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Letras mexicanas

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SOBRE CULTURA FEMENINA

Sobre cultura
femenina

por

ROSARIO CASTELLANOS


Prólogo
GABRIELA CANO

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 2005
    Segunda reimpresión, 2012
Primera edición electrónica, 2013

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Acerca de la autora


Rosario Castellanos nació en la Ciudad de México en 1925. Fue narradora, poeta, dramaturga y ensayista. Trabajó en el Instituto Nacional Indigenista y fue jefa de información y prensa de la Universidad Nacional, donde también dio clases. Fue becaria Rockefeller en el Centro Mexicano de Escritores de 1954 a 1955. Obtuvo el Premio Chiapas 1958, por Balún-Canán, y en 1961 se le otorgó el Xavier Villaurrutia por Ciudad Real. En 1962, Oficio de tinieblas obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Mereció también los premios Carlos Trouyet de Letras, 1967, y Elías Sourasky, 1972. En 1971 fue comisionada como embajadora de México en Israel, donde murió trágicamente en 1974. El FCE tiene en su catálogo Balún-Canán (1957), Poesía no eres tú (1972), El eterno femenino (1975), Mujer que sabe latín… (1983), Juicios sumarios (1984), Meditación en el umbral (1985), dos tomos de sus Obras (1989, 1998) y dos de Obras Reunidas.

CONTENIDO

Sobre cultura femenina de Rosario Castellanos, Gabriela Cano

SOBRE CULTURA FEMENINA

I. Planteamiento de la cuestión

II. Intermedio a propósito del método

III. Concepto de cultura

IV. Teoría de los valores

V. Descripción del espíritu

VI. El espíritu femenino

VII. Sobre cultura femenina

Conclusiones

Bibliografía

Índice original

SOBRE CULTURA FEMENINA
DE ROSARIO CASTELLANOS

GABRIELA CANO

LAS DESVENTAJAS sociales y la marginación cultural de las mujeres son temas centrales en la obra de Rosario Castellanos, quien les otorga una importancia primordial aun en Balún-Canán (1957), Oficio de tinieblas (1962) y Ciudad Real (1960), obras a las que generalmente se clasifica como literatura indigenista (o, si se prefiere, literatura neoindigenista: aquella que va más allá de la denuncia social, presenta a los indios como personajes complejos y profundiza en el universo sociocultural indígena desde una perspectiva mestiza). Esa clasificación literaria —indigenista o neoindigenista— destaca un aspecto de la temática de las novelas y los cuentos, pero elude el otro eje narrativo de dichas obras: las desventajas sociales y culturales que enfrentan las mujeres. “Detrás del vestido folclórico —explicó Rosario Castellanos— hay una preocupación más honda y verdadera: la situación de la mujer”.1 Figuras como “la niña desvalida, la solterona vencida, la adolescente encerrada, la esposa defraudada”, son personajes femeninos enfrentados a situaciones límite que actúan como un hilo conductor tanto de obras del ciclo indigenista como de la producción narrativa de un periodo posterior: Los convidados de agosto (1964), Álbum de familia (1971) y la novela póstuma Rito de iniciación (1997). La preocupación feminista es más evidente en estas tres últimas obras, que constituyen un ciclo narrativo que la prematura muerte de la escritora dejó inconcluso.

Al recordar a Rosario Castellanos en 1975, con motivo del primer aniversario de su fallecimiento, José Emilio Pacheco observaba que “nadie en este país tuvo, en su momento, una conciencia tan clara de lo que significa la doble condición de mujer y de mexicana, ni hizo de esta conciencia la materia prima de su obra, la línea central de su trabajo. Naturalmente, no supimos leerla”.2 Afortunadamente, desde aquel entonces Rosario Castellanos ha ganado muchos lectores y su obra ha sido objeto de valoraciones críticas cada vez más afinadas que reconocen en la escritora a una de las inteligencias que mejor comprendieron los dilemas de las mujeres.3

La reflexión feminista de Rosario Castellanos incluyó cuestiones culturales, sociales, políticas, económicas y jurídicas; pero su mayor preocupación fue la escasa autoridad intelectual concedida a las mujeres, así como las dificultades que enfrentan para constituirse en sujetos creadores de obras culturales y artísticas. Aunque el tema de la marginalidad de las mujeres en la esfera de la creación permea toda su obra, tiene su primer registro en Sobre cultura femenina, ensayo de juventud que plantea preguntas a las que Castellanos volvería una y otra vez a lo largo de su vida.4

Sobre cultura femenina fue presentado en 1950 como tesis para obtener el grado de maestría en filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Escrita entre los 24 y 25 años, la tesis es antecedente de Mujer que sabe latín…(1973), libro emblemático de la visión feminista de la escritora que reúne ensayos de crítica literaria sobre algunas de sus escritoras contemporáneas preferidas. La tesis es también punto de partida para Declaración de fe (1997), una revisión crítica de la literatura mexicana escrita por mujeres. A pesar de la evidente continuidad en la indagación feminista de la escritora, hay una ruptura tajante entre la tesis y los ensayos posteriores.

Preparado según las normas al uso de una tesis universitaria de humanidades, el ensayo Sobre cultura femenina es indispensable para comprender una etapa temprana de la formación intelectual de quien se convertiría en una de las conciencias más lúcidas del siglo XX mexicano. El texto también tiene interés desde un punto de vista literario porque en las páginas de su tesis la escritora ensaya imágenes poéticas que serán recurrentes en su escritura y despliega la ironía que se convertiría en un rasgo distintivo de su obra de madurez.

Sobre cultura femenina salió a la luz en 1950, en una impresión de América. Revista Antológica, la olvidada publicación literaria que Efrén Hernández animaba a mediados del siglo XX y en la que también colaboraron Juan Rulfo, Margarita Michelena, Juan José Arreola, Rodolfo Usigli y Dolores Castro, entre muchos otros jóvenes que empezaron a publicar a finales de los años cuarenta. La misma revista había publicado en 1948 el poemario Apuntes para una declaración de fe, que más adelante se convertiría en libro.5 Los poemas juveniles de Rosario Castellanos se incluyeron en ediciones diversas y alcanzaron una amplia difusión. No ocurrió lo mismo con Sobre cultura femenina, que permaneció en el olvido por más de medio siglo. Salvo por alguna referencia erudita ocasional, la tesis era muy poco conocida aun entre especialistas. Por algún tiempo pudo consultarse en bibliotecas universitarias, pero más tarde la obra se volvió una rareza bibliográfica, inhallable en acervos públicos. Sin embargo, uno de los pocos ejemplares originales existentes se incluyó en la exposición Materia memorable”, que reunió manuscritos, primeras ediciones, traducciones, fotografías y objetos personales de Rosario Castellanos en el año de 1995.6 Desde la vitrina de exhibición el gastado ejemplar, perteneciente a una colección privada, suscitaba el interés de admiradores y estudiosos de la escritora que no podían tener el libro en sus manos. Con la presente edición del Fondo de Cultura Económica, Sobre cultura femenina abandona el gabinete de las curiosidades bibliográficas para estar al alcance del público interesado.

A comienzos del siglo XXI asistimos a una legitimación creciente de los temas relativos a las mujeres, su historia y sus aportaciones a la cultura, la sociedad y la política. La visibilización de las contribuciones culturales del género femenino y el protagonismo de las mujeres en la historia está a la orden del día, tanto en el gusto del público lector como en los estudios académicos, en las humanidades y en las ciencias sociales. Pero en décadas anteriores tales asuntos se consideraban intrascendentes y de escaso interés editorial o periodístico. Por fortuna, las cosas han cambiado desde aquellos días en que el editor del diario Novedades se negó a publicar una entrevista sobre feminismo que Elena Poniatowska le hizo a Rosario Castellanos y recomendó a la periodista evitar esos temas. “Ay no, angelito —le dijo Fernando Benítez a Poniatowska—. Deja a las sufragistas por la paz. Aburren.”7

La presente edición de Sobre cultura femenina se suma a esfuerzos editoriales que en años recientes pusieron en circulación dos importantes escritos de Castellanos: Rito de iniciación, novela experimental centrada en los dilemas de una joven universitaria que ingresa a la sociedad literaria —manuscrito que la autora prefirió retirar de la imprenta tras recibir algunos juicios adversos— y un ensayo titulado póstumamente Declaración de fe, que permaneció inédito durante casi cuarenta años, hasta su publicación en 1997.

Sobre cultura femenina es una reflexión filosófica en torno a la marginalidad de las contribuciones literarias, artísticas y científicas de las mujeres a la cultura occidental. El tema fue abordado paradigmáticamente por la escritora inglesa Virginia Woolf en Una habitación propia (1929), ensayo clásico del feminismo del siglo XX, en el que reflexiona sobre las dificultades que enfrentan las mujeres dedicadas a la escritura y al pensamiento, a través de una fábula sobre Judith Shakespeare, hermana imaginaria de William Shakespeare, también escritora y dotada del mismo talento literario que el dramaturgo. A pesar de su gran capacidad creativa, a ella le es imposible producir una obra literaria relevante debido a los obstáculos que impone una sociedad dominada por valores patriarcales. Al preparar su tesis, Castellanos no tuvo al alcance Una habitación propia, pero pudo consultar Tres guineas (1938), el otro célebre ensayo feminista de Woolf, más radical en su análisis, y en donde la autora establece una relación entre el militarismo y los valores patriarcales que excluyen a las mujeres de la cultura y de las decisiones políticas.

Al mismo tiempo, Sobre cultura femenina se inscribe en el “ensayo de género”, una tradición de escritura cuya importancia dentro de la cultura latinoamericana apenas empieza a reconocerse. De acuerdo con Mary Louise Pratt, el término “ensayo de género” se refiere a un vasto conjunto de textos, escritos casi siempre por autoras, que discuten el estatuto de las mujeres en la sociedad y confrontan la pretensión masculina de monopolizar la historia, la cultura y la autoridad intelectual. Formulado desde perspectivas teóricas diversas, el ensayo de género se desenvuelve en un espectro ideológico muy amplio y sus formas son variadas: artículos de revista, libros impresos y aun intervenciones oratorias.8 Son ensayos de género, entre muchos otros: “La mujer” (1860), de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda; “La educación científica de la mujer” (1873), del puertorriqueño Eugenio de Hostos; “Influencia de la mujer en la formación del alma americana” (1931), de la venezolana Teresa de la Parra, y “La mujer y su expresión” (1935), de la argentina Victoria Ocampo. Entre las contribuciones mexicanas, se pueden mencionar: “La educación errónea de la mujer y medios prácticos para corregirla” (1891), de Laureana Wright de Kleinhans; Apuntes sobre la condición de la mujer (1891), de Genaro García; “La mujer y el porvenir” (1915), de Hermila Galindo, y “La mujer y la revolución” (1937), de Matilde Rodríguez Cabo.9 Por supuesto, Mujer que sabe latín… y Declaración de fe son ensayos de género, al igual que muchos de los textos periodísticos de Castellanos, como también lo es “La abnegación: una virtud loca”, discurso pronunciado ante el presidente Luis Echeverría en 1971, poco antes de recibir el nombramiento diplomático de embajadora de México en Israel. Es una valiente intervención oratoria, en donde la escritora impugna el triunfalismo con respecto a la supuesta igualdad de las mujeres del gobierno mexicano y señala las flagrantes injusticias que marcaban la existencia de la mayor parte de la población femenina en el país.10

La autora de Sobre cultura femenina empezó a trabajar en su tesis hacia 1948, a los veintitrés años. A la formación católica de infancia, y preparación adquirida en escuelas particulares, se añadió una educación intelectual universitaria que incluía tanto autores clásicos como pensadores modernos. A finales de los cuarenta, en la Facultad de Filosofía y Letras de la universidad, todavía tenía mucho peso el humanismo cristiano de Antonio Caso, al tiempo que el existencialismo dejaba sentir su influencia entre los estudiantes y profesores más jóvenes, y la “filosofía de lo mexicano” ganaba adeptos.

La Facultad de Filosofía y Letras era la mejor posibilidad para la educación intelectual humanística de las mujeres a mediados del siglo XX. La mayor parte de la población estudiantil estaba constituida por ellas y, en 1942, un grupo de alumnas de letras publicó Rueca, revista literaria que alcanzó veinte números y dio a conocer a autores jóvenes que compartieron las páginas de la revista con escritores consagrados. De Rosario Castellanos Rueca publicó un par de poemas y una reseña bibliográfica sobre El corazón transfigurado, libro de poemas de su amiga Dolores Castro.11 Más tarde, Rosario Castellanos le dedicó a Dolores Castro Sobre cultura femenina. La amistad entre las dos escritoras, iniciada cuando cursaban el tercer año de la secundaria, se consolidó en la universidad. Las amigas ingresaron primero a la carrera de derecho, y luego de un año de estudios prefirieron inscribirse en la Facultad de Filosofía y Letras. En ese primer año murieron los padres de Rosario Castellanos y ella se instaló a vivir sola. Al obtener el título universitario, las amigas viajaron juntas a España y vivieron durante un año en Madrid.12

Entre las profesoras de esa Facultad de Filosofía y Letras estaban las primeras mujeres que obtuvieron doctorados en filosofía: Luz Vera y Paula Gómez Alonso. Rosario Castellanos no parece haber visto con consideración a sus profesoras, mujeres intelectuales de la generación que precedió a la suya; más bien las juzgaba con la severidad de la juventud. Sobre cultura femenina omite mencionar la tesis de maestría de Paula Gómez Alonso, que parte de una preocupación parecida y se tituló La cultura femenina (1933).13

Rosario Castellanos eligió la carrera de filosofía luego de incursionar en las aulas de derecho y literatura. La enseñanza universitaria de las letras, con su énfasis en la enumeración de fechas y nombres, el catálogo de estilos y el análisis de recursos literarios, decepcionó a la joven escritora que por algo obtuvo una calificación mediocre en el curso de literatura hispanoamericana.14 Escribía desde pequeña, y aunque al comenzar la redacción de la tesis ya había publicado Trayectoria del polvo (1948), su primer libro de poesía, también reconocía que su principal inclinación vocacional era la de entender las cosas del mundo. Esa inclinación la orientó a las aulas de la carrera de filosofía, con la esperanza de encontrar respuestas a “las grandes preguntas. Que a saber son: ¿por qué?, ¿para qué?, ¿cómo?” Sin embargo, a pesar de su talento, Rosario nunca se sintió cómoda en la carrera de filosofía y pronto descubrió que su manera de entender los conceptos era a través de imágenes: “El lenguaje filosófico me resultaba inaccesible y las únicas nociones a mi alcance eran las que se disfrazaban de metáforas…”15

Al enfrentar la redacción de la tesis, sintiéndose ajena al lenguaje y a la argumentación filosóficos, Castellanos consideró que en vez de abordar uno de los grandes problemas del pensamiento occidental era mejor ocuparse de un asunto específico, relativo a la filosofía de la cultura, y que además tenía relación directa con los dilemas que, en lo personal, ella enfrentaba al iniciarse en la escritura y en la reflexión filosóficas.16 El problema elegido fue la existencia de la cultura femenina. La interrogante central se desglosaba en varias partes: ¿existe o no una cultura femenina?, ¿es diferente de la creada por el hombre? Y si no existe ¿a qué puede atribuirse esa falta de existencia?

Entreverada con las interrogantes filosóficas estaba la angustia de una joven con vocación literaria que resentía lo adverso del ambiente social y cultural ante la actividad intelectual de las mujeres, en una época en que aun en medios universitarios prevalecían nociones estrechas y estereotipadas sobre lo femenino y lo masculino. En la Facultad de Filosofía y Letras “una tenía que hacerse la tonta para poder tener una relación amistosa con los compañeros” y se pensaba que la actividad profesional, incluida la literaria, era incompatible con una vida sentimental plena y una familia bien estructurada y, por lo tanto, las mujeres tenían que elegir una u otra alternativa.17

Sobre cultura femenina arranca con la constatación del carácter androcéntrico de la cultura, concepto que estará presente en la obra posterior de Castellanos y que aquí se expresa de manera contundente: “El mundo que para mí está cerrado tiene un nombre: se llama cultura. Sus habitantes son todos del sexo masculino. Ellos se llaman a sí mismos hombres y humanidad a la facultad de residir en el mundo de la cultura”. Enseguida surge la pregunta por aquellas mujeres que “se separaron del resto del rebaño e invadieron un terreno prohibido”. Ésta es la interrogante central que surge de las inseguridades que la joven universitaria vive en carne propia. Castellanos ansía encontrar figuras ejemplares y comprender cómo le hicieron aquellas mujeres que superaron el poderoso androcentrismo de la cultura y lograron convertirse en pintoras, escultoras, científicas y escritoras, sobre todo escritoras. En otras palabras: “¿Cómo lograron introducir su contrabando en fronteras tan celosamente vigiladas? Pero, sobre todo, ¿qué fue lo que las impulsó de un modo tan irresistible a arriesgarse a ser contrabandistas? Porque lo cierto es que la mayor parte de las mujeres están muy tranquilas en su casa y en sus límites, sin organizar bandas para burlar la ley. Aceptan la ley, la acatan, la respetan. La consideran adecuada. ¿Por qué entonces ha de venir una mujer que se llama Safo, otra que se llama Santa Teresa, otra a la que nombran Virginia Woolf, alguien que se ha bautizado Gabriela Mistral…?”

Aunque Rosario Castellanos se resiste a identificarse con Safo, Santa Teresa, Virginia Woolf o Gabriela Mistral, no puede dejar de verlas como modelos y busca en ellas las claves necesarias para afirmarse en su vocación literaria: “¿De dónde extrajeron la fortaleza?” A esa pregunta le seguía —es fácil adivinarlo— la referida a sí misma: ¿encontraré yo esa misma fortaleza para realizar la hazaña de convertirme en escritora y hacerme un lugar propio en la cultura?

La conclusión principal de Sobre cultura femenina es considerar a la producción cultural como una tentativa masculina a la que los hombres recurren para trascender en el mundo. En otras palabras, los actos culturales son considerados vías para alcanzar permanencia y superar la finitud humana. Las mujeres, por su parte, logran esa trascendencia a través de la maternidad y, por lo tanto, no tienen necesidad de producir cultura para permanecer en el mundo. La marginalidad de las mujeres no se debe a su incapacidad creativa o intelectual sino a la falta de interés por emprender obras culturales: “La mujer, en vez de escribir libros, de investigar verdades, de hacer estatus, tiene hijos”. Al establecer la capacidad creativa de las mujeres, el razonamiento abre el camino de la cultura como una posibilidad para aquellas que, por diversas circunstancias, no son madres, alternativa que sin embargo perdió vigencia en el mundo de la posguerra.

Al mismo tiempo, Sobre cultura femenina rebate la inferioridad intelectual atribuida a las mujeres, proclamada por “los detractores del género femenino’’: Arthur Schopenhauer, Otto Weininger, Friedrich Nietzsche, y sobre todo J. P. Moebius, autor de La inferioridad mental de la mujer (1903, en traducción al español), entre otros pensadores estudiados en la tesis. Aunque la noción decimonónica sobre la incapacidad intelectual del género femenino era moneda corriente en el México de los años cincuenta, esa idea comenzaba a resquebrajarse, muy lentamente, en el ambiente universitario de la Facultad de Filosofía y Letras de la universidad.

Durante varios años, Rosario Castellanos hizo extensiva a su vida personal la conclusión filosófica de Sobre cultura femenina y vivió atormentada por la convicción —que más tarde abandonaría— de que, en las mujeres, la vocación literaria era incompatible con el deseo de tener hijos: “Puesto que yo quería hacer cultura, renunciaba a la maternidad y ése fue el tema de algunos libros de poesía… Después cambié de opinión…”18 Con el tiempo, Castellanos se convertiría en escritora y descubriría que la vida profesional no necesariamente excluía a la maternidad ni a la vida familiar, aunque ese camino presentaba dificultades enormes.

En el nivel teórico, la escritora también abandonaría la conclusión propuesta en la tesis, relativa a la maternidad como vía privilegiada de las mujeres para convertirse en sujetos trascendentes (sustentada en la teoría de los valores de Max Scheler, representante de la fenomenología alemana). También dejaría atrás la atribución de cualidades subjetivas inmutables y esferas de acción social distintas y predeterminadas a hombres y mujeres. Ya en los años setenta, Rosario Castellanos no tenía empacho en reconocer que su reflexión juvenil había perdido vigencia: “Sobre cultura femenina es un libro viejo que ya no me atrevería a sostener”.19

El rechazo de la conclusión central de Sobre cultura femenina ocurrió a partir de que Rosario Castellanos hizo suya la filosofía existencialista y, en especial, el pensamiento de Simone de Beauvoir. Castellanos explicaría la transformación de su postura en un ensayo dedicado a la escritora francesa: “Lo que un momento se nos apareció como un destino inmutable —el ser hombre o el ser mujer como un conjunto de cualidades esenciales cuya constancia no puede tener más excepción que la anormalidad— se nos vuelve de pronto una relación dinámica en que los atributos de cada uno de sus componentes dependen de una serie de circunstancias económicas y políticas”.20 Castellanos se convenció de que las mujeres llegan a ser tales a través de un proceso social y cultural que les imprime cualidades femeninas, y que su condición, por lo tanto, no está predeterminada por la naturaleza, ni constituye una esencia. La premisa de El segundo sexo de Simone de Beauvoir, “No se nace mujer: llega una a serlo”, piedra de toque de las teorías de género, recorre toda la obra de madurez de Rosario Castellanos

Aunque Castellanos no escribió un texto específico sobre El segundo sexo, dedicó cuatro largos ensayos a las memorias de la francesa.21 La impronta del pensamiento de Beauvoir se aprecia en “La mujer y su imagen”, ensayo central de Mujer que sabe latín…, en donde reclama para las mujeres una existencia auténtica que puede lograrse mediante el rechazo a “esas falsas imágenes que los falsos espejos ofrecen a la mujer en las cerradas galerías donde su vida transcurre”.22 Al desdeñar los mitos de la feminidad y enfrentarse a las disyuntivas de la libertad, las mujeres pueden encontrar los caminos que las llevarán a convertirse en seres humanos y libres, según reza su célebre poema “Meditación en el umbral”.

Tanto Declaración de fe como Mujer que sabe latín… están imbuidos de una perspectiva existencialista que está ausente en Sobre cultura femenina. Castellanos era lectora de obras existencialistas desde sus años estudiantiles,23 pero hizo suya esa perspectiva filosófica sólo varios años después de concluir su tesis universitaria. Probablemente eso ocurrió a partir de que Castellanos conoció El segundo sexo, hacia mediados de la década de los cincuenta, cuando la edición en español apareció bajo el sello de la editorial Psique de Buenos Aires.

La edición original francesa de El segundo sexo se publicó en París a mediados de 1949, cuando Rosario Castellanos ya trabajaba en la redacción de su tesis, pero ella no tuvo a la mano el célebre libro, que no se menciona ni en el texto ni en la bibliografía final de Sobre cultura femenina. Tampoco menciona ninguna otra obra de la filósofa francesa, ni siquiera el artículo publicado en México en 1947, en Ideas. Revista de las mujeres de América, que, por cierto, es una de las primeras traducciones de Beauvoir al castellano aparecidas en América Latina.24

Por una curiosa coincidencia, Simone de Beauvoir viajó a México en el verano de 1948, en los mismos momentos en que la alumna de Filosofía y Letras comenzaba a preparar Sobre cultura femenina. Beauvoir estaba en medio de la redacción de su célebre libro cuando tomó un descanso para hacer un viaje turístico a México en compañía del escritor estadunidense Nelson Algren, cronista de los barrios bajos de Chicago. La pareja visitó la zona maya —llegaron hasta Guatemala pero no se detuvieron en Chiapas— y pasaron varios días en la ciudad de México, donde se divirtieron haciendo incursiones en los bajos fondos de la capital. Era un viaje de placer y prefirieron mantenerse al margen de círculos intelectuales y estudiantiles. Nadie se enteró de la presencia de Beauvoir en el país, ni siquiera los jóvenes universitarios del grupo Hyperión que pasaban largas horas en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras, en Mascarones, enfrascados en conversaciones en torno a las ideas de Jean-Paul Sartre y Albert Camus.

Todavía sin adentrarse en la obra de Beauvoir, en 1951 Rosario Castellanos tuvo ocasión de saludar personalmente a la pensadora y a Jean-Paul Sartre durante una estancia de fin de semana en París. Rosario viajó a la capital francesa en compañía de Dolores Castro. Las jóvenes residían en ese entonces en España; Rosario era becaria del Instituto de Cultura Hispánica y Dolores se iniciaba en el periodismo. Por su parte, Octavio Paz se desempeñaba como funcionario diplomático en la embajada de México en Francia y alternaba con intelectuales franceses. El breve encuentro con la pareja fue significativo para Castellanos, quien mencionó el hecho en carta a Ricardo Guerra, su futuro marido y entonces joven profesor de filosofía, asiduo lector de los existencialistas: “Y Octavio Paz nos presentó, cáite cadáver, con Sartre y con Simone de Beauvoir”.25 Para ese momento la francesa ya era una escritora connotada y probablemente apenas reparó en las dos tímidas muchachas mexicanas que a duras penas balbuceaban su lengua. Menos pudo imaginar que la joven formal que entonces era Rosario Castellanos se convertiría en una de las mayores intérpretes latinoamericanas de su pensamiento.

Sobre cultura femenina no puede reducirse al argumento filosófico. Es necesario reconocer que la tesis se desenvuelve en dos niveles discursivos: el de la argumentación teórica y el de las imágenes literarias que dan cuerpo al razonamiento expuesto. Aunque uno y otro discursos casi siempre son complementarios, por momentos la argumentación y las imágenes parecen ir por caminos distintos y hasta contradictorios. Esa tensión entre los conceptos y las metáforas imprime un sello particular a la obra y otorga interés a Sobre cultura femenina, a pesar de que algunos de sus planteamientos filosóficos hayan perdido actualidad.

La misma tensión entre la argumentación filosófica y las imágenes literarias explica, en parte, que la defensa pública de la tesis transcurriera lejos de la solemnidad que es usual en los exámenes profesionales. La sesión, efectuada el 23 de junio de 1950 en el aula José Martí del edificio de Mascarones, antigua sede de la Facultad de Filosofía y Letras, se inundó de carcajadas. Los miembros del sínodo —profesores Eusebio Castro, Paula Gómez Alonso, Eduardo Nicol, Leopoldo Zea y Bernabé Navarro— no podían contener la risa ante los retruécanos que la sustentante introducía en la discusión filosófica. El público asistente también reía a carcajadas.26

Si la conclusión filosófica de Sobre cultura femeninaSobre cultura femenina