TIMERIDERS

 

ALEX SCARROW

 

 

 

 

 

TIMERIDERS

 

 

 

Traducción de Àngels Gimeno

 

 

 

 

 

 

 

 


 

Título original: TimeRiders

 

Cubierta cedida por Puffin Books

Diseño de la cubierta: James Fraser

Fotografía de la cubierta: Neil Spence

 

es un sello editorial propiedad de

 

Primera edición: noviembre de 2012

Primera edición en e-book: noviembre de 2012

Edición en ePub: febrero de 2013

 

© Alex Scarrow, 2010

First published in Great Britain in English language by Penguin Book Ltd.

© de la traducción: Àngels Gimeno, 2012

© de la presente edición: Edhasa, 2012

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ISBN: 978-84-92472-44-4

 

Depósito legal: B. 30.398-2012

Capítulo 1

 

 

Año 1912, océano Atlántico

 

 

–¿Queda alguien en la cubierta E? –gritó Liam O’Connor. Su voz resonó en el estrecho corredor, rebotando contra las paredes de metal–. ¿Queda alguien ahí?

Reinaba un silencio absoluto, excepto por los gritos ahogados y el rumor de pasos apresurados que provenía de la cubierta de arriba, y por el profundo crujido acongojado de la bodega del barco, que se acentuaba a medida que la proa se hundía poco a poco bajo la superficie del océano.

Liam se agarró al marco de la puerta del camarote que había junto al suyo para no caerse: el ángulo de inclinación del suelo era cada vez más acusado. Las instrucciones del mayordomo del Titanic habían sido claras: tenía que asegurarse de que todos los camarotes situados en aquella parte de la cubierta estuviesen vacíos antes de volver a subir a reunirse con él.

No estaba seguro de querer hacerlo; los gritos y los lamentos de mujeres y niños que descendían por el hueco de la escalera sonaban agudos y aterradores. Por lo menos aquí, en la cubierta E, donde estaban los camarotes de segunda, se respiraba una extraña sensación de paz. Aunque no del todo silenciosa, pues a lo lejos se oía un profundo ruido sordo, y Liam sabía que se trataba del sonido que hacían las aguas congeladas del océano al golpear el barco dañado, rugiendo al entrar por los mamparos abiertos, tirando del Titanic hacia abajo poco a poco.

–¡Última llamada! –gritó de nuevo.

Pocos minutos antes, había alertado a una joven madre y a su hija que estaban acurrucadas en uno de los camarotes con los chalecos salvavidas puestos.

La mujer estaba paralizada por el miedo y temblaba, abrazando a su hija. Liam las hizo salir y las guió hasta las escaleras que conducían a la cubierta D. Cuando se despidieron en la escalera, la niña le dio un beso rápido en la mejilla como si, al contrario de lo que le ocurría a su confundida madre, hubiese entendido que el destino de todos estaba escrito.

Liam advirtió que el suelo estaba cada vez más inclinado bajo sus pies tambaleantes. Oyó el ruido, que venía del otro extremo del corredor, de platos que se caían de los estantes en la sala de camareros.

«Se hundirá muy pronto.»

Pronunció una rápida plegaria para sí, y alargó el cuello para mirar dentro del último camarote, vacío.

Un fuerte rugido pareció atravesar el suelo, vibró como el canto de una ballena gigante, y Liam lo sintió más que oírlo. Le llamó la atención algo que brillaba más allá del ojo de buey de la cabina. No se veía nada más que oscuridad, y de tanto en tanto el revoloteo de las rápidas burbujas plateadas que pasaban a toda velocidad.

«La cubierta E está por debajo del nivel del agua.»

–A la mierda –murmuró–. Yo ya he terminado.

Volvió a salir al pasillo y vio que, desde el otro extremo, una onda de agua de apenas unos cinco centímetros avanzaba hacia él por la moqueta.

–Oh, no.

El extremo inferior del pasillo era su única vía de salida.

«Te has quedado demasiado tiempo, Liam, estás loco. Te has quedado demasiado…»

Se dio cuenta ahora de que la niña y su madre habían sido una señal del destino para que se marchase. Tendría que haber salido de allí con ellas.

El agua helada le llegó hasta los pies, empapó sus zapatos y pasó de largo sin esfuerzo alguno. Liam avanzó unos pasos adentrándose cada vez más en el agua, y percibió su frío abrazo alrededor de los tobillos, que enseguida le cubrió las rodillas. Más adelante, a la vuelta del final del pasillo, estaba la escalera por la que tendría que haber subido hacía cinco minutos. Siguió hacia delante, estremeciéndose mientras el nivel del agua helada subía hasta alcanzarle la cintura y le empapaba su chaqueta de camarero. Cada vez tenía más frío, y a medida que avanzaba, el vaho de su respiración entrecortada empezó a formar pequeñas nubes de vapor.

–¡Dios mío, ayúdame! ¡N-no quiero ahogarme!– dijo muy bajito, con una voz que no tenía ya el timbre de los dieciséis años apenas adquirido, sino el de la queja ahogada de un niño asustado.

El nivel del agua era ya demasiado alto para avanzar. Más adelante, en el punto en que el pasillo giraba a la derecha hasta el rellano de la escalera, el agua que había alcanzado las luces de la pared las hacía parpadear y echar chispas.

«Lo más probable es que el hueco de la escalera esté ya inundado.»

Debido a la inclinación del suelo, se dio cuenta de que, a la vuelta de la esquina, el agua ya estaría golpeando el techo, y de que por lo menos un tramo de las escaleras estaría ya sumergido por completo. Su única salida era contener la respiración y rezar para resistir lo suficiente y conseguir subir a tientas por ese primer tramo de escaleras hasta el rellano de más arriba.

–¡Dios mío, por favor, Dios mío! –Sus labios, azules, ya le temblaban sólo de pensar en adentrarse en la oscuridad y bucear a ciegas por debajo de la superficie, equivocándose de camino, y sintiendo como crecía la desesperación hasta acabar aspirando el agua revuelta de mar que llenaría sus pulmones.

Fue entonces cuando oyó el ruido de algo que se movía detrás de él.

Capítulo 2

 

 

Año 1912, océano Atlántico

 

 

Liam se volvió para mirar hacia el pasillo y vio a un hombre de pie, con el agua hasta los tobillos, que se aferraba a la barandilla de la pared para evitar caer rodando por el pasillo hasta donde estaba él.

–¡Liam O’Connor!

–¡Estamos a-atrapados! ¡No tenemos…! ¡No tenemos escapatoria! –respondió Liam con voz chillona.

–Liam O’Connor– dijo el hombre de nuevo con una voz serena.

–¿Qué?

–Sé quién eres, muchacho.

–¿Eh?...Tenemos que…

El hombre sonrió.

–Escucha, Liam –miró el reloj–. Te quedan menos de diez minutos de vida –el hombre miró a su alrededor, hacia los mamparos metálicos de color vainilla de la cubierta E–. Este barco se partirá en dos en unos noventa segundos. Se partirá a dos tercios de su longitud. La sección de proa, la más grande, donde estás tú ahora, se hundirá primero, como una piedra. La parte de la popa se mantendrá a flote durante otro minuto, y luego nos seguirá al fondo del océano, a dos mil quinientos metros de profundidad.

–¡No p-por favor, no! ¡No, no, no! –se lamentó Liam, dándose cuenta de que estaba llorando.

–A medida que nos hundamos, la presión del agua irá aumentando y el casco se doblegará ante ella. La presión del aire te reventará los tímpanos instantáneamente. Los remaches de las paredes –siguió diciendo mientras pasaba la mano por encima de una hilera de ellos– saldrán disparados de los mamparos como balas. El pasillo se llenará de agua enseguida, y tú morirás aplastado antes de que puedas ahogarte. Por lo menos eso será una pequeña bendición.

–Oh, Dios mío, no… A-ayúdanos.

–Morirás, Liam –el hombre sonrió de nuevo–, y eso es lo que te hace perfecto.

–¿P-perfecto?

El hombre dio unos pasos hacia delante, avanzando hasta donde estaba Liam con el agua hasta la cintura.

–Dime, ¿quieres vivir?

–¿Qué?… ¿Es que ha-hay alguna forma de s-alir?

Las luces del pasillo parpadearon y se apagaron al unísono. Al cabo de un momento, volvieron a encenderse.

–Quedan sesenta segundos para que la nave se parta en dos Liam. No te queda mucho tiempo.

–¿Ha-hay otra manera de s-alir de…?

–Si vienes conmigo, Liam –le dijo ofreciéndole la mano–, hay otra salida. Vivirás una vida invisible. Existirás como un fantasma, nunca del todo en este nuestro mundo. Sin poder nunca hacer amigos, sin poder enamorarte nunca –el hombre suavizó esto último con una sonrisa de empatía–. Descubrirás ciertas cosas que…, bueno…, cosas que pueden llegar a volverte loco si dejas que bailen demasiado en tu cabeza. Algunas personas escogen morir.

–¡Yo q-quiero vivir!

–Es mi obligación advertirte, Liam… Yo no te estoy ofreciendo tu vida, muchacho. Te estoy ofreciendo una salida, eso es todo.

Liam se agarró del candelabro de un aplique que parpadeaba, y se echó hacia atrás en el pasillo inclinado para que sus pies tocaran de nuevo el suelo. De pronto un estrepitoso rugido hizo que todo vibrase a su alrededor, ensordeciéndoles.

–Se está hundiendo, Liam. La quilla del Titanic se partirá en unos segundos. Si crees en Dios, puede que quieras reunirte con él ahora. Si te quedas aquí, te lo aseguro, muy pronto todo habrá acabado para ti.

Ahogarse era precisamente la peor pesadilla de Liam desde que tenía uso de razón. No había aprendido nunca a nadar por culpa del terrible miedo que le tenía al agua.

Liam levantó la vista hacia el hombre, mirándole a la cara por primera vez: tenía los ojos tristes y hundidos, enmarcados por las arrugas de la edad. Al verlo, creyó entender lo que sucedía:

–¿Es usted…, es u-usted un a-ángel?

El hombre sonrió.

–No, no soy más que un viejo –mantuvo la mano firme tendida hacia donde estaba Liam–. Si decides quedarte y morir lo entenderé. No todo el mundo decide acompañarme.

Liam se estremeció. El suelo se sacudió bajo sus pies, y el aire que les rodeaba se llenó con el sonido de la fractura de pedazos de metal, el ruido de junturas que reventaban, a medida que, una tras otra, las cubiertas que había por encima de sus cabezas se iban desmoronando.

–Eso es todo, Liam. Ésta es la hora de la verdad para ti.

Liam se inclinó hacia delante, fuera del agua, en un desesperado intento de alcanzar la mano que le tendía el anciano. Si hubiese tenido algo más que tiempo, si su cabeza no hubiese estado sometida a un ciego estado de pánico, puede que se hubiese preguntado quién era ese hombre y de qué manera exactamente pensaba salvarles a los dos. Sin embargo, en aquel momento sólo podía pensar en una cosa.

«No quiero morir. No quiero morir.»

Las luces se apagaron de repente, dejándoles en la más completa oscuridad.

Liam buscó a tientas con el brazo.

–¿Dónde tiene la mano? ¡Por favor! ¡No quiero ahogarme!

Los dedos de Liam rozaron los del viejo. Éste los agarró y los sujetó con fuerza.

–Despídete de tu vida, Liam –le gritó por encima del atronador estrépito de la nave partiéndose en dos.

La última sensación de la que Liam tuvo conciencia fue la del suelo metálico del corredor que vibraba bajo sus pies, desapareciendo, y luego la de caer atravesando la oscuridad.

Capítulo 3

 

 

Año 2001, Nueva York

 

 

«Caer, caer… caer…»

Liam se despertó de golpe, dando patadas. Todavía tenía los ojos cerrados con fuerza, y palpó con las manos una tela seca y caliente que lo cubría. Todo estaba tranquilo, casi silencioso, excepto por el suave susurro de una respiración a su lado y por un murmullo callado y distante que provenía de algún lugar lejano por encima de él. Pero sabía que había llegado de forma misteriosa a otro lugar, eso sí que era obvio.

Estaba en una cama o en un catre. Abrió los ojos y, encima de él, vio un techo de arco de ladrillos en mal estado: le habían dado una capa de cal hacía mucho tiempo, y se estaba desprendiendo como si fuese caspa. De un polvoriento cable eléctrico en la parte más alta del arco del techo, colgaba una sola bombilla parpadeante.

Se incorporó apoyándose en los codos.

Estaba en un rincón con paredes de ladrillos, puede que en un lugar subterráneo. Más allá del foco de luz que provenía de la bombilla del techo, se extendía un húmedo suelo de cemento desde el rincón donde estaba él hacia la oscuridad.

«¿Dónde estoy?»

Se incorporó, se sentía grogui y mareado y, sin darse cuenta, dirigió la mirada hacía la litera que había apenas a un metro de él. En la cama de abajo, vio a una muchacha unos años mayor que él moviéndose inquieta mientras dormía. Calculó que debía de tener unos dieciocho años, puede que diecinueve. Era más una mujer joven que una muchacha.

Sus ojos se movían debajo de los párpados; emitía unos quejidos patéticos. No paraba de mover las piernas y de dar patadas, haciendo que la litera chirriase e hiciese ruido con cada movimiento brusco.

«¿Dónde demonios estoy?», volvió a preguntarse en silencio.

Capítulo 4

 

 

Año 2010, en algún lugar
encima de Estados Unidos

 

 

Maddy Carter se giró de forma brusca y presionó el pulsador del váter. El retrete emitió un fiero sonido de succión, y por un instante se preguntó qué ocurriría si una persona lo suficientemente desafortunada lo pulsase cuando todavía estuviese sentada en el váter. Tal vez fuese succionada a través del sifón y saliese disparada a doce mil pies de altura en caída libre, entre una lluvia de zurullos.

«Bonita idea.»

Maddy se aseó lo mejor que pudo dentro de los apretujados confines del cubículo del baño. Se quedó mirando los últimos vestigios de vómito que daban vueltas en el lavamanos y desaparecían por el agujero, y se sintió mejor ahora que la comida del avión estaba fuera en lugar de dentro, revolviéndose todavía en su barriga.

Se secó la boca con la mano y comprobó en el espejo que no le quedase ningún resto de vómito en el pelo. El espejo le devolvió la mirada de una chica alta, desgarbada y con la cara pálida; las pecas de empollona que tanto odiaba se esparcían por sus mejillas debajo de la montura de las gafas. El pelo rubio rojizo le caía lacio sobre los hombros delgados, cubiertos por una sosa camiseta gris con el logo de Microsoft cosido delante.

«Sí, una obsesa de la informática al cien por cien. Eso es lo que eres, Maddy.»

Una fanática de la informática… un bicho raro; una chica a la que le gusta complicarse la vida con placas de circuitos, trucando su ordenador o pirateando su iPhone para conseguir acceso a Internet gratis… una chica fanática de la informática. Una fanática de la informática que sufría de terrores nocturnos cada vez que tenía que subir a un avión.

Quitó el cerrojo de la puerta, la abrió y salió del servicio. Miró hacia el pasillo central del avión, y vio un mar de respaldos de asiento y las formas cabeceantes de varios centenares de cabezas.

Notó que alguien le ponía la mano en el hombro y, al girarse, vio a un hombre viejo de pie junto a la hilera de cubículos de los servicios.

–¿Esto? ¿Qué? –dijo Maddy quitándose de los oídos unos pequeños auriculares que siseaban.

–Eres Madelaine Carter, de Boston. Estás en el asiento 29D.

Ella le miró perpleja.

–¿Qué? ¿Quiere ver mi billete o algo…?

–Me temo que te quedan pocos minutos de vida.

Sintió que el estómago se le revolvía y se preparaba para expulsar otro torrente de comida a medio digerir. Una frase del estilo de «pocos minutos de vida» era lo último que una pasajera nerviosa como ella necesitaba oír ahora mismo. Estaba en la misma categoría que las palabras «terrorista» y «bomba», algo que nadie debería pronunciar en un avión repleto de pasajeros a mitad del vuelo.

El hombre viejo tenía el aspecto apresurado de alguien a punto de perder un tren.

–En pocos minutos, todos los que viajan en este avión estarán muertos.

Pensó que sólo dos tipos de persona podían decir una cosa así: un psicópata total que debería estar medicado o…

–¡Oh! Dios mío –susurró– , ¿usted…, usted no será un t-terrorista, verdad?

–No, estoy aquí para rescatarte, Madelaine –lo dijo en voz baja, y entonces echó un vistazo al mar de cabezas a ambos lados del pasillo–, pero me temo que sólo puedo salvarte a ti.

Ella negó con la cabeza.

–¿Qué?… ¿Quién?… Yo… Esto –abría y cerraba la boca inútilmente.

–No tenemos mucho tiempo –miró su reloj de pulsera–. En unos noventa segundos, una pequeña carga explosiva explotará en mitad del avión, en el costado derecho. La explosión abrirá un agujero en el fuselaje, el avión sufrirá una descompresión inmediata y caerá en picado. Veinte segundos más tarde, saldrá despedida el ala derecha y el interior del avión se llenará de combustible, que se inflamará en el acto –suspiró–. Treinta y siete segundos más tarde, el avión se estrellará en el bosque que hay debajo, y los que todavía no hayan muerto incinerados morirán entonces.

Maddy sintió que su rostro palidecía.

–Lo siento –añadió él– pero me temo que nadie va a sobrevivir.

–Esto… Esto es… ¿esto es una broma de mal gusto, verdad?

–No es ninguna broma –siguió diciendo él–. Eres tú quien puede escoger, puedes escoger vivir.

«Está hablando en serio.» Y algo le decía que no estaba bajo el efecto de medicación alguna. Se dio cuenta de que le faltaba el aire, que sin pensarlo estaba buscando el inhalador.

–¿En n-noventa se-segundos…? ¿Va a explotar una bomba?

–Ahora ya, mucho antes.

«Si no es un chiflado, entonces…»

–¡Oh, Dios mío, la b-bomba es suya! ¿Qué es lo que quiere de nosotros?

–No, no es mía, no soy un terrorista. Simplemente sé que este avión va a ser destruido por un artefacto. Mañana por la mañana un grupo terrorista se declarará responsable del atentado.

–¿Tenemos t-tiempo? ¿Podemos encontrar la b-bomba y lanzarla fuera? –preguntó alzando la voz por culpa del pánico. Había pronunciado la «b» un poco demasiado alto y ésta había viajado por el aire. Algunos de los pasajeros se volvieron rápidamente para mirarla desde el pasillo.

Él negó con la cabeza.

–Aunque tuviese tiempo, no puedo cambiar los acontecimientos. No puedo cambiar la historia. Este avión tiene que estrellarse.

–Oh, Dios mío…

–Lo único que puedo hacer es sacarte de él antes de que se estrelle.

Maddy miró hacia el pasillo, y vio a más pasajeros dándose la vuelta. Oyó como el murmullo de voces aumentaba y la palabra «bomba» se convertía en una ola de la marea que cada hilera de asientos susurraba a la siguiente.

–Si me das la mano –le dijo ofreciéndosela–, vivirás. Y a cambio, te pediré que me ayudes; pero puedes escoger quedarte. La elección es tuya, Madelaine.

Maddy se dio cuenta de que estaba llorando por culpa del pánico. Aquel hombre parecía cuerdo, tranquilo. Parecía que hablaba completamente en serio. Y sin embargo… ¿cómo pensaba que podía sacar a nadie de este avión en mitad del vuelo?

–Sé que no crees en Dios –le dijo–. He leído tu ficha, y sé que eres atea. Así que no voy a intentar decirte que soy un ángel. Sé que le tienes miedo a las alturas, y que no llevas demasiado bien lo de viajar en avión. Sé que tu bebida favorita es Dr. Pepper y que tienes una pesadilla recurrente en la que te caes de una casa pintada de amarillo encima de un árbol… Y sé muchas más cosas de ti.

Ella frunció el ceño.

–¿Cómo… cómo sabe todo e-eso?

Él miró el reloj.

–Te quedan treinta segundos.

En ese momento, una azafata comenzó a avanzar por el pasillo en dirección a ellos con los ojos desorbitados por la ansiedad.

–Sé que eres una ávida lectora de ciencia ficción, Madelaine, así que puede que te resulte más fácil entenderlo si te digo que vengo del futuro.

Ella abrió la boca y volvió a cerrarla.

–¡Pero… pero eso es imposible!

–Los viajes a través del tiempo serán posibles en unos cuarenta años.

Le extendió la mano. Ella la miró sin estar segura.

–Veinte segundos Madelaine. Tómame la mano… o quédate.

Ella le miró la cara llena de arrugas.

–¿Por qué? ¿Por qué…?

–¿Por qué precisamente tú?

Ella asintió con la cabeza.

–Porque encajas perfectamente en el perfil que necesitamos.

Ella tragó saliva nerviosa, notó que le costaba respirar y que lo hacía de forma irregular. Estaba confundida y, presa del pánico, fue incapaz de pensar en otra pregunta con sentido.

–Te necesitamos –le dijo mientras miraba el reloj–. Quedan quince segundos, ha llegado la hora de decidir.

–¿Q-quién es u-usted?

–Yo… o mejor debería decir, nosotros… somos los que arreglamos las cosas que se han torcido. Y ahora toma mi mano, Madelaine, ¡tómala ya!

Sin pensar en lo que hacía, Madelaine alargó la mano hacia él.

Una azafata se detuvo justo delante de ellos.

–Perdonen –les interrumpió–, un pasajero nos ha informado de que ustedes dos han utilizado la palabra que empieza con «b»… «bomba» en voz alta –pronunció la palabra en voz baja–. Lo siento, pero no pueden utilizar ese tipo de lenguaje en un avión de pasajeros.

El hombre la miró y sonrió con tristeza.

–No, soy yo quien lo siente, señorita. De verdad que lo siento.

Maddy le miró.

–¿Esto va en serio?

Él afirmó con la cabeza.

–Y tenemos que irnos ahora mismo.

–Vale –dijo ella, agarrando con fuerza la mano que él le había extendido.

La azafata inclinó la cabeza hacia un lado con curiosidad, con la frente fruncida y los labios apretados. Estaba a punto de preguntarle de qué manera exactamente tenía pensado salir del avión.

De pronto, el mundo se tornó de un blanco cegador y Maddy cerró los ojos de golpe.

Capítulo 5

 

 

Año 2001, Nueva York

 

 

Estaba chillando, o por lo menos eso es lo que le parecía aquel ruido. Puede que hubiese sido ella, o puede que hubiese sido el silbido de un ala del avión al desgarrarse.

Incluso puede que hubiese sido la azafata: no estaba segura.

Una aterradora sensación de caer en picado atravesando la oscuridad.

–No-o-o-o-o-o –se oyó gritar a sí misma con una voz que sonaba como el estridente chillido de un cerdo al morir degollado.

De repente, se tambaleó de forma violenta.

–¡Oh, D-dios T-todopoderoso! –suspiró una voz masculina en la cama que había junto a ella.

Maddy abrió los ojos como platos, y fijó la mirada en una bombilla parpadeante que colgaba del techo abovedado de ladrillos para luego dirigirla hacia los muelles oxidados de una mugrienta litera que estaba directamente encima de su cama. Finalmente, su mirada se posó a su derecha, sobre el terso rostro de un chico joven que estaba sentado en una destartalada cama de barrotes al otro lado de la de ella, y que parecía que llevaba un uniforme de camarero.

–¡Por Jesucristo, vaya susto me has dado! –le dijo–. Hace un segundo, estabas durmiendo como un angelito, y de repente te despiertas gritando como una bruja.

Maddy sintió que la respiración se agitaba en su pecho como una polilla atrapada en una jaula de alambre. Resollando, bajó la vista y se dio cuenta de que todavía tenía el inhalador firmemente agarrado en la mano, igual que lo tenía hacía un momento a bordo del avión. Inspiró una larga bocanada, y consiguió encontrar el suficiente aire en sus pulmones para sentarse despacio.

–Estoy muerta, tengo que estar muerta…

El joven consiguió esbozar una media sonrisa forzada.

–Yo también…, creo.

Se quedaron mirándose por un momento.

–Me pregunto si… –dijo Liam– ¿tú crees…?

–¿Si esto es el cielo? –Maddy terminó la pregunta por él–. No creo que exista. Y si es esto…, pues me parece un poco cutre.

La litera en la que estaba tumbada crujió por culpa de alguien que se movía; Maddy alzó la mirada hacia los muelles y el colchón.

–¿Hay alguien más ahí arriba?

Liam asintió con la cabeza.

–Sí, una chica joven de piel oscura. Está dormida.

–Se llama Saleena –dijo una voz que salió de la oscuridad.

Los dos se giraron de golpe para mirar hacia la penumbra que había más allá de la luz de la bombilla.

Oyeron pasos en el duro suelo de cemento y luego, primero de forma casi imperceptible, vieron la figura de un hombre mayor que emergía de la oscuridad con una bandeja en las manos.

–¿Un café? –preguntó el hombre.

–¡Oh, Dios mío! –dijo Maddy con un grito ahogado al reconocer su rostro.

A Liam se le desencajó la mandíbula.

–¡Usted! ¡Usted es el hombre de la cubierta E!

–Así es –dijo él con calma–. Me llamo Foster.

Se acercó y colocó la bandeja con las tazas desconchadas y una caja de dónuts en el suelo, entre las dos camas. Se sentó en la cama, al lado de Liam.

–Y tú eres Madelaine Carter… y tú Liam O’Connor. –Señaló con la cabeza hacia la litera de arriba–. La chica de aquí arriba es Sal Vikram; es muy joven, sólo tiene trece años. La pobrecita estará muy asustada cuando se despierte.

–Aquí tenéis –les dio a Liam y a Maddy una taza de café–. Seguro que no os vendrá mal un tentempié.

–¿Señor Foster…, se llama así, verdad? –le preguntó Liam.

Él sonrió.

–Foster, señor Foster, como prefieras, no tengo manías.

–Señor Foster, ¿dónde estamos?

Maddy hizo un gesto con la cabeza.

–Yo tendría que estar muerta. Es imposible que me sacase de aquel avión, imposible.

Foster se volvió para mirarla.

–¿Viajar a través del tiempo, te acuerdas?

Maddy achicó los ojos, dejando sólo una rendija.

–Pero eso es imposible…

–No –dijo él sacudiendo la cabeza–, por desgracia, no lo es.

–¿Qué es eso de viajar a través del tiempo? –preguntó Liam.

Maddy le miró ladeando la cabeza de forma burlona.

–No te pases con el chico –dijo Foster–. Es de 1912, y en aquella época no había cómics ni series de ciencia ficción.

Ella volvió a mirar a Liam, prestando más atención a lo que llevaba puesto: no era un simple camarero, era un camarero de barco. Se dio cuenta de que en el bolsillo superior de su chaqueta llevaba cosida la frase «White Star Lines».

–¿1912? ¿Habla en serio?

–Del todo –añadió Foster.– Liam estaba a bordo del Titanic.

Se quedó boquiabierta.

–¿Qué? –Liam estaba confuso–. ¿Por qué me estás mirando de esa manera? –le preguntó.

–Porque Liam –dijo Foster–, tú vienes de la Irlanda de hace cien años –y se rió–, y ella del Nueva York del año 2010.

Las oscuras cejas de Liam se levantaron al unísono.

–Y Saleena Vikram, ahí arriba en la litera, viene de Mumbai, en la India, del año… 2026 –Foster hizo una mueca que hizo que su viejo rostro se arrugase como si fuese papel parafinado–. Y en cuanto a mí –sonrió–, digamos que vengo de Nunca Jamás.

Maddy se inclinó hacia delante:

–Oh, Dios mío, venga ya, ¿de cuándo? ¿Del siglo XXII? ¿De más adelante?

Su sonrisa no revelaba nada.

–¿Tienen naves espaciales en su época? ¿La humanidad ha colonizado el sistema solar? ¿Se ha inventado ya el sistema de propulsión que permite viajar a mayor velocidad que la luz?

Se acercó el dedo índice a los labios para hacerla callar.

–Tal vez en otro momento. Ahora tenemos cosas más importantes en las que concentrarnos.

Antes de que ninguno de ellos pudiese responder, oyeron un ruido que venía de la litera superior.

–Está volviendo en sí –dijo Foster–. Estará todavía más desorientada y más asustada que cualquiera de vosotros.

Maddy bebió ruidosamente un sorbo de la taza de café caliente que tenía en las manos.

–De verdad que lo dudo –dijo.

El murmullo de la adolescente se convirtió en gritos asustados que rápidamente se hicieron más intensos. Foster se levantó y se inclinó sobre la litera de arriba.

–Sh…, no pasa nada Saleena –le susurró de manera tranquilizadora–. Todo ha terminado, ahora estás a salvo.

Cuando abrió los ojos de golpe y se sentó rígida en la litera, la voz llorosa de la chica se convirtió en un repentino alarido agudo.

Foster la sujetó con firmeza por los estrechos hombros.

–Saleena –le habló deprisa, pero con ternura–. Estás a salvo, aquí nadie puede hacerte daño. Todo ha terminado.

Su respiración se volvió entrecortada. Bajo un flequillo negro peinado hacia un costado del rostro alargado, sus ojos, remarcados con lápiz de ojos oscuro, se abrieron de golpe. Su mirada voló de un lugar a otro, parecía no entender absolutamente nada.

–Todo ha terminado, Saleena –volvió a decir Foster–. Ahora estás a salvo.

La mirada de la muchacha se detuvo sobre el viejo. Se apartó el cabello de su rostro casi cenizo; su piel color café se había descolorido hasta convertirse en un gris casi cadavérico.

Liam se levantó y miró por encima del borde de la litera, alzando la ceja atónito al ver la extraña apariencia de la muchacha: llevaba una sudadera con capucha con letras mal dibujadas de color naranja fluorescente esparcidas por la tela, unos pantalones estrechos como tubos rotos y remendados con parches sobre parches, y unas botas que parecían dos tallas más grandes, con los cordones atados más arriba de los tobillos…, y una pequeña bolita de metal en el labio superior.

–Esto… –se lo pensó dos veces antes de extender la mano a modo de saludo–. Me llamo Liam O’Connor. Encantado de …

–Espera un momento, Liam –dijo Foster–, sólo un momento… Su extracción fue especialmente traumática.

–¿Es usted? –su voz sonaba pequeña, temblorosa, incierta–. El hombre…, el hombre entre las llamas.

–Así es –le dijo con una cálida sonrisa–. Soy yo, Saleena.

–Sal –respondió ella–, Sal… Sólo mis padres me llaman Saleena.

–Pues, Sal –contestó él mientras la ayudaba a incorporarse.

Ella pasó las dos piernas por encima del borde de la litera y estudió a los otros dos en silencio: un chico vestido como el botones de un hotel y una joven de largo pelo lacio con gafas.

–Eh –dijo Maddy–, bienvenida a Villamisteriosa.

–Dadle un poco de tiempo. Dejad que recupere la respiración.

–Tienes un acento extraño, de verdad que sí –le dijo Liam a Sal con curiosidad.

–Eso tiene gracia viniendo de ti –saltó Maddy.

–Viene de una ciudad de la India que se llama Mumbai, Liam. Tú la conocerás como Bombay.

–Pero habla inglés, sí que lo habla.

–Pues claro –Maddy puso los ojos en blanco–, toda la gente que vive allí lo habla, es una nación bilingüe.

Capítulo 6

 

 

Año 2001, Nueva York

 

 

El café había desaparecido, y en la caja quedaba un último dónut que nadie quería.

–¿Nos han…? ¿Ha utilizado usted la palabra reclutado? –preguntó Maddy.

–Sí, así es. Ahora trabajáis para la Agencia.

Liam se echó hacia delante.

–Esto… Señor Foster, dígame, ¿qué es exactamente eso de la Agencia?

–Primero dejadme que os explique todo lo que tengo que explicaros. Y luego podéis hacer todas las preguntas que queráis. Será mucho más rápido si lo hacemos a mi manera.

Ellos asintieron.

Foster señaló la oscuridad que había más allá del rincón donde estaban.

–He dejado las otras luces apagadas para que no lo vieseis todo…, el lugar, las instalaciones, sería demasiado para vosotros. Ahora mismo vamos a hacer como si sólo existiese este pequeño arco de ladrillos, esta bombilla, nosotros cuatro y las camas… Vamos a empezar por ahí.

Inspiró profundamente.

–Chicos y chicas, viajar a través del tiempo es posible.

Dejó la afirmación colgada en el aire por un momento, antes de continuar.

–Un artículo de física teórica escrito en el 2029 demostró dicha posibilidad. La primera máquina prototipo que funcionó con éxito se construyó en el 2044 –suspiró–. Y ahora que hemos abierto esa caja de Pandora, ya no podemos volver a cerrarla.

Estudió sus reacciones con una mirada dura que salía de unos ojos escondidos bajo unas cejas fruncidas y unas mejillas hundidas, en las que serpenteaban arrugas verticales y horizontales.

–La humanidad nunca jamás debería haber jugado con el tiempo. ¡Nunca! Pero ahora que sabemos cómo hacerlo, alguien tiene que asegurarse precisamente de que nadie lo haga. Y si algún loco viaja hacia atrás en el tiempo, entonces alguien tiene que arreglar los daños que cause tan pronto como sea posible.

Había un ligero temblor en su áspera voz de viejo.

–Viajar a través del tiempo se ha convertido en un arma aterradora, mucho más poderosa que nada que se haya concebido con anterioridad –dijo tristemente–. La humanidad todavía no está preparada para ese tipo de saber. Somos como niños jugando alegremente a hacer malabarismos con una bomba atómica.

Liam ladeó la cabeza con aire interrogativo.

–¿Qué es una bomba ató…?

–Te lo explicaré luego –contestó Foster–. Os explicaré todo lo que nos conduce a la razón por la que estáis en este lugar –dijo señalando a la oscuridad que había más allá del foco de luz–. Lo que ocurre es que los TimeRiders somos demasiado pocos, grupos como nosotros repartidos por todo el mundo, repartidos a través del tiempo, vigilando y esperando pacientemente.

–TimeRiders… ¿Y vigilando qué? –preguntó Maddy.

–Los cambios.

–¿Los cambios?

El viejo asintió con la cabeza.

–Comienzan como algo muy ligero, algo casi imperceptible a primera vista. Los tienes que agarrar entonces, cuando no son más que una onda. Los tienes que agarrar porque si no, antes de que te des cuenta, se han convertido en un maremoto; se convierten en algo imparable, incontrolable. Y entonces estamos fastidiados del todo.

La mirada de Sal había estado perdida en la oscuridad, todavía lejos de allí, pero se dio la vuelta para mirar a Foster.

–¿Qué quiere decir con un cambio?

–Un cambio es lo que ocurre cuando se altera el transcurso del tiempo.

Foster apretó los labios por un momento, concentrándose.

–Está bien, piénsalo de esta manera: el tiempo es como el agua quieta de una piscina o de una bañera. ¿Alguna vez habéis intentado meteros en la bañera sin crear ondas en el agua? Es imposible, ¿verdad?

Los tres asintieron con la cabeza, y la bombilla que tenían encima parpadeó y chispeó ligeramente.

–De la misma manera, es imposible meterse en el pasado sin provocar ondas. Pero el problema es que las ondas se propagan y se expanden desde el punto en el que alguien ha entrado en él. De ahí se forma una onda cada vez más grande, un maremoto que aumenta de tamaño y destroza todo lo que encuentra a su paso y lo sustituye por un nuevo mundo…, el universo que podría haber existido.

Liam sacudió la cabeza.

–No estoy seguro de entenderlo.

–¡Ya lo tengo! –dijo Sal–. Si cambias un poco el pasado, cambias mucho el presente.

Foster asintió con la cabeza.

–Eso es del todo exacto, Sal.

La luz se atenuó por un momento, y luego se apagó y volvió a encenderse. Foster miró hacia arriba molesto.

–Esta bombilla ha vuelto a aflojarse.

Se levantó y, cubriéndose las manos con cuidado con la manga del jersey, enroscó la bombilla. El parpadeo cesó.

–Tenemos que cambiar los cables de este lugar, pero nunca parece haber tiempo suficiente.

Maddy miró a su alrededor:

–¿Dónde estamos? Parece una especie de viejo arco de un túnel de ferrocarril de mala muerte.

Foster sonrió.

–Eso es exactamente lo que es. En realidad es un…

La luz se atenuó y parpadeó una vez más, y él abrió los ojos de repente.

–¡Oh, no!

Los demás le miraron fijamente: Foster había palidecido de repente.

–¿Qué ocurre? –preguntó Maddy.

–Aquí está… –susurró él.

–¿Un cambio? –preguntó Liam.

–No –dijo él negando con la cabeza–, peor aún.

Capítulo 7

 

 

Año 2001, Nueva York

 

 

La mirada de Foster se quedó fija en la bombilla, que parpadeaba y chispeaba.

–Está drenando la electricidad. Pensaba que era la dichosa bombilla que estaba cascada, seré estúpido –dijo entre dientes.

–¿Qué es exactamente lo que está drenando la electricidad? –preguntó Maddy.

El tono tenso de Foster al contestarle en voz baja intranquilizó a los demás.

–Pensaba que la cosa se había marchado.

–¿La cosa? ¿Qué cosa? –preguntó Liam.

Foster se giró hacia él, y se llevó el dedo a los labios para hacerles callar.

–Un merodeador. Tendría que haberse apagado ya… Probablemente habrá estado robando energía de alguna forma, la suficiente para mantenerse vivo.

El viejo alargó la mano y encontró un interruptor en el muro de ladrillos. Lo apagó e inmediatamente quedaron en la más completa oscuridad.

La vocecita de Sal rompió el silencio dulcemente:

–Esto… está oscuro.

–Shhh, no pasa nada –susurró Foster–. Vamos a quedarnos sentados sin movernos durante un ratito. Si estamos quietos, no nos pasará nada.

Se hizo un largo silencio, interrumpido únicamente por el sonido de sus respiraciones entrecortadas. Entonces Liam vio algo débil que se movía en la oscuridad, apenas un resplandor, apenas una silueta… de… algo.

–Un merodeador –dijo Foster en voz baja–. Está muy débil ahora, está en las últimas.

Maddy se agitó.

–Parece un fantasma.

–Todavía no sabemos lo que son exactamente –contestó Foster–, pero de vez en cuando, cuando abres un portal del tiempo, puedes atraer a uno, atraparlo de forma accidental y traerlo de vuelta contigo.

La silueta ondulante latía y parpadeaba como un grupo de luciérnagas sueltas, como ascuas que bailasen sobre una hoguera.

–Eso es lo que pasó aquí. El último equipo… –el susurro de Foster se acalló hasta silenciarse.

–¿El último equipo qué? –preguntó Maddy.

–Seguramente traje uno de vuelta conmigo durante mi última misión al pasado –contestó–. Salí a por comida, y regresé unas cuantas horas más tarde… –se detuvo un momento, pensando en cómo continuar–. Lo que quedaba de ellos no era un bonito espectáculo que ver.

Liam oyó cómo a Maddy se le atascaba la respiración.

–Son energía pura. Pero pueden adoptar una forma física si están suficientemente cargados. Cuando eso ocurre, estamos apañados.

La pálida nube azul vagaba por la oscuridad frente a ellos, una forma espectral como un espíritu perdido en un cementerio, un jirón de niebla al amanecer en un bosque profundo y oscuro.

–Pero éste se ha vuelto débil. Pensaba que se había marchado, que se había desvanecido del todo –negó con la cabeza sin poder creérselo–. Yo limpiando el lío que había armado, estudiando vuestros archivos en el ordenador, preparándome para viajar al pasado y traeros conmigo, y todo ese tiempo esta cosa estaba al acecho aquí, en este lugar… observándome tranquilamente. Yo diría que está demasiado débil para adoptar una forma física. Se está muriendo, pero por ahora será mejor que nos mantengamos a distancia.

–¿Esa cosa sabe que estamos aquí? –preguntó Maddy.

–Puede.

Liam se humedeció nervioso los labios secos.

–¿De dónde ha salido?

–De otra dimensión –contestó Foster–, otra dimensión que puede que se superponga a la nuestra, atraído por la energía de un portal del tiempo como una polilla es atraída por la luz. Estas cosas son otra razón por la que no deberíamos habernos enredado nunca con el tiempo.

La entidad volvió a moverse, esta vez desplazándose pesadamente hacia ellos.

–Esto…, se está acercando –susurró Sal.

–Sí, me parece que sí.

–¿Pero estamos a salvo, verdad, señor Foster? –preguntó Liam–. Usted dijo que estaba demasiado débil para hacernos daño, ¿no?

El silencio de Foster en la más completa oscuridad no era demasiado consolador.

–Será mejor que salgamos de aquí –respondió finalmente–. Nos quedan más de treinta horas antes de que tengamos que regresar, antes de que la burbuja temporal del arco se reajuste. No creo que esta cosa sobreviva mucho más.

–¿La burbuja temporal?

–Os lo explicaré fuera; que todo el mundo se coja de la mano. Aquí hay un montón de cosas con las que es fácil enredarse, tengo que ir yo delante para guiaros.

Liam, Maddy y Sal se levantaron y buscaron a tientas en la oscuridad, encontrando todos otra mano desesperada a la que aferrarse con fuerza.

–¿De quién es esta mano? –preguntó Foster, apretándola mientras preguntaba.

–Esto… mía –contestó Liam.

–¿Y tú tienes la de alguien más?

–La mía, creo –susurró Maddy–, y yo tengo la de Sal.

–Bien… pues vamos a avanzar, despacio y sin hacer ruido.

Foster se puso de pie, y Liam notó un ligero tirón. Le siguió, con los ojos fijos en la pálida nube a unos pocos metros de ellos. Ahora parecía dudosa, seguía probando curiosas siluetas fugaces que desechaba igual de rápido.

Liam notó que tropezaba con algo que serpenteaba por el suelo, y pasó por encima de ello con cautela, con miedo de tropezar y hacer ruido. Tras él podía oír a Maddy y a Sal, avanzando con cuidado.

Foster les guiaba sigilosamente a través de la más completa oscuridad hasta que, por fin, Liam notó que habían llegado a una pared.

–La puerta está en algún lugar de por aquí –dijo Foster entre dientes.

Liam oyó cómo el viejo daba golpecitos con la palma de las manos en la pared de ladrillos desmenuzados, y a continuación el ruido de los nudillos golpeando algo metálico.

–La he encontrado.

Liam se giró para mirar por encima del hombro. El merodeador no era más que una mancha borrosa en la oscuridad.

Foster lanzó una maldición entre dientes.

–Sin electricidad tendré que abrir la persiana haciendo girar la manivela.

–¿Llevará mucho tiempo? –dijo Sal en voz baja.

–No, no demasiado.

–Mejor, porque creo que viene hacia nosotros –miró a los demás–. ¡Oh! Dios mío, ¿lo estáis oyendo? ¡Está susurrando!

Liam ladeó la cabeza mientras estudiaba la débil mancha azulada. No podía oír otra cosa que el ruido que hacía Foster al darle vueltas a la manivela.

–No lo oigo…, pero tienes razón en lo de que viene hacia aquí –le dijo.

La manivela chirriaba como si necesitase aceite urgentemente, mientras la persiana de metal vibraba con estrépito en el marco al elevarse poco a poco.

Liam notó que una ráfaga de aire frío del exterior le rozaba las piernas, y divisó una grieta de una pálida luz azul al final de la persiana.

–Sal tiene razón Foster, no cabe duda de que se está acercando –dijo Maddy impaciente–. ¿No puede ir más deprisa?

La persiana subió vibrando y golpeteando ruidosamente, mientras la luz plateada que venía del exterior se ensanchaba con demasiada lentitud.

–Ya está. Con esto bastará para colarnos por debajo –dijo Foster, casi sin aliento a causa del esfuerzo.

–Las damas primero –ofreció Liam. Se dio la vuelta para mirar atrás por encima del hombro, arrepintiéndose casi de inmediato de su caballerosidad.

El merodeador se deslizaba ahora hacia ellos con rapidez; ya lo tenían casi encima, a no más de unos cuatro metros. La nube amorfa de partículas chispeantes parecía encabritarse a medida que se arrastraba por el suelo formando la silueta pasajera de una especie de rostro. Una cara angelical, con facciones infantiles, de niña… Y entonces el rostro se descompuso hasta convertirse en una especie de criatura de pesadilla con las cuencas de los ojos vacías y la mandíbula alargada.

Liam se preguntaba si aquella cosa habría de verdad agotado su fuerza como decía Foster, o si por otra parte todavía era capaz de hacer daño.

–¡Vamos, pasa por debajo Liam! –gritó Foster, golpeándole el hombro–. ¡Date prisa!

Liam se agachó y pasó por debajo de la persiana para unirse a las chicas, que ya estaban fuera. Foster apareció al cabo de un momento, y con mucha menos dificultad utilizó la manivela que había fuera para volver a bajar la persiana, que golpeó el suelo justo en el momento en que un débil resplandor azul comenzaba a colarse por el hueco.

–Está lo suficientemente débil para no poder pasar –declaró el viejo sonriendo.

Respiró hondo y sonrió, a modo de disculpa.

–Siento lo ocurrido. Bueno, ahora –continúo diciendo, girándose para hacer un ademán con ambas manos para mostrarles el mundo que les rodeaba–, ¡bienvenidos a vuestro nuevo hogar!

Liam se volvió, dejando atrás la persiana de metal oxidada y embadurnada de pintura, con lo que más tarde descubriría que era un grafiti, y contempló asombrado un gigantesco puente de hierro colgante justo enfrente de él, que atravesaba las resplandecientes aguas de un ancho río y conducía a una gran metrópolis, cuyo perfil se adivinaba contrapuesto al rojo sangriento del cielo del atardecer. Se quedó pasmado con las miles de luces que brillaban, centelleaban, parpadeaban y cambiaban de color, maravillosamente reflejadas en las aguas tranquilas que tenían delante.

–¡Oh, por todos los santos!… esto es…, esto es… –le faltaban las palabras para describir la visión futurista que tenía delante.

–¡Oh, Jahulla! Conozco este lugar –dijo Sal–, esto es Nueva York… por lo menos, tal como era… antes.

–Así es –dijo Foster–. Vamos a comer algo, conozco un lugar donde hacen unas hamburguesas buenísimas, justo al otro lado del puente.

Capítulo 8

 

 

Año 2001, Nueva York

 

 

Media hora más tarde, estaban los cuatro sentados junto a la ventana del local, encaramados en altos taburetes alrededor de una mesa y atacando unas hamburguesas de queso dobles con patatas fritas.

La reacción inicial de Liam ante el plato de comida había sido de desconcierto. Las patatas fritas no se parecían en nada a las que él conocía, y el panecillo de la hamburguesa, marrón y reluciente, le hizo pensar en madera encerada. Sin embargo, el sabroso aroma que desprendían consiguió apoderarse de él enseguida y, tras observar con cautela cómo los demás se lanzaban al ataque, hizo lo mismo.

Mientras maltrataba a la pobre hamburguesa bien apilada metiéndosela torpemente en la boca, mantenía la mirada fija en la intersección que había fuera del local: las luces intermitentes de una valla publicitaria, la multitud de peatones que iban de un lado para otro, coches tan elegantes que parecían gotas de rocío, el brillo de neón de las farolas y un cielo nocturno, apenas visible por encima de los altos edificios, salpicado con el parpadeo de las luces rojas y verdes de los aviones.

–Parece tan diferente ahora –dijo Sal–, igual que Mumbai. Mi padre me trajo aquí una vez en un viaje de negocios, y fue deprimente. Las calles vacías, y un montón de edificios oscuros y deshabitados.

Foster asintió con la cabeza.

–En el año del que vienes tú Sal, el 2026, Nueva York ya era una ciudad que agonizaba. La gente se iba, barrios enteros quedaban desiertos y se deterioraban.

–A mí no me parece tan distinta –dijo Maddy, terminándose un bocado de hamburguesa.

–Eso es porque ahora estamos en el 2001, apenas unos años antes de tu tiempo, el 2010 –contestó Foster–. La crisis económica mundial justo acababa de empezar.

Liam apartó la vista de la ventana para mirar atónito a Foster:

–¡No puedo creer que estemos a casi un siglo de mi tiempo!