Narrativa izana

Colección dirigida por Justo Sotelo

 

Los descendientes del musgo obtuvo el PREMIO CÁCERES DE NOVELA CORTA del año 1980 y fue publicada por la Institución Cultural “El Brocense”.
Esta edición ha sido revisada y corregida por el autor.

 

© MOISÉS PASCUAL POZAS, 2015

© Diseño de cubierta: LARA BOTO

© Ilustración de cubierta: ANA SALGUERO

© AMBAMAR DEVELOPMENT S.L., 2015

 

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Diseño y Preimpresión: Antonio García Tomé

ISBN: 978-84-945221-9-2

 

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A don Ricardo Senabre, 

in memoriam. 

Extinctus amabitur idem.

narrativa izana

MOISÉS PASCUAL POZAS

Los descencientes del musgo

 

87393

Rediós, qué frío hace, ¿dónde coño está el pantalón?, aquí…, las cerillas, en el otro bolso, la lija para chascar..., una se apaga y otra se enciende, la llama hacia abajo…, ya veo las botas…, tengo que untarlas con grasa…, pronto tocará el campanero, se necesitan ganas para ir pisoteando sombras tan arrecidas, total, para espantar a los cuervos y a las ratas del cementerio por un aguinaldo, ¡jodido apagavelas…!, en algo tiene que entretenerse, los calcetines bien estirados, de golpe, sin que rocen, adentro, ya está, ahora la otra, ajustadita al calcaño, que no raspe, acostumbrado a caminar a oscuras podía pasearme con los cupones de la suerte para hoy colgados del cuello, por cachavas no quedaría, la lazada…, el caso es no tropezar, la mano delante, tengo que ajustar las tablas, este ruido de atrampa madera…, se joderían los ratones, y el cabrón del viento no bufaría tanto, al menos taponar el agujero, la mano en la pared, peldaño a peldaño, hasta el último, con cuidado, si no enciendo me voy a dar una hostia de campeonato…, la vela, de mañana no pasa, la llama hacia abajo…, joder, qué poco dura, por aquí tiene que estar el interruptor…, equilicuá, a ver si arreglo de una puta vez la luz de arriba, tanto chisporroteo cerca de las vigas…, de seguro que el Sultán está como un señor en el calentadero…, no te digo…, quieto, quieto, Sultán, échate ahí…, échate…, qué bien se está en la glorieta, menos mal que duermo medio vestido que si no, como un chuzo, la Magdalena…, bueno, de joven se aguanta todo, las botellas de agua caliente y los ladrillos ayudan, cómo no, pero fuera de la cama…, el orinal, como los charcos en noche de helada, las baldosas templaditas, uy, qué bien, quietito, solo con la cabra, unas ovejas y las gallinas…, animal de cacareo, poco pedo, mucho madrugar y más tiritar, ahora ni se menean, pero en verano dan bien de guerra, porque duermo poco, que si no, los cuartillos..., rediós, bien atascados, joder, qué oscuro, noche para ladrones, cualquiera va a la cocina a lavarse con este calorcito, tengo que cambiar el espejo, es como verse a trozos, total, una barba de tres días no hace rostro de bandolero, la cara… como los gatos, y las legañas con saliva, mejor me froto los ojos,

 

Y ahora esponjas el pelo entrecano con la punta de los dedos y fijos los ojos en los cristales esperas que el viento que muge y muge arrastre las sombras. Pronto se abrirá una débil luz de abanico por encima del Frescal y se tumbará en las laderas escarchadas y en los caminos ateridos. Suena la campana grande y adivinas el rebullir de los pájaros en los agujeros de las paredes y el entrecortado vuelo de los tordos en los basurales.

 

Estoy harto de patear y dar vueltas como un trompo, parece que ha nacido uno con la china, tenía razón mi padre cuando, así, como quien habla con los adentros, decía,

Es el destino, a nosotros nos tocó el de arreadores de ganado, solos en el campo, como los costros,

soltaba un mecagüendiós y se quedaba mirándome con unos ojos tan quietos que se olvidaban de mirar,

Métetelo en la cabeza, hijo, nos tocó la negra y nos seguirá tocando, cada quisque con su vida a la espalda, como el botero con los dados,

ya en Carcedo comenzaron las cosas a torcerse, si alguna vez estuvieron derechas, y malo cuando empiezan a caminar torcidas, pues no hay Dios que las enderece, mi madre, que descanse en paz la pobre, me parió en Arcedilla, estaba en el horno metiendo y sacando hogazas cuando le vinieron los apretones que anuncian coceando la salida al mundo de esa cosa chillona, tinta en sangre, que un día fuimos nosotros, y apenas si alcanzó el tiempo para que llegaran las mujeres con la partera, los barreños y trapos, pues envuelto en un aire caliente aparecí yo, rodeado de levadura y empujado por los gritos de mi madre que casi se queda sin sangre y sin voz, muchas veces me lo contó como si aún sintiera los dolores,

Acabar yo y empezar tú a berrear,

mi padre me conoció a la semana, pues estaba en no sé qué monte arreglando unos chozos, de Arcedilla no tengo muchos recuerdos porque apenas tenía yo cinco años cuando mis padres se fueron a Carcedo, de entonces me quedan desbaratadas en la cabeza estampas, así, como los primeras nevadas de mi vida, y un calendario colgado en la pared regada de manchones de la glorieta en el que estaban dibujados una hucha y un hombre que segaba, también me acuerdo del Canuti, el perro que jugaba conmigo cuando andaba a gatas, recuerdo a una mujer vestida de negro, aunque todas vestían de negro, a la que tiraba cantos gritándole Juanita bolacha, y a un hombre con barba y sayal oscuro que iba pidiendo por las casas, y los perros le ladraban y corrían a morderle las sandalias, y recuerdo a los pobres que llegaban al final del verano y dormían en los pajares, pero, la verdad, no sé si son recuerdos porque esto lo he vivido toda la vida, yo no puedo decir que soy de aquí o de allá, aunque, en puridad, mi pueblo son los páramos, las ovejas y los perros, pueblo ancho, y como todo lo que no cambia, también muy chico, y es el campo y la flauta o la armónica para hacer llevadero el tiempo, un pueblo vale otro pueblo, es lo que decía el Gafas, el Sentencioso, con unos ojillos que bailaban la alegría, pero debían de ser los cristales de culo de botella los que dibujaban la sonrisa, un pueblo igual a otro pueblo, todos iguales, como el mundo, decía el Gafas…

 

Allí estaba, pegado al raíl, sintiendo el hierro frío en la oreja mientras de refilón giraba la luna llena en un cielo oscuro y errante, y un viento racheado que rebotaba en las ramas de los chopos le hacía estremecerse.

 

Lo que tarda el cabrón, a las doce pasa y dejé la cantina a las once, con lo que me costó llegar, apenas oigo el hilo de un ruido, ni una perra hace eso, me viene acompañada del Horchata y dale que dale conque

Algún día te va a pasar algo durmiendo en los pajares, que no escarmientas…, sí, no pongas esa cara de lástima, …, a buenas horas mangas verdes, que no eres un chaval y se acabó lo de gallito cegato, valiente correcoños, …, ya sabes, majo, si no hay panoja, a conformarse con el hospicio, aprende de una vez para qué sirven las mujeres, no las tuyas, so putero, y los hijos…, ahora no te descojonas, a que no, pasa la boina en la taberna a ver si te dan algo más que risas, semejante vivalavirgen, mucho blablablá, como si las palabras dieran de comer, escuperrefranes, mira qué bien te habría venido la Charo, pasmarote, dile tú algo, que siempre soy yo la mala,

y todo porque me clavé bien clavadito el pie y la pantorrilla en unos hierros puntiagudos escapando de lo que escapaba, estos putos ojos…, con muletas de por vida, me dijeron, y el pie, un muñón,

La casa, ya sabes, es pequeña y con los chicos…, allí vas a estar bien y puedes aprender el oficio de sastre o de zapatero, iremos a verte de vez en cuando y te llevaremos algo de comer,…, ya sé que en su día, …, cuñado, no te pongas así,

joder, mucho de pico, pero a la hora de la verdad lárgate con viento fresco, hala, jódete y que te pudras,

Hermano, quien a hierro mata…,

pero a mí no me tocan los cojones…, no te jode, acabar en un hospicio…, antes hago lo que estoy haciendo, de esta mierda de mundo me llevo los buenos ratos con las mujeres, bailaba que era un primor, el rey del baile, a ver, quién, pues menda, el Gafas, así me llamaban, el rey del baile, y como quien dice, a ciegas, ay, qué es lo que palpas… la Lina…, tus pechos me condenaron, y el pánfilo de tu marido, cacho juguetona, y las cenas con los pastores en la cantina de Tinín todos los viernes, hasta el Viernes Santo, Viernes Santo con cordero y clarete, no te jode…, y las historias que contaba y que me escuchaban abobados, y la partida de mus, y el bote…, y aquí estoy, con las muletas fuera de la vía para que las aprovechen aunque solo sea como palo de espantapájaros, me he pegado una cena de Dios es Cristo, con copa y puro…, …, No te preocupes, que te pago otro día, y si falto a la palabra, que me parta un rayo, o mejor, el Expreso, Tinín, majete, por estas, que me muera si no te pago, se acabó lo que se daba, que en mi libro de refranes viene eso de que es un sueño la vida, pero hay sueños bien jodidos, que todos los sueños no son iguales, y mañana me encontrarán, y alguien inventará mi historia en El Papel y seguro que la contará Clemente en la cantina de Tinín lo mismito que si fuera yo, echando la culpa a Luis el Horchata y a la lumia y barrepadentro de mi hermana, con pelos y señales, que bien me oyó de qué va el asunto, esto mismo que pienso dirá o inventará, y el Tinín, con las palabras de siempre,

Que no somos nada, esto dice El Papel: Lo encontraron igualito a un muñeco golpeado contra una pared y vuelto a golpear con rabia machacona, esparcidos los ojos y los sesos por el balasto, doblado sobre sí mismo como monigote de paja. La autoridad recogió los restos con una paleta y los introdujo en una bolsa de plástico.

Si has leído bien, Tinín, nada mienta de la última cena, y ni una palabra de la pispás del Serafín, que se llevó las muletas a la chita callando,

Practicadas las obligadas diligencias, acompañado de sus deudos, se procedió a la inhumación del cadáver extramuros del cementerio.

Es decir, en un baldío, como a los perros, donde ni los cardos medran.

Sí, Caítos, no somos nada, la puta madre que lo parió, pobre Gafas, otra ronda, que no somos nada, Caítos, toca algo con la armónica, algo que le recuerde.

 

No sé si tenía razón el Gafas con eso de que todo es lo mismo porque Carcedo fue mucho peor que Arcedilla, la casa pequeña y en ruinas, con goteras en las habitaciones, las puertas llenas de agujeros y sin glorieta, tuvimos que arreglarnos con un brasero que nos atufaba, mi madre, la pobre, no paraba de toser y yo me acurrucaba pegada a ella, siempre estábamos arrebujados en una de esas mantas con las que cubren los lomos de las mulas, que no sé cómo las consiguió mi padre, porque cuando se lo preguntó mi madre, solo dijo, cógelas y calla, pero la verdad es que era un buen avío, yo me eché a llorar cuando entramos en la casa y el alcalde le decía a mi padre,

No está tan mal, las hay peores, en muchos lugares mismamente cuevas, la leña del monte es gratis, y puede cambiarla por carbón, y en el invierno, cuando haya menos faena…, bueno…, un arreglo a la casa…, por los materiales no se preocupe,

lo recuerdo como si fuera hoy, que esas cosas tiene acercarse a la vejez, que los ayeres se te meten por los ojos, y recuerdo que di una patada al perro y que el perro reculó, arrugó el morro y le asomaron los colmillos, mi padre tenía unos prontos en los que podía rajar al más pintado, pero siempre fue de buen conformar, qué se le va a hacer, a mal tiempo buena cara, y yo a tiritar como gurriato en madrugada helada, aunque los fríos no debían de haber llegado aún, y mi madre limpia que te limpia, y venga a llenar los coloños con tierra, y yeso, y mierda seca, y luego los chicos, porque ser el hijo del guarda…, muñeco de feria, que me tiraban piedras y se reían cada vez que acertaban y me insultaban con esas palabras que te rajan bien rajado, todavía me acuerdo cuando se abalanzaron sobre mí y me arañaron tanto la cara que me la pusieron como una criba, pero esa tarde se encenagaron las lágrimas, mi padre fue a hablar con el alcalde y cuando regresó me dijo que ya estaba todo arreglado, ya lo sé, le dije, aunque pequeño, con mi honda de badana de cuero acertaba a golpear de lejos la cabeza de las ovejas y desde ese día la llevé atada al cinto y nadie me pegó.

 

Vinieron blandiendo cachavas y varas de fresno, azuzando una jauría de perros, de montes y tierras lejanas vinieron hablando una lengua a la que el paso del tiempo había redondeado las aristas de las voces, pero que aún sonaba como ahogo de trompeta y tropezón de piedra. En la noche de las hogueras que ahuyentan los taimados pasos del lobo fueron tejiendo en la memoria los sueños de un tiempo que ya nunca vendría en el sol que abre la mañana. Y tan ancianos eran esos días que algunos dijeron que entonces los hombres eran como las fieras y no solo se alimentaban de los frutos de la tierra, de las aguas y de los árboles, sino también de la carne que nace de mujer. Largo en el tiempo y duro en los pies y las manos y en el vientre fue su camino hasta llegar adonde brilla el Éspero, la estrella en la que catavan su hora. Y en las historias había cazadores de ágiles piernas, y animales y aves de habla humana, y en el bosque habitaban gigantes que se disfrazaban de enanos que poseían el don de la magia y la cadencia de las palabras que sosiegan la saña más desesperada, y también hadas buenas y hadas malas, y en las noches sedientas recordaban que en las historias había ríos que bajaban de las montañas con un ruido semejante a los truenos. También había hombres malos, los hijos de las hadas perversas, que cabalgaban en caballos que despedían fuego cuando galopaban y con perros amaestrados despedazaban a los corredores de pies lentos, angustiados por la distancia interminable que les separaba del territorio de los árboles, guarida de ramas tan tupidas que una ardilla podía atravesar el país del Éspero sin que tuviera que descansar apoyando las patas en el suelo. Se escondían y salían y atacaban y se escondían, y los hostigados hombres malos prendieron fuego a los árboles. Fue entonces cuando comenzó la lenta agonía del bosque y cuentan que en la madrugada sus aullidos rasgaban la mañana sollozante. Aunque la habían visto muchas veces, y aunque en otros tiempos le rindieron un culto sin temor porque era una mujer que distribuía el aliento de los hombres y lloraba cuando tenía que atorarlo o cuando no entendía su contador de arena, o el dolor que nubla los ojos y desata el grito, ahora, al sentir su presencia en el olor a carne agusanada, les castañeteaban los dientes pues sus carrillos eran hueso y aire, y los ojos bolitas de hielo. Llevaba una guadaña al hombro y a pesar de su andar mecánico recorría las cañadas más recónditas y subía a los montes más escarpados sin dar tregua a su brazo tajador. Acorralados por el miedo, los hombres que un día cruzaron un mar subidos en troncos ligados y vinieron blandiendo cachavas y varas de fresno, y azuzando una jauría de perros, de montes y tierras lejanas vinieron a la tierra del Éspero, decidieron elegir a un rey que les librara de los hombres que tenían por reina a una mujer de aliento frío, que sonreía con una boca sin labios y abonaba la tierra con montones y montones de cuerpos tumbados y había olvidado el discurrir pausado de los términos del tiempo.

Y fue así como escogieron a un hombre guía al que nombraron Rey de la Vida, voz sin un sonido que recordara a su enemiga, y el hombre timonel y monarca dijo: La Vida y la Muerte son la hija y la madre, ellos y nosotros en nada nos diferenciamos. De la tierra procedemos, y en nuestro camino el rizado musgo sobrevivió a los rayos del sol, alivió nuestros labios sedientos, pues retiene la lluvia perdida. Descendientes del musgo somos, y así se llamarán nuestros hijos. Hablaban ya una lengua a la que el paso del tiempo había redondeado las aristas de las voces, pero que aún sonaba como ahogo de trompeta y tropezón de piedra. Y la Vida y la Muerte se enzarzaron para abonar el limo que las sustenta.

 

Voy a jiñar, rediós, ya me dio frío al vientre, a ver si hay un cacho de papel en el canastillo, deben de ser más de las ocho y parece que la niebla levanta un poco, con esta hoja me vale. Tendré que dar agua y paja de alholvas a estos animales.

 

Me quedaré un poco más en la cama, que hace un frío que pela, como para asomar el hocico, no sé qué manía tiene mi padre de levantarse tan temprano, si al menos atizase la glorieta…, siempre se le olvida mirar los ponederos cuando ordeña, otro lagartija, no he oído el campanillo de las monjas, pero sí los badajazos del sacristán, por más que le digo

Quién te manda tocar tan temprano, lagartija, hala, si me despierto con las gallinas, que se joroben también los demás, a que piensas eso, tío cascarrabias,

A ti te voy a dar yo, boca clueca, conque cascarrabias y lagartija…, no me pongas en el disparador…, porque eres la novia de Manolo, que si no..., jarabe de palo, y toco cuando se me pone en donde se me pone,

qué bien se está aquí, arropadita, con este calorcito que es una bendición, al meterte dan unos tiritones que para qué…, bruuf…, ya me ha dicho Manolo que antes de casarnos va a poner una estufa de serrín o de petróleo, o de no sé qué, porque no se puede vivir como los animales, aunque uno se acostumbra, he dormido como un tronco, hasta que me vino ese sueño con patas de araña.

 

Y fue una figura de sombra que por los trigos se acercaba, y ya no eran mieses, sino un páramo que llameaba en las piedras, y la sombra comenzó a crecer hasta ser tan alta como el chopo del Borbollón, y del centro de la sombra sin rostro salió una mano que blandía un palo muy grande, y de la sombra colgaban harapos de sombras, como muñecos que bailaban, y de repente le aparecieron una manos, y una boca con labios como lirios rojos, y tu corrías y corrías tropezando en las aliagas, y la sombra era un hombre de piernas poderosas, y el hombre te perseguía y la tierra palpitaba, y oíste voces que ondeaban palabras en el aire, ojal, clavel en el vientre de la luna, y los pies se te enredaban y el aire se ahogaba, y fue una fuente, y un caballo que relinchaba, y alguien acarició tu melena húmeda, y fue el despertar, y los labios entreabiertos, y el silencio oscuro.

 

–Ya voy, ya voy, y en vez de refunfuñar atice la glorieta… No sé para qué se levanta con las gallinas…, y atícela bien, que hace un día de perros,

que la dé por tirar en vez de llenarnos los pulmones de humo, con las aliagas prende pitando, pero si el viento no viene derecho, malo.

–Buenos días, señorita ma-dru-ga-dora, pon la leche a hervir, en la puerta tienes aliagas,

Sultán, quieto, zalamero, quieto, Sultán, que el amo no te va a meter en el calentadero…

–Sí, sí, menos pitorreo, que gracias a la madrugadora…, ya podía haberlas dejado en el hogar, digo yo,

–Cada día da menos la jodida cabra, la leche en la fresquera, cuélala bien y no te olvides de meter el tocino y la bota en el zurrón, que ni adrede…,

esto ya prende, no hay como limpiarla como Dios manda, atacarla con aliagas, meter bien de paja y troncos medianos, rediós, qué frío en cuanto asomas el hocico, ¡como para tocar la flauta!, esta puta ceniza…, me va a poner la cara como un limpiachimeneas, con esta niebla no se ve ni jurar, igual que el día que se perdió Juanito.

 

Tú sabías que en la época de sementera hay que aprovechar las horas de luz, y abrir la tierra recta y profunda. En la sementera, como en verano, hay que luchar con el tiempo porque la lluvia puede retrasar la siembra. Cuando se poseen muchas obradas, al amanecer se uncen los bueyes con el romano y la rastra, donde has amarrado los sacos de la simiente y de la paja que sirve para marcar las amelgas, y después de caminar trastabillando en el sueño inicias el vaivén de las idas y vueltas, del juramento y del aguijón, hasta que el frío encoge las manos y entonces te quitas las lúas y te soplas los dedos y miras a lo lejos como si pudieras voltear la campana con los ojos.

 

Ya sabe doña Martina que todos los días tengo que traerle la comida, pues ella misma vio cómo metieron a mi madre en la furgoneta del Avelino y la llevaron a la clínica, ella lo vio, y con mi madre se fue la Magdalena, que duerme la pobre en un colchón tirado en el suelo, y salgo cuando toca la campana, no sé por qué me pone esa cara de vinagre, a ver si la cantinera me da algún chupachús para el camino porque se hace largo y además con este frío…, jolín, tengo ganas de ir al pueblo de la otra vez para ver el tractor…, eso sí que es arar, claro que aquel pueblo debe de ser más rico…, aquí hay mucha tierra, pero de cascajo y arena…, igual el padre ha matado una liebre.

 

Tú pensabas entonces que el subir y bajar de la cabecera de un surco a otro merecía la pena. Era añadir cada mes de septiembre un fajo de billetes a la alcancía que se anunciaba en calendarios, paredes y puertas acristaladas. Un futuro mejor, decían aquellas huchas coloreadas con sus bocas respingonas. Tú también podrías sacar a tu hijo del frío que paraliza los dedos en la esteva del arado o de los caminos baladores. Y la aurora alumbró los nacientes surcos del arado, y el mediodía las siestas del azadón a orillas del agua, y los candiles de los atardeceres sombrearon el descanso de las ubres de las pocas ovejas que tenías.

Aunque no ignorabas que solo la sotana era posible por más que reventases a las bestias en las parvas de tordos y golondrinas sobrevolando los montones de grano, y a ti mismo, doblado por una lezna barbuda que se arrastraba sin pausa por la cintura de riñón a riñón. Al fin y al cabo, un hijo cura compensa de tanto afán y es la verdadera hucha, no esa de colores con boca apiñonada y ojos que chocolatean. Que se lo digan si no a Eladio, que llenó el pueblo de banderitas y era de ver el ir y venir de mujeres con flores, alfombras y baldes de la iglesia al atrio, y el volteo de las campanas, rediós, ni el día del Santo, el altar con más velas que en Semana Santa, y cuatro curas vestidos como se visten en las grandes ceremonias acompañando al Dieguito, y cohetes antes y después de la misa, tantos que no asomó el hocico ni el perro de Cándido el Tiratiros, y vino, y moscatel, y pastas y toda la mosca, que arrojó la casa por la ventana, como decía el Bonis, el Eladio y la Elvira no tienen que reñir con la nuera ni hacer números en la libreta, y reía a lo soca mientras le daba al tinto.

 

Y mi padre dale que dale con la cantilena de siempre, se le ha metido en la cabeza que sea cura y no deja de preguntarme si no me ha dicho nada don Graciano, lo pintan muy bonito, que si allí juegas al fútbol, que si patatín, que si patatán, todos los años viene a la escuela un cura, siempre el mismo, don Sebastián, en el mes de las flores, a darnos la matraca, una semana antes ya nos avisa doña Martina, y también don Graciano, que si tal día nos visita don Sebastián, que si la urbanidad, que si patatín, que si patatán, y ese día estamos atentos al ruido de la Lambretta, hasta don Graciano no hace nada más que ir y venir a la puerta, aunque siempre avisa porque da unos pitidos y entonces baja las escalerillas don Graciano y luego entra con don Sebastián, que se quita un casco grandote y marrón, como la caca, dice siempre Eufrasio, el Can, que deja en la mesa de la señora maestra y luego se atusa el pelo y se limpia la garganta como si tuviera catarro, y nos saluda y nos dice que nos sentemos y cuenta una historia que nos hace reír, trae caramelos y tebeos de santos coloreados, y papeles en los que aparecen negritos esqueléticos y elefantes y huchas, y cuando pasa a nuestro lado nos frota el pelo con la mano y nos sonríe y nos pregunta por nuestros padres, también, que qué queremos ser de mayores, que si labrador, que si tratante, que si zapatero, que si futbolista, que no sé,

Y sacerdote y misionero, a ver, quién,

y Eufrasio que sacerdote, no, campanero, sí, eso sí, que se pueden casar y esas cosas, y todos nos reímos, hasta la maestra y don Graciano, y el mismo don Sebastián, y este año va y se para delante de mí y me salta,

¿Cuántos años tienes?,

Nueve, don Sebastián, para servirle a usted,

Mira, Juanito, porque sé que te llamas Juanito, a ti te toca el año que viene, que un pajarito me ha dicho que eres listo como una ardilla…, parece que tu padre está conforme …, allí hay muchos chicos y se pasa bien,

que si patatín, que si patatán, lo que le dije,

Y puedo poner liga en los vados, y pescar con el buitrón…,

Bueno, eso es diferente, pero hay otras cosas, muchos juegos, futbolines…,

popones o pordones o no sé qué, y que si patatín y que si patatán…, y antes de despedirse apunta en una libreta negra el nombre de Roberto, con los apellidos y todo, Muchos Garcías por esta zona,

y le regaló un libro y a mí me acarició la cabeza y me dijo,

Ánimo, el año que viene es el año de tu suerte,

y nos dio la bendición de María y todos dijimos

Adiós, don Sebastián, muchas gracias, don Sebatián,

y volvimos a sentarnos, y por si me he olvidado, mi padre, a darle a la manivela,

Vete haciéndote a la idea, si no te gusta te largas con unos estudios y puedes terminar como maestro o entrar en un banco aunque sea de botones,

y luego la maestra, conque soy despierto, pero con el palo bien me atiza, como a todos, que para estrenar la vara me mandó poner las uñas bien juntas, y zas, me tiene ojeriza porque no le damos la ración de la matanza, y eso que siempre me sé las lecciones.