Bibliografía mínima

David Hume, Essays: Moral, Political and Literary, Liberty Classics, Indianapolis, 1987; David Hume, An Enquiry Concerning Human Understanding and Other Essays, Washington Square Press, Nueva York, 1963; V. C. Chappell, The Phylosophy of David Hume, The Modern Library, Nueva York, 1963; Barry Stroud, Hume, UNAM, México, 1986; A. J. Ayer, Hume, Alianza, Madrid 1988; V. C. Chappell, Hume, University of Notre Dame Press, Notre Dame, 1968; David Fate Norton, The Cambridge Companion to Hume, Cambridge University Press, Nueva York, 1993.

PRESENTACIÓN

David Hume puede ser catalogado como uno de los grandes filósofos modernos. Se le reconoce como el empirista que develó los absurdos contenidos en las doctrinas filosóficas de Descartes, Locke y Berkeley, pero en realidad su pensamiento es mucho más interesante que eso. Responde al más titánico esfuerzo por refutar cuando menos dos de los más caros principios metafísicos de su tiempo: el causal, que afirma que nada puede empezar a existir sin la intervención de una causa, y el que se refiere al orden cósmico, supuestamente surgido de un plan divino. Los dos principios se usaron –y en más de un sentido aún se usan– como fundamento tanto para la religión como para la filosofía y la ciencia, por lo que su refutación implica un profundo cuestionamiento de las tres. De ahí que no sólo se le dé a este insigne filósofo el título de escéptico, sino también la razón por la cual su pensamiento no siempre ha podido ser aceptado por todos con facilidad. No obstante, la influencia de Hume claramente se deja sentir en pensadores de la talla de Immanuel Kant y de Bertrand Russell. Los positivistas lógicos veneraron muchos de sus argumentos antimetafísicos y ponderaron la definición ostensiva, el principio de verificación y la idea de que no hay verdades reveladas sino sólo dos formas de conocimiento: el de las relaciones de ideas (cuya verdad depende de las definiciones involucradas) y el de las cuestiones de hecho (que depende por completo de la experiencia, por lo que no conlleva certeza alguna). Freud hizo suyo el concepto de animismo inaugurado por Hume en su Historia natural de la religión y sin duda se valió de muchas de las ideas humeanas para conformar su teoría del psicoanálisis. Algunas tesis originalmente ofrecidas por Hume fueron asimiladas por los ilustres pensadores de los siglos XIX y XX que conformaron los cimientos de la filosofía analítica. Muchas de esas tesis aún sirven como fundamento para muchas doctrinas filosóficas en boga, a pesar de que fueron utilizadas por Wittgenstein como blanco de sus más certeros ataques.

El pensamiento filosófico de Hume se mantiene vivo en nuestros días fundamentalmente por su Tratado de la naturaleza humana, obra de juventud que originalmente se publicó de manera anónima y que se compone de tres libros: “Del entendimiento”, “De las pasiones” y “De la moral”. La obra original llevaba como subtítulo “Un esfuerzo por introducir el método de razonamiento experimental en los asuntos morales”. Hume se consideró a sí mismo un filósofo moral por lo que hay quienes dicen que escribió primero “De la moral” aunque fue el último libro de su Tratado.1 Pero por moral en los tiempos de Hume se entendía todo aquello que tuviera que ver con la conducta humana y esto abarca su psicología, sus formas de razonar, su vida social, su historia, su política, su lenguaje, etc. En este sentido, es un tanto irrelevante especular cuál de los libros se escribió primero. Lo que sí sabemos es que los dos primeros se publicaron juntos en enero de 1739 y el último apareció un año después.

Hume, como él mismo lo narra en la carta que según la edición de Ernest C. Mossner 2 le escribe al Dr. John Arbuthnot, concibió las ideas que guían su Tratado cuando apenas tenía 18 años; y aunque llegó a pensar que este libro “salió muerto de la imprenta”, el caso es que nunca renunció a la tesis que allí expuso, por lo que su pensamiento y, por ende, el resto de su muy vasta obra, quedaron para siempre enmarcados en los mismos polémicos principios que sustentó en el Tratado.

La idea central de su Tratado fue la construcción de los cimientos de lo que concibió como “la ciencia del hombre”. Supuso que todo lo que se podía decir sobre Dios, el mundo, la vida, iniciaba y terminaba en el hombre mismo, por lo que nada podía escapar a los intereses, miedos, deseos, pasiones de los mismos humanos que construían los moldes que enmarcaban sus propias creencias. Sólo una mente alerta y dispuesta a experimentar y comparar lo nuevo o diferente podía ser capaz de aprender a mirar los rígidos moldes que por hábito asimilaba de su propia sociedad con ojos más críticos. Pero esto implicaba conocer diferentes culturas y costumbres, apreciar sus semejanzas y diferencias, viajar, leer mucha literatura e historia y observarlo todo con sumo detalle.

“Le bon David”, como lo apodaban sus más cercanos amigos, fue un hombre generoso, perspicaz, sensato, risueño, bromista, que disfrutaba comer y beber, jugar a las cartas, alabar la belleza de las mujeres y, sobre todo, apreciar su inteligencia. Su obra, en concordancia con su carácter, es alegre, elegante y certera. Su prosa es intachable. Muchos aún lo consideran como uno de los más destacados escritores ingleses. Por su vastísima cultura e intereses escribió sobre infinidad de temas y en su tiempo fue plenamente reconocido como filósofo, historiador y ensayista. Pero muchos de sus escritos tienen un claro tono antirreligioso y anticlerical. Esto, en una época profundamente religiosa, generó un gran malestar y cuando su público adverso supo de la enfermedad que finalmente le quitó la vida, no faltaron comentarios mordaces y crueles expectativas en torno a cómo serían los últimos días de un ateo confeso. Como una elegante respuesta a las especulaciones en torno a su esperado deceso, Hume escribió, cuatro meses antes de morir, la pequeña autobiografía que lleva por título De mi propia vida, que ahora presentamos en este volumen. Hume le pidió a su amigo y colega Adam Smith que se hiciera cargo de sus manuscritos y le escribió el 3 de mayo de 1776 la siguiente carta:


Encontrarás entre mis papeles una inofensiva pieza llamada De mi propia vida, que compuse unos días antes de dejar Edimburgo, cuando pensé, al igual que todos mis amigos, que mi vida ya no tenía esperanzas. No debe haber objeciones de que esta pequeña pieza pueda ser enviada a los señores Strahan y Cadell y a los propietarios de mis otros trabajos para que sea incluida en cualquier edición futura de ellos.3