Acerca del autor


Giambattista Vico (1668-1744). Filósofo e historiador italiano. Se opuso al racionalismo mecanicista y profundizó en los estudios históricos, en los que expuso su teoría de los procesos cíclicos

CONCLUSIÓN DE LA OBRA

Así explicado el carácter de Hércules, cóbranse uniformes los orígenes de las naciones antiguas, comprendidos todos en esta historia fabulosa de los griegos, explicada por la historia verdadera romana, que suple la trunca de los egipcios, y aclara la densamente oscura del Oriente. Y sus principios deben preceder a la historia universal, que empieza en la monarquía de Nino; y deben preceder a la filosofía, a fin de que ésta, en su pensamiento de la Providencia, razone sobre el hombre, el padre, el príncipe; y deben preceder a la jurisprudencia del derecho natural de las gentes por la Providencia ordenado. Pues hasta ahora se había tratado sin principios, en absoluto, la historia, y la filosofía en las partes que dijimos, y la jurisprudencia del derecho en los sistemas de Grocio, de Selden, de Pufendorf; y esos principios malversaron los estoicos con el hado, los epicúreos con el acaso, por lo cual desesperamos desde el comienzo de hallar en filósofos y filólogos esta ciencia que demuestra ser la Providencia, la ordenadora del mundo de las naciones. Y para concluir con el ejemplo con que empezamos a razonar, de aquellos auspicios, tenidos por necesarios para distinguir los dominios de las tierras comunes del mundo primero bajo los reinos divinos, se pasó a la entrega hercúlea del nudo bajo los reinos heroicos, y luego a la entrega del poder mismo bajo los reinos humanos, lo que es principio, progreso y fin del derecho natural de las gentes, con uniformidad, siempre expedita entre las naciones, para llegar finalmente a la inteligencia del derecho natural de los filósofos, que es eterno en su idea, y conspira con el derecho natural de las gentes cristianas, pues la voluntad deliberada del señor de transferir su dominio a toro, y la voluntad de éste decidida a recibirlo, por entrambos bastamente significadas, bastan bajo el reinado de la conciencia, que es el reinado del verdadero Dios. Y esta era la idea de la obra, que empezamos con aquella divisa: AB JOVE PRINCIPIUM MUSAE, y ahora cerramos con la otra parte: Jovis omnia plena. Y queda probado a Polibio que de no haber existido en el mundo religiones, no hubiera en el mundo habido filósofos, ¡así resultará de verdadero su dicho de que si hubiera habido en el mundo filósofos no fueran menester las religiones! Y se refuta con hechos el dicho de Bayle de que sin religiones puedan las naciones ser regidas, pues sin un Dios providente no hubiera jamás existido en el mundo sino error, bestialidad, fealdad, violencia, fiereza, podre y sangre; y tal vez, y sin tal vez, por la gran selva de la Tierra, muda, hórrida, no existiría hoy el género humano.

TABLA DE LAS TRADICIONES VULGARES

De ellas, al dirigir nosotros esta obra a las universidades de Europa, reverentemente dijimos que era menester someterlas a la crítica severa de un exacto raciocinio metafísico; y desesperamos en el Libro Primero de hallar los principios de esta ciencia entre filósofos y filólogos, como aviso al lector de que suspendiera recordarles o imaginarles siquiera en el breve espacio de tiempo que requiera la lectura de estos libros, a fin de que, recurriendo a ellos más tarde, por sí mismo reconociera lo verdadero, que su aparición motivara, y entendiera las causas de que tanto acertara a cubrir la falsedad: de las que Juan Clérico en la parte II del volumen XVIII de la Biblioteca Antigua y Moderna, al tratar en el art. VIII del libro De Constantia Philologiae, que es parte de la obra nuestra que allí considera, y en la que por otros principios y orden del todo opuesta al presente se califica a estas tradiciones de ligeras, emite el siguiente juicio: “Nos da acordadamente las principales épocas desde el Diluvio hasta el tiempo en que Aníbal llevó la guerra a Italia. Pues discurre durante todo el curso del libro sobre diversas cosas que en tal espacio de tiempo se sucedieron, y se vale de muchas observaciones de filología sobre gran número de materias, enmendando cantidad de errores vulgares en que hombres entendidísimos no habían parado mientes”. Ahora bien, estos son los siguientes:

I. Que existieran en Grecia diluvios particulares: el Ogigio y el Deucalionio. Fueron tradiciones truncas del Diluvio universal.

II. Que Jafet fue el Japet de los griegos. No fue sino la raza de Jafet, enviada por su autor ya en impiedad a la fiera divagación por Europa; por lo que en tal parte de él procedieron las gentes de Grecia.

III. Que los gigantes de los poetas fueron hombres impíos, violentos, tiranos, a los que por metáfora se dio aquel nombre. Gigantes fueron verdaderos; impíos todos hasta que el cielo, por vez primera después del Diluvio, tronara; y violentos los permanecidos en la comunión bestial, que, con el tiempo, al quererse robar las tierras cultivadas por los gigantes religiosos, fueron esbozos de tiranos.

IV. Que los primeros hombres gentílicos vivieron venturosos según su naturaleza, y por lo tanto inocentes y justos, y constituyeron la edad de oro, primera narrada por los poetas, en cuyo estado supone Grocio a fuer de Sociniano que vivieran sus inocentones. Se satisficieron con los frutos de la naturaleza; tan inocentes y justos como de sí y los demás gigantes narra Polifemo a Ulises, en lo que Platón advierte el primer estado de las familias. Y la edad de oro fue la del trigo, por esos gigantes hallado.

V. Que los hombres, cayendo al fin en la cuenta de los males de la vida común, sin religión, sin fuerza de armas, sin imperio de leyes, se dividieron los campos con justicia; y hasta que surgieran las ciudades, con sus solos términos positivos, en seguridad los poseyeron. Ésta ha sido nuestra propia fábula de la edad de oro; porque los términos fueron puestos en los campos por la religión, como se ha demostrado en esta obra, y los aleccionados por los males de la vida, no común y humana, sino solitaria y fiera, fueron los impíos inocentones de Grocio perseguidos por los violentos de Hobbes, y poniéndose en salvo, al amparo de las tierras de los fuertes religiosos.

VI. Que la primera ley, como dijera Breno, capitán de los galos, a los romanos, fue en el mundo la de la fuerza, como lleva imaginado Tomás Hobbes, impuesta por unos a otros hombres; y que por ello los reinos, como nacidos de la fuerza, deberán ser conservados. Pero la primera ley nació de la fuerza de Jove, que los hombres creían precipitada en el rayo, por lo que los gigantes se sentían sobrecogidos en sus cavernas; y de su espanto, como se demostró en la obra, procedió toda la humanidad gentílica.

VII. Que el temor fabricó en el mundo los primeros dioses, según la idea de Samuel Pufendorf; que tal temor fue por unos hecho experimentar a otros, con lo que hubo quienes hicieron leyes hijas de la impostura, por la cual los estados deben conservarse con ciertos secretos de potencia y ciertas apariencias de libertad. Pero el temor que a los gigantes inspiraron los rayos, les movió, por permiso de la Providencia, a fantasear, y a reverenciar la divinidad de Jove, rey y padre de todos los dioses: por lo que la religión, no la fuerza o la impostura, es esencial en las repúblicas.

VIII. Que el sabor arcano del Oriente se esparció por el resto del mundo, con esta sucesión de escuelas: Zoroastro adoctrinó a Beroso, Beroso a Hermes Trismegisto, Hermes a Atlante, Atlante a Orfeo. Pero ésta fue la sabiduría vulgar, que según los mismos principios de las religiones fue propagándose por la tierra, al compás de la propagación del género humano, el cual sin duda salió todo del Oriente. Y la sabiduría arcana también del Oriente fue traída por los fenicios a los egipcios, a quienes comunicaron el uso del cuadrante y la ciencia de las elevaciones polares, y a los griegos, a quienes dieron a conocer las figuras geométricas, con las que después los griegos formaron las letras, como se demostró en la obra.

IX. Que luego Orfeo, contando, a son de laúd, fábulas maravillosas acerca del padre de los dioses, redujo a la humanidad a los hombres salvajes de la Grecia, con lo que fundó la gente griega. Esto ha resultado torpe anacronismo, dadas las turbulencias heroicas de Grecia, motivadas por el dominio de los campos y acaecidas quinientos años después de introducidas las religiones y fundados pueblos y reinos.

X. Gracias a esta fábula de Orfeo, sostener que primero hubiesen existido las lenguas vulgares, y luego la de los poetas al modo que hasta ahora se la concebía; y que Orfeo de Tracia tuviera comunidad de habla con los hombres griegos erradizos por las selvas, de suerte que a base de la griega lengua vulgar pudiera haber labrado transportes poéticos y usar las medidas del canto, hasta el punto de que con la maravilla de las fábulas, con la novedad de la expresión y la dulzura de la armonía deleitara a los violentos de Hobbes, los brutotes de Grocio y los abandonados de Pufendorf, y les redujera a la humanidad. Mas se ha demostrado que sin religión tales lenguas no pudieran nacer.

XI. Que los primeros autores de las lenguas fueron sabios. Sí, pero de la primera y propia sabiduría, que fue la de los sentidos, como aquí demostramos en los principios de la razón poética.

XII. Que anteriormente a todas las demás, se hablara una lengua natural, o sea expresiva por naturaleza, según la idea de que hablar y filosofar fueran una cosa misma. Tal se ha demostrado ser la lengua divina de los gentiles, a causa de las falsas ideas de sus primeros pueblos poéticos, que estimaron principios del mundo civil a sustancias o modos corpóreos, a los que creyeron provistos de divinidad, o sea de inteligencia divina, con lo que se fantasearon los dioses.

XIII. Que Cadmo el fenicio halló los caracteres. Pero los poéticos.

XIV. Que Cecrops, Cadmo, Dánao, Pelops, llevaron colonias a Grecia, y los griegos a Sicilia e Italia. Pero no fue por anhelo de descubrir nuevas tierras y por la gloria de propagar la humanidad en ellas, sino hostigados en sus países por las turbulencias heroicas, y buscando salud en otros rumbos.

XV. Que entre ellos Hércules por afán de gloria hubiese ido por el mundo matando monstruos y acabando tiranos. Mas no consiguió esto un tebano solo, sino tantos Hércules cuantas fueron las antiguas naciones, de lo que hubo aquí demostración plena.

XVI. Que las primeras guerras se hicieran sólo por la gloria, acarreándose luego el botín a casa como enseña. Estos fueron los latrocinios heroicos, por lo que ladrón fue título honroso de héroe.

XVII. Partiendo de las cosas imaginadas de Orfeo, que los fundadores de la humanidad griega como Anfión, Lino y otros tales llamados poetas teólogos, hubiesen sido sabios en divinidad, de la especie que, en los tiempos ya conocidos, tuvo por príncipe al divino Platón. Pero los tales eran sabios en la divinidad de los auspicios, o sea adivinación, que por divinari dio entre los gentiles la primera divinidad.

XVIII. En pos del error antecedente, que se celasen altísimos misterios de sabiduría arcana en las fábulas: por lo que tanto se anheló efectuar en ellas el descubrimiento de la sabiduría de los antiguos, y ellos desde los tiempos de Platón hasta nuestros días, esto es, hasta los de Bacon de Verulam. Pero estuvo en ellas escondida sabiduría de tal especie que por ella las cosas sagradas de todas las naciones fueron escondidas a los hombres profanos.

XIX. Y sobre todo descubrir la sabiduría de los antiguos en Homero, primer padre cierto de toda la erudición griega. Pero Homero fue conociente de sabiduría heroica: pues en la Ilíada propone como ejemplo de la virtud heroica a Aquiles, quien estima justo que entre débiles y fuertes no exista igualdad de razón acerca de la utilidad, como lo profesara Héctor; y como ejemplo de prudencia heroica, en la Odisea, a Ulises quien procura siempre la utilidad engañando de modo que se mantenga salva la reputación de las palabras.

XX. Que las primeras ciudades nacieron de las familias, hasta hoy entendidas éstas como formadas por sólo los hijos. Mas nacieron de familia propiamente así llamada a causa de los fámulos; y si no hubiera sido por los primeros levantamientos de éstos contra los héroes, que ásperamente los gobernaban, jamás en el mundo fueran fundadas tales ciudades. Por lo que viene a demostrarse que los patriarcas fueron justos y magnánimos, pues entre ellos se conservó hasta el tiempo de la ley el estado de las familias.

XXI. Que el primer nombre de las potestades civiles oído en la tierra hubiese sido el de rey como hasta ahora se le imaginó, esto es, monarca de pueblos. Mas se trató de los padres de familia, a quienes Homero en el escudo de Ulises llama reyes, y que fueron en sus familias monarcas, según aquí se ha demostrado.

XXII. Que en la edad primera fuesen éstos sabios, sacerdotes y reyes, como desde Platón, impulsado por su deseo, les imaginamos: conocientes de sabiduría arcana. Conocientes fueron los padres en el estado de las familias, pero en sabiduría de auspicios.

XXIII. Que los reyes se elegían por dignidad de aspectos y personal bizarría: y ello teniendo por ciertas las discretas costumbres de la edad de oro, en que la muchedumbre se propusiera concordemente belleza y mérito. Pero tales reyes nacieron naturalmente en las turbulencias de los clientes, según antes se demostrara; y en ellas los más robustos y animosos de los padres se pusieron a la cabeza de los nobles, y los ajustaron en órdenes para resistir a los clientes un unidos en plebes: y en este punto surgieran las ciudades.

XXIV. Que el reino romano hubiese sido monárquico, veteado de libertad popular. Nos engañó hasta ahora el nombre de rey; pues el reino fue ciertamente estimado por los políticos aristocráticos, y los espartanos, según los filólogos, retuvieron gran copia de las antiquísimas costumbres heroicas de Grecia: y de esta forma de gobierno se vio aquí haber participado el reino romano.

XXV. Que Rómulo ordenó las clientelas cual hasta ahora las imaginamos; que por ellas los nobles enseñaron las leyes a los plebeyos, de los cuales por quinientos largos años las tuvieron celadas, comunicándoselas entre sí mismos por notas o por caracteres ocultos. Pero Rómulo, mediante las clientelas, defendió a los plebeyos en sus vidas al admitirles en el asilo abierto en el luco; desde Servio Tulio en adelante los padres les defendieron en la posesión de los campos por ellos asignados bajo el gravamen del censo; desde la Ley de las XII Tablas en adelante les defendieron en la razón del dominio óptimo que los padres por tal Ley les comunicaran, de donde procede la fórmula de la reivindicación: Ajo hunc fundum meum esse ex jure quiritium; y en la libertad popular bien descogida les defendieron asistiéndoles y defendiéndoles en litigios y acusaciones.

XXVI. Que la plebe romana fuera de ciudadanos desde los tiempo de Rómulo. Tal prejuicio nos impidió leer la historia según su verdadero semblante, y por tanto comprender debidamente el derecho romano antiguo. Pues el derecho de contraer nupcias justas, que a tanto propiamente equivale connubium, comunicado fue por los padres a los plebeyos seis años después de la Ley de las XII Tablas.

XXVII. Que las naciones bárbaras guerrearon desesperadamente por su libertad. Ello es cierto, pues los héroes guerreaban por su libertad de señores y las plebes por su libertad natural, mediante la cual gozaban bajo sus naturales señores del dominio natural o bonitario de los campos, mientras habrían perdido aquéllas por la esclavitud.

XXVIII. Que Numa hubiese sido discípulo de Pitágoras, lo que hasta Livio niega.

XXIX. Los viajes de Pitágoras por el mundo, por lo demás antes demostrados por nosotros increíbles, son sólo verdaderos en haberse luego hallado uniformes por el mundo muchos dogmas enseñados por Pitágoras.

XXX. Que Servio Tulio ordenó en Roma el censo; pero se trató de aquel que según el dominio bonitario debían los plebeyos pagar a los padres; y no del que fue fundamento de la libertad popular.

XXXI. Que Bruto hubiese ordenado la libertad popular. Pero lo que hizo fue reordenar la libertad de los señores, y esbozar la del pueblo con dos cónsules anuales, como abiertamente lo declara Livio.

XXXII. Que en Roma al empezar la libertad se produjeran turbulencias agrarias parejas a las promovidas por los Gracos. Pero fueron agrarias de la segunda especie, esto es, del dominio óptimo de los campos comunicable por padres a los plebeyos; como se producirían los de la primera especie, esto es, del dominio bonitario, anteriormente, bajo el reinado de Servio Tulio, quien consolidó éste con el censo.

XXXIII. Que se condujeron colonias de la última especie por nosotros conocida. Pero se trató de colonias de la segunda especie, a consecuencia del dominio bonitario bajo el censo de Servio Tulio: así como las primera de Rómulo fueron las propias colonias de colonos que cultivan los campos para los señores.

XXXIV. Que la plebe romana, por odio al derecho incierto y escondido, y en la vista de la mano regia de los padres, quiso la Ley de las XII Tablas. Cierto es ello en cuanto, por las consecuencias sufridas, no estaban seguros en el dominio bonitario de los campos que los padres les asignaran.

XXXV. Que la Ley de las XII Tablas hubiese venido a Roma del exterior. Díjose porque los romanos, salidos a otras tierras hallaron costumbres uniformes a los que les imponía dicha Ley.

XXXVI. Que el derecho romano fue una amasadura de derecho espartano y ateniense. Díjose porque los romanos, salidos a otras tierras en los tiempos de su gobierno aristocrático, advirtieron ser su derecho como el de esparta; y en los tiempos de su gobierno popular, más tarde, lo advirtieron parejo al de Atenas.

XXXVII. Que desde los reyes expulsos hasta las guerras cartaginesas transcurrió el siglo de la virtud romana: esto es, de la virtud heroica por la que contendieron los padres, por el heroísmo y sus dependencias, con la plebe ganosa de conseguirlo.

XXXVIII. Que el derecho natural de las gentes, con que los romanos en sus comienzos justificaban las guerras, se valían de las victorias y regulaban las conquistas, fuese por ellos de otras naciones recibido. Mas él nació caseramente entre los romanos, uniforme al de otras naciones que los romanos vinieron a conocer con motivo de tales guerras.

XXXIX. Que el derecho óptimo sólo perteneciera en el mundo a los ciudadanos romanos. Mas él nació uniforme en toda ciudad libre; y acabó perteneciendo sólo a los ciudadanos romanos, pues lo arrebataron éstos con sus victorias a todo el mundo que subyugaron.

XL. Que el derecho natural entre los gentiles hubiese procedido según la fuerza de la verdad, mas sin que distinguieran a un pueblo asistido por el verdadero Dios ni Selden entre los violentos de Hobbes, ni Grocio entre sus inocentones, ni Pufendorf entre sus tirados por el mundo sin cuidado ni auxilio de Dios. Pero resulta que procedió según verdad de Providencia.

TABLA DE LOS DESCUBRIMIENTOS GENERALES

Los cuales, además de los particulares que aparecen en sus lugares propios, se difunden y esparcen por toda esta obra y vienen a comprenderse en esta suma:

I. Una historia ideal eterna, descrita según la idea de la Providencia, según la cual discurren en los tiempos todas las historias particulares de las naciones en sus apariciones, progresos, estados, decadencias y fines.

II. Los principios eternos de la naturaleza de los estados y de las constantes propiedades de las cosas civiles; y si el lector, combinándolos, los rejuntare, hallará verse de tal modo descritas las leyes naturales de una república eterna que varía en el tiempo en los diversos lugares.

III. La naturaleza y las propiedades originales de las monarquías y de las repúblicas libres, exploradas, como en matrices, en las repúblicas heroicas y en las monarquías de los primeros padres de familia en el estado de naturaleza; celado hasta ahora todo ello en las fábulas griegas, que tal era la sabiduría de los antiguos que en ellas cupiera descubrir.

IV. Y consiguientemente, en nueva presentación, toda la historia romana antigua, indagadas sus causas, halladas entre sombras y fábulas de la antigüedad sobremanera desconocida. Sobre ellas se asientan los hechos sólo en la medida de su certidumbre, pues es imposible darles fe en su actual arreo, como antes demostramos.

V. El origen cierto de toda la historia universal profana, y su perpetuidad con respecto a la sagrada, por el desembocar de la fabulosa griega en la romana verdadera; empezando ésta en la segunda guerra cartaginesa, y leída con tres lenguas, aparecidas como correspondientes a tres edades; por las cuales, en este orden impuesto por la Providencia, aquéllas entre todas las naciones gentiles empieza, discurre y termina: precisando tal ciencia de las lenguas para hablar del derecho natral de las gentes con propiedad.

VI. Sobre tres derechos, los tres nacidos entre las gentes del Lacio. Primero el de las clientelas de Rómulo, segundo el del censo de Servio Tulio, y tercero el del derecho óptimo privado de los campos comunicados a plebeyos con la Ley de las XII Tablas —a reserva por los padres en la XI del derecho óptimo público de los auspicios—, se asienta como en sistema todo el gobierno, derecho, historia, y jurisprudencia romana antiguos. Y en estas leyes, únicas en formar y disciplinar los hábitos virtuosos de los pueblos, se hallan las causas de la religión de los padres, de la magnanimidad de la plebe, de la virtud del pueblo al emprender las guerras, de la justicia del Senado al dar leyes de paz a las naciones vencidas; y por todo ello, las causas de la entera grandeza romana. Por lo cual, mediante las mismas costumbres nativas por las cuales los Brutos apartaron de la cerviz de Roma a los tiranos, ya los Horacios, los Escévolas, y hasta las doncellas Clelias con las maravillas de su virtud, intimidaron a los Pórsenas con toda su toscana potencia y el romano triunfó en los pueblos del Lacio, feroces como él, porque tenían costumbres parejas, lo cual aumentó la dificultad notablemente, como advierten los políticos al tratar de las cosas romanas. Y con las mismas costumbres heroicas nativas, consolidadas en las Tablas, los héroes romanos subyugaron después a Italia y vencieron más tarde al África, y sobre las ruinas de Cartago pusieron los cimientos del imperio del mundo.

VII. Una adecuada filosofía de la humanidad, meditación continua sobre todo cuanto se requirió para que los violentos de Hobbes, los inocentones de Grocio y los desamparados de Pufendorf, desde los tiempos en que Jove aterrara a los gigantes, paso a paso fueran conducidos a la edad en que amanecieron en Grecia los Siete Sabios, cuyo príncipe, Solón, enseñara a los atenienses la célebre divisa Conócete a ti mismo: a partir de lo cual empezaron los griegos a cumplirse en humanidad por máximas; siendo así que en su rumbo durante mil quinientos años sólo por ciertos sentidos humanos habían sido por la sola Providencia conducidos, empezándose a formar la generación humana, primero por la religión de una divinidad providente, luego por la certidumbre de los hijos, y finalmente por la sepulturas de los antepasados; que son los tres principios del universo civil que al empezar establecimos.

Índice

contraportada

INTRODUCCIÓN

¿QUÉ TIENE QUE DECIR VICO A LOS FILÓSOFOS CONTEMPORÁNEOS?

¿Qué tiene que decir Vico a los filósofos contemporáneos? Sería presuntuoso de mi parte dar una respuesta breve a una pregunta que tendrá mañana varias respuestas más extensas. Además, lo que Vico tiene que decir a los filósofos es en gran parte lo que está diciéndoles a los antropólogos, sociólogos, psicólogos, lingüistas y pedagogos.

Como se habrán dado cuenta, mi título es corto y coloquial para algo demasiado complejo que pueda ser dicho en nueve palabras. Me refiero en primer lugar a la idea que posiblemente se formarían los filósofos actuales si leyeran con atención las obras de Vico o las amplias citas que aparecen en sus mejores intérpretes recientes. Y como se trata de la Ciencia nueva, cuyo 250 aniversario ya celebramos, me refiero principalmente a lo que allí se dice, en cualquiera de sus tres ediciones. No doy por sentado que ellos, en todos o en la mayoría de los casos, encuentren convincente lo que dice, sino que encontrarán muchas cosas importantes y relacionadas con algunos de sus intereses presentes, y creo que vale la pena entenderlo.

Lo que Vico en este sentido tiene que decir a un determinado filósofo individual en la actualidad, depende de lo que ese filósofo esté dispuesto a oírle decir, y eso depende de cuáles son hoy los problemas vitales para ese filósofo y eso, a su vez, depende en gran parte de las circunstancias particulares de su encuentro con Vico.

Aunque mi interés está sobre todo en los filósofos, en general, y en el presente, voy a empezar con un ejemplo del pasado de cómo un filósofo llegó a Vico en una de estas circunstancias y qué entendió de lo que Vico le estaba diciendo.

Hace cincuenta años este filósofo buscaba un tema para su tesis doctoral. Había sido educado con la idea de que para hacer filosofía de una forma inteligente era necesario estar bien preparado en la historia de la filosofía a partir de los griegos, así como en la historia de los demás elementos centrales de nuestra tradición intelectual. Eran éstos el pensamiento religioso judío, cristiano e islámico del Nuevo y Antiguo Testamento en adelante; las ciencias físicas y biológicas, incluyendo la medicina; y el derecho romano. Tenía ya una buena base en la historia de la filosofía y del pensamiento religioso. Estaba familiarizado con la historia de la ciencia, que consideraba como un proyecto de largo plazo. Pero del derecho romano no sabía todavía nada y no alcanzaba a ver una oportunidad en el futuro para estudiarlo. Fue así como empezó a buscar un tema de tesis que lo llevara en esa dirección. Se discutía en ese entonces acerca de la influencia de la retórica y filosofía griegas, particularmente el estoicismo, sobre el derecho romano. Parecía haber condiciones para un estudio más completo de lo que se había hecho hasta entonces sobre la influencia del estoicismo, y se decidió a hacerlo. La tesis le tomó dos años más de lo que había calculado, pero se graduó en 1930.[1]

Después, trabajó en la revisión de su tesis durante varios años para publicarla. Sus principales puntos débiles, pensaba, se debían a su comprensión inadecuada del derecho romano. Pasaba el tiempo buscando tanto estudios detallados sobre el tema, como interpretaciones generales que tuvieran una mayor originalidad y profundidad que la común. En una ocasión dio con la Ley universal y la Ciencia nueva de Vico y al momento se dio cuenta de que había tocado el fondo del asunto. Seguir buscando no le descubriría nada más profundo ni original. Pero la Ley universal estaba escrita en un latín difícil de entender y la Ciencia nueva en un italiano igualmente complicado. No había traducciones al inglés, y las de otros idiomas eran de poca utilidad. Lo que quedaba claro desde el principio era que si Vico estaba en lo cierto, su tesis había sido mal planteada y debía ser abandonada completamente. En lugar de derivar en parte el derecho romano de la filosofía griega, Vico derivaba la filosofía griega de la legislación griega o, más exactamente, derivaba la lógica, la metafísica y la ética de Sócrates, Platón y Aristóteles de las discusiones del mercado ateniense, la Asamblea y las Cortes: primero, decía, el gobierno popular, después las leyes, después la filosofía.[2] El derecho romano, como el griego, tenía un desarrollo natural, y las influencias a que había dado tanta importancia nuestro filósofo, si acaso reales, eran posteriores e insustanciales.

De los primeros escritos de Vico, en un latín más accesible, se desprendía que, tal como nuestro filósofo, él había empezado siendo un difusor inconsciente y, sólo en forma gradual, había llegado a ser el evolucionista multilineal de la Ciencia nueva. ¿Cómo se había dado esa transición? La mejor manera de enterarse sería dominar primero la obra mayor y más acabada de Vico, la Ciencia nueva, e ir retrocediendo a partir de ella. Y la forma más segura de dominarla sería haciendo una traducción propia, tan cuidadosamente como si fuera para su publicación. Entonces, durante su año sabático en Italia en 1939, nuestro filósofo consultó a los investigadores más conspicuos sobre Vico, Nicolini y Croce. No sabían de ninguna traducción al inglés que se estuviera haciendo en ese momento y dieron ánimos a nuestro filósofo para llevarla a cabo. Buscó como colaborador a un amigo que era profesor de lenguas romances, quien lo alcanzó en Nápoles y empezaron su traducción en Capri en junio de 1939. Mostraron sus resultados a Nicolini y a Croce, quienes los estimularon para seguir adelante.

En suma, esto es lo que Vico empezó diciéndole a ese filósofo:

Eres un difusor inconsciente. También lo fui yo al principio. Piensas que la difusión proviene directamente de la elevada filosofía. Así pensaba yo al principio. Ahora sostengo la hipótesis de múltiples orígenes independientes y evolución multilineal, y que la filosofía se desarrolla posteriormente en cada línea. Voy a explicarte por qué.[3]

Aunque cada filósofo que llega a Vico rara vez lo hace en circunstancias tan peculiares con éstas, el solo ejemplo basta. Y vuelvo ahora a otros rasgos generales del panorama filosófico contemporáneo que hacen factible que más filósofos hoy que en cualquier tiempo se pregunten qué les tiene que decir Vico.

En los países de habla inglesa, el movimiento filosófico dominante de la última o últimas dos generaciones ha sido el llamado con distintos nombres “filosofía del lenguaje común”, “filosofía analítica”, “análisis lingüístico” y “análisis de Oxford”. Su supuesto básico es que, como dijera Charles Peirce hace poco más de un siglo, “todo el pensamiento está en los signos”.[4] El pensamiento no es algo que podamos realizar sin palabras u otros signos, y que después expresemos en palabras u otros signos para comunicarse con otra persona o aun con nosotros mismos, posteriormente. El lenguaje no es simplemente un medio para la comunicación del pensamiento sino el medio del pensamiento mismo. Al analizar el modo en que usamos las palabras y otros signos, estamos analizando no una forma opcional de la trasmisión del pensamiento, sino el pensamiento mismo.

La filosofía analítica ya no domina el panorama filosófico como antes, pero todavía sigue desarrollándose. Ahora la filosofía está empezando a interesarse por el lenguaje de una forma distinta debido a la rápida expansión tanto de la lingüística como de la semiótica y la teoría general de los signos. Y los filósofos no pueden pasar mucho tiempo concentrados en el estudio del lenguaje sin que la mayoría acuda a Vico, uno de los más importantes filósofos del lenguaje; en algunos aspectos quizá el más importante.

En este momento imagino a Vico diciéndonos: “Me parece muy bien que se dediquen a estudiar el lenguaje, pero ¿por qué ustedes, filósofos actuales, le dan tan poca importancia al sentido de su desarrollo como institución social, y por qué se dedican tan poco al estudio de otras instituciones y a la elaboración de una crítica de las instituciones en general?”[5]

Ni la filosofía analítica ni cualquier otro de los movimientos recientes ha tenido gran aprecio por la historia de la filosofía. Se supone que el filósofo vivo de mayor reputación ha dicho: “Hay dos razones por las que una persona se siente atraída hacia la filosofía: una es porque le interesa la filosofía —y la otra porque le interesa la historia de la filosofía”.[6] Nosotros parecemos, de hecho, haber vivido y salir de un periodo de mediados del siglo XX en el que dedicarse a la historia de la filosofía era confesar que no se era un buen filósofo e, incluso, incursionar en la historia de la filosofía era quitarle tiempo a la filosofía misma con el riesgo de convertirse en un desertor de la filosofía. Si, efectivamente, este periodo ha sido rebasado o está empezando a serlo, estará salvado, o habrá disminuido en gran medida un obstáculo para los filósofos que quieren escuchar lo que Vico tiene que decirles.

Tomar nuevamente en serio la historia de la filosofía puede conducirnos a Vico no sólo como a uno de los filósofos de que ésta se ocupa, sino como a uno de los filósofos que se ocupan de ella. No es que Vico haya escrito una historia de la filosofía, sino que está implícita en la idea de su nueva ciencia. Esto me recuerda que, dicho oralmente, “la ciencia nueva de Vico” se presta a una ambigüedad que no queda del todo resuelta como cuando el nombre se escribe o está impreso. La frase oral puede referirse al libro de Vico en una o más de sus tres ediciones, o puede referirse a la ciencia de la que trata el libro y de la que Vico se considera fundador. La ciencia no está contenida, sino tan sólo planteada en el libro. Para tomar este ejemplo, la ciencia abarcaría la historia de la filosofía, pero el libro no contiene tal historia. Contiene, no obstante, lo que Vico llama una pequeña muestra —“una particella”— de “la historia de la filosofía narrada en forma filosófica”.[7] Y fue precisamente esa pequeña muestra lo que convenció a este filósofo de que su propia tesis sobre el estoicismo y el derecho romano estaba equivocada.

La mayoría de las historias de la filosofía no tienen, como historias, un carácter filosófico y son valiosas en todo caso, tan sólo como auxiliares de referencia. Su carácter no filosófico explica el poco aprecio que los filósofos más sobresalientes del pasado reciente han mostrado por la historia de la filosofía. Pero un filósofo dispuesto hoy a tomar en serio la historia de la filosofía, y deseoso de producir una historia de la filosofía narrada filosóficamente, puede tomar de Vico ideas sobre cómo hacerla.

Incluso cuando la historia de la filosofía se tenía en el menor aprecio, la filosofía de la historia se aceptaba como un campo de investigación constituido. Más exactamente, esa frase se usaba para designar dos campos de investigación diferentes aunque relacionados, que ahora se conocen como la filosofía analítica y la filosofía especulativa de la historia. Se consideraba que Vico había contribuido a ambos campos, aunque más bien al especulativo que al analítico. Pero Leon Pompa, en su reciente libro sobre Vico, demuestra que contribuyó deliberada e intencionalmente a la filosofía analítica de la historia, y que en esto fue tal vez el primero y el más importante. Recientemente, la filosofía analítica de la historia se ha dedicado al problema de la explicación histórica y, más particularmente, al modelo de ley inclusiva de explicación histórica. Aunque Pompa no utiliza este lenguaje, el principal argumento de su libro puede parafrasearse resumiéndolo como sigue: lo que se ha considerado como la aportación de Vico a la filosofía especulativa de la historia era, realmente, el ejemplo arquetípico del modelo de ley inclusiva de explicación histórica en la filosofía analítica de la historia.

(Entre paréntesis, hago la advertencia de que Pompa se cuida de mostrar que Vico, a pesar de su “debió, debe, deberá ser”, no era un determinista metafísico.)[8]

La rama más rica de la filosofía es la epistemología o teoría del conocimiento, y la sección más rica de esa rama es la filosofía de la ciencia. Debe, entre otras cosas, tratar de decirnos lo que es la ciencia y cómo el conocimiento científico difiere del conocimiento precientífico o no científico. Existen muchas ciencias, y otras nuevas surgen día con día. Una ciencia nueva debe reafirmarse como tal y eso ayuda a mantener viva la cuestión acerca de lo que es la ciencia. Pero quizá nunca hubo una nueva ciencia tan consciente de sí misma como la de Vico en su insistencia de ser ciencia. De ahí que pueda esperarse que un filósofo de la ciencia, que quiera confrontar, en primer lugar, su definición de ciencia con las ciencias particulares y, en segundo lugar, poner a prueba los estatutos de ciencias todavía no establecidas como tales, acuda a la ciencia de Vico al menos en uno de estos casos. No recuerdo a ningún autor de un tratado general sobre filosofía de la ciencia que haya hecho esto. Si algunos lo han pensado, deben haberse retractado ante la dificultad de discernir, a partir del libro de Vico, cuál es la ciencia que él afirma que está descubriendo. Pero ahora que ha salido el libro de Pompa, y empieza a ser reseñado, puede ser que los filósofos de la ciencia empiecen a oír decir a Vico: “Aquí está mi ciencia. Adelante”.

Si le preguntamos a Vico cuál es la ciencia que está descubriendo, dirá: “la de la naturaleza común de las naciones” o la de “los principios de la humanidad”. Pero resulta que los términos “naturaleza”, “naciones” y “principios”, tienen sendos significados filológicos o, en un sentido más amplio, históricos.[9] Y existen otras muestras de que no estaremos muy equivocados si, en una primera aproximación, entendemos que Vico proclama que su nueva ciencia es la ciencia de la historia.

Tal vez la razón por la que no dice esto en forma explícita es que hubiera sido visto como una flagrante paradoja, ya que desde la Antigüedad, pasando por la Edad Media y hasta el Renacimiento, la historia no sólo no era una ciencia, sino exactamente lo contrario de la ciencia. Para ser precisa, la historia, como la ciencia, aspira al conocimiento, pero mientras que el conocimiento científico es conocimiento de lo universal y eterno, el conocimiento histórico es conocimiento de lo local y temporal —de particulares en sus momentos y lugares.

Así es que aunque haya habido grandes historiadores, tan lejanos en el tiempo como los grandes filósofos y los grandes científicos, y aunque las clasificaciones de las ciencias y los curricula de la enseñanza superior se remonta tan atrás, la historia no figura en esas clasificaciones ni en esos curricula. Se leían las obras escogidas de los grandes historiadores, es cierto, pero se leían como prosa literaria, en cursos que impartían retóricos, no historiadores.

Si no aspiraba a ser literatura, lo máximo a que podría aspirar la historia en compañía de las ciencias era a ser un auxiliar de las ciencias morales e, incluso entonces, no de las ciencias como tales, sino de su instrucción, proporcionando ejemplos adecuados que pudieran ilustrar memorablemente sus principios. Cuando mejor le iba, la historia era ciencia moral enseñada por medio de ejemplos más que de principios.

Entonces, si entendemos que Vico está promoviendo a la literatura como tal junto con las demás ciencias y entre las asignaturas de la educación superior, le estamos adjudicando la proposición más revolucionaria en la historia entera de las clasificaciones de las ciencias y de la educación superior.[10]

Desde luego no creemos que su intención fuera afirmar que la historia había sido desde siempre una ciencia y que por tanto exigía ser reconocida como lo que siempre había sido. Más bien afirma que aunque la historia no ha sido hasta entonces una ciencia, puede llegar a construirse como tal, y que él ha mostrado la manera de hacerlo y de hecho lo hace.

Por otro lado, Vico no está pidiendo a las ciencias establecidas que dejen entrar a la historia, aunque sea a prueba, como la ciencia más humilde por ser la más joven. Más bien afirma que si el quehacer de una ciencia es no sólo averiguar hechos de un cierto tipo sino volverlos inteligibles, y esto lo logra no nada más ajustándolos a principios eternos y universales, sino determinando sus causas; y si el objeto último de la investigación histórica no son las acciones de individuos particulares en ocasiones particulares, sino el desarrollo histórico del mundo cultural, el mundo de las instituciones humanas y del hombre mismo; por tanto, ya que nosotros hemos hecho ese mundo, resulta en principio más inteligible que los objetos de cualquier otra ciencia. De ahí que, en la medida en que la nueva ciencia de la historia cumpla su cometido, su lugar entre las ciencias no será el menor, sino el más científico.

No creo, sin embargo, que Vico afirme que él o algún otro científico individual de la nueva ciencia en virtud de compartir la humanidad de los constructores del mundo humano, haya comprendido ya ese mundo o lo llegue a comprender plenamente en un futuro previsto. Creo que su idea, más bien, es que en principio puede ser comprendido por la comunidad de historiadores de una manera en que el mundo de la astronomía, por ejemplo, no puede ser comprendido por la comunidad de astrónomos.

De la misma manera en que cada ciencia es ciencia de alguna clase, es válido preguntar a quien afirma haber descubierto una nueva ciencia si ésta pertenece a una y otra de las clases aceptadas. Las clasificaciones de las ciencias comunes en la época de Vico eran todavía variantes de las de Aristóteles. La variante particular que Vico parece adoptar divide a las ciencias primero en teóricas y prácticas, y después divide a las prácticas en activas y fácticas —es decir, de hacer y de crear. Vico no titubea en inscribir su nueva ciencia en la práctica antes que en la teórica, tanto porque lo que estudia es acción o creación humana, como porque el fin que persigue no es conocer por conocer, sino conocer para mejorar lo que estamos haciendo. Respecto a si pertenece al lado activo o fáctico de la ciencia práctica, es menos claro. En cualquier caso, una ciencia práctica tiene aspectos relativamente prácticos, y lo que Vico nos ha dado en su libro, en cualquiera de las tres ediciones, pertenece casi por completo al aspecto más teórico; inclusive la tercera edición deja a otros la tarea de conformar el aspecto más práctico.[11]

Supongamos finalmente que imaginamos a Vico preguntándonos a usted y a mí: “¿Qué ha sido de mi nueva ciencia en los 232 años desde mi muerte?”, y precisando: “me refiero a la ciencia, no al libro”.

Podríamos responder: “La ciencia tal como usted la concibió nunca ha tenido una aceptación total ni como ciencia ni como un área de la educación superior. Fue demasiado para nosotros. Pero la parte más teórica se ha dividido en subpartes manejables tales como la antropología, sociología, psicología, lingüística y, más recientemente, la semiótica; y una por una, éstas han ido adquiriendo un nivel científico y han sido agregadas al currículum. La misma historia, después de una espera de dos milenios, llegó a formar parte del currículum pero no de las ciencias, y esto sin llegar a ser la ciencia que usted quiso fundar; aunque no sin haber sufrido algunos cambios en esa dirección. No tenemos todavía un recuento total que nos diga exactamente cuáles fueron esos cambios y cómo aparecieron; en respuesta a qué necesidades. Pero lo estamos estudiando con calma, episodio por episodio, y alguno de los principales investigadores de esos cambios están entre nosotros en esta reunión”.

Vico podría entonces preguntar: “¿Y qué hay acerca de la parte más práctica de la nueva ciencia, que dejé para que fuera habilitada?”

Y podríamos responder: “Ha sido habilitada sólo como tal o cual aplicación, y éstas no han sido nunca integradas”. Y se nos podría ocurrir añadir: “Hasta la historia ha sido parcializada y distribuida. Se estudia y se enseña más bien fuera de los departamentos de historia que dentro de ellos —la historia de la antropología, por ejemplo, en departamentos de antropología, y así pasa con el resto”.

Y la última palabra de Vico podría ser: “Puede ser que con el tiempo me persuadan de que toda esta fragmentación fue de alguna manera necesaria y que, incluso, ha dado frutos que de otra manera no podrían haber madurado. Pero a mí me gustaría persuadirlos de que ya es tiempo de que algunos de los filósofos entre ustedes, vuelvan del análisis a la síntesis, y se reúnan con científicos de ideas afines para descubrir de nuevo una nueva ciencia de la humanidad”.

Max H. Fisch

[Notas]


[1] Max H. Fisch, Stoicism and Roman Law, tesis inédita, Cornell University, 1930.

[2] Giambattista Vico, Scienza Nuova, 3ª ed., 1744, par. 1043, según la numeración de las ediciones de Fausto Nicolini y de The New Science of Giambattista Vico (en adelante NS), trad. Thomas G. Bergin y Max H. Fisch, Ithaca, Cornell University Press, 1968 [Una ciencia nueva sobre la naturaleza común de las naciones, trad. Manuel Fuentes Benor, Buenos Aires, Aguilar, 1964, 4 vols.], Max H. Fisch, “Vico on Roman Law”, en Milton R. Konvitz y Arthur E. Murphy (comps.), Essays in Political Theory: Presented to George H. Sabine, acerca de la relación entre el derecho y el pragmatismo, la sugiere Max H. Fisch en “Justice Holmes, the Prediction Theory of Law, and Pragmatism”, Journal of Philosophy 39 (1942), pp. 85-97 en la p. 94 y en la nota 22.

[3] Más detalles en Max H. Fisch, “The Philosophy of History: a Dialogue”, Philosophy (Tetsugaku) 36 (1959), pp. 149-170, reimpresa en Richard Tursman (ed.), Studies in Philosophy and in the History of Science: Essays in Honor of Max Fisch, Lawrence, Kans., Coronado Press, 1970, pp. 193-206.

[4] C. S. Peirce, “Questions Concerning Certain Faculties Claimed for Man”, Journal of Speculative Philosophy 2 (1868), pp. 103-114, en pp. 111-112; Collected Papers of Charles Sanders Peirce, ed. Charles Hartshorne, Paul Weiss y Arthur Burks, Cambridge, Harvard University Press, 1931-1938, 8 vol., 5, pars. 250-253.

[5] Max H. Fisch, “The Critic of Institutions”, Proceedings and Addresses of the American Philosophical Association 29 (1956), pp. 42-56, reimpreso en Tursman, Studies in Philosophy, pp. 182-192, y en Charles J. Bontempo y S. Jack Odell (eds.), The Owl of Minerva: Philosophers on Philosophy, Nueva York, McGraw-Hill, 1975, pp. 135-151.

[6] Frederick Suppe (ed.), The Structure of Scientific Theories, Urbana, University of Illinois Press, 1974, p. 310, n. 10.

[7] NS, par. 1043.

[8] Leon Pompa, Vico: A Study of the New Science, Nueva York, Cambridge University Press, 1975.

[9] NS, p. XX, par. A 3.

[10] Aunque existen historias de los escritos históricos, y aunque existen estudios de episodios particulares en la historia de la investigación y la enseñanza históricas, no hay una historia general de la historia en relación con las clasificaciones de las ciencias, por un lado, y con los programas de educación superior, por otro. El breve esbozo del párrafo anterior y del que sigue, tendrá que ser revisado cuando salga dicha historia. Para el trasfondo científico napolitano de la nueva ciencia de Vico, véase Max H. Fisch, “The Academy of the Investigators”, en Edgar A. Underwood (ed.), Science, Medicine and History: Essays on the Evolution of Scientific Thought and Medical Practice, Written in Honour of Charles Singer, Londres, Oxford University Press, 1953, 2 vols., 1, pp. 521-563.

[11] Max H. Fisch, “Vico’s Pratica”, en Giorgio Tagliacozzo y Donald P. Verene (eds.), Giambattista Vico’s Science of Humanity, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1976, pp. 423-430.

Primera edición, Nápoles, 1725
Primera edición del FCE, 1978,
sobre la edición de El Colegio de México, 1941
Edición conmemorativa 70 Aniversario, 2006
Primera edición electrónica, 2012

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Principij di sciencia nouva d’intorno alla comune natura delle nazioni

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ISBN 978-607-16-0912-0

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LIBRO PRIMERO

Necesidad del fin y dificultad
de los medios de hallar
una ciencia nueva