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Para todos los bibliotecarios.

Ustedes son los magos.

Ustedes abren las puertas

a un vasto número de mundos.

Príncipe Fred

¿Conoces la leyenda?

Existe una leyenda acerca de otro mundo. Un mundo mágico y asombroso donde los carruajes se mueven sin caballos y existen máquinas aladas que vuelan más alto que cualquier pájaro. Un mundo donde toda la información de todas las bibliotecas cabe en la palma de tu mano, y donde la luz de mil velas se puede encender accionando un solo interruptor.

Un mundo conocido como Tirra.

Según la leyenda, una puerta separa mi mundo de Tirra. Una puerta miniatura de madera, que tiene la mitad de la altura de una puerta normal.

Pero si intentas abrirla, se rehúsa a moverse. Adelante, inténtalo otra vez. No cambiará absolutamente nada. Porque, verás, esta diminuta y peculiar puerta solo puede ser abierta por alguien del otro lado. Alguien de Tirra.

A lo largo de los años, hubo incontables intentos de abrirla. Los hombres más fornidos del reino tiraron de ella con todas sus fuerzas. Los hechiceros más poderosos le lanzaron sus conjuros más potentes.

Nada funcionó, jamás.

La puerta ha estado cerrada desde que cualquiera tiene memoria. Trabada. Un misterio.

Hasta el día en que una chica llamada Kara la abrió y cambió mi vida para siempre.

Kara

Esto va a ser épico.

Al menos esa es la opinión de Marcy. Está junto a mí en el autobús, dando saltitos con tanto entusiasmo que hace que todo el asiento se sacuda.

–¡Épico, épico, épico! –dice con un chillido.

Hoy, nuestra clase de Lengua se dirige
hacia un restaurante temático de estilo
fantástico en el centro. Legendtopia. Nunca antes he ido. Para ser honesta, la fantasía no es lo mío. Marcy, en cambio… Siempre está leyendo libros que tienen duendes
y unicornios en la tapa. Su última fiesta de cumpleaños fue de Hobbits. Se pasó toda la tarde usando pies peludos falsos.

Durante la última semana, nuestra clase ha estado estudiando folclore y mitos antiguos. La lección tenía algo que ver con cruzadas heroicas y criaturas mágicas. Como dije, no me apasiona mucho la fantasía, así que me desconecté hasta que la señora Olyphant dijo algo que captó totalmente mi atención:

Excursión.

Puede que no me interese mucho el tema, pero cualquier cosa es mejor que estar sentada en clase.

–Les he estado rogando a mis padres que me lleven a Legendtopia desde… ¡siempre! –Marcy sonríe abiertamente, con la boca llena de brackets–. Pero, por alguna razón, nunca hemos ido.

–Probablemente porque es patético –dice Trevor Fitzgerald desde el asiento que está delante de nosotras.

Marcy deja de dar saltitos y le lanza una mirada asesina.

–¿Cómo lo sabes?

–Fui el verano pasado –dice Trevor–.

Súper decepcionante.

Pero Marcy no quiere escucharlo.

–Me dijeron que hay un dragón. Y ogros que hablan de verdad –se vuelve hacia mí–. Apóyame, Kara. Tú estás entusiasmada, ¿no?

Vacilo antes de responder.

–Me entusiasma no almorzar en el comedor de la escuela.

Y decir que me entusiasma es quedarme corta. Ayer mis papas fritas venían con una guarnición de moho.

Pero mi comentario no demuestra demasiado apoyo a Marcy. Y su entusiasmo se desvanece mientras se hunde en su asiento con los brazos cruzados.

Aunque Marcy puede volverse un poco loca con todo eso de la fantasía, no me gusta verla desilusionada. Nos conocimos en el primer curso. Nuestra clase de danza presentaba el espectáculo anual Blancanieves y los siete renos. Ella interpretaba a una ardilla y yo a un arbusto danzante. Hemos sido amigas desde entonces.

Apoyo mi mano sobre su hombro.

–¿Así que Legendtopia tiene un dragón?

Marcy asiente con la cabeza.

–¿Y ogros?

Asiente nuevamente.

–Que hablan.

–A mí me suena bastante épico.

Marcy sonríe nuevamente.

–Eso es justamente a lo que me refiero.

Y así como así, comienza nuevamente a dar saltitos.

Mientras el autobús avanza traqueteando por la ciudad, yo miro por la ventana mientras le doy vueltas a mi collar de búho. Es una costumbre. Algunas personas se comen las uñas o se muerden el cabello. Yo tengo mi collar. El pequeño búho plateado cuelga de su cadena. La luz del sol traza los bordes de su pico puntiagudo y los círculos perfectos de sus ojos.

Fue un regalo de mi papá. Lo último que me regaló.

El búho se me escapa de las manos cuando el autobús se sacude al doblar una esquina. De pronto, Legendtopia aparece en la ventanilla. Y te aseguro que es imposible no verlo. Se supone que tiene la apariencia de un antiguo castillo europeo. Salvo que dudo que muchos castillos europeos se encuentren en centros comerciales, metidos entre un banco y una tienda llamada Los Espectaculares Electrónicos del Loco Earl.

Todos bajamos del autobús y seguimos a la señora Olyphant hacia el restaurante. Torreones de piedra falsa se ciernen torcidos sobre el estacionamiento. La puerta, de hecho, es un pequeño puente levadizo que cruza un estanque con peces dorados.

Al entrar, una armadura nos da la bienvenida. Me sobresalto cuando extiende su brazo y comienza a hablar.

–Brrrmnnnds elenntpia dnne lslnnss ssassn rrrllddad.

–¿Disculpe? –dice la señora Olyphant.

La persona que está dentro de la armadura alza un guante chirriante y se levanta la visera. Dentro del casco hay un adolescente cubierto de granos, que repite lo que había dicho, pero esta vez sus palabras son más claras…

–Bienvenidos a Legendtopia, donde las leyendas se hacen realidad.

El chico nos guía hacia el interior del restaurante. Es difícil oír lo que dice… por encima del ruido de su armadura.

–Seguidme, damas y caballeros de la corte, hacia otro
mundo –¡CLANC! ¡ÑIIIC!–. Un mundo de ensueño
–¡PUM!–. Y misterio –¡CLAAAAC!–. Donde la fantasía os rodea –¡CLONC! ¡CRAC!–. Vuestras mesas están
por aquí.

Seguimos al caballero a través de un arco revestido de enredaderas de plástico polvorientas. Mientras avanzamos, pasamos un letrero que dice:

 

PRECAUCIÓN
CRUCE DE OGROS

 

Marcy le da un codazo a Trevor.

–¿Ves? Te dije que había ogros.

–Uhhh, estoy taaan asustado.

–Solo espera –dice Marcy–. No querrás meterte con los ogros.

La discusión se detiene abruptamente cuando una puerta oculta se abre con un chirrido y aparece un ogro. Hasta Marcy tendría que admitir que no es exactamente aterrador. No con alambres saliéndole de las orejas y el relleno que se le asoma por las costuras rasgadas.

Pero Marcy al menos tenía razón en una cosa. El ogro habla.

O algo así.

–¡GRRR! ¡VOY A COMERME SUS HUESOS! –gruñe el ogro.

Su voz electrónica está tan distorsionada, que suena más como una tostadora descompuesta.

Seguimos avanzando. Marcy lanza una mirada decepcionada por encima de su hombro.

–¿Qué clase de ogro era ese?

–¡Patético! –dice Trevor y sonríe triunfante–. Te lo dije.

–No importa –tomo a Marcy del brazo y la alejo de Trevor–. No lo escuches.

–Un poco de razón tiene –refunfuña Marcy.

–Sí, bueno… apuesto a que el resto de Legendtopia será mejor.

Pero al echar un vistazo a mi alrededor, no estoy tan segura. Todo se ve completamente falso. El trono real es de plástico. El unicornio es un caballo de peluche con un cuerno pegado en la cabeza con cinta adhesiva.

Legendtopia sí que es épico.

Un desastre épico.

Pero Marcy todavía no ha perdido del todo la esperanza y se reanima cuando un feroz rugido resuena por el pasillo.

Más adelante, el caballero se detiene ruidosamente.

–¿Qué es eso que oigo? Suena como… ¡el dragón!

Marcy me lanza una sonrisa entusiasmada.

–Sabía que habría un dragón.

Ambas nos estremecemos con el sonido de otro rugido y el salón comienza a llenarse de humo. La expectativa de lo desconocido pesa en el aire, creando una atmósfera de peligroso encantamiento. Esto debe ser lo que a Marcy le gusta de los mitos antiguos y los cuentos fantásticos. La sensación de que la magia es real. De que todo es posible.

Una silueta oscura aparece entre el humo. Aunque sé que es falso, mi corazón se acelera levemente y sujeto un poco más fuerte el codo de Marcy. La silueta oscura se aproxima más y más, moviéndose como una serpiente a través de la neblina, hasta que, finalmente, lo vemos…

Y no se parece en nada a un dragón.

Parece, más bien, una gallina gigante.

Marcy golpea el suelo con el pie.

–Eso no es un dragón.

La única persona del grupo que parece tenerle miedo a la enorme gallina morada es el caballero lleno de granos, que desenvaina su espada de plástico y la agita por el aire.

–¡Rápido, huyamos de este lugar! –¡ÑÑÑIIICCC! ¡PLOINC!–. ¡Antes de que el dragón nos devore a todos!

–Sí, escapemos de la aterradora marioneta en forma de gallina –se burla Trevor, mientras nos alejamos arrastrando los pies.

Por el bien de Marcy, espero que el espectáculo mejore una vez que lleguemos a nuestra larga mesa de madera. Pero la suerte no está de nuestro lado. En cuanto nos sentamos, una señora con un sombrero puntiagudo y una túnica se abre paso hacia nosotros.

–¡Tened vosotros muy buenos días! –proclama–. ¡Mi nombre es Gerlaxia y soy la bruja más mágica de la región! ¡Y hoy seré su camarera!

Su sombrero está manchado con mostaza y por debajo de su túnica se asoman zapatos deportivos.

–¡Preparaos para una demostración de formidable hechicería y fascinante encantamiento! Pero primero, dejadme buscar la carta.

Gerlaxia hace una pirueta con las manos y un montón de menús caen desde el interior de su manga.

–Ups –murmura la bruja.

Después de levantarlos, comienza a caminar alrededor de la mesa mientras toma pedidos de bebidas. Yo soy la última a la que se acerca. Cuando se inclina hacia mí, el ala de su sombrero puntiagudo se engancha en mi collar de búho, y cuando gira para marcharse, la cadena se rompe y el collar se suelta de mi cuello quedando atascado en su sombrero.

Gerlaxia se aleja pavoneándose, sin saber que se lleva mi búho plateado con ella.

–¡Mi collar! –exclamo con la voz llena de pánico.

Intento levantarme de la mesa, pero estoy atrapada. Al perder de vista a la bruja falsa, siento como si acabara de perder el último trocito de mi papá que me quedaba.

–Estoy segura de que regresará enseguida –dice Marcy.

–¡¿Pero y si se le cae?! –giro hacia un lado, pero sigo sin poder salir de mi asiento–. ¡Tengo que recuperarlo!

Marcy adopta una expresión grave.

–Entonces, sabes lo que tienes que hacer, ¿no es así? –las luces de Legendtopia brillan en sus ojos–. ¡Tienes que rescatar tu collar de la bruja malvada! ¡Es como una expedición épica!

Marcy me ayuda a apartar nuestro banco de la mesa. Y esta vez, entre las dos, logramos empujarlo lo suficiente para que yo pueda salir trepando.

–¡Que triunfes en tu expedición! –me grita Marcy mientras me alejo.

Paso a toda velocidad junto a otro ogro robótico (este lleva puesta una camiseta XXL que dice
LO PASÉ LEGENDARIAMENTE BIEN EN
LEGENDTOPIA
). Entonces vislumbro una túnica
morada y un sombrero haciendo juego. La camarera cruza una puerta que dice SOLO EMPLEADOS
MÁGICOS
. Me apresuro a seguirla, pero un duende custodia la puerta. Y cuando digo “duende”, me refiero a un chico con orejas puntiagudas falsas.

–No puedes entrar ahí –dice el duende con tono de aburrimiento.

–Solo necesito pedirle algo a la camarera –le explico–. Entró hace como dos segundos. ¿La bruja? ¿Recuerdas?

El duende señala el letrero.

–Lo siento. Solo empleados mágicos.

Cierro los puños. Gerlaxia se está escapando. Con mi collar.

De pronto, la puerta se abre y aparece el caballero. Se vuelve hacia el duende y dice:

–Una señora acaba de derramar nachos sobre el unicornio. El encargado quiere que lo limpies.

No escucho el resto de la conversación, porque mientras la puerta se está cerrando, entro a hurtadillas. Al parecer, me encuentro en una especie de área detrás de escena. Hay estantes con disfraces y pelucas, una pila de enredaderas falsas y hadas de papel maché que cuelgan del techo sostenidas por tanzas.

Corro hacia la siguiente habitación. La cocina. Agazapada, avanzo rápidamente entre sartenes que chisporrotean y hornos humeantes. La puerta que está detrás de mí se abre y el duende y el caballero entran a la cocina a los tropezones.

Corro a esconderme detrás de una gigantesca caja plateada. En la puerta tiene un letrero que dice:

 

CÁMARA FRIGORÍFICA
AVERIADA

 

Es, sin duda, el refrigerador más grande que he visto en mi vida. Lo suficientemente grande como para esconderme adentro. Tiro de la puerta y me meto sigilosamente por la apertura. El interior se parece a un gran ropero metálico, con estantes vacíos y restos de comida vieja dispersos por todas partes. Supongo que ha estado desconectado mucho tiempo, porque no está ni un poco frío.

Y otra cosa que noto acerca de este refrigerador: huele a verdura podrida.

Puaj.

Pero parece que tendré que aguantar el olor. Al menos lo suficiente como para evitar que el duende y el caballero me encuentren.

Termino de cerrar la puerta y todo se vuelve negro como boca de lobo.

En la oscuridad, el collar de búho se me viene a la mente. Los grandes ojos plateados y el pequeño pico puntiagudo. Recuerdo la noche en que papá me lo dio. Tenía ocho años. En ese momento, me resultó extraño que me hiciera un regalo. No era mi cumpleaños, ni Navidad, ni ninguna otra ocasión especial. Cuando le dije eso mismo, me quitó el collar.

–Quizás tengas razón –dijo. Su acento hacía que las palabras resultaran casi musicales. Cada frase sonaba como si en cualquier momento fuera a convertirse en un tango–. Probablemente debería esperar.

Fingió que se guardaba el collar en el bolsillo otra vez.

–¡Noooo! –chillé mientras me estiraba para alcanzarlo.

Papá sonrió. Tenía la clase de sonrisa que hacía que todas las luces de la habitación brillaran con más intensidad.

–Está bien, hija. ¿Por qué no te lo pruebas?

Mientras me ayudaba a abrocharme el collar alrededor del cuello, pude oler una mezcla de aceite y cables chamuscados. Mi papá era electricista. Cuando volvía a casa después del trabajo, a veces dejaba su caja de herramientas en el suelo de la sala y montaba un espectáculo para la familia. Con una vuelta de su destornillador, podía hacer que una placa de circuito zumbara una canción de Frank Sinatra. O podía hacer que unos imanes flotaran e hicieran piruetas sobre la alfombra. Al unir dos cables, creaba chispas que convertían nuestra mesita en un diminuto espectáculo de fuegos artificiales del día de la independencia.

Los shows solían durar hasta la hora de acostarse o hasta que el sillón se prendiera fuego. Lo que sucediera primero.

Pero la noche que papá me dio el collar, su caja de herramientas no estaba y no hubo trucos. Solo el pequeño búho de plata que colgaba de su cadena.

–Es hermoso –dije.

–Tú también, hija –papá sonrió. Las luces brillaron con tanta intensidad que pensé que iban a explotar–. Si tienes este collar siempre contigo, te acercará más a mí.

No lo sabía en ese momento, pero fue la última vez que lo vería. Al día siguiente, papá se fue a trabajar. Y nunca regresó.

Eso fue hace más de tres años. He usado el collar de búho desde entonces. Hay momentos en los que casi puedo sentir que las pequeñas alas de metal se agitan contra mi piel. Cuando lo aprieto con fuerza e imagino que mi papá todavía está conmigo.

Y ahora ese collar podría estar en cualquier parte. Puede haber caído dentro de la sopa de alguien o haberse enganchado en el cuerno de un unicornio. Puede haber sido arrojado a la basura por accidente o pateado bajo un retrete en el baño.

Puede haber desaparecido para siempre.

No puedo dejar que eso suceda. Tengo que salir de este refrigerador.

Cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad, noto una luz.

Un resplandor débil y parpadeante que proviene del fondo del refrigerador.

Quizás es otra salida.

Comienzo a avanzar lentamente en esa dirección. Al
apartar una caja de cartón llena de limones enmohecidos, veo que la luz brilla con más intensidad. Tengo que agacharme para pasar por debajo de un estante, como si estuviera entrando en una cueva.

De pronto, un escalofrío hace que me pique la piel. Cuando entré al refrigerador, todo estaba hecho de acero. Pero ahora, las paredes de este estrecho sector parecen ser de… ladrillo.

Más adelante, descubro de dónde proviene la luz. Casi no puedo creer lo que estoy viendo. Antorchas llameantes. En la pared de ladrillo. Y en medio de las antorchas hay…

Una puerta.

Una puerta miniatura de madera.

Me surgen muchas preguntas. ¿Hacia dónde conduce este túnel? ¿Qué hay detrás de esa puerta? ¿Y qué tan grande es esta cámara frigorífica en realidad?

Avanzo lentamente hasta sentir el calor de las antorchas. El fuego parpadea y chisporrotea y mi sombra baila sobre la pared de ladrillos.

La puerta está justo frente a mí. Las antorchas sisean y murmuran, casi parece que susurraran. Adelante. Gira el pomo.

Así que eso hago.

La pequeña puerta se abre con un chirrido.

Me agacho y entro.

Príncipe Fred

Permíteme presentarme apropiadamente.

Mi nombre es Frederick Alexander Siegfried Maria Throston XIV.

Príncipe del Reino y Heredero al Trono de Heldstone.

Pero si prefieres, puedes llamarme simplemente Príncipe Frederick XIV.

Y por favor, debo insistir, no me llames Príncipe Fred.

El día comienza como cualquier otro. Por la mañana, mis múltiples sirvientes me ayudan a vestirme. Me introducen en mis calzas, me abrochan el chaleco y le hacen moños a mis zapatillas de seda. A esto le sigue una hora de acicalamiento. Me depilan cuidadosamente la cejas, me liman las uñas y me arreglan el cabello.

No es fácil verse tan majestuoso y apuesto como yo.

Después de despedir a mis sirvientes, me quedo solo por un momento, de pie junto a la ventana de mi alcoba. Aparto las cortinas de terciopelo y contemplo el Bosque Encantado. Vasto y verde. Por la noche, los árboles bailan unos con otros, como invitados en un salón de baile.

Hacia el este, las primitivas moradas hechas de barro de Grok, donde miles de trols tienen sus viviendas. Hacia el oeste, Valpathia, la ciudad capital de Heldstone. La luz del sol se refleja sobre los imponentes monumentos y las grandes casas.

Heldstone rebosa de actividad. Un carruaje pasa traqueteando junto a una familia de brujas que venden pociones falsas a la vera del camino. Una madre dragón cruza el cielo, seguida por tres dragones bebés que todavía están aprendiendo a volar. Más abajo, una hilera de caballeros regresan de una batalla. Los mercaderes transportan sus productos en carros de madera. Los duendes discuten con los enanos, vaya uno a saber por qué.

Es verdaderamente un reino maravilloso. Espero con ansias convertirme algún día en su monarca.

El palacio es un hervidero de actividad. Mañana comienza la Gala Lumbrera, la celebración más espléndida de la década. Siete días de desfiles, banquetes y bailes. Todo el mundo está ocupado con las preparaciones. Las lavanderas sacuden las sábanas de seda, los sirvientes desempolvan los invaluables muebles. Pero el personal se dispersa al oír pasos sobre el piso de mármol. Un momento después, veo la causa de su repentina huida.

Le Hechicera.

Aparece cuando da la vuelta a una esquina. Su largo cabello oscuro se funde perfectamente con su largo vestido oscuro. Su piel es blanca como un glaciar y sus labios son del color de la sangre.

Si la Hechicera tiene un nombre, nadie en el palacio lo conoce. Durante años, ha cumplido la función de Bruja Real, la maga más poderosa de todo el reino. Es hermosa. Extrañamente hermosa. Como si sus rasgos hubiesen sido tallados en mármol por los artistas más talentosos.

Tiene un carácter aterrador. Que probablemente sea la razón por la que los sirvientes salieron huyendo al oír sus pasos.

Y otra cosa acerca de la Hechicera: me detesta.

Como Príncipe Real del Reino, no estoy acostumbrado a que no me quieran. Todo el resto del reino parece tenerme bastante cariño. Siempre que salgo a la terraza para lanzar monedas de oro por encima
de las paredes del palacio, la gente vitorea. Siempre que les pido a mis sirvientes su opinión sobre mí, son muy halagadores.

–¿Soy un príncipe honorable? –pregunto.

–Es usted el príncipe de mayor nobleza en la historia del reino –responden invariablemente mis sirvientes.

–Sí, pero ¿soy también valeroso?

–Su coraje no tiene parangón, Su Majestad.

–Quizás estoy comiendo demasiado. Últimamente he notado que me veo un poco… regordete.

–¡Ni siquiera lo piense, Príncipe Frederick! ¡Es usted el muchacho más elegante que haya existido!

¿Ves a lo que me refiero? ¡Todo el mundo me ama!

Excepto la Hechicera.

Tal vez tiene algo que ver con el incidente que tuvo lugar hace algunas semanas. Yo regresaba de una lección vespertina con el Tutor Real, cuando noté que la puerta de la Cámara de Hechicería estaba entreabierta. Nunca la había visto así antes. Por lo general, la Hechicera la mantiene cerrada con llave en todo momento.

Mi curiosidad se encendió como una antorcha. Me aproximé a la gruesa puerta de roble sin hacer ruido y me asomé al interior de la sala.

La Cámara de Hechicería estaba repleta de todo tipo de instrumentos mágicos y objetos extraños. En el otro extremo de la habitación estaba la Hechicera. Estaba de espaldas a mí, agachada en el suelo junto a una burbujeante urna de latón. Frente a ella estaba la puerta.

La puerta miniatura de madera.

La puerta que conduce a Tirra.

La Hechicera metió las manos dentro de la urna y sacó un puñado del líquido burbujeante y humeante. Luego lo untó sobre el diminuto pomo de la puerta.

Me incliné hacia delante. ¿Funcionaría? ¿Podría ser este el profético momento en que la mítica puerta por fin se abriría? ¿Podría la Hechicera finalmente…

¡PUM!

Debo haberme inclinado demasiado porque me resbalé y caí en el interior de la Cámara de Hechicería.

El alboroto hizo que ella se sobresaltara. Golpeó la urna y el tóxico líquido verde se derramó por todas partes y comenzó sisear y a disolver las tablas del piso.

La Hechicera se volvió para mirarme. Su pálido rostro contraído por la furia.

–¿Qué haces en mis aposentos, pequeño gusano consentido? –gritó.

Me apresuré a ponerme de pie y salí rápidamente de allí, corriendo por el pasillo, lo más lejos que pudiera de la Cámara de Hechicería.

Desde entonces, he hecho todo lo posible por evitar a la Hechicera.

Hasta ahora.

Hasta este preciso momento.

La Hechicera está caminando hacia mí. Su vestido flota detrás de ella como una sombra.

Mi corazón late con fuerza dentro de mi pecho. Siento el temor creciente de que me lanzará un maleficio. ¿Y si hace que me salga brócoli de la nariz? ¿O convierte mi cabeza en el trasero de un trol?

Pero nada de eso sucede. En cambio, los hermosos labios de la Hechicera forman una bella sonrisa. Hace una reverencia. Y con tono cortés y respetuoso dice:

–Buenos días, Su Majestad. Se ve magnífico como de costumbre.

Al mismo tiempo, una voz resuena en mis oídos. Una voz que proviene de todas partes y de ningún lugar. La voz de la Hechicera. Sus palabras retumban dentro de mi cabeza.

Tu castigo pronto llegará, pequeño gusano consentido.

Me quedo parado ahí. Estupefacto. No sé exactamente cuánto tiempo transcurre. ¿Un minuto? ¿Una hora? Reacciono recién cuando mis padres aparecen en el salón. Se ven tan elegantes como sus retratos, que están colgados por todo el palacio. Diamantes y rubíes brillan en la corona de mi padre. A su lado, mi madre lleva un vestido violeta de plumas.

–¡Ah, Frederick! ¡Ahí estás! –mi madre me pasa una mano cubierta de joyas por el cabello–. ¿No deberías estar en clase a esta hora?

–¿En clase? –siento como si la Hechicera me hubiese vaciado el cerebro. Me toma un momento recordar qué estaba haciendo antes de mi encuentro con ella–. Los caballeros. Están entrenando en el patio. Esperaba poder acompañarlos.

Mi madre resopla burlonamente.

–¿Por qué querrías hacer semejante cosa?

–Para practicar mi manejo de la espada.

Mi padre frunce el ceño.

–No creo que sea una idea sensata.

–Ni yo tampoco –agrega mi madre.

–¿No? –pregunto con los hombros caídos.

–Eres joven –dice mi padre–. Y las espadas son peligrosas.

–No podemos correr el riesgo de que nuestro único hijo se lastime –dice mi madre.

Miro primero a mi madre y luego a mi padre de forma suplicante.

–Pero ¿cómo aprenderé?

–Déjales las espadas y los escudos a los caballeros –dice mi padre.

Mi madre me da palmaditas en la cabeza.

–Eres un príncipe. Tu destino es comandar ejércitos. No pelear en ellos. Y ahora apresúrate, que el Tutor Real te está esperando.

No tiene sentido prolongar el debate. Cuando tus padres son el rey y la reina, ellos ganan todas las discusiones.

Entro a los aposentos del Tutor Real. El anciano está sentado de espaldas a mí. Su fino cabello blanco brilla a la luz de las velas.

Está encorvado sobre una mesa de roble llena de nudos y una de sus manos arrugadas está apoyada sobre un pergamino gastado.

Al acercarme, me asomo por encima del hombro del tutor para ver mejor. Parece estar leyendo alguna clase de poema. Está escrito con caligrafía sinuosa en tinta oscura…

 

De una tierra lejana y desconocida vino él.

Un Viajero aseguraba ser.

La gente acudió de todas partes para escuchar

Los fantásticos cuentos del Hechicerista.

 

El poema continúa, pero el hombro del tutor me impide verlo. Doy otro paso y el piso rechina bajo mis pies. El anciano da vuelta el pergamino.

–¡Príncipe Frederick! –el tutor se pone de pie tambaleándose y me mira fijamente con ojos lechosos–. ¡No lo oí entrar!

–¿Qué está leyendo?

–Nada por lo que deba preocuparse, señor –el anciano le da unas palmaditas al pergamino dado vuelta–. Los espías de su padre interceptaron un mensaje que circulaba entre la tribu Thurphenwald.

–El poema habla acerca de un Viajero. ¿Cree que se trata de alguien de Tirra?

El pecho del tutor se expande y se contrae.

–Tirra no es el tema de la lección de hoy.

–Pero está detrás de esa puerta. La puerta miniatura de madera. ¿No es así?

–Eso es lo que dice la leyenda.

–Por favor. Cuénteme más.

El anciano suspira.

–Según la leyenda, Tirra no es cúbica. Es redonda de forma perfecta. Como una canica. Los habitantes de Tirra no pelean con espadas y hachas, sino con…

–¡Palos que lanzan fuego! –digo con entusiasmo.

Ya he oído esta historia muchas veces.

–Correcto.

–¿Y los tubos mágicos?

–Ah, sí. Esos. En lugar de calentarse junto al fuego cuando tienen frío, las personas de Tirra accionan un interruptor que hacer salir aire caliente a través de tubos mágicos. O si giran el interruptor en sentido contrario, el aire se vuelve muy frío.

–¡Quiero ir a Tirra!

El tutor niega con la cabeza.

–Me temo que eso es imposible.

–Pero, ¿y el poema? –digo y señalo el pergamino–. Dice que el Hechicerista…