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«I cannot live without books

«No puedo vivir sin libros.»

THOMAS JEFFERSON

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Cubierta

Epílogo: ser o no ser esencial

La dicotomía entre lo esencial y lo no esencial se ha puesto diáfanamente de relieve durante la crisis pandémica. Es lo propio de cualquier crisis. Cuando el barco se hunde, uno se ve impelido a fijar la atención en lo que realmente cuenta.

En la vida cotidiana se confunde, con frecuencia, lo esencial con lo accidental. Damos importancia a lo que no lo tiene y nos olvidamos de lo que en realidad es imprescindible para vivir. Esta depuración de la mirada es un don que aporta cualquier situación crítica. Nadie desea sufrir una situación como la que vivimos, pero toda crisis, bien digerida, aporta una lección de vida.

Lo esencial es lo que nos sustenta, lo que necesitamos imperiosamente para seguir siendo quienes somos. Siempre se reduce a un puñado de elementos. Cuando uno está sumergido en la sociedad de la opulencia, tiende a convertir en esencial lo efímero. Esta miopía intelectual nos hace más vulnerables. Es propio de las sociedades hiperconsumistas crear necesidades artificiales que el ciudadano, gracias a potentes mecanismos de persuasión publicitaria, acaba considerando esenciales.

El mundo que conocemos se ha convertido en una jaula de necesidades por completo ajenas al desarrollo de nuestras vidas. La crisis se ha impuesto contra nuestra voluntad y nos ha despertado de este sueño dogmático. Nos ha bofeteado con fuerza y hemos recobrado la lucidez. La cuestión, ahora, es no perderla en el futuro, mantener la memoria despierta.

Rosa, una dependienta de un centro comercial cerca de mi casa, me decía, durante el confinamiento, que la habían considerado una trabajadora esencial y que esto la hacía sentir muy bien. Experimentaba un subidón de autoestima al ver que el real decreto la reconocía esencial. Otros, en cambio, hemos experimentamos, con humildad, que no somos esenciales. Esta noticia ha sido una gran cura de humildad para un sinfín de oficios, entre los que me hallo: filósofos, filólogos, historiadores, humanistas y criaturas de otros pelajes. No lo somos, a pesar de la belleza de estas disciplinas.

Necesitamos alimentarnos para seguir siendo, porque no podemos vivir del aire. No somos, como dice Ludwig Feuerbach, lo que comemos, pues hay algo en nosotros que trasciende a la materia, pero necesitamos ingerir para subsistir. Necesitamos que los productores generen bienes comestibles y que estos lleguen, gracias a los transportistas (otro colectivo esencial), a los supermercados y que alguien los reponga cuando se gastan y los venda a sus clientes. Así de elemental y de indigente es nuestro ser.

Algunos oficios que por lo general son ninguneados en la sociedad de la opulencia adquieren todo su valor cuando todo se desmorona. La crisis ha puesto de relieve tareas que extrañamente reconocemos como sociedad, oficios mal pagados que nadie pone a relucir en una cena social.

Este ejército de ciudadanos invisibles asiste a nuestros mayores, barre las calles por la noche y recoge la basura que nosotros producimos, transporta los alimentos de primera necesidad y pone gasolina a los camiones para que puedan transportar las mercancías que nos han mantenido a flote.

Hemos contemplado, con asombro y perplejidad, cómo los líderes políticos, en sesión parlamentaria, aplaudían a Valentina, una de esas figuras invisibles, por desempeñar su labor de limpieza. Alguien que jamás habría captado el interés de sus miradas se convertía, por unos instantes, en el foco de atención mediático.

Hemos redescubierto otros oficios esenciales, como el de los agentes de seguridad pública, el de los guardias civiles, el de los policías y el de las fuerzas armadas. Hemos visto cómo han sido claves para garantizar la distancia social, estrategia imprescindible para vencer al virus, la distribución de bienes esenciales, el desarrollo de tareas de desinfección y de ayuda social a los colectivos más vulnerables, así como la construcción, en tiempo récord, de hospitales de campaña.

La crisis ha actuado como un martillo. Hemos destruido tópicos y estereotipos sobre este tipo de oficios y profesiones. Ha actuado como ácido cáustico.

Lo esencial se reduce a muy poco. Este aprendizaje no debemos olvidarlo jamás. El hiperconsumismo es una forma de alienación tan destructiva como cualquier otra, porque nos convierte en seres extraños a nosotros mismos, adictos a objetos que no necesitamos para vivir con dignidad.

Esta crisis puede ser positiva desde este punto de vista. Nos ha hecho más sabios y mejores personas, porque es propio del sabio distinguir, en cada ocasión, lo esencial de lo que no lo es.

Podemos vivir sin esta pléyade de objetos que nos meten en casa, pero no sin ingerir alimentos, sin hidratarnos con frecuencia, sin la estima y el reconocimiento de los que amamos, sin el cuidado que nos dispensan los profesionales de la salud, sin los fármacos que los científicos han creado y que los farmacéuticos nos ponen a disposición.

No necesitamos grandes mansiones ni grandes vehículos. Todo eso obedece a esta cultura del exhibicionismo que nos han metido entre ceja y ceja desde que hemos nacido. La cultura del tener, como decía Erich Fromm (1900-1980), nos destruye. Lo verdaderamente relevante es ser y seguir siendo.

La crisis nos ha hecho virar hacia una cultura del ser, y para ser no tenemos que lucir lo que no poseemos ni despertar la envidia de los vecinos con objetos que no podemos pagar y que, además, son irrelevantes en nuestras vidas.

Para ser y seguir siendo, basta con muy poco.

La crisis sanitaria ha dado pie a una crisis económica y social sin precedentes en el siglo XXI. Nos exigirá otro tipo de vida, de consumo y de producción, también de interacción de unos con otros. Todo eso será indispensable para garantizar un mundo más sostenible, seguro y equitativo.

Solo las generaciones venideras podrán verificar si aprendimos la lección.

Índice

  1. Prólogo
  2. I. La textura del mundo
    1. 1. La incertidumbre del futuro
    2. 2. La volatilidad del mundo
    3. 3. La interdependencia global
    4. 4. La hiperaceleración de los procesos
    5. 5. La vulnerabilidad de lo humano
    6. 6. La complejidad frente al neopopulismo
    7. 7. Tres actitudes frente a la crisis
  3. II. Vidas confinadas
    1. 1. De la rebelión a la aceptación
    2. 2. El arte de contemplar
    3. 3. Conversar con desconocidos muy cercanos
    4. 4. Vida interior versus vida exterior
    5. 5. El imperativo de la quietud
    6. 6. El vecino existe
    7. 7. La licuación del miedo
  4. III. Rituales en tiempos volátiles
    1. 1. El ritual de la gratitud
    2. 2. El arte de despedirse
    3. 3. El valor del cuidado
    4. 4. La liturgia de la piel
    5. 5. Consolarse cuando todo cruje
    6. 6. La humildad frente a la catástrofe
    7. 7. La esperanza frente a la desesperación
  5. IV. El talante con futuro
    1. 1. El imperativo que libera
    2. 2. La conciencia planetaria
    3. 3. La privacidad amenazada
    4. 4. La solidaridad más allá de los focos
    5. 5. Confianza versus escepticismo
    6. 6. La grandeza de las libertades civiles
    7. 7. De la esfera privada a la pública
  6. V. Siete cartas para el día después
    1. 1. A las madres
    2. 2. A las maestras
    3. 3. A los profesionales de la salud
    4. 4. A los políticos
    5. 5. A los profesionales del mundo social
    6. 6. A las personas mayores
    7. 7. A los jóvenes
  7. Epílogo: ser o no ser esencial
  8. Bibliografía
  9. Notas

Notas

1.

Marcelo Alarcón Álvarez (ed.), Covid19, Madrid: MA-Editores, 2020, p. 13.

2.

Ibidem, p. 59.

3.

Francesc Torralba, Mundo volátil, Barcelona: Kairós, 2018.

4.

Marcelo Alarcón Álvarez (ed.), Covid19, Madrid: MA-Editores, 2020, p. 16.

5.

Lluís Duch, Vida cotidiana y velocidad, Barcelona: Herder, 2019.

6.

Marcelo Alarcón Álvarez (ed.), Covid19, Madrid: MA-Editores, 2020, p. 73.

7.

Peter Sloterdijk, Crítica de la razón cínica, Madrid: Siruela, 1989.

8.

Edgar Morin, Introducción al pensamiento complejo, Barcelona: Gedisa, 2009.

9.

Emmanuel Mounier, El compromiso de la acción, Madrid: Península, 1967, pp. 97-98.

10.

Ibidem.

11.

Hans Jonas, Más cerca del perverso final y otros ensayos, Barcelona: La Catarata, 2001.

12.

Emmanuel Mounier, El compromiso de la acción, Madrid: Península, 1967, p. 98.

13.

Albert Camus, El hombre rebelde, Madrid: Alianza, 2013.

14.

Zygmunt Bauman, Miedo líquido, Barcelona: Paidós, 2007.

15.

Virginia Held, The Ethics of Care: Personal, political, global, Oxford: Oxford University Press, 2006.

16.

Marie Garrau, Politique de la vulnérabilité, París: CNRS Editions, 2018.

17.

Albert Camus, La peste, Madrid: Alianza, 1981.

18.

Sigmund Freud, El malestar en la cultura, Madrid: Alianza, 1985.

19.

Sigmund Freud, El malestar en la cultura, Madrid: Alianza, 1985.

20.

Marcelo Alarcón Álvarez (ed.), Covid19, Madrid: MA-Editores, 2020, p. 76.

21.

Hans Küng, Proyecto de una ética mundial, Madrid: Trotta, 2006.

22.

Johann Baptist Metz, Por una mística de los ojos abiertos, Barcelona: Herder, 2013.

23.

Peter Sloterdijk, La herencia del Dios perdido, Madrid: Siruela, 2019, p. 236.

24.

Jacques Ellul, La edad de la técnica, Madrid: Octaedro, 2003.

25.

Hans Jonas, El principio de responsabilidad, Barcelona: Herder, 1995.

26.

Peter Sloterdijk, La herencia del Dios perdido, Madrid: Siruela, 2019, p. 236.

27.

Marcelo Alarcón Álvarez (ed.), Covid19, Madrid: MA-Editores, 2020, p. 69.

28.

Yuval Noah Harari, «The world after coronavirus», Financial Times, 20 de marzo de 2020.

29.

Marcelo Alarcón Álvarez (ed.), Covid19, Madrid: MA-Editores, 2020, p. 67.

30.

Ibidem, p. 69.

31.

Ibidem, pp. 89-90.

32.

Francis Fukuyama, Trust: la confianza, Barcelona: Ediciones B, 1998, y Niklas Luhmann, Confianza, Barcelona: Anthropos, 2005.

33.

Jean- Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo, Barcelona: Edhasa, 2007.

34.

Jacques Maritain, El humanismo integral, Madrid: Palabra, 1999.

35.

Marcelo Alarcón Álvarez (ed.), Covid19, Madrid: MA-Editores, 2020, p. 90. Las mayúsculas son de Byung-Chul Han.

36.

«Tribune», Le Monde, 10 de abril del 2020. Fue firmado por Ursula Apitzsch, Bojana Bratic, Cristina Comencini, Marcella Diemoz, Dubravka Duric, Annie Ernaux, Elena Ferrante, Ute Gerhard, Lena Inowlocki, Julia Kristeva, Dacia Maraini, Gertrude Moser-Wagner, Laura Pugno y Annalisa Rosselli.

I. La textura del mundo

1. La incertidumbre del futuro

Es difícil vivir en un clima de incertidumbre, pues necesitamos seguridades, tierra firme donde apuntalar los pies para vivir una existencia sosegada y sosegar a quienes nos rodean.

La incertidumbre que hemos vivido durante la pandemia global nos ha puesto entre las cuerdas y ha generado una cascada de emociones tóxicas como la angustia, la desazón, el miedo, la ira y la rabia. No sabíamos cuánto duraría el confinamiento, qué representaría el día después, cuántas nuevas medidas tendríamos que integrar en nuestra cotidianidad. Lo hemos ido sabiendo con el tiempo, con cuentagotas, pero persiste un inmenso abanico de incertidumbres de futuro que difícilmente se van a disipar.

No hay más. Tenemos que aprender a vivir con la incertidumbre, a hospedarla en nuestra conciencia y a tolerarla, a pesar de no ser una inquilina agradable. Esto es algo que no se elige, no forma parte del campo de decisión. La incertidumbre respecto a nuestro futuro social, económico, laboral, educativo, cultural, sanitario y espiritual es patente. Todo está abierto. Presentarlo como un axioma matemático es un acto de arrogancia intelectual o una operación temeraria.

«La incertidumbre —escribe Andrea Vicini— paraliza a muchos porque reduce e inhibe la capacidad de controlar y actuar. Incierto, uno se vuelve impotente. Para ellos, el compromiso ético requiere certezas. Sin certezas no se puede actuar. Se experimenta una dificultad similar en otra emergencia global grave, donde la sostenibilidad ambiental está en juego y las condiciones de vida en el planeta están amenazadas, no por un virus, sino por nuestra forma de vida, cómo producimos energía, cómo consumimos y contaminamos. Incluso en el caso del cuidado de nuestro hogar común, hay quienes se refugian detrás de incertidumbres aparentes o reales, lo que justifica la inacción».2

Esta categoría, tan fundamental para comprender el espíritu de nuestra época, no representa ninguna novedad en la historia de la humanidad. Siempre hemos sabido que lo único cierto es el pasado, mientras que el futuro, tanto el personal como el comunitario, jamás podemos descifrarlo con certidumbre.

Podemos elaborar prospectivas, ensayos de comprensión, pero nadie posee una bola de cristal para anunciar, cual profeta iluminado, qué es lo que se avecina. Por un lado, pronósticos que en el pasado se presentaron como dogmas de fe erraron estrepitosamente, pero, por otro, acaecieron eventos políticos, sociales y culturales que ningún avispado científico social llegó a prever nunca. Solo por eso deberíamos tomar precauciones respecto a los que ahora se anticipan. También, como es natural, la prospectiva que, humildemente, se presenta en este libro.

No sabemos con certeza lo que va a venir. Los indicadores sociales, económicos y laborales inducen a pensar que lo que vendrá será catastrófico, pero no sabemos cuál será su magnitud. Los que educamos a jóvenes no podemos mentir ni dar gato por liebre. No nos está permitido presentar un mundo apacible cuando lo que viene es una tormenta de grandes proporciones. No podemos edulcorar la realidad, pero tampoco infundir el virus de la desesperanza. Difícil tarea esta, pues, por un lado, debemos ser fieles a la realidad, veraces, ya que nos jugamos nuestra credibilidad en ello, pero, por otro, tenemos que generar confianza, inocular esperanza, y tenemos que hacerlo sin sucumbir a la ingenuidad o a la frivolidad.

La incertidumbre forma parte de la condición humana. San Agustín (354-430) lo recuerda en uno de sus sermones más emblemáticos. Cuando un ser humano nace —dice el genio de Occidente—, no sabe nada de su futuro, ni lo que va a devenir ni cuánto tiempo estará en el Gran Teatro del Mundo. Lo único cierto para él es que se va a morir, aunque no sabe cuándo ni cómo ni dónde ni de qué. Solo la muerte es cierta (sola mors certa), pero esta certidumbre va acompañada de una nube de incertidumbres.

Debemos recuperar esta sabiduría perdida, liberarnos de falsas mitologías de soberanía absoluta y control total y asumir, con humildad, nuestra condición. Y, aun así, no podemos dejar de proyectar y emprender.