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La BARBARIE

PATRIARCAL

De Mad Max al

neoliberalismo salvaje

Victoria Sendón de León

La barbarie patriarcal.

De Mad Max al neoliberalismo salvaje

Primera edición, 2019

© Victoria Sendón de León

Diseño de portada:

© Sandra Delgado

© Editorial Ménades, 2019

www.menadeseditorial.com

ISBN: 978-84-120566-7-9

LA BARBARIE PATRIARCAL

De Mad Max al

neoliberalismo salvaje

Introducción

Tanto cuando proclamamos que «otro mundo es posible» como cuando miramos los horrores de este, cual obra de la «naturaleza humana», no carecemos de razón o de razones. Cuando en 1989 cayó el sistema soviético, que se había propuesto como alternativa al capitalista, y este se disparó, ya sin trabas, hacia un neoliberalismo financiero, depredador y generador de las mayores desigualdades conocidas, sentimos que no había salida y que las alternancias políticas ya no son alternativas. Si las mujeres del mundo llevan décadas conquistando derechos y libertades antes vedados para ellas, resulta sorprendente que los feminicidios y las violencias machistas adquieran carácter de epidemia. Estas y muchas otras contradicciones, que nos producen el hastío de haberlo intentado todo sin acabar de encontrar un modelo social más justo y acogedor, tienen un origen y múltiples ramificaciones que, insólitamente, se extienden por todos los países, culturas y épocas.

Esa presencia invisible, omnisciente, omnipresente, omnipotente y omnímoda pareciera que define a todo un dios o a un poder absoluto. No lo es, pero sí constituye su gran metáfora, su modelo, su fin, su aspiración. Esa fue la caída, «querer ser como dioses», y su consecuencia: tener que salir del Edén. El mito esconde cierta verdad, la verdad de una vida más placentera y acorde con la Naturaleza cuando no queríamos ser dioses. Cuando ya hemos creado un mundo globalizado a nuestra imagen y semejanza y nos hemos mirado en el espejo del horror, queremos iniciar el camino de vuelta, pero algunos demiurgos con poder y ese imaginario que llevamos dentro lo están impidiendo.

Todo este proceso de endiosamiento y la creación de una estructura jerárquica de dominación han llegado a constituir una trama sutil que se reproduce de modo fractal en todos y cada uno de los ámbitos que nos afectan. Pues bien, esta trama, ya presente de modo explícito y agazapada en nuestro propio inconsciente tiene un nombre: patriarcado.

En ocasiones el movimiento feminista ha errado el objetivo batallando contra el machismo, que no es más que el síntoma de una enfermedad con raíces más profundas. Y tal vez los movimientos emancipatorios en general también estén olvidando la trama que sostiene y ampara el mal que pretenden combatir. La nueva política podría reconducirse por caminos que han sido considerados marginales, pero que dejarán de serlo en el siglo xxi.

Afirmaba el Premio Nobel de Química, Ilya Prigogine, que «el futuro no está prefigurado en el presente», es decir, que, en los procesos sistémicos, el azar tiene un papel fundamental y que, por tanto, no debemos pensar que el futuro será como el presente o como las tendencias que afloran en este presente. El futuro es impredecible. Podemos hacer diagnósticos de la realidad actual, pero, si proyectamos a futuro, las cosas cambian.

Uno de esos acontecimientos azarosos fue la eclosión del movimiento 15-M, Occupy Wall Street, la Primavera Árabe y otros en los que participaron muchos jóvenes de ambos sexos y a los que se fueron incorporando gentes de todas las edades y procedencias. No fue algo pasajero, sino que los campamentos de resistencia pervivieron en el tiempo y se expandieron desde la Puerta del Sol de Madrid a todas las importantes plazas del país, al igual que lo hicieron en Manhattan o en El Cairo. Sin embargo, también afirma Prigogine, que el azar tiene una lógica interna que no es caótica. O, tal vez, que el azar comienza donde termina la comprensión humana. Posiblemente estos movimientos, por más que inesperados, se debieran a una necesidad natural de nuestra sociedad de buscar nuevos caminos en la política. Una sociedad que avanza tecnológicamente a velocidades exponenciales no encajaba con una gobernanza política anclada en el pasado o sesteando en un presente sin proyección a futuro ni otra visión que el horizonte interesado e inmediato de la clase política. Había llegado el momento de crear una política nueva para un mundo nuevo, que había entrado en una crisis provocada por intereses financieros inconfesables, un mundo a la carrera sin un objetivo final que no fuera el enriquecimiento de unos pocos: ese uno por ciento que proclamaban los jóvenes de Nueva York.

Tal vez no haya habido tiempo suficiente para que esa nueva necesidad política cuaje en todos los protagonistas del cambio. Tal vez. Pero reflexionando sobre ello, creo que la nueva política consistiría, tanto en superar la «hegemonía cultural» de la derecha más rancia, como en superar la «hegemonía política» de la vieja izquierda. Ambas son inmovilistas. La primera se basa en creencias e intereses de clase; la segunda, en doctrinas marxistas que describen una situación real del siglo xix, pero que pretenden ser aplicadas en un incipiente siglo xxi.

La «hegemonía cultural» de la derecha se basa en principios formulados en los siglos xvii, xviii y xix. El primero, aquel de Thomas Hobbes, «el hombre es un lobo para el hombre», del que se deriva la desconfianza hacia los otros y el individualismo más feroz, que va unido a la relevancia de la propiedad privada. El segundo, el de Adam Smith, cuando afirmaba que «los mercados se regulan solos» y que las ganancias privadas al final revierten en los demás, vía consumo o inversión, lo que consagra como buena la ganancia en sí. El tercer principio tiene como eje la conclusión de Charles Darwin respecto a que, en la selección natural de las especies, sobrevive el que mejor lucha por adaptarse a la vida, el más fuerte, lo que ha sido utilizado por la derecha como su leit motiv para justificar la competitividad. Pero este principio ha sido matizado por la microbióloga Lynn Margulis: «No es más fuerte el que combate, sino el que coopera». Si a esto le añadimos el sacrosanto principio de la «tradición», podemos entender que la gobernanza se reduzca a hacer las cosas «como toda la vida se han hecho» o «como Dios manda», de modo que los cambios revolucionarios son considerados como antinaturales.

La «hegemonía política» de la vieja izquierda también tiene en el marxismo sus principios inamovibles, que impiden que otros modos de hacer las revoluciones se abran paso. El primero consiste en considerar que la teoría marxista es la única científica entre todas las teorías socialistas posibles, como defendió Engels, lo que hace que sus seguidores desprecien e intenten reventar cualquier evolución política que no sea marxista y capitalizada por ellos. El segundo, se basa en la concepción antropológica de Marx sobre el hombre como homo faber o trabajador material, despreciando otros modos de estar en el mundo que no pasan por el trabajo asalariado. Esto ha hecho que los sindicatos se hayan dedicado a los trabajadores de las fábricas y se hayan olvidado de los parados, de los creadores o del trabajo doméstico de las mujeres. El tercero, dogmatizar que la estructura material es la que fundamenta la superestructura o ideología, que nos lleva a primar la economía por encima de la cultura y de todo lo demás. Esta premisa les hace coincidir con el capitalismo. Sin embargo, ya no existe el proletariado al modo del siglo xix, pero sí el precariado, que ha instituido el Nuevo Orden Mundial contra el que hay que combatir, cooperando en la nueva política que nos reclama.

Tanto la derecha como la vieja izquierda coinciden en el principio maquiavélico de que «el fin justifica los medios», aunque esta frase fuera escrita por Napoleón. De ahí que la razón de Estado pase por encima de cualquier otra consideración.

Como el reto político para el siglo xxi consiste en deconstruir muchas de las cosas, principios y creencias que hemos ido creando en el devenir histórico, esta obra trata de buscar esos orígenes en diversos ámbitos, que de modo fractal, constituyen el entramado de la Civilización Patriarcal.

Mi objetivo en esta obra consiste en mostrar cómo cualquier intento de revolución o de cambio en el sistema político o en los modelos productivos están condenados al fracaso si no tienen en cuenta esta trama que subyace como matriz de todo lo demás. Se trata de una matriz inconsciente que se manifiesta, multiplica y repite en todas las manifestaciones relevantes de nuestras civilizaciones conocidas: en la cultura, la política, la familia, la economía o la religión.

He dividido esta obra en tres partes con carácter autorreferencial para hacerla más comprensible: «Reinos de Gog y Magog (una civilización de referencia)», «Del phalo al omphalós (una perversa plantilla psíquica)» y «El tiempo de los bravos» (la aplazada re-evolución masculina).

Espero que su lectura aclare muchos ítems a tener en cuenta, tanto en los análisis de cada situación como en la praxis aplicable para dichas situaciones. Tal vez mi trabajo pueda aportar una cierta claridad en el camino hacia la nueva política, que estos tiempos turbulentos nos reclaman.

PARTE I

REINOS DE GOG Y MAGOG

Una civilización de referencia