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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

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© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 231- enero 2021

 

© 2002 Susan Mallery, Inc.

Amor perdido

Título original: Good Husband Material

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2008 Susan Mallery, Inc.

La pasión del jeque

Título original: The Sheik and the Pregnant Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008 y 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-1375-154-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Amor perdido

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

La pasión del jeque

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Amor perdido

Capítulo 1

 

 

 

 

 

KAY Ashbury sabía que no iba a ser fácil cobrar su cheque, pero no contaba con que iba a tener que arriesgar su vida para hacerlo.

No sólo el cheque había sido emitido por un banco de la gran y malvada ciudad de Nueva York, además su permiso de conducir era también de la Costa Este. Ida Mae Montel iba a querer saber por qué una chica nacida y criada en Possum Landing, Texas, iría por su propia voluntad a un lugar como ése… un lugar con yanquis. Y, si una chica tuviera que hacer tal cosa, ¿por qué diablos iba a cambiar su permiso de conducir de Texas? ¿Acaso no era lo mejor del mundo pertenecer al estado de la Estrella Solitaria? Sin duda, Sue Ellen Boudine, la directora del banco, se acercaría a examinar el cheque, sujetándolo como si estuviera pringado de veneno. Harían unas cuantas llamadas, probablemente a los amigos, para hacerles saber que Kari había vuelto al pueblo con un permiso de conducir de Nueva York, refunfuñarían y suspirarían con fuerza. Pero, entonces, le darían a Kari el dinero. Ah, claro, no sin antes tratar de convencerla de que abriera una cuenta en el Banco de Possum Landing.

Kari titubeó frente a las puertas de entrada de cristal doble, pensando si realmente necesitaba cobrar el cheque. Quizá, sería mejor pagar una comisión de servicio y sacar el dinero del cajero automático. Luego, se dio cuenta de que era mejor que todos supieran cuanto antes que había vuelto al pueblo sólo de manera muy temporal: cuanto antes contestara todas las preguntas, mejor. Así, quizá, podría tener un poco de paz. Quizá.

Además, estaba la emoción añadida de descubrir si Ida Mae seguía llevando tupé. ¿Cuánta laca era necesaria para conseguir levantarse el pelo de aquella manera? Kari sabía que Ida Mae sólo iba a la peluquería una vez a la semana, pero su peinado se mantenía intacto como el primer día. Sonriendo ante el recuerdo del peinado de Ida Mae, Kari abrió la puerta y entró. Se detuvo, esperando los gritos de bienvenida y los abrazos.

No pasó nada.

Kari frunció el ceño. Miró a su alrededor. Ida Mae estaba en su lugar habitual como cajera, el primer mostrador de la izquierda. Pero la mujer no estaba hablando. Ni siquiera sonreía. Tenía sus pequeños ojos muy abiertos, llenos de pánico, e hizo un extraño gesto con la mano.

Antes de que Kari pudiera descubrir lo que significaba, algo duro y frío se apretó contra su mejilla.

—Vaya, mirad esto. Tenemos otra cliente, chicos. Al menos, ésta es joven y guapa. Lo que se dice un bollito.

Kari se quedó helada. En la calle hacía casi cuarenta grados, pero allí dentro la temperatura parecía bajo cero.

Muy despacio, se giró hacia el hombre que sostenía una pistola. Era bajito y llevaba un pasamontañas. ¿Qué diablos estaba pasando?

—Estamos robando el banco —informó el hombre, como si le hubiera leído el pensamiento.

Kari se sorprendió ante la osadía de aquel hombre, hasta que se dio cuenta de que había tres ladrones más. Dos de ellos mantenían a los clientes y a casi todos los empleados juntos en un extremo del banco, mientras que el otro estaba al otro lado del mostrador, guardando en una bolsa el dinero que Ida Mae le daba.

—Vamos, deja el bolso en el suelo —dijo el hombre que sostenía la pistola—. Luego comienza a caminar hacia donde están las otras mujeres. Haz lo que te digo y nadie saldrá herido.

—Uh, yo… no llevo bolso —consiguió articular Kari, que había ido al banco llevando sólo el cheque y su permiso de conducir. Ambos estaban en el bolsillo de atrás de su pantalón.

—Eso parece. Pues ve hacia allá —replicó el atracador.

No podía estar pasando, se dijo Kari, mientras caminaba hacia el grupo de clientes amontonados en la otra punta del banco.

Estaba a punto de llegar hasta ellos cuando la puerta trasera del banco se abrió.

—Vaya, diablos —dijo una voz—. Creo que alguien va mal de tiempo aquí. ¿Seré yo o vosotros?

Varias mujeres gritaron. Uno de los enmascarados agarró a una anciana y le apretó la pistola en la cabeza:

—Ni un paso más —gritó—. Quieto o la vieja muere.

Keri no tuvo tiempo de reaccionar. El hombre que la había apuntado al principio la agarró del brazo. De nuevo, la apuntó con la pistola. Y la sostuvo del cuello con un brazo que parecía de acero.

—Me parece que tenemos un problema —aseguró el pistolero que sostenía a Kari—. Sheriff, es mejor que retrocedas muy despacio y nadie saldrá herido.

El sheriff lanzó un largo suspiro:

—Me gustaría poder hacer eso. Pero no puedo. ¿Quieres saber por qué?

Kari sintió como si la hubieran sumergido en un universo alternativo. Aquello no podía estar sucediendo. Estaba aterrorizada y, de pronto, Gage Reynolds, volvía a cruzarse en su camino. Justo en medio de aquella locura.

Hacía ocho años, había sido un joven oficial, alto y atractivo con su uniforme color caqui. Aún era tan atractivo como para hacer pecar a un ángel. Además, por la insignia que llevaba en su camisa, parecía haberse convertido en sheriff. Pero, para pertenecer a las fuerzas del orden, no parecía muy interesado en el robo que estaba teniendo lugar delante de sus narices.

Gage se quitó el sombrero lleno de polvo y lo sacudió contra su muslo. Su cabello oscuro estaba brillante, igual que sus ojos.

—No me obligues a matarla —advirtió el pistolero, con tono bajo.

—¿Sabes a quién tienes ahí, hijo? —preguntó Gage, como si no se hubiera dado cuenta de lo que estaba sucediendo en el banco—. Ésa es Kari Asbury.

—Atrás, sheriff.

El atracador presionó la pistola con más fuerza en la mejilla de Kari y ella hizo una mueca de dolor. Gage pareció no darse cuenta.

—Ella es la que se escapó.

Kari podía oler el sudor del atracador. Adivinó que el hombre no había planeado tener que enfrentarse a las fuerzas del orden y aquel imprevisto no era nada halagueño. ¿En qué diablos estaba pensando Gage?

—Así es —continuó el sheriff, dejando su sombrero en una mesa—. Hace ocho años, esa hermosa señorita me dejó plantado en el altar.

A pesar de tener una pistola en la mejilla, Kari hizo un gesto de indignación:

—Yo no te dejé plantado en el altar. Ni siquiera estábamos prometidos.

—Quizá. Pero sabías que iba a pedírtelo y huiste. Es casi lo mismo. ¿No crees? —preguntó Gage, mirando al atracador.

—Si no le habías pedido en matrimonio, entonces no te dejó en el altar —contestó el pistolero tras unos segundos.

—Es cierto. Pero me eligió para acompañarla a su fiesta de graduación.

Kari no podía creerlo. Exceptuando el funeral de su abuela hacía siete años, no había visto a Gage desde su graduación en el instituto. Sabía que Possum Landing era un lugar pequeño y que podían encontrarse, pero no había esperado que fuera de aquella manera.

—No fue tan sencillo —explicó ella, incapaz de creer que le estaba obligando a defenderse delante de un atracador.

—¿Te fuiste del pueblo sin avisar, si o no? No dejaste nada más que una nota, Kari. Jugaste con mi corazón como si fuera una pelota de fútbol.

—Eso no estuvo bien —comentó el atracador, mirándola.

—Tenía sólo dieciocho años, ¿de acuerdo? Me disculpé en la nota.

—Nunca me he recuperado —afirmó Gage, con expresión de dolor. Buscó dentro del bolsillo de su camisa y sacó un paquete de chicles—. Delante de ti tienes a un hombre destrozado.

Kari no sabía cuál era el juego de Gage, pero deseó que lo jugara con cualquier otra persona.

Su confusión se transformó en una sentimiento de ultraje cuando Gage tomó un chicle para él y ofreció el paquete al atracador. Lo próximo que haría sería irse a tomar una cerveza con él.

Gage observó la rabia que encendía los ojos de Kari. Si pudiera lanzar fuego, él estaría ardiendo como un muñeco de madera. En otras circunstancias, aquello le habría preocupado, pero no en ese momento.

El atracador negó con un movimiento de la pistola. Pero lo importante había sido el gesto. Gage había establecido una conexión con el pistolero.

—Se escapó a Nueva York —prosiguió Gage, metiéndose de nuevo el paquete de chicles en el bolsillo—. Quería ser modelo.

El atracador observó a Kari:

—Es guapa. Pero si está aquí es porque no consiguió triunfar.

—Supongo que no. Tanto dolor y sufrimiento para nada —replicó Gage y suspiró.

Kari se puso tensa, pero no dijo nada. Gage necesitaba que ella cooperara unos segundos más. Sus instintos lo apremiaban para que la liberara del pistolero, pero se obligó a relajarse y mantener la concentración. Había más personas que proteger además de Kari. Entre empleados del banco y clientes, había más de quince personas inocentes allí dentro. Quince personas sin preparación y cuatro tipos con pistolas. No le gustaban los hechos.

Utilizando su visión periférica, Gage comprobó los progresos del equipo táctico que había desplegado alrededor del edificio. En sólo uno o dos minutos, estarían colocados.

—¿Quieres que la dispare? —preguntó el atracador.

Kari dio un grito sofocado. Sus ojos azules se abrieron aún más y su rostro perdió el color.

Gage masticó su chicle durante un segundo y se encogió de hombros:

—Sabes, es muy amable de tu parte, pero creo que prefiero tratar con ella a mi modo, cuando llegue el momento.

El equipo estaba casi preparado. Gage sintió que su corazón casi se le escapaba del pecho, pero no dio muestras de ello. Sólo unos minutos más, se dijo. Sólo…

—¡Eh, mirad!

Uno de los atracadores del fondo se giró de golpe. Todos miraron. Un miembro del equipo de intervención táctica se había escondido demasiado tarde. El pistolero que sostenía a Kari gruñó enfurecido:

—Al diablo con todos.

Eso fue lo único que pudo decir.

Gage se abalanzó sobre él, liberó a Kari, le gritó que se echara al suelo y lanzó una patada al esternón del atracador.

El tipo lanzó un grito mientras expulsaba todo el aire de sus pulmones y caía de espaldas al suelo. Antes de que pudiera recuperar el aliento, dos hombres del equipo táctico lo estaban apuntando con pistolas.

Pero no fueron tan rápidos en capturar al hombre que había junto a Ida Mae. Sonó un disparo.

Gage reaccionó sin pensar. Se giró y se lanzó sobre Kari, cubriéndola con su cuerpo.

Sonaron media docena de disparos más. Gage levantó uno de sus brazos, buscando objetivos y mantuvo el brazo sobre la cara de Kari.

—No te muevas —le susurró al oído a Kari.

—No puedo —repuso ella.

Tras lo que pareció una eternidad, aunque sólo fueron unos segundos, un hombre gritó:

—Me rindo, me rindo. Me habéis dado.

Una voz firme gritó:

—Campo libre.

Cinco voces más lo siguieron, confirmando que el tiroteo había terminado. Gage se apartó de Kari y miró a su alrededor para comprobar los daños. Todos estaban bien, incluso Ida Mae, que había dado una patada al pistolero herido tras ponerse en pie. El jefe del equipo táctico se acercó a Gage. Estaba vestido de negro de pies a cabeza, llevaba la cara cubierta y armas suficientes como para tomar Cuba.

—No sé si eres un loco o un valiente por haber entrado en medio de un atraco.

Gage se sentó y sonrió:

—Alguien tenía que hacerlo y me imaginé que ninguno de tus hombres se iba a prestar a ello. Además, sabemos que son delincuentes de pueblo pequeño. Están acostumbrados a ver a un sheriff como yo. Vosotros, con vuestros disfraces de Darth Vader, los habríais asustado y lo habrías hecho actuar sin pensar. Alguien podría haber muerto.

—Si alguna vez te aburres de la acción en un pueblo pequeño, serás bienvenido a nuestro equipo.

—Estoy justo donde quiero estar —repuso Gage.

Luego se volvió y se encontró con Kari mirándolo. Aún estaba en el suelo. Su cabello, antaño largo y rubio, ahora lo llevaba corto. El maquillaje acentuaba sus ojos grandes y azules. El tiempo había convertido su cara en algo aún más bello de lo que recordaba.

—Sabías que estaban allí —dijo ella, en tono de pregunta.

—¿El equipo táctico? Sí. Estaban rodeando el edificio.

—¿Así que no estaba en peligro?

—Kari, un atracador te estaba apuntando con una pistola a la cabeza. Yo no diría que ésa es una situación de seguridad.

Kari sonrió. Una sonrisa sensual que Gage no había olvidado. El tiempo no había cambiado su belleza.

Gage de pronto se dio cuenta de que la adrenalina recorría su cuerpo. Y recordó que llevaba mucho tiempo sin tener sexo. Hacía ocho años, Kari y él no habían disfrutado de esos placeres. Se preguntó si ella estaría más abierta a la experiencia.

Se dijo que, durante el tiempo que ella estuviera en Possum Landing, iba a averiguarlo.

—Bienvenida —dijo él y le tendió la mano para levantarla.

Ella la aceptó.

—Demonios, Gage, si querías darme la bienvenida de una forma especial, ¿no podrías haber organizado un simple desfile?

 

 

—Ya puede irse, señorita Asbury —dijo el detective cuatro horas después.

Kari suspiró aliviada. Había explicado los hechos, había sido interrogada, le habían dado de comer y beber y al fin era libre para irse a casa. Sólo había un par de problemas más. Para empezar, su corazón se negaba a volver a la normalidad. Cada vez que pensaba en lo que había pasado en el banco, su corazón se ponía a galopar. El segundo problema era que había ido caminando al banco, que estaba a menos de un kilómetro de su casa, pero la comisaría estaba en la otra punta del pueblo. Era verano en Texas, lo que significaba que la temperatura era de un millón de grados, impregnada de humedad.

—¿Cree que alguien podría llevarme a casa? —preguntó Kari—. ¿O sigue Willy conduciendo su taxi por aquí?

—Me gustaría poder llevarla a casa yo mismo. Por desgracia, tengo trabajo que hacer. Le diré a uno de los oficiales que la lleve.

Kari dio las gracias con una sonrisa. Cuando se quedó sola, miró a su alrededor. Sólo quería echar un vistazo, se dijo. No buscaba a nadie en especial. Y menos a Gage.

Pero, como una abeja busca la flor más dulce, su mirada se posó en él. Estaba sentado en su despacho de paredes de cristal, hablando con algunos hombres del equipo táctico. ¿Estarían intentando convencerlo de que dejara Possum Landing y se uniera a ellos? Kari negó con la cabeza. Había cosas que no cambiaban nunca, se dijo. Gage Reynolds nunca dejaría Possum Landing antes de que Ida Mae fuera enviada como astronauta a la Luna.

Observó a Gage mientras hablaba y los otros hombres reían. El tiempo lo había convertido en un hombre, pensó. Con fuertes músculos y rostro firme. A pesar de que ella misma lo había presenciado, no podía creer que hubiera entrado así en medio de un atraco. ¡A propósito! Había actuado con calma y frialdad y casi la había vuelto loca.

—Señorita Asbury, puede esperar en el mostrador de la entrada. Un oficial la llevará a casa dentro de un par de minutos.

Kari se lo agradeció y caminó hasta la salida. Ida Mae estaba sentada en la sala de espera, con las manos entrelazadas en el regazo. Al verla, esbozó una amplia sonrisa.

—Kari.

La mujer se levantó y extendió las manos. Kari se acercó y aceptó su abrazo. Le resultó tan familiar… Los brazos huesudos de Ida, su cabello peinado de forma impecable, con su tupé, el aroma de gardenias de su perfume de siempre…

—Tienes buen aspecto, pequeña —comentó Ida y se sentó de nuevo.

—Y tú no has cambiado nada. ¿Estás bien?

—Pensé que me iba a dar un ataque al corazón allí en medio. No podía creerlo cuando aquellos hombres nos apuntaron con sus pistolas. Entonces, entraste tú y fue como ver un fantasma. Luego entró Gage. Qué valiente, ¿verdad? —comentó Ida Mae.

—Claro que sí —contestó Kari y pensó que ella tal vez no se hubiera atrevido a entrar en medio de un atraco de forma consciente, a pesar de quién estuviera en peligro. Pero Gage siempre hacía aquello en lo que creía.

—Aún es muy atractivo, ¿no crees? ¿No está más alto que cuando te fuiste?

Kari no respondió.

—Nadie sabía que habías vuelto —continuó la mujer mayor—. Por supuesto, sabíamos que algún día lo harías, ya que aún posees la casa de tu abuela y sus pertenencias. Puedo decir que las malas lenguas dijeron muchas cosas cuando te fuiste del pueblo hace años. Pobre Gage. Casi le rompiste el corazón. Por supuesto, eras joven y debías perseguir tus sueños. Fue una pena que tus sueños no lo incluyeran a él.

Kari no supo qué decir. También a ella se le había roto el corazón, pero no quería hablar de eso. Lo pasado, pasado. Al menos, eso era lo que se decía a sí misma, a pesar de que no lo creía.

—Me alegro de que hayas vuelto.

—Ida Mae, no he vuelto. He venido sólo a pasar el verano —repuso ella, suspiró y pensó que, después, iba a sacudirse de los zapatos el polvo de ese pequeño pueblo y nunca mirar atrás.

—Ajá —replicó Ida Mae, sin parecer convencida.

Por suerte, el oficial llegó en ese momento. Kari preguntó a Ida Mae si necesitaba que la llevaran a casa también.

—No, no. Mi Nelson me estará esperando fuera. Lo llamé justo antes de que salieras.

Las dos salieron del edificio acompañadas por el oficial. Nelson estaba esperando a su esposa y Kari se sintió abrumada por el calor, con dificultad para respirar.

—La pequeña Kari Asbury —dijo Nelson mientras se acercaba. Sonrió y se secó el sudor de la frente con un pañuelo—. Estás hecha una mujer.

—¿No está guapa? —comentó Ida Mae—. Pero siempre has sido encantadora. Debiste participar en el concurso de Miss Texas. Podrías haber llegado lejos.

Kari esbozó una débil sonrisa.

—Me alegro de haberos visto —replicó de forma educada y se dirigió hacia el coche de policía que la estaba esperando.

—Gage ha tenido un par de novias —gritó Nelson hacia ella—. Pero ninguna ha conseguido llevarlo al altar.

Kari hizo un gesto con la mano. No estaba dispuesta a entrar en ese tema.

—Me alegro de que estés de vuelta —gritó Nelson, aún más alto.

Kari no pudo contenerse. Se giró para mirar al hombre y negó con la cabeza:

—No estoy de vuelta.

Nelson la despidió con la mano.

Kari se subió al coche. El oficial que la esperaba tenía un aspecto muy joven. Ella sólo tenía veintiséis pero, a su lado, se sentía una anciana.

Le dio su dirección y se apoyó en el respaldo, respirando el fresco del aire acondicionado. Tenía un millón de cosas en las que pensar pero, en vez de hacerlo, se encontró recordando la primera vez que había visto a Gage. Ella había tenido diecisiete años y él veintitrés.

—Sé que es una pregunta estúpida —comentó Kari, mirando al hombre que conducía a su lado—. Pero, ¿cuántos años tienes?

Era un joven rubio, con ojos azules y mejillas pálidas. La miró perplejo.

—Veintitrés.

La misma edad que Gage había tenido hacía ocho años. No parecía posible. Si Gage hubiera tenido un aspecto tan joven como el de aquel hombre, ella no habría tenido problema en hablarle con claridad. ¿Por qué le había resultado tan difícil compartir con él sus sentimientos mientras salían? ¿Por qué el mero pensamiento de contarle la verdad la había aterrorizado?

La respuesta no era sencilla y, antes de que pudiera dar con una explicación, llegaron a su casa.

Kari le dio las gracias al oficial y salió del coche. Frente a ella, estaba la casa donde había crecido. Había sido construida a mediados del siglo pasado y tenía un gran porche y ventanas con contraventanas. La calle estaba bordeada por casas muy parecidas a la suya, de diferentes colores. Incluida la casa de al lado. La miró y se preguntó cuándo iba a tener el siguiente encontronazo con su vecino. Como si regresar a Possum Landing no fuera lo suficientemente difícil, Gage Reynolds vivía en la casa de al lado.

Kari entró en la casa de su abuela y se detuvo en la habitación principal. Un salón donde la gente se reunía cuando el tiempo no era bueno para sentarse en el porche. Recordó las horas incontables que pasó escuchando a las amigas de su abuela charlar sobre quién estaba embarazada o quién le era infiel a quién.

Había llegado al pueblo la noche anterior. No había encendido muchas luces al llegar y, de alguna manera, se había convencido de que la casa estaba diferente. Sin embargo, se dio cuenta de que no era así.

Los sofás estaban igual y la silla de pelo de caballo que su abuela había heredado de su propia abuela. Kari siempre había odiado esa silla, tan lustrosa y tan incómoda. Tocó la antigüedad y se sintió invadida por los recuerdos.

Quizá fue a consecuencia de las emociones vividas en el robo o quizá sólo era la sensación de estar en casa. En cualquier caso, le pareció sentir la presencia de fantasmas. Al menos, eran amistosos, se dijo mientras entraba en la vieja cocina. Su abuela siempre la había amado.

Kari miró los armarios, la cocina y el horno, que debían de tener más de treinta años. Si quería vender el lugar por un precio decente, tenía que empezar a hacer algunos arreglos. Para eso había vuelto, después de todo.

De pronto, la invadió una sensación de intranquilidad. Corrió arriba y se cambió de ropa. Se duchó y se puso un vestido de algodón. Bajó de nuevo, descalza. Dio una vuelta por la casa, casi como si estuviera esperando que algo sucediera. Y así fue.

Alguien llamó a la puerta. Antes de responder, Kari ya sabía quién era. Se le encogió el estómago y se le aceleró el corazón. Respiró hondo antes de abrir.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

GAGE estaba en el porche de Kari. Ella no se molestó en fingir sorpresa. Cuando lo había visto en el banco, había estado demasiado conmocionada y cargada emocionalmente como para reparar en su apariencia… y en lo que él había cambiado. Pero, allí, en una situación más normal, podía tomarse su tiempo para apreciar cómo había evolucionado en los años que llevaban sin verse.

Parecía más alto de lo que ella recordaba. O, quizá, sólo era más corpulento. En cualquier caso, era todo un hombre. Demasiado atractivo. Le resultaba muy guapo, siempre lo había hecho.

—Si has venido para invitarme a otro atraco, voy a tener que rechazar la oferta —afirmó ella, sonriendo.

Gage sonrió y levantó ambas manos.

—No más atracos… no si yo puedo evitarlo. La razón por la que he venido es para asegurarme de que estás bien después de toda la emoción de esta mañana. Además, supuse que querrías agradecerme que te salvé la vida invitándome a cenar.

—¿Y si mi marido se opone? —preguntó ella.

Gage ni siquiera se mostró un poco preocupado:

—No estás casada. Ida Mae está al tanto de esas cosas y me lo habría contado.

—Eso crees —repuso ella y se apartó para dejarlo entrar.

Gage se dirigió al salón mientras ella cerraba la puerta.

—¿Qué te hace pensar que he tenido tiempo de hacer la compra? —inquirió Kari.

—Si no la has hecho, tengo un par de filetes en el congelador. Podría sacarlos.

—Lo cierto es que sí fui a la compra esta mañana. Por eso me quedé sin dinero y tuve que ir al banco —comentó ella y frunció el ceño—: Ahora que lo pienso, no llegue a cobrar mi cheque.

—Puedes hacerlo mañana.

—Supongo que no me queda más remedio.

Kari se dirigió a la cocina. Era extraño estar con él allí, se dijo. Una rara mezcla de pasado y presente. ¿Cuántas veces había ido Gage a cenar a esa casa hacía ocho años? Su abuela siempre lo había recibido bien a su mesa. Y había estado tan enamorada que le emocionaba la idea de que quisiera compartir las comidas con ella. Claro que por aquel entonces había sido tan joven que se hubiera emocionado sólo con que Gage le pidiera que lo acompañara mientras lavaba su coche. Todo lo que había necesitado para ser feliz era pasar unas horas en presencia de Gage. La vida había sido mucho más simple en aquellos tiempos.

Gage se apoyó en la mesa e inspiró:

—Huele muy bien. Me resulta familiar.

—Es la receta de salsa de mi abuela. La puse a fuego lento esta mañana, justo después de volver de la tienda. También he sacado la vieja máquina de hacer pan, pero estaba llena de polvo y no te prometo que funcione.

—Sí funcionará —respondió él, observándola.

Sus palabras le pusieron la piel de gallina, lo que era una locura, pensó Kari. No era más que un viejo amigo de Possum Landing. Ella vivía en la ciudad de Nueva York. De ninguna manera se iba a dejar conquistar por Gage Reynolds. Claro que no.

—¿Ya has hecho todo el papeleo y esas cosas que se hacen después de un robo? —preguntó ella mientras echaba un vistazo a la salsa para pasta.

—Todo atado y bien atado —respondió él y se acercó para tomar la botella de vino que Kari había dejado sobre la mesa.

—Kari Asbury, ¿esto es alcohol? ¿Has comprado la bebida del diablo dentro de nuestro condado de la ley seca?

—Ya sabes. Recordé que no se permitía la venta de alcohol en las tiendas de Possum Landing, así que he traído el mío propio. Me detuve de camino para comprarlo.

—Estoy conmocionado. Por completo.

—Entonces, lo más seguro es que no quieras saber que tengo cerveza en la nevera.

—No —contestó él y abrió la nevera para sacar una botella. Se la ofreció a Kari.

—No. Esperaré a tomar vino en la cena.

Gage abrió el cajón que contenía el abridor a la primera. Se movía en la casa con aire de familiaridad. Lo cierto era que sí era familiar para él. Se había mudado a la casa de al lado en la primavera anterior a la graduación de Kari. Ella recordó haberlo visto llevar cajas y muebles. Su abuela le había contado quién era: el nuevo oficial de policía. Gage Reynolds. Había estado en el ejército y había recorrido el mundo. Ante los ojos de una jovencita de diecisiete, aquel hombre de veintitrés había parecido imposible de alcanzar. Cuando habían empezado a salir aquel otoño, él le había parecido ser un hombre de mundo y ella…

—¿Aún somos vecinos? —preguntó Kari, girándose para mirarlo.

—Yo aún vivo en la casa de al lado.

Kari recordó el comentario de Ida Mae sobre que Gage nunca había ido al altar. De alguna forma, había conseguido que no lo cazaran. Al mirarlo, con aquel uniforme caqui que ensalzaba el ancho de sus hombros y los músculos de sus piernas, se preguntó cómo era que las encantadoras damas de Possum Landing no habían conseguido atraparlo.

No era asunto suyo, se dijo. Revisó el tiempo que le quedaba al horno para pan y vio que aún faltaban quince minutos, más el tiempo necesario para que se enfriara.

—Vayamos al salón —invitó ella—. Estaremos más cómodos.

Mientras lo seguía, Kari se sorprendió mirándole el trasero. Casi se tropezó al darse cuenta. ¿Qué diablos andaba mal con ella? Nunca le miraba el trasero a los hombres. Nada le había parecido demasiado interesante en ellos. Hasta ese momento.

Suspiró. Era obvio que vivir tan cerca de Gage iba a ser más complicado de lo que había calculado.

Gage se sentó en una mecedora y ella en el sofá. Él tomó un poco de su cerveza, dejó la botella en la mesa y se recostó. Debía de haber parecido fuera de lugar y extraño en aquel rincón tan femenino, pero no fue así. Quizá porque él siempre sabía estar cómodo en cualquier parte.

—¿Qué piensas? —preguntó Gage.

—Que pareces estar en tu propia casa.

—Pasé aquí mucho tiempo —le recordó él—. Aún después de que tú te fueras, tu abuela y yo seguimos siendo amigos.

Kari no quería pensar en eso… en las confidencias que ambos podían haber compartido.

—Has cambiado —comentó Gage, tras observarla unos segundos.

—Ha pasado mucho tiempo —replicó ella, sin saber si el comentario de Gage había sido positivo o negativo.

—No pensé que volverías.

Era la tercera vez en menos de tres horas que alguien le decía que había vuelto.

—No he vuelto —le corrigió ella—. Al menos, no de forma permanente.

Gage no pareció sorprendido ni tomó en cuenta su tono defensivo.

—¿Entonces por qué has venido? Hace siete años que murió tu abuela.

—Quiero arreglar la casa para poder venderla. Sólo pasaré aquí el verano.

Gage asintió y no dijo nada. Kari tuvo la molesta sensación de estar siendo juzgada y acusada. Lo que no era justo. Gage no era el tipo de persona que juzgaba a las personas sin motivo. Ella se revolvió en su asiento, sintiéndose agitada.

En lugar de hablar de sus problemas personales, que era mejor no destapar en público, Kari cambió de tema:

—No puedo creer que hubiera un atraco aquí en Possum Landing. Será la comidilla de todo el pueblo durante semanas.

—Probablemente. Pero no fue ninguna sorpresa.

—No puedo creerte. No es posible que las cosas hayan cambiado tanto.

—Seguimos siendo un pequeño punto junto a la carretera. Con los problemas típicos de un pueblo pequeño, pero nada parecido al crimen de la ciudad. Estos tipos estaban recorriendo el estado, robando en los pueblos pequeños. Yo les he estado siguiendo la pista y me imaginé que antes o después llegarían aquí. Hace cuatro días nos avisaron los federales. Querían tenderles una trampa. A mí me pareció bien. Se lo contamos a todos en el banco, señalamos un cajón lleno de dinero y esperamos que llegaran.

Kari no pudo creerlo.

—Tanta emoción aquí. Y yo he estado en medio.

—Como viste, las cosas se complicaron un poco. No sé si es que los ladrones se precipitaron o qué pero, en esta ocasión, decidieron entrar cuando aún había clientes dentro. Las otras veces habían esperado a que las puertas estuvieran cerradas al público antes de entrar.

—¿Así que no esperabas tener que lidiar con esa situación?

—Nadie lo esperaba. Los federales querían esperarlos fuera. Pero alguien tenía que hacer algo dentro.

—¿Entonces tú entraste sólo para distraerlos?

—Me pareció lo más fácil. Además, quería estar allí para asegurarme de que nadie perdía los nervios y no había heridos. Al menos, nadie de los del pueblo. Los criminales me dan igual.

Claro. Según Gage, ellos se lo habían buscado. Para empezar, no era responsabilidad de él que hubieran ido a Possum Landing a atracar un banco.

—Yo estoy de acuerdo con el oficial de los federales —afirmó ella—. No sé si eres un valiente o un loco.

Gage sonrió:

—Podrías encontrar argumentos para apoyar ambos puntos de vista. Sabías que no estaba enojado contigo. Estaba sólo intentando distraer al tipo.

Kari tembló al recordar la pistola en su cara.

—Tardé unos minutos en entender lo que estabas haciendo.

Sin embargo, Kari se preguntó cuánto de lo que él había dicho en el banco era cierto. ¿De veras pensaba Gage que ella era quien se había escapado?

¿Era lo que ella pensaba también?

En un tiempo, habría contestado que sí. Antes de salir del pueblo, Gage había sido todo su mundo. Se habría lanzado bajo las ruedas de un tren sólo si él se lo hubiera pedido. Lo había amado con toda la devoción de que era capaz una adolescente. Ése había sido el problema. Lo había amado demasiado. Cuando había imaginado que había problemas, no había sabido cómo enfrentarse a ellos. Así que había huido. Cuando él no la había seguido, había confirmado su mayor temor… que no la había amado en absoluto.

 

 

Pasaron toda la cena hablando de amigos comunes. Gage le puso al día sobre varias bodas, divorcios y nacimientos.

—No puedo creer que Rally tenga gemelos —comentó Kari, mientras se trasladaban al porche.

—Dos niñas. Le dije a Bob que se iba a enterar de lo que es bueno cuando llegaran a la adolescencia.

—Por suerte, aún les queda mucho.

Kari dejó su copa de vino sobre la mesa y se recostó en el balancín para mirar al cielo. Ya había oscurecido, pero aún hacía mucho calor y humedad. Sintió cómo se le pegaba el vestido a la piel. Estaba un poco mareada. Sin duda, era por la combinación del miedo que había experimentado aquella mañana y del vino de la cena. No solía tomar más que medio vaso de vino en ocasiones especiales, pero aquella noche, Gage y ella casi habían terminado la botella.

Gage estiró sus largas piernas. No parecía haberle afectado el vino. Era mucho más corpulento que ella, sin mencionar que no había tenido que pasar los últimos años tratando de mantener una dieta demasiado estricta.

—Háblame de tu vida en Nueva York.

—No hay mucho que contar —admitió ella, dudando si sentirse preocupada o agradecida porque al fin le hubiera hecho una pregunta un poco personal—. Cuando llegué, averigüé que las chicas de pueblos pequeños a las que habían dicho que eran lo suficientemente guapas como para ser modelos abarrotaban todas las agencias del lugar. La competitividad era muy fuerte y las posibilidades de lograr el triunfo eran muy pocas.

—A ti te fue bien.

Kari lo miró, preguntándose si Gage lo estaba suponiendo o si de veras lo sabía.

—Tras el primer año, conseguí trabajo. Gané lo suficiente como para mantenerme y pagarme la universidad. El mes pasado conseguí mi título de maestra, que era lo que de verdad quería.

—Pero estás demasiado delgada como para ser maestra —comentó él.

Kari rió:

—Lo sé. Demasiados años de dieta. Me enorgullece poder contarte que he aumentado de talla. Pretendo engordar un poco más y seguir comiendo chocolate de vez en cuando.

Gage la miró de arriba abajo. Ella esperó escuchar algún comentario sobre su cuerpo, pero no fue así.

—¿Y qué tipo de maestra eres?

—De Matemáticas para secundaria.

—Muchos chicos van a caer rendidos a tus pies.

—Lo superarán.

—No lo sé. Yo aún estoy colgado de la señora Rosens. Era profesora de Sociales en secundaria. Creo que fue la primera vez que me fijé en una chica. Se casó con un entrenador de fútbol del instituto. Tardé un año en sobreponerme.

Kari rió.

Se sentaron juntos en el balancín durante unos minutos. La vida parecía algo normal allí, mientras disfrutaban de la tranquilidad de la noche, pensó Kari. En vez de sirenas y ruidos de coches, se oían sólo los grillos. En todo Possum Landing la gente estaría sentada en sus porches, disfrutando de las estrellas y charlando con los vecinos. Nadie se preocuparía de si medio vaso de vino podía causar flacidez facial. Nadie podía perder un trabajo por ganar tres kilos.

Eso era lo normal, se recordó. Llevaba fuera demasiado tiempo y casi lo había olvidado.

—¿Por qué la enseñanza? —preguntó Gage de pronto.

—Es lo que siempre he querido.

—Después de ser modelo.

—Eso es.

Kari no quería entrar en ese tema. No todavía. Quizá más tarde podían repasar su pasado y lanzarse acusaciones el uno al otro. Pero esa noche, no.

—¿Dónde vas a buscar trabajo de maestra?

—En las escuelas de alrededor de Texas. Hay un par de vacantes en la zona de Dallas y en Abilene. Tengo cita para unas entrevistas. Por eso, me pareció que era el momento adecuado para volver aquí a arreglar la casa. Luego, podré marcharme.

Kari se detuvo, esperando que él respondiera. Pero no lo hizo.

Lo que no importaba, se dijo Kari, que de pronto se había dado cuenta de que no era tan fácil estar allí sentada a su lado, en el mismo balancín donde la había besado por primera vez. Se estremeció.

Era cosa del vino, se dijo Kari. O los viejos recuerdos, revoloteando entre ellos como fantasmas. El pasado tiene una influencia poderosa. Sin duda, iba a necesitar un poco de tiempo para acostumbrarse a la idea de estar de nuevo en Possum Landing.

—¿No pediste trabajo aquí?

—No.

Ella esperó, pero Gage no preguntó por qué.

—No hablemos más de mí —dijo ella, mirándolo—. ¿Qué hay de tu vida? Lo último que supe de ti es que eras ayudante del sheriff. ¿Cuándo ascendiste?

—El año pasado. No estaba seguro de poder hacerlo, pero lo conseguí.

Kari no se mostró sorprendida. Gage siempre había sido bueno en su trabajo y aceptado por la comunidad.

—Así que has conseguido lo que siempre quisiste.

—Sí —respondió él, mirándola—. Siempre tuve muy claros mis objetivos. Crecí aquí. Soy la quinta generación de una familia nacida en Possum Landing. Sabía que quería ver mundo y luego regresar para vivir aquí. Y eso hice.

Kari admiraba su habilidad para saber lo que quería y perseguir sus sueños. Ella nunca había estado tan centrada. Había tenido algunas distracciones muy poderosas. Una de las cuales estaba sentada a su lado.

—Me alegro de que estés donde quieres estar —comentó ella y añadió—: Pero nunca te casaste.

—He tenido algunas novias —respondió Gage, sonriente.

—Siempre fuiste el favorito de las mujeres.

—Nunca te di motivos para preocuparte por eso cuando salíamos juntos. Nunca tonteé con otras mientras estaba contigo, Kari —afirmó él, serio.

—Nunca pensé que lo hubieras hecho. Pero había muchas mujeres ansiosas por captar tu atención. No parecía importarles que nosotros estuviéramos saliendo.

—A mí sí me importaba.

La voz de Gage recorrió la piel de ella como una caricia. Kari se estremeció.

—Sí, bueno, yo… —comenzó a decir Kari, pero su voz se apagó.

—Se está haciendo tarde.

Cuando Gage se levantó, Kari no estuvo segura de si se sentía aliviada o triste porque se fuera. Una parte de ella no quería que la noche acabara nunca, pero la otra parte se alegraba de no tener más oportunidades de decir tonterías. Era un hábito del que no había conseguido deshacerse.

Kari también se levantó y se percató de nuevo en lo alto que era él. Sobre todo, con sus gastadas botas de vaquero. Tuvo que levantar la cabeza ligeramente para mirarlo.

La mirada de Gage casi la dejó sin aliento. Mostraba una combinación de confianza y fuego que hizo que sus entrañas se derritieran y se quedara sin respiración.

¿Qué diablos le pasaba? No era posible que estuviera sintiendo aquello. Era una locura. Sería…

—Sigues siendo la niña más guapa de Possum Landing —afirmó él y dio un paso hacia ella.

Kari se sintió de pronto sobrepasada por el calor texano.

—Yo… ya no soy una niña.

—Recuerda que aquí yo soy quien manda —replicó Gage, con una sonrisa nada buena para el equilibrio de ella—. Lo sé —murmuró y puso una mano sobre su cuello, acercándola—. ¿Te he dicho que me gusta cómo te queda el pelo corto?

Kari abrió la boca para responder. Gran error. O no, según el punto de vista.

Porque justo en ese momento, él inclinó su cabeza y acercó su boca a la de ella. Kari no tuvo tiempo de prepararse… lo que seguramente no fue tan malo. Porque, en cuanto sus labios se tocaron, protestar perdió todo sentido teniendo en cuenta que Gage besaba de maravilla.

Kari no estaba segura de qué era lo que hacía sus besos tan especiales. Mostraban una presión suave y firme y mucha pasión. Como si la noche no fuera ya lo suficientemente calurosa, estaban generando tanto calor que podrían haber hecho hervir el agua. Pero había algo más, una química especial que la dejó desesperada y llena de deseo. Algo que la impulsó a rodearlo con sus brazos de forma que, cuando él la acercó aún más, sus cuerpos estuvieron pegados en las partes claves.

Gage movió su boca contra la de ella y, muy despacio, le lamió el labio de abajo. El placer la recorrió como un relámpago. Kari apretó los fuertes hombros de él, saboreando la firmeza de su cuerpo, el contacto del torso de él sobre sus pechos y de sus fuertes manos sobre las caderas de ella.

Ella ladeó la cabeza, igual que él, preparándose para profundizar el beso. Y no le cupo ninguna duda de que iban a pasar al siguiente nivel.

Así que, cuando Gage se acercó a sus labios de nuevo, ella abrió la boca para él, deseando unir ambas lenguas en aquella particular danza.

Gage sabía dulce y sensual. Era un hombre que disfrutaba de las mujeres y sabía lo suficiente como para hacer que ellas disfrutaran con él. Kari guardaba un recuerdo borroso de su primer beso con Gage, él se había mostrado muy seguro y ella se había sentido como una tonta. Le había tocado la lengua con la suya y ella se había derretido como mantequilla al fuego.

En ese momento, aquella misma sensación se apoderó de Kari. Su cuerpo estaba más que dispuesto para rememorar viejos tiempos. No estaba segura si su mente podía seguirle el paso tan deprisa… a pesar de que la pasión amenazaba con desbancarla.

Gage movió sus manos desde las caderas de ella hacia los lados, luego por la espalda, subiendo hasta que tomó su cabeza. Metió los dedos entre el cabello corto de ella y muy bajito susurró su nombre.

Kari siguió abrazándose a él porque la alternativa era caerse de espaldas allí mismo en el porche. Cuando Gage se separó de su boca y empezó a darle pequeños besos por la mandíbula, ella pensó que no le importaba caerse, siempre y cuando él la recogiera. Y, cuando él chupó el lóbulo de su oreja, se dijo que tener sexo con Gage Reynolds sería la mejor bienvenida.

Por suerte, la elección no era suya. Justo cuando ella empezó a pensar que llevaban demasiadas capas de ropa, Gage se apartó. Tenía los ojos brillantes, los labios húmedos por los besos. A Kari le gustó observar que jadeaba a toda velocidad y que había partes de él que no estaban tan… ocultas como habían estado hacía unos momentos.

Se miraron el uno al otro. Kari no supo qué decir. El descubrir que Gage besaba mejor de lo que ella recordaba significaba una de estas tres cosas: le fallaba la memoria, él había estado practicando en su ausencia o la química entre ellos era más poderosa entonces que hacía ocho años. No estaba segura de cuál opción prefería.

Gage no dijo nada tampoco. En lugar de eso, se acercó, le dio un último beso y bajó las escaleras del porche, alejándose en la noche.

Kari se quedó mirándolo. Se sintió inquieta, con deseos de seguirlo y… y…

Kari tomó aliento antes de darse la vuelta y, muy despacio, entrar en casa. Era obvio que su vuelta a Possum Landing iba a ser mucho más complicada de lo que había previsto.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

GAGE caminó hacia las oficinas de la Gaceta de Possum Landing a la mañana siguiente. En circunstancias normales, hubiera retrasado aquella reunión todo lo posible pero, desde la noche anterior, no había sido capaz de concentrarse en su trabajo así que pensó que eran mejor emplear su tiempo en algo útil en vez de quedarse mirando por la ventana, recordando.

Siempre había sabido que Kari regresaría algún día a Possum Landing. Lo había sentido en sus huesos. De vez en cuando, se había preguntado cómo reaccionaría a ello, asumiendo que sólo estaría un poco interesado en lo que ella había cambiado y en sus planes para el futuro. No había contado con que aún hubiera química entre ellos. No estaba seguro de si aquello lo convertía en un tonto o en un optimista.

Había química de sobra. Así como muchos viejos sentimientos que no había querido reconocer. Estar cerca de Kari le hacía recordar lo mucho que la había deseado… y no sólo para irse a la cama. En un tiempo, había querido pasar el resto de su vida con ella, tener hijos y crear una vida de la que los dos pudieran sentirse orgullosos. En lugar de eso, ella se había marchado y él había encontrado consuelo en su vida actual. Aunque algunas partes de sí mismo le confirmaban que seguía muy interesado en la mujer en que se había convertido, el resto le recordaba que no podía permitírselo.

Kari era una mujer muy bella. Desear tener sexo con ella era normal. Esperar algo más lo llevaría a sufrir. Ya había pasado por eso una vez y sabía que no le gustaban las consecuencias.

Así que, durante el tiempo que Kari se quedara en Possum Landing, se limitaría a ser un buen vecino y a disfrutar de su compañía. Si aquello llevaba a tener algo bajo las sábanas, por él estaba bien. Llevaba meses sin sentirse interesado por el sexo opuesto. En lugar de eso, se había visto poseído por una extraña sensación de búsqueda, deseando algo difícil de definir. En el peor de los casos, Kari podría ser un agradable entretenimiento.

Gage entró en la oficina del periódico y saludó a la recepcionista.

—Ya conozco el camino —dijo él, caminando hacia el pasillo—. Te agradecería mucho si le puedes decir a Daisy que he venido.

La mujer descolgó el teléfono para llamar a la periodista. Gage se quitó el sombrero de vaquero y lo sacudió contra su muslo.

No tenía muchas ganas de estar allí, pero la experiencia le había demostrado que era más seguro dejarse ver para que lo entrevistaran que dejar que Daisy lo buscara. De esa forma, él tenía la sartén por el mango y podía irse cuando necesitara escapar. Había pensando que, si se apoyaba de cierta forma en la silla, podía presionar el botón de su busca y hacerlo sonar. Así podría fingir que lo necesitaban y que tenía que irse para atender una urgencia. También había planeado mostrarse muy contrariado por tener que irse de forma imprevista. También estaba seguro de poder eludir las no tan sutiles indirectas de Daisy para que salieran juntos.

Daisy era una mujer bonita. Pequeña, pelirroja, con ojos verdes y una boca que prometía el paraíso a un hombre. Habían estado juntos en la misma clase del instituto, pero nunca habían salido. Divorciada hacía poco, Daisy parecía tener muchas ganas de rehacer su vida con Gage. Él agradecía el cumplido y no podía comprender su propia falta de interés. Porque no estaba nada interesado. Aún tenía que pensar en una forma fácil de rechazar su invitación y, mientras tanto, lo mejor que podía hacer era eludir en lo posible cualquier contacto personal con ella.