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COLECCIÓN POPULAR

741

ALLEGRO

ARIEL DORFMAN

Allegro

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, Stella Maris, 2015
Primera edición, FCE, 2019
[Primera edición el libro electrónico, 2020]

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ÍNDICE

Preludio. Obertura

PRIMERA PARTE
Londres 1765

I. Allegro ma non troppo

II. Adagio

SEGUNDA PARTE
París 1778

III. Andante

IV. Minueto y finale

Epílogo. Réquiem y fuga

Agradecimientos con molto brio

Para Angélica, música de mi vida…
Y para Eric, nuestra canción…

Nota del autor: En Allegro las múltiples ofrendas musicales, fechas, acontecimientos y personajes (salvo una que otra referencia y aparición menores) son fehacientemente reales, pudiéndose consultar su existencia en el registro histórico. Todo lo demás en este divertimento es inventado, una invención, diríase, a dos y tres y muchas voces.

PRELUDIO
Obertura

LEIPZIG, 22 de abril de 1789

Vine a Leipzig en busca de algo que me salvara, un signo, una señal; así de perdido estaba.

¿Qué signo, qué señal? Un rastro que dejó tras de sí un compositor muerto, tal vez un mensaje desde el más allá. Pero ¿por qué había de mandármelo, si él nunca supo de mi existencia, si yo ni siquiera había nacido cuando falleció él en esta misma ciudad?

A nadie podía comunicarle una empresa tan descabellada. Especialmente imposible explicárselo a mi Constanze, que lo hubiera tomado como evidencia adicional de otro de mis desatinos, acosado como estaba por las deudas y por una melancolía que no cejaba. El rey Federico me aguarda en Potsdam —le dije—, promete un puesto que habrá de resolver todos nuestros problemas, se lo juré a mi mujercita aunque nada de aquello era cierto. Una estratagema para que a ella le pareciera natural que me detuviera en Leipzig, una ciudad que se hallaba de camino a Potsdam, y donde ofrecería un concierto, a ver si recomponía nuestras arcas vacías y, con suerte, le llevaba algunas escuálidas monedas de vuelta a Viena. Imposible contarle a mi dulce y afable Constanze que yo visitaba esta ciudad con la esperanza de que Dios me enviara un susurro, alguna revelación.

Nada. Abandono Leipzig mañana sin haber desvelado siquiera un indicio, una huella, un sonido.

Y ahora, justo antes de mi partida, retorno de nuevo a este cementerio, por tercera vez en tres días vuelvo a pararme frente a la sepultura donde yace Johann Sebastian Bach, seis pasos al sur contando desde la esquina de la iglesia de San Juan, eso me dijeron, puesto que no hay ni una losa, ni una mención, simplemente un bien aseado pedacito de tierra. Fue hace casi cuarenta años que el gran Bach vio por última vez la luz, vio esa última luz y la perdió, lo cegaron dos veces en dos operaciones, y entonces, y entonces… Entonces, ¿qué? ¿Qué pasó?

De los tres hombres que sabían la respuesta, que creían saberla, ni uno está vivo hoy. Sólo permanezco yo, sólo yo tengo un atisbo, una posible conjetura, de la puerta que se abrió —¿o acaso se cerró para siempre?— en aquella habitación donde ese inmenso compositor recibió la santa comunión en su lecho de muerte, sólo yo quedo como testigo de que algo especial sucedió, un crimen o una absolución, heme aquí todavía, tratando de descubrir la verdad y separar la falsedad de sus ilusiones, solo sobrevive apenas este superviviente de treinta y cuatro años que contempla una fosa silenciosa, este hombre desorientado que recuerda hoy al niño que empezó hace tantos años el viaje que condujo hasta esta ciudad, esta desesperación.

El niño que ya no soy, que nunca más seré.

PRIMERA PARTE
LONDRES 1765