.

Disfruta tu visita a este mundo y se feliz, no generes ansiedad por el mañana y menos por el ayer que ya se fue.

Han pasado millones de años antes de tu nacimiento, y pasarán otros miles de años después de tu partida.

Las verdaderas alturas se alcanzan llegando a las profundidades de nuestro ser,

donde la presencia de Dios está tocando la puerta del alma,

para entregarnos la novedad del Reino preparado para nosotros.

Medita con frecuencia y vive esta trascendental experiencia divina.

 

 

 

LA ORACIÓN CAMBIA NUESTRA MANERA DE SER

El Bienaventurado Francisco de Asís, estaba en profunda oración, cuando tuvo la experiencia mística de que Cristo le hablaba: – “Francisco, repara mi Iglesia que amenaza ruina” –. Después de este maravilloso momento, Francisco se dedicó por completo a reparar físicamente los templos. Esto duró hasta que el mismo Dios le fue revelando, a través de sus reflexiones y meditaciones, que la Iglesia a reparar era la Iglesia Universal. En aquel tiempo, esta Iglesia necesitaba ser reorientada hacia la Gracia de Dios; fue entonces, cuando Francisco movido por el encuentro con Dios, cambió su manera de ser, pensar y actuar.

Francisco de Asís se convirtió en un testigo de la presencia viva de Jesucristo entre nosotros. Igualmente, quienes emprendan este camino pueden llegar a dar testimonio, cuando en la oración personal, hablan con el mismo Jesucristo en un discreto lugar de la casa u oficina.

 

La oración que San Francisco pronunciaba, junto al Crucifijo de San Damián, es la siguiente:

 

¡Oh, alto y glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón.
Dame fe recta, esperanza cierta,

caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor;
para que cumpla tu santo y veraz mandamiento!
¡Oh, alto y glorioso Dios!

 

Son testigos de Dios, quienes en la cotidianidad de la vida realizan sus acciones de bien.

 

Tenemos suficientes y excelentes fuentes acerca de cómo formar un ser humano.

Pero nuestras deficiencias no son en este campo,

sino en la escasez de maestros, que,

al estilo de Jesús de Nazaret,

señalen el camino al encuentro con la Verdad,

para seguirla sin temor;

afrontando las consecuencias

que pueden conducir,

incluso, hasta la cruz.

Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn.8.32)

 

 

 

 

DÍA DOS

Cuando estemos juntos, no pienses ni digas nada.

Porque si piensas, tus pensamientos te llevarán lejos y te quiero cerca.

Si hablas, tus palabras disolverán la unidad de nuestra experiencia

y quiero que seamos uno.

Si es silencio… existiremos en el amor.

¡Sólo contémplame!

 

Que los rayos de la sabiduría penetren en ti con la fuerza del espíritu santo y te conviertas en una bendición andante.

 

 

 

SILENCIO

Reserva tiempo para el encuentro con Dios.

Solamente permite que el silencio se apodere de ti,

no hagas nada, ni el más mínimo esfuerzo.

 

Pon la mirada dentro de ti y déjate envolver por la eternidad.

Quizá Dios está esperándote allí,

para iluminarte con la presencia de su Espíritu Santo.

 

Con frecuencia buscamos a Dios en la oración deseando encontrar soluciones a nuestros problemas, angustias y dificultades; y es tanto nuestro afán por hablar de lo nuestro, que ni siquiera saludamos.

 

Así las cosas, si queremos hacer una buena oración, primero tomaremos conciencia de que vamos a dialogar con el mismo Dios, quien está presente donde nos encontremos. Toma consciencia de que la oración no es un monólogo sino un diálogo. La oración es una conversación entre la persona que le ha invocado y Dios.

 

Esto implica prepararnos con anterioridad y saludarlo al momento de llegar. Este saludo puede hacerse siempre con la oración que pronunciaba San Francisco de Asís en presencia del Cristo de San Damián. Pero, recordemos que no se trata de recitar la oración, sino de sentirla conscientemente mientras la pronunciamos.

 

Posteriormente aquietaremos nuestro cuerpo para este encuentro tan especial y luego avanzaremos para aquietar nuestra mente y disponer nuestro corazón.

 

Empezaremos desde lo más externo hacia lo más interno, es decir, tomaremos consciencia de nuestro cuerpo revisándolo en cada una de sus partes, haciendo uso de nuestra mirada interior. Se trata de sentir nuestro cuerpo, para darnos cuenta de cómo está y para esto se inicia desde la cabeza y descenderemos, en atención, hasta los pies.

 

¿Estamos tensos?

¿Estamos cansados?

¿Estamos tranquilos?...

 

Aquí no se trata de responder y hacer un monólogo sino de tomar consciencia.

 

Este ejercicio de tomar consciencia de nuestros cuerpo, lo haremos mentalmente y en total silencio, sin hacer el menor esfuerzo. No se trata de relajarse, sino de tomar consciencia y calmar la parte física, que también puede llegar acelerada a la oración.

 

Seguido, pondremos atención silenciosa en la respiración, sin modificarla, pues se trata solamente de hacerla consciente por unos minutos.

 

Luego, tomaremos consciencia de nuestros pensamientos, y sin armar una batalla con ellos, los dejaremos fluir sin rechazarlos o estimularlos a que continúen, sin juzgarlos. Es solamente una actitud para que la “Loca de la Casa” , se silencie (Así lo decía Santa Teresa refiriéndose al pensamiento).

 

La finalidad del silencio es dejar que Dios hable. Hemos de tener la seguridad de que Dios conoce nuestros problemas, de que no necesitamos decirle muchas cosas, sino que necesitamos escucharlo y sentirlo en lo más profundo de nuestro corazón.

 

Y recuerda: En la oración no es Dios quien necesita ser cambiado, sino nosotros quienes necesitamos cambiar a partir del encuentro con el Señor. Es por esto que el silencio y la escucha en cada oración es importante.

 

Te reirás en lo más profundo del alma el día que experimentes la meditación, el silencio, el éxtasis y el amor. Ninguna de estas pueden ser aprendidas, pero sí gozadas, gustadas, saboreadas y comprendidas.

 

Frente a estas experiencias, que no pueden ser enseñadas, las escuelas y las universidades quedan mudas, sin embargo, en la vida son esenciales.

 

Dedica un tiempo diario para silenciarte y descubrirás que Dios te está susurrando al oído.

 

 

 

DÍA TRES

Cuando el amor sale del alma, abre los ojos para ver la profundidad de los corazones, entonces, te vuelves misericordioso.

 

Yendo de camino me encontré con una rosa…entonces tomé conciencia de que la vida es delicada, frágil y pasajera como sus pétalos. Me detuve a contemplarla y a dejar que ella me afectara internamente…creo que también yo la afecté; nos miramos mutuamente hasta tocarnos las almas y dimos gracias a Dios por nuestras presencias. Después… nos despedimos sabiendo que quizá no nos volveríamos a encontrar. ¡Nos amamos en ese instante! fue una experiencia única e irrepetible; como lo es cada encuentro cuando tenemos conciencia de la finitud de la existencia.

 

 

 

POCAS PALABRAS
ACEPTANDO LA REALIDAD.

Mateo 6, 7

“Cuando hagan oración, no se pongan a hacer repeticiones sin sentido, como los gentiles, porque ellos se imaginan que serán oídos por su palabrería. “

 

Muchas veces, damos rienda suelta a la lengua, para decir todo lo que la imaginación pone en ella; cuando hacemos esto, creemos que estamos orando, pero la verdad es que NO NECESITAMOS DECIR MUCHAS COSAS.

Así, siguiendo la recomendación del mismo Señor Jesucristo en el Evangelio, procuraremos llegar a la oración con muy pocas palabras y ¿por qué no sin ninguna palabra? (recordemos la importancia del silencio).

 

Toda oración ha de hacerse con la plena confianza en que Dios está presente. Si Dios está presente, nos mira, conoce nuestros problemas, conoce nuestras preocupaciones, conoce nuestras angustias.

 

Si Dios nos ve y conoce nuestras angustias, como dice el salmo 138 : – “Señor tú me sondeas y me conoces..”– entonces, no necesitamos llegar corriendo a recitarle nuestros afanes, diciéndole todo, como si él fuera un extraño.

 

Cuando estemos en su presencia, confiemos en su cercanía, confiemos en que él está haciendo su obra, y si le vamos a pedir algo, ojalá que se comience por pedir la aceptación de la realidad de todo lo que sucede.

 

Pedir que nosotros seamos capaces de aceptar la realidad, es pedirle al Señor que pare nuestros sufrimientos. Y es que, si miramos bien en nuestro interior, nos damos cuenta de que sufrimos porque vivimos rechazando todo lo que sucede. Rechazamos los ruidos y nos da dolor de cabeza, rechazamos nuestros pensamientos y estos se vuelven más insistentes, rechazamos al vecino y se convierte en nuestro enemigo, rechazamos…rechazamos.. y rechazamos… y así vamos armando una guerra en nuestra vida interior.

 

Tomando consciencia de lo anterior, nos vamos dando cuenta de que aceptar la realidad es el comienzo del cambio. Y es que no podemos cambiar nada que no conozcamos bien, ni cambiar adecuadamente lo que no hemos comprendido.

 

Llegados a este punto, le pediremos al Señor que nos regale la sabiduría, para que comprendiendo nuestras realidades, podamos reorientarlas hacia algo más favorable, hacia algo que nos beneficie a todos los implicados en la oración. Es por lo anterior que les comparto esta oración inspirada hacia mí por el mismo Señor.

 

Querido Dios:

No te pedí el cosmos, y ya estaba cuando nací.

No te pedí la vida, y aquí estoy.

Sin pedírtelo, me has dado lo esencial para vivir.

Sé que el mundo continuará sucediendo, esté o no esté yo.

Aunque duerma, pasarán cosas.

Aunque me esfuerce, es muy poco lo que puedo hacer.

Aunque me preocupe, nada cambiará.

Pero si acepto lo que haces

Y no te pido que lo hagas como yo quiero,

sino como tú lo haces, me siento y soy mejor.

Así las cosas, me abandono en ti,

me arrojo en tus brazos,

haz de mi vida lo que quieras.

Estoy dispuesto a aceptar el devenir,

sin pedirte que hagas mi voluntad,

sin manipularte pidiéndote que hagas lo que yo quiero,

sin culparte, sin enojarme, sin reclamos.

 

Solo te pido percibir tu compañía en mi caminar

y darte gracias por lo que me das.

¡Gracias Señor!

 

 

 

DÍA CUATRO

Permite que, con la meditación y la oración, tu ser conecte al infinito, y descubre cómo empiezan a brotar las flores y los frutos con los que puedes enriquecer a quienes a la sazón se cruzan en tus caminos.

Una persona es amorosa, comprensiva y misericordiosa, cuando sus invisibles canales están conectados a las misteriosas fuerzas de la eternidad.

Ábrete a la acción de Dios y El Espíritu de Jesucristo hará irrupción en ti para convertirte en símbolo de su Reino Eterno.

 

 

 

INTIMIDAD

Mateo 6,6

“Cuando vayas a hacer oración, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.

 

Recordemos que cada persona es un sagrario y que podemos privilegiar algún rinconcito en nuestra casa u oficina para la oración; aunque hay lugares privilegiados como los templos u oratorios, que están especialmente ordenados a facilitar la disposición para el encuentro con Dios.

 

Si partimos de la realidad, de que la presencia de Dios es constante donde quiera que nosotros nos encontremos y le invoquemos, entonces, cualquier sitio y momento es adecuado para la oración. No nos olvidemos de que Dios es Presencia, no es pasado ni futuro, sino presencia, es decir siempre está aquí y ahora.

 

Sin embargo, aunque cualquier momento y lugar es adecuado para la oración, también es cierto que hay lugares en los que podemos sentirnos mejor que en otros, para tener esta experiencia de diálogo con Dios y de experimentarnos a nosotros mismos en Dios.

 

No es lo mismo orar donde las condiciones son de ruido y distracción que donde hay silencio y cierta comodidad.

 

Sería muy recomendable adecuar un sitio en casa u oficina para la oración. Cerrar la puerta para orar puede facilitar este encuentro con el Señor. Además de que cerrar la puerta y entrar en la intimidad, nos da la garantía de que no le estamos haciendo el juego a nuestro ego, que siempre busca la popularidad, que busca que nos vean y hasta nos digan: –“admiro su piedad”– si esto sucediera, se perdería el objetivo de la oración que es el encuentro y el diálogo con el Señor y no el dar rienda suelta al deseo de exhibirse.

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Entrar en el cuarto y cerrar la puerta, también puede significar mirarnos dentro de nosotros mismos, aislarnos de las cosas externas que nos distraen, que no nos permiten disfrutar ese gran santuario donde el Señor se hace presente. Ese santuario somos nosotros mismos. Es por esto, que no deberíamos olvidarnos de las recomendaciones del silencio del día primero.

 

Entrando así al mencionado santuario, podemos quedarnos quietos, silenciarnos y disfrutar el aquietamiento para que Dios quien conoce nuestras dificultades pueda hablarnos y regalarnos su gracia y sabiduría.

 

Disfrutar el silencio, la quietud y la intimidad, también hace parte de la oración y es por esto, que recomendamos dedicarnos a rescatar esta actitud especialmente en este día cuatro.

 

Si quieres que Dios te encuentre,

debes estar en casa.

No permitas que tus pensamientos te lleven lejos

de dónde tu cuerpo está.

Tienes que estar

cuando Dios esté tocando a tu puerta.

Haz de tu vida una unidad:

¡que todo tu ser este presente!

 

 

DÍA CINCO

Aunque parezca que ascendemos cuando tenemos poder o riqueza, la vida, como el agua, siempre va hacia abajo hasta encontrarse y fundirse con el mar.

Solamente nos llevamos lo vivido: lo sufrido, lo gozado, y por sobre todo la inolvidable experiencia de haber amado.

 

 

 

ESCUCHA

1 Reyes 11–13

“Entonces se le dijo a Elías: «Sal fuera y permanece en el monte esperando a Dios, pues Dios va a pasar.» Vino primero un huracán tan aterrador que hendía los cerros y rompía las rocas delante de Dios. Pero Dios no estaba en el huracán. Después vino un terremoto, pero Dios no estaba en el terremoto. Después saltó un rayo, pero Dios no estaba en el rayo. Y después del rayo se sintió el susurro de una brisa suave. Elías al oírlo se tapó la cara con su manto, salió de la cueva y se paró a su entrada”.

 

Escuchar es supremamente importante en la oración. Casi siempre, cuando nos han enseñado a orar, lo han hecho enseñándonos a recitar oraciones, que son importantes, pero que para estos encuentros no son lo único.

 

Así las cosas, hoy, cuando llegues a la oración, cierras la puerta de tu cuarto para hacerlo en secreto. Te dispones en un lugar cómodo, ojalá por donde no transite mucha gente.

 

Dispuesto el lugar, nos sentamos cómodamente. Cerramos nuestros ojos y tomamos consciencia de cómo estamos en este instante. Tomar consciencia no significa que debamos hacer cambios para relajarnos o cosas similares. Tomar consciencia es más bien mirarnos en el espejo de nuestro interior para darnos cuenta de cómo estamos.

 

Seguido, observamos nuestra respiración y nos detenemos por unos instantes para observar cómo es (no para modificarla). Miramos si estamos en una respiración tranquila o agitada… en fin, solamente es para tomar consciencia de cómo es y escucharla.

 

Sin hacer esfuerzos y con nuestros ojos cerrados, tomamos consciencia de los sonidos que llegan a nuestros oídos, pero no los rechazamos así sean ruidos.

 

Empezamos por escuchar los sonidos más remotos, más lejanos. Recordemos que escuchar los ruidos no significa ponerles nombres. Como no sabemos escuchar siempre andamos poniendo nombres, como por ejemplo: es un avión, es carro, es una moto. No, no hay que ponerles nombres. Poco a poco nos daremos cuenta de que entre el sonido y el nombre hay una diferencia muy grande. No es lo mismo decir que es un motor, que captar el rrrrrrraaarrraaaarrr que nos llega a través de las ondas por el aire.

 

Dedicarnos a escuchar sin rechazar es la actitud. No es trabajo sino actitud. Si continuamos escuchando y no rechazando, entonces nos damos cuenta que así como nos vienen sonidos de cosas artificiales también nos pueden llegar sonidos naturales: el viento, trinos de pájaros, ladridos de perros o sonidos provenientes de animales, plantas movidas por los vientos o voces de personas. Siempre recordando que se trata es de escuchar y no de rechazar.

 

Poco a poco ir tomando consciencia de los sonidos más cercanos hasta centrar nuestra consciencia en el interior de nuestro cuerpo. Todo esto es meditación.

 

Tener esta disposición por unos 20 minutos o más es muy tranquilizador y nos va a permitir incluso escuchar las señales de Dios que a veces pasan inadvertidas para nosotros.

 

 

DÍA SEIS

Aunque las tinieblas inunden tu vida y los tropiezos por ellas sean dolorosos, jamás dejes de caminar hacia el horizonte en busca de un amanecer.

 

Tienes que hacer tu propio y solitario camino para encontrarte.

 

 

 

CONFIANZA

Mateo 21,22

“Y todo lo que pidan en la oración háganlo creyendo que lo recibirán”

 

Conocemos mucha gente que se acerca a la oración pidiendo con desconfianza. Otros oran con desesperación y duda. Otros oran con el pensamiento en el interrogante de ¿lo que estoy pidiendo no me lo van a dar? así no vale la pena orar.

 

Jesús era maestro de oración y sabía cómo orar. por eso mismo nos hace esta recomendación: – “Cuando oren, háganlo creyendo que lo recibirán”– en otras palabras, oren con confianza.

 

Tomemos un ejemplo: Llega alguien donde el vecino y le dice: – “Yo sé que usted me va a decir que no, pero présteme este dinero”– Lo más seguro que el vecino va a responder es: – “la respuesta ya se la dio usted mismo”– –“no”–. La verdad es que no hay que pedir donde se sabe que no dan absolutamente nada. Es perder el tiempo.

 

Tenemos que llegar a la oración con plena confianza. Llegar donde se sabe que van a responder afirmativamente, o por lo menos existe la posibilidad de que nos den el sí. Llegar así, tiene más probabilidad de que se obtenga una respuesta positiva.