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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

José Pardo-Tomás y Alfons Zarzoso

PRIMERA PARTE. GABINETES

LA CURIOSIDAD Y LOS HOMBRES: LO “HUMANO” EN EL GABINETE SALVADOR

Julianna Morcelli Oliveros

LA HUMANIZACIÓN DEL MAR. SERES MARINOS PERSONIFICADOS EN EL GABINETE SALVADOR

Ana Trias Verbeeck

DE GABINETE A MUSEO. POMONAS Y ANATOMÍAS EN LA BARCELONA LIBERAL, ENTRE LA EDUCACIÓN, EL COMERCIO Y LA CIENCIA

Xavier Ulled i Bertran

SEGUNDA PARTE. AULAS

ARTE PARA LA ANATOMÍA. MATERIALIDAD DIDÁCTICA EN EL REAL COLEGIO DE CIRUGÍA DE SAN CARLOS DE MADRID

Maribel Morente

ANATOMÍA PROYECTADA EN EL AULA. LAS PLACAS DE VIDRIO DE LA FACULTAD DE MEDICINA DE LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA (1890-1950)

Begoña Torres Gallardo

¿DÓNDE ESTÁ LA PIERNA DE RAMON TURRÓ? TRAS LAS COLECCIONES DEL MUSEO DE PATOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA

Alfons Zarzoso

TERCERA PARTE. EXPOSICIONES

UN MÉDICO EN EL CEMENTERIO. ARTE, MUERTE Y ANATOMÍA EN LA TUMBA ESCULTÓRICA DEL DR. JAIME FARRERAS FRAMIS (BARCELONA, 1887-1888)

Chloe Sharpe

LA EXHIBICIÓN DEL CUERPO NACIONAL. MANIQUÍES, CRÁNEOS Y TIPOS INDÍGENAS MEXICANOS EN MADRID, 1892

María Haydeé García Bravo

OTREDADES DESPROPORCIONADAS, MATERIALIDAD FOTOGRÁFICA Y RÉGIMEN DE EXHIBICIÓN (SIGLOS XIX-XX)

Mauricio Sánchez Menchero

EPÍLOGO

CULTURA MATERIAL Y REGÍMENES DE EXHIBICIÓN. UNA PROPUESTA PARA CONTINUAR

Alfons Zarzoso y José Pardo-Tomás

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ONOMÁSTICO

RELACIÓN DE ILUSTRACIONES

AUTORES

ciencia
y
técnica

CUERPOS MOSTRADOS

REGÍMENES DE EXHIBICIÓN DE LO HUMANO

Barcelona y Madrid, siglos XVII-XX

coordinado por

JOSÉ PARDO-TOMÁS

ALFONS ZARZOSO

MAURICIO SÁNCHEZ MENCHERO

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siglo xxi editores, méxico
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310 CIUDAD DE MÉXICO
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siglo xxi editores, argentina
GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
www.sigloxxieditores.com.ar

anthropos editorial
LEPANT 241-243, 08013 BARCELONA, ESPAÑA
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RC78.7D53
C84

2018      Cuerpos mostrados : regímenes de exhibición de lo humano : Barcelona y Madrid, siglos XVIIXX / coordinado por José Pardo-Tomás, Alfons Zarzoso, Mauricio Sánchez Menchero. — Cd. de México: Siglo XXI Editores, UNAM, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 2019.

             252 p. – (Ciencia y técnica)

e-ISBN: 978-607-03-1002-7


1. Diagnóstico por imágenes – Aspectos sociales – España. 2. Diagnóstico por imágenes – Historia – España. 3. Medicina y las humanidades – Historia – España. I. Pardo-Tomás, José, editor. II. Zarzoso, Alfons, editor. III. Sánchez Menchero, Mauricio, editor. IV. ser

Permisos de imágenes:

1 a 4 y 6 a 12, Institut Botànic de Barcelona y Museu de Ciències Naturals de Barcelona.

Reproducción autorizada gratuita.

15, 17 y 18, reproducción autorizada por la Universidad Complutense de Madrid.

21 a 24, digitalizaciones pertenecientes al CRAI Biblioteca de Medicina de la Universitat de Barcelona.

Dominio público.

25 a 29 y 31 © Museu d’Història de la Medicina de Catalunya. Copia autorizada.

36 a 39, 42 y 44 a 46 © Biblioteca Nacional de España. Copia autorizada.

portada: Venus anatómica de Barcelona, Museu d’Història de la Medicina de Catalunya primera edición, 2019

© siglo xxi editores, s.a. de c.v.
e-isbn 978-607-03-1002-7

derechos reservados conforme a la ley

INTRODUCCIÓN

JOSÉ PARDO-TOMÁS y ALFONS ZARZOSO

En la primavera de 2006 llegó a Barcelona (a Madrid lo haría en enero de 2008) la exposición Bodies, uno de los formatos itinerantes que se pusieron en circulación por todo el mundo, a raíz del enorme éxito de público y de impacto en los medios de comunicación de Körperwelten, la exhibición de las preparaciones anatómicas de cuerpos humanos con la técnica de la plastination, patentada por el anatomista alemán Gunther von Hagens (Van Dijk, 2001; Stephens, 2011). Muy poco tiempo antes —y tras años de agria polémica en los medios de comunicación— la figura disecada de un bosquimano se había retirado definitivamente de un museo local, en Banyoles, población a un centenar de kilómetros al norte de Barcelona (Westerman, 2007).

En la controversia mediática acerca del guerrero san disecado y exhibido en el pequeño museo local catalán y la de los plastinated bodies de Von Hagens y sus imitadores, puesta en circulación en todo el mundo por los medios de comunicación de masas, hubo una completa coincidencia en el tiempo, así como en la insistencia mediática en el hecho de que se tratara de cuerpos humanos “reales”. Sin embargo, ambos episodios tuvieron una resolución final completamente opuesta: mientras que el cuerpo disecado del guerrero africano marchó hacia la invisibilidad total y la definitiva sustracción del mismo de la contemplación pública, los cuerpos plastinizados ascendieron hasta la visibilidad más total y generalizada. Hoy en día, más de una década después, esos restos humanos “reales” siguen itinerando por todo el mundo, aunque han abandonado los museos y se exhiben mayormente en centros comerciales, donde al parecer han acabado encontrando su público más fiel; del guerrero san lo último que se sabe es que sus huesos yacen en una tumba junto a una esquina en un campo de fútbol de Bostwana, mientras que su piel —demasiado “artificial” en opinión de los expertos— se esconde en un cajón del gabinete de restauración del museo madrileño al que el gobierno español acabó encargando la destrucción técnica del disecado para enviar a África lo que quedara de sus restos “reales” para ser sepultados.

Que la controversia sobre los aspectos éticos que planteaban dos exposiciones tan distintas estuvo directamente relacionada con el énfasis en que el material exhibido se trataba de “restos humanos reales” es algo en lo que parecen coincidir casi todos los analistas que a lo largo de las dos primeras décadas de este siglo se han ido ocupando de ambos casos y de algunos otros más.Precisamente en este tiempo, hemos asistido a la práctica generalización del debate en torno a la exhibición de restos humanos en el ámbito de los museos de antropología y etnología, aunque muchos de ellos hayan sido rebautizados de formas más o menos imaginativas en estos mismos años, en una operación de lavado que tiene más de publicitaria que de resultado de un debate abierto, plural y desprejuiciado. Y, a la vez, hemos asistido a la extensión de un fenómeno de masas en torno a la exhibición de restos humanos en el ámbito de operaciones comerciales que se sitúan deliberadamente a medio camino entre la divulgación científica y el negocio del espectáculo.

Las preguntas que suscita este doble episodio son muchas: ¿cómo entender que estos dos procesos, en total coincidencia cronológica, hayan caminado en direcciones diametralmente opuestas? ¿Qué mecanismos de presencia pública se pusieron en funcionamiento en uno y otro caso? ¿Qué tipo de expertos participaron en las controversias públicas y qué argumentos se esgrimieron por parte de los diversos actores? ¿Quién o quiénes se hicieron intérpretes de la opinión pública y quién o quiénes acabaron tomando las decisiones que llevan, por un lado, a la retirada de la exhibición de restos humanos en los museos y, por el otro, a la apertura de exposiciones multitudinarias basadas precisamente en la exhibición de restos humanos?

Parece que las respuestas dependen, en mayor o menor medida, de los espacios de exhibición, de los contextos de recepción de las diferentes modalidades de exposición, del mayor o menor despliegue de argumentos en boca de un amplio elenco de expertos de diferente condición (científica, pedagógica, ética, religiosa, filosófica) y procedencia (geográfica, cultural, social), de la divergencia de marcos normativos a la que da lugar la reacción del poder político ante la presión de la opinión pública, entre otros factores. Todo ello contribuye a dar como resultado realidades divergentes, que como acabamos de ver pueden diferir radicalmente, incluso en un mismo contexto local.

Acercarse a la comprensión de por qué se producen las distintas respuestas a la exhibición de restos humanos en nuestra sociedad occidental contemporánea pasa precisamente por introducir la perspectiva histórica en la estrategia de comprensión del fenómeno. De hecho, llama la atención la falta de una perspectiva histórica adecuada en los debates públicos acerca de la exhibición de cuerpos, fragmentos y restos de ellos, o modelos anatómicos en soportes diversos. Con frecuencia, la historicidad del fenómeno está totalmente ausente de las discusiones, de manera que es difícil dar respuestas cuya comprensión, necesariamente, comporta la consideración de esa historicidad; o, lo que a veces es peor, el argumento histórico está presente, pero de modo simplista, desviado o gravemente desenfocado. Superar este problema no es posible en términos del estéril lamento del historiador profesional amparado en un jeremiaco “no nos hacen caso”; al contrario, se debería comenzar por admitir que la imagen histórica transmitida por los propios historiadores es la principal responsable de esa ausencia o de ese banal desenfoque cuando lo histórico entra a formar parte del debate.

El proyecto de este libro surgió de esta convicción y por eso se dirigió a estimular diversos estudios históricos que permitieran una pluralidad de aproximaciones a las condiciones sociales y culturales cambiantes que ha conocido la circulación y exhibición, más o menos pública, no sólo de los restos humanos procedentes de cuerpos ‘reales’, sino también de sus representaciones, en imágenes, modelos u otros objetos, así como de los argumentos discursivos, racionales o emocionales, esgrimidos para justificarlas o cuestionarlas.

La decisión de urdir una estrategia en forma de proyecto de investigación unitario se explica por la necesidad de obtener financiación para realizar estudios históricos sobre colecciones científicas de Madrid y Barcelona que diversas contingencias recientes pusieron al alcance de los investigadores del grupo, algunos de los cuales habían iniciado ya sus respectivos estudios (Morente, 2013, 2015, 2016; Pardo-Tomás, 2010, 2014, 2016; Zarzoso y Pardo-Tomás, 2014, 2015, 2016; Zarzoso, 2009, 2016).

No somos, ni mucho menos, los primeros en plantear que la mirada histórica puede contribuir decisivamente no sólo a la comprensión del fenómeno contemporáneo, sino también a la de las controversias públicas suscitadas. De forma más o menos conectada con reflexiones sobre el fenómeno Bodyworlds o sus epígonos, toda una serie de publicaciones con mirada histórica se han sucedido en estas dos primeras décadas de siglo, a veces incluso con las mismas expresiones en sus títulos, como ocurrió con Morbid curiosity, de Michael Sappol (2004), que se pluralizó en las Morbid curiosities, de Sam Alberti (2011), e incluso se proclamó superada por Luis Ángel Sánchez Gómez en su More than morbid curiosities (2016), un estudio sobre el museo del doctor Pedro González de Velasco (1815-1882), en el Madrid de la segunda mitad del siglo XIX.

En nuestro caso, sin embargo, partíamos de la convicción de que había que retrotraer la reflexión histórica a épocas anteriores. No sólo porque, en el aspecto estrictamente material, muchos procedimientos de conservación y de representación de cuerpos o fragmentos de cuerpos humanos tienen un origen más remoto —cronológicamente, pero en ocasiones también espacialmente— de lo que se suele pensar. Sino también porque pensábamos que determinadas condiciones de exhibición, de respuestas esperables por parte de expertos y profanos, o de normas implícitas que rigen o aspiran a regir la conducta por parte de los exhibidores y del público, tenían orígenes lejanos, aunque habían pervivido hasta nuestros días, no sin alguna metamorfosis ocasional o, a veces, simplemente, con un ligero enmascaramiento discursivo.

De hecho, éstos son los supuestos de los que partimos cuando en el verano de 2015, redactamos un proyecto de investigación con la idea de reunir un grupo de gente que estaba llevando a cabo o estaba interesada en poner en marcha investigaciones históricas en torno al tema de los gabinetes y museos anatómicos (de ahí el nombre de Gabmusana que adoptó el grupo desde su creación) en el ámbito español y latinoamericano.1 El proyecto pudo comenzar a desplegarse gracias a que obtuvo una discreta financiación del Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia para el cuatrienio 2016-2019.2 En coincidencia con la elaboración del proyecto, se llevó a cabo la coordinación de un monográfico para la revista Dynamis con el título de “Colecciones anatómicas y regímenes de exhibición”, donde se publicaron, junto a artículos de nuestras colegas Nike Fakiner y Alba del Pozo, intervenciones de dos miembros de nuestro colectivo (Morente, 2016 y Zarzoso, 2016a, 2016b).

Por otro lado, el apoyo de la Societat Catalana d’Història de la Ciència i de la Tècnica (SCHCT) nos permitió organizar ciclos de conferencias y seminarios orientados a traer a Barcelona estudiosos especialistas en el tema para debatir cuestiones relacionadas con el marco teórico, metodológico y conceptual en el que se insertaban nuestras investigaciones. Los ciclos de coloquios de la SCHCT “Objectes perduts: explicar i exposar ciència a museus i altres llocs públics” han servido en estos años para contar con la presencia de Samuel Alberti (mayo, 2016), Alba del Pozo (diciembre, 2016), Luis Ángel Sánchez Gómez (febrero, 2017), Michael Sappol (marzo, 2017), Natasha Ruiz Gómez (enero, 2018), María José Galé (febrero, 2018), además de las dos integrantes del grupo Maribel Morente (diciembre, 2016) y Chloe Sharpe (diciembre, 2017). Al mismo tiempo, el colectivo Gabmusana puso en marcha un espacio virtual de debate, diálogo y comunicación de resultados mediante la creación en abril de 2016 del blog Anatomías urbanas.3 Finalmente, nuestro proyecto tuvo la oportunidad de presentarse y debatirse en dos foros que resultaron especialmente interesantes: el de la Sociedad Española de Historia de la Medicina, en Granada, en noviembre de 2016 y el del Seminario Gadea, en Alicante, en diciembre de 2017.

Todas estas intervenciones conforman el contexto de ejecución de este libro que, como tal, comenzó a andar a mediados de 2016 con la convocatoria de un primer workshop para enero de 2017. Pedimos a diversos miembros del colectivo que enviaran propuestas de capítulos para un libro acerca de la exhibición de lo humano y de sus representaciones materiales, que partiera del análisis de objetos, piezas rescatadas o colecciones patrimoniales recuperadas sobre las que estaban trabajando en sus respectivas investigaciones doctorales o posdoctorales. Las respuestas a esa convocatoria conformaron un primer esquema del volumen, a base de las fuentes documentales y materiales, las preguntas de investigación, las referencias conceptuales y metodológicas que ofrecían los borradores de los capítulos remitidos por los autores. La idea de aquel primer workshop era la de discutir ese esquema y esos borradores con dos expertas internacionales, Cristiana Bastos y Roberta Ballestriero, autoras de obras recientes que considerábamos un punto de referencia fundamental de nuestro trabajo (Bastos, 2011; Ballestriero, 2013). Ambas respondieron positivamente a nuestra invitación y su generosa implicación en los comentarios a nuestras contribuciones y en los debates que surgieron significaron un punto de inflexión en el proceso de maduración de cada uno de los capítulos y del libro en su conjunto. Por eso, al concluir esa reunión de enero de 2017 convocamos un segundo workshop para diciembre de ese mismo año, para discutir unas versiones más acabadas de los diez capítulos del libro, en esta ocasión ya sin la participación de comentaristas externas. Los textos se hicieron circular entre todos los integrantes del proyecto con suficiente antelación, de modo que pudimos llegar a la reunión4 en condiciones de debatir nuestras visiones del conjunto del libro, para contribuir a formar un conjunto coherente y no meramente el típico libro colectivo formado por el acoplamiento mecánico de una serie de trabajos inconexos o tenuemente conectados por un título y un ejercicio de teleología trucada. Por último, cabe destacar el aporte de ideas, comentarios, críticas y estímulos intelectuales constantes que, a lo largo de estos tres años, hemos recibido de las personas integrantes del colectivo Gabmusana que no tienen un capítulo de su autoría en este volumen, aunque estas páginas estén repletas de ideas, críticas y comentarios de todas ellas: Jaume Sastre, Jaume Valentines, Ned Somerville, Yona Manríquez y, muy especialmente, Emma Sallent del Colombo.

La sinergia creada por el proceso de formulación de ese proyecto que unificara esfuerzos individuales ha abierto, creemos, nuevas posibilidades a la hora de conseguir resultados significativos, del que este libro pretende ser sólo una de las primeras muestras. El reto era armar un proyecto intelectualmente atractivo para todo el grupo y tratar de adoptar un marco teórico e interpretativo que permitiera unirlo de forma coherente, mediante unas preguntas historiográficamente relevantes. Para ello, se sumaron bagajes teóricos y experiencias de práctica historiográfica de los integrantes del grupo con trayectorias de investigación más largas, con el aporte de otras personas más jóvenes, algunas con investigaciones doctorales en curso, otras con estas recién terminadas.

Más allá de un objetivo que se quedara estrictamente vinculado a la preservación y revalorización de objetos y colecciones del patrimonio científico, más allá también del objetivo de incorporar al debate historiográfico una pluralidad de materiales y de contextos procedentes de las culturas urbanas de Madrid y Barcelona, nuestra preocupación ha sido la de ahondar en la pluralidad y complejidad de los regímenes de exhibición de representaciones anatómicas del cuerpo humano, y de cualquiera de sus partes, sanas o enfermas.

Esto nos ha permitido llevar a cabo dos formas de desplazamiento epistemológico, con la intención de trascender la ubicación más habitual de los estudios acerca de las colecciones anatómicas y su circulación y exhibición. Por un lado, un desplazamiento cronológico, al poder movernos a lo largo de un periodo más dilatado, que se inicia en el siglo XVII y finaliza en las primeras décadas del siglo XX. Por otro lado, un desplazamiento conceptual, que nos permite cuestionar tanto la posición de los gabinetes de curiosidades como meros antecedentes o precursores de los museos como la posición fijista y estandarizada de las diversas disciplinas científicas que se declaran o se declararon en el pasado dedicadas al estudio y el conocimiento del cuerpo humano.

De hecho, a esos museos, de origen decimonónico en su inmensa mayoría, pareciera que se les confiere un estatus fijo, no problemático, nuevamente poco histórico, sin tener en cuenta la variabilidad tanto de su escala (universitaria, regional, nacional, colonial) como de su delimitación disciplinaria (de anatomía, de antropología, de historia natural, de etnografía, de medicina), por no hablar de su condición institucional (pública o privada, laica o religiosa, municipal o nacional). Taxonomías de espacios de exhibición que, por un lado, son fruto de variadas y complejas fronteras disciplinares, que no siempre se relativizan situándolas en un contexto histórico de las llamadas ciencias museológicas del siglo XIX y su crisis finisecular; crisis que generaría nuevas fronteras disciplinares y de especialidades, llamadas a su vez a entrar en crisis en sucesivas etapas (Reinarz, 2005; Lourenço, 2005; Canadelli, 2011; Zarzoso, 2018). Por otro lado, esa taxonomía rígida y podríamos decir clasista de los espacios de circulación del conocimiento científico o prestigiado, dejaban explícitamente fuera toda una gama de espacios de exhibición pública, no por eso menos controlados por el régimen burgués y que nos interesan especialmente aquí: desde las exposiciones universales a los museos populares, pasando por los circos y las ferias ambulantes.

Esta preeminencia dada al espacio a la hora de desentrañar las normativas, explícitas e implícitas, que subyacen a los distintos regímenes de exhibición y acercarnos así también al tipo de conocimiento que se pretende transmitir (sin olvidar las posibilidades de apropiación que los receptores encuentran en esos espacios), está sin duda en la base de la decisión de organizar el libro en tres partes definidas por los lugares donde los cuerpos o sus representaciones se exhiben: gabinetes, aulas y exposiciones.

Por todo ello, la primera parte del libro tiene como protagonista principal el espacio del gabinete de curiosidades, tan típico de la cultura europea de la llamada —en un ejercicio de traducción literal de la expresión inglesa que se ha hecho ya habitual en el contexto académico— edad moderna temprana. En Barcelona se sitúa la colección Salvador, primera de las colecciones científicas objeto de estudio, en torno a la cual giran los primeros tres capítulos del libro. La colección —incluyendo muebles, cuadros, estanterías, cajones y materiales diversos— está depositada en el Instituto Botánico de Barcelona desde 1938, aunque ha permanecido prácticamente ignorada por el público y por la mayoría de los estudiosos hasta hace unos pocos años (Pardo-Tomás, 2014). Así pues, los capítulos de esta primera parte responden claramente al régimen de exhibición característico de los gabinetes de curiosidades (Impey & MacGregor, 1985, Olmi, 1993; Mauriès, 2002; Arnold, 2006), aunque como centro de producción y circulación de conocimiento estuvo sometida a otros regímenes, tanto en sus momentos más espléndidos a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII (capítulos 1 y 2), como al final de su dilatada historia, mediado ya el siglo XIX (capítulo 3), convertido en un reclamo de una empresa comercial destinado a un público burgués.

Los tres capítulos de la segunda parte, en cambio, se mueven en el ámbito de los espacios dedicados a la enseñanza reglada de la cirugía y de la medicina, aunque también en un arco cronológico amplio, que se abre a finales del siglo XVIII y se cierra mediado el siglo XX. Los cuerpos exhibidos en las aulas de un colegio de cirugía como el de Madrid (capítulo 4) o de una facultad de medicina como la de Barcelona (capítulos 5 y 6) estuvieron sometidos a regímenes de exhibición caracterizados por una normatividad exclusiva y excluyente, tanto a la hora de proclamar sus fines como a la de discriminar sus públicos. Pero los casos elegidos presentan entre ellos rasgos diferenciadores muy significativos de procesos sociales y culturales muy interesantes, que van desde la delimitación de disciplinas, su consolidación e incluso su declive, hasta las diferencias epistemológicas que vienen determinadas por la materialidad de los objetos exhibidos: las ceras anatómicas que actualmente se hallan en el Museo Javier Puerta, de la Universidad Complutense de Madrid, las placas de vidrio rescatadas en el Departamento de Anatomía de la Universidad de Barcelona, o las piezas de anatomía patológica que actualmente forman parte de la colección del Museu d’Història de la Medicina de Catalunya.

Pero en la cultura urbana madrileña y barcelonesa de finales del siglo XIX y principios del siglo XX convivían otros regímenes de exhibición, que declaraban tener como objetivo fomentar el respeto y la preservación de la memoria (capítulo 7), perseguir la educación cívica o garantizar el entretenimiento —a veces, ambas cosas a un tiempo— de públicos mucho más amplios (capítulos 8 y 9). A tres de esos espacios está dedicada la tercera parte del libro: el cementerio barcelonés de Montjuïc, la Exposición Hispano-Americana de Madrid de 1892 y los espectáculos organizados por William y Leonard Parish en el Circo Price de esta misma ciudad. Una determinada representación del cuerpo humano en la tumba de un anatomista, unos maniquíes representando mexicanos prehispánicos, unas fotografías de artistas de estatura corta sirven de punto de reflexión de regímenes de exhibición que ponen en relación los límites de la coproducción entre ciencia y nación, las ambigüedades de la mirada prepotente de la modernidad-colonialidad sobre los cuerpos, la tensión entre ciencia y religión o la compleja relación entre arte y ciencia en el mundo liberal burgués, la zona ambivalente entre racionalidad y emociones en la que se mueven determinados espectáculos dirigidos a públicos populares y burgueses.

Sobre estos y otros aspectos que los capítulos de este libro abordan, se vuelve a reflexionar en el epílogo con el que cerramos el volumen con la intención de apuntar algunas claves conceptuales y metodológicas para seguir explorando posibles respuestas a los interrogantes planteados por las experiencias contemporáneas con las que abríamos esta presentación. Reales o imaginarios, naturales o artificiales, enteros o fragmentados, conservados o representados, normalizados o patologizados, universalizados o nacionalizados, patrimonializados o espectacularizados, objetivados o subjetivizados, los cuerpos se muestran cotidianamente por todas partes, pero sometidos a unos regímenes de exhibición muy distintos, que determinan la transmisión no sólo de conocimientos, sino también de ideologías y de valores, que —dependiendo del régimen, precisamente— conllevan un mayor o un menor grado de libertad de recepción y re-apropiación por parte de quienes los observan. Acercarnos a cómo y qué observaron otros en diferentes momentos del pasado debe contribuir a comprender qué sentimos y qué aprendemos al contemplar esos “cuerpos mostrados”.

 

1 Dos de los integrantes del grupo pertenecen al Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de la Universidad Nacional Autónoma de México.

2 Proyecto “Del gabinete de maravillas al museo anatómico popular: regímenes de exhibición y cultura material de la medicina”, HAR2015-64313-P.

3 https://gabmusanablog.wordpress.com/presentacion/.

4 Que tuvo lugar, como la primera, en la sede de la Institución “Milá y Fontanals”, el Centro de investigación en Humanidades que el Consejo Superior de Investigaciones Científicas tiene en Barcelona.

PRIMERA PARTE. GABINETES

LA CURIOSIDAD Y LOS HOMBRES:
LO “HUMANO” EN EL GABINETE SALVADOR

JULIANNA MORCELLI OLIVEROS

Desde el Renacimiento hasta la Ilustración, una nueva “moda” imperaba en los círculos cultos de toda Europa. Coleccionar se convirtió tanto en una práctica cultural como en un código de conducta de aquellos que deseaban alcanzar o afirmar cierta notoriedad social (Bleichmar; Mancall, 2011). Todo lo que se consideraba curioso o maravilloso era merecedor de ser coleccionado. Lo que era una pasión para algunos, se convirtió en una herramienta potencial de conocimiento, sobre todo para eruditos y humanistas, que vieron en la práctica de coleccionar una posibilidad de acumular saber sobre el mundo natural y, así, desvelar los mecanismos que permitían a los hombres el dominio de la naturaleza (Jardine; Secord; Spary, 1996).

A lo largo de los siglos XVI al XVIII, las relaciones comerciales y científicas se estrecharon considerablemente en torno al mundo natural y sus productos. La actividad coleccionista experimentó un cambio de propósito impulsado por la expansión geográfica europea iniciada por las coronas portuguesa y española y rápidamente seguida por casi todas las potencias marítimas que se empeñaron en descubrir y explotar nuevos territorios y, en consecuencia, implantar el control de las rutas comerciales, tanto transoceánicas como continentales. Elementos de la fauna, la flora y la gea, así como artefactos de las poblaciones nativas de las nuevas posesiones territoriales europeas fueron coleccionados por los boticarios, médicos, militares, misioneros y otros agentes del poder colonial, enviados a los trópicos con el fin de informar sobre las nuevas especies tanto de sus usos en las medicinas locales como de sus posibilidades comerciales a escala global (Delbourgo; Dew, 2008). Las embarcaciones que cruzaban los océanos facilitaron la circulación de estos nuevos conocimientos, ejerciendo una considerable influencia en el flujo de las informaciones sobre la materia médica y la historia natural, así como sobre las mismas especies y productos exóticos. Así, podemos decir que estas redes comerciales acabaron por moldear la forma en que la ciencia se hizo hasta entonces (Cook, 2007).

Al mismo tiempo que la llamada primera era globalizada acercó lugares lejanos facilitando mercancías y enriqueciendo colecciones naturalistas (Gruzinski, 2004), a medida que los nuevos especímenes llegaban al viejo continente, el tan anhelado dominio sobre la naturaleza se volvía más distante debido al reto epistemológico que planteaba. Conocer y comprender un mundo natural cada vez más extenso y complejo fue, tal vez, el gran desafío para los estudiosos del periodo de la primera modernidad (Olmi, 1992). Estas tareas requerían estudios y actividades muy variadas, con el fin de acumular el máximo de informaciones posibles sobre cada especie, como contrastar las noticias y observaciones propias con los textos clásicos, nombrar, describir y representar estas curiosidades, así como desarrollar técnicas de conservación de las mismas y clasificar los miles de plantas, animales y minerales acumulados en los gabinetes de estos coleccionistas, que se convirtieron así en auténticos laboratorios de investigación.1

Estos gabinetes de curiosidades eran espacios privados, abiertos únicamente a visitantes seleccionados, repletos de muebles con cajones y estantes donde se acumulaban objetos de todo tipo —de origen natural la mayor parte de ellos, pero no sólo— allí reunidos por su rareza y por su carácter de curiosidad o maravilla (Pardo-Tomás, 2014: 22). Durante tres siglos, estos gabinetes fueron el espacio privilegiado para desarrollar la historia natural, en el concepto más amplio de su definición. Estas colecciones tenían un notable carácter enciclopédico, donde los objetos considerados de creación divina (naturalia) coexistieron con otros producidos por el hombre (artificialia). Este eclecticismo aparente, sin embargo, no carecía de coherencia interna: si el gabinete aspiraba a ser un microcosmos, a presentar y representar una imagen del mundo, los objetos de creación divina debían convivir con él. Paralelamente, el propio hombre pasó a ser objeto de estudio. Las fronteras entre el mundo natural y el artificial eran más lábiles de lo que pudiera parecer. Uno de los grandes retos intelectuales durante el periodo de apogeo de los gabinetes de curiosidades fue el que planteaba la necesidad de elaborar una taxonomía completa, omnicomprensiva del mundo natural, una tarea que se hacía cada vez más titánica, dado el incremento continuo del conocimiento de las cosas naturales. Inseparablemente unido a este reto taxonómico se hallaban dos preguntas constantes para casi todos los coleccionistas y naturalistas de la era moderna: ¿cómo denominar y clasificar las creaciones humanas y divinas del mundo?, ¿cómo definir lo que era humano y lo que no era?

Este capítulo tiene como objetivo precisamente comprender cómo lo considerado humano fue acumulado, estudiado y exhibido en los gabinetes de curiosidades, en el marco cronológico de la República de las Letras, para tratar de establecer en qué medida estos espacios y toda actividad intelectual inherente a ellos contribuyeron a la divulgación, producción y circulación del conocimiento sobre los seres humanos y sus expresiones materiales.

Por cuestiones primeramente políticas, pero también geográficas, los primeros en tener acceso a los nuevos materiales y al conocimiento puesto en circulación sobre los nuevos humanos hallados en las nuevas tierras (siempre desde una óptica eurocéntrica) fueron aquellos que tenían alguna relación con las nuevas colonias o habitaban los territorios ubicados alrededor de las ciudades marítimas que, por la logística del transporte, eran nudo esencial de comunicaciones. Para que las novedades se difundieran por todo el territorio europeo, incluidos lugares más ‘periféricos’, fue necesaria la creación de una red de difusión, información e intercambios. La cultura científica europea en el amplio periodo conocido como el de la República de las Letras se identificaba entonces por una serie de prácticas culturales originales, entre ellas las que se refieren a las convenciones utilizadas para establecer y mantener la comunicación entre sus miembros, en una red en la que no sólo circularon ideas, sino también un denso flujo de materiales de toda suerte (Bots; Waquet, 1994).

Desde distintas ciudades europeas, eruditos e interesados en filosofía e historia natural proyectaron sus gabinetes y jardines en proporciones nunca alcanzadas antes. Por medio de esta red de intercambios materiales y de comunicación, estuvieron conectados con todos los rincones de Europa. Para situar a Barcelona en esta internacionalización vivida por el coleccionismo científico, es indispensable, como sabemos desde hace unas décadas, tomar en consideración las actividades profesionales, intelectuales y coleccionistas de la familia Salvador. Aunque situado en un contexto continental, analizaremos este gabinete barcelonés, para abordar el fenómeno más amplio de lo humano en los gabinetes de curiosidades, como antes hemos anunciado.

LA FAMILIA SALVADOR Y LAS COLECCIONES DE SU GABINETE

Los Salvador fueron una familia de boticarios, coleccionistas y filósofos naturales establecidos en Barcelona desde principios del siglo XVII e involucrados en la producción, comercialización y circulación de materiales y de conocimiento sobre el mundo natural hasta mediados del siglo XIX. A lo largo de seis generaciones, la familia adquirió objetos, libros, plantas, minerales y animales para formar una impresionante colección, que estuvo casi siempre muy bien conectada —mediante el intercambio de cartas, especímenes e informaciones— con otros importantes gabinetes de toda Europa.2

La historia de esta familia en los ámbitos de la botica y del coleccionismo científico comienza con Joan Salvador i Boscà (1598-1681), que hereda de su suegro, el también boticario Gabriel Pedrol, una botica ubicada en el cruce de las calles Ample y Fusteria, en 1626. Además del negocio comercial, la herencia incluía también algunos volúmenes de materia farmacéutica y médica, a partir de los cuales Joan Salvador continuaría con la adquisición de nuevos libros dando así inicio a la formación de la biblioteca familiar, que con sus nietos acabaría adquiriendo unas considerables proporciones para la Barcelona de la época, superando los mil trescientos volúmenes. El interés del primer Joan Salvador por la historia natural hizo que iniciara una colección naturalista, continuada y enriquecida por las dos generaciones siguientes de su familia, la cual pasaría a ser la marca familiar y motivo de visita de muchos naturalistas residentes o de paso por Barcelona (Camarasa, 2018). El progenitor de la familia Salvador fue también responsable de iniciar una actividad que, aunque intensificada por su hijo y su nieto mayor, se mostraría esencial en aquel momento: el contacto epistolar con otros naturalistas de su tiempo, estableciendo importantes relaciones con personajes como el francés Jacques Barrelier (1606-1673) o el flamenco Willem Boel (fl. 1607-1628).

El primogénito de Joan, Jaume Salvador i Pedrol (1649-1740), tras ser admitido en el Colegio de Boticarios de Barcelona, en 1669, fue enviado por su padre a Montpellier para perfeccionar sus conocimientos de botánica con Pierre Magnol (1638-1715), que en aquel momento enseñaba privadamente esta ciencia, ya que por su condición de protestante no pudo enseñar en la universidad hasta su posterior conversión al catolicismo (Camarasa, 2011: 144). Durante su estancia en Montpellier, el joven Jaume tuvo la oportunidad de conocer a otros jóvenes con intereses comunes, que se revelarían notables botánicos y también amistades estrechas y duraderas, como fue el caso de Joseph Pitton de Tournefort (1656-1708), como veremos más adelante. A través de estas experiencias universitarias y algunos viajes formativos, Jaume pudo ampliar las relaciones intelectuales de la familia, favoreciendo el enriquecimiento tanto de la biblioteca, como de las colecciones iniciadas por su padre.

Esta práctica de la estancia universitaria y del viaje formativo se convirtió en tradición familiar para los Salvador. De hecho, los dos hijos varones de Jaume también tuvieron a su disposición esas mismas posibilidades y aún mayores, pues pudieron desarrollar una carrera intelectual aún más sólida que las de su padre y su abuelo. El mayor de los hijos, Joan Salvador i Riera (1683-1726), fue, sin duda, pese a su vida más breve, el personaje con formación científica más completa y de ambición más acentuada en el campo científico de todo el linaje, que se relacionó con las figuras europeas más destacadas de su tiempo, con muchas de las cuales mantuvo contacto epistolar e intercambio de ejemplares para los respectivos gabinetes de curiosidades, tales como Herman Boerhaave (1668-1738), James Petiver (1665-1718) y Antoine (1686-1758) y Bernard de Jussieu (1699-1777).3 Joan fue también el responsable tanto de la multiplicación de los objetos, especímenes y libros, como de la expansión y consolidación de la colección familiar en las redes de contactos e intercambios internacionales del periodo.

El gabinete familiar de los Salvador, siguiendo un modelo muy recurrente en la época, estaba compuesto además de por el gabinete en sí, con la colección de maravillas y curiosidades propiamente dichas y la biblioteca, por un jardín botánico.4 Aunque en la actualidad el jardín original se ha transformado totalmente en otra cosa muy diferente, la colección de los Salvador se ha conservado en su inmensa mayoría, incluyendo los libros y los muebles, además de casi cinco mil pliegos de herbario y más de treinta mil especímenes coleccionados. Esto constituye una importante ventaja en relación con la mayoría de las colecciones coetáneas, que o bien se perdieron en el tiempo o bien se desmembraron, diseminándose en otras colecciones repartidas por todo el mundo (Whitaker, 1996). El hecho de que, por el contrario, la mayor parte de la colección de los Salvador perdure hasta nuestros días nos permite comprender con mayor claridad la actividad desarrollada por este linaje de boticarios, el conocimiento que circuló en aquel espacio de la ciudad de Barcelona, así como el contexto profesional, cultural y científico de la época.

Aunque buena parte de la colección de los Salvador ha permanecido en el tiempo, como hemos dicho, la serie de objetos producto de los artificios humanos, los artificialia, como eran denominados por los propietarios y corresponsales de los coleccionistas, son los que sufrieron pérdidas más consistentes a lo largo del tiempo. Aun así, con el material preservado y con la documentación que se refiere al material desaparecido, es posible, al menos, sugerir cómo la cuestión de la definición de lo que era o no humano fue trabajada dentro de este gabinete, lo que nos aproxima sin duda a cómo se abordó esta cuestión crucial en los gabinetes de curiosidades esparcidos por toda Europa en aquel tiempo.

ESTUDIAR LO HUMANO EN EL GABINETE

Cuando hablamos de la presencia y exhibición de lo humano en la colección Salvador, no nos referimos exclusivamente a los objetos artificiales o a restos de especímenes humanos, elementos que formaban parte constituyente de toda colección naturalista de la época. Considerando el periodo de vida y de actividades, tanto profesional como coleccionista, de esta familia de boticarios barceloneses, algunos otros elementos presentan un grado de relevancia considerable para este tipo de análisis. O mejor, son indisociables de los anteriores. Coleccionar estaba, en aquel momento, íntimamente relacionado con prácticas muy bien definidas, que van mucho más allá del poseer los objetos. Podemos decir que el objeto en sí, era el resultado final de un largo y exhaustivo trabajo, que demandaba varias etapas hasta la materialización de su adquisición, bien por compra, bien por intercambio con otros coleccionistas, bien al ingresar en el gabinete procedente de la recolección de los mismos propietarios en viajes, excursiones o prospecciones en el campo circundante.

Lo que queremos decir es que, aunque pueda parecer extraño, el objeto por sí solo no era suficiente para responder a las indagaciones insaciables de aquellos que se propusieron estudiarlos y comprenderlos. Los objetos tuvieron su valor, sobre todo, a la hora de contribuir a la consolidación del empirismo, característico del conocimiento práctico y de la metodología de la nueva filosofía experimental. Sin embargo, no existe práctica sin teoría. Así como no existe teoría científica sin pericia técnica. De ahí la condición indisociable entre objetos y las fuentes de conocimiento escritas, es decir, los libros. En este periodo, donde el abanico de novedades se expandía en una escalada creciente, naturalistas y coleccionistas recurrían cada vez más a los relatos manuscritos, contrastando sus propias observaciones con las de colegas sin dejar de recurrir a los clásicos.5 Y era práctica común adquirir el conocimiento de la existencia de determinados objetos a través de catálogos, listas y otras publicaciones más o menos efímeras que coleccionistas y agentes del comercio de curiosidades ponían en circulación. El conocimiento de estas novedades, en conclusión, sólo era posible gracias a una red de intercambios e informaciones fluidas, sin la cual el mantenimiento de los gabinetes quedaría comprometido o seriamente limitado. Limitación que no resultaba compatible con su objetivo de representar el microcosmos de la forma más exhaustiva posible.

Pensando en este marco, estudiar el contenido humano de una colección requiere una metodología que considere no sólo sus elementos palpables, sino, sobre todo, el intangible. Al menos en estas páginas, donde no se pretende hacer un levantamiento y un inventario meramente de contenidos, sino una reflexión acerca del lugar que lo humano ocupa en el microcosmos de un espacio como el gabinete de curiosidades y su peculiar régimen de exhibición.

En su trabajo sobre la colección de artificialia del médico, naturalista y coleccionista Hans Sloane (1660-1753), James Delbourgo distingue tres aspectos que considera fundamentales para su análisis (Delbourgo, 2012). Estos tres aspectos se aplican perfectamente al caso de los Salvador, lo que corrobora nuestra insistencia en que el núcleo barcelonés era uno más entre decenas de gabinetes análogos esparcidos por toda Europa. De acuerdo con Delbourgo, el estatus del humano en el modelo más recurrente de gabinete de curiosidades puede ser trabajado, primero, a través de la concepción de lo humano en el orden de la naturaleza. Como ya mencionamos, la taxonomía, en aquel momento, era vista como una solución, aunque era también parte del problema: definir, clasificar y ordenar los objetos de la colección fue un ejercicio constante. Para ello, los coleccionistas dependían de la ayuda continua de otras personas. Así, es indispensable situar esta problemática en las redes globales que ayudaron a formar este tipo de colecciones, ya sea en el suministro de materiales, de objetos y de libros que discutían los temas que les interesaban, aspecto que constituye el segundo de los aspectos de la metodología sugerida por Delbourgo. La viabilidad de estas redes dependía de un tercer aspecto esencial: la comunicación. Sin el contacto, fuera a distancia —a través de correspondencia— o personalmente, por medio de visitas a otros gabinetes, reuniones científicas, participación en tertulias y en viajes formativos o de recolección, los miembros de la llamada República de las Letras no hubieran podido enriquecer sus colecciones, mejorar sus conocimientos y contribuir enérgicamente a la producción científica. De este modo, la vida social colectiva puede ser entendida como uno de los pilares que sostuvieron toda la actividad científica de la época.

Cuando analizamos el perfil biográfico de nuestros personajes principales, constatamos que todos ellos —aunque unos más que otros— estuvieron insertados en una red compuesta de diversos medios por donde pasaba la producción de conocimiento. Así, podemos proseguir con nuestro propósito de localizar lo humano dentro de los gabinetes, bien materializado en los objetos exhibidos en muebles y cajones, bien ordenado en los estantes de la biblioteca en forma de libros, bien en las discusiones realizadas en la trastienda de su establecimiento comercial, en diversos espacios usados con la misma finalidad, o en las cartas con remitentes y destinatarios de todos los rincones de Europa.

OBJETOS HUMANOS EN LA COLECCIÓN SALVADOR

El primero de los puntos de nuestra metodología recae inevitablemente sobre los objetos de las colecciones, esencialmente en dos de ellas: los restos humanos y los ejemplares de artificialia reunidos en el gabinete por sus propietarios. El desafío de superar los obstáculos de definición dentro del orden de la naturaleza es bastante evidente en la disposición del gabinete de curiosidades. Por un lado, los elementos directamente humanos son escasos y ocupan un lugar indefinido en medio de los elementos del reino mineral, animal y vegetal. Por otro lado, algunos de estos elementos de naturalia permanecían en contigüidad problemática con los artificialia, resaltando la labilidad de los límites entre lo natural y lo artificial (Pardo-Tomás, 2014: 47-64).

Las muestras del reino mineral fueron, quizás, las que mejor reflejaban estas dudas, estos conflictos entre límites. Las formas curiosas de unas piedras, rocas y sedimentos geológicos plantearon la sospecha de que habían sido talladas por manos humanas. De este reino, el gabinete contiene veintidós cajas con muestras de rocas y minerales, de las cuales dieciocho abrigan petrifactos, no siempre identificados como tales, por toda la controversia de la definición de lo que hoy llamamos fósiles en el entorno científico de la época, haciendo que incluso restos petrificados de plantas y los animales fueran considerados bien un mineral obra de la naturaleza, del capricho del Creador, bien un espécimen artificial, por haber sufrido una intervención humana para darle su morfología de vegetal o animal petrificado (de ahí esa denominación de petrifacto, tan característica de la época y de ese problema de su entidad).

Cuando hablamos de los Salvador debemos tener en cuenta el hecho de que, además de coleccionistas, eran boticarios y propietarios de una botica. Por esta razón, es comprensible que mucho de su acervo estuviera relacionado con los intereses comerciales de su profesión. Así, el gabinete de la familia cuenta actualmente con más de cuatrocientos frascos de simples medicinales y otros elementos de materia medica. Los llamados simples medicinales eran elementos procedentes de cualquiera de los tres reinos de la naturaleza, para uso medicinal, pero en su elaboración final en forma de fármaco no dejaban de ser producto de la acción humana, aunque procedieran de la naturaleza.

Además de semillas, raíces, aceites y resinas adquiridas tanto de especies cultivadas en el jardín que la familia mantenía en Sant Joan Despí, como en intercambio con sus corresponsales locales e internacionales, el mueble que contiene los frascos de materia medica (un armario de cuatro puertas de grandes dimensiones, con estantes en su interior) también cuenta con algunas muestras más peculiares, como por ejemplo diversas “piedras” extraídas de diversos órganos internos (de los aparatos digestivo y excretor, fundamentalmente) de animales y de humanos. Gracias a los materiales documentales conservados, esencialmente las etiquetas y las cartas, podemos tener una idea de cómo algunos de estos especímenes llegaron hasta las manos de los Salvador. Por ejemplo, un cálculo humano contenido en un frasco posee una etiqueta de identificación en la que está escrito “Piedra extraída de un hombre por el Señor Cooper en 1710”. Poco sabemos sobre el referido cirujano, el señor Cooper (Fig. 1). La única información que tenemos, hasta el momento, procede de una carta de James Petiver, corresponsal con quien, como ya mencionamos, Joan Salvador i Riera mantuvo un intenso intercambio de materiales. Tanto por la fecha, como por los personajes y embarcación en ella citados, podemos sugerir, aunque de manera imprecisa, que Petiver se refería al cirujano responsable de extraer el cálculo.6

El interés de Joan Salvador por los cálculos humanos es anterior al ejemplar preservado en la colección. En una carta de 4 de marzo de 1709,7