EROS,
DEMONIO MEDIADOR
El juego de las máscaras
en el Banquete de Platón
Traducción de: Rosa Rius y Pere Salvat
Herder
Título original: Eros dèmone mediatore. Il gioco delle maschere nel Simposio di Platone
Traducción: Rosa Rius y Pere Salvat
Diseño de la cubierta: Claudio Bado y Mónica Bazán
Edición digital: Pablo Barrio
© 1997, 2000 RCS Libri S.p.A., Milán
© 2004, Herder Editorial, S.L., Barcelona
1ª edición digital, 2016
ISBN: 978-84-254-3866-0
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Eros es un gran demonio, en efecto, todo lo demónico está entre lo mortal y lo inmortal. […]
Al estar en medio de los dioses y los hombres cumple una función integradora, de modo que el todo queda unido consigo mismo. […]
La divinidad no se mezcla con el hombre, pero por obra de este demonio los dioses mantienen toda relación y todo diálogo con los hombres, tanto cuando están despiertos como cuando duermen.
El que es sabio en estas materias es un hombre demónico, mientras que quien lo es en otros terrenos, en otras artes u oficios, es un hombre corriente.
Banquete, 202 E-203 A
El Banquete se reconoce comúnmente como una obra maestra. Y, como algunos han observado con justicia, no debe considerarse sólo una obra maestra de Platón y de la literatura griega, sino de la literatura universal. El autor la compuso en su madurez, esto es, cuando contaba entre cuarenta y cincuenta años (387 y 377 a.C.), el momento mágico de sus energías creativas.
En la actualidad, y así ocurría antaño, se impone como uno de los diálogos platónicos más leídos.
Pero, precisamente por su grandeza, no resulta fácil de entender.
Es cierto que, dada su extraordinaria riqueza, sea cual sea el punto de vista desde el que sea leído o interpretado, ofrece un caudal inagotable. Sin embargo, su adecuada comprensión, exige al lector a un mismo tiempo sensibilidad artística, inteligencia y preparación filosófica.
Quizás en ningún otro diálogo Platón combinó su arte poético con su pensamiento filosófico de manera tan perfecta. Supo fundir el arte trágico con el cómico para expresar de este modo un maravilloso mensaje sobre el Eros filosófico, y lo hizo con tal habilidad que logró la conquista de las más altas cimas poéticas y filosóficas.
Al final, dirá incluso, con extrema finura y delicadeza, que es propio del hombre sabio saber escribir tragedias y comedias, «y que el poeta trágico por arte es también poeta cómico». Pero quien es poeta gracias al arte, lo es solamente en la dimensión de la verdad filosófica. Y este poeta-filósofo es precisamente él, como nos demuestra, por un lado y de hecho, con este escrito; y como nos da a entender, por otro, con una alusión de principio en la declaración de la identidad del poeta cómico y del poeta trágico, que viene a ser una provocativa «firma de autor» con la que concluye la obra.
Por ello, en las páginas que siguen, he intentado hacer comprensible tanto el arte como el pensamiento filosófico contenidos en el Banquete.
Debo confesar que yo mismo he empleado mucho tiempo en comprender a fondo este escrito, entrecruzado de múltiples significados. Ésta es la cuarta vez que lo afronto, con el bagaje a las espaldas del trabajo que me exigió la obra Platone. Tutti gli scritti (Milán, Rusconi, 19965), además de la monografía Per una nuova interpretazione di Platone (que ha llegado a su vigésima edición, Milán, Vita e Pensiero, 1997; trad. cast.: Por una nueva interpretación de Platón, Barcelona, Herder, 2003), un comentario al Fedro (en la colección Lorenzo Valla de Mondadori, 1998) y un comentario analítico al Banquete, preparado simultáneamente con la presente obra, cuya publicación está prevista en la misma colección Lorenzo Valla.*
Pero debo admitir que, además de estos trabajos (a los que habría que añadir la traducción de numerosas monografías sobre Platón llevadas a cabo por mí o bajo mi dirección con introducciones a mi cargo, que en estos momentos alcanzan la veintena), para la comprensión del Banquete me ha sido de gran ayuda, en sentido hermenéutico, la dirección de dos actores –Carlo Rivolta y Simona Fais– para la lectura escénica de los discursos de Aristófanes, Agatón, Sócrates/Diótima y Alcibíades (repetida en varias ocasiones). Precisamente, la dinámica dramatúrgica que Platón sigue en la composición de esta obra, deviene particularmente clara a través de su lectura escénica.
En este libro no entro en discusiones eruditas, que dejo para el comentario. Las numerosas novedades hermenéuticas que introduzco requerían, sin embargo, alguna referencia a otros intérpretes. He elegido sólo algunos grandes autores de obras críticas clásicas. A veces me he remitido a sus páginas dado que anticipan algunos puntos que considero esenciales para confirmar mis juicios; otras, por el contrario, he aludido a sus perspectivas antitéticas, que ayudan, no obstante, a que emerja la verdad, como inteligentes errores que ejercen una precisa función mayéutica.
Recuerdo, además, que la temática del Eros en Platón es a menudo malentendida, ya que se olvida su inseparable conexión con la problemática dialéctica y metafísica. Eros, para Platón, es «filósofo» por excelencia: el logos humano no puede avanzar sin la pasión que lo estimula, lo impulsa siempre más allá y lo sustenta estructuralmente.
Eros es la otra cara de la dialéctica.
Pero precisamente por ello, la comprensión del Eros platónico presupone la comprensión de la compleja problemática ontológica y metafísica que se encuentra en su base, fuera de la cual resulta más que incompleta.
En concreto, reclamo la atención del lector también sobre el hecho de que he promovido las traducciones, con introducciones mías, de dos de las mejores obras sobre esta problemática: la más significativa escrita en francés de Léon Robin (La teoria platonica dell’amore, Milán, 1973), y la más hermosa y estimulante redactada en alemán por Gerhard Krüger (Ragione e Passione, Milán, 1995, 19962).
Además, para Rusconi Libri me he ocupado de ediciones tanto del Fedro como del Banquete (1993). Asimismo me he dedicado a los nexos estructurales existentes entre el Eros griego y el Ágape cristiano, especialmente en la obra Agostino, Amore assoluto e «terza navigazione», siempre en la colección «Testi a fronte» de la citada editorial Rusconi (1994).
Las novedades que aquí presento son, pues, fruto del intenso trabajo de muchos años.
En particular, desde el punto de vista estrictamente filosófico, expongo la extraordinaria estratagema con que Platón, por primera vez extensamente, presenta de forma velada sus «doctrinas no escritas» bajo la máscara del comediógrafo Aristófanes, con asombrosa delicadeza y habilidad artística incluso en los más mínimos detalles.
Y en conexión con estas doctrinas, y con la tesis puesta en boca de Aristófanes, que entiende el Eros como «nostalgia del Uno», evidencio la concepción platónica de lo Bello como manifestación suprema del Bien, que es el Uno, concebido como suprema Medida de todas las cosas, el cual, manifestándose en distintos ámbitos con las relaciones de «proporción», «orden» y «armonía», atrae constantemente hacia sí.
Lo Bello es «mediador» entre lo sensible y lo inteligible (es la única Idea inteligible suprasensible a la que le cupo en suerte ser visible y aprehensible también por los sentidos) y, por lo tanto, atrae y eleva de lo sensible a lo inteligible.
Por ello, Eros, que desea lo Bello, que lo necesita para generar tanto en el cuerpo como en el alma, se impone como el gran «demonio mediador», con todas las implicaciones y consecuencias que ello comporta, y a las que nos referiremos.
En este modo de hablar, por parte de Platón, de sus «doctrinas no escritas» bajo la máscara de Aristófanes, se tiene la extraordinaria verificación de una espléndida concepción expresada por primera vez por Nietzsche, según la cual «todo lo que es profundo ama la máscara». En efecto, en el discurso de Aristófanes, Platón se sirve de las palabras para acallar y esquivar a todos aquellos que habían manifestado no ser capaces de entender, y, por lo tanto, para enviar mensajes velados sólo a quienes podían comprender, en cuanto ya habían penetrado por otra vía (mediante la dialéctica verbal) en el secreto de aquellas doctrinas.
Desde el punto de vista artístico muestro de qué modo Platón en el Banquete comunicó no sólo aquellos mensajes vinculados a sus «doctrinas no escritas», sino casi todas sus nociones sobre el Eros, con un complejo y bellísimo juego de «máscaras», que representa la cultura de la época en todas sus formas, y lo hace con una extraordinaria dinámica dramatúrgica.
Cuatro de las máscaras hablan del Eros diciéndonos lo que no es, y le atribuyen una serie de valores, ciertos o no, confundiendo a Eros con determinados títulos y características de las profesiones que las máscaras representan o con ellas mismas. Pero éstas, al mostrarnos lo que Eros no es ni puede ser, nos preparan, justamente mediante sus errores, para comprender lo que es.
Y precisamente, invirtiendo el planteamiento del discurso de Agatón, el poeta celebrado en el banquete por el triunfo de su primera tragedia, Platón muestra el arte dialéctico de la filosofía, transfigurándolo en la forma sagrada de la iniciación mistérica, mediante un apasionante juego en el que intervienen tres máscaras: primero hace dialogar a Agatón con Sócrates, luego introduce la máscara de la sacerdotisa-adivina Diótima de Mantinea, y desdobla el papel de Sócrates, que, por un lado, adoptando la máscara de Agatón, finge haber sido confutado e instruido por la sacerdotisa, y, por otro, adoptando la máscara de la propia Diótima, no sólo refuta y libera la mente de las ideas erróneas, sino que instruye de modo completo sobre las cosas del amor.
La aparición de la máscara de Diótima de Mantinea, que asumirá Sócrates, se prepara con unas concisas advertencias al inicio del diálogo. Primero Platón nos presenta a Sócrates preso de una extática inspiración divina que lo mantiene durante largo tiempo fuera de la casa de Agatón y que sólo le permite la entrada cuando los demás ya están a la mitad del banquete. Luego le hace decir, en el momento en que se decide pronunciar discursos en elogio de Eros, «no conocer más que las cosas del amor».
Y el hermoso juego dramatúrgico termina con la gran escena de la máscara de Alcibíades, quien irrumpe, totalmente ebrio, entre los invitados con la máscara de Dioniso.
Todo el Banquete se desarrolla en la doble dimensión «apolínea» y «dionisíaca», prevaleciendo la primera, como comprobaremos, y desencadenándose la segunda, sobre todo al final, aunque en alianza con la primera, con los maravillosos resultados que veremos.
Dadas las notables diferencias entre las traducciones de algunos de los pasajes de los textos griegos antiguos citados por G. Reale en este estudio y las principales versiones en lengua castellana de tales textos, hemos optado por seguir la edición italiana original. La estructura de la presente obra así lo aconseja puesto que, de lo contrario, perderían su significado muchos de los análisis y comentarios desarrollados por el autor a lo largo del libro, los cuales siguen muy de cerca los fragmentos que los generan.
Reale señala en nota la numeración tradicional, lo cual permite que los lectores puedan remitirse en todo momento al original griego o a las versiones acreditadas que siempre mantienen dicha numeración.
En este sentido, y limitándonos al caso de Platón, por el papel que ocupa en la obra, recordamos que disponemos de un número importante de sus escritos en edición bilingüe publicados por el Centro de Estudios Constitucionales (Madrid; antes Instituto de Estudios Políticos). Editorial Gredos, por su parte, ha dado a la imprenta, en nueve volúmenes, la obra completa del autor griego. Esta edición incluye también los Diálogos apócrifos y dudosos, así como las cartas.
El diálogo protagonista del presente estudio, el Banquete, cuenta con varias traducciones en lengua castellana, entre las cuales cabe destacar la de L. Gil y la de M. Martínez Hernández. La versión de Gil se encuentra en: Platón, El Banquete. Fedón. Fedro, Madrid, Guadarrama, 1969, reimpresa, junto con el Fedón, en Barcelona, Planeta, 1982; Tecnos ha publicado esta traducción del Banquete en un volumen independiente (Madrid, 1998). La segunda traducción mencionada forma parte del volumen III de: Platón, Diálogos. Fedón, Banquete, Fedro, Madrid, Gredos, 1986. Traducción, introducciones y notas: C. García Gual (Fedón), M. Martínez Hernández (Banquete) y E. Lledó Íñigo (Fedro).