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© 2018 John Ospina Nieto MD

@ 2018, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-958-56808-8-3

Impresión en Colombia_Octubre 2018

Coordinador editorial: Mauricio Duque Molano.

Diseño de cubierta: paréntesis dc.com

Fotografía de portada: sp.depositphotos.com

Nomos impresores

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado - impresión, fotocopía, etc. -, sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.

Diseño epub:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

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“Todo me cae mal”

El libro que le permite entender el poder del equilibrio nutricional, emocional, espiritual y del estilo de vida para mejorar los síntomas digestivos

John Ospina Nieto, M.D

Cirujano gastrointestinal y endoscopista digestivo
Miembro de la Organización mundial de gastroenterología

A María Eugenia mi esposa
A Juan Diego y Gabriela mis hijos
Porque no necesitan un porqué
Simplemente por existir

Contenido

Prólogo

Introducción a todo me cae mal

El problema

Un libro para todos

El concepto de rehabilitación gastrointestinal

El secreto de la eterna juventud

Autoevaluación

No todo lo que brilla es oro… No todo lo que duele es colon irritable o gastritis

Cuatro pilares de evaluación y tratamiento

Escucha la naturaleza

Síndrome de respuesta irritativa intestinal

Grandes mitos nutricionales

- La pirámide nutricional

-¿La leche de vaca es buena ?

-¿Consumir mucha proteína animal es bueno para el organismo ?

-¿El agua es para los peces ?

-¿Gluten la base de nuestra alimentación ?

-¿Los endulzantes artificiales son seguros ?

-¿Las dietas de restricción son buenas ?

Ser feliz, eliminar el estrés y mejorar su calidad de vida

Microbiota y sobrecrecimeinto bacteriano conceptos para tener en cuenta

Nutrición de desintoxicación

Alimentos saludables

El proyecto Libratus

Desintoxicar la mente y el espíritu

Equilibrio la fórmula perfecta

Recomendaciones finales

Apéndice

Ejercicios para analizar su vida y vivir mejor

Referencias

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Al publicar, hace un año, la primera edición de este libro que invitaba a la meditación acerca de nuestro estilo de vida, de nuestra práctica nutricional y de la manera como vemos y vivimos la vida, buscaba la reflexión de algunos de mis pacientes para plasmar un legado que les ayudara a cuidar lo más preciado que tenemos: nosotros mismos. Resultaba paradójico en ese entonces tener que recordar con insistencia que el ser humano es único e irrepetible, pero, además, un complejo multidimensional en lo físico, lo emocional, lo mental, lo social y lo espiritual; que además es dinámico, pues evoluciona cambiando sus metas y necesidades a lo largo de su vida; y que se relaciona, no solo con su propia intimidad, sino con la de los demás, con la naturaleza y con el entorno, es decir, resultaba paradójico en ese momento, como lo resulta hoy escribir acerca de algo que se asume como evidente para todos. Pero parecería finalmente que no lo es.

La invitación era a un ejercicio real y honesto para vivir en Equilibrio y cambiar el “modo sobrevivir”, en el que casi todos se encuentran, por un “modo vivir”, que se ajusta al verdadero sentido de nuestra existencia; a pesar de que como mencioné era una simple invitación, el resultado no solo fue el esperado. Resultó ser mejor, pues no alcancé a imaginar el gran efecto logrado en mis pacientes y en muchas otras personas que asistieron a los ciclos de conferencias, reuniones y debates generados, y otros miles que leyeron el libro, que, como decían muchos de ellos, se había convertido en “un manual para vivir”. Hoy, un año después de haberse publicado y agotado con éxito la totalidad de los ejemplares, he decidido publicar esta segunda edición, con algunas modificaciones y algunos capítulos más.

Es para mí un verdadero orgullo presentar este nuevo libro que se introduce en las raíces del primero y que explica su origen (El Proyecto Libratus), que no es otro diferente al de llevar una vida saludable y equilibrada de la mano de un ejercicio profesional responsable e integral que se aleja de la consulta cotidiana y convencional, y que entiende al ser humano como un todo que debe estar en balance y Equilibrio. Al respecto, debo mencionar que hace cientos de años el gran Voltaire escribió acerca de la medicina diciendo que “Los doctores son hombres que prescriben medicinas que conocen poco, curan enfermedades que conocen menos, a seres humanos de los que no saben nada”, lapidaria frase que desafortunadamente en muchas oportunidades puede resultar cierta. Mi práctica profesional resulta un poco diferente, y se basa en la necesidad de que el médico sea una persona que prescribe medicamentos que conoce bien, para ayudar a aliviar enfermedades que entiende (mientras las personas encuentran su Equilibrio), en seres humanos de los que sabe mucho. Esta resulta ser la base del análisis individual de cada una de las personas que me consulta, y que al final me permitió entender y comprender el escenario colectivo y desafortunado en el que vivimos.

Existe una frase atribuida a Albert Einstein que dice: “Si buscas resultados diferentes no hagas siempre lo mismo”. Pues bien, qué mejor cierre a este prólogo que la invitación a vivir de una manera diferente, eso sí, partiendo de un nuevo y mejor estilo de vida.

INTRODUCCIÓN A TODO ME CAE MAL

Con una frecuencia casi increíble, a mi consulta asisten miles de pacientes con una queja en común, y es la queja que titula este libro: doctor, “Todo me cae mal”. La gran mayoría de los pacientes han sido valorados por muchos médicos generales y de diferentes especialidades, como gastroenterólogos, ginecólogos, urólogos, especialistas en medicina alternativa, etc., sin haber logrado encontrar remedio para su padecimiento. Además, la gran mayoría también asegura sufrir de “colon irritable”, explicación generalizada para una serie de síntomas gastrointestinales que el paciente padece y que, con relativa facilidad, el médico “dispara” contra quien le consulta. Pues bien, esa consulta tan frecuente y ese diagnóstico tan repetitivo fueron unas de las musas para escribir este libro; esos miles de pacientes que me han visitado y de los cuales muchos gozan hoy, gracias a Dios, de una salud digestiva, y, en general, se encuentran con un bienestar superior a cuando me consultaron, fueron también la inspiración para escribir mi experiencia al enfrentar este mal llamado “síndrome de colon irritable” y ese frecuente motivo de consulta de “Todo me cae mal”.

Mi equipo de trabajo, que involucra médicos alópatas, nutricionistas, especialistas en medicina alternativa, especialistas en gastroenterología, pediatras, cirujanos gastrointestinales y especialistas en endoscopia digestiva, ha tenido la magnífica oportunidad de visitar muchos lugares e intercambiar opiniones y experiencias con diferentes culturas, distintas personas y múltiples tipos de patologías y de enfoques terapéuticos. La vida y su trasegar nos ha colocado frente a frente con muchísimos pacientes que, paradójicamente, tienen un común denominador: síntomas gastrointestinales leves, moderados y severos; enfermedades digestivas de todas las características (algunas muy frecuentes, o comunes en todas las latitudes y otras no tanto), pero todas afectana los pacientes, sus familias, su trabajo y su entorno.

Millones de pacientes en el mundo consultan día a día por lo mismo: “Todo me cae mal”. Su abdomen está distendido, el reflujo no los deja dormir, los gases son frecuentes e incómodos, el dolor es persistente, la deposición es muy dura o muy suelta, la ropa no les queda en las tardes, etc. Su calidad de vida, inclusive su vida familiar, sexual y conyugal, se han visto afectadas, y han tratado, por diferentes métodos y con diferentes medicamentos, de encontrarle alivio a este problema; incluso, muchos de ellos visitan de manera repetida salas de urgencias y consultas prioritarias de sus servicios de salud, buscando remedio para sus síntomas, por cierto, poco controlados con la ingesta de muchos medicamentos formulados, en ocasiones, por quienes quizás no entienden de manera adecuada la raíz del problema.

Toda esta experiencia acumulada de años de trabajo, de miles de exploraciones gastrointestinales y de valoraciones clínicas, y, sobre todo, de una cantidad incontable de horas de conversación con personas de todos los niveles socioculturales, de distintas religiones, de diferentes edades, sexos, y creencias, que padecen patología gastrointestinal de todo tipo, nos han permitido acercarnos un poco más a la respuesta a esta pregunta: “¿Por qué todo me cae mal?”

Pues bien, entrando en materia, y sin querer recurrir a ese famoso adagio popular “mal de muchos consuelo de tontos”, iniciemos por contextualizar el problema. Permítame entonces decirle que si usted es uno de esos pacientes que sufre de los síntomas que acabé de describir, o de otros similares, no está solo; por el contrario, usted hace parte de ese casi 60% de consultas diarias en los servicios ambulatorios y de urgencias de muchas unidades de salud y especialistas del mundo que tratan enfermedades digestivas.

Como ya mencioné, mi especialidad me ha permitido encontrarme cara a cara con el mundo, visitar, estudiar y aprender de muchos grandes especialistas, maestros y profesionales; debo resaltar que, en algunos de esos viajes, mi profesión me llevó al Lejano Oriente: primero a Japón, posteriormente a la India, ambos países muy ricos cultural y científicamente y, sin lugar a dudas, dos países que ameritan un reconocimiento especial, además de que le despiertan el deseo de regresar en alguna oportunidad. Este último país, la India, es un lugar maravilloso, misterioso y lleno de contrastes económicos, políticos y religiosos, pero un país con una impresionante capacidad de enseñar, un país que a usted lo despierta y lo invita a la reflexión.

Un país en donde la medicina ayurvédica es la base de la atención en salud. Para quienes no han escuchado sobre esto, quiero explicar que Ayurveda, cuya traducción literal significa “la ciencia o el conocimiento de la vida”, es el sistema médico tradicional de la India. Su origen nos remite a una época entre 5000 y 10 000 años atrás, y es ampliamente considerada como la forma más antigua de sanación en el mundo. Se entiende, según la mayoría de los eruditos, que el conocimiento de Ayurveda, por fuera de la India, influyó en el antiguo sistema chino de medicina, así como en la medicina Unami y en la medicina Humoral practicada por Hipócrates en Grecia. Por esta razón, a Ayurveda se le conoce a menudo como la “madre de todasanación”.

La medicina ayurvédica se basa en el concepto de que la salud es el resultado del proceso natural y final de la vida, en armonía con nuestro entorno, y ese es el concepto que desde años he implementado en mi práctica profesional; de allí que los síntomas serían la expresión normal del cuerpo para alertar de la falta de equilibrio o armonía., Siendo así, el concepto de curación parte de restablecer la armonía entre el yo y el medio ambiente para buscar el equilibrio. En esta medicina, cada persona y su enfermedad se manifiestan de manera individual. El objetivo de esta práctica no busca curar una enfermedad, sino sanar a una persona, principio filosófico con el cual comulgo, y con el cual enfocamos las consultas de nuestros pacientes en medio de un marco combinado donde, por supuesto, la medicina alopática, o tradicional de occidente, se mezcla con los principios filosóficos ayurvédicos y la práctica médica oriental.

Este enfoque de la vida, por cierto bastante interesante y con un principio filosófico no muy lejano a la realidad, sostiene, entre otras grandes ideas, que todas las enfermedades parten del tracto digestivo, escenario bastante real y no alejado de nuestro concepto alopático de la medicina. En este libro usted encontrará muchas analogías, y permítame iniciar con una muy sencilla, que aclara el concepto anterior. Comparemos nuestro organismo y nuestro cuerpo con un carro de la fórmula uno, en el que se invierten millones de dólares cada año en mejorar los motores —que equivaldrían a nuestro corazón—, los filtros —que serían similares a nuestros riñones e hígado, donde se analizan y depuran los combustibles que se colocan en estas máquinas. Imagínese por un momento que a este vehículo de tanta tecnología y de tan alto costo le ponemos el combustible inadecuado, o le agregamos arena, agua u otras sustancias a los flúidos de combustión; ¿Cree usted que toda esa perfección de maquinaria podría funcionar si el combustible es inapropiado o está lleno de impurezas?; ¿El vehículo funcionaría adecuadamente? Pues bien, resulta lógico pensar que este vehículo no funcionará con agua, o con un fluido diferente al específico y recomendado para su motor por parte del fabricante. Así, de igual manera, funciona nuestro organismo, esa perfecta maquinaria que nos empecinamos en dañar día a día, y a la que le aplicamos combustibles inadecuados, aceites impuros, y a la que no le realizamos el mantenimiento correcto, pero si le exigimos que llegue a la meta y, ojalá, en el primer lugar. Esta gran obra de la naturaleza con un toque divino —nuestro cuerpo— muchas veces pide a gritos, y generalmente a gritos abdominales, que lo escuchen, lo atiendan y lo cuiden de manera adecuada. Y esta es la razón de este libro.

Pretender que el lector entienda lo fantástica, compleja y casi milagrosa secuencia de vivir, es casi imposible; describir cada una de las enzimas naturales y las miles de reacciones metabólicas que suceden en nuestro complejo organismo no es el objetivo de este texto, pero sí abrir los ojos a una manera diferente de ayudarle a este templo a evitar su autodestrucción y a alejarse del famoso “Todo me cae mal”.

Antes de continuar con la lectura de este libro, es necesario que usted entienda que no le ofrezco en este texto el secreto de la eterna juventud, ni una llave mágica a un mundo nuevo; tampoco se trata de un manual nutricional que le entregue un menú para cada día, ni la nutrición que “cura el cáncer”, pero sí le presento y le cuento, simplemente, cómo funciona parte de nuestro organismo, y cómo podemos ayudarlo a su desintoxicación y recuperación celular y gastrointestinal; lo involucro con algunos conceptos que definitivamente mejorarán su calidad de vida. También trataré de mostrarle cómo es posible realizar una detoxificación general, natural y cercana a su mesa y su vida, y cómo el eje cuerpo—mente—espíritu es fundamental en su recuperación.

No es tampoco el objetivo de este libro acercarse a un tratado de medicina ayurvédica o tradicional oriental, ni mucho menos explicar de manera fisiopatológica compleja los procesos que alteran nuestro bienestar gastrointestinal y general, sin embargo, sí puede convertirse en un manual de recomendaciones generales y nutricionales que le permitirán vivir más y mejor.

Paradójicamente, y a pesar de creer en las bondades de muchos de los medicamentos alopáticos, homeopáticos, y de las terapias tradicionales, creo firmemente que la solución al problema está más cerca de lo que quizás queremos entender. Creo que la solución está en sus manos, un poco en las nuestras, pero definitivamente sí está en su mente, en su estilo de vida, en su visión del mundo y en los alimentos que consume.

Así, y sin más preámbulos, permítanme presentarles la segunda edición del primer libro de nuestro centro de rehabilitación gastrointestinal (concepto que desarrollaré más adelante) y el cual es el pilar de nuestro trabajo diario.

Este tesoro de la salud se encuentra a la vuelta de la esquina, y no se refiere a una pócima especial o a una dieta milagrosa o mágica, como las conocidas en el mercado de: restricciones o de atún con pifia, del recuento de calorías, hiperprotéica, o cetogénica; se refiere a un estilo de vida nutricional, mental y espiritual que le permitirá disfrutar del gran tesoro de su vida, SU VIDA MISMA, y alejarse así de ese gran problema de “Todo me cae mal”.

EL PROBLEMA

Nosotros y nuestros hábitos

Durante miles de años, la humanidad ha identificado de manera clara, quizás por ensayo y error, qué elementos de la naturaleza son perjudiciales y cuáles no, un sistema de prueba que, sin lugar a dudas, ha cobrado muchos años de vida y muchas vidas, pero que ha permitido que logremos identificar los productos naturales adecuados para nuestro organismo. Pues bien, ese legado ancestral, producto de la evolución, y quizás también del aprendizaje de otros grandes maestros de la naturaleza —los animales—, han permitido que hoy seamos miles de millones los habitantes de la especie humana en este planeta. Pero, paradójicamente, y a pesar de haber aprendido esta gran lección de identificar la existencia de elementos tóxicos y nocivos que causan enfermedades, envejecimiento celular, alteración del sistema inmune y aceleran nuestro deterioro funcional, a pesar de este aprendizaje, que, vuelvo y repito, requirió de miles de años para llegar donde hoy estamos, a veces posamos de ciegos y sordos: atentamos contra los principios naturales de conservación y protección orgánica al hacer caso omiso a las señales, por demás bastante grandes, que la naturaleza y la experiencia nos brinda.

Algunos podrían en este momento afirmar que, a pesar de ello, la esperanza de vida ha aumentado, y eso es verdad; sin embargo, a aquellos que sostienen este concepto yo les pregunto: ¿Para qué vivir mucho si no se va a vivir bien?

Como ser racional, el hombre es la única especie en la naturaleza que tiene dominio sobre su cadena alimentaria, es decir, sobre la selección, la producción y la conservación de sus alimentos y elige, qué, cuándo y cómo comer y beber, situaciones que deberían, a todas luces, ser una gran ventaja; sin embargo, en el reino animal es característico observar cómo, por ejemplo, los animales, que son “no racionales”, no consumen ciertos frutos de diferentes árboles porque saben que son tóxicos y nocivos para ellos; los mamíferos, por ejemplo, solo consumen leche en etapas tempranas de su vida, y solo leche de su misma especie. Nadie en la naturaleza fuma, o busca de manera voluntaria alterar sus ritmos circadianos (ciclos nochedía); ninguna especie nocturna caza de día y viceversa, es decir, respetan los patrones, siguen las reglas de la naturaleza y no atenían contra su organismo y eso, definitivamente, son modelos que se deben seguir. Paradójicamente, y así muchas veces no parezca, los racionales, como se mencionó anteriormente, somos nosotros, a pesar de que en ocasiones nos comportemos de una manera totalmente diferente.

Es mundialmente conocida la frase “somos lo que comemos”, y también es característico obtener una adecuada explicación de todas las personas al pedirles que interpreten dicho refrán. A esta popular frase yo le agregaría “y también lo que hacemos y cómo vivimos”, conceptos que más adelante desarrollaré. Sin embargo, nuestros consultorios están llenos día a día de pacientes que consultan porque “todo les cae mal”, y porque su tracto digestivo no funciona de manera adecuada; de la mano de esta consulta habitual, generalmente se desprende, además, un sinnúmero de enfermedades autoinmunes, neoplásicas, cardiovasculares, hormonales, renales, etc., que nos llevan de nuevo al concepto de que el origen de muchas de nuestras enfermedades está en nuestra boca, está en lo que pasa por ella, está en lo que comemos y bebemos y, como mencioné, está también en nuestro estilo de vida.

¿Qué pasa entonces con esos pacientes que a diario consultan porque todo les cae mal? ¿Se les ha investigado a fondo su historia clínica, sus antecedentes, sus hábitos nutricionales y su estilo de vida? Con frecuencia, cuando les preguntamos esto a nuestros colegas y a nuestros pacientes, la respuesta es no, y el médico, muchas veces, se limita a formular un medicamento de moda o de última generación para el control de un síntoma, o a cambiar el mismo principio activo por un nombre comercial diferente. Pero, también con frecuencia, y cuando la respuesta es sí, nos encontramos con escenarios aún más paradójicos. Y es que el paciente que asiste a nuestra consulta presume de hábitos y manejos nutricionales insanos y autodestructivos que generalmente acompaña con un estilo de vida irregular, y que con frecuencia no quiere abandonar. Los pacientes buscan en nuestros consultorios y recomendaciones la píldora mágica que les permita trasnochar, comer tarde, comer en horario no habitual, beber café en exceso, fumar, ingerir alcohol, consumir grasas en exceso, tomar leche y mantener una dieta desbalanceada y un estilo de vida sedentario e insano. Definitivamente, es otro gran problema en este ya complejo escenario.

Una consulta frecuente en nuestro centro puede reflejarse en el caso de Patricia. Patricia (nombre ficticio) es una mujer de 39 años, casada, madre de tres hijos, ejecutiva de una importante compañía multinacional y una gran esposa; una persona modelo, en plena edad productiva de su vida quien consulta por sufrir un cuadro clínico de varios años de evolución de síntomas gastrointestinales, y que han sido manejados y estudiados por diversos especialistas reconocidos en la materia. Todos ellos coinciden en diagnósticos repetitivos de reflujo gastroesofágico y síndrome de colon irritable, cuadros por demás muy frecuentes en el diagnóstico de nuestros pacientes. Sin embargo, Patricia, a pesar de haber consultado a más de cuatro especialistas y de haber probado medicinas alternativas, terapias complementarias y diversos fármacos alopáticos con principios activos similares pero con nombres comerciales diferentes, persistía en su queja: “doctor, todo me cae mal, hasta el agua que me tomo”.

Indagando detenidamente, Patricia, que como ya mencioné era una mujer joven, profesionalmente exitosa y una ama de casa ejemplar, tenia un ritmo de vida con el cual quizás usted pueda sentirse parcial o totalmente identificado, al profundizar en nuestra consulta encontramos que nuestra paciente estrella se levantaba pasadas las cuatro de la mañana y, a pesar de que su cuerpo pedía a gritos dormir un poco más, ella, casi arrastrando los pies, se dirigía a tomar una ducha que le permitiera despertarse y lograr llegar a la cocina para beber un café cargado, o una bebida energizante que le diera inicio a su pesado día. Así, después de beber esta dosis o “inyección de energía” se disponía a organizar el desayuno y la salida de sus tres hijos y de su esposo; luego, dejar a los dos hijos menores en el colegio y partir para la oficina. Allí tenía 15 personas a su cargo las cuales manejaba de manera ejemplar, al igual que el estrés de su jefe. Organizaba su agenda de viajes mensuales y las actividades familiares; orquestaba las reuniones de fin de año, de cumpleaños, de primeras comuniones desde las nuevas aplicaciones que la tablet, o el teléfono inteligente —regalados por su esposo en el cumpleaños anterior— le permitían organizar. En la tarde, corría a recoger a sus niños para llevarlos a las actividades extracurriculares: natación y ballet. Mientras tomaban estas clases, ella continuaba trabajando en su tablet, contestando correos, organizando agendas y adelantando informes. De allí, salía a comprar los materiales encargados por su hij o mayor para el proyecto académico de la universidad, o la tarea que debía entregar: Al terminar estas actividades, Patricia se disponía a regresar a casa entre el tráfico, por demás bastante pesado, hablando por celular con el manos libres y escuchando las noticias, por cierto permanentemente trágicas. Al arribar a casa, debía organizar la cena, recibir al esposo, ayudar a los chicos con las tareas, acostar a los menores y sentarse a continuar los informes para recostarse, no digo a descansar, porque su cabeza seguía en modo “actividad”, hasta alrededor de las 12:30 o 1 am. Definitivamente, un ritmo de vida agotador y extenuante, con el cual usted podría estar identificándose. Sin embargo, ese era solo uno de sus problemas; al preguntar por su actividad física, la respuesta de Patricia era “trato de hacer ejercicio”, es decir, no hacía ejercicio. Y es que en mi experiencia personal, cuando un paciente dice que trata de hacer algo, o que antes lo hacía regularmente, significa que no lo hace, o ni siquiera lo intenta. Y al preguntar por sus hábitos nutricionales la sorpresa era mayor. Después de ese café de las 4:30 am, cuyo aroma sin duda debe ser reconfortante, le seguirían 4 o 5 más tazas de esta bebida en el día, sin contar el expreso que toma después del almuerzo para evitar el sueño en la oficina; una bebida energética más, o dos, si está de viaje, para ayudar a cuadrar el horario y evitar el “jet lag”. Su desayuno, cuando lo tomaba, era absolutamente desbalanceado: consistía en un café con leche y una tostada con queso, o un cereal con kumis. A media mañana, fuera del café oscuro, nada más; y al almuerzo, trataba de comer una sola harina por recomendación médica, bastante proteína, verduras, todo esto acompañado con gaseosas light (para mantener la figura). Después, un café espresso con edulcorante artificial; en la tarde no consumía ningún alimento, trataba de comer con los niños lo que habían preparado para el almuerzo en casa, para inculcarles “buenos hábitos” y luego, como trasnochaba, bebía leche caliente al acostarse, a veces con un poco de brandy para lograr conciliar el sueño. Al indagar por otros hábitos, Patricia bebía ocasionalmente agua con gas (no mucha porque el agua no le gusta, “es para los peces”); comía chicle todos los días, especialmente antes de las reuniones, y su postre favorito era el bocadillo con queso, el helado o el dulce de leche. Los fines de semana buscaba pasar tiempo con la familia, o por lo menos lo aparentaba. Consumía hamburguesas, comía helados, pizza y comida rápida porque era “un pecadito a la semana”. Este era, a grandes rasgos, el ritmo de vida de nuestra paciente que cargaba con el estrés de la vida cotidiana en un mundo que la obligaba a ponerse cada día más metas y más complejas en busca también de algo que parece bastante paradójico, y es el reconocimiento social o laboral, todo ello a costas de lo que sea, incluso de la salud mental, espiritual, física, emocional y familiar.

A este ya complejo escenario, había que sumarle que Patricia no había podido elaborar el duelo del fallecimiento de su padre, ni podía dejar a un lado el dolor de no haber estado a su lado en los últimos días por estar trabajando, así como la angustia que le producía sentir a su madre cada día más enferma y a quien ella “no podía acompañar”.

Todos estos hábitos antinaturales de Patricia y de otros miles de pacientes, son un ejemplo de actividades que definitivamente alteran los ritmos circadianos, los procesos fisiológicos, los sistemas de defensa, el sistema inmune y los subsistemas de limpieza, y producen acumulación de toxinas que, paulatinamente, nos llevan a la enfermedad, a los síntomas gastrointestinales y generales y a acelerar el proceso de envejecimiento y muerte.

Los diferentes métodos tradicionales de curación y detoxificación comprendieron, por evolución, que darle descanso a nuestros órganos, así como lo hacemos con nuestras modernas herramientas tecnológicas, son pilar fundamental para el adecuado funcionamiento de nuestro organismo; de hecho, y continuando con las analogías, usted sin lugar a dudas se preocupa por la revisión sistemática de su vehículo a los 5, 10, 15 y 20 mil kilómetros, programa su computadora periódicamente para la defragmentación del disco duro, contrata personas para la actualización de sus sistemas operativos y para el mantenimiento periódico de sus equipos electrodomésticos, e inclusive su casa misma, pero no se toma el tiempo, ni por un minuto, para preguntarse cómo se encuentra usted, el dueño de todo eso y el principal tesoro que usted tiene. No le da descanso a la maquinaria, y solo consulta cuando está literalmente falla y los síntomas aparecen. Otro gran problema.