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CONJUNTO VACÍO

de Verónica Gerber Bicecci
se terminó de
imprimir
y encuadernar
el 25 de julio de 2016,
en los talleres
de Litográfica Ingramex,
Centeno 162,
Colonia Granjas Esmeralda,
Delegación Iztapalapa,
Ciudad de México.

Para su composición tipográfica se emplearon las familias Bell Centennial y
Steelfish de 11:14, 37:37 y 30:30. El diseño es de Alejandro Magallanes.
El cuidado de la edición estuvo a cargo de Karina Simpson.
La impresión de los interiores se realizó sobre papel Cultural de 75 gramos.

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VERÓNICA GERBER BICECCI

CONJUNTO VACÍO

NARRATIVA

EL JURADO SELECCIONÓ DE FORMA UNÁNIME A ESTE LIBRO COMO GANADOR DEL PREMIO INTERNACIONAL DE LITERATURA AURA ESTRADA 2013.

PARTE DE ESTE LIBRO SE ESCRIBIÓ CON LA BECA JÓVENES CREADORES DEL FONCA 2012-2013.

DERECHOS RESERVADOS

© 2015 Verónica Gerber Bicecci

© 2016 Almadía Ediciones S.A.PI. de C.V

Avenida Monterrey 153,
Colonia Roma Norte,
Ciudad de México,
C.P. 06700.
RFC: AED140909BPA

© De las ilustraciones de interiores: Verónica Gerber Bicecci

www.almadia.com.mx
www.facebook.com/editorialalmadia
@Almadia_Edit

Primera edición en Editorial Almadía: julio de 2015
Primera reimpresión: octubre de 2015
Primera edición en Almadía Ediciones S.A.PI. de C.V: julio de 2016
ISBN: 978-607-8667-53-6

En colaboración con el Fondo Ventura A.C. y Proveedora Escolar S. de
R.L. Para mayor información: www.fondoventura.com
y www.proveedora-escolar.com.mx

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

VERÓNICA GERBER BICECCI

CONJUNTO VACÍO

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Almadía

A mi hermano, Ale, la otra mitad del conjunto vacío

ÍNDICE

RANGMEBOO

AGRADECIMIENTOS

Mi expediente amoroso es una colección de principios. Un paisaje definitivamente inacabado que se extiende entre excavaciones inundadas, cimientos al aire libre y estructuras en ruina; una necrópolis interior que ha estado en obra negra desde que recuerdo. Cuando te conviertes en coleccionista de inicios también puedes corroborar, con precisión casi científica, la poca variabilidad que tienen los finales. Estoy condenada, particularmente, a la renuncia. Aunque, en realidad, no hay mucha diferencia, todas las historias terminan bastante parecido. Los conjuntos se intersectan más o menos igual y lo único que cambia es el punto de vista desde el que te toca ver: la renuncia es voluntaria, el consenso es la menos común de las opciones, y el abandono es más bien una imposición.

Tengo talento para empezar. Me gusta esa parte. Pero la salida de emergencia está siempre a la mano así que también me resulta relativamente fácil saltar al vacío cuando algo no me convence. Emprendo la huida hacia la nada a la menor provocación. Por eso esta vez no quiero preámbulos, intentaré evadir el comienzo, ya tengo demasiados. Estoy cansada de los preludios y el único momento al que podría volver con cierta seguridad es a aquel desenlace, a ese rompimiento que lo cambió todo en primer lugar, que me convirtió en una desertora, en una compiladora de historias irremediablemente truncas.

Un buen día, sin previo aviso, desperté en el final. No me había levantado de la cama cuando, desde la puerta de la habitación, a punto de irse a dar clase, el Tordo(T) me dijo:

Ya no eres la misma de antes.

Estuve intentando entender qué quería decir con eso el resto del día y no pude salir de las sábanas. ¿En qué momento dejé de ser la que era?

Todo sonaba muy raro, incluso sospechoso.

Pensé que tal vez se trataba de su crisis de los cuarenta. Pero no. Poco después entendí que cuando alguien te dice: “Ya no eres la misma de antes”, significa literalmente: “Estoy enamorado de alguien más”.

Me quebró. El Tordo(T) me quebró.

Casi de un día para otro tuve que meter toda mi ropa en una maleta, escoger algunos libros, escribir una carta de despedida que nadie me pidió, llamar un taxi y volver al único lugar al que podía ir: el departamento de Mamá(M).

Había intentado olvidarme de ese tercer piso. De sus cañerías tapadas, sus platos y vasos desechables, del lavadero en la azotea donde enjuagábamos las ollas y sartenes de vez en cuando, de los electrodomésticos fundidos y del baño vaquero al que mi Hermano(H) y Yo(Y) nos acostumbramos como si viviéramos en otro siglo. Había dejado de pensar en su inevitable aspecto de laboratorio de paleontología: los panales de polvo; la colección de esqueletos que alguna vez fueron plantas, clavada en las macetas; las bolas de pelusa adheridas unas a otras formando extraños amortiguadores de peluche en las esquinas; los dibujos de cochambre en las paredes y techo de la cocina; la pátina gris de los vidrios, producto de infinitas capas de lluvia seca; y la serie de extraños microorganismos creciendo en los frascos abandonados del refrigerador.

Aunque hubiéramos podido pedirle a papá, nunca trajimos a un plomero, no contratamos a alguien para que limpiara, ni limpiamos nosotros mismos porque –estábamos seguros– ella dejaría algún rastro.

No hicimos nada.

La casa se quedó suspendida en el tiempo. Seguía tal como el día que dejamos de ver a Mamá(M).

Entré a mi cuarto y me metí debajo de mi viejo y fiel edredón de Humpty Dumpty. Descubrí muy pronto que aquel final abrupto hizo que las cosas volvieran al principio, a algún principio. O al menos a ese lugar en el que estaban tiempo atrás, antes del Tordo(T). Lo supe porque abrí los ojos en la madrugada y la escuché cruzando el pasillo, hablaba en voz alta esa lengua extraña e iracunda que nunca fui capaz de descifrar. Mi cuerpo se levantó automáticamente, me asomé desde la puerta de mi cuarto y lo único que había era la luz azulada de la pantalla de la computadora iluminando el pasillo. Pero ella no estaba.

A mi Hermano(H) siempre podía encontrarlo a altas horas de la noche en el estudio. Él tenía insomnio. Creo que hacer guardia era su forma de esperar a Mamá(M). Improvisó una conexión de internet con un cable telefónico y las contraseñas que la universidad le daba a papá; se conectaba solamente en la madrugada porque tenía miedo de que alguien lo descubriera duplicando el usuario. Yo(Y) despertaba repentinamente, no quería esperarla, pero mi sueño se había vuelto tan ligero que podía salir de la cama de un segundo a otro con cualquier sonido. Aunque nunca le pregunté, estoy segura de que mi Hermano(H) también la escuchaba. Seguí la luz y lo encontré ahí sentado, navegando; era como si nunca me hubiera ido, como si nunca hubiera vivido en casa del Tordo(T). Todo seguía igual.

Volviste, dijo mi Hermano(H).

No fue necesario contarle nada. La derrota es muda.

RANGMEBOO

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¿Cómo fue que llegamos aquí, a este punto? Todo se remonta a dos días antes de mi cumpleaños número quince. Invierno de 1995. Entonces Yo(Y) tengo todavía catorce años y mi Hermano(H) diecisiete, a punto de cumplir dieciocho. Era temprano en la mañana, estábamos saliendo a la escuela y Mamá(M) dijo que no. Dijo que era mejor quedarse en casa. Dijo que no prendiéramos la tele, que no prendiéramos nada. Dijo que había que guardar silencio.

Nunca cumplí los quince, y eso que ya habíamos encargado un pastel de chocolate amargo para una fiesta que nunca se hizo. Su interminable ausencia –la de Mamá(M)– se llevó todos nuestros cumpleaños, enredó el paso del tiempo.

No hay causa reconocible, sólo efectos. Corrijo: sólo una frontera en el espacio-tiempo, flujos turbulentos, entrecortados. Entre cortados.

Sólo una serie de pistas dispersas, sin sentido. Un conjunto que se va vaciando poco a poco. Fragmentos desordenados. Corrijo: añicos.

Repito: invierno de 1995.

Mamá(M) empieza a hablar de los árboles del parque. Dice que en las cortezas se ven rostros. Que todos esos rostros miran hacia la casa. Que todos esos rostros nos miran.

Nos ordena dejar de regar las plantas.

Si algo llegara a pasarme, dice.

¿Pasarte qué?, mi Hermano(H) y Yo(Y) respondemos en coro.

...

Después ya no logramos entender qué dice.

¿O es que no nos oye?

¿Qué dices Mamá(M)?

Así es como empieza a difuminarse.

Y al final ya no podíamos verla.

8 de agosto de 1976

Marisa:

He decidido cambiarte el nombre. En mis diarios te llamas Lina.

Nunca le he escrito a nadie las palabras que te he escrito a ti. Todas ellas designan cosas inasequibles, menos la referencia a tus zapatos verdes –que a lo mejor ni es cierta–, aunque el pisotón no lo olvido.

Si esto fuera sólo un juego de palabras, lo seguiría jugando hasta el final.

Te ama (había escrito “te amo” pero le agregué la colita a la a, en fin),

S.

Actuábamos como si todo fuera normal, pero al departamento, a casa, no entraba nadie.

Lo bautizamos como el búnker.

Una cápsula de tiempo donde todo permanece en perpetuo abandono.

Un sistema perfectamente cerrado que Mamá(M) construyó antes de desdibujarse, y que había logrado producir algún tipo de singularidad.

Mi Hermano(H) empezó la universidad poco después y Yo(Y) entré a la preparatoria. Papá tardó muchos años en darse cuenta de que Mamá(M) no estaba. A veces no estoy completamente segura de si se enteró, ellos no se dirigían la palabra desde el divorcio (o tal vez él es mucho mejor que nosotros actuando como si no pasara nada). Papá es un hombre metódico y difícilmente percibe algo ajeno a su rutina. Nos llamaba por teléfono una vez a la semana: los miércoles a las 2:45 pm, porque ese día en particular tenía unos minutos extra, y comíamos en su casa todos los domingos. Pero supongo que algo sospechaba porque siempre tenía listo un sobre manila con suficiente dinero para cubrir todos los gastos de la casa y nunca, nunca, nunca preguntaba por Mamá(M); en parte porque dejaron de hablarse y en parte porque siempre estaba ahí la novia en turno, con el ceño fruncido, deseando que mi Mamá(M), mi Hermano(H) y Yo(Y) no existiéramos.

No es que fuéramos magos, ni siquiera nos pusimos de acuerdo y el acto de invisibilidad se fue dando naturalmente. Bastó con no decir nada. Es fácil dejar que los demás llenen los huecos. Un gesto lo suficientemente ambiguo puede convertir el monólogo ajeno en una conversación imaginaria. El silencio es una variable que muta constantemente para que el otro decida si se trata de un sí, de un no o de cualquier otra respuesta.

Y en todo caso: ¿cómo escondes algo que no sabes dónde está?

También es sorprendente lo poco que se necesita para hacerle creer a todos que tu vida es como la del resto. Al principio nos hacían algunas preguntas pero, en realidad, nadie quería saber las respuestas. Luego simplemente dejó de importarles y, aunque hubieran preguntado, ya no teníamos respuestas. Nadie se acordaba de que no había visto a Mamá(M) en mucho tiempo. El olvido se instala sin remordimiento; es la memoria la que cobra las cuentas, la única evidencia de la omisión. Más que un par de ilusionistas, éramos como esos dos hermanos charlatanes del cuento de Andersen que, haciéndose pasar por tejedores, diseñan un traje invisible para el emperador. Les hicimos creer que Mamá(M) estaba ahí –aunque ni siquiera nosotros podíamos verla. Había cruzado una frontera que ni mi Hermano(H) ni Yo(Y) sabíamos cómo cruzar. Les hicimos creer que nuestra vida cotidiana era tal y como debe ser la de una familia divorciada. El búnker, por suerte, nunca produjo sospechas. Un lugar al que, por otro lado, no entró una sola persona en muchos años. El espacio que Mamá(M) debía ocupar estaba vacío, nos había dejado un pedazo de hueco, y el resto estaba fuera del Universo(U) visible, en un lugar desconocido.

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Estornudos y ojos llorosos. Cuando me preguntaron el motivo de mi viaje en el puesto de migración la voz no me salía. Había pasado las últimas diez horas pensando que tal vez le había comprado a Alonso(A) un boleto en otro vuelo. Pero no. Consideré quedarme sentada en el aeropuerto de Buenos Aires una semana entera hasta que llegara mi Hermano(H), y tomar con él un vuelo o un camión a Córdoba. Podía levantarme para comprar un jugo y un sándwich cada tanto, dejar el lugar apartado para ir al baño. No eran muchos días. Pero, después de un par de horas de ver el piso, decidí entrar a una oficina que tenía este cartel:

GLACIARES Y FIN DEL MUNDO
CINCO DÍAS Y CUATRO NOCHES
TODO INCLUIDO

ABH