LA PARTIDA DE LOS MÚSICOS

 

 

 

Per Olov Enquist

 

Traducción de Marina Torres y Francisco J. Uriz

Título original: Musikanternas uttåg

La traducción de este libro ha sido financiada por Kulturrådet (Swedish Arts Council)

© Per Olov Enquist 1978

First published by Norstedts, Sweden, 1978.

Published by agreement with Norstedts Agency

© de la traducción: Marina Torres y Francisco J. Uriz

Edición en ebook: septiembre de 2016

 

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

ISBN DIGITAL: 978-84-16440-74-0

Diseño de colección: Filo Estudio

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra y Ana Patrón

Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com

Contenido

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Créditos

Autor

 

Mapa

Prólogo

La Partida de los Músicos

Prólogo

El hombre de la lata de lombrices

PRIMERA PARTE

1. El arpa celestial

2. Que no se propague el pecado

3. Un hombre sonriente

4. Una cuestión vital de primer orden

5. El retrete de Alfons Lindberg

6. Un sacrificio expiatorio

7. Tres pellas de mantequilla

SEGUNDA PARTE

1. Escucha, Cresta roja

2. Jardín creciente

3. El cuidador de toros

4. Saulo en la montaña de Bure

5. El herrero del pueblo

6. El cordero

7. Trineo

8. El saco de piedras

Epílogo

Puntos de partida

Contraportada

Per Olov Enquist

(Hjoggböle, 1934)


Novelista, dramaturgo y crítico literario. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Upsala, está considerado el más importante escritor sueco contemporáneo. Ha sido guionista de cine y televisión para, entre otros, su amigo Ingmar Bergman (Los creadores de imágenes, 1998) y su ex amigo Bille August (Pelle el Conquistador, 1987). Escritor analítico, intelectual y experimental, describe contextos muy complejos de una manera esencial y pura.

Prólogo

«Por supuesto que hay lucha de clases,

pero la mía va ganando».

Warren Buffet

Revolviendo en viejos papeles para comprobar una fecha en un trabajo conmemorativo del centenario del nacimiento de Peter Weiss, encontré una carta, de 1985, en la que destacaba un hermoso escudo con los dos conocidos delfines sobre el nombre BARRAL y a su lado un membrete que decía «Biblioteca Personal Argos Vergara», carta en la que Carlos Barral me pedía «la traducción de Los musicantes, novela para la que un día se hicieron gestiones. Pero me doy cuenta de que te hayas olvidado completamente de este asunto. Y el caso es que Argos, en la agonía de sus líneas libreras, me reclama esa traducción». Se refería a Musikanternas uttåg, la novela que usted tiene en sus manos, que yo le había recomendado pero cuya traducción él nunca me había encargado… y terminaba: «Yo tengo interés personal en que el libro aparezca». Pues no, no apareció. El proyecto no llegó a ver la luz por motivos ajenos a la voluntad de Barral, y a la mía, porque Argos Vergara dejó de publicar ese tipo de libros.

Intermitentemente seguí comentando la novela con diversos editores hasta que hace unos años le hablé, con mi aún no apagado entusiasmo, a un amante de literaturas nórdicas, admirador y editor de Per Olov Enquist, Diego Moreno, que decidió publicarla en Nórdica. Treinta y tantos años después de mi primera escaramuza editorial.

Posiblemente es la novela sueca cuya publicación más he recomendado. ¿Por qué tanta insistencia? Aparte de la calidad de la novela, el motivo ha sido sin duda que su lectura fue para mí (y creo que puedo incluir a mi mujer, Marina Torres) una de las lecciones más instructivas sobre la historia moderna de Suecia, país al que me había trasladado a finales de la década de 1950.

¿Era posible que el próspero país en el que yo trabajaba hubiese sido, 50 años atrás, el miserable país explotador y clasista que presentaba la novela? Claro que había leído la historia de la pobreza de Suecia y de las grandes migraciones suecas del s. xix a Estados Unidos, pero aquello eran estadísticas. Esto era otra cosa. Era como vivirlo en propia carne.

La novela se desarrolla a principios del s. XX en un pequeño rincón del país, situado a 800 kilómetros al norte de Estocolmo (una distancia que en aquellos años colocaría la zona en los límites de lo remoto) y cuenta la historia de un agitador socialdemócrata enviado desde la capital a predicar la buena nueva socialista a territorio comanche. Una región pobre, aislada, dependiente de la industria maderera, con una población que lucha contra la miseria y el durísimo clima, bajo la férula de una iglesia severa y enemiga a muerte del socialismo, aliada con unos patronos rapaces. Una zona con la que el agitador no tiene nada en común —hasta el endiablado dialecto, prácticamente incomprensible, hace más peliaguda su labor de proselitismo—.

Lo ha enviado a hablar de socialismo y a formar sindicatos una organización que tenía muy presente la frase de Marx: «La clase obrera posee un elemento de triunfo: el número. Pero el número no pesa en la balanza si no está unido por la asociación y guiado por el saber».1 La novela nos hace testigos de los esfuerzos del agitador en su tarea de organizar a los obreros movido por una idea central de justicia abrazada ya por muchos. La tarea se lleva a cabo en condiciones penosas, las realmente existentes, y los magros resultados y derrotas hacen dudar al agitador de la utilidad de su trabajo. A pesar de ello insiste, tozudo.

Las raíces de lo que estábamos disfrutando en la década de 1960 estaban allí, en la tenacidad de las luchas obreras de principios de siglo —aunque casi todas terminaron en derrotas—. Durante un tiempo de negociaciones y convenios el capital había ido cediendo de mala gana a las reivindicaciones obreras y aceptado ciertas reformas, entre ellas el derecho de voto, tal vez por prudencia o miedo tras la revolución rusa de 1917, y se había ido atenuando el omnipotente dominio de los grandes patronos de principios de siglo que no habían dudado en la utilización del ejército como elemento disuasorio en la huelga de Sundsvall. Un ejército que en 1931 disparó contra una manifestación obrera matando a cinco personas en Ådalen.

Todo ello desembocó en la gran victoria electoral de la socialdemocracia que la llevó al Gobierno en 1932 y en el comienzo de la creación de lo que se llamó el modelo sueco. Un capitalismo con rostro humano. ¿Es eso posible?

Así veía Felipe González la transformación recordando un discurso de Olof Palme: «Hacía una descripción de la sociedad sueca en el momento de la llegada al poder del partido socialdemócrata. Después situaba la realidad sueca diez años más tarde y hacía una descripción de lo que había ido cambiando y con una breve apostilla sólo añadía: habíamos mejorado. Diez años después volvía a hacer la misma reflexión, y añadía: habíamos mejorado».

Lo que admiraba a González era la tenacidad, la constancia del reformismo en el poder… y que esos avances no tenían marcha atrás.

Aquel apacible proceso duró algo más de 40 años, hasta la derrota electoral de 1976, un año que había empezado mal para la socialdemocracia: dos conocidos intelectuales socialdemócratas, Astrid Lindgren, la autora de Pippi Calzaslargas, e Ingmar Bergman, estaban en conflicto con el partido. Y el motivo eran los impuestos, una de las herramientas fundamentales para reducir las diferencias sociales y financiar el reformismo. Pero que había llegado a generar situaciones inadmisibles.

Por un lado, Astrid Lindgren se vio obligada a pagar un impuesto del 102 % de sus ingresos y escribió su experiencia en un cuento que publicó Expressen, el vespertino más grande del país. El ministro de finanzas, sorprendido por un fotógrafo leyendo el cuento en su escaño del parlamento, ridiculizó a la escritora diciendo que «sabía contar cuentos pero no hacer cuentas», a lo que ella contestó que «él había aprendido a contar cuentos y que de cuentas lo justo y que sería mejor si intercambiaban sus trabajos». Las risas no estaban de parte del ministro.

Aquella prepotencia con la que el partido trataba a los ciudadanos —y eso que ella era la escritora más famosa del país— le hizo comentar a la Lindgren: «¿Qué mosca les [a los dirigentes socialdemócratas] ha picado? ¿Es esto lo que realmente han construido los hombres sabios que yo admiraba y valoraba tanto? Oh, pura y ardorosa socialdemocracia de mi juventud, ¿qué han hecho de ti?».

Aún fue peor el caso de Bergman al que, denunciado por la burocracia de la agencia tributaria, se lo llevó la policía de malas maneras cuando estaba ensayando en el Teatro Nacional. Luego fue declarado inocente.2 El suceso le hizo escribir: «He sido un socialdemócrata convencido. Con sincera pasión he abrazado esta ideología de las grises negociaciones y consensos. Creía que mi país era el mejor del mundo y aún lo creo, tal vez dependa de que conozco muy poco de los demás. Mi despertar ha sido un choque brutal». Dos años antes el convencido socialdemócrata había declarado:3 «Yo lo vivo así: que nuestro partido hoy es un partido con las raíces al aire, que está separado de sus nutrientes, toda la fuerza emocional de la socialdemocracia se está evaporando, ya no hay nada a lo que la gente pueda agarrarse emocionalmente… Creo que sólo un gran revés político puede devolver a la socialdemocracia su fuerza».

Unos meses después llegó el revés: la derrota electoral de 1976 tras más de 40 años en el poder. Aunque al cabo de unos años hubo una cierta recuperación, ya nunca volvió a ser el gran Partido sueco que, durante casi cincuenta años, bordeaba y pasaba del 50 % de los votos en las elecciones (ahora está en el 30 %). Tras la caída del muro y la constatación del fracaso histórico del comunismo, el capital sueco fue recuperando posiciones e invocando libertad y eficiencia, fue privatizando, sin prisa pero sin pausa, parte de la escuela, del sistema de salud, del mercado laboral, etc., y empieza a echar el ojo a los suculentos capitales acumulados para las pensiones. Aún no se ha destruido el modelo sueco, pero van arañando aquí y allí y la solidaridad es una palabra que hay que explicar a los más jóvenes.

Se teoriza abundantemente sobre las bondades de la privatización. Ahora lo encomiable es el trabajador solo, independiente, que puede discutir libremente su salario con el patrono; los sindicatos son la peste.4 Como lo eran en los tiempos de la novela.

En ciertos relatos ya no se presenta la historia del modelo sueco como una creación de la socialdemocracia, sino de los generosos e inteligentes capitalistas suecos. Es significativo el hecho de que hoy Suecia, paraíso de la igualdad, sea el país del mundo donde más multimillonarios en dólares hay por 100.000 habitantes.

* * *

«Una conversación sobre árboles casi es un delito

porque encubre el silencio sobre tantos crímenes».

Bertolt Brecht

Han transcurrido más de cien años desde las fechas en que se desarrolla la novela pero estamos ya en otro mundo. Hemos pasado de aquella economía tangible, la de la tierra, la madera y la mercancía, a la etérea, la de las grandes corporaciones financieras, la globalizada economía intangible de pantalla de ordenador. Un mundo en el que la economía tangible parece existir simplemente como indispensable terreno de juego para la financiera —como los hipódromos para las apuestas—.

Y en este mundo globalizado, en el fondo, sigue la misma confrontación entre capital y trabajo, los que dan trabajo y los que lo reciben. Hoy la lucha global de liberación es similar a la de la novela. Para miles de millones de ciudadanos del mundo la lucha que llevan a cabo por la supervivencia y la dignidad exige el trabajo de hormiguita que vemos en la novela para crear agrupaciones que les den fuerza. Fortalecer la solidaridad y la unión para hacer frente a la rapacidad del capital multinacional.

Será necesario volver a la misma lucha, volver a la solidaridad, al humilde trabajo de proselitismo, a las derrotas honorables. Una lucha con el objetivo de eliminar, o reducir, al menos, la distancia entre los dos polos. El escandaloso nivel de lujo de los dirigentes de la economía financiera en un mundo en que cada vez aumenta más la cifra de multimillonarios, ¿a qué ritmo?, y el de la indescriptible miseria del tercer mundo, millardos de pobres cuyo número, sí, va disminuyendo, pero ¿a qué ritmo?

En muchas partes del mundo, sí, el anhelo de una sociedad más justa para todos tropieza con la escasez de fuerzas y la tarea parece imposible. ¿A qué nivel queremos la igualación global sin que acabe con el medio ambiente y el planeta Tierra? ¿Al de Occidente de hoy? ¿Posible? De ninguna manera. ¿Imprescindible? Sin duda, si lo que se quiere es una humanidad sin conflictos desgarradores.

Pero primero nos hacemos una pregunta realista: Proletarios de todos los países del mundo, ¿ande andáis?

* * *

En la novela el rechazo de la población al agitador depende de que es de Estocolmo, de que la Iglesia y los patronos están contra lo que él encarna y a esta repulsa se añade lo que representa la existencia en la zona de un dialecto que a duras penas comprende.

Por eso la traducción del dialecto es esencial para dar a entender que el agitador apenas comprende el habla de la región situada a unos 800 kilómetros al norte de la capital, en ese «país de locos» en el que se encuentra.

En otra novela de Enquist, La biblioteca del capitán Nemo,5 que se desarrolla en la misma zona, escrita 13 años después de La partida de los músicos, los personajes, que curiosamente llevan los mismos nombres que los de ésta, hablan en un sueco normal sin sombra de variedades lingüísticas.

Los lectores suecos de hoy tienen dificultades para entender el dialecto. Yo tuve que pedir ayuda para comprender el significado de una palabra a una bibliotecaria de Sundbyberg procedente de esa región que tuvo que preguntarle a una amiga del mismo pueblo donde se desarrolla la novela. El lector español no tendrá tantas dificultades con el dialecto que le ofrecemos, pero puede hacerse idea de que el agitador Elmblad las debió pasar canutas.

Para reproducir el dialecto utilizamos, por cercanía geográfica, una variante popular del aragonés pirenaico, castellanizándola conscientemente para que represente mejor la dificultad dialectal del registro lingüístico que requiere el texto. La han elaborado, sobre nuestra traducción, dos suecos honoríficos, Emilio Gastón y M.ª Carmen Gascón, texto revisado por Chusé Aragües. A los tres les agradecemos, Marina y yo, su entusiasta participación en este proyecto.

Francisco J. Uriz

En Sundbyberg, a finales de julio de 2016, a 23º sobre cero

1 Karl Marx, Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, 1864.

2 Pueden leer detalles del caso en el libro Ingmar Bergman de Jörn Donner (Libros del Innombrable).

3 Entrevista en la serie de artículos de Bo Strömstedt Si yo pudiese transformar Suecia.

4 En el interesante libro de Naomi Klein The Shock Doctrine. The Rise of Disaster Capitalism, se ve que en todos los lugares a los que llega el Imperio lo primero que se hace es acabar con los sindicatos y sus líderes y evitar que actúen si es que existen…

5 Ya publicada por Nórdica en 2015.

La Partida de los Músicos

Prólogo

1903