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Un cielo pluscuamperfecto. Copérnico y la revolución del cosmos

© Dava Sobel, 2011

Edición original en inglés: A More Perfect Heaven How Copernicus Revolutionized the Cosmos 2011, Walker & Company

© Turner Publicaciones S.L., 2012

Rafael Calvo, 42

28010 Madrid

www.turnerlibros.com

Primera edición: septiembre de 2012

© de la traducción: Antonio Iriarte, 2012

ISBN: 978-84-15427-62-9

Diseño de la colección:

Enric Satué

Ilustración de cubierta:

The Studio of Fernando Gutiérrez

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones: turner@turnerlibros.com

ÍNDICE

Al lector, sobre… esta obra

Primera parte. Preludio

I

Epístolas morales, rústicas y amatorias

II

El Breve comentario

III

Arriendos de alquerías abandonadas

IV

Del método de acuñar moneda

V

La carta contra Werner

VI

La tarifa del pan

Segunda parte. Interacción

Y el Sol se detuvo, Acto I

Y el Sol se detuvo, Acto II

Tercera parte. Las consecuencias

VII

El Primer informe

VIII

De las revoluciones de las esferas celestes

IX

La edición de Basilea

X

Epítome de astronomía copernicana

XI

Diálogo acerca de los dos principales sistemas del mundo, el tolemaico y el copernicano

XII

Un censo anotado del ‘De las revoluciones’ de Copérnico

Agradecimientos

Cronología copernicana

Notas sobre las citas

Bibliografía

A mis preciosas sobrinas,
AMANDA SOBEL
y
CHIARA PEACOCK,
con cariño, en la
tradición copernicana
del nepotismo
.

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© 2011, Jeffrey L. Ward

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© 2011, Jeffrey L. Ward

AL LECTOR, SOBRE… ESTA OBRA

Desde 1973, cuando el quinto centenario de su nacimiento trajo a mi atención su excepcional historia, he querido escenificar el improbable encuentro entre Nicolás Copérnico y el inesperado visitante que lo convenció para que publicase su extravagante idea.

Hacia 1510, cerca ya de los cuarenta años, Copérnico concibió una nueva visión del cosmos con el Sol, en lugar de la Tierra, en el centro. Luego ocultó su teoría durante treinta años, temeroso de las burlas de sus pares matemáticos. Pero cuando su inesperado visitante, de nombre Rético, efectuó el peligroso viaje de varios centenares de kilómetros hasta el norte de Polonia en 1539, ansioso de aprender el nuevo orden planetario en su misma fuente, el anciano Copérnico aceptó romper su silencio. El joven se quedó dos años, pese a las leyes que impedían su estancia, en tanto que luterano, en la diócesis católica de Copérnico durante esta conflictiva fase de la Reforma protestante. Rético ayudó a su mentor a preparar para la publicación el manuscrito tanto tiempo abandonado y más tarde lo llevó personalmente a Nuremberg, al mejor impresor de textos científicos de Europa.

Nadie sabe qué le pudo decir Rético a Copérnico para hacerlo cambiar de idea sobre la publicación. El diálogo entre los dos en la obra en dos actos que empieza en la página 92 es fruto de mi imaginación, aunque los personajes pronuncian en ocasiones las mismas palabras que escribieron en varias cartas y tratados. Mi intención era que la obra se sostuviese sola, pero tengo que agradecerle a mi perspicaz editor, George Gibson, que me apremiara a insertarla en el más amplio contexto histórico, rodeando las escenas imaginadas con una narración objetiva, exhaustivamente documentada, de la vida de Copérnico, que rastrea el impacto de su libro seminal, De las revoluciones de las esferas celestes, hasta nuestros días.

PRIMERA PARTE
PRELUDIO

Bendice, alma mía, al Señor.
Que construye sobre las aguas sus estancias,
hace de las nubes su carroza y camina
sobre las alas del viento.
El que afirmó la tierra sobre sus cimientos,
para que no vacile por los siglos
.

Salmos 104:1, 3, 5

El gran mérito de Copérnico, y el fundamento de su título
al descubrimiento en cuestión, consiste en que no lo satisfizo
una mera exposición de sus opiniones, sino que dedicó
la mayor parte de la labor de su vida a demostrarlas,
situándolas así en una perspectiva
tal que hacía inevitable su aceptación última
.

De: Popular Astronomy (1878), de Simon Newcomb,
presidente fundador de la Sociedad Astronómica Americana

I
EPÍSTOLAS MORALES, RÚSTICAS Y AMATORIAS

El grillo es un ser musical. Empieza a cantar al romper el alba.
Pero se lo oye mucho más alto y vociferante, pues tal es su naturaleza,
a la hora del mediodía, porque está embriagado por los rayos del Sol.
Cuando el cantor chicharrea, convierte el árbol en un estrado
y el campo en un teatro, y ofrece un concierto a los viandantes
.1

De: Epístolas de Teofilacto de Simocata,
primera obra publicada por Copérnico, 1509.

Nicolás Copérnico, el hombre al que se le atribuye haber vuelto del revés nuestra percepción del cosmos, nació en la ciudad de Torun, parte de la “Vieja Prusia” en el reino de Polonia, a las 16:48 de la tarde del viernes 19 de febrero de 1473. Su horóscopo para ese auspicioso momento (conservado en la Biblioteca Estatal de Baviera, en Munich) muestra al Sol a 11° de Piscis en la sexta casa, mientras que Júpiter y la Luna están “en conjunción”, o prácticamente uno encima de otro, a 4° y 5°, respectivamente, de Sagitario, en la tercera casa. Sean cuales fueren las pistas acerca de su carácter o destino que puedan aportar estos datos, la carta astral en cuestión es una fabricación posterior, elaborada en las postrimerías de la vida del astrónomo, y no al principio (la hora del nacimiento se calculó, en lugar de copiarse de una partida de nacimiento). Cuando se trazó este horóscopo, los contemporáneos de Copérnico ya sabían que había creado un universo alternativo; que había desafiado al sentido común y recibido la sabiduría de colocar al Sol en el centro de los cielos, para luego poner a la tierra en movimiento alrededor de él.

Cercano a los setenta años, Copérnico tenía pocos motivos para recordar la fecha exacta de su nacimiento, y mucho menos la hora, hasta el detalle de los minutos. Tampoco había manifestado nunca la menor fe en ningún pronóstico astrológico. Sin embargo, su compañero de entonces, un devoto profeso del “arte judicial”, apremió al parecer a Copérnico para obtener esos detalles biográficos y ver cómo se alineaban sus estrellas.

Los símbolos y compartimentos triangulares del horóscopo sitúan al Sol, a la Luna y los planetas a lo largo del zodíaco, o anillo de constelaciones a través del que parecen moverse. Las anotaciones numéricas describen con mayor precisión dónde se hallan en ese momento, bien encima o debajo del horizonte. Aunque el diagrama invita a las interpretaciones, no ha sobrevivido ninguna conjetura que lo acompañe. Un astrólogo moderno, invitado a considerar el caso de Copérnico, recurrió a un programa informático para trazar una nueva configuración en forma de rueda, y añadió los cuerpos del sistema solar aún desconocidos en aquella época. Urano y Neptuno aparecieron así en la tercera casa junto a la Luna y Júpiter, en tanto que Plutón, una fuerza oscura, se manifestó en oposición a la Luna, a 16° de Virgo en la primera casa. La oposición de Plutón y el Sol arrancó una exclamación de sorpresa al astrólogo, que la proclamó la marca de un revolucionario nato.

El atrevido plan de reforma astronómica concebido y luego perfeccionado por Copérnico durante décadas, en su tiempo libre, le pareció el plano de la “maravillosa simetría del universo.”2 Aun así, procedió con cautela, filtrando la idea primero a unos cuantos colegas matemáticos, sin intentar nunca hacer prosélitos. Mientras tanto, a su alrededor se agitaban revoluciones reales y sangrientas: la Reforma protestante, la rebelión campesina, la guerra con los caballeros teutónicos y los turcos otomanos. Se demoró tanto en publicar su teoría que cuando su gran libro, De las revoluciones de las esferas celestes, salió por fin de imprenta, su autor exhaló su último suspiro. Nunca llegó a oír ninguna de las críticas, ni elogios, que suscitó la obra. Décadas tras su muerte, cuando los primeros descubrimientos telescópicos confirmaron sus intuiciones, el Santo Oficio de la Inquisición condenó sus esfuerzos. En 1616, De las revoluciones fue incluido en el Índice de libros prohibidos, donde permanecería más de doscientos años. A veces se alude al conflicto filosófico y al cambio de percepción que sus ideas engendraron como Revolución Copernicana.

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HORÓSCOPO DE NICOLÁS COPÉRNICO. En tiempos de Copérnico, astrónomos y astrólogos compartían la información acerca de las posiciones de los cuerpos celestes sobre el trasfondo de las estrellas. Hasta el invento del telescopio en el siglo XVII, la determinación y predicción de las posiciones conformaba la totalidad de la ciencia planetaria… y la base para trazar horóscopos (Bayerische Staatsbibliothek, Munich, Cod. Lat. #27003, folio 33).

Lo llamaron Nicolás por su padre: Mikolaj en polaco, Niklas en alemán, su lengua materna. Más tarde, como científico, latinizó su nombre, pero creció llamándose Niklas Koppernigk, el segundo hijo varón y el benjamín de una familia de comerciantes de la región cuprífera de Silesia. Su pueblo ancestral de Koperniki podría deber su nombre al nombre eslavo del eneldo, koper, o al término con el que se designaba en alemán antiguo el mineral ahí extraído, kopper; o tal vez celebrara esos dos productos de sus laderas. En cualquier caso, las raíces de la etimología de Koperniki llevaban largo tiempo olvidadas para cuando sus generaciones más jóvenes empezaron a emigrar para buscar fortuna en las villas y ciudades. Un armero llamado Mikolaj Kopernik aparece en las crónicas municipales de Cracovia en 1375, seguido de la mención del albañil Niclos Kopernik en 1396 y del cordelero Mikolaj Kopernik en 1439, todos con el nombre de la patria chica de sus antepasados y de su santo patrón.

Alrededor de 1456, el concejal Mikolaj Koppernigk, quien comerciaba con cobre húngaro, se trasladó río arriba de Cracovia a Torun, donde se casó con Barbara Watzenrode. Vivieron en la estrecha Calleja de Santa Ana, después rebautizada Calle Copérnico, y criaron cuatro hijos en una casa alta de ladrillo que es hoy un museo en memoria de su famoso hijo. Desde la puerta de entrada de dos batientes bajo un arco puntiagudo, sus dos hijos varones, Andrei y Niklas, podían ir andando a clase a la escuela parroquial de la iglesia de San Juan, o bajar al almacén de la familia cerca del ancho río Vístula que fluía desde Varsovia, atravesando Cracovia y Torun, transportando el flujo del comercio hasta Danzig y el mar Báltico.

Poco después de cumplir los diez años el niño Niklas, falleció su padre. Sus hijos y su viuda, Barbara Koppernigk, buscaron el amparo del hermano de ella, Lukasz Watzenrode, un clérigo menor, o “canónigo”, en una diócesis cercana. O puede que Barbara, cuya fecha de muerte no consta, hubiese muerto antes que su marido, dejando a su prole huérfana del todo. De cualquier manera, los niños quedaron bajo el cuidado de su tío. El canónico Watzenrode concertó el matrimonio de su sobrina Katyryna con Bartel Gertner de Cracovia, y metió a su sobrina Barbara en el convento cisterciense de Kulm. Cuidó de sus jóvenes sobrinos mientras iban a la escuela, primero en Torun y después en Kulm o Wroclawek, hasta que estuvieron listos para ingresar en su alma mater, la Universidad Jagelonia de Cracovia. Para entonces, el tío Lukasz había ascendido de un puesto mediocre en la jerarquía católica al rango de obispo de Varmia.

Una página manuscrita en letra gótica de los archivos del Collegium Maius de la Universidad Jagelonia da fe de que Nicolaus Copernicus, de dieciocho años, pagó su matrícula completa en el otoño de 1491. Estudió lógica, poesía, retórica, filosofía natural y astronomía matemática. De acuerdo con los cursos que constan en su currículo, el cobre de su padre y otras sustancias comunes no podían ser considerados elementos en el sentido moderno de la tabla periódica. Antes bien, constaban de alguna combinación de los cuatro elementos clásicos: tierra, agua, aire y fuego. Los cielos, por contraste, estaban enteramente constituidos por una quinta esencia, llamada éter, que difería de las otras cuatro por ser pura y eterna. Los objetos ordinarios en la Tierra se movían siguiendo trayectorias más o menos rectas, bien en busca de su lugar natural en el orden del mundo, bien bajo el impulso de agentes externos. Los cuerpos celestiales, sin embargo, reposaban al amparo de esferas celestes que giraban en perfectos círculos eternos.

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EL UNIVERSO DE ARISTÓTELES. Como Copérnico aprendió en la escuela, el mundo a su alrededor estaba formado por los cuatro elementos: tierra, agua, aire, y fuego. Muy distintos de estas sustancias corrientes, la Luna y otros cuerpos celestes consistían en una quinta esencia, inmune al cambio o a la destrucción. En los cielos perfectos, los cuerpos se desplazaban con movimientos circulares uniformes. (Biblioteca Astronómica del Observatorio de la Universidad de Viena)

El movimiento de los planetas atrajo el interés de Copérnico desde el inicio de sus estudios universitarios. En la universidad, compró dos juegos de tablas para calcular sus posiciones y los hizo encuadernar añadiendo dieciséis páginas en blanco, donde copió partes de una tercera tabla y escribió notas varias. (Este volumen hecho a medida y otros restos de su biblioteca personal, capturados como botín durante la guerra de los Treinta Años, pertenecen ahora a la Universidad de Uppsala, en Suecia.) Copérnico explicó más de una vez su atracción por la astronomía en términos de belleza, preguntando retóricamente: “¿Qué podría ser más bello que los cielos, que contienen todas las cosas bellas?” También citó el “increíble placer mental” que surgía de contemplar “cosas establecidas en el orden más perfecto y dirigidas por la divina voluntad.”3

“Entre las muchas y diversas ocupaciones literarias y artísticas de las que se alimenta el talento natural del ser humano –escribió–, pienso que las que hay que abrazar y perseguir con la mayor devoción, por encima de todas las demás, son las relativas a los objetos más bellos y dignos, aquellos que más merecen ser conocidos. Esa es la naturaleza de la disciplina que trata de los divinos movimientos circulares del mundo y del curso de los astros.”4

El retrato de Galileo que hoy cuelga en el Ayuntamiento de Torun representa a una figura joven y apuesta. Basado en un autorretrato que se perdió hace mucho, muestra a Copérnico vistiendo un justillo rojo, con brillo en los ojos y en sus cabellos oscuros (examinado de cerca, se advierte que la luz en cada iris marrón refleja las altas ventanas góticas de las habitaciones que frecuentaba.) Tenía la nariz larga, una varonil sombra sobre los labios regordetes, y una pálida cicatriz que se extendía desde la comisura del ojo izquierdo hasta la ceja. En 2005, esta marca dio ánimos a los arqueólogos, que identificaron su calavera entre los restos humanos que yacían bajo la iglesia en la que había sido enterrado. Una doble hendidura encima de la cuenca del ojo derecho –no izquierdo– de la calavera pareció dar peso a su identificación, puesto que todos los retratistas se ven a sí mismos como una imagen en el espejo.

En septiembre de 1496, de nuevo por deseo de su tío, Copérnico viajó a Italia para estudiar derecho canónico, sobre los derechos y deberes de los clérigos, en la Universidad de Bolonia. Al cabo de escasamente un año embarcado en esta empresa, el propio Copérnico se convirtió en canónigo. El fallecimiento de uno de los dieciséis canónigos de Varmia dejó una vacante, y el obispo Watzenrode se valió de sus influencias para atribuirle la plaza a Copérnico in absentia. Como decimocuarto canónigo del cabildo de la catedral –en la práctica, un fideicomiso del rico y poderoso órgano de gobierno de la diócesis de Varmia–, Copérnico podía percibir una renta, con independencia de su pensión.

En Bolonia se alojó en casa del catedrático de astronomía local, Domenico Maria Novara, a quien ayudó a realizar observaciones nocturnas. Juntos vieron a la Luna pasar por delante de la brillante estrella Aldebarán (el ojo de Tauro, el toro) el 4 de marzo de 1497, y Copérnico describió en sus anotaciones cómo la estrella se ocultó “entre los cuernos de la Luna al final de la quinta hora de la noche.”5

Concluidos sus estudios de derecho, visitó Roma durante el verano de 1500 para asistir a las celebraciones del año del jubileo. Él y los demás peregrinos triplicaron la población de la Santa Sede, donde una muchedumbre de doscientas mil personas se arrodilló el Domingo de Resurrección para recibir la bendición del papa Alejandro VI. Aún en Roma el 6 de noviembre, Copérnico observó y anotó un eclipse parcial de Luna. También dio conferencias sobre matemáticas a estudiantes y expertos por igual. Pero su futuro en el seno de la Iglesia ya estaba decidido. El 27 de julio de 1501 asistió a una reunión del cabildo de la catedral en Varmia, junto con su hermano mayor, Andrés, que también había alcanzado una canonjía ahí por cortesía del tío Lukasz. Ambos jóvenes solicitaron la venia para volver a estudiar a Italia, y recibieron el beneplácito del cabildo. Partieron casi de inmediato hacia Padua, donde Copérnico estudió medicina, preparándose para una carrera como “físico sanador” del obispo y de los canónigos de Varmia.

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EL ZODÍACO. El universo geocéntrico heredado por Copérnico aparece representado en este frontispicio de uno de sus libros favoritos, el Epítome del Almagesto de Tolomeo, por Regiomontano. Este y los demás astrónomos medían los desplazamientos de las estrellas “errantes” –los planetas, el Sol y la Luna– mediante la banda de estrellas “fijas” llamada zodíaco. El Sol tardaba cerca de un mes en recorrer cada signo, completando el circuito desde el carnero, Aries, hasta los peces, Piscis, en un año. Puesto que las constelaciones reales varían considerablemente de tamaño, los astrónomos le asignaron arbitrariamente la doceava parte de un círculo, o 30°, a cada signo del zodíaco.

En su novela Doctor Copernicus, John Banville imagina a los dos hermanos pertrechándose para el viaje “con dos sólidos cayados, buenas chaquetas gruesas forradas de lana contra el frío de los Alpes, un yesquero, una brújula, cuatro libras de bizcocho marino y un tonel de carne de cerdo en salazón.”6 Esta y otras descripciones detalladas –una de las cuales retrata a “Nicolás” cosiendo monedas de oro en el forro de su capa para guardarlas a buen recaudo– rellenan los huecos de la verdadera historia de su vida. Los historiadores la han reconstruido pieza a pieza a partir de las pocas obras que publicó y de los archivos dispersos en los que se conserva su nombre. La correspondencia de toda una vida solo representa hoy día diecisiete cartas firmadas. (De estas, tres se refieren a la mujer que vivía con él como cocinera y ama de llaves, y probablemente también su concubina.)

“Las posadas eran espantosas, llenas de piojos y bribones y putas sifilíticas –sigue Banville la narración del viaje de los hermanos–. Luego, una tarde lluviosa, mientras cruzaban un altiplano bajo un sulfúreo cielo encapotado, un grupo de jinetes se abalanzó sobre ellos, gritando. Eran rufianes temibles, andrajosos y escuálidos, desertores de alguna remota guerra… Los hermanos miraron en silencio cómo se llevaban su mula. La capa sospechosamente pesada de Nicolás fue hecha pedazos y las monedas escondidas salieron rodando.”7 Bien pudiera haber ocurrido todo exactamente así.

Como estudiante de medicina en la Universidad de Padua, Copérnico aprendió técnicas terapéuticas, como efectuar sangrías con sanguijuelas, destinadas a equilibrar los cuatro humores corporales: sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla. Todas las manifestaciones de la salud o la enfermedad se debían a un exceso o a una carencia de uno o más de esos fluidos. Incluso el cabello gris era causado por “humores corruptos” y podía ser retrasado con las prescripciones adecuadas. Copérnico también asistió a disecciones anatómicas, estudió procedimientos quirúrgicos y tomó lecciones sobre la aplicación de la astrología al diagnóstico y tratamiento. Sus libros de texto, que seguían en su poder en la hora de su muerte y se mencionan en su testamento, incluían la edición de 1485 del Breviarum practicae de Arnaldo de Vilanova, un médico y alquimista del siglo XIII.

“Para producir un sueño tan profundo que el paciente puede sufrir un corte y no sentir nada, como si estuviese muerto –recomendaba Arnaldo–, tómense partes iguales de opio, corteza de mandrágora y raíz de beleño, macháquese todo junto y mézclese con agua. Cuando quieras coser o cortar a algún hombre, empapa un trapo en esta mezcla y aplícaselo en la frente y sobre las fosas nasales. Pronto dormirá tan profundamente que podrás hacer lo que desees. Para despertarlo, empapa el trapo en vinagre fuerte.”8

Copérnico dejó los estudios de medicina al cabo del segundo de los tres años requeridos. No habiendo llegado a graduarse en ninguna de las universidades a las que asistió, viajó a Ferrara en mayo de 1503, pasó el examen de Derecho canónico y se doctoró. Algunos estudiosos de Copérnico sostienen que procedió así para evitar el tumulto de las ceremonias de inicio de curso en el patio de la universidad de Padua, “Il Bo”, por no mencionar el coste de los derechos que había que abonar a los examinadores y de la cena que se suponía tenían que sufragar los recién licenciados. De Ferrara volvió a Polonia –a Varmia– para siempre.

La catedral de Varmia se levantaba, como hoy, en una colina que domina la laguna de Vístula. La gran iglesia de ladrillo yergue sus torres y chapiteles góticos sobre cimientos de piedra colocados en el siglo XIV. Unos cuantos edificios pequeños, un campanario y un pozo cubierto se apiñan alrededor de la iglesia, rodeados a su vez por altos muros fortificados, coronados por almenas y aspilleras. El foso y la barbacana han desaparecido, pero la entrada conserva sus pesadas y reticentes puertas de madera y rejas medievales que hoy todavía pueden caer con mortífero peso.

La presencia de la catedral consagrada a la Virgen María le daba el nombre de Frauenburg, o “Ciudad de Nuestra Señora”, a la comunidad adyacente. Frauenburg (hoy conocida por Frombork) era una de varias ciudades de la diócesis de Varmia. El imponente palacio episcopal, donde primero vivió y trabajó para su tío el doctor Copérnico se alzaba a ochenta kilómetros de distancia, en Heilsberg (hoy Lidzbark-Warminski). Los ochenta kilómetros de lejanía parecen sumamente inconvenientes, dado que se tardaba días en recorrer esa distancia al paso de los medios de transporte entonces disponibles, pero el obispo Watzenrode solo tenía que estar presente ocasionalmente en la catedral. El 11 de enero de 1510, por ejemplo, acudió ahí a la cabeza de una procesión oficial que había acompañado a una sagrada reliquia, la supuesta cabeza de San Jorge, todo el camino desde Heilsberg.

Príncipe tanto como prelado, el obispo de Varmia gobernaba una provincia de más de seis mil cuatrocientos kilómetros cuadrados (la mayoría de los cuales eran de su propiedad personal) con decenas de miles de habitantes. Respondía directamente ante el rey de Polonia. De hecho, durante su mandato episcopal Watzenrode fue consejero de confianza de tres monarcas sucesivos, con los que compartió sus sueños de gloria polonesa y su odio de los caballeros de blanca túnica de la Orden Teutónica, cuyas tierras rodeaban Varmia. Aunque la orden religiosa militar fue establecida en Tierra Santa por los cruzados a finales del siglo XII, tras la caída de San Juan de Acre se trasladó a la Vieja Prusia, donde se volvió libertina y peligrosa. A menudo, los caballeros teutones salían en tromba de su castillo en Königsberg para saquear las ciudades de Varmia, llegando incluso a atacar Frauenburg y su catedral fortificada.

El obispo Watzenrode había tenido un hijo ilegítimo en Torun, pero consideraba su heredero forzoso a su talentoso sobrino menor. Tras haber hecho progresar a Copérnico en la jerarquía eclesiástica, lo nombró médico del obispado y secretario personal suyo, dejándolo en puertas de un ilimitado ascenso. Sin embargo, el joven no parecía lo bastante ambicioso. Su mente vagabundeaba a menudo muy lejos de las sendas del poder, como sugieren las anotaciones que Copérnico conservó de sus años en el empleo del obispo. En ellas se describen las posiciones de Marte, Júpiter y Saturno durante su Gran Conjunción en la constelación de Cáncer en 1504, y el eclipse lunar que tuvo lugar el 2 de junio de 1509.

El gran científico francés Pierre Gassendi, quien escribió la primera biografía que se conserva de Copérnico en 1654, más de un siglo después de la muerte del astrónomo, dijo que atendía a los pobres enfermos sin cobrarles nada. Aunque sería fácil ceder a la tentación de atribuirlo a la bondad de su corazón, los campesinos de Varmia probablemente no tuvieran dinero con que retribuir sus servicios, ni él necesidad alguna de sus céntimos. Además de las rentas de su canonjía, Copérnico recibió una segunda renta de una sinecura de la iglesia de la Santa Cruz de Wroclaw, que conservó a lo largo de treinta y cinco años. Asimismo, el cabildo catedralicio de Varmia le pagaba una prima anual por cuidar de la salud del obispo. Los archivos muestran que cuando el obispo Watzenrode enfermó en 1507, su sobrino consiguió sanarlo con éxito.

Copérnico hizo público su agradecimiento a su tío al dedicarle su primera obra publicada, llamando a Watzenrode “O recto y reverendo gobernante y padre de nuestro país.”9 El texto que así le ofreció no era la gran teoría copernicana, sino una traducción del griego al latín de una colección de epístolas del siglo VII de un moralista de Constantinopla. Copérnico encontró las ochenta y cinco cartas morales, rústicas y amatorias de Teofilacto de Simocata en la biblioteca del cabildo, en un volumen titulado Epistológrafos. Las misivas parecían más bien fábulas y apólogos que comunicados, pero le gustaron, dijo, porque “Teofilacto entremezcla de tal manera lo alegre con lo serio, y lo festivo con lo austero, que cada lector puede recoger lo que más le plazca de estas cartas, como un surtido de flores en un jardín.”10

Una de las cartas trataba específicamente de los deberes de un tío para con su sobrino: “Entre las yeguas existe una norma, que me parece asaz sabia. De hecho, debo alabar su gran bondad. ¿Y cuál es esa norma? Si ven que un potro no puede mamar, porque su madre está lejos, cualquiera de ellas cría al potrillo. Porque no pierden de vista que es de su propia especie y, con una sola intención y sin mala voluntad, se ocupan de su crianza como si se tratara de su propia cría…

Y ahora os aplicaré a vos este discurso. Os burláis del hijo de vuestro hermano cuando vagabundea de puerta en puerta, cubierto de míseros harapos. Vuestros sentimientos son menos razonables que los de las bestias. Alimentáis a los sabuesos ajenos, porque así es como debo llamar con propiedad a los aduladores que os rodean. Pues aparentan seros leales mientras están atiborrados de vuestra comida, ¡desdichado! Y aun así, os ladran de forma continua mientras siguen regoldando el vino que acaban de beber. Pues los lisonjeros constituyen una casta que recuerda los agravios y es por demás olvidadiza de los favores recibidos. Así pues… cuidad por lo menos de vuestro sobrino. Si no lo hacéis, vuestra conciencia será vuestro enemigo más implacable, y afilará su espada con las lágrimas de la Naturaleza.”11

Por suerte para Copérnico, su propio tío Lukasz no había necesitado de semejantes admoniciones para tender su generosa mano.

Preocupado por la acogida de las cartas eróticas, Copérnico declaró haberlas expurgado en beneficio del obispo: “Así como los médicos suelen disfrazar la amargura de las drogas, endulzándolas para que les resulten más apetecibles a los pacientes –dejó escrito en la dedicatoria–, estas epístolas amorosas han sido rectificadas de igual manera.”12 Aun así, en ellas se habla de lujuria, deseos carnales, pasión irracional, prostitución, infidelidad, abortos e infanticidios.

Un amigo de Copérnico, Wawrzyniec Korwien (Lorenzo Corvino de seudónimo), llevó el manuscrito del librillo a imprimir a Cracovia en 1509. En esa fecha, aún no se había establecido ninguna imprenta en ningún lugar de Varmia, ni siquiera en Torun. Korwin redactó asimismo un poema introductorio para la obra. Sus versos ofrecen un retrato del carácter del obispo –“conspicuo por su piedad” y “venerado por su porte severo”–,13 que parece sugerir que Watzenrode podía ser desprendido sin ser demasiado afectuoso. En cuanto al “erudito que traduce esta obra”,14 Korwin sabía que estaba empeñado en proyectos de mayor alcance: “Estudia el veloz curso de la Luna y los movimientos alternativos de su hermano, así como de las estrellas junto con los errantes planetas –maravillosa creación del Todopoderoso–, y sabe cómo buscar las causas ocultas de los fenómenos con ayuda de portentosos principios”.

Copérnico ya había empezado a replantearse el orden de las esferas celestes. De hecho, el propósito único de aprender griego por su cuenta –y de poner a prueba su competencia con las epístolas morales, rústicas y amatorias de Teofilacto de Simocata– parece haber sido un requisito previo al estudio de las obras de los astrónomos griegos y la consulta del antiguo calendario greco-egipcio, para poder fechar correctamente las observaciones celestes de la Antigüedad.

A mediados de 1510, Copérnico debió de hacer saber de algún modo al obispo titular de Varmia que no aspiraba a sucederlo, pues se fue de palacio. Después de instalarse cerca de la catedral en Frauenburg, no volvió a acompañar a su tío en misiones diplomáticas, ni siquiera a Cracovia en febrero de 1512 para asistir a la boda del rey Segismundo y a la coronación de su nueva reina, la joven noble húngara Barbara Zapolya. El obispo Watzenrode sin duda debió de lamentar la ausencia de su sobrino de esos festejos, sobre todo durante el viaje de regreso, cuando cayó enfermo con fiebre. Se detuvo en Torun, esperando reponerse antes de seguir viaje hasta Heilsberg, pero su estado siguió empeorando. Murió tres días después, el 29 de marzo, a los sesenta y cuatro años.

La última epístola de Teofilacto trataba de la muerte y de las lecciones que podía darle a los vivos. “Pasead entre las lápidas – les aconsejaba a los apesadumbrados por sus propias desdichas–. Veréis cómo las mayores alegrías del hombre al final adquieren la liviandad del polvo.”15

II
EL BREVE COMENTARIO

El centro de la Tierra no es el centro del universo, sino únicamente
el centro hacia el que se mueven los objetos pesados y el centro de
la esfera lunar
.1

Del Commentariolus, o Breve comentario,
de Copérnico, hacia 1510.

En 1510, cuando Copérnico ocupó a los treinta y siete años su puesto de canónigo residente de Varmia en Frauenburg, el cabildo catedralicio le asignó una casa, o curia, en el exterior de las murallas, además de dos sirvientes y tres caballos, como adehala de su cargo. El poderoso cabildo regía las vidas de sus canónigos miembros, al igual que las de los habitantes de los pueblitos de cientos de kilómetros alrededor, por no mencionar a los numerosos campesinos que trabajaban los millares de acres de tierras de la iglesia de donde procedían los ingresos de los canónigos. Copérnico tomó posesión asimismo de su propio altar en la nave de la catedral. Era el cuarto a la derecha desde el presbiterio, el consagrado a San Venceslao. Al no haber recibido las sagradas órdenes, Copérnico no podía oficiar misa, como tampoco podían su hermano ni la mayoría de los restante canónigos, que eran también nombramientos políticos, y no sacerdotes.

Copérnico dio con una excepción, su compañero canónigo Tiedemann Giese, siete años menor que él, sí estaba ordenado. Giese pertenecía a una conocida familia de Danzig, donde había presidido la iglesia de San Pedro y San Pablo. Compartía con Copérnico un interés duradero por la astronomía, adquirido acaso cuando trabaron amistad. Giese fue casi seguro el primero en oír a Copérnico confesar su secreto conocimiento del cosmos. Uno tiende a imaginar que la reacción inicial del sacerdote a esas ideas poco ortodoxas sería de escepticismo en el mejor de los casos, pero con el tiempo llegó a estar de acuerdo, e incluso animó a Copérnico y lo apremió a difundir su teoría.

Hacia 1510 Copérnico había dado el salto a su conclusión heliocéntrica por medio de la intuición y las matemáticas. No hicieron falta observaciones astronómicas. Redactó una breve visión de conjunto de su nuevo sistema celestial, probablemente también en 1510, y se la envió por lo menos a un corresponsal de fuera de Varmia. Esa persona, a su vez, copió el documento para darle más circulación, y presumiblemente los nuevos destinatarios hicieron lo mismo, porque en mayo de 1514, fecha en que un médico y profesor de medicina de Cracovia llamado Mateo de Miechow levantó inventario de su biblioteca personal, esta incluía “un manuscrito de seis páginas con una Theorica [ensayo astronómico] en la que el autor afirma que la Tierra se mueve mientras el Sol permanece estacionario.”2

Copérnico3 ignoraba que Aristarco de Samos había propuesto más o menos lo mismo en el siglo III antes de Cristo. La única obra de Aristarco que Copérnico conocía –un tratado que citó a menudo, titulado De los tamaños y distancias del Sol y la Luna– no hacía mención de un modelo heliocéntrico. Copérnico estaba solo, por el momento, en su Tierra en movimiento.

Los cielos desafían al astrónomo, escribió en el párrafo introductorio de su Breve comentario, para describir los movimientos desparejos de los cuerpos divinos. Sus predecesores más antiguos en la cosmología –Copérnico rendía aquí homenaje a Calipo y a Eudoxio del siglo IV a. C.– habían embutido al Sol, a la Luna y los planetas en una serie de esferas concéntricas alrededor de la Tierra. Los primeros astrónomos concebían esas esferas como estructuras sólidas e invisibles, cada una de las cuales soportaba un único planeta. Pero estas sencillas esferas concéntricas no permitían dar cuenta del periódico aumento del brillo de los planetas en el cielo, como si estuvieran aproximándose. Sabios de épocas posteriores se mostraron partidarios de esferas excéntricas, cuyos centros estaban cerca de, pero no en la Tierra, para explicar las variaciones del brillo, e inclinaban el eje de cada esfera en un ángulo ligeramente distinto para permitir que los planetas subieran y bajaran dentro de la banda del zodíaco. Sin embargo, ninguna esfera única permitía comprender los periódicos trastrocamientos de dirección de un planeta. Cualquiera que observase a esos vagabundos celestiales noche tras noche los veía aminorar su paso cada tanto, detenerse, y luego retroceder respecto a las estrellas fijas del fondo durante semanas o meses, para luego pararse y volver a empezar como antes, fluctuando su brillo todo el tiempo. Para explicar este comportamiento de rizar el rizo, algunos astrónomos imaginaron las esferas celestiales como caminos claramente definidos en el seno de cada uno de los cuales reinaba un único planeta. En la esfera de Marte, por ejemplo, el planeta giraba siguiendo una o varias esferas subsidiarias, llamadas epiciclos, cuyos movimientos conjuntos permitían dar cuenta de sus continuos cambios de posición en el firmamento. El maestro indiscutible de este número de equilibrismo, Claudio Tolomeo, vivió en Alejandría alrededor del año 150.

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Tiedemann Giese, canónigo de Varmia.

Tolomeo había dado cuenta de la complejidad celestial de forma tan efectiva en el siglo ii, que seguía siendo la autoridad dominante en el siglo xvi. Siguiendo las instrucciones de Tolomeo y haciendo uso de sus tablas, un astrónomo podía calcular de forma aproximada la posición de cualquier planeta en cualquier momento, pasado o futuro. Como para conmemorar el magnífico logro de Tolomeo, su libro llegó a ser conocido por la primera palabra de su título árabe, Almagesto –“el más grande”–, en lugar del más modesto título en griego que le pusiera su autor, Mathematike syntaxis, o “Tratado matemático”.

Copérnico veneraba a Tolomeo como “el astrónomo más destacado de todos.”4 Al mismo tiempo, le ponía reparos al modo en que Tolomeo violaba el axioma básico de la astronomía, que sostenía que todos los movimientos planetarios debían ser circulares y uniformes, o compuestos por partes circulares y uniformes. Tolomeo dio forma a su ideología geocéntrica con los datos que había acumulado sobre velocidades y posiciones planetarias, asignándole a cada esfera celeste el así llamado ecuante: en la práctica, un segundo eje de rotación, descentrado respecto del eje verdadero. Aunque los astrónomos consideraban imposible que una esfera girase de manera uniforme sobre un eje descentrado, hicieron caso omiso del problema porque la técnica de Tolomeo funcionaba sobre el papel, permitiendo buenas predicciones. La mente de Copérnico, sin embargo, “se estremecía”5 ante la idea.

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LAS ESFERAS CELESTIALES. Cada planeta se desplazaba en su propia esfera, o región de los cielos. Tal como se puede apreciar en esta imagen de Theoricae novae planetarum, publicado en Nuremberg el año del nacimiento de Copérnico, la esfera tiene una calidad tridimensional, y es lo bastante alta y ancha para abarcar los vagabundeos de un planeta. En el interior de la esfera, la senda principal que recorre el movimiento del planeta traza un círculo fino centrado en un punto llamado c. deferentis. Es un círculo excéntrico, ya que la Tierra (el centro del universo) está situada en el punto inmediatamente inferior, c. mundi. El rótulo superior, c. aequantis, indica el punto del ecuante, desde donde el movimiento del planeta parece uniforme (Biblioteca Astronómica del Observatorio de la Universidad de Viena).

Aferrado a un ideal más puro, como explicó en su Breve comentario, Copérnico había buscado un nuevo camino para alcanzar los resultados de Tolomeo, sin cometer el crimen de Tolomeo de violar el principio del movimiento circular perfecto. Avanzando hacia su solución novedosa, por motivos sobre los que prefirió no explayarse, Copérnico había apartado de un codazo a la Tierra de su lugar acostumbrado en el centro del universo para colocar al Sol en su lugar. Bien podía haber restaurado el movimiento circular de los cielos sin llevar a cabo este drástico reordenamiento de los cuerpos celestes, pero una vez se le hubo ocurrido la nueva configuración, esta en sí se convirtió en lo más importante.

“Todas las esferas rodean al Sol como si estuviese en el centro de todas, y por consiguiente, el centro del universo está cerca del Sol”,6 dejó escrito. “Lo que nos parecen movimientos del Sol no nacen de su movimiento, sino del de la Tierra y nuestra esfera, con las que damos vueltas alrededor del Sol como cualquier otro planeta.”7

Con un mero ademán, había convertido a la Tierra en planeta y lo había puesto a dar vueltas. De hecho, lo veía propulsado de tres maneras, siguiendo tres rutas circulares. La primera llevaba al planeta alrededor del Sol cada año. La segunda lo hacía girar sobre sí mismo a diario, produciendo los celestiales fuegos de artificio del amanecer, del ocaso, y de lo que Copérnico llamaba el “giro hacia delante”8 de las estrellas a través de la noche. El tercer movimiento hacía oscilar lentamente los polos a lo largo del año, para dar cuenta de la inclinación del eje de la Tierra.

“Cualquier movimiento que se aprecie en la esfera de las estrellas fijas no le pertenece a esta, sino a la Tierra –seguía–. Así, la Tierra entera, junto con los elementos próximos –se refería a los océanos y al aire–, rota en un movimiento diario sobre sus polos fijos, mientras que la esfera de las estrellas fijas permanece inmóvil y es el cielo más alejado.”9

Hasta Tolomeo había reconocido en cierta ocasión que podría resultar más fácil en teoría pensar que la Tierra giraba, que esperar que el firmamento entero diese una vuelta completa cada veinticuatro horas, aunque la idea de que la Tierra diese vueltas resultaba “completamente ridículo imaginarla siquiera.”10

En cuanto Copérnico planteó que el Sol y la Luna intercambiasen sus posiciones, los planetas se situaron en un nuevo orden lógico. Se desplegaron alejándose del Sol de acuerdo con la velocidad de sus revoluciones, de forma que Mercurio, del que se había observado hacía mucho que era el más veloz, resultó también el más cercano al Sol, seguido de Venus, y luego de la Tierra, Marte, Júpiter y finalmente Saturno, el más lento. En el sistema geocéntrico, ni la observación ni la teoría habían logrado resolver nunca la cuestión de qué planeta quedaba justo a continuación de la Luna –Venus o Mercurio– ni de si la órbita del Sol se hallaba delante, entre medias, o detrás de esos dos planetas. Copérnico ahora lo supo. Todo encajaba. No es de extrañar que la belleza del sistema se impusiese a lo absurdo de la idea del movimiento de la Tierra. Copérnico esperaba que su convicción personal convenciera a otros de la necesidad de ver las estrellas a su manera, pero no ofreció prueba alguna en este momento. Había decidido, dice, “por mor de la brevedad, omitir las demostraciones matemáticas en este tratado, pues están destinadas a una obra más extensa.”11 Procedía a continuación a enumerar y aclarar los distintos movimientos planetarios, llegando en el párrafo final del Commentariolus al sumatorio final: “Mercurio recorre un total de siete círculos; Venus, cinco; la Tierra, tres, y la Luna en derredor suyo, cuatro; por último, Marte, Júpiter y Saturno, cinco cada uno. En conjunto, pues, treinta y cuatro círculos bastan para explicar toda la estructura del universo y el baile de los planetas.”12

Copérnico sin duda esperaba ser ridiculizado por sus contemporáneos. Si la tierra giraba sobre sí misma y daba vueltas a gran velocidad, podrían argumentar, entonces todo lo que no estuviese sujeto saldría despedido. Las nubes y los pájaros serían dejados atrás. Es más, sus colegas astrónomos podrían insistir en que la Tierra debía estar en el centro en verdad: no porque el hogar de la raza humana tuviese alguna importancia especial en el esquema cósmico, sino porque las cosas pesadas y terrenales caían al suelo ahí y ya no se movían, y porque los habitantes de la Tierra experimentaban cambios y morían. La Tierra representaba la sima, no el pináculo de la Creación. Por consiguiente, uno no podía atreverse a empujar al Sol –“la lámpara del firmamento”, como muchos lo llamaban– al agujero infernal en el centro del universo.

Varios astrónomos islámicos de los siglos XIII y XIV habían puesto reparos a Tolomeo por las mismas razones que Copérnico. Nasir al-Din al-Tusi e Ibn al-Shatir, por ejemplo, consiguieron ajustar las violaciones circulares de Tolomeo sin hacer que la Tierra girase o abandonase su lugar central. Copérnico empleó algunas de las mismas técnicas matemáticas en su propia mejora de Tolomeo, pero llegó a sus propias conclusiones singulares sobre la posición central del Sol, el movimiento de la Tierra y la grandiosa ampliación del cosmos que su concepto exigía.

Si la Tierra viajaba dando la vuelta al Sol, como él sostenía, entonces dos estrellas vecinas tendrían que verse ahora ligeramente más cerca, ahora más alejadas, en el transcurso del año. Sin embargo, las estrellas nunca mostraban semejante desplazamiento, o “paralaje”. Copérnico consiguió solventar la ausencia de paralaje suponiendo que las estrellas estaban demasiado lejos para mostrarlo. Multiplicó por más de cien su distancia a la Tierra: las hizo tan remotas que, por comparación, la separación de la Tierra y el Sol se encogió casi hasta la insignificancia. “Comparada a la gran lejanía de las estrellas fijas –afirmó–, la distancia entre el Sol y la Tierra es imperceptible.”13 El enorme abismo que se abrió de repente entre Saturno y las estrellas no preocupaba a Copérnico, porque tenía la explicación lista, recurriendo a la omnipotencia del Creador: “Así de vasta es, sin discusión posible, la divina obra del muy excelente Todopoderoso.”14 Allende la periferia de las estrellas, Dios y Sus Ángeles flotaban en los invisibles cielos del Empíreo.

Una vez completado el Commentariolus