ÍNDICE

NOTA DEL EDITOR
a la presente edición

La presente edición propone de nuevo un texto fundamental de Luigi Giussani, Huellas de experiencia cristiana. Fue el primer libro publicado en Ediciones Encuentro. Respecto de aquella primera edición, hemos eliminado los apéndices, pues han sido publicados más recientemente, junto al libro que tiene el lector en sus manos, en El camino a la verdad es una experiencia. El motivo de esta edición es facilitar la lectura y el uso, para la meditación personal o comunitaria, de un texto esencial.

Hemos pedido a Jesús Carrascosa, iniciador junto a José Miguel Oriol del movimiento de Comunión y Liberación en España, un nuevo prólogo que ayude a entender la importancia de este texto.

PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA HUMANO

1
Experiencia de lo humano

Después de tanta convivencia con Jesús, después del desastre del Calvario y del misterio de la Pascua, los apóstoles aún habían comprendido muy poco de Él. En efecto, todavía le preguntan que cuándo iba a establecer el reino de Israel, tal y como lo entendían todos entonces, un reino de supremacía terrena y política; ¡y faltaban pocas horas para su ascensión a los cielos!

«Los que estaban reunidos le preguntaron: ‘Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el reino de Israel?’»1.

Si aún no le habían entendido, ¿por qué le seguían? Y había entre ellos personas que habían dejado mujer, hijos, casa, barcas y redes, oficios, negocios. ¿Por qué le seguían?

Porque Cristo se había convertido en su centro afectivo.

¿Cómo era posible esto?

Cristo era el único en cuyas palabras se sentía comprendida toda su experiencia y sus necesidades tomadas en serio y clarificadas cuando estaban inconscientes y confusas; por ejemplo, precisamente aquellos que creían no tener más necesidad que el pan comenzaban a entender que «no sólo de pan vive el hombre».

Cristo se les presenta precisamente así, como Alguien que viene sorprendentemente a su encuentro, que les ayuda, les explica sus problemas, les cura aunque estén lisiados o ciegos, que hace bien al alma, responde a sus exigencias, está dentro de su experiencia... Pero, ¿cuáles son sus experiencias? Sus experiencias y sus necesidades son ellos mismos, aquellos hombres concretos, su humanidad misma.

Cristo llega, pues, justamente ahí, a mi condición humana, de alguien que por tanto espera algo, porque siente que le falta todo; se pone a mi lado, se presenta como respuesta a mi necesidad fundamental.

Para encontrar a Cristo debemos, pues, ante todo plantear seriamente nuestro problema humano.

Lo primero de todo es abrirnos a nosotros mismos, es decir, darnos cuenta vivamente de nuestras experiencias, mirar con simpatía lo humano que hay en nosotros. Debemos tomar en consideración lo que verdaderamente somos. Considerar significa tomar en serio lo que sentimos, todo; descubrir todos sus aspectos, buscar todo su significado.

Hay que estar muy atentos porque demasiado fácilmente no partimos de nuestra experiencia, plena y auténtica. En efecto, a menudo identificamos la experiencia con impresiones parciales, reduciéndola así a una caricatura, como sucede frecuentemente en el campo afectivo, en los enamoramientos o en los sueños sobre el porvenir.

Y, más a menudo todavía, confundimos la experiencia con los prejuicios o con los esquemas quizá inconscientemente asimilados del ambiente. De ahí que en vez de abrirnos en esa actitud de espera, de atención sincera, de dependencia, que la experiencia sugiere y exige profundamente, nosotros imponemos a la experiencia categorías y explicaciones que la bloquean y la angustian, dando por supuesto que la comprendemos. El mito del «progreso científico que resolverá un día todas nuestras necesidades» es la fórmula moderna de esta presunción, una presunción salvaje y repugnante: ni siquiera considera nuestras auténticas necesidades, ni siquiera sabe en qué consisten; se niega a observar la experiencia con ojos claros, y a aceptar lo humano con todas sus exigencias. Por eso la civilización de nuestros días hace que nos movamos ciegamente entre esta presunción exasperada y la más oscura desesperación.

2
Soledad

Encontramos una sugerencia importantísima en la situación de los apóstoles que se describe en los Hechos.

«Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco y les dijeron: ‘Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo’»2.

Cristo se ha ido, y ellos permanecen allí, parados, con la boca abierta —su esperanza se les ha ido—; desciende sobre ellos la soledad como sobre la tierra la oscuridad y el frío en cuanto el sol se pone. Cuanto más descubrimos nuestras exigencias, más cuenta nos damos de que no las podemos resolver por nosotros mismos, ni tampoco pueden los demás, que son hombres como nosotros. El sentido de impotencia acompaña a toda experiencia seria de humanidad.

Es este sentido de impotencia el que engendra la soledad. La verdadera soledad no proviene tanto del hecho de estar solos físicamente cuanto del descubrimiento de que un problema nuestro fundamental no puede encontrar respuesta en nosotros ni en los demás.

Se puede perfectamente decir que el sentido de la soledad nace en el corazón mismo de todo compromiso serio con la propia humanidad. Puede entender bien esto todo aquel que haya creído haber encontrado la solución a una gran necesidad suya en algo o en alguien; y luego esto desaparece, se va, o se revela incapaz de respuesta. Estamos solos con nuestras necesidades, con nuestra necesidad de ser y de vivir intensamente. Como uno que está solo, en el desierto: la única cosa que puede hacer es esperar a que alguien llegue. Y la solución no será ciertamente el hombre; porque lo que se trata de resolver son precisamente las necesidades del hombre.

Notas

PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA HUMANO

1
Experiencia de lo humano

1 Hch 1,6.

2
Soledad

2 Hch 1,9-11.

3
Comunidad

3 Hch 1,12-14.

4 Hch 1,13.

5 Hch 1,23-26.

4
Autoridad

6 Hch 1,15-22.

5
Oración

7 Hch 1,14.

7
¿Quién es éste?

Es completamente natural que la gente que le seguía, y particularmente aquellos que le seguían con continuidad, frente al surgir de tamaña personalidad, llegado un momento determinado se hicieran la pregunta: «¿Pero quién es éste?».

El hombre docto y culto, que por tanto abrevia los tiempos y los espacios porque vive intensamente la experiencia, Nicodemo, rápidamente reconoce que aquel hombre no puede venir más que de Dios.

Pero no de otro modo se comporta aquella otra gente ruda e inculta que le había seguido abandonándolo todo. Romano Guardini, en La Esencia del Cristianismo, observa: «Ellos se le acercan, le escuchan, vuelven y terminan experimentando la impresión de una personalidad sin parangón. Esta impresión se va transformando poco a poco en convicción. Jesús es un ser superior a cualquier otro...».

En Él hay algo inexplicable, hay un margen indefinible.

La convivencia con Cristo había generado una evidencia, la evidencia de que era completamente natural, absolutamente justo, tener confianza en aquel hombre. Ir contra aquella evidencia habría sido ir contra sí mismos.