portada. La ciudad de México: una historia

La ciudad de México:
una historia

Serge Gruzinski


Traducción de Paula López Caballero

Fondo de Cultura Económica

Primera edición en francés, 1996
Primera edición en español, 2004

Primera reimpresión, 2007

Primera edición electrónica, 2012

Título original: Histoire de México de Serge Gruzinski
World copyright © Librairie Arthème Fayard, 1996

D. R. © 2004, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-0895-6 (ePub)
ISBN 978-968-16-7284-3 (impreso)

Hecho en México - Made in Mexico

Para Pedro Pérez
in memoriam

Nota al lector

Es difícil establecer una bibliografía satisfactoria de la ciudad de México. El lector recordará que la redacción de este texto se terminó en 1995 y que estaba destinado a un público francés, poco familiarizado con la historia mexicana. En 1995 pocos títulos estaban disponibles en francés a excepción de los trabajos de Jacques Soustelle, Michel Graulich y Christian Duverger para la época prehispánica; los de Solange Alberro, François-Xavier Guerra, Annick Lempérière para la época colonial y moderna; los de Claude Fell, Jerôme Monnet y Claude Bataillon para la ciudad contemporánea.

Los archivos de la ciudad de México y los de Indias en Sevilla (AGI) conservan muchísimos documentos sobre la historia de la ciudad desde el Renacimiento: las crónicas de viajes (siglos XVI-XX) constituyen otra serie considerable a la cual conviene agregar, desde la conquista española, la mayor parte de las obras notables de la literatura colonial, independiente y contemporánea, abanico que se abre con Hernán Cortés y se cierra con las últimas novelas publicadas en nuestros días. Señalemos en el dominio historiográfico los trabajos pioneros del equipo de Alejandra Moreno Toscano (INAH) para la época colonial y las importantes aportaciones de los investigadores del Instituto Mora para las épocas posteriores. Para el lector particularmente curioso del siglo XIX existen buenas referencias bibliográficas comentadas en Gortari Rabiela (1988ª).

Pero hay otras fuentes además de los testimonios escritos: la arqueología, el arte, el teatro, la música, la pintura, el cine y la televisión ofrecen miradas indispensables sobre la evolución de la ciudad.

Prólogo

Tal vez haya mil maneras de escribir la historia de la ciudad de México desde sus orígenes hasta nuestros días. En todo caso, pocos se han arriesgado y menos aún pueden pretender haber salido adelante de manera honorable. Sin duda, las razones para interesarse en la capital de México abundan. Su misterioso origen precolombino, su pasado “azteca”, la conquista española entre Dios y el diablo, su gigantismo de fin de siglo o aun su obstinación, cualquiera que sea la época, por querer figurar entre las megalópolis del globo: hacia 1520 la ciudad azteca era la más poblada del mundo; la aglomeración de hoy rebasa o le pisa los talones a Nueva York o Tokio, encabezando el pelotón. La lista de preguntas podría extenderse al infinito delineando los recuerdos prestigiosos y los récords infames —la contaminación atmosférica, las ciudades perdidas—. Precursor del enfoque apocalíptico, Julio Verne no pudo evitar esta observación en Un drama en México: “¿No sabe usted que todos los años se cometen mil asesinatos en México y que estos parajes no son seguros?”[1] Invirtamos la visión y tenemos, al término del primer siglo de dominación española, el elogio ditirámbico del cronista Suárez de Peralta: “Primero que se halle otro México […] nos veremos los pasados y los presentes juntos, en cuerpo y ánima, delante el Señor del mundo, aquel día universal donde será el juicio final”.[2]

Si se quiere encerrar a la ciudad de México dentro de las páginas de un libro, los poetas son sin duda tan indispensables como los historiadores y los sociólogos:

Hablo de la ciudad,

novedad de hoy y ruina de pasado mañana

enterrada y resucitada cada día,

convidada en calles, plazas, autobuses, taxis, cines,

teatros, bares, hoteles, palomares, catacumbas,

la ciudad enorme que cabe en un cuarto de tres

metros cuadrados, inacabable como una galaxia,

la ciudad que nos sueña a todos y que todos

hacemos y deshacemos y rehacemos mientras la soñamos...[3]

“La ciudad enorme que cabe en un cuarto...” Los versos de Octavio Paz sugieren abordar lo infinitamente complejo partiendo de cosas sencillas. Puede ser, puesto que es un lugar de fácil acceso para el mexicano con prisa o para el europeo de paso, el Sanborn’s de los Azulejos.

En pleno centro de la ciudad, cuando el sol de mediodía calienta al máximo el olor a gasolina y el polvo de la avenida Juárez, la gran sala del Sanborn’s de los Azulejos rebosa de clientes. Los rayos de una luz tibia bordada de resplandores dorados recortan la penumbra del restaurante. Las columnas de piedra cincelada enmarcan un gran patio barroco adornado con una fuente invadida de plantas. Filas de clientes esperan pacientemente a que se desocupe una mesa.

Instalado en un palacio de la época española, decorado en el siglo XIX con frescos de colores deslavados, el Sanborn’s de los Azulejos puede preciarse de haber recibido el siglo: los burgueses de la belle époque y los europeos de paso, Emiliano Zapata y la Revolución mexicana, Diego Rivera y Frida Kahlo, María Callas, los pioneros de la beat generation y los estudiantes de octubre del 68.

Actualmente, el oasis refresca a los turistas agotados, a los empleados de las tiendas, a los burócratas en sus trajes apretados, a los músicos de la ópera y a los ciudadanos nostálgicos de la época en la que su ciudad tenía, todavía, un centro.

Si se evita el insípido café americano podemos pedirle a la mesera vestida de china poblana un agua de melón o de guayaba, a menos que se prefiera una Bohemia, cerveza clara servida en un tarro de vidrio con el cristal coronado por una fina capa de hielo. Un poco de alcohol —el tequila no se sirve más que en el bar— y la luz, los olores, las caras, los muros pintados de jardines fantásticos tejen historias sin fin en las que se atropellan el pasado de los archivos, los recuerdos íntimos y las heridas del olvido.

La Historia exige dar una apariencia de orden al caos de nuestras memorias y de nuestras posturas. El género tiene sus mañas y sus convenciones pero nos deja elegir el recorrido. En lugar de partir de los orígenes para perderse en el porvenir, empezaremos, pues, por remontar uno a uno los grados del tiempo. A ello responden sabias razones cuya explicación corre el riesgo de aburrir al lector, pero también la preocupación por acrecentar el placer que nos produce descubrir:

la ciudad que nos sueña a todos y que todos

hacemos y deshacemos y rehacemos mientras la soñamos...

[Notas]


[1]Julio Verne, Un drama en México, prólogo de Carlos Monsiváis, México, Hexágono, 1986, p. 73.

[2]Suárez de Peralta (1949), p. 89.

[3]Publicados en 1987 en la recopilación Árbol adentro, Barcelona, Seix Barral.

Primera Parte

Venecia del Nuevo Mundo